Fantasías sexuales de las españolas

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Las Pilis​


Mentiría si te dijera que no disfruté de todo aquello. Me convencí a mí misma que estaba equilibrando mi karma y con él, el de mi barrio, el de mi ciudad. Los malos estaban pagando y yo disfrutaba con ello. Quizás ahí hubiera podido cerrar mi etapa como asesina. Todo aquello era demasiado excitante e interesante para frenar en seco y olvidarme, pero tal vez lo hubiera conseguido si no hubieras sido por las Pilis. Lo cierto es que nadie había podido relacionarme con la muerte de Mari, ni con la desaparición de José Marchena. Fundamentalmente porque todos pensaba que el Chata seguía vivo y que era el asesino de la chica de las Veredillas. Es cierto que yo la conocía pero nadie me había visto hablar con ella el día que desapareció. Jaime y yo no habíamos llegado a ser novios, ni siquiera a salir juntos o a dirigirnos la palabra en los últimos días. Su propio interés en mantener la distancia conmigo jugó en su contra, nadie pudo relacionarme más allá de haber ido alguna vez a su tienda o compartir instituto con ella, pero si hubiera sido por eso, entonces hubieran tenido que sospechar de medio barrio.

Nadie me preguntó, nadie me consultó, ningún policía me entrevistó. Estaban perdidos, no tenían ni puta idea de por dónde buscar siquiera al sospechoso principal. Entonces mi madre decidió que yo tenía que retomar el instituto. O eso, o ponerme a trabajar, que ya estaba bien de hacer el vago todo el día, tenía que espabilarme.

- No estás inválida ni te han quitado un brazo ni una pierna - observó mi padre con brutal objetividad. No hay mucho tiempo en una familia pobre para dedicar a la pena ni al duelo, algo de cariño y de comprensión quizás hubiera ayudado, pero claro, eso era demasiado pedir a mi padre. A él lo habían criado entre bofetadas y jornadas de faena extenuante. Como trabajo para mí no había, me hicieron volver al instituto.
Odiaba ir. Desde el primer día todos me miraron raro. Hasta entonces había sido poco menos que invisible, lo cual me exasperaba a veces. Envidiaba a las chicas que destacaban, a las que llevaban la voz cantante, las que se llevaban a los chicos de calle. Sin embargo, ahora recibí una atención no deseada. Me sorprendía leyendo las miradas de todos los compañeros y compañeras con los que me cruzaba. Desde la pena y la lástima de la mayoría, al rechazo y la curiosidad morbosa de muchos. Ambos extremos me agobiaban. Créeme, no desees nunca saber lo que piensa la gente. Siempre te decepcionan.

Ni siquiera aquellas más cercanas, a las que podría considerar algo parecido a mis amigas, trataron de entenderme, de darme algo de apoyo. Casi podría decir que suspiraron con alivio cuando decidí incomunicarme en un rincón del patio durante el recreo. Apenas había faltado un mes y parecía que había estado un siglo alejada de todo aquello. No encajaba ya en ningún sitio.

Y hubo alguien para quién eso no pasó desapercibido: las Pilis. Todos las conocemos así aunque solo una de ellas se llama Pilar realmente. A lo largo de esta historia creo que ya ha salido a relucir que algunas chicas hacían determinadas cosas por dinero, incluso desde muy jovencitas. Pilar era una de ellas. Como siempre suele suceder, las cosas no empiezan de esa manera. Nadie se vuelve un yonki de repente, ni un atracador, ni una puta.

Todo empieza con la fiesta y el subidón que te dan las drogas hasta que dejas de controlarlas y son ellas las que te controlan a ti. También piensas que no pasa nada por dar un pequeño palo, un robo en un coche, un tirón a una señora pija o unos paquetes de cerveza de la despensa de un tendero, una pequeña propina y un subidón de adrenalina para divertirte, hasta que un día te ves disparando una recortada contra un pobre diablo, detrás de la barra de un estanco o tras el mostrador de la farmacia.

