sweetluis5g
Virgen
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(XI) Icíar
Icíar mira las puertas del autobús abiertas. Mira sin ver, claro, porque ella está otra cosa, observando de piel para dentro, no de pellejo hacia fuera. Un leve toque de bocina la sorprende y entonces sí, fija la vista y puede ver al conductor que la mira interrogante.
“Vas a subir o qué” parece decirle el chófer del autobús de la línea 7, la única que pasa por aquella parada. Ella mueve la cabeza negando vehemente y la puerta se cierra, arrancando entre volutas de humo oscuro que hace que los pulmones se le encojan, reticentes a recibir aquel aire cargado.
“Pero ¿no eran ya todos los autobuses eléctricos y de gas?”, se pregunta mientras una lágrima le recorre la mejilla. Ella no está ahí para coger ningún bus, sino porque es el único sitio un poco resguardado y solitario donde poder rumiar el cabreo y también el dolor de pecho, en el que su corazón parece que late hacia atrás en vez de hacia delante, como queriendo desandar el tiempo.
- ¡Malditas sean las fantasías y maldita sea la manía de querer convertirlas en realidad! - se dice a modo de conclusión. Si pudiera volver el tiempo atrás tres meses...Sí, aún recuerda bien aquella tarde en que ella y su novio retozaban en la cama después de una siesta veraniega. Todavía perezosos, despertándose poco a poco. Después de una buena comida, con la tripa llena y el calor, lo único que apetecía era echar un sueño pero ahora, ya más relajados, el deseo afloraba por cada poro de su piel tras una hora de húmedo sopor, como ella pudo comprobar al pasar la mano por el vientre de su chico y, tras bajar un poco más, abarcar un pene duro y erecto.
Antonio no necesitaba más invitación, tras los besos en el cuello y el intercambio de saliva de rigor, pretendió subirse sobre ella introduciéndose entre sus muslos. Pero Icíar, como siempre traviesa y con un punto de maldad, cerró las piernas. Le ponía mucho hacer sufrir a su chico. Cuanto más alargara la cosa y más juguetona se pusiera, mejor era luego su orgasmo.
- ¿Dónde vas tan rápido? espera un poco hombre…
- ¿A qué tenemos que esperar?
- Todavía no estoy lista.
- ¿Quieres que te....? - dijo él mirando hacia abajo y proponiendo sin decirlo un repaso de lengua por las partes bajas.
- Hoy no: me apetecen otras cosas. Cuéntame lo de tu prima.
- ¡Otra vez! ¡Si ya te lo he contado muchas veces!
- Es que me pone muy cachonda – ronronea ella con voz suplicante.
- Pues no lo entiendo, la verdad.
- Bueno, ya sabes que yo con mi primer novio, poco más que besitos y tocamientos y con el segundo ya sí que sí, pero era muy malo follando, así que poco tengo que contar, pero si hubiera tenido una buena aventura, seguro que te pondría conocerla y que te la contara con pelos y semanas señales ¿No te gustaría?
- ¿Por qué me iba a gustar oírte contar cómo has estado con otros?
- No pasa nada: eso fue antes de conocerte.
- Aun así no me hace gracia.
- Mira que eres tonto....y soso.
- Y tú demasiado espabilada, me parece a mí.
- Antonio, solo intento ponerle un poquito de picante a esto.
- No necesitamos ponerle picante ¿qué pasa? ¿Ya no te gusta?
- Sí cariño, pero así es mejor: la carne sola está buena pero si le pones una buena salsa mejora ¿verdad? - Dijo ella haciéndose la interesante mientras le besaba en el cuello y luego le mordía la tetilla de la oreja. Eso siempre funcionaba y Antonio terminaba por abatir el pendón y rendirse. Pero en esta ocasión se hizo el difícil.
- No me apetece volver a contarlo ahora - volvió a insistir, enfrentando la voluntad de Icíar y echándose a un lado boca arriba en la cama, con aspecto de “hasta aquí hemos llegado y no voy a dar mi brazo a torcer”.
Icíar hizo un mohín de fastidio y cruzó los brazos sobre sus pechos desnudos. La verdad es que este tipo de confidencias y de comentarios íntimos la ponía a cien, a pesar de que Antonio tenía razón: ya había contado demasiadas veces esa historia.
Recordó como se lo había tenido que sacar insistiendo mucho: a su novio no parecía importarle comentar aventuras anteriores (a diferencia de ella alguna había tenido), pero otra cosa era entrar en detalles del asunto como Icíar pretendía. Finalmente se salió con la suya y le contó la historia de su prima, una chica que vivía en el pueblo y con la que había coincidido en algunas vacaciones cuando sus padres lo mandaban allí con sus tíos. En una de esas nació el típico amor de verano. Nada especialmente interesante, solo dos adolescentes besándose y acariciándose sin atreverse a ir mucho más allá. Aventura que corta el inicio de curso y que se enfría después de muchos meses sin verse. En la próxima ocasión que vuelve al pueblo no coinciden por estar ella de vacaciones y en los años siguientes, es Antonio el que no vuelve porque ya es demasiado mayor y tiene planes con sus amigos, además de otro noviazgo incipiente. Otros planes y otras chicas en la cabeza, más lanzadas, más descaradas, más modernas, más de ciudad, piensa entonces un novato Antonio que no sabe que la oportunidad aparece donde menos se la espera y que clasificar a grosso modo a las personas es un error. Muy de tarde en tarde (no obstante) algún contacto con su prima, solo para comprobar que aparentemente ella sigue siendo la misma chica apocada y retraída que parece haberse quedado anclada cuatro años atrás. A pesar de todo, a Antonio aún le pone y siente algo removerse en su pecho cuando está cerca de ella: quizás los rescoldos de ese primer amor que nunca se olvida.
En fin, nada del otro mundo ni tampoco una historia de esas que te hacen subir la libido, hasta que viene la sorpresa: María del Pilar que se nos casa. Que viene del pueblo a montarse una despedida de soltera a 200 kilómetros de distancia, poniendo tierra de por medio para que la diversión no tenga coto de miradas indiscretas que luego alimenten lenguas viperinas. Se presenta con tres amigas. Su novio parece ser que se ha ido a la playa con su pandilla respectiva, pero ellas han elegido interior. Parece ser que por expreso deseo de la novia.
