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Rafax

Virgen
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Me alegro de que te guste.
Tengo cierta expectación por el personaje de Herminia. Es el personaje relief del relato y no sé si sumará o restará puntos a la historia.
A medida que transcurra tomará mayor protagonismo.
Herminia vaya personaje, siempre suma....es una visión retro pero da para muchas historias de su pasado.
 

ASeneka

Virgen
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Bragas​



Durante los siguientes días no hubo novedad hasta la noche del viernes. Había llegado tarde a casa y caminó con sigilo por el pasillo antes de llegar a su cuarto. Una vez dentro se desnudó y se metió en la cama. Cristina no había querido subir al desván y le había dejado con dolor de huevos por el calentón.

«Si lo llego a saber me hubiera quedado con los colegas en el Cola de Pato», se lamentó.

Para empeorar las cosas aquella noche Marta volvía a follar a gritos con su padre. Cristian sintió una mezcla de excitación y rabia.

«Lo haces a posta, seguro».

De nuevo la imagen de ella desnuda, dejándose follar como una perra, nublo su mente. Se odió con toda su fuerza, pero decidió sacar las bragas del cajón para pajearse con ellas y bajar el calentón que ya traía, aunque eso fuera lo que pretendiera aquella arpía, provocarlo.

—Jódete, jódete, puta —susurraba para sí mientras se la meneaba con velocidad moviendo la mano con fuerza arriba y abajo.

Su polla, envuelta en la prenda, estaba a reventar.

—Toma, toma, toma, jod-derrrr. —La paja era frenética mientras, al otro lado, los gemidos continuaban.

—¿Quieres que te folle? ¿Es eso? ¿Me provocas para que folle tu coño negro, puta? mmmmf, mmmmf, oooooh, ooooooh.

Estaba a punto de correrse. Al otro lado, los gemidos indicaban que ella lo estaba también. Aguantó como pudo para no hacerlo antes que ella.

Al final llegaron a la vez, eyaculando al mismo tiempo aunque en dormitorios diferentes. Juntos, pero separados. Cuando todo terminó y el silencio volvió a envolver la noche, fue consciente del estropicio. Varios chorros de semen manchaban su vientre en gruesas líneas dirigidas. Las bragas, entre sus dedos, estaban totalmente pringadas.

«Mierda, joder. Justo lo que esa zorra pretendía».

La prenda volvió a su sitio de un manotazo.



— · —​



Ese fin de semana Marta volvió a intentar acercarse, manteniéndose pendiente de él en todo momento y atendiendo, solícita, cuando percibía que necesitaba algo. La hora de la comida fue una tortura para él.

—¿Quieres más pan? ¿Quieres el filete más hecho? Te puedo hacer otra cosa si no te gusta.

En vez de responder, aunque fuera con una negativa, se limitaba a mirar el teléfono o, en algún caso, hablaba con su padre que no se enteraba de lo que realmente pasaba en aquella mesa. La cara que tenía Marta, en cambio, dejaba muy patente lo que su indiferencia producía.

El lunes llegó y con ello la oportunidad de desaparecer del hogar las horas de universidad. Al menos hasta la hora de comer.

Uno de esos días, de vuelta del colegio, le extrañó no encontrar a nadie, y era raro porque la puerta de la entrada no estaba cerrada con doble llave. De pronto, desde el pasillo, llegó un sonido leve, como un quejido.

El origen provenía del dormitorio principal.

«¿Follando a mediodía? No me jodas».

Acercó la oreja a la puerta constatando que así era. Dentro apenas podía distinguir las voces distorsionadas. Se metió en su cuarto y pegó la oreja al tabique. Desde ahí, los gemidos de Marta se oían con nitidez extrema. Cualquiera diría que su cara estaba a varios centímetros.

«Se la está follando contra la pared. El cabrón la está dando por detrás contra la pared de mi cuarto».

Intentó imaginárselos a través del muro. Ella, apoyada manos en alto y culo en pompa, recibiendo desde atrás como una perra. Completamente desnuda y con sus tetas bamboleando adelante y atrás con cada arremetida o, peor, pegadas contra el gotelé.

«Zorra. Serás zorra. Es cosa tuya, puta».

Cristian se apoyó donde supuso que estarían sus manos. Palma contra palma, imitando su postura y acercó su frente al tabique.

«Cómo te gusta provocarme».

Se quitó toda la ropa y se hizo con las bragas del cajón. Volvió a apoyar una mano donde la tenía antes y con la otra se empezó a masturbar con la prenda enrollada en su polla.

«¿Es lo que buscas? ¿Esto es lo que quieres?».

Pegó la frente en la pared, en el mismo sitio donde debería estar la de Marta a escasos centímetros. Abrió los ojos intentando conectar con los suyos que estarían a la misma altura.

—Toma, joder, tomaaa. Uuuug, uuuuugmmm —Gemía en voz baja—. Oooooh, ooooh, me pones a cien, zorra. Pero te vas a joder. Te vas a jodeeeeer. Ummmm.

De nuevo la misma coreografía de Marta y Cristian corriéndose al unísono. De no ser por las bragas, toda su lefa habría acabado en la pared aunque, en ese momento, no le hubiera importado. La prenda volvía a estar en un estado calamitoso. La observó entre el horror y el asco.

—Puta zorra calientapollas. Esto es por tu culpa. No haces más que joderme.

Antes de que la pareja saliera, Cristian se vistió con rapidez y se fue al salón con el mismo sigilo, como si hubiera permanecido allí todo el tiempo. Momentos después aparecieron su padre y ella. Mario quedó muy sorprendido al verlo. Normal, dado los berridos de ambos.

—¡Cristian! ¿Estabas aquí? No creí que llegarías hasta… —Echó mano de su reloj comprobando la hora.

—Tranquilo, papá. No pasa nada —respondió con cierto hastío.

«Tú no tienes la culpa».

—Marta y yo estábamos… estábamos… —se llevó dos dedos a las sienes y las masajeó buscando una explicación que darle—. ¿Sabes eso de las maripositas y las abejitas con las flores? Pues nosotros hacíamos lo mismo, pero follando.

—Vale, papá. No me hacía falta ese dato, joder.

La sonrisa de oreja a oreja de Mario iluminaba todo el salón. Levantó las cejas varias veces y guiñó un ojo de manera teatral. Cogió a Marta de la cintura atrayéndola hacia él cuando trató de pasar a su lado e hizo el símbolo de la victoria levantando dos dedos en forma de uve.

“Dos veces”, gesticuló con los labios en voz baja, moviendo los dedos como si fueran las orejas de un conejo.

—Ay, por Dios, Mario. Qué tonto eres —protestó Marta azorada.

Miró a Cristian por el rabillo del ojo que le devolvió una mirada de odio. No se había tragado su inocencia de ese polvo improvisado.

—En fin. Voy a mi cuarto que ya veo que necesitáis estar solos. Otro día dejad colgado un calcetín en la entrada principal para ahorrarme el trauma.

—¿Y que lo robe cualquier extraño para utilizarlo como fetiche sexual? ¡Jamás! —protestó Mario levantando el puño.

Cristian puso los ojos en blanco antes de desaparecer. Una vez en su cuarto volvió a apoyarse en el mismo sitio de antes. Abriendo las palmas como si pudiera agarrar las de Marta a través del tabique. La había tenido delante a escasos centímetros; la anchura de un ladrillo, concretamente; follando y corriéndose en su cara. La muy guarra sabía exactamente cuándo llegaba de la universidad cada día. No había sido un polvo improvisado fruto de un calentón.

«Zorra».

La comida fue un calco de otros días y no vio el momento de huir con Cristina con quien pasó el resto del día. Para variar, esa vez no volvió tarde a casa. Entre semana debía madrugar y no era plan de ir a clase como un zombi por trasnochar a diario. También influía que Cristina no siempre le dejaba colarse entre sus piernas y, esa tarde, había sido una de esas veces. Le fastidiaba no poder follar con ella todo lo que quisiera, pero lo soportaba resignado por esa chica que era una mezcla de profesora de filosofía, modelo y animal sexual en el mismo cuerpo. Sin duda, Cristina lo tenía enamorado. Reticente y fría en la distancia corta, pero calurosa cuando debía serlo.

Abrió el cajón donde guardaba las bragas para pajearse con ellas. Ya no esperaba que su padre y Marta hicieran el amor. Oírla gemir había dejado de ser placentero. La manera exagerada de hacerlo de esa arpía lo torturaba. Por eso decidió pajearse a solas, sin ella, como si se la follara sin su consentimiento.

—Falsa, más que falsa —se dijo.

La sorpresa llegó cuando no encontró la prenda en el cajón. Se extrañó y miró debajo de la almohada por si acaso. Nada. Frunció el ceño. No había otro sitio donde pudiera estar, era muy cuidadoso con ellas. Al fin y al cabo era su mejor y último tesoro. Nadie excepto él sabía que la tenía y nadie excepto él entraba a su cuarto. Nadie excepto…

Salió como una exhalación, cruzó el pasillo de varias zancadas y se plantó en el salón hecho una furia.

—¿DÓNDE…? —se calló de súbito cuando vio a su padre sentado junto a ella. Éste lo miró desconcertado. Cristian carraspeó y bajó el tono a un nivel moderado—. ¿Dónde… ponían ese programa especial de las vacunas del coronavirus?

—En la 2 —contestó su padre—. Pero lo dieron ayer.

—Ah, sí, es verdad—. Se quedó de pie sin saber qué hacer. Miró a Marta que lo observaba con semblante preocupado. Quizás porque sabía a qué había venido. Al final optó por quedarse a ver la tele con ellos. Se sentó en el sofá continuo que formaba una L mayúscula con el que ocupaban su padre y ella.

Ponían un programa cutre de gente insustancial hablando tonterías. Cristian no podía quitar ojo a la futura mujer de su padre que, de hito en hito, le devolvía la mirada de manera furtiva. Junto a ella, su amado somnoliento luchaba por no caer frito. Con el paso de los minutos, las cabezadas de Mario fueron cada vez más continuadas.

—Te vas a dormir —susurró ella al oído en una de ellas.

—Ufff, es que no puedo con esta gente de la tele. No puedo, no puedo. —Se levantó del sofá medio grogui por el sopor—. Sobre todo con esa rubia de bote con morro de cerdo. Me mata de aburrimiento. Puta, más que puta —insultó a la pantalla—. Me voy a la cama. —Y desapareció por el pasillo.

En cuanto se oyó la puerta del cuarto cerrarse, Cristian la increpó, enfadado.

—¿Dónde están?

—¿El qué?

—No te hagas la tonta. Las bragas que me diste. ¿Dónde están?

—Ah, eso. Pues… las he echado a lavar.

—Pero… ¿por qué? —El semblante era de asombro—. ¿Por qué has hecho eso?

—Porque llevas muchos días con ellas. Hijo, es que… ya era hora de pasarlas por la lavadora.

—Joder, son mías ¿sabes? Mías. Me las diste. Puedo hacer con ellas lo que me dé la gana. Tú misma lo dijiste. No tienes derecho a quitármelas ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te empeñas en joderme la vida?

—Ay, lo siento Cristian, de verdad. Venga, perdóname. No te las quería quitar, solo limpiarlas. Cógelas luego de la ropa limpia. Coge las que quieras de mi cajón.

—Que no es eso, joder. Yo quería esas. No otras, ESAS. Usadas por ti, aquel día.

Marta no supo qué decir. Miraba con pesadumbre a Cristian que se acababa de levantar y deambulaba por la estancia de un lado a otro.

—No me dejas tocarte, no me dejas acercarme a ti, no puedo ni mirarte sin que te enfades o te alejes de mí como si fuera un maniaco peligroso o un puto enfermo mental, y cuando por fin hago lo que quieres y te dejo en paz; concentrado en mi rollo… empiezas a tocarme los cojones.

—Yo… lo hice sin mala intención.

—De eso nada. Sabías muy bien lo que hacías. Llevas varias semanas jodiéndome. Como lo de follar con papá todas las noches gimiendo bien alto para que te oiga. O lo de pasearte con esos escotazos agachándote cada dos por tres delante de mí haciendo como que limpias algo.

—No, no. Te aseguro que no —protestó con ojos como platos.

—No me tomes por tonto —dijo irritado—. No quieres nada conmigo y me das calabazas, pero, si te dejo en paz ¿Qué haces tú? —Respiraba agitado por la tensión—. Te pasas los días intentando calentarme.

—¿Yo?

—Sí, tú. Porque en el fondo te encanta tenerme detrás de ti, con la polla bien dura, cortejándote. Siempre dispuesto como un perrillo moviendo la cola esperando un trozo de pan. Sí, necesitas mantener viva la posibilidad de hacértelo conmigo.

Marta abrió la boca, turbada. Se llevó la mano al pecho como si la noticia fuera una bofetada en su orgullo.

—Como el exfumador que lleva consigo un cigarro que nunca va a fumar solo para saber que puede encenderlo cuando quiera. A su disposición —continuó—. Y ya estoy harto de ser tu cigarro.

—Eso… eso no es así. De verdad, no pretendía…

—Reconócelo —dijo cogiéndola de los hombros y rebajando el volumen que ya no sonaba tan enfadado—. Me deseas, fantaseas conmigo, con que follemos juntos. Te corres solo de pensar en mí follándote a cuatro patas. De imaginar que te la meto por el culo subida a mi cama —la acercó hacia él pegándola a su cuerpo—. ¿Vas a negar que no te imaginas conmigo cada vez que follas con papá?

Abrió la boca para negarlo, pero se quedó callada con la voz congelada en la garganta como si no se atreviese a contrariarlo o como si al hacerlo le produjera miedo.

—Dejémonos de juegos de una vez. —Cristian se la jugó—. Vamos a follar. Aquí y ahora, en este sofá. Y vamos a dejar de jugar al ratón y al gato de una puta vez.