La Pili tuvo el éxito con los chicos que yo no tuve. No le faltó un chaval guapo del brazo desde prácticamente que empezó con la adolescencia. Los primeros, sin duda, por amor o quizás por el celo que provoca la química en las hormonas adolescentes. ¿A qué chica no le gusta que la quieran? ¿Quién le hace ascos al dulce sabor del sexo joven y apasionado? Y una vez roto el tabú, una vez que el sexo regalado se convierte en algo habitual ¿por qué no ir más lejos? Algunas aprenden muy pronto el poder que ejerce sobre los chicos eso que tienen entre las piernas.
De modo que aquello que empezó dando por amor y luego por placer, terminó dándolo por interés. Muchos hogares no estaban muy boyantes y desde luego, las chicas de las Veredillas no podíamos permitirnos caprichos. Aunque aquello que nosotros llamamos capricho era simple y pura necesidad en la mayoría de los hogares normales. Unos zapatos decentes, estrenar alguna vez ropa nueva, poder comprar productos de higiene femenina, tener unos pendientes que evitaran que se te cerrara el agujero de la oreja…El simple hecho de que un chico te paseara en su moto y te llevara a la playa del Palo a invitarte a un refresco era todo un lujo que casi todas ambicionábamos.

Pilar se dio cuenta de que podía tener todo eso y más. Y no precisamente trabajando. Y si además no tienes demasiados escrúpulos, y dejas de centrarte solo en aquellos que te gustan y amplias el límite de edad a hombres más mayores, no faltará quién te silbe al pasar.

Pili hacía tiempo que no iba por el instituto, sus intereses estaban en otro sitio. Básicamente, en el asiento de atrás de un coche, en cuartuchos, solares abandonados o cualquier rincón donde pudiera intercambiar sexo por favores.

Tan viejo como el mundo. Igual de antiguo que el tema de buscar la evasión rápida y placentera que provoca la droga o el alcohol, y que al final te vuelve esclava. Pili tenía un poco de todo eso pero no era muy distinta a nosotras, podía haber salido, podía haber cogido otro camino, pero ella eligió conscientemente lo sencillo, lo fácil. Eligió equivocarse. Y además arrastró a Conchi.

Conchi, moldeable y sin voluntad propia, pegada a ella como su sombra. Deseando emularla, pensando que el dinero te lo regala la vida solo por tener un cuerpo joven y apetecible. Tanto la imitaba que al final dejo de ser Conchi para que la conociéramos simplemente como la Pili 2, y de ahí, al final, el nombre de las Pilis, porque siempre iban juntas a todos lados y lo que hacía la una lo hacía la otra. Al seguirla con los ojos cerrados en todas sus movidas reforzaba su conducta. Perdieron cualquier rastro de honorabilidad que pudieran tener, y con ella, el respeto de los que las conocíamos, para luego acabar perdiéndoselo a sí mismas.

Esas dos eran como la protagonista de la canción La Negra Flor de Radio Futura. “Cuando hay más jaleo, te veo pasar”… allí donde había follón ellas estaban juntándose con lo mejorcito del barrio, fumando tabaco del bueno, manejando algún que otro billete, con ropa de marca y sin que le faltaran bebida ni costo de calidad.

Y allí se encontraba una de ellas esperándome. A la salida del instituto.

- Eleni ven, que tenemos que hablar.

- ¿Qué quieres?

- Aquí no.

Nos apartamos unos metros y cuando estuvimos a solas me preguntó a bocajarro:

- Eleni ¿tú quieres ganarte un dinerito?

- ¿Haciendo qué?

- Pasando un buen rato.

No me molesté en contestar. La mirada escéptica y dura hablaba por mí. Empezaba a intuir por dónde iba la propuesta y no me gustaba nada.

- Venga chica, no pongas esa cara: será divertido y te llevarás un dinero ¿no quieres tener unos vaqueros o unas botas como las mías?

- Si para eso tengo que abrirme de piernas, no.

- A ti ya te han abierto de piernas y bien abierta ¿Qué más te da? Sácale un poco de provecho porque otra cosa no te vas a llevar.

La fulminé con la mirada pero ella me ignoró. Demasiado estaba acostumbrada a que los reproches le resbalaran. Y siguió a lo suyo.