Misma chica pero distinta mirada. Hay algo perturbador en sus ojos que lo miran ahora ya con cierto descaro, aunque su cuerpo y sus gestos mantienen la pose de chica bien, formalita. Incluso se muestra un poco contrariada cuando una de las amigas le pregunta a Antonio la dirección de un espectáculo de boys, donde propone ir mientras las demás aplauden y ella afirma que no le parece buen sitio para acudir. Antonio no tiene claro si es una pose o realmente a ella no le apetece ver carne. Al final van, por supuesto. Les recomienda un sitio cercano para cenar y luego unos bares de copas, por los que Antonio queda en pasar para tomarse la última con ellas y llevarlas al hotel.
Y allí se planta casi a las dos de la mañana para encontrarlas bailando, con chupitos en la mano y formando corro para evitar a los moscones que intentan aprovecharse. Aunque no está muy claro que alguna de las amigas no quiera, porque se lanzan pullitas e intercambian miradas con algunos chicos. La llegada de Antonio parece ser la señal para que la cosa se desmadre un poco. Lo reciben entre gritos y lo obligan a bailar en el centro, después, le pasan una copa. Una de las amigas se arrima más de la cuenta, poniéndole el escote en la cara y lanzando un mensaje inequívoco de que hay una cama que no se quiere quedar vacía esa noche.
María del Pilar lo observa con esa mirada indefinible que ya no es de adolescente ni tampoco de chica retraída. Parece retarlo a que dé el paso, a que se acerque a su amiga y se la enrolle “¿Ves qué fácil Antoñito? te lo está poniendo en bandeja ¿no quieres darte un buen revolcón esta noche?”
Pero por algún motivo al novio de Icíar no parece interesarle el ofrecimiento. El sigue pendiente de su prima. El grupo se rompe y las chicas entablan contacto con los chicos del pub pero Antonio no se separa de María del Pilar. El escolta de la novia casadera protegiéndola (¿protegiéndola o guardándola? se pregunta): tiene que evitar que la molesten o que ella haga alguna tontería, aunque no puede evitar preguntarse quién es el lobo allí…
Finalmente ella avisa a las amigas: se va para el hotel, no quiere rollos raros avisa.
- Vosotras podéis hacer lo que queráis pero yo me caso en una semana… Coged luego un taxi y no volváis solas, que a mí me lleva Antonio. Y cuidado con quién os juntáis, no os vayáis a casa de ningún desconocido y si alguno de estos os gusta, os lo traéis al hotel, así por lo menos está la cosa controlada y estamos cerca si hay algún problema - afirma dirigiéndose a dos de sus amigas que están solteras, aunque no tiene muy claro que la que tiene novio no sea la primera en darle juerga a su coñito.
Las amigas protestan pero ella no les da opción: coge Antonio del brazo y le dice “vámonos”. Él todavía puede ver con el rabillo del ojo como alguna protesta ante la decepción, mientras que otra le da con el codo y le dije que se calle y la deje mientras le lanza una mirada… ¿de complicidad?
¿Qué está pasando allí? se pregunta mientras camina con María del Pilar del brazo hasta el coche. Conversación intrascendente mientras llegan al hotel, pero con los nervios a flor de piel. Una atmósfera densa que casi se puede cortar entre los dos ¿Está ella enfadada? ¿Por qué lo mira así? ¿Qué es lo que está sintiendo? A veces lo observa y parece como si le hiciera un mudo reproche ¿O acaso es otra cosa? Antonio está tan confuso que cuando detiene el coche en la puerta del hotel no sabe como despedirse.
Y entonces sucede. María del Pilar, con una seguridad que él quisiera para sí, le dice solo una frase.
- Habitación 102. Voy a entrar sola. Cuando aparques, sube tú.
Y se va sin esperar respuesta.
Antonio aparca y se lo piensa un rato. Está tentado de arrancar de nuevo el coche e irse a su casa, no quiere meterse en líos ni tampoco créaselos a su prima. Durante un par de minutos lucha contra la tentación pero antes de que se dé cuenta, está fuera del coche caminando hacia el hotel. Como si fuera un reflejo desde lo más hondo de su mente, el cerebro manda la orden sin que su voluntad intervenga. Entra al vestíbulo, pasa delante de recepción donde la persona que está a cargo le echa una mirada pero ni le detiene ni le pregunta dónde va. Es un hotel grande y céntrico, allí el trasiego es continuo. Sube y toca la puerta dos veces, dos golpes secos que compiten con los latidos de su corazón.
María del Pilar abre la puerta. Se ha desmaquillado y tiene el pelo revuelto pero aun así está guapa. Tras cerrar lo invita a pasar y le señala una botella de vino y dos copas. Mientras Antonio sirve, ella entra al cuarto de baño. A los dos o tres minutos sale con el pelo recogido y un albornoz con el logotipo del hotel. Antonio le tiende la copa: parece que la mano le tiembla y más aún cuando ella deja caer el albornoz a sus pies y se muestra con un conjunto de lencería negra que destaca sobre su piel blanca, casi lechosa. El chico agradece que alargue la mano y tome la copa porque está apunto de derramarla.
María del Pilar da un trago largo, luego se acerca y le echa los brazos al cuello tras dejar el vaso sobre el mueble. Un beso húmedo y a partir de ahí todo un derroche de deseo, un atracón de carne tibia, de besos húmedos, de pieles erizadas por el contacto ajeno. O no tan ajeno, porque tienen la impresión que sus cuerpos se buscan desde hace tiempo, que nunca han dejado de hacerlo.
Antonio no sabe quién embiste a quien. El trata de tomar la iniciativa pero ella no quiere dejarse hacer, lo busca con avidez, lo besa, lo lame, araña su cuerpo, le hace daño. Los dos enredados al margen del tiempo y del sitio en que se encuentran, como si estuvieran dónde hace cuatro años, en la viña, besándose y mirándose temerosos pero a la vez excitados ante la posibilidad de dar un paso más, de pasar de las caricias a algo más serio. Ahora no hay tiempo para plantearse nada de eso: si había un momento para decir algo o para poner algún reparo ya ha quedado atrás.
Unos momentos después, él está entre sus piernas bombeando fuerte, con desesperación y ella se corre casi enseguida. El segundo orgasmo le llega también pronto, subida encima y cabalgándolo y además es compartido. Cuando María del Pilar lo siente correrse, ella se pellizca la vulva y se corre entre gemidos que van creciendo hasta que prácticamente se pone a gritar. Este orgasmo es mucho más intenso y prolongado que el anterior y la deja deshecha sobre él, que la abraza sin que ninguno de los dos piense en desacoplarse. Solo un rato más tarde, ella se echa a un lado y se pone de pie para ir al servicio. Antonio sirve otras dos copas de la botella ya más que mediada y la espera.