Volvieron a quedarse en silencio. Ella, bloqueada; él, esperando la respuesta que no llegaba. Cristian había lanzado el guante y quería recoger su fruto.

—No, Cristian —dijo por fin en un susurro todavía sin levantar la vista—. No puedo. Soy mucho mayor que tú, estoy comprometida, y pronto tu padre y yo…

—Deja al cornudo de mi padre en paz. Duerme feliz y los dos sabemos que no se va a enterar. Vamos —suplicó con un tono lleno de ternura—. Se te hace la boca agua por follar conmigo y yo me muero por hacerlo contigo.

Marta no se movió. Apenas, si acaso, un imperceptible movimiento de cabeza en sentido negativo.

—Venga, tía. Mira como estoy —cogió la mano de ella y se la llevó al paquete, obligándola a cogérsela por encima del pijama—. ¿Lo ves? Voy a estallar por tu culpa. ¿En serio me vas a dejar así?

Con la mano libre levantó su mentón e intentó besarla. Ella apartó la cara pero mantuvo la mano sobre de su miembro permitiendo que éste la apretara contra sí, restregándola.

—No puedo, de verdad. A lo mejor… si no estuviera él…

—¿Y me vas a dejar con la polla así de dura después de joderme la paja de esta noche? Venga, no me hagas esto.

La besó en la mejilla y después en el cuello. Soltó la mano que sostenía contra su polla y la abrazó por la cintura. Marta retiró la suya. Cristian acarició su espalda por encima de la ropa. Lumbares, hombros, cuello… Después repitió el mismo trayecto sin dejar de besuquearla pero esta vez, cuando llegó a sus hombros, cambió la dirección hacia un lateral donde alcanzó el nacimiento de un pecho. El besuqueo surtía su efecto. Había entrado en un estado de semiinconsciencia, con los ojos cerrados y la boca medio abierta sin dejarle tiempo para pensar.

Pero cuando su dedo pulgar estuvo a punto de alcanzar un pezón, Marta pareció despertar de su sopor y se apartó de él. Éste la sostuvo de las muñecas tratando de mantenerla pegada contra sí.

—No, eso no. Ya te lo he dicho —su mirada era suplicante pero de acero—. No vamos a follar.

—Pues al menos hazme una mamada. Vamos, eso sí que puedes.

A Marta el cambio de petición pareció cogerla desprevenida. Parpadeó como si no lo hubiera oído bien.

—Solo es una mamada. Mi polla y tu boca. Vamos, al menos eso.

—Bufff, de verdad, Cristian…

—Venga, lo deseas. Deseas mi polla. Fantaseas con chupármela desde la primera vez que la viste. Por eso me pediste el video con Cris. Porque fantaseabas con que me la chupabas a mí, como si fueras tú la protagonista de esa peli. —Ella dudaba—. Vamos, al menos date ese capricho y de paso me bajas el calentón.

Marta cogió aire y se encaró con él. Tenía un asomo de lágrimas en los ojos.

—Siento… siento que lleves enfadado todo este tiempo por mi culpa. Quise parar la deriva que llevabas conmigo, pero no que dejaras de hablarme. Te aprecio mucho, y no niego que siento algo por ti, pero yo… —Expiró profundamente—. No sé, Cristian, no quiero que me odies. No quiero ser una mala mujer.

—Mira. —Cristian llamó la atención haciendo que bajara la vista a su entrepierna. Se bajó el pantalón de pijama hasta las rodillas mostrando la polla en completa erección—. ¿Lo ves? ¿Ves cómo estoy por tu culpa?

Marta abrió la boca y los ojos sin poder dar crédito. Era enorme. Enorme y dura. Apoyó las manos en los hombros de ella y empujó con suavidad para que se sentara en el sofá. Al hacerlo, su cara quedó a la altura de su pene, a escasa distancia. No podía dejar de mirarla.

Pasó la mano detrás de la nuca para acercarla hacia su miembro.

—Chúpamela, vamos. Lo deseas. —Marta pareció ceder hasta estar a escasos centímetros de su glande, pero, justo en ese momento, giró la cabeza y se deshizo de la mano sobre su nuca.

—No puedo. De verdad, no puedo.

—Vale, lo entiendo. —Cristian lanzó un suspiro más amplificado de lo esperado—. Me voy a la cama. —Se subió el pijama, se recolocó la camiseta y se dio la vuelta—. Los dos lo tenemos claro. Así que, a partir de ahora, déjame en paz. Y por favor, deja de comportarte como una calientapollas.

—Espera, Cristian. Espera, por favor. —Pero él ya desaparecía por el pasillo.



— · —​



Entró a su cuarto con una sensación agridulce. Había estado más cerca que nunca. Había llegado a ponerle la polla delante de su cara, lo que tenía un morbo excepcional, y ella había estado a punto de ceder. Sin embargo había cometido un error. No debió irse, y menos enfadado. Tenía que haber seguido insistiendo. Y si no hoy, mañana, pero acababa de eliminar todas las opciones de un portazo. Ahora ambos se alejarían el uno del otro y lo suyo terminaría enfriándose.

Se sentó en su cama con los codos apoyados sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. Absortó en sus pensamientos, no se percató que la puerta se abrió sigilosamente. Una figura se coló dentro y volvió a cerrar la puerta con el mismo mutismo.

—Nene —dijo en un susurro—, no quiero que estemos enfadados. Tienes razón en que he estado provocándote un poco, pero es que no me hablabas y yo… me estaba volviendo loca. Ya no sabía qué hacer. —Dio un hondo suspiro—. Te aprecio mucho y comprendo que sientas eso por mí, pero tienes que entender que quiero a tu padre y estoy comprometida con él.

Cristian levantó la cabeza, pero permaneció impasible. Su reacción beligerante había provocado un efecto catalizador y ahora ella tomaba una iniciativa de acercamiento más contundente, más acorde con lo que buscaba él. Aun así, mantuvo su pose de enfado.

—Mira —se sentó junto a él—, puede ser que hayamos fantaseado juntos y que me guste que hablemos de ciertos temas, como de tu novia y lo que hacéis cuando estáis solos. Pero ese tipo de cosas no pueden salir de aquí —dijo tocándole la cabeza con el dedo índice—. No te enfades conmigo ¿vale?

—Vete a dormir —dijo dándose la vuelta para meterse bajo las sábanas.

—Espera —le sujetó del hombro—. No te vayas así a la cama por mi culpa.

Se puso de pie y sus manos desaparecieron por debajo del salto de cama que llevaba esa noche. Metió los pulgares por los costados de sus bragas y tiró de ellas. Cristian las vio aparecer con los ojos como platos.

Marta levantó una pierna para sacar el pie de la prenda, luego repitió la operación con la otra.

—Toma, haz con ellas lo que quieras, pajéate, córrete encima y no te preocupes por lo sucias que queden. Cada mañana las repondré por otras nuevas —dijo señalando al cajón con un golpe de mentón—. Nuevas, pero recién usadas, ya me entiendes.

Cristian dudó y ella se las puso en las manos, agarrándolas entre las suyas.

—Venga, cógelas y volvamos a ser amigos, ¿vale? Como al principio, como antes del vídeo.

Él las levantó a la altura de sus ojos y las miró con detenimiento. Eran blancas, como las anteriores, pero en esta ocasión, el encaje ocupaba toda la prenda a excepción de la parte inferior, la que cubría los labios, que era de un material liso. Se fijó que, al igual que las otras, también unas flores de pétalos irregulares ayudaban a opacar la transparencia en toda su extensión, consiguiendo el mismo punto sexy se miraran por donde se miraran. En el elástico de la cintura, unas letras grandes resaltaban la marca y Cristian se preguntó cuánto invertiría Marta en esa parte de su atuendo.

Los bordes de las piernas eran rematados por unos ribetes de puntilla fina.

Pasó el pulgar por la parte interna, deslizándolo con suavidad. Después, las llevó a la nariz y cerró los ojos unos instantes. Olían a ella.

—¿Cada mañana? —preguntó con los ojos aún cerrados.

Marta se permitió una sonrisa, aliviada, y asintió con la cabeza. Sus ojos reflejaban la tensión liberada de ese último momento.

—Cada mañana —corroboró—. Limpiaré tu cuarto, vaciaré los pañuelos sucios que dejes en el cajón y repondré las bragas por las que lleve puestas ese día.

Cristian movió el mentón, dudando.

—Es lo más lejos que puedo ir —advirtió ella entornando las cejas.

Al final, tras unos interminables segundos de duda, él asintió, lo que provocó el abrazo efusivo de ella. Después, revolvió su pelo con una mano y comenzó a besarlo en la mejilla.

—Gracias —decía aliviada—. Gracias, Cristian. Esto es lo mejor para los dos.

Él le devolvió el abrazo, atrayéndola contra su cuerpo.

—Las voy a dejar perdidas de semen, aviso. No sabes lo cargado que llego a casa últimamente.

Una carcajada contenida salió de su garganta.

—Claro que sí —rió ella—, y a mí me encantará recogerlas para lavarlas.

Cristian olió su pelo antes de encararla. Después, frotó su nariz con la suya sin apartar los ojos.

—Me gusta oírte reír, aunque no te lo haya dicho nunca.

—Ayyy, mi niño. Ya tenía ganas de hacer las paces contigo —dijo ella—. Si es que… eres mi debilidad.

Volvió a besarlo presa de la alegría desbordada, llenando sus mofletes de babas.

—Oye, pava, relaja un poco que a la siguiente te meto la boca.

Ella rió su ocurrencia, pero no volvió a besarlo por si acaso, con la cara de él entre sus manos.

—Y apártate, que mira cómo tengo esto —en referencia a su miembro enhiesto que, en ese momento, se apretaba contra el pubis de ella separado solo por sus prendas de dormir—. Una caricia más y te preño. Luego no te enfades, ¿eh?

Ella arqueó las cejas.

—¿Enfadarme? —Sus pulgares acariciaron el rostro del muchacho como si limpiara sus mejillas—. ¿Con el hijo del hombre que amo con todo mi corazón?

»Tú eres lo más importante en su vida. Quererlo a él es quererte a ti. —Volvió a pasar los pulgares por las mejillas—. Nunca podría enfadarme contigo.



— · —​



Cuando se quedó solo en la habitación, sintió un regusto amargo en su conciencia. Había jugado con ella y la había manipulado con el único fin de colarse entre sus piernas. Marta no solo había demostrado ser una mujer madura y serena sino, además, buena persona. Se preguntó si no estaría pasándose de la raya con la futura esposa de su padre.

«A lo mejor sí —pensó con resignación—. Pero la paja me la hago».

Se apoyó en la pared en el mismo sitió que cuando Marta y su padre follaron de pie al otro lado. Cerró los ojos y recreó la escena. No le costó mucho ponerse en situación y enseguida su polla y su libido llegaron a niveles cercanos al orgasmo.

—Oooooh, ooooh, qué buena estás, joder —gemía mientras la meneaba con brío.

Se preguntó si ella sabría lo que estaba haciendo en ese instante.

«Seguro que sí».

Las bragas envolvían su polla y se pajeaba como si las follara, como si la follara a ella. Momentos más tarde, la abundante corrida dejó la prenda perdida de semen.

«Qué morbo saber que mañana las tendrás entre tus manos».

Las metió al cajón y se echó a dormir. Cayó rendido casi al instante.


Fin capítulo VIII
 

nicoadicto

Estrella Porno
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Bragas​



Durante los siguientes días no hubo novedad hasta la noche del viernes. Había llegado tarde a casa y caminó con sigilo por el pasillo antes de llegar a su cuarto. Una vez dentro se desnudó y se metió en la cama. Cristina no había querido subir al desván y le había dejado con dolor de huevos por el calentón.

«Si lo llego a saber me hubiera quedado con los colegas en el Cola de Pato», se lamentó.

Para empeorar las cosas aquella noche Marta volvía a follar a gritos con su padre. Cristian sintió una mezcla de excitación y rabia.

«Lo haces a posta, seguro».

De nuevo la imagen de ella desnuda, dejándose follar como una perra, nublo su mente. Se odió con toda su fuerza, pero decidió sacar las bragas del cajón para pajearse con ellas y bajar el calentón que ya traía, aunque eso fuera lo que pretendiera aquella arpía, provocarlo.

—Jódete, jódete, puta —susurraba para sí mientras se la meneaba con velocidad moviendo la mano con fuerza arriba y abajo.

Su polla, envuelta en la prenda, estaba a reventar.

—Toma, toma, toma, jod-derrrr. —La paja era frenética mientras, al otro lado, los gemidos continuaban.

—¿Quieres que te folle? ¿Es eso? ¿Me provocas para que folle tu coño negro, puta? mmmmf, mmmmf, oooooh, ooooooh.

Estaba a punto de correrse. Al otro lado, los gemidos indicaban que ella lo estaba también. Aguantó como pudo para no hacerlo antes que ella.

Al final llegaron a la vez, eyaculando al mismo tiempo aunque en dormitorios diferentes. Juntos, pero separados. Cuando todo terminó y el silencio volvió a envolver la noche, fue consciente del estropicio. Varios chorros de semen manchaban su vientre en gruesas líneas dirigidas. Las bragas, entre sus dedos, estaban totalmente pringadas.

«Mierda, joder. Justo lo que esa zorra pretendía».

La prenda volvió a su sitio de un manotazo.



— · —​



Ese fin de semana Marta volvió a intentar acercarse, manteniéndose pendiente de él en todo momento y atendiendo, solícita, cuando percibía que necesitaba algo. La hora de la comida fue una tortura para él.

—¿Quieres más pan? ¿Quieres el filete más hecho? Te puedo hacer otra cosa si no te gusta.

En vez de responder, aunque fuera con una negativa, se limitaba a mirar el teléfono o, en algún caso, hablaba con su padre que no se enteraba de lo que realmente pasaba en aquella mesa. La cara que tenía Marta, en cambio, dejaba muy patente lo que su indiferencia producía.