- No te enfades gorriona, que yo soy un poco bruta pero en el fondo lo que quiero es hacerte un favor.

- Pues ahórratelo.

- No entiendes de que va esto ¿verdad? Tú y yo ya no somos chicas normales: la gente habla. Nos va a costar mucho encontrar novio y desde luego no aquí, en el barrio, así que mientras emigramos ¿por qué no aprovecharnos? Benefíciate de la mala fama como he hecho yo.

Ahora ella era la que me taladraba con la vista. Dio una calada y echando el humo de lado me miró de arriba abajo.

- Oye, siento mucho lo que te pasó pero lo que yo te estoy proponiendo no es igual. Es gente que te trata bien. Incluso chicos guapos que te harán disfrutar. Puedes probar y luego si no te gusta...

- No necesito probar nada - le dije desabrida, casi escupiendo las palabras.

Ella me pilló el tono y esta vez sí pareció ofenderse un poco, o tal vez era simplemente que esperaba hacer negocio conmigo y le había fastidiado a los planes.

- Tú misma. Pero créeme si te digo algo, que de esto se mas que tú: los chicos son unos cabrones, eso no hace falta que te lo cuente porque tú misma lo has podido comprobar. Encontrar un tío que aquí te trate bien es un milagro, si no te la dan al principio te la dan al final. Puedes seguir siendo la pobrecita Elena y seguir preocupándote por una reputación que ya no tienes, o puedes empezar a aprovecharte tú de ellos. La Conchi y yo hacemos lo que nos da la gana, nadie nos obliga y no somos peores que aquellas que se dejan follar gratis por un novio que al final va acabar jodiéndolas igual.

Di medida vuelta y comencé a alejarme de ella: no quería seguir escuchándola.

- Si al final te decides estaré sobre las nueve en el cañaveral. He quedado con un chico, si vienes te lo presento. Te aseguro que te gustará.
Yo sería caminando sin volver la vista.

- Al final te joden Eleni, de una forma u otra te joden ¡sácale partido no seas tonta! - Fue lo último que me gritó antes de que girara la esquina y la perdiera de vista.

Esa tarde me encerré en mi cuarto sin comer. Una extraña fiebre se había apoderado de mí y me tenía revuelta. Hasta la cualquiera del barrio se pensaba mejor que yo ¿Es que acaso no veía la diferencia en que entre que te violen y que te abras de piernas al primero que llegue? Pero no, incluso la Pili se podía permitir mirarme desde arriba y levantarme la voz. El chico al que amaba había demostrado ser un perfecto capullo; su hermana una mala puta; la gente me señalaba sin que yo o hubiera hecho nada malo, solo era una víctima; y para colmo, mi familia parecía darles la razón mirándome como si estuviera loca, como si yo fuera incapaz de comprender que cuando la vida te marca, te tienes que dar por jodida y ya está.

Pues no, no estaba dispuesta: en una cosa tenía razón la Pili, y es que tendría que emigrar de aquel barrio de mierda, pero antes de irme haría una pequeña limpieza. Por culpa de tías como las Pilis había cerdos que pensaban que todas las chicas teníamos un precio. Eran un imán para los monstruos como el Chata, los atraían y luego pagábamos las que no teníamos culpa.

¿Qué mal había hecho yo para que me arrastraran a aquella infecta cabaña? Jamás había pensado en vender mi virtud, ni en entregarme a otro sino aquel a quién amara. Solo tuve la mala suerte de cruzarme en su camino, en el camino de un monstruo que venía buscando a una chica de las que regalan sus encantos, o de las que los cobran, y ese día (mira por donde), no la encontró y decidió raptarme a mí.
No se puede atraer a las alimañas habiendo ovejas sueltas. Si cebas a los lobos estos acaban haciendo presa en todo lo que se mueve. Y estás eran de las que le daban carnaza.