Se tumban juntos cuando María del pilar sale y brindan sin palabras. Se recorren con la mirada, cada uno los ojos puestos en el cuerpo del otro, alargando la mano libre para acariciarse mutuamente como si no se lo creyeran. De nuevo, el tiempo se detiene cuando se acercan y se comen la boca. Siguen sin hablar un buen rato. Ahora se oye ruido en las habitaciones contiguas. Risas y alguna que otra voz en alto, rompiendo la noche. Antonio contiene su respiración: son las amigas que acaban de llegar. Unos pasos en el pasillo y alguien toca la puerta.
- María ¿estás durmiendo?
- Sí - contesta ella con una sonrisa y tan rápido que nadie se cree que puedan haberla despertado, cosa que no parece importarle lo más mínimo - anda acostaos, que menuda traéis.
- Abre, que te cuento…
- No, ya estoy en la cama y dejad de armar follón que nos van a llamar la atención. Son las tres de la mañana.
Las amigas no insisten y Antonio vuelve a respirar, preguntándose por qué es él el que está nervioso y no María. Al cabo de un rato están otra vez enganchados, fornicando como animales y ella vuelve a gemir y a gritar sin importarle que la puedan oír. Porque en un hotel se oye todo y las amigas, a estas alturas, o están muy borrachas o tienen que saber que los dos primos están follando como locos. Después de este polvo caen los dos rendidos. Ella se duerme en un sueño fácil y profundo mientras la abraza por detrás haciendo la cucharita. Cuando Antonio se despierta ha amanecido. Está desnudo sobre la cama y tiene una nueva erección. El cuerpo está apagado pero su mente sigue soñando que le hace el amor a su prima. Ella sale de la ducha con una toalla liada y lo mira desde la puerta. Otra vez esa sonrisa, otra vez esos ojos observándolo, aunque ahora ya sabe el significado de la mirada. La toalla que cae a sus pies y la muestra desnuda. Tiene un cuerpo muy bonito, ahora con alguna rojez y algún que otro arañazo de la batalla nocturna, pero eso la hace más apetecible. María se sube a la cama y se sienta sobre sus piernas, le agarra el falo y se lo pasa por los labios vaginales iniciando una lenta masturbación contra su clítoris.
- Vas a casarte... - susurra él. Al instante se arrepiente de haber dicho aquello. No parece ni el sitio ni el momento para sacar ese tema pero es que Antonio no entiende lo que está pasando.
Ella no se inmuta.
- Sí, dentro de una semana ¿por?
- No entiendo qué hacemos aquí entonces.
Ella levanta un poco el culo y sitúa la verga a la entrada de su coñito. Con cara de vicio, se restriega con el glande, bañándolo con sus jugos. Y cuando lo ha humedecido, se sienta sobre él introduciéndose el falo hasta el final.
- ¿Lo entiendes ahora? - pregunta con una cara de vicio tras la que le cuesta reconocer a esa chica que él creía recordar. Continúa follándolo lo poco a poco, con movimientos suaves, mientras se deja caer con todo su peso encima y con una mano se pellizca un pezón.
Antonio gime, es demasiado para él, no sabe si está todavía durmiendo o despierto ¿es verdad esto? Nota un cosquilleo electrizante en los testículos que sabe que antecede a la eyaculación, sobre todo en aquellos momentos en que está muy excitado. La empuja a un lado y María lo mira con cara de disgusto, mientras se incorpora y mira en el cajón de dónde ella saco anoche los condones.
- ¿No tienes más? – pregunta.
- Si no hay ahí, no quedan...
Antonio resopla enfadado.
- Joder, pues voy a tener que ir a buscar a ver si tienen abajo, en el bar del hotel - y se levanta, pero entonces, ella le corta el paso y lo besa fuerte en la boca:
- Ven.
- ¡Qué dices! ¿Estás loca?
- Ven te digo - le ordena y se pone a cuatro piernas sobre la cama con el culo levantado y los muslos separados ofreciéndole su sexo - ¡Tómame ahora mismo!
Antonio vacila un instante pero de nuevo su cuerpo actúa sin esperar a su cerebro. En un momento está bombeando fuerte muy dentro de ella, tan fuerte que espera que de un momento a otro, María le pida que pare, pero no lo hace, al contrario, vuelve a gritar, a jadear. Se llegue y gira el cuello buscando su abrazo y su boca. Antonio se la deja metida y la besa mientras con el brazo le aprieta a los pechos, apretando su pubis contra las nalgas de su prima. Se comen la boca mientras ella intenta mover el culo y entonces Antonio avisa:
- Me voy a correr.
Pero ella no se separa, al contrario, estrecha aún más el contacto, lista para recibir su descarga. La corrida es brutal y ella continúa pegada sin separarse ni un milímetro, fundiéndose con él y recibiéndolo en su interior, tratando de hacerse un solo cuerpo. Pasan los minutos así acoplados. Hasta que María, definitivamente, cae sobre la cama incapaz de mantener más tiempo la posición. Se gira abriéndose de piernas: el semen blanco chorrea y resbala por su perineo mojando la sabana. A ella no le importa.
- Ven - le pide. A Antonio se le ha bajado un poco la erección. Esa imagen de su prima, obscenamente abierta y rezumando esperma lo vuelve loco, pero el orgasmo ha sido brutal y se ha vaciado entero, le cuesta volver a ponerse. Ella está como con fiebre, tiene la urgencia que le marca el deseo y hace desaparecer la verga en su boca apenas se acerca. La chupa como sí dependiera de ella para respirar. En unos minutos recupera totalmente la erección y María del Pilar le pide que la vuelva a follar. Así con esas palabras. Sin enmascarar lo que desea. Clara y rotunda. Él se la le introduce, entra como un dedo en mantequilla derretida en la vagina aún lubricada por el semen, del que queda una buena cantidad dentro. Le falta una semana para casarse y allí está: copulando a pelo con su primo, gritando otra vez como una loca y con sus damas de honor en las habitaciones contiguas, posiblemente oyéndola correrse por última vez con un gemido agónico y prolongado.
Unos días después Antonio asiste con sus padres a la boda. Hay momentos de embarazo cuando le presentan al novio. Trata de controlarse, maldiciendo porque él no quiere estar allí. Pero a ver cómo justifica su ausencia sin delatarse. Cuando María del Pilar pasa con el velo junto al banco donde él se encuentra, camino del altar, no lo mira pero Antonio cree que ella sabe perfectamente que está allí. Durante el convite tampoco intercambian palabra, ella se limita a darle las gracias a sus padres por venir y a él también. Antonio asiente y le da un beso en la mejilla que ella le pone.