El lunes llegó y con ello la oportunidad de desaparecer del hogar las horas de universidad. Al menos hasta la hora de comer.

Uno de esos días, de vuelta del colegio, le extrañó no encontrar a nadie, y era raro porque la puerta de la entrada no estaba cerrada con doble llave. De pronto, desde el pasillo, llegó un sonido leve, como un quejido.

El origen provenía del dormitorio principal.

«¿Follando a mediodía? No me jodas».

Acercó la oreja a la puerta constatando que así era. Dentro apenas podía distinguir las voces distorsionadas. Se metió en su cuarto y pegó la oreja al tabique. Desde ahí, los gemidos de Marta se oían con nitidez extrema. Cualquiera diría que su cara estaba a varios centímetros.

«Se la está follando contra la pared. El cabrón la está dando por detrás contra la pared de mi cuarto».

Intentó imaginárselos a través del muro. Ella, apoyada manos en alto y culo en pompa, recibiendo desde atrás como una perra. Completamente desnuda y con sus tetas bamboleando adelante y atrás con cada arremetida o, peor, pegadas contra el gotelé.

«Zorra. Serás zorra. Es cosa tuya, puta».

Cristian se apoyó donde supuso que estarían sus manos. Palma contra palma, imitando su postura y acercó su frente al tabique.

«Cómo te gusta provocarme».

Se quitó toda la ropa y se hizo con las bragas del cajón. Volvió a apoyar una mano donde la tenía antes y con la otra se empezó a masturbar con la prenda enrollada en su polla.

«¿Es lo que buscas? ¿Esto es lo que quieres?».

Pegó la frente en la pared, en el mismo sitio donde debería estar la de Marta a escasos centímetros. Abrió los ojos intentando conectar con los suyos que estarían a la misma altura.

—Toma, joder, tomaaa. Uuuug, uuuuugmmm —Gemía en voz baja—. Oooooh, ooooh, me pones a cien, zorra. Pero te vas a joder. Te vas a jodeeeeer. Ummmm.

De nuevo la misma coreografía de Marta y Cristian corriéndose al unísono. De no ser por las bragas, toda su lefa habría acabado en la pared aunque, en ese momento, no le hubiera importado. La prenda volvía a estar en un estado calamitoso. La observó entre el horror y el asco.

—Puta zorra calientapollas. Esto es por tu culpa. No haces más que joderme.

Antes de que la pareja saliera, Cristian se vistió con rapidez y se fue al salón con el mismo sigilo, como si hubiera permanecido allí todo el tiempo. Momentos después aparecieron su padre y ella. Mario quedó muy sorprendido al verlo. Normal, dado los berridos de ambos.

—¡Cristian! ¿Estabas aquí? No creí que llegarías hasta… —Echó mano de su reloj comprobando la hora.

—Tranquilo, papá. No pasa nada —respondió con cierto hastío.

«Tú no tienes la culpa».

—Marta y yo estábamos… estábamos… —se llevó dos dedos a las sienes y las masajeó buscando una explicación que darle—. ¿Sabes eso de las maripositas y las abejitas con las flores? Pues nosotros hacíamos lo mismo, pero follando.

—Vale, papá. No me hacía falta ese dato, joder.

La sonrisa de oreja a oreja de Mario iluminaba todo el salón. Levantó las cejas varias veces y guiñó un ojo de manera teatral. Cogió a Marta de la cintura atrayéndola hacia él cuando trató de pasar a su lado e hizo el símbolo de la victoria levantando dos dedos en forma de uve.

“Dos veces”, gesticuló con los labios en voz baja, moviendo los dedos como si fueran las orejas de un conejo.

—Ay, por Dios, Mario. Qué tonto eres —protestó Marta azorada.

Miró a Cristian por el rabillo del ojo que le devolvió una mirada de odio. No se había tragado su inocencia de ese polvo improvisado.

—En fin. Voy a mi cuarto que ya veo que necesitáis estar solos. Otro día dejad colgado un calcetín en la entrada principal para ahorrarme el trauma.

—¿Y que lo robe cualquier extraño para utilizarlo como fetiche sexual? ¡Jamás! —protestó Mario levantando el puño.

Cristian puso los ojos en blanco antes de desaparecer. Una vez en su cuarto volvió a apoyarse en el mismo sitio de antes. Abriendo las palmas como si pudiera agarrar las de Marta a través del tabique. La había tenido delante a escasos centímetros; la anchura de un ladrillo, concretamente; follando y corriéndose en su cara. La muy guarra sabía exactamente cuándo llegaba de la universidad cada día. No había sido un polvo improvisado fruto de un calentón.

«Zorra».

La comida fue un calco de otros días y no vio el momento de huir con Cristina con quien pasó el resto del día. Para variar, esa vez no volvió tarde a casa. Entre semana debía madrugar y no era plan de ir a clase como un zombi por trasnochar a diario. También influía que Cristina no siempre le dejaba colarse entre sus piernas y, esa tarde, había sido una de esas veces. Le fastidiaba no poder follar con ella todo lo que quisiera, pero lo soportaba resignado por esa chica que era una mezcla de profesora de filosofía, modelo y animal sexual en el mismo cuerpo. Sin duda, Cristina lo tenía enamorado. Reticente y fría en la distancia corta, pero calurosa cuando debía serlo.

Abrió el cajón donde guardaba las bragas para pajearse con ellas. Ya no esperaba que su padre y Marta hicieran el amor. Oírla gemir había dejado de ser placentero. La manera exagerada de hacerlo de esa arpía lo torturaba. Por eso decidió pajearse a solas, sin ella, como si se la follara sin su consentimiento.

—Falsa, más que falsa —se dijo.

La sorpresa llegó cuando no encontró la prenda en el cajón. Se extrañó y miró debajo de la almohada por si acaso. Nada. Frunció el ceño. No había otro sitio donde pudiera estar, era muy cuidadoso con ellas. Al fin y al cabo era su mejor y último tesoro. Nadie excepto él sabía que la tenía y nadie excepto él entraba a su cuarto. Nadie excepto…

Salió como una exhalación, cruzó el pasillo de varias zancadas y se plantó en el salón hecho una furia.

—¿DÓNDE…? —se calló de súbito cuando vio a su padre sentado junto a ella. Éste lo miró desconcertado. Cristian carraspeó y bajó el tono a un nivel moderado—. ¿Dónde… ponían ese programa especial de las vacunas del coronavirus?

—En la 2 —contestó su padre—. Pero lo dieron ayer.

—Ah, sí, es verdad—. Se quedó de pie sin saber qué hacer. Miró a Marta que lo observaba con semblante preocupado. Quizás porque sabía a qué había venido. Al final optó por quedarse a ver la tele con ellos. Se sentó en el sofá continuo que formaba una L mayúscula con el que ocupaban su padre y ella.

Ponían un programa cutre de gente insustancial hablando tonterías. Cristian no podía quitar ojo a la futura mujer de su padre que, de hito en hito, le devolvía la mirada de manera furtiva. Junto a ella, su amado somnoliento luchaba por no caer frito. Con el paso de los minutos, las cabezadas de Mario fueron cada vez más continuadas.

—Te vas a dormir —susurró ella al oído en una de ellas.

—Ufff, es que no puedo con esta gente de la tele. No puedo, no puedo. —Se levantó del sofá medio grogui por el sopor—. Sobre todo con esa rubia de bote con morro de cerdo. Me mata de aburrimiento. Puta, más que puta —insultó a la pantalla—. Me voy a la cama. —Y desapareció por el pasillo.

En cuanto se oyó la puerta del cuarto cerrarse, Cristian la increpó, enfadado.

—¿Dónde están?

—¿El qué?

—No te hagas la tonta. Las bragas que me diste. ¿Dónde están?

—Ah, eso. Pues… las he echado a lavar.

—Pero… ¿por qué? —El semblante era de asombro—. ¿Por qué has hecho eso?

—Porque llevas muchos días con ellas. Hijo, es que… ya era hora de pasarlas por la lavadora.

—Joder, son mías ¿sabes? Mías. Me las diste. Puedo hacer con ellas lo que me dé la gana. Tú misma lo dijiste. No tienes derecho a quitármelas ¿Por qué lo haces? ¿Por qué te empeñas en joderme la vida?

—Ay, lo siento Cristian, de verdad. Venga, perdóname. No te las quería quitar, solo limpiarlas. Cógelas luego de la ropa limpia. Coge las que quieras de mi cajón.

—Que no es eso, joder. Yo quería esas. No otras, ESAS. Usadas por ti, aquel día.

Marta no supo qué decir. Miraba con pesadumbre a Cristian que se acababa de levantar y deambulaba por la estancia de un lado a otro.

—No me dejas tocarte, no me dejas acercarme a ti, no puedo ni mirarte sin que te enfades o te alejes de mí como si fuera un maniaco peligroso o un puto enfermo mental, y cuando por fin hago lo que quieres y te dejo en paz; concentrado en mi rollo… empiezas a tocarme los cojones.

—Yo… lo hice sin mala intención.

—De eso nada. Sabías muy bien lo que hacías. Llevas varias semanas jodiéndome. Como lo de follar con papá todas las noches gimiendo bien alto para que te oiga. O lo de pasearte con esos escotazos agachándote cada dos por tres delante de mí haciendo como que limpias algo.

—No, no. Te aseguro que no —protestó con ojos como platos.

—No me tomes por tonto —dijo irritado—. No quieres nada conmigo y me das calabazas, pero, si te dejo en paz ¿Qué haces tú? —Respiraba agitado por la tensión—. Te pasas los días intentando calentarme.

—¿Yo?

—Sí, tú. Porque en el fondo te encanta tenerme detrás de ti, con la polla bien dura, cortejándote. Siempre dispuesto como un perrillo moviendo la cola esperando un trozo de pan. Sí, necesitas mantener viva la posibilidad de hacértelo conmigo.

Marta abrió la boca, turbada. Se llevó la mano al pecho como si la noticia fuera una bofetada en su orgullo.

—Como el exfumador que lleva consigo un cigarro que nunca va a fumar solo para saber que puede encenderlo cuando quiera. A su disposición —continuó—. Y ya estoy harto de ser tu cigarro.

—Eso… eso no es así. De verdad, no pretendía…

—Reconócelo —dijo cogiéndola de los hombros y rebajando el volumen que ya no sonaba tan enfadado—. Me deseas, fantaseas conmigo, con que follemos juntos. Te corres solo de pensar en mí follándote a cuatro patas. De imaginar que te la meto por el culo subida a mi cama —la acercó hacia él pegándola a su cuerpo—. ¿Vas a negar que no te imaginas conmigo cada vez que follas con papá?

Abrió la boca para negarlo, pero se quedó callada con la voz congelada en la garganta como si no se atreviese a contrariarlo o como si al hacerlo le produjera miedo.

—Dejémonos de juegos de una vez. —Cristian se la jugó—. Vamos a follar. Aquí y ahora, en este sofá. Y vamos a dejar de jugar al ratón y al gato de una puta vez.

Volvieron a quedarse en silencio. Ella, bloqueada; él, esperando la respuesta que no llegaba. Cristian había lanzado el guante y quería recoger su fruto.

—No, Cristian —dijo por fin en un susurro todavía sin levantar la vista—. No puedo. Soy mucho mayor que tú, estoy comprometida, y pronto tu padre y yo…

—Deja al cornudo de mi padre en paz. Duerme feliz y los dos sabemos que no se va a enterar. Vamos —suplicó con un tono lleno de ternura—. Se te hace la boca agua por follar conmigo y yo me muero por hacerlo contigo.

Marta no se movió. Apenas, si acaso, un imperceptible movimiento de cabeza en sentido negativo.

—Venga, tía. Mira como estoy —cogió la mano de ella y se la llevó al paquete, obligándola a cogérsela por encima del pijama—. ¿Lo ves? Voy a estallar por tu culpa. ¿En serio me vas a dejar así?

Con la mano libre levantó su mentón e intentó besarla. Ella apartó la cara pero mantuvo la mano sobre de su miembro permitiendo que éste la apretara contra sí, restregándola.

—No puedo, de verdad. A lo mejor… si no estuviera él…

—¿Y me vas a dejar con la polla así de dura después de joderme la paja de esta noche? Venga, no me hagas esto.

La besó en la mejilla y después en el cuello. Soltó la mano que sostenía contra su polla y la abrazó por la cintura. Marta retiró la suya. Cristian acarició su espalda por encima de la ropa. Lumbares, hombros, cuello… Después repitió el mismo trayecto sin dejar de besuquearla pero esta vez, cuando llegó a sus hombros, cambió la dirección hacia un lateral donde alcanzó el nacimiento de un pecho. El besuqueo surtía su efecto. Había entrado en un estado de semiinconsciencia, con los ojos cerrados y la boca medio abierta sin dejarle tiempo para pensar.

Pero cuando su dedo pulgar estuvo a punto de alcanzar un pezón, Marta pareció despertar de su sopor y se apartó de él. Éste la sostuvo de las muñecas tratando de mantenerla pegada contra sí.

—No, eso no. Ya te lo he dicho —su mirada era suplicante pero de acero—. No vamos a follar.

—Pues al menos hazme una mamada. Vamos, eso sí que puedes.

A Marta el cambio de petición pareció cogerla desprevenida. Parpadeó como si no lo hubiera oído bien.

—Solo es una mamada. Mi polla y tu boca. Vamos, al menos eso.

—Bufff, de verdad, Cristian…

—Venga, lo deseas. Deseas mi polla. Fantaseas con chupármela desde la primera vez que la viste. Por eso me pediste el video con Cris. Porque fantaseabas con que me la chupabas a mí, como si fueras tú la protagonista de esa peli. —Ella dudaba—. Vamos, al menos date ese capricho y de paso me bajas el calentón.