Tomé una decisión. Allí tumbada en la cama y mirando el techo: mientras revisaba el mapamundi que formaban los desconchones, supe que volvería a matar. Yo tenía un poder y debía emplearlo. Estaba sufriendo una metamorfosis dolorosa pero necesaria: había dejado de ser una víctima y ahora era una cazadora. Dejé de ser una de cría con la cabeza llena de pájaros, insegura y llena de miedos y ahora pisaba fuerte y con confianza. Yo decidía y ¿sabes qué? que empezó a gustarme la nueva Elena. Empecé aceptarme y pronto me gusté. Ahora yo era el lobo que había probado la sangre y ya no renunciaba a alimentarme.

Y mi alimento era eliminar el mal de mi alrededor.

Al anochecer me dirigí al cañaveral. Una idea alumbraba mi voluntad aunque todavía no le había dado forma. Pilar era un faro que atraía a lo peor de los hombres a nuestro barrio, pues bien: yo apagaría ese faro.

La muerte del Chata había eliminado al monstruo pero eso no lo sabía nadie, de la misma forma que tampoco sabía nadie por qué había muerto Mari. No podía darle publicidad sin delatarme, no podía explicar las verdaderas razones de la muerte de una, ni resolver el enigma del otro sin señalarme. Pero sin duda el castigo a Pili sí sonaría como una advertencia alta y clara para las chicas que se vendían.

Sabía que podría encontrarla en el cañaveral y si la suerte me acompañaba un poco, quizás sola. Antes, pasé por la casa abandonada donde había vuelto a esconder la pistola en otro agujero distinto, junto con las botas del Chata, una cazadora vieja verde militar que usaba y también la navaja que le había cogido. Me calcé las botas de media caña, apretando bien en el tobillo ya que me quedaban varios números más grandes, me eché la cazadora por encima y me guardé un trozo de cordel con la navaja en un bolsillo y la pistola en otro. Me colgué la mochila y salí en busca de la Pili.

No voy a tratar de explicarte a la transformación que obró en mí ese ritual y sentir sobre mis hombros las prendas del monstruo. Fue un subidón, ya no temía a los fantasmas, al contrario: los perseguía, tenía el poder y el miedo de mi parte. Era ira y fuego en movimiento. No te pido que lo entiendas, tú no eres yo. Jamás comprenderías lo que se siente, jamás entenderías mis motivos, somos distintos, tanto como lo es un tigre y su presa. Dos mundos diferentes que se encuentran pero no se comprenden.

Caminé hacia la acequia seca que conocemos como el cañaveral dando un rodeo por la parte de campo, evitando las calles y la pista de tierra que llevaba hasta ella. Se había hecho de noche y desde la muerte de Mari, el barrio se mantenía desierto a esa hora. La gente y (sobre todo las chicas), tenían todavía miedo de salir. Me sentí plena, satisfecha, porque sabía que era a mí a quién temían. El monstruo había salido a cazar de nuevo, pero era un monstruo distinto, diferente, justiciero y pletórico de su fuerza recién descubierta ¡Ahora sé cuánto me arriesgue y cuánta suerte tuve! Si me hubiera pillado la policía en esos momentos… todavía patrullaban y buscaban al Chata. Si me cogen con su chaqueta y botas hubiera acabado todo. Ahora es distinto, tengo método y experiencia además de buena suerte ¿sabes?
Bueno, como te he dicho, el cañaveral era un antiguo canal de riego seco y roto en varias partes, más allá de las últimas casas del barrio y solo llevaba agua cuando llovía. Se formaban pequeños charcos allí donde la acequia estaba quebrada y el agua se dispersaba. De día iban los chicos a jugar, a tratar de cazar ranas… de noche iban las parejitas buscando intimidad entre las cañas que allí crecían. Esa noche había una pareja, solo había alguien tan loco para aventurarse y yo sabía que era Pili.

Un coche pequeño, oscuro, con rayones a los lados y un bollo en la parte de atrás. Los cristales bajados porque era una noche un poco bochornosa, dos siluetas entrelazadas dentro, bailando una danza íntima como si fueran sombras chinescas proyectadas sobre una sábana. Me acerqué sin ser vista, ocultándome en el cañaveral que rodeaba el claro. Me percaté de que ella estaba arriba, recogido el pelo en una coleta, la barbilla levantada y sus pechos ofrecidos como el mascarón de proa de una embarcación que riela las olas.