No le salen las palabras, no es capaz de felicitarla.
Es luego, durante la celebración en la discoteca del salón de bodas, con todos ya un poco borrachos y los mayores habiéndose retirado a las casas o al hostal, cuando una de las damas de honor se dirige a él y le pregunta si no va a sacar a bailar a la novia. Él no sabe que contestar y también ignora qué es lo que saben sus amigas. Es entonces cuando María del Pilar parece adivinar lo que está pasando. Se le acerca y tira de él hacia la pista de baile aprovechando la tercera canción lenta que ponen y el bajón del novio, que ha tomado ya demasiado alcohol para seguir dando vueltas en la pista.
- Quiero bailar con mi primo - informa a su ya marido - es el único de los chicos que hay aquí que todavía no me ha sacado.
Antonio está cortado: la situación no acaba de gustarle y sin embargo allí está dejándose mecer al ritmo de la música y llamándose a sí mismo gilipollas una vez más, por no haber puesto tierra de por medio en todas las ocasiones que ha tenido a lo largo del día de desaparecer. A esas alturas ya quedan pocos y cada uno a su rollo, no es el primero al que la novia le concede un baile y pocos se fijan en ellos, si acaso sus amigas que echan una mirada de vez en cuando e intercambian una sonrisa entre ellas. Antonio procura mantener la distancia pero es inevitable que los cuerpos se rocen, aún debajo de la tela gruesa del vestido de novia es capaz de percibir un latir, una pulsión que se une a la suya que retumba en sus sienes. “¿Es que nadie más la oye?”, se pregunta incrédulo. Cuando acaban, ella se quita uno de los jazmines que adornan su trenzado y se lo coloca en la solapa. Hace como que le va a decir algo al oído y rápidamente deposita un beso en su mejilla. Luego murmura un simple “gracias”. Es la única palabra que han intercambiado en toda la jornada. Después, vuelta a la ciudad, cada uno a lo suyo, María del Pilar a su nueva vida de casada y Antonio a continuar con la suya de soltero.
- Y desde entonces ¿nada más? - Le preguntó Idoia, ansiosa de noticias.
- Así hasta hoy.
Pero no, no fue ese el último episodio de la historia. No se lo quiere contar a su novia, se lo guarda para sí mismo. Es con lo que le ha contado hasta ahora y ella se ha puesto como una moto, incluso en alguna ocasión planteando la absurda idea de montar un trío, como para darle más alas. No necesita echar más leña al fuego contándole la traca final. Porque hubo otro encuentro con María del Pilar. Uno en el que rompieron cualquier convención y cualquier límite que les pudiera quedar.
Fue dos años y medio después de su boda y sin haberla vuelto a ver, teniendo solo alguna que otra llamada formal como forma de contacto. Su prima viene a casa, lo hace acompañada de su madre y embarazada de seis meses. Tenía que hacerse una prueba y le habían recomendado un médico de la ciudad con el que había cogido cita. Querían aprovechar también para hacer unas compras relacionadas con el bebé que estaba esperando. La oferta de complementos en el pueblo era muy restringida y Pilar quería visitar varias tiendas. En fin, apenas poco más que un día y una noche que pasarían en su casa como invitadas.
Él estaba un poco nervioso, ni mucho menos se había olvidado de su prima, pero ya no tenían esa comunicación y no sabía que podía esperar ¿Habría cambiado? ¿Sería ya una persona extraña y distinta a la que había conocido?
Cuando llegó de trabajar por la tarde, ellas ya llevaban todo el día allí y habían solventado el trámite de la consulta y las compras. María del Pilar se echó en sus brazos nada más verlo llegar, eliminando cualquier prevención o resquemor que pudiera albergar Antonio. Un abrazo cálido y prolongado que pretendía ser de primos que se estiman y se echan de menos, pero tras el que había más, mucho más, como siempre que se encontraba con su prima.
Cuando se separaron la tomó de las manos y la miró de arriba abajo. El plano general le permitía apreciar una tripita ya muy pronunciada que había notado perfectamente al abrazarla, un poco más ancha de caderas y la cara algo más redonda, los pechos hinchados, las mejillas sonrosadas. Tenía una luz especial que parecía manar de su rostro, no sabía si por su próxima maternidad, por la alegría de reencontrarse o por todo junto.
- Te veo guapísima ¡qué bien te sienta la maternidad! - fue lo único que se le ocurrió decir y era evidente que no mentía: sus ojos y su cara acompañaban cada gesto, ubicándolo y reafirmándolo.
Y así pareció entenderlo su prima que alcanzó a ruborizarse un poco, sabiendo que el cumplido le salía de lo más profundo y era tan verdad, como que ella todavía era capaz de ponerlo nervioso con su sola presencia.
- ¡Qué va! si estoy gordísima y deformada, vaya cara de pan que se me ha puesto.
Esta vez no pudo hablar, simplemente se limitó a negar con la cabeza dejando que fueran sus ojos los que lanzaran el mensaje que ella captó al instante. Luego saludó a su tía y apenas tuvo tiempo de más, porque María del Pilar lo arrastró a la calle.
- Pero ¿dónde vais? - dijo su tía - estás loca, si llevas todo el día andando y de pie…
- Tengo un antojo: llevo meses suspirando por uno de los pasteles que hacen en la plaza mayor, de bizcocho regado de anís y mi primo me va a llevar a que me coma uno ¿verdad?
- Pero deja al chico que no ha tenido tiempo ni de ducharse…
- No importa tía, no me cuesta nada acompañar a mi prima. Si es un antojo yo le doy el gusto, no vaya a ser que el niño le salga con un lunar en la frente.
María del Pilar coge su bolso, el abrigo y se cuelga del brazo de Antonio.
- ¿Pero dónde vas con el abrigo?
- Por si refresca mamá, que igual invito a Antonio a cenar ya que es tan amable de llevarme a la merienda.
- Pero hija ¿cómo que vais a cenar?
- Mamá, que llevo muchos meses en el pueblo sin divertirme y ahora con el bombo cada vez más grande no voy a poder ya ni salir casi de casa, así que déjame que me distraiga un poco. Solo quiero darme una vuelta por el centro con mi primo, con esta barriga no voy a ir muy lejos…
- Deja a los chicos que se recreen - le dice su hermana - estos dos son como hermanos, siempre se han llevado muy bien.
Sí, como hermanos, rumia Antonio que pesar de todo no tiene muy claro a qué atenerse con María del Pilar ¿Cuáles son sus verdaderas intenciones? Con esta chica nunca se sabe aunque supone que ha sido sincera, simplemente debe estar muy aburrida en el pueblo y más en su estado.