Marta cogió aire y se encaró con él. Tenía un asomo de lágrimas en los ojos.

—Siento… siento que lleves enfadado todo este tiempo por mi culpa. Quise parar la deriva que llevabas conmigo, pero no que dejaras de hablarme. Te aprecio mucho, y no niego que siento algo por ti, pero yo… —Expiró profundamente—. No sé, Cristian, no quiero que me odies. No quiero ser una mala mujer.

—Mira. —Cristian llamó la atención haciendo que bajara la vista a su entrepierna. Se bajó el pantalón de pijama hasta las rodillas mostrando la polla en completa erección—. ¿Lo ves? ¿Ves cómo estoy por tu culpa?

Marta abrió la boca y los ojos sin poder dar crédito. Era enorme. Enorme y dura. Apoyó las manos en los hombros de ella y empujó con suavidad para que se sentara en el sofá. Al hacerlo, su cara quedó a la altura de su pene, a escasa distancia. No podía dejar de mirarla.

Pasó la mano detrás de la nuca para acercarla hacia su miembro.

—Chúpamela, vamos. Lo deseas. —Marta pareció ceder hasta estar a escasos centímetros de su glande, pero, justo en ese momento, giró la cabeza y se deshizo de la mano sobre su nuca.

—No puedo. De verdad, no puedo.

—Vale, lo entiendo. —Cristian lanzó un suspiro más amplificado de lo esperado—. Me voy a la cama. —Se subió el pijama, se recolocó la camiseta y se dio la vuelta—. Los dos lo tenemos claro. Así que, a partir de ahora, déjame en paz. Y por favor, deja de comportarte como una calientapollas.

—Espera, Cristian. Espera, por favor. —Pero él ya desaparecía por el pasillo.



— · —​



Entró a su cuarto con una sensación agridulce. Había estado más cerca que nunca. Había llegado a ponerle la polla delante de su cara, lo que tenía un morbo excepcional, y ella había estado a punto de ceder. Sin embargo había cometido un error. No debió irse, y menos enfadado. Tenía que haber seguido insistiendo. Y si no hoy, mañana, pero acababa de eliminar todas las opciones de un portazo. Ahora ambos se alejarían el uno del otro y lo suyo terminaría enfriándose.

Se sentó en su cama con los codos apoyados sobre las rodillas y la cabeza entre las manos. Absortó en sus pensamientos, no se percató que la puerta se abrió sigilosamente. Una figura se coló dentro y volvió a cerrar la puerta con el mismo mutismo.

—Nene —dijo en un susurro—, no quiero que estemos enfadados. Tienes razón en que he estado provocándote un poco, pero es que no me hablabas y yo… me estaba volviendo loca. Ya no sabía qué hacer. —Dio un hondo suspiro—. Te aprecio mucho y comprendo que sientas eso por mí, pero tienes que entender que quiero a tu padre y estoy comprometida con él.

Cristian levantó la cabeza, pero permaneció impasible. Su reacción beligerante había provocado un efecto catalizador y ahora ella tomaba una iniciativa de acercamiento más contundente, más acorde con lo que buscaba él. Aun así, mantuvo su pose de enfado.

—Mira —se sentó junto a él—, puede ser que hayamos fantaseado juntos y que me guste que hablemos de ciertos temas, como de tu novia y lo que hacéis cuando estáis solos. Pero ese tipo de cosas no pueden salir de aquí —dijo tocándole la cabeza con el dedo índice—. No te enfades conmigo ¿vale?

—Vete a dormir —dijo dándose la vuelta para meterse bajo las sábanas.

—Espera —le sujetó del hombro—. No te vayas así a la cama por mi culpa.

Se puso de pie y sus manos desaparecieron por debajo del salto de cama que llevaba esa noche. Metió los pulgares por los costados de sus bragas y tiró de ellas. Cristian las vio aparecer con los ojos como platos.

Marta levantó una pierna para sacar el pie de la prenda, luego repitió la operación con la otra.

—Toma, haz con ellas lo que quieras, pajéate, córrete encima y no te preocupes por lo sucias que queden. Cada mañana las repondré por otras nuevas —dijo señalando al cajón con un golpe de mentón—. Nuevas, pero recién usadas, ya me entiendes.

Cristian dudó y ella se las puso en las manos, agarrándolas entre las suyas.

—Venga, cógelas y volvamos a ser amigos, ¿vale? Como al principio, como antes del vídeo.

Él las levantó a la altura de sus ojos y las miró con detenimiento. Eran blancas, como las anteriores, pero en esta ocasión, el encaje ocupaba toda la prenda a excepción de la parte inferior, la que cubría los labios, que era de un material liso. Se fijó que, al igual que las otras, también unas flores de pétalos irregulares ayudaban a opacar la transparencia en toda su extensión, consiguiendo el mismo punto sexy se miraran por donde se miraran. En el elástico de la cintura, unas letras grandes resaltaban la marca y Cristian se preguntó cuánto invertiría Marta en esa parte de su atuendo.

Los bordes de las piernas eran rematados por unos ribetes de puntilla fina.

Pasó el pulgar por la parte interna, deslizándolo con suavidad. Después, las llevó a la nariz y cerró los ojos unos instantes. Olían a ella.

—¿Cada mañana? —preguntó con los ojos aún cerrados.

Marta se permitió una sonrisa, aliviada, y asintió con la cabeza. Sus ojos reflejaban la tensión liberada de ese último momento.

—Cada mañana —corroboró—. Limpiaré tu cuarto, vaciaré los pañuelos sucios que dejes en el cajón y repondré las bragas por las que lleve puestas ese día.

Cristian movió el mentón, dudando.

—Es lo más lejos que puedo ir —advirtió ella entornando las cejas.

Al final, tras unos interminables segundos de duda, él asintió, lo que provocó el abrazo efusivo de ella. Después, revolvió su pelo con una mano y comenzó a besarlo en la mejilla.

—Gracias —decía aliviada—. Gracias, Cristian. Esto es lo mejor para los dos.

Él le devolvió el abrazo, atrayéndola contra su cuerpo.

—Las voy a dejar perdidas de semen, aviso. No sabes lo cargado que llego a casa últimamente.

Una carcajada contenida salió de su garganta.

—Claro que sí —rió ella—, y a mí me encantará recogerlas para lavarlas.

Cristian olió su pelo antes de encararla. Después, frotó su nariz con la suya sin apartar los ojos.

—Me gusta oírte reír, aunque no te lo haya dicho nunca.

—Ayyy, mi niño. Ya tenía ganas de hacer las paces contigo —dijo ella—. Si es que… eres mi debilidad.

Volvió a besarlo presa de la alegría desbordada, llenando sus mofletes de babas.

—Oye, pava, relaja un poco que a la siguiente te meto la boca.

Ella rió su ocurrencia, pero no volvió a besarlo por si acaso, con la cara de él entre sus manos.

—Y apártate, que mira cómo tengo esto —en referencia a su miembro enhiesto que, en ese momento, se apretaba contra el pubis de ella separado solo por sus prendas de dormir—. Una caricia más y te preño. Luego no te enfades, ¿eh?

Ella arqueó las cejas.

—¿Enfadarme? —Sus pulgares acariciaron el rostro del muchacho como si limpiara sus mejillas—. ¿Con el hijo del hombre que amo con todo mi corazón?

»Tú eres lo más importante en su vida. Quererlo a él es quererte a ti. —Volvió a pasar los pulgares por las mejillas—. Nunca podría enfadarme contigo.



— · —​



Cuando se quedó solo en la habitación, sintió un regusto amargo en su conciencia. Había jugado con ella y la había manipulado con el único fin de colarse entre sus piernas. Marta no solo había demostrado ser una mujer madura y serena sino, además, buena persona. Se preguntó si no estaría pasándose de la raya con la futura esposa de su padre.

«A lo mejor sí —pensó con resignación—. Pero la paja me la hago».

Se apoyó en la pared en el mismo sitió que cuando Marta y su padre follaron de pie al otro lado. Cerró los ojos y recreó la escena. No le costó mucho ponerse en situación y enseguida su polla y su libido llegaron a niveles cercanos al orgasmo.

—Oooooh, ooooh, qué buena estás, joder —gemía mientras la meneaba con brío.

Se preguntó si ella sabría lo que estaba haciendo en ese instante.

«Seguro que sí».

Las bragas envolvían su polla y se pajeaba como si las follara, como si la follara a ella. Momentos más tarde, la abundante corrida dejó la prenda perdida de semen.

«Qué morbo saber que mañana las tendrás entre tus manos».

Las metió al cajón y se echó a dormir. Cayó rendido casi al instante.


Fin capítulo VIII
Tremendo!! Excelente capítulo!! Pasan los mismos y tanto el morbo como el interés x la zaga no decaen en absoluto. Es más, diría q van "in crescendo". Un genio!!!
Felicitaciones!!!!!
 

Little Malaya

Virgen
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Jeje, me estaba guardando este para después de acabarme LCDI... Y este me está gustando también, como era de esperar, pero...

¡¡¡ME ENTERO AQUÍ DE QUE HAY CONTINUACIÓN PENDIENTE DE DANI Y ALBA Y NO LO SABÍA!!! AAAAAAAAAHHH!!!!
 

ASeneka

Virgen
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Jeje, me estaba guardando este para después de acabarme LCDI... Y este me está gustando también, como era de esperar, pero...

¡¡¡ME ENTERO AQUÍ DE QUE HAY CONTINUACIÓN PENDIENTE DE DANI Y ALBA Y NO LO SABÍA!!! AAAAAAAAAHHH!!!!
Menuda ilusión encontrarte por aquí.
Pues sí, hay continuación, pero está muuuuuuy verde.
Antes, publicaré algún relato más corto.
Un abrazo.
 

ASeneka

Virgen
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El secreto del cornudo​




Al día siguiente, en clase de física, la profesora no paraba de explicar cosas ininteligibles, llenando la pizarra de dibujos y ecuaciones con símbolos griegos. Sin embargo, él solo tenía ojos para su culo de donde no despegaba la vista.

«Ya le daba yo newtons de fuerza contra la mesa a esta zorrita».

La vibración de un mensaje sacudió su bolsillo. Miró a los lados y echó mano del smartphone sin que nadie se diera cuenta. Sacarlo en clase estaba prohibido, así que lo ocultó debajo del pupitre. Había recibido un Whatsapp de Marta.

Era un vídeo.

Levantó una ceja, extrañado, y le dio a reproducir. Antes se había colocado uno de los auriculares inalámbricos en un oído. En la pantalla apareció la imagen fija de Marta de cintura para abajo. Reconoció la estancia al momento, era su cuarto y la cámara debía estar posada en la silla de su escritorio.

Se le abrieron los ojos como platos cuando vio introducir las manos por debajo del vestidito de verano y tirar de sus bragas hacia abajo. Se sacó la prenda por las piernas y la mostró a la cámara. Eran rojas, de encaje en la mitad superior. Un diminuto lacito adornaba el centro del elástico. En este caso el dibujo del encaje lo constituía una especie de ramificación con pequeñas hojas como bolitas.

Tragó saliva cuando vio cómo las dejaba caer dentro del último cajón de su mesilla y extraía las que le había dado ayer, totalmente sucias de semen reseco. Cristian sonrió ladino. Lo que pasó a continuación le dejó estupefacto.

Marta las manipulo ligeramente, quizás comprobando lo pringosas que estaban. Pasó las yemas de los pulgares por ciertas partes, las volteó a un lado y otro y… se las puso.

Consiguió encajarlas hasta arriba tirando de la prenda mientras movía la cadera a cada lado. Acto seguido levantó el vestidito por delante, mostrándolas durante unos segundos durante los cuales Cristian pudo apreciar la sombra oscura transparentada en mitad de la tela. Después, se agachó doblándose por la cintura y habló a la cámara.

—Como regalo, y solo por esta vez. Porque me encanta que nos llevemos bien y por ser el mejor “ahijado” —dijo entrecomillando con los dedos.

A Cristian se le había caído la mandíbula. Marta llevaba su semen en el coño.

SU-SE-MEN.

Tuvo que acomodarse la polla que había saltado como un resorte debajo del pantalón. Se pasó la mano por la frente para secarse el sudor y miró hacia los lados de nuevo para comprobar que todos seguían ajenos a él. Solo entonces reprodujo el vídeo otra vez.

Un minuto después, abrió el chat de su novia y escribió:

Cristian_

Cristi, ya sé cual va a ser tu castigo. Quiero que lleves unas bragas d otra tia. Me da igual quien sea. Despues t voy a follar con ellas n la cama de tus padres.

La clase continuaba, pero él ya estaba a kilómetros de allí. Ni tan siquiera el culo con forma de cereza invertida de la profesora pudo hacer que no pensara en otra cosa que no fuera el coño de Marta.

No veía el momento de que acabara la clase y poder llegar a casa. Cuando lo hizo, dejó las cosas en la entrada y fue directamente a la cocina, donde su padre y ella ya estaban a la mesa.

Llevaba el mismo vestido del vídeo y se preguntó si, debajo, también llevaría las mismas bragas pringadas de semen. Sintió un pequeño cosquilleo en el estómago. Marta sonrió al verlo, lo saludó como si tal cosa y le mandó sentarse a su lado. Por su actitud, no pudo adivinar si las llevaba o no. Su padre lo siguió con la vista mientras rodeaba la mesa.

—Te veo más alto —dijo entornando los ojos—. A ver si va a ser porque estás de pie. —Hizo una pausa mientras tomaba asiento—. Ah, sí. Era por eso.

Marta soltó una carcajada y ambos intercambiaron una mirada risueña. La de Mario con una sonrisa de oreja a oreja, la de Marta con los ojos llenos de amor. Sin duda, su futuro marido era su luz. Cristian sintió una punzada de admiración y celos aunque no supo por quién de los dos.