Perdona que me ponga un poco poética, quizás ese lenguaje ahora está de más, pero es que todo era como un sueño: me veía a mí misma protagonista de en mi propia película. Entre tú y yo ya no hay mentira así que te seré sincera. Aquella visión me excitó. Por lo que veía y por lo que estaba a punto de pasar. La sangre me hervía y el cuerpo se me preparaba para matar, para alcanzar un nuevo orgasmo de placer y furia. Todavía no sabía cómo, pero sabía que esta noche habría sacrificio a la diosa de la justicia.

En un momento dado se abrió la puerta y ella salió con una minifalda enrollada alrededor de la cintura, dejando ver sus largos y delgados muslos y la mata de pelo negro entre sus piernas. Junto con ella salió un chico moreno de unos veintitantos años, con aspecto agitanado. La luz del coche quedó encendida al dejar la puerta abierta y pude comprobar que el chaval era musculoso, con unos buenos pectorales y bíceps, piel oscura y no sé si guapo, no pude verle la cara. Entre las piernas le colgaba un buen badajo que se movía a un lado y a otro, como señalando a derecha e izquierda, como buscando de nuevo acomodo en la cavidad húmeda y palpitante que acababa de abandonar. No, no era mal ejemplar, tuve que reconocer. Ella intentó hacerle una caricia con la mano, atraerlo hacia sí misma para besarlo, pero el chico, con un movimiento hosco le sujetó la mano y la volteó, abrazándola por detrás. Desde esa postura le sobo las tetas mientras ella restregaba su culo contra la polla. Un beso intenso en el cuello la hizo gemir alto y claro, sin esconderse y sin vergüenza, aunque deberían suponer que no había nadie cerca. El segundo beso se transformó en mordisco, por lo que parece, porque ella dio un grito y se fajó del abrazo mientras intentaba dale una bofetada.

- ¡Gilipollas! ¡No me muerdas que me dejas marca!

El muchacho la tomó de los brazos y la empujó contra el capó.

- No te pongas ahora chulita que sé que te gusta – entonces, la forzó a darse la vuelta y sujetándole con un brazo la espalda, con el otro maniobró su verga hasta penetrarla desde atrás.

- Despacio que me haces daño.

- Cállate zorra, no me digas ahora que me pare después de haberme calentado - dijo mientras empezaba a culear.
Apreté un puño dentro de la chaqueta aferrando el revólver cuando oír gritar a la Pili. Negros recuerdos me asaltaron y estuve a punto de plantarme allí en dos pasos y volarle la cabeza al muy bestia. Por un momento, imaginar la piel blanca de la espalda de Pili llena de sangre de aquel idiota me produjo un subidón. Me contuve unos minutos, lo justo para comprobar que la chica aguantaba las embestidas más fastidiada que dolorida. Parecía poder con aquello. Miraba hacia atrás como desafiando al pavo, amortiguando cada vez más sus grititos que hacia coincidir con cada metida de polla. Y pronto, un relámpago de lujuria pura y dura atravesó su rostro. En qué momento la molestia se fue transformando en placer es algo difícil de determinar. Hubo un punto en el que yo no tenía claro si disfrutaba o sentía fatiga, pero poco después, ya no tuve dudas. Empinaba el culo para mejorar el ángulo de penetración y sentirla mejor. Su cuerpo estaba tenso y los grititos se habían transformado de nuevo en jadeos, altos y fuertes.

- Dame, dame, dameeeee…..- exigía gimiendo con voz rota por el placer.