Tras un breve paseo se toman unos pasteles, con chocolate caliente ella y café con leche él. Charlan animadamente: a María del Pilar le falta tiempo para ponerlo al día de todos los detalles de su vida de casada y de las últimas novedades del pueblo, y también, de los planes para cuando dé a luz. A su vez, lo abruma con preguntas sobre su trabajo actual y sobre todo sobre su situación sentimental.
- ¿Aún sin novia? - Le dice con un tono que pretende ser de reproche pero con sus ojos desmintiendo la regañina, mientras brillan al saber que sigue sin compromiso.
Después pasean por el centro, cogidos del brazo como si fueran una pareja, cosa que no parece molestar a su prima que está feliz pasando de una tienda a otra. Más tarde, ella se queja de sus tobillos, ahora hinchados por la caminata y el peso que ha cogido en los últimos meses. Antonio propone descansar un poco, quizás su prima quiera volver a casa y tenderse un rato en la cama.
- Oye, ¿no estaba por aquí el hotel donde estuvimos en mi despedida de soltera?
Antonio se estremece: hasta ahora habían evitado el espinoso tema, pero ella lo pone encima de la mesa sin ningún tapujo ni aparente remordimiento.
- Sí, está aquí al lado ¿por qué lo dices?
- Las camas eran muy cómodas y tengo muy buenos recuerdos: en esa habitación me lo pasé muy bien ¿No sería divertido volver al mismo sitio y descansar allí?
- Estás loca ¿vas a pagar un hotel para descansar un rato?
Ella lo mira y se pega a su costado abrazándose.
- Venga, yo te invito. Podemos preguntar si tienen la misma habitación.
Antonio duda ¿realmente está proponiendo lo que parece? Joder, no quiere meter la pata y menos con la chica embarazada de seis meses. A ver si algún equivoco no le va a suponer una movida familiar... Pero ¿qué mayor equivoco que lo que ya hicieron juntos la víspera de su boda?
- No te gusto, ya no te gusto porque estoy gorda y preñada - dice ella sin separarse de él haciendo un mohín.
- ¿Pero qué dices? ¡Si estás más guapa que nunca! – Contesta impulsivamente para placer de María del Pilar que entonces lo toma de la mano y tira en dirección al hotel, demostrando que sabe perfectamente dónde está y que no es casual que sus pasos los hayan llevado a ese lugar ¡Vaya con su prima! ¡Si lo tenía todo calculado! piensa con admiración Antonio.
Entran y ella toma de nuevo la iniciativa.
- Disculpen ¿tienen libre la habitación 102?
- Un segundo - responde el recepcionista que tras comprobarlo contesta que sí, que está desocupada.
- Pues haga el favor de dárnosla - exclama mientras saca el DNI para registrarse – Mira, es que esa habitación es muy especial para nosotros, allí pasamos nuestra primera noche de casados - miente mientras observa la reacción de Antonio que se pone colorado por su descaro.
- Muy bien señora, pues les deseo una feliz estancia - dice mientras le tiende la tarjeta para abrir la puerta con una sonrisa.
- Si no te importa prefiero dejar pagada la habitación, por si salimos luego con prisas.
- ¡Cómo no! - afirma el recepcionista. Ella paga en metálico y le suelta un “yo invito” al oído a Antonio, mientras le besa la mejilla.
Al llegar a la habitación se repiten roles respecto a la situación, como en aquella ocasión hace algo más de dos años: María del Pilar se muestra juguetona y provocadora a la par que confiada y segura. Tiene claro lo que quiere y con quién lo quiere. Él sin embargo, está inquieto, igual que un párroco en un burdel. Tiene claro su deseo pero no consigue evitar ese profundo resquemor que le dice que lo que hace no está bien. Es su prima, está casada y para más inri, embarazada hasta las trancas ¿Alguna transgresión más Antoñín? se pregunta usando el diminutivo con que aún lo conocen en el pueblo.
Menos mal que está ahí ella para quitarle hierro al asunto “¿estamos a lo que estamos o qué? ¿A estas alturas todavía haciéndonos pajas morales?” parece querer decirle con la mirada y la pose desafiante. Lentamente se va quitando la ropa y mostrando parte a parte de su cuerpo, para que Antonio pueda calibrar los cambios que ha experimentado.
Sus pechos son todavía más grandes, con el pezón en punta (y mayores que se pondrán cuando empiece amamantar y se llenen más de leche) y se mantienen erguidos tal y como él los recuerda. Su vientre abultado atrae su mirada, posándose en su ombligo que él recordaba pequeño y hundido, y que ahora sin embargo forma un gran garbanzo hacia fuera. Debajo su sexo, ahora con mucho vello desordenado y formando caracoles, pero que sigue siendo carnoso y dulce, como el mismo Antonio podrá comprobar en breve.
Ella espera un gesto, parece decir “así soy ahora ¿qué te parece? ¿Te sigo gustando?” Él se ve impelido a hacer ese gesto, a decir lo que piensa:
- Eres maravillosa – susurra a la vez que le acaricia la cara.
Ella lo mira, ahora con ojos turbios y acuosos. No duda en tomar la iniciativa. Se aproxima a Antonio y tras reclamarle un primer beso comienza a quitarle la ropa.
María del Pilar se arrodilla y se abraza a sus muslos. Le besa el vientre y poco a poco se deja caer sobre los talones mientras baja hasta su verga. Antonio percibe el aliento caliente que precede al primer beso, a la primera caricia. La lengua de la chica recorre el falo desde los huevos hasta el prepucio solo con la punta, lentamente, un par de veces hasta que al final hace desaparecer el glande en su boca, chupándolo glotonamente mientras él cree morir de placer. La de veces que ha soñado con ese reencuentro, con una situación parecida y ahora ahí está María del Pilar a sus pies, aferrada a sus muslos, haciéndole una felación muy profunda. Le tiemblan las piernas, ella lo nota y deja de chupar. Se la agarra con una mano como si se estuviera sosteniendo y le sonríe desde abajo, con una cara de picardía y de vicio que por algún motivo su protuberante barriga no hace más que evidenciar, añadiendo morbo al morbo.
Él no se atreve ni a moverse y la observa mientras, con cuidado, se incorpora un poco y gatea hasta la cama, ofreciéndole a la vista su culo por el que asoma una mata de pelo que señala el lugar donde se oculta su sexo. Es lo más sensual que ha visto nunca, tiene una erección que casi le duele mientras la polla cabecea como si la buscara. Con movimientos lentos y parsimoniosos se sube a la cama, se gira y se abre de piernas esperándole.