Ella lucía resplandeciente, y no solo por esa sonrisa que iluminaba su cara. También el vestido resaltaba el moreno de sus piernas. Se moría por saber lo que habría al final de ellas y no sabía cómo preguntarlo.

—Cuánta comida —señaló Cristian—. ¿Celebramos algo?

La miró a ella, pero quien respondió fue su padre.

—Sin duda —dijo él—. Hoy es la efemérides de ese acontecimiento tan relevante que sucedió hace un año y que se escribió para ser recordado. —Asintió con una caída de ojos mostrando lo sabio que era—. No te olvides de decírselo a tus profesores.

—Descuida, papá. Lo gritaré en voz alta desde mi pupitre.

—Ese es mi chico.

Su padre le ofreció el puño a modo de saludo que él, tras unos segundos de duda, terminó por aceptar. Al chocar con sus nudillos, su padre emitió un sonido como el de una explosión y separó su mano simulando chispas entre los dos.

—Pssss.

—No vuelvas a hacer eso, papá. Me siento ridículo. Es infantil.

Su padre se rió de él y Cristian terminó clavando los ojos en su plato. Hacía muchos años que ese tipo de payasadas había dejado de hacerle gracia. Sin embargo, Marta las disfrutaba como una colegiala, riendo cada una de sus monerías.

Volvió a fijarse en ella. Ardiendo en deseos de saber si aún llevaba las bragas con su semen. Tendría mucho morbo si las tuviera mientras los tres conversaban de temas mundanos. Un juego a tres bandas donde, mientras reían con su padre, a sus espaldas flotaría entre ellos dos un secreto que él sería incapaz de ver.

El secreto del cornudo.

Así era como solían llamarlo su amigo Javier y él. Para ellos no había nada más morboso que maniobrar a espaldas del cornudo que no se entera. Disfrutando de un doble juego de bromas con segundas interpretaciones solo visibles para ellos. Y todo en las narices del propio cornudo.

Aunque por desgracia, en esa ocasión, el cornudo era su padre. Chasqueó la lengua y sintió una punzada de remordimiento.

«Bueno, solo es un juego —se dijo—. Unas bragas manchadas no es infidelidad y él tampoco se va a enterar, así que…».

Marta seguía absorta en su amado y en la propia comida que continuamente iba sirviendo. Levantándose de la mesa cada dos por tres, sin terminar de conectar visualmente con él. En uno de los giros, su corta falda cogió algo de vuelo, poca cosa, pero suficiente para que su imaginación volara y recreara la prenda ante sus ojos llenas de su esencia, llenas de él.

—¿Todavía llevas eso? —preguntó con segundas.

—¿El qué? —contestó mientras vertía la salsa de una sartén en una fuente, de espaldas a él.

—Pues… eso —carraspeó—. Lo de ayer.

—¿Cuál? No sé qué dices.

—Ya sabes…

Marta no se enteraba y su padre terminó levantando la cabeza, intrigado. Giró la vista hacia su amada y la repasó de arriba abajo.

—¿El vestido? —preguntó Mario.

—Eh… sí, eso, el vestido —corroboró su hijo—. Es el de ayer, ¿no?

—¿Éste? —contestó ella frunciendo el ceño y mirándolo por primera vez—. Qué va, si no me lo he puesto en todo el año hasta hoy. Precisamente esta mañana lo he sacado del armario.

Cristian esperó alguna señal velada o un guiño.

No llegó.

Marta no se daba por aludida o no se enteraba de la pregunta con segundas de su hijastro. Continuó preparando el segundo plato de espaldas a ambos.

«Con lo morboso que sería».

No volvió a intentar coleguear con ella y arriesgarse a que su padre sospechara, así que continuó comiendo con la vista en el plato. La oportunidad se presentó cuando Mario se levantó para ir al salón y ambos se quedaron solos.

—Cariño, voy a reposar la comida frente a la tele —había dicho besándola—. Si cierro los ojos no será porque me esté durmiendo a causa del sopor ni nada de eso. Así que no me pintéis monigotes en la cara.

Marta sonrió ahondando el beso, Cristian puso los ojos en blanco. Nada más verlo salir, se acercó a ella por detrás.

—¿Llevas las bragas? —susurró.

—¿Qué? —contestó sobresaltada al verlo a su lado.

—Las bragas, las de ayer, con mi semen.

La cara de ella borró los restos de la sonrisa que le había regalado a su padre y mantuvo cierto rictus de perplejidad durante unos segundos.

—¿Eso era lo que me preguntabas en la comida? —La perplejidad se hizo sombra— ¿Delante de tu padre?

La última pregunta sonó como una acusación cayendo como una lápida. Su cara de reprobación dejaba bien claro su gran decepción.

—Bueno, a ver, tía, no me dirás que no es morboso. Tenía que saber si las llevas todavía.

Marta movió la cabeza a un lado y a otro, mostrando un triste desencanto y se apoyó hacia atrás, con las manos agarrando el borde de la encimera.

—Me las he puesto solo para el vídeo, antes de ir a la ducha. Un detalle hacia ti. Ya veo que he hecho mal.

—No, joder, no te mosquees.

—Cristian, en serio, si no sabes estar a la altura; si no vas a respetarme ni a mí ni a tu padre…

—Que no, que no. A ver… yo solo… Era una broma. Para hacer la coña delante de papá.

Los ojos de Marta casi se dan vuelta al percibir a su amado como centro de su burla.

—No, Cristian, el trato NO era para eso. El juego es entre tú y yo y no sale de tu cuarto. Lo hablamos ayer. Tú disfrutas de tu fantasía y yo te ayudo, pero solo a través de ese cajón.

Tenía la espalda recta y se había echado ligeramente hacia atrás, apartándose de él como si le repeliera. Todo el buenrollismo de ayer había desaparecido y, en su lugar, Marta comenzaba a tomar el mismo rictus indolente del principio. Tocaba dar un paso atrás.

—Vale, perdona. Es que tu vídeo me ha puesto muy marrano y he desbarrado un poco. —Marta seguía mirándolo con el mismo semblante, sin dar el brazo a torcer—. Vaa, tía. No te chines. Que soy un adolescente y tengo las hormonas a mil.

Ella movió el mentón a un lado, sosteniendo su mirada. No terminaba de estar segura de él.

—Vale, está bien. Vete a estudiar, anda. —Terminó claudicando y, con ello, eliminando la tensión. Le dio un azote cariñoso para que saliera de la cocina. Casi en el quicio de la puerta se giró hacia ella.

—¿Pero, las llevas o no?

Marta puso los ojos en blanco.

—No, por Dios. Las he echado a lavar nada más enviarte el mensaje.

Cristian hizo un mohín, pero le devolvió una sonrisa triste. No era la respuesta que esperaba.

—Pero todavía estaban muy pringosas cuando las he cogido —dijo, ahora sí, en tono conciliador—, por si te sirve de consuelo.

La sonrisa de él se convirtió en una mueca de sorpresa placentera.

—Vale, me sirve para… ejem —carraspeó—. Me voy a estudiar.

Marta le lanzó un trapo y él rió a carcajadas mientras salía disparado por el pasillo.



— · —​



A la tarde se juntó con su padre y Marta en el salón. Ambos leían con la tele puesta. Levantando la vista de vez en cuando, entre página y página. Unos tertulianos chonis se gritaban de todo alrededor de una mesa. Cristian se desparramó en el sofá contiguo y comenzó a chatear con Cristina.

Cristian_

Como van esas braguitas que te vas a poner de otra tia y con las que te voy a follar?

Cristi_

Jolin, que pesadito estas con el tema. Dame un poco d tiempo, no?​

Cristian_

Es mi reto. Lo tienes que hacer

Cristi_

Ya, bueno, ahora stoy en casa de Lauri. Nos estamos probando ropa suya.​

Cristian_

Tambien bragas????

Cristi_

No, eso no, tío. No somos tan guarras. Pero a ver si le puedo escaquear unas sin que se entere y q m puedas follar con ellas.​

Cristian_

ufffff, pava, como me acabas de poner. Quedamos esta tarde, en tu casa, no?

Cristi_

mejor mañana q no stan mis padres. Mientras tanto, no te la vayas a menear pensando en mi amiga, perro​

Cristian apagó el móvil y observó a Marta que en ese momento miraba los tertulianos de la tele y negaba con la cabeza.

«En ti es en quien voy a pensar, joder».

Se preguntó si Cristina accedería a ponerse unas de ella recién usadas.

«Estaría guapo», se dijo.

La impaciencia le pudo y, un rato después, salía de casa en dirección a la de su novia. Le había dicho que ya habían dejado de probarse cosas y se volvía con un “regalo” de su amiga. Quizás habría suerte.



— · —​



En el segundo descansillo se encontró con Herminia que subía escalón a escalón con dos bolsas de la compra, intentando no perder el resuello.

—Herminia, joder, llámeme al telefonillo y bajo a buscarla. Puta manía con hacer la ascensión hasta el quinto como si se creyera un sherpa de Móstoles.

—¿Y qué te crees que soy, una vieja, so mandril?

—Pues sí, coño y mucho. Que un día va a llegar tan arrugada por la falta de oxígeno que no se le van a ver ni los ojos. Más de lo que está, digo.

Herminia movió el mentón hacia adelante y fijó la vista en él.

—Gracias por preocuparte por la tersura de mi tez, pero, si no te importa, seguiré subiendo mis compras yo misma. Y tranquilo, que no voy a morir en el descansillo por unos escalones de nada.

—A ver, que no es porque se muera usted, sino por el susto que me llevo.

De haber llevado chándal, le hubiera lanzado una bolsa a la cabeza. En su lugar entrecerró los ojos intentando fulminarle con la mirada. Cristian se hizo con las bolsas de la señora.

—La culpa la tiene el tocahuevos de su hijo —insistió él comenzando a ascender—. Mi padre dijo que en la última reunión de portal se negó a que se sustituyera el ascensor por otro nuevo. Y las reparaciones le parecieron muy caras —bufó—. ¡Que su madre moribunda vive en un quinto piso, coño!

—No te metas con el tocahuevos de mi hijo. Sus bobadas son cosa mía.

Cristian movió la cabeza. Su hijo era un rata miserable que se negaba a que su madre gastara un solo euro solo para poder heredarlo algún día. El típico tocapelotas que hay en cada bloque de pisos que boicotea cualquier acuerdo de la comunidad que implique gastar dinero.

—Sus bobadas le están hiperdesarrollando unos cuádriceps horribles y un culo fibroso que no pegan con sus tetas arrugadas de vieja chocha.

Herminia se llevó tres dedos al puente de la nariz y resopló hastiada.

—Fffffff, chico, un día salto y te arranco la cara a arañazos.

Cristian se carcajeó con sonoridad.

—Ande, apóyese en mí y deje que le ayude, Catwoman.

—Te dejaré ciego —amenazó ella mientras le cogía del brazo con sus manos huesudas.

La acompañó hasta su puerta pasando dentro con ella. Las compras pesaban tanto como parecían y se preguntó desde qué hora llevaría trepando escaleras. Al llegar a la cocina, Herminia se sentó en una silla mientras él metía parte de los productos en la nevera.

—Pero… ¿qué coño? ¡joder! —exclamó de pronto él.

Ella le observaba con una especie de felicidad vengativa. Cristian no daba crédito.

—Pero, pero… hay tres consoladores en el frigorífico. —Su mirada iba de Herminia al interior del electrodoméstico sin salir de su asombro—. Y son… enormes. Y usted… usted es un vejestorio, joder.

—¡Calla, macaco! Soy una mujer actual y moderna que se mueve con los tiempos. Independiente y desinhibida que sabe lo que quiere —bufó—. Y tú solo eres un mocoso que aún no sabe dónde la tiene. A ver si piensas que eres el único que se masturba en este país.

Cristian se tapaba los ojos con fuerza como si con ello pudiera eliminar la imagen que acababa de formarse de su vecina con los dildos.

—Me está dando mucho asco.

—No te lo daría tanto si fueran de tu… “madrastra” —apostilló con un tono ladino.

Se puso en alerta y comenzó a destaparse un ojo para encararla. Herminia mostraba una sonrisa de quien conoce un secreto muy oscuro.

—No sé de qué habla.

—Venga ya, chico. He visto cómo la miras cuando vais los tres por la calle —hizo una pausa—. Y los repasos que le pegas al culo… y lo que no es el culo —malmetió—. ¿Te gustan las que marcan paquete?

—De verdad, Herminia, que no sé de qué habla. Está chocheando.

—Hablo de que te la meneas pensando en ella; con la futura mujer de tu padre. —Y soltó la bomba—. Y con sus braguitas sucias.

—¡Qué coño dice! ¡¿Cómo sabe eso?!

La mujer abrió la boca en una mueca muda de una carcajada mostrando unos dientes todavía blancos y bien cuidados. Pero la suya era una imagen de alguien con una mente sibilina.

—No lo sabía. Lo supuse porque es el fetiche de todos los adolescentes pajilleros como tú. Ahora me lo acabas de confirmar.

Cristian se golpeó en la frente, enfadado consigo mismo por ser tan torpe. Se puso de pie y apretó los puños.

—Y usted se pajea con tres consoladores mandingos que parecen pollas disecadas. No sé qué es peor.

—Son moldes hiperrealistas de penes de verdad, idiota. Y la diferencia es que a mí no me avergüenza pajearme con fetiches de otros como a ti, que te has puesto más colorado que un tomate.

La conversación había dejado de tener gracia. Fruncía el ceño, tan enfadado como confuso. Las bragas de Marta eran un secreto entre ellos dos que acababa de quedar descubierto. Para colmo acababa de conocer algo íntimo de la vida de su vecina que hubiera preferido no saber.

—¿Y los tiene que tener en la nevera para que yo los vea?