El chico aumentó el ritmo de sus caderas mientras resoplaba como un venado en celo. Sus brazos se tensaron al agarrarla de la cintura e imprimir más fuerza a sus pollazos, haciendo que sus bíceps formaran bola y se marcaran sus venas. Es increíble con qué nivel de detalle podía ahora absorber toda la escena. Como a cámara lenta, veía desarrollarse el encuentro entre esos dos cuerpos, jóvenes, casi animales, en una danza de sexo y morbo. Podía incluso oler sus feromonas, sus fluidos, sentir cada pestañeo de Pili cuando la verga entraba hasta el fondo, cada contracción de la verga del muchacho que anticipaba su eyaculación, cada jadeo formándose en la garganta incluso antes de ser emitido. Que quieres que te diga, yo misma estaba cachonda pérdida. Me imaginé disparándoles a ambos justo en el momento de su orgasmo y una conmoción me recorrió entera. Por un momento me tambaleé a punto de caer, tropezando con algo duro que había en el suelo. Era un trozo de hierro, un mástil de unos cincuenta centímetros, posiblemente el mango de alguna herramienta. Lo tomé y lo puse a un lado. Si no fuera porque estaban en todo su apogeo, quizás me hubiesen oído. Pero ellos estaban a lo suyo… y yo a lo mío, que en ese momento era meter la mano entre el pantalón y mi vientre y masturbarme furiosamente, mientras a todo aquel cuadro de sexo y morbo añadía unas pinceladas rojas de sangre, imaginando mi irrupción en la escena.

- No me lo eches dentro, córrete fuera – consiguió articular Pilar – fuera, cabrón ¡sácala ya! – exigió entre golpeteos secos de carne contra carne de la pelvis del chico chocando contra sus nalgas.

Por un momento pareció que no iba a obedecer porque no aflojó ni el ritmo ni la intensidad. La tenía a su merced y a pesar de todo su genio y su descaro, Pili, no podía (o quizás no quería) revolverse. Un brazo torcido en su espalda, que el hombretón sujetaba con una mano y con la otra, dejando caer su peso sobre sus omoplatos, la forzaba a mantener la postura, sometida a su fuerza bruta. Pero en el último instante, el mocetón se separó, sacando la verga y masturbándose sobre el culo de ella. Si estaba aliviada no lo demostró en ese momento. Solo se dio la vuelta y se arrodilló frente a él, esperando recibir la descarga que llegó en forma de una lluvia de semen que le puso perdida la cara y las tetas. Esperó paciente a que el torrente amainara y justo cuando él estrujaba para sacar las últimas gotas, ella le cogió los testículos y cerró la boca sobre su glande, sorbiendo con avidez. El chico se dejó hacer: los muslos fuertes plantados en el suelo, acariciando su pelo mientras ella chupaba y lamía golosa. Finalmente se separó y se puso de pie, sacudiéndose las rodillas de tierra y hojas. Todavía se exhibió un poco más, provocadora, mostrando los restos de semen en sus tetas como si fueran condecoraciones.

Me tuve que morder la lengua para no gritar: un orgasmo me sacudía y yo intentaba contenerlo para no hacer ruido ni delatarme. Mi cuerpo se sacudía entre convulsiones, fue largo, intenso… hubo un momento en que me abandoné. Hubieran podido sorprenderme y hacerme lo que hubieran querido porque no era capaz de reaccionar, solo dejarme recorrer por el placer. Al retirar la mano de mi entrepierna estaba chorreando. Un olor a sexo, mi propio sexo, me llegó hasta la nariz.

Cuando me pude recuperar vi que Pili ya estaba vestida y reñía con el chico. Había recobrado el aire chulesco y parecía encararse con él. Discutían por algo. Al final él metió la mano en el bolsillo y saco una cosa que brilló un instante: era una cadena con un colgante, parecía de plata. Ella sonrió satisfecha y la tomó con la mano sopesándola.

Luego se despidieron. Él se marchó y Pili se quedó sola, quizás esperando a otro “amigo”. Hay que reconocer que le echaba ovarios. Con un asesino suelto y ella allí de noche, expuesta a lo que viniera. Igual esta vez no iba a resultar tan fácil, me dije. No obstante, di unos pasos hacia ella, haciéndome visible. Llevaba el mango de hierro en la mano, colgando a mi costado.

- Hola Pili.

Ella se removió inquieta. Mi voz le resultaba familiar pero no mi aspecto, lo que la hizo recelar.

- ¿Quién eres?

- Soy Elena.

Me acerqué hasta que pudo reconocerme. Entonces suspiró tranquila:

- Vaya, de forma que al final te has decidido a venir… ¿De qué vas disfrazada?