Recuerda aquella vez que la vio en esa cama, en su primer encuentro, cuando se quedaron sin condones, llena de semen y también incitándolo en aquella misma postura. Antonio se acerca y se tumba a su lado, acariciándole el muslo a la vez que la besa en la boca. Luego baja por su cuello y se entretiene lamiendo sus tetas que están hinchadas, con las aureolas alrededor del pezón del tamaño de una galleta María, punteadas de pintitas y con venas que marcan su pecho. Se le están preparando para llenarse de leche y eso enardece aún más al chico, aunque también hace que sienta cierto temor reverencial, o más bien respeto. De nuevo la duda ¿está bien lo que hacen? María del Pilar parece adivinarle el pensamiento: le toma la mano y la deposita sobre su vientre hinchado.
- No temas, soy la misma - le susurra - Esto no cambia nada.
El la acaricia, la palpa como esperando sentir al bebé moverse dentro, pero no nota ningún movimiento, solo la piel estirada, caliente y el vientre duro.
- No eres la misma, eres mejor - balbucea mientras la gira y se abraza a ella desde atrás, besándole el cuello y la cara.
Ella vuelve la barbilla y desde esa postura, un poco incómoda, busca sus labios. Los dos se funden en un beso con lengua húmedo mientras Antonio acomoda su falo entre las glúteos de la chica. Ella empina el culo y lo mueve mientras, con la mano, agarra la polla y la encamina entre sus cachetes. Busca una postura más cómoda, deshaciendo el beso e inclinando el torso hacia delante y así sí, consigue que la picha se sitúe con la punta entre sus labios vaginales. Con la ayuda de Antonio, que empuja suavemente, consigue que entre sin apenas dificultad. El chico la percibe mojadísima mientras entierra la verga en el coñito peludo y caliente.
Luego, la desliza con suavidad atrás hasta casi sacarla y vuelta dentro, hasta que su pubis topa con las nalgas que lo reciben calientes y temblorosas, amortiguando el contacto. Lo hace con un exquisito cuidado, hasta que una impaciente María del Pilar mueve el culo pidiéndole más contundencia. La chica se deshace de deseo y quiere más y más fuerte. Y así se lo pide.
- Más fuerte, por favor, más fuerte - grita dejándose ya de lindezas frente a la indecisión de Antonio que actúa como si pudiera hacerle daño. Finalmente, ella se revuelve anhelante, sacándose la polla se gira y lo empuja para ponerlo boca arriba. Luego, se sube y se empala directamente. El coño rezuma flujos mientras ella comienza una cabalgada furiosa. Antonio se sorprende de tanta brusquedad, de tanta fuerza, de tanto deseo contenido que está liberando.
Mira hipnotizado como los pechos se mueven arriba y abajo, la chica empieza a sudar y las gotas se acumulan en el canal, deslizándose hacia su barriga. Su prima está desbocada y busca el contacto al máximo, como si su vagina hubiera ensanchado y con tanta lubricación le costara sentir su polla dentro.
Pronto, los jadeos se vuelven roncos y cada vez más seguidos, los pechos caen ingrávidos en una muda petición para que Antonio los pellizque, los amase, introduzca los pezones entre las falanges y los aprisione con sus dedos. Ella deja de cabalgar y simplemente se deja caer a peso hasta que su coño toma contacto con los huevos y entonces, se restriega y retuerce manteniéndola enterrada lo más profundo hasta alcanzar el orgasmo. María del Pilar se yergue, escapando los pechos de las manos de Antonio. Se mantiene vertical y levanta la barbilla como si quisiera concentrar todo su eje de gravedad sobre el falo que tiene enterrado en su interior, mientras emite un gruñido salvaje y ahora es ella la que se pellizca los pezones, retorciéndolos y consiguiendo un clímax que le hace casi perder el control de su cuerpo. A duras penas se mantiene sobre su primo hasta que finalmente se echa un lado y cae derrumbada de costado. Antonio se incorpora sobre los codos y puede ver que su verga está llena de hilos de flujo y completamente empapada, toda su entrepierna lo está, igual que si lo hubieran regado con un Squirt.
Increíblemente él ha conseguido aguantar sin correrse. Acaricia la espalda de su prima que un par de minutos después se recupera y se da la vuelta.
- ¡Qué buen comienzo primo! ¡Qué ganas te tenía! - le dice mientras se apoya en su pecho. Antonio reacciona al instante y su pene cabecea nada más siente las tetas tocar su costado. Está hipnotizado por ellas. María del Pilar suelta una pequeña risita:
- ¿Te he dejado con ganas? Pobrecito, bueno, pues habrá que solucionarlo ¿no?
Se inclina hacía su picha dándole el culo. Antonio puede ver ahora de cerca e incluso tocar ese trasero redondo y macizo, en el que asoma la mata de vello. Separa los cachetes con cuidado y recorre con sus dedos la raja hasta llegar a su coñito. Los pelos están revueltos y con pegotes de flujo y semen. Cuando los aparta, puede ver una raja colorada por el frote, con un interior rosa. Siente como ella lo masturba, la tiene tan pringosa que la mano resbala sin dificultad, no obstante María humedece la punta. Cada lengüetazo es un latigazo de placer, después, escupe y frota la saliva con la mano para más tarde volverla hacer desaparecer en su boca, en una garganta todo lo profunda que puede, sin llegar a provocarse arcadas.
Luego, se sube sobre él, pero en postura reverse, dándole el culo. Busca el ángulo correcto y la hace desaparecer de nuevo en su vagina, comenzando a cabalgarlo. Antonio está embelesado, desde esa postura puede ver perfectamente como su polla entra en el coño y como sus nalgas se mueven gracias a que María del Pilar levanta un poco el trasero. Ahora sí, demasiado para él, que se corre sin remedio mientras que ella, para sentirlo, sustituye el mete y saca por un movimiento circular mientras la mantiene bien enfundada en su sexo.
Antonio se vacía entero, aferrado a sus caderas, intentando incorporarse en un arco tensionado de su espalda impulsado por el placer y el deseo de atraerla hacia sí lo más posible. Su prima no tiene prisa, se queda montada inclinada un poco hacia delante, dejándolo disfrutar del momento y contrayendo la vagina para estrujar su verga de forma que echa hasta la última gota. Ella percibe (ahora sí) cada una de las pulsaciones.