—Para mantenerlos alejados de lugares calientes y húmedos donde proliferan las bacterias.

—Como su chocho arrugado, ¿no?

Herminia apretó la mandíbula.

—En serio, chico, te dejo ciego —dijo levantando los dedos a modo de garras.

Se quedaron en silencio, lo que ayudó a que la tensión se rebajara poco a poco. La vieja había demostrado ser tremendamente sagaz. Cristian sonrió levemente, al menos ambos conocían un secreto obsceno del otro.

—Y, ¿dice que son moldes? —preguntó conciliador—. ¿De quién, si puede saberse?

—No, no se puede. No sea que me pidas alguno para metértelo vete a saber por dónde. —Se lo pensó un poco—. Pero te puedo decir que las personas de quien salieron los moldes… no saben que las poseo.

Se acercó a él con una sonrisa roedora y bajó la voz a un susurro.

—Menudo morbazo masturbarte con algo de otro a sus espaldas. Algo prohibido y vergonzante que solo tú conoces, ¿eh?, pequeño guarrete. Lo excitante que resulta estrechar su mano con una sonrisa franca, sin que llegue a imaginar, por lo más remoto, lo que acaba de suceder minutos antes en la intimidad de tu dormitorio.

«El Secreto del Cornudo», pensó Cristian para sus adentros y sonrió con ella.

—Pues sí, vieja zorra. Y hablar con segundas sin que se entere realmente de a qué te estás refiriendo. Aunque en su caso suene espeluznante.

La colleja se oyó hasta en el pasillo.


Fin capítulo iX
 

nicoadicto

Estrella Porno
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El secreto del cornudo​




Al día siguiente, en clase de física, la profesora no paraba de explicar cosas ininteligibles, llenando la pizarra de dibujos y ecuaciones con símbolos griegos. Sin embargo, él solo tenía ojos para su culo de donde no despegaba la vista.

«Ya le daba yo newtons de fuerza contra la mesa a esta zorrita».

La vibración de un mensaje sacudió su bolsillo. Miró a los lados y echó mano del smartphone sin que nadie se diera cuenta. Sacarlo en clase estaba prohibido, así que lo ocultó debajo del pupitre. Había recibido un Whatsapp de Marta.

Era un vídeo.

Levantó una ceja, extrañado, y le dio a reproducir. Antes se había colocado uno de los auriculares inalámbricos en un oído. En la pantalla apareció la imagen fija de Marta de cintura para abajo. Reconoció la estancia al momento, era su cuarto y la cámara debía estar posada en la silla de su escritorio.

Se le abrieron los ojos como platos cuando vio introducir las manos por debajo del vestidito de verano y tirar de sus bragas hacia abajo. Se sacó la prenda por las piernas y la mostró a la cámara. Eran rojas, de encaje en la mitad superior. Un diminuto lacito adornaba el centro del elástico. En este caso el dibujo del encaje lo constituía una especie de ramificación con pequeñas hojas como bolitas.

Tragó saliva cuando vio cómo las dejaba caer dentro del último cajón de su mesilla y extraía las que le había dado ayer, totalmente sucias de semen reseco. Cristian sonrió ladino. Lo que pasó a continuación le dejó estupefacto.

Marta las manipulo ligeramente, quizás comprobando lo pringosas que estaban. Pasó las yemas de los pulgares por ciertas partes, las volteó a un lado y otro y… se las puso.

Consiguió encajarlas hasta arriba tirando de la prenda mientras movía la cadera a cada lado. Acto seguido levantó el vestidito por delante, mostrándolas durante unos segundos durante los cuales Cristian pudo apreciar la sombra oscura transparentada en mitad de la tela. Después, se agachó doblándose por la cintura y habló a la cámara.

—Como regalo, y solo por esta vez. Porque me encanta que nos llevemos bien y por ser el mejor “ahijado” —dijo entrecomillando con los dedos.

A Cristian se le había caído la mandíbula. Marta llevaba su semen en el coño.

SU-SE-MEN.

Tuvo que acomodarse la polla que había saltado como un resorte debajo del pantalón. Se pasó la mano por la frente para secarse el sudor y miró hacia los lados de nuevo para comprobar que todos seguían ajenos a él. Solo entonces reprodujo el vídeo otra vez.

Un minuto después, abrió el chat de su novia y escribió:

Cristian_

Cristi, ya sé cual va a ser tu castigo. Quiero que lleves unas bragas d otra tia. Me da igual quien sea. Despues t voy a follar con ellas n la cama de tus padres.

La clase continuaba, pero él ya estaba a kilómetros de allí. Ni tan siquiera el culo con forma de cereza invertida de la profesora pudo hacer que no pensara en otra cosa que no fuera el coño de Marta.

No veía el momento de que acabara la clase y poder llegar a casa. Cuando lo hizo, dejó las cosas en la entrada y fue directamente a la cocina, donde su padre y ella ya estaban a la mesa.

Llevaba el mismo vestido del vídeo y se preguntó si, debajo, también llevaría las mismas bragas pringadas de semen. Sintió un pequeño cosquilleo en el estómago. Marta sonrió al verlo, lo saludó como si tal cosa y le mandó sentarse a su lado. Por su actitud, no pudo adivinar si las llevaba o no. Su padre lo siguió con la vista mientras rodeaba la mesa.

—Te veo más alto —dijo entornando los ojos—. A ver si va a ser porque estás de pie. —Hizo una pausa mientras tomaba asiento—. Ah, sí. Era por eso.

Marta soltó una carcajada y ambos intercambiaron una mirada risueña. La de Mario con una sonrisa de oreja a oreja, la de Marta con los ojos llenos de amor. Sin duda, su futuro marido era su luz. Cristian sintió una punzada de admiración y celos aunque no supo por quién de los dos.

Ella lucía resplandeciente, y no solo por esa sonrisa que iluminaba su cara. También el vestido resaltaba el moreno de sus piernas. Se moría por saber lo que habría al final de ellas y no sabía cómo preguntarlo.

—Cuánta comida —señaló Cristian—. ¿Celebramos algo?

La miró a ella, pero quien respondió fue su padre.

—Sin duda —dijo él—. Hoy es la efemérides de ese acontecimiento tan relevante que sucedió hace un año y que se escribió para ser recordado. —Asintió con una caída de ojos mostrando lo sabio que era—. No te olvides de decírselo a tus profesores.

—Descuida, papá. Lo gritaré en voz alta desde mi pupitre.

—Ese es mi chico.

Su padre le ofreció el puño a modo de saludo que él, tras unos segundos de duda, terminó por aceptar. Al chocar con sus nudillos, su padre emitió un sonido como el de una explosión y separó su mano simulando chispas entre los dos.

—Pssss.

—No vuelvas a hacer eso, papá. Me siento ridículo. Es infantil.

Su padre se rió de él y Cristian terminó clavando los ojos en su plato. Hacía muchos años que ese tipo de payasadas había dejado de hacerle gracia. Sin embargo, Marta las disfrutaba como una colegiala, riendo cada una de sus monerías.

Volvió a fijarse en ella. Ardiendo en deseos de saber si aún llevaba las bragas con su semen. Tendría mucho morbo si las tuviera mientras los tres conversaban de temas mundanos. Un juego a tres bandas donde, mientras reían con su padre, a sus espaldas flotaría entre ellos dos un secreto que él sería incapaz de ver.

El secreto del cornudo.

Así era como solían llamarlo su amigo Javier y él. Para ellos no había nada más morboso que maniobrar a espaldas del cornudo que no se entera. Disfrutando de un doble juego de bromas con segundas interpretaciones solo visibles para ellos. Y todo en las narices del propio cornudo.

Aunque por desgracia, en esa ocasión, el cornudo era su padre. Chasqueó la lengua y sintió una punzada de remordimiento.

«Bueno, solo es un juego —se dijo—. Unas bragas manchadas no es infidelidad y él tampoco se va a enterar, así que…».

Marta seguía absorta en su amado y en la propia comida que continuamente iba sirviendo. Levantándose de la mesa cada dos por tres, sin terminar de conectar visualmente con él. En uno de los giros, su corta falda cogió algo de vuelo, poca cosa, pero suficiente para que su imaginación volara y recreara la prenda ante sus ojos llenas de su esencia, llenas de él.

—¿Todavía llevas eso? —preguntó con segundas.

—¿El qué? —contestó mientras vertía la salsa de una sartén en una fuente, de espaldas a él.

—Pues… eso —carraspeó—. Lo de ayer.

—¿Cuál? No sé qué dices.

—Ya sabes…

Marta no se enteraba y su padre terminó levantando la cabeza, intrigado. Giró la vista hacia su amada y la repasó de arriba abajo.

—¿El vestido? —preguntó Mario.

—Eh… sí, eso, el vestido —corroboró su hijo—. Es el de ayer, ¿no?

—¿Éste? —contestó ella frunciendo el ceño y mirándolo por primera vez—. Qué va, si no me lo he puesto en todo el año hasta hoy. Precisamente esta mañana lo he sacado del armario.

Cristian esperó alguna señal velada o un guiño.

No llegó.

Marta no se daba por aludida o no se enteraba de la pregunta con segundas de su hijastro. Continuó preparando el segundo plato de espaldas a ambos.

«Con lo morboso que sería».

No volvió a intentar coleguear con ella y arriesgarse a que su padre sospechara, así que continuó comiendo con la vista en el plato. La oportunidad se presentó cuando Mario se levantó para ir al salón y ambos se quedaron solos.

—Cariño, voy a reposar la comida frente a la tele —había dicho besándola—. Si cierro los ojos no será porque me esté durmiendo a causa del sopor ni nada de eso. Así que no me pintéis monigotes en la cara.

Marta sonrió ahondando el beso, Cristian puso los ojos en blanco. Nada más verlo salir, se acercó a ella por detrás.

—¿Llevas las bragas? —susurró.

—¿Qué? —contestó sobresaltada al verlo a su lado.

—Las bragas, las de ayer, con mi semen.

La cara de ella borró los restos de la sonrisa que le había regalado a su padre y mantuvo cierto rictus de perplejidad durante unos segundos.

—¿Eso era lo que me preguntabas en la comida? —La perplejidad se hizo sombra— ¿Delante de tu padre?

La última pregunta sonó como una acusación cayendo como una lápida. Su cara de reprobación dejaba bien claro su gran decepción.

—Bueno, a ver, tía, no me dirás que no es morboso. Tenía que saber si las llevas todavía.

Marta movió la cabeza a un lado y a otro, mostrando un triste desencanto y se apoyó hacia atrás, con las manos agarrando el borde de la encimera.

—Me las he puesto solo para el vídeo, antes de ir a la ducha. Un detalle hacia ti. Ya veo que he hecho mal.

—No, joder, no te mosquees.

—Cristian, en serio, si no sabes estar a la altura; si no vas a respetarme ni a mí ni a tu padre…

—Que no, que no. A ver… yo solo… Era una broma. Para hacer la coña delante de papá.

Los ojos de Marta casi se dan vuelta al percibir a su amado como centro de su burla.

—No, Cristian, el trato NO era para eso. El juego es entre tú y yo y no sale de tu cuarto. Lo hablamos ayer. Tú disfrutas de tu fantasía y yo te ayudo, pero solo a través de ese cajón.

Tenía la espalda recta y se había echado ligeramente hacia atrás, apartándose de él como si le repeliera. Todo el buenrollismo de ayer había desaparecido y, en su lugar, Marta comenzaba a tomar el mismo rictus indolente del principio. Tocaba dar un paso atrás.

—Vale, perdona. Es que tu vídeo me ha puesto muy marrano y he desbarrado un poco. —Marta seguía mirándolo con el mismo semblante, sin dar el brazo a torcer—. Vaa, tía. No te chines. Que soy un adolescente y tengo las hormonas a mil.

Ella movió el mentón a un lado, sosteniendo su mirada. No terminaba de estar segura de él.

—Vale, está bien. Vete a estudiar, anda. —Terminó claudicando y, con ello, eliminando la tensión. Le dio un azote cariñoso para que saliera de la cocina. Casi en el quicio de la puerta se giró hacia ella.

—¿Pero, las llevas o no?

Marta puso los ojos en blanco.

—No, por Dios. Las he echado a lavar nada más enviarte el mensaje.

Cristian hizo un mohín, pero le devolvió una sonrisa triste. No era la respuesta que esperaba.

—Pero todavía estaban muy pringosas cuando las he cogido —dijo, ahora sí, en tono conciliador—, por si te sirve de consuelo.

La sonrisa de él se convirtió en una mueca de sorpresa placentera.

—Vale, me sirve para… ejem —carraspeó—. Me voy a estudiar.

Marta le lanzó un trapo y él rió a carcajadas mientras salía disparado por el pasillo.



— · —​



A la tarde se juntó con su padre y Marta en el salón. Ambos leían con la tele puesta. Levantando la vista de vez en cuando, entre página y página. Unos tertulianos chonis se gritaban de todo alrededor de una mesa. Cristian se desparramó en el sofá contiguo y comenzó a chatear con Cristina.

Cristian_

Como van esas braguitas que te vas a poner de otra tia y con las que te voy a follar?

Cristi_

Jolin, que pesadito estas con el tema. Dame un poco d tiempo, no?​

Cristian_

Es mi reto. Lo tienes que hacer

Cristi_

Ya, bueno, ahora stoy en casa de Lauri. Nos estamos probando ropa suya.​

Cristian_

Tambien bragas????

Cristi_

No, eso no, tío. No somos tan guarras. Pero a ver si le puedo escaquear unas sin que se entere y q m puedas follar con ellas.​

Cristian_

ufffff, pava, como me acabas de poner. Quedamos esta tarde, en tu casa, no?

Cristi_

mejor mañana q no stan mis padres. Mientras tanto, no te la vayas a menear pensando en mi amiga, perro​

Cristian apagó el móvil y observó a Marta que en ese momento miraba los tertulianos de la tele y negaba con la cabeza.