- Prefiero que me confundan con un tío, no quiero más sustos. Traigo esto para defenderme – le aclaré al ver su mirada fija en el hierro.

- Así no te vas a comer una mierda chica. No vuelvas a venir con esa pinta. Hay que gustar a los hombres y una ropa provocativa es tener hecho un 80% del trabajo.

- Ya…

- ¿Me has visto con el gitano?

- Sí ¿De verdad es gitano?

- Solo medio, por parte de padre. Mira lo que me he ganado – indicó mostrándome con orgullo la cadena de plata – pesa bastante, debe valer una pasta. Y además me ha dado un buen trozo de chocolate ¿quieres que nos hagamos un peta?

- Prefiero no fumar. Estoy un poco nerviosa.

- Pues por eso, esto te relaja – dijo mientras comenzaba a liarse un porro.

- Tenias algo que proponerme ¿Era esto?

- Ya has visto que fácil es sacarse un dinerito ¿Te ha gustado el espectáculo?

- Me ha parecido interesante ¿Has disfrutado? - Pregunté contestando con otra pregunta.

- Ha estado bien, aunque esta vez no me he corrido. El Manolo es un poco bruto e impaciente. Pero hay otros que sí saben hacértelo – indicó con una sonrisa morbosa.

- Mira – continuó mientras daba una calada profunda – tenías que haberte mostrado antes. Esto era una prueba, quería verte follar con él.

- ¿Una prueba?

- Sí. No es aquí donde te quiero, haciéndome la competencia a mi o a Conchi. En el barrio nos bastamos solas y ya tenemos nuestros líos.
Tampoco somos putas de esquina ¿sabes? Elegimos con quien estamos y mejor que no te entrometas.

- Entonces ¿que querías de mí?

- Mira, a veces nos invitan a fiestas. Gente de pasta que conoce el Pelao. Ya sabes, les pasa costo y otras cosas. Fue él quien nos lo propuso. Tíos que manejan, de los que te recogen en el Muelle Uno con el barco y te dan una vuelta por la costa, o te llevan a una villa bonita con piscina y jardín, champagne y coca, nada de cerveza y canutos. Echas una buena tarde y te traes un buen pico. A veces también te hacen un regalito extra. A mí una vez me dieron un reloj bueno y en otra ocasión nos trajimos unos pendientes de oro.

- ¿Son jóvenes?

-Hay de todo.

- Y ¿que piden?

- Pues básicamente están hartos de pijas que ponen cara de asco para todo. Lo que quieren es una chavala apañada que le guste follar y no ponga pegas a nada. Pero no te preocupes, hay alguno un poco especialito pero la mayoría solo quieren disfrutar, no te van a pedir cosas raras ni te van a hacer daño.

- ¿Y por qué quieres que os acompañe?

- Por la variedad, chica, que no te enteras. Esa gente se aburre de ver siempre las mismas caras, tenemos que darles vidilla porque si no se buscan a otras. Chavalitas jóvenes de barrio dispuestas a dar marcha si eres generoso, abundan. Así que Conchi yo nos montamos el espectáculo pero hemos pensado que si te metemos a ti, será una novedad: las tres juntas podemos ganar bastante.

- ¿Las tres juntas? ¿tendría que...?

- Ya te acostumbrarás, solo es sexo. Simplemente nos acariciamos y jugamos un poco para ponerlos a tono, no pasa nada. Ni la Conchi ni yo somos lesbianas. Entonces ¿qué? ¿Te animas?

- Tengo que pensarlo.

- Pues no pienses mucho que este sábado tenemos guateque. Si tú no vienes buscamos otra.

- Mañana, cuando salga del instituto, te doy la respuesta.

- No te olvides de la prueba.

- ¿Qué prueba?

- No quiero movidas ni rollos una vez en faena. Nada de lloros ni de montar el espectáculo. Tengo que estar segura de ti. Tienes que gustarles, así que tengo que verte follar antes.

- ¿Por eso me citaste aquí? ¿Para que follara con el gitano?

- Me da igual aquí y con el gitano que en otro sitio y con otro. Si quieres funcionar con nosotras me tienes que demostrar que estás a la altura.