Tras un rato, levanta un poco el culo y antes de que la polla se salga, vuelve a bajarlo. Repite la operación un par de veces, juguetona, pero Antonio ya la tiene semiflácida y a la tercera se le sale, acompañada de un borbotón de semen blanco y espeso que cae sobre sus huevos. El coño se mantiene abierto un momento, antes de que el pelo vuelva a ocultar el interior rosado, señalado ahora por grumos de esperma que se quedan pegados al vello.
María se da la vuelta y él casi lamenta perder esa visión privilegiada de su culo y de su sexo desde atrás. Se acurrucan juntos y se abrazan sin hablar: no hay mucho que decir, nunca lo ha habido, entre ellos hay más sensaciones y sentimientos que palabras. Antonio parece comprender ahora lo que su prima ya asimiló desde que planeó su despedida de soltera: no hay nada que justificar, nada que explicar, nada que proponer, solo sentir… disfrutar sin poner condiciones y sin calcular consecuencias. Lo único que les importuna en ese momento es el tiempo, el maldito tic-tac del reloj que avanza y les roba minutos juntos. María del Pilar es consciente y no tarda mucho en restregar su muslo contra la verga, de nuevo erecta, de su primo.
- ¿Otro asalto antes de irnos? - le propone con picardía.
Por toda respuesta él le besa los pechos, se los pellizca con los labios y recorre con su boca el camino hasta su sexo, deteniéndose en la panza a depositar caricias antes de continuar hacia la entrepierna.
- Espera, espera, que voy a lavarme - dice ella entre suspiros, aunque sus dedos se enredan en el pelo de Antonio presionando hacia su coño, contradiciendo sus palabras.
- Tú no vas a ningún sitio - le gruñe él mientras su boca se abre paso entre el pelo hasta esa fuente de flujo y de semen aún reciente. Lame por fuera, busca su clítoris e introduce la lengua en su vagina mientras separa los labios con los dedos para tratar de llegar lo más profundo posible.
Sabe a muchas cosas mezcladas: a flujo acre, a pelo húmedo, a sudor y por supuesto a su leche fresca, pero a él no le importa, los suspiros que comienzan a llegarle de María son néctar para sus oídos. Se vuelve a centrar en su clítoris al que somete a tortura con su lengua, complementando con la introducción de un par de dedos en la vagina. Presiona hacia arriba y ella se mueve acompañando el masaje. Descubre que cabe un dedo más y posiblemente un cuarto, está empapada y dilatada, pero decide no arriesgar y aprovecha con los tres que ya tiene dentro para hacerle un fisting que la vuelve loca. La muchacha grita palabras inconexas mientras mueve su pelvis. Antonio no oye, o mejor dicho, no entiende.
- Cariño... sí... ¡joder! qué bueno... que me corro... - cree poder descifrar hasta que ella explota de nuevo. Se contrae, tiembla, grita, suelta más líquido por su chocho, empapando la mano de Antonio y finalmente estira las piernas y los brazos, agotada y deshecha, mientras su amante retira con cuidado la mano y se limita a depositar un beso en su sensible clítoris, al que ella responde con un estremecimiento.
- Ahora sí que puedes ir a lavarte - le murmura mientras la besa en la mejilla. Ella recupera el resuello como puede y le responde.
- Pero esto habrá que arreglarlo antes ¿no? - dice tomándole el falo con la mano y comprobando que de nuevo está duro. Acompaña el gesto de un beso en la boca, largo y profundo, intercambiando saliva. Cuando se retira le comenta
- Sabe a coño ¿Dónde has estado metido, primo?
- En el mejor de los sitios.
María del Pilar se incorpora poniéndose en pie. Está colorada, el maquillaje ha desaparecido, tiene marcas en los pechos y en los muslos, el pelo alborotado, es decir: está guapísima. Se acerca al borde de la cama y se pone a cuatro, separando las piernas, en una postura tan obscena y provocadora que Antonio tiembla de deseo. Su coño se abre, despegándose los labios mayores y mostrando de nuevo un interior húmedo y palpitante. Las nalgas lo atraen, carnosas y simétricas, invitándolo a la penetración.
- Ven, lléname otra vez.
Antonio no se hace repetir la orden que coincide letra por letra con sus deseos. No necesita humedecer su polla, apenas aprieta el glande contra los labios mojados de su prima que emergen entre los cachetes, estos se abren sin dificultad y engullen la verga. La folla a perrito con ella inclinada, la cabeza sobre las sabanas, su vientre apoyado también en el colchón y el culo en pompa, ofrecida y dispuesta a aguantar el asalto. Antonio se acelera, ya no tiene miedo de hacerle daño, toda precaución se desvanece y la folla con ansiedad, casi con violencia. Ella gime, pero no es un grito de dolor ni de molestia, se está excitando de nuevo. Le gusta lo que está pasando, le pone que Antonio haya perdido los papeles, que embista ciegamente, aunque ya ha tenido su segundo orgasmo y le cuesta llegar, pero la sensación es placentera y morbosa.
Él, sin embargo, se corre de inmediato. Demasiado para aguantarse. Con un quejido ronco la aprieta contra sí, clavándosela hasta lo más hondo y notando sus testículos contraerse mientras vuelve a soltar su leche dentro de María. Se quedan así un rato, como dos perros encelados. Ella vuelve a echarse de costado cuando finalmente se separan y se gira. Su sexo queda otra vez ofrecido a la vista impúdicamente, con las piernas flexionadas, los labios del coño aún abiertos y un nuevo reguero de semen corriendo desde su vagina hasta el perineo, mojando la sabana. Otra imagen para la posteridad que graba a fuego Antonio y que la recordará siempre que busque en su memoria los momentos más tórridos con su prima. Le gustaría quedarse ahí, con ella, recreándose la vista y el resto de los sentidos pero se les hace ya tarde, muy tarde para justificar más retrasos al volver a casa. María también se activa, se mueve al baño y se da una ducha. Para no perder tiempo Antonio se asea en el bidé y lavabo, pero sin perderla de vista. De hecho se queda de pie, desnudo, mirándola vestirse. Ella sonríe y coquetea un poco, satisfecha de tener a Antonio rendido a sus encantos. No sabía cómo iba a reaccionar al verla tan embarazada, se siente gorda, pesada y no demasiado sexy, pero sale de aquella habitación satisfecha por la sesión de sexo y empoderada.
Los dos llegan de muy buen humor a casa, recibiendo la mirada escrutadora de la madre de María, que se huele el desaguisado aunque no puede demostrar nada. Nuevamente la madre de Antonio trata de quitar hierro al asunto, incapaz de creer que su hijo sea capaz de meter la polla en olla ajena, o al menos haciendo como que no se lo cree.