«En ti es en quien voy a pensar, joder».

Se preguntó si Cristina accedería a ponerse unas de ella recién usadas.

«Estaría guapo», se dijo.

La impaciencia le pudo y, un rato después, salía de casa en dirección a la de su novia. Le había dicho que ya habían dejado de probarse cosas y se volvía con un “regalo” de su amiga. Quizás habría suerte.



— · —​



En el segundo descansillo se encontró con Herminia que subía escalón a escalón con dos bolsas de la compra, intentando no perder el resuello.

—Herminia, joder, llámeme al telefonillo y bajo a buscarla. Puta manía con hacer la ascensión hasta el quinto como si se creyera un sherpa de Móstoles.

—¿Y qué te crees que soy, una vieja, so mandril?

—Pues sí, coño y mucho. Que un día va a llegar tan arrugada por la falta de oxígeno que no se le van a ver ni los ojos. Más de lo que está, digo.

Herminia movió el mentón hacia adelante y fijó la vista en él.

—Gracias por preocuparte por la tersura de mi tez, pero, si no te importa, seguiré subiendo mis compras yo misma. Y tranquilo, que no voy a morir en el descansillo por unos escalones de nada.

—A ver, que no es porque se muera usted, sino por el susto que me llevo.

De haber llevado chándal, le hubiera lanzado una bolsa a la cabeza. En su lugar entrecerró los ojos intentando fulminarle con la mirada. Cristian se hizo con las bolsas de la señora.

—La culpa la tiene el tocahuevos de su hijo —insistió él comenzando a ascender—. Mi padre dijo que en la última reunión de portal se negó a que se sustituyera el ascensor por otro nuevo. Y las reparaciones le parecieron muy caras —bufó—. ¡Que su madre moribunda vive en un quinto piso, coño!

—No te metas con el tocahuevos de mi hijo. Sus bobadas son cosa mía.

Cristian movió la cabeza. Su hijo era un rata miserable que se negaba a que su madre gastara un solo euro solo para poder heredarlo algún día. El típico tocapelotas que hay en cada bloque de pisos que boicotea cualquier acuerdo de la comunidad que implique gastar dinero.

—Sus bobadas le están hiperdesarrollando unos cuádriceps horribles y un culo fibroso que no pegan con sus tetas arrugadas de vieja chocha.

Herminia se llevó tres dedos al puente de la nariz y resopló hastiada.

—Fffffff, chico, un día salto y te arranco la cara a arañazos.

Cristian se carcajeó con sonoridad.

—Ande, apóyese en mí y deje que le ayude, Catwoman.

—Te dejaré ciego —amenazó ella mientras le cogía del brazo con sus manos huesudas.

La acompañó hasta su puerta pasando dentro con ella. Las compras pesaban tanto como parecían y se preguntó desde qué hora llevaría trepando escaleras. Al llegar a la cocina, Herminia se sentó en una silla mientras él metía parte de los productos en la nevera.

—Pero… ¿qué coño? ¡joder! —exclamó de pronto él.

Ella le observaba con una especie de felicidad vengativa. Cristian no daba crédito.

—Pero, pero… hay tres consoladores en el frigorífico. —Su mirada iba de Herminia al interior del electrodoméstico sin salir de su asombro—. Y son… enormes. Y usted… usted es un vejestorio, joder.

—¡Calla, macaco! Soy una mujer actual y moderna que se mueve con los tiempos. Independiente y desinhibida que sabe lo que quiere —bufó—. Y tú solo eres un mocoso que aún no sabe dónde la tiene. A ver si piensas que eres el único que se masturba en este país.

Cristian se tapaba los ojos con fuerza como si con ello pudiera eliminar la imagen que acababa de formarse de su vecina con los dildos.

—Me está dando mucho asco.

—No te lo daría tanto si fueran de tu… “madrastra” —apostilló con un tono ladino.

Se puso en alerta y comenzó a destaparse un ojo para encararla. Herminia mostraba una sonrisa de quien conoce un secreto muy oscuro.

—No sé de qué habla.

—Venga ya, chico. He visto cómo la miras cuando vais los tres por la calle —hizo una pausa—. Y los repasos que le pegas al culo… y lo que no es el culo —malmetió—. ¿Te gustan las que marcan paquete?

—De verdad, Herminia, que no sé de qué habla. Está chocheando.

—Hablo de que te la meneas pensando en ella; con la futura mujer de tu padre. —Y soltó la bomba—. Y con sus braguitas sucias.

—¡Qué coño dice! ¡¿Cómo sabe eso?!

La mujer abrió la boca en una mueca muda de una carcajada mostrando unos dientes todavía blancos y bien cuidados. Pero la suya era una imagen de alguien con una mente sibilina.

—No lo sabía. Lo supuse porque es el fetiche de todos los adolescentes pajilleros como tú. Ahora me lo acabas de confirmar.

Cristian se golpeó en la frente, enfadado consigo mismo por ser tan torpe. Se puso de pie y apretó los puños.

—Y usted se pajea con tres consoladores mandingos que parecen pollas disecadas. No sé qué es peor.

—Son moldes hiperrealistas de penes de verdad, idiota. Y la diferencia es que a mí no me avergüenza pajearme con fetiches de otros como a ti, que te has puesto más colorado que un tomate.

La conversación había dejado de tener gracia. Fruncía el ceño, tan enfadado como confuso. Las bragas de Marta eran un secreto entre ellos dos que acababa de quedar descubierto. Para colmo acababa de conocer algo íntimo de la vida de su vecina que hubiera preferido no saber.

—¿Y los tiene que tener en la nevera para que yo los vea?

—Para mantenerlos alejados de lugares calientes y húmedos donde proliferan las bacterias.

—Como su chocho arrugado, ¿no?

Herminia apretó la mandíbula.

—En serio, chico, te dejo ciego —dijo levantando los dedos a modo de garras.

Se quedaron en silencio, lo que ayudó a que la tensión se rebajara poco a poco. La vieja había demostrado ser tremendamente sagaz. Cristian sonrió levemente, al menos ambos conocían un secreto obsceno del otro.

—Y, ¿dice que son moldes? —preguntó conciliador—. ¿De quién, si puede saberse?

—No, no se puede. No sea que me pidas alguno para metértelo vete a saber por dónde. —Se lo pensó un poco—. Pero te puedo decir que las personas de quien salieron los moldes… no saben que las poseo.

Se acercó a él con una sonrisa roedora y bajó la voz a un susurro.

—Menudo morbazo masturbarte con algo de otro a sus espaldas. Algo prohibido y vergonzante que solo tú conoces, ¿eh?, pequeño guarrete. Lo excitante que resulta estrechar su mano con una sonrisa franca, sin que llegue a imaginar, por lo más remoto, lo que acaba de suceder minutos antes en la intimidad de tu dormitorio.

«El Secreto del Cornudo», pensó Cristian para sus adentros y sonrió con ella.

—Pues sí, vieja zorra. Y hablar con segundas sin que se entere realmente de a qué te estás refiriendo. Aunque en su caso suene espeluznante.

La colleja se oyó hasta en el pasillo.


Fin capítulo iX
Épico!! Excelente capitulos q ha tenido unos giros morbosos muy atrapantes!!!
 