Se toman una cena fría, justificándose en que han estado de tiendas y apenas han podido picar alguna tapa. Cuando se acuestan, Antonio no puede conciliar el sueño. Sabe que apenas un tabique lo separa de María del Pilar ¿Dormirá ella?
Sí, sí que lo hace, al menos al principio. Está agotada por el día intenso y todas las emociones vividas. Follar a gusto y con deseo también cansa, piensa divertida antes de cerrar los ojos. Pero ya de madrugada, la presión sobre su vejiga la despierta. Cuando esté de siete meses va a tener que vivir sentada en el wáter.
Tras mear de forma prolongada, se limpia y bosteza sentada en la taza. Le va a resultar complicado coger de nuevo el sueño, conforme el embarazo avanza, duerme cada vez peor. Entonces se le ocurre una maldad. Asoma la cabeza al pasillo y fija la vista en la habitación de su primo. Es de madrugada y no se oye ningún ruido, todos están durmiendo. Camina pegando el oído al pasar por la puerta de la habitación de su tía, de la que sale algún ronquido acompasado. En la de Antonio no se oye nada ¿Por qué no? piensa. El riesgo la excita. Si no fuera suficiente morbo lo que han hecho ya, meterse en su cama con toda la familia allí supone romper todas las barreras.
A María del Pilar le cuesta creer lo que está a punto de hacer. Es como si fuera otra persona. Jamás se atrevería a algo así en el pueblo pero, precisamente por eso, es todo tan excitante. Quiere a su marido pero lo cierto es que después de dos años de matrimonio la aburre en la cama. Ahora más: tiene la absurda teoría de que no se puede follar estando tan avanzado el embarazo, de que no es bueno. Si por lo menos tuviera arte con la lengua o con los dedos sería pasable, pero su marido tiene poca iniciativa para todo lo que no sea en embestir de frente. Y con su primo siempre ha sido especial. Es un rollo aparte, ella se transforma cuando está con él o tiene la posibilidad de estarlo. Se pone en modo de hacer locuras, a veces casi sin pensar en las consecuencias, como la que está a punto de perpetrar esa madrugada.
Un sorprendido Antonio, que sigue sin poder dormir, ve abrirse la puerta y como una sombra se escabulle dentro de la habitación para volver a cerrarla con mucho cuidado. Ni por un segundo duda de quién se trata. Su prima llega hasta él con un largo camisón y descalza. Se mueve sin hacer ruido, aparta la sabana y se mete con él en la cama.
- ¿Qué haces? ¿Estás loca? - susurra en voz muy baja.
- Será solo un momento, fui al baño y se me ha ido el sueño, solo he venido a darte un beso de buenas noches por si mañana no nos podemos despedir.
Antonio está caliente y ella fresca por el paseo fuera de la cama y haber andado descalza. María se aprieta contra él y Antonio la abraza para calentarla. De nuevo, la barriga que se interpone entre ambos lo excita ¿Que tiene esta chica que le gusta en todas las formas y situaciones? Intenta hacerla desistir de la travesura:
- Si se despierta tu madre y ve que no estás…
- No seas miedica, es solo una visita de cortesía - dice ella mientras le mete mano al paquete, provocándole una erección instantánea.
- ¡María!
- ¡Cállate que nos van a oír! - dice mientras lo masturba y para evitar que siga recriminándola, lo besa.
Antonio deja de protestar y le acaricia los pechos, no tiene voluntad cuando se trata de su prima. Si ella se lo pidiera sería capaz de follársela encima de la mesa del comedor delante de toda la familia.
María se levanta, se sube el camisón hasta la cintura y se quita las bragas que deja tiradas en el suelo. Luego aparta la sabana y bajándole el slip a su primo, se sube encima abriéndose de piernas. Una vez más, la verga se desliza en su interior sin ningún problema: vuelve a estar mojada. “Es tan bueno” piensa Antonio… “joder ¿cómo puede dar tanto gusto?”. Ella lo cabalga despacio para no hacer sonar el somier, sin quitarse el camisón. Diez minutos de lento vaivén, de movimiento suave mientras ella se acaricia el coño por debajo de la barriga, usando sus dedos para darse placer.
Le cuesta contener los jadeos pero al final consigue correrse sin formar demasiado alboroto. Se deja caer sobre su primo que la coge entre sus brazos. La erección es tremenda y cada latido de su corazón se transforma en una palpitación de su polla. María del Pilar se incorpora un poco y poniéndose a cuatro patas deja que la verga salga de su vagina. Baja por el pecho del chico repartiendo besos hasta llegar a su vientre, continuando luego hasta abrazar con sus labios el falo. Lo chupa con cuidado, despacito pero profundamente, introduciéndosela todo lo que puede en la boca. Alterna con la mano, pajeándolo, mientras le come los huevos.
Le hubiera gustado recibirla otra vez dentro, que se corriera en su coño, pero no es cuestión de ponerse ahora (a las tantas de la madrugada), a lavarse en el bidet. Aquello es mucho más práctico y seguro que le gusta a Antonio, piensa mientras se la mete otra vez en la boca. Chupa y masturba a la vez, y pronto nota como se tensa. Ella aguanta sin dejar de succionar, dispuesta a recibir todo lo que mane de su capullo. Cuando Antonio es consciente de lo que va a pasar se derrite de placer. Un chorreón de semen sale disparado hacia la garganta y luego otro, y otro más. María resiste el envite a pesar de que la primera lechada le ha llegado hasta el estómago y está a punto de provocarle un acceso de tos. Saca la vega hacia fuera para dejar solo la punta dentro y ganar espacio, y así recibe el resto de la eyaculación que se va distribuyendo por su lengua y por cada rincón de su boca. No puede evitar que rebose un poco, cayendo por su barbilla a la sábana y pegándose al falo y a los huevos del chico.
Ella aguanta sin retirarse hasta que Antonio acaba del todo y luego, continúa regalándole la mamada más épica que le han hecho en su vida. Le limpia la polla y los testículos también, tragándose todo lo que su lengua va recogiendo.
Apenas han tardado veinte minutos pero los dos han quedado satisfechos. Ahora es ella la que recupera el conocimiento y la responsabilidad:
- Será mejor que me vaya…
El asiente. Se dan un último beso antes de separarse: la boca de María sabe a su semen. Es el último recuerdo sexual que tiene de ella. Cuando se levanta para ir a trabajar, ella duerme y para cuándo vuelve a casa, ya se ha ido.