ASeneka

Virgen
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Teresa​


En casa de Cristina, fue su madre quien le recibió. Estaba sola y le hizo pasar a la cocina mientras terminaba de recogerla. Su hija no tardaría en llegar, según le dijo. Ella estaba aprovechando la tarde para hacer limpieza en casa. Cristian se maldijo por dentro por su mala suerte.
Hoy no iban a follar en la cama de sus padres.
Sin otra opción decidió, pues, quedarse charlando con ella hasta que llegara. Irse por donde había venido podía hacerle quedar mal, así que, se sentó junto a la mesa donde pudo apreciarla con detenimiento.
Los rasgos de su pasado hippy habían desaparecido por completo y, de aquella lejana época, apenas podían apreciarse tres tatuajes borrosos en sendos dedos de su mano izquierda. Los abundantes orificios que otrora llevara en sus orejas también habían desvanecido y, de ellos, solo quedaban aquellos de donde colgaban un par de pendientes clásicos de perla.
Constató que de joven debió haber sido una hembra espectacular a tenor de la figura que aún conservaba, con las anchuras propias de la edad, pero bien conservadas y de carnes duras. Cristian sonrió para sus adentros imaginando guarradas con ella.
«A lo mejor sea en ti en quien piense cuando me folle a tu hija», se dijo.
—¿Quieres un té? —preguntó ella aún de espaldas a él.
—No, gracias, señora. No suelo tomar esas cosas.
—Es Rooibos. —Cristian la miró sin comprender. Ella se giró al comprobar su mutismo—. No tiene teína y es rico en antioxidantes —aclaró—. Es originario de Sudáfrica.
Intentaba no poner cara de asco. Nunca le había gustado probar ese tipo de mierdas de viejos y menos si venían de un continente tan chungo.
—Iba a hacer uno para mí —apostilló ella—. Podrías tomarte otro conmigo mientras esperamos a Cris.
Eso lo cambiaba todo.
Poco después, Teresa colocaba una taza humeante frente a él. La había llevado cogida por el platillo evitando quemarse.
—El truco está en hervir bien el agua para que disuelvan todas las sustancias de la hoja —aclaró ella—. No lo tomes todavía o te abrasarás.
La sonrisa llena de ternura de la señora evocaba en él otra cosa muy diferente en su entrepierna. Mientras tomaba asiento, bajó la vista hasta su escote donde se apreciaba el nacimiento de sus generosas tetas. Teresa debió darse cuenta porque carraspeó y se tapó ligeramente.
Él apartó la vista con rapidez y, para disimular, sopló su taza provocando que la nube de vaho dibujara una estela alargada. Ella le imitó, pero el suyo fue un gesto medido, poniendo sus labios carnosos en forma de U que a Cristian le pareció que le daban un rictus muy sensual.
—Ya veo de quién ha heredado Cristina toda su belleza —dijo mirándola de reojo.
Ella forzó una sonrisa amable.
—No hace falta que me adules para ganarte el aprecio de tu suegra.
—En realidad estaba ligando —bromeó—. Si lo de Cristina falla…
Teresa lo miró con curiosidad durante unos segundos antes de volver a regalarle una sonrisa dulce. Posó la cara en la palma de su mano y el codo en la mesa. Le observaba fijamente intentando leer en sus ojos. Después, hundió la bolsita de infusión en el agua caliente y se tomó su tiempo en dar la réplica.
—Eres un chico muy guapo. No te costaría mucho que me dejara conquistar.
Nueva mirada de reojo que Cristian supo leer al instante. No hablaba en serio, simplemente le seguía el rollo y le tomaba las medidas para ver de qué pie cojeaba. Esa mujer era más sagaz de lo que parecía a primera vista. Optó por dar un paso atrás para no quedar como un niñato salido que dispara a todo lo que tiene tetas. Le devolvió la sonrisa cómplice y se mantuvo callado unos segundos en los que aprovechó a remover su bolsita de té.
—Era broma. Desde que estoy con Cris, ya no existe nadie más para mí. Estoy demasiado enamorado como para no querer perderla por nada del mundo.
Pudo percibir su semblante de satisfacción y se alegró por haber acertado en su respuesta.
—Y a mí me dolería que lo hicieras. Me encanta tenerte como yerno. Creo que eres lo mejor que le ha pasado a mi niña en mucho tiempo. Hacéis tan buena pareja.
Sabía de sus otros novios con sus malas pintas y sintió el regusto del triunfo que disimuló tras un complacido arqueo de cejas. Si ella supiera que bajo la mesa había una erección de campeonato por su culpa, no le iba a doler tanto.
Se volvió a producir otro silencio tan espeso como incómodo. Cristian agachó la cabeza hacia su taza. El vaho de su té dibujaba volutas aleatorias en el aire y pronto empezó a ponerse nervioso por ese mutismo que deseaba ver roto a toda costa.
—¿Puedo preguntarte cómo acabaste con Tomas?
Se arrepintió de hacer esa pregunta tonta nada más pronunciarla. A Teresa también le pilló por sorpresa. Arqueó las cejas y, durante un largo momento, se dedicó a remover su té mientras maduraba la respuesta.
—Le conocí en un momento muy difícil para mí. Me ayudó a salir de un agujero en el que estaba. Desde entonces ha sido mi apoyo y, gracias a él, he conseguido ser lo que soy. —Dio un hondo suspiro—. La gente crece cuando tienen un referente que les hace avanzar.
—Parecéis bastante diferentes.
Otro comentario inoportuno, pero la estupidez había cogido carrerilla y Cristian no sabía frenarse. La cara de Teresa se ensombreció ligeramente. Se veía que no era la primera vez que se lo hacían notar y no tardó en salir a defender a su esposo.
—Hay que conocerlo para saber realmente cómo es. A primera vista puede parecer algo hostil, pero en el fondo es un hombre muy bueno. Trabajador y comprometido. —El tono trataba de ser amable sin conseguirlo. Se quedó pensando—. Todo lo opuesto a mi primer marido.
«El padre de Cristina», recordó Cristian.
—He oído que vive cerca de la playa de Sales, fabricando abalorios.
—¿Conoces ese sitio? ¿Sales de Kabio?
—La pareja de mi padre es de ese pueblo. He estado varias veces y tengo algunos amigos allí. —Sopló su taza y aprovechó para desviar la mirada antes de volver a clavarla en ella—. ¿Es verdad que es hippy?
—Así es. —Mostró una sonrisa amarga—. No es que sea algo malo, también yo lo fui de joven, quizás por eso su hija lo adora como lo hace. —Nuevo suspiro—. El problema es que aún lo sigue siendo décadas después.
Cristian la miró, observando su cara de pena. Se constataba que no debió sacar el tema.
—Junto a él no había futuro —aclaró ella— y… supongo… que tras varios años no nos quedó nada que quisiéramos compartir juntos. Tuve que tomar una decisión que Cristina tardó en perdonarme.
De un vistazo se dio cuenta de que en aquella casa no había excentricidades, pero se veía a la legua que lo último que faltaba era dinero. Si era futuro lo que buscaba, Tomás debía ser un hombre bien cubierto en ese aspecto.
—Quizás, con el tiempo, ¿se os acabó el amor? —tanteó él.
—No, el tiempo lo hace madurar. Lo que pasa es que el suyo no lo hacía a la misma velocidad que el mío.
—Y con Tomás, ¿eres feliz?
Ella se sobresaltó.
—Pues claro —contestó a la defensiva— ¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, es… no sé. —Metedura de pata—. No os veo sonreír, no habláis, no bromeáis juntos…
—Ah, bueno. Eso es porque no es muy hablador. Y el amor… lo lleva por dentro. A su forma.
Cristian permaneció callado. Se había metido en un jardín que no era el suyo sometiendo a la madre de su novia a un interrogatorio nada agradable. Teresa seguía a la defensiva, nerviosa.
—Mira, Cristian, en esta vida, a veces…
Abrió las manos delante de él y, al hacerlo, golpeó sin querer la taza de té hirviendo de Cristian haciendo que se derramara por completo en su entrepierna. Cristian dio un alarido y se levantó de la silla como un resorte, tirando del pantalón en la zona de la ingle y ventilándola como un fuelle.
—¡Joder! ¡Joder! ¡Joder! —bramaba.
Teresa se llevó las manos a la cara en una mueca de terror y unos ojos como platos
—Ay, mi niño; ay, mi niño. Lo siento; lo siento.
Por acto reflejo, y sin tiempo para pensar, se giró hacia la encimera en busca de un trapo húmedo.
Cristian, que seguía sufriendo el calor abrasador entre espasmos y movimientos de cadera, terminó soltando los botones y arrastrando pantalón y calzoncillo hasta las rodillas liberando sus partes y apartando la empapada tela ardiente.
—Hostia, joder —decía abanicándose la zona—, abrasa, abrasa.
Teresa se había arrodillado, trapo en mano, cuando se dio de bruces con la estampa de su polla y sus huevos oscuros frente a su cara. Pero lo que le dejó en shock no fue su desnudez como tal, ni el tamaño de su miembro o aquellos huevos redondos y oscuros recogidos como dos koalas bajo su polla, sino el estado de ésta.
Cristian estaba en erección.
Paulatinamente, y mientras se abanicaba con las manos, iba perdiendo volumen. Aun así, se podía intuir el tamaño que tendría en su máxima plenitud.
…mientras hablaba con ella.
La escena, de repente, se volvió más bochornosa de lo que ya era por sí sola. Cristian, con rapidez, se tapó con las manos y trató de excusarse.
—Yo… lo siento… es que…
—Tranquilo —dijo una Teresa turbada—. No pasa nada, es… Eres joven. Es normal.
Pero no lo era y ambos conocían el motivo que lo había propiciado. De repente la situación se había vuelto tan tensa que ninguno sabía cómo reaccionar. Al final, fue ella la que, movida por el remordimiento de su traspié, decidió hacer de tripas corazón y hacerse cargo de la situación, obviando su bochornosa exhibición.
—Debes tener una quemazón horrible. Déjame ver.
Le tomó de las muñecas apartándolas a cada lado para poder ver la zona. Cristian no se lo impidió, dejándose mostrar impúdico. Su erección todavía no había desaparecido del todo, por lo que su polla en descenso apuntaba a la barbilla de ella. Aun así, el tamaño seguía siendo considerable, algo que nunca pasaba desapercibido.
—Tienes… —comenzó a decir ella tras un carraspeo— se te está enrojeciendo la piel. Lo que necesitas ahora es hidratar la zona quemada. Tengo alguna crema para el cutis que quizás te podría venir bien y te aliviaría.
Quizás fue la postura de ella sujetando sus muñecas a cada lado, con la cara a centímetros de su polla o, tal vez, fuera el escotazo que, desde su posición, podía ver con mayor profundidad. Puede que, quizás, la culpa la tuviera la imagen que se acababa de formar de ella aplicando crema a modo de húmeda paja. El caso es que la polla de Cristian dejó de apuntar a su barbilla.
Ahora lo hacía directa a sus ojos, en una indecorosa horizontalidad.
La erección volvía a producirse, y lo hacía a cámara lenta. Teresa, que también había sido consciente, congeló su rictus, turbada.
—Perdona, estoy un poco nervioso —atajó él—. Te juro que esto…
—Tranquilo —quiso calmar ella—. No pasa nada. Es… es natural a tu edad.
Intentó no darle importancia, prestando atención a la zona quemada, moviendo la cabeza a un lado y a otro inspeccionando su pubis y genitales como si aquella polla dura no existiera. Sin embargo, ya no era solo que su yerno estaba teniendo una erección frente a su cara, sino el volumen que estaba adquiriendo y que era imposible de ignorar.
—En serio, qué bochorno —se lamentaba él—. No sé qué me pasa. Es que… la situación… —resopló—. Me angustia estar así, yo…
—Te digo que no te preocupes, Cristian, no eres el primero al que le pasa esto. Es una reacción psicógena. En ocasiones delicadas el cerebro suele jugarnos una mala pasada haciendo lo contrario de lo que queremos. No dejo de ser la madre de tu novia, y te avergüenza que te vea así. Por eso te ha ocurrido. Intenta no darle más importancia.
La polla, que ya había pasado de largo por encima de sus ojos, ahora apuntaba al techo. Teresa, visiblemente turbada, hacía esfuerzos por evitar el elefante de la habitación, concentrándose en la zona abrasada. Y era bastante difícil no quedarse con la vista fija en el enorme aparato.
La erección llegó a la plenitud y sus ojos ya no podían evitar aquel miembro colosal. Terminó levantando las cejas, sorprendida, expirando el aire de sus pulmones con una expresión indolente.
—Joder, es… —exclamó por fin en un susurro. No acabó la frase, pero en la mente de ambos se formó la palabra “enorme”.
Cristian la observaba sin perder de vista las facciones que su cara tomaba en cada momento. Había reprimido una sonrisa de triunfo y lo volvió a hacer cuando la vio tragar saliva. No se movía, no trataba de ocultarse ni iniciar una conversación que desviara el tema. Simplemente se dejaba admirar.
Teresa, estática, con la vista clavada en su enhiesto mástil y las muñecas de él aún en sus manos, ya no movía la cabeza buscando el mejor ángulo, no inspeccionaba la zona quemada. Simplemente contenía una expresión que no sabía si era de sorpresa o de admiración, o quizás ambas a la vez.
En cualquier caso, él disfrutaba de lo lindo. Exponerse de aquella manera le estaba gustando más de lo que pensaba. Sabía que era un chico muy guapo que rompía corazones y que su polla, grande y bien formada, provocaba no poca admiración en quienes la veían (hombres y mujeres).
Teresa no era una excepción.
Se fijó en su escote. Desde su posición tenía una panorámica perfecta. Su pecho, generoso y maduro, subía y bajaba con mayor frecuencia de la normal. Se fijó en sus pezones que se aplastaban contra la tela y, justo en ese momento, un ruido les hizo girarse hacia la puerta. Tomás, bajo el quicio, les miraba paciente, estático.
—¡Cariño! —exclamó Teresa soltando sus muñecas con rapidez—, ya has llegado, qué sorpresa. —Se levantó a su encuentro.
Tomás, con su altura y su enorme porte, se movió por primera vez, se descalzó y metió los pies en unas zapatillas de casa que reposaban junto a la entrada de la cocina, de esas que les falta la parte de atrás y se pueden poner sin agacharse.
—Deja que te ayude con esto —dijo su mujer tomando el portadocumentos que sostenía bajo su brazo.
Él dejó que se lo cogiera sin poner oposición, pero sin variar su semblante huraño. Dirigió una mirada a Cristian que, en ese momento, terminaba de subirse los pantalones, cubriéndose avergonzado.
—El chico… —comenzó a excusarse ella— le he tirado té hirviendo encima. Se ha quemado entero.
Tomás asintió con una caída de ojos.
—Ya.
—Tiene la entrepierna abrasada. El té hirviendo…
—Está bien —cortó él tajante.
Cristian, que ahora era quien tragaba saliva, lamentaba su mala suerte y la de hostias que le podían caer. Teresa tomaba a su marido del brazo.
—Tiene la piel toda roja. Estaba mirando que…
—Teresa, he dicho que está bien —tranquilizó con su vozarrón—. Déjalo.
Ella lo siguió por el pasillo en dirección a su despacho a donde se dirigía. Cristian, mientras tanto, terminaba de abrocharse el último botón de sus pantalones. Por suerte, la prenda había dejado de quemar pudiendo soportar el calor residual.
Las voces del matrimonio se alejaban por el pasillo. Habían bajado el volumen en lo que suponía que era una conversación confidente, seguramente de lo que acababa de ver.
—Yo… me tengo que ir —dijo saliendo al pasillo.
Teresa y su marido estaban a punto de desaparecer por el fondo. Ella se giró parcialmente para encararlo.
—Sí, sí, perdona. Hasta luego, Cristian y… lo siento.
Su marido también se giró, mostrando a un Tomás más gris de lo que ya era, con sus hombros caídos y su apática mirada. Todo en él era oscuro. Al levantar los ojos vio algo en ellos que le hizo estremecerse.
Cuando salió al descansillo notó la misma sensación que al salir vivo de un accidente de tráfico. Se secó el sudor y caminó escaleras abajo. Rezó para que Teresa no tuviera problemas por su culpa y también para que Cristina no se enterara de lo que acababa de pasar. No le gustaría tener que dar explicaciones de su empalmada. Se quitó el jersey y lo anudó a la cintura para tapar la mancha de la infusión. Al llegar al portal, se encontró con su novia nada más salir a la calle.
—¿Ya estás aquí? —exclamó al encontrárselo.
—No podía esperar a verte.
—Seguro. Tú vienes por las bragas de Lauri.
—¿Las llevas puestas?
—¿Qué? No, ¿qué dices?
—Esa era la penitencia.
—No, era follarme con ellas, en la cama de mis padres. y te dije que hasta mañana no me quedaría sola. —Cristina no sonreía y observaba, susceptible, la impaciencia de su flamante novio—. Así que hoy, nada de nada.
—Ya lo sé, boba. Te estaba vacilando. He venido a llevarte al cine. Me han dicho de una peli superguapa que te va a molar.
Cristina sonrió suspicaz con una ceja en alto.
—Tus pelis nunca me molan, pero me gusta verlas contigo —concedió.
—Entonces… ¿vamos?
No notó que su novio caminaba de manera extraña mientras se alejaban de camino al cine.

— · —​

Había oscurecido cuando llegó a casa. Encontró a su padre mirando la tele en el salón con un ojo más cerrado de la cuenta. Se desperezó nada más verlo aparecer por la puerta.
—Hola, Titán, ¿ya has vuelto?
—No sé, papá ¿Tú qué crees?
Mario se tocó el labio con un dedo.
—¿Cuántas oportunidades tengo?
Pasó de largo hasta la cocina donde encontró la cena que Marta le había dejado preparada. No intentó sentarse para comérsela. La quemadura en sus partes le estaba molestando más de la cuenta, de hecho, se había pasado gran parte de la tarde con la mano en el bolsillo apartando la tela de su ropa interior para que no le rozara.
En su lugar fue hasta el fondo del pasillo y llamó a la puerta de Marta.
—¿Se puede? —dijo asomando la cabeza.
Ella leía con la espalda apoyada en el cabecero y las piernas dentro de las sábanas. Le miró con curiosidad cuando se plantó delante de ella.
—¿Tienes crema hidratante? Se me ha quemado la polla.
Marta levantó una ceja y lo miró, suspicaz. Sopesando qué tipo de respuesta cortante darle en los morros.
—No te miento, mira. —Se bajó los pantalones y levantó un poco la camiseta mostrando la zona.
—¡Joder, Cristian! Tienes medio pene en carne viva. —Dio un bote y sacó los pies de la cama— ¿Pero qué coño has hecho?
—La verdad, ahora que lo veo… está peor de lo que creía. No pensaba que se me iba a poner así.
—Oy, por Dios, espera.
Abrió un cajón y se puso a buscar dentro con los nervios propios de la situación. De hito en hito echaba un ojo al miembro pendulante de su ahijado.
—Ha sido culpa del té que me estaba tomando con la madre de Cris —aclaró Cristian—. Se me ha caído encima y estaba ardiendo. Era Rooibos —puntualizó como si eso pudiera aclarar algo.
Marta arrugó la frente imaginando la terrible escena. Por fin encontró lo que buscaba y se acercó estirando el brazo.
—Esta crema es muy buena. Es de farmacia. Te va a aliviar enseguida y evitará que te despellejes.
Cristian, que permanecía con ambas manos levantando su camiseta para mostrarse en todo su esplendor, se quedó mirándola, dejando pasar los segundos. Marta seguía con el brazo extendido sin comprender.
—¿No me vas a dar tú?
La cara de preocupación de Marta fue mutando a cámara lenta hacia una mueca de asco y odio fingido.
—Buen intento, pero te apañas solito. Y venga, pírate de aquí que no quiero que tu padre te vea con la minga al aire en mi cuarto.
Cristian se hizo con el bote mostrando un evidente gesto de disgusto.
—Gracias por nada, antipática —dijo mientras se dirigía hacia la puerta sujetando los pantalones a media pierna para evitar el roce—. Y no se te ocurra mirarme el culo cuando salga.


Fin capítulo X
 

nicoadicto

Estrella Porno
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Atrapante capítulo con nuevos protagonistas y el morbo d siempre!! Excelente
 
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