- ¿A la altura? ¿Que si yo estoy a tu altura? Jajajaa.

Hasta yo misma me estremecí con el tono de mi risa, que tenía un punto macabro como si anticipara lo que iba a suceder unos instantes después. Pilar me miró sorprendida, pareciera que por un momento hubiera atisbado quién era realmente yo, como si hubiese podido levantar por un instante la esquinita de uno de los velos que cubrían mi interior y se hubiera asomado a mi alma negra. No, no me importa definirme como un demonio, ni como una bruja, ni como una asesina… tú misma puedes llamarme lo que quieras que no me molestaré, incluso puede ser que me sienta halagada.

Como te decía, en ese momento Pilar se inquietó como si hubiera tenido un pequeño atisbo de comprensión de lo que tenía delante: el lobo bajo la piel de cordero.

- ¡Eh tranquila! - dijo – bueno, vámonos que aquí ya está todo el pescado vendido esta noche. No creo que se acerque nadie más - y empezó a caminar hacia las luces de las casas más cercanas

El primer golpe no la derrumbó pero la dejó tambaleante. Su cuerpo no llegó a caer pero su cerebro se desconectó por la fuerte sacudida y el dolor intenso. En una rápida sucesión le pegué tres o cuatro veces más, incluso mientras caía de rodillas, golpeándola las costillas y en la espalda. No pudo emitir ningún grito, solo un gemido sordo y apagado. La arrastré aún viva hasta un arbusto cercano y usando el cordel la estrangulé, apoyando el pie en el árbol y tirando de ella. Utilicé el hierro para penetrarla, tras dejarla desnuda, y luego la cubrí con la chaqueta del Marchena. Antes de irme, cogí la cadena que le habían regalado y la desplegué sobre su vientre, con el Cristo de Dalí justo en su pubis, lanzándole al cuerpo aún caliente unas últimas palabras a modo de epitafio:

- No te equivoques Pilar, tú y yo no somos iguales, de hecho no nos parecemos en nada aunque me haya excitado viéndote follar con el gitano.

Me largué de allí escabulléndome campo a través para que nadie me viera. Al día siguiente fue una conmoción cuando descubrieron su cadáver. Esta vez sí, la policía tomó el barrio, una auténtica locura, te puedes imaginar. Todo el mundo estaba convencido de que el Chata seguía suelto. Mi madre me prohibió salir a la calle y no se veía en cuanto caía la noche, a ninguna chica sola andar fuera de casa. Una vez más pasó que entrevistaron a medio barrio pero a mí me dejaron al margen. Parece que mi condición de víctima me eximía de toda sospecha.

Pasé una semana madurando que el trabajo estaba incompleto. Con el olor a sangre todavía impregnando mi olfato y el cuerpo pidiéndome dar otro escarmiento, debía completar la tarea con el cabo suelto que quedaba, que no era otro que Conchi, la otra Pili. El mensaje quedaría así enviado alto y claro. Pero ¿merecía Conchi morir? Ahora ya no tengo esos reparos. La misión y el placer de la caza están por encima de cualquier consideración moral. Pero entonces todavía arrastraba el lastre de cierta piedad, de algún vestigio de auto justificación, de algo de reparo a la hora de matar. Cuesta deshacerse de tu yo antiguo, no es tan fácil, aunque lo cierto es que la total ausencia de remordimientos ya me indicaba cuál era la dirección en que me encaminaba.

Decidí posponer la decisión hasta que me encontrara con ella. Lo cierto es que había desaparecido y no se la veía por ningún lado. Igual que su alter ego, la Pili, hacía ya meses que había dejado el instituto y si antes era relativamente fácil encontrártela por la calle, o en algún local del barrio socializando o pendoneando (según a quien le preguntaras), ahora llevaba varios días desaparecida. A pesar de las protestas de mi madre comencé a salir sola. Lo cierto es que el barrio era un hervidero de Policía y de vecinos que escrutaban a todo aquel, extraño o no, que resultara sospechoso.

Pero yo no. El diablo siempre escoge los mejores disfraces cuándo sale a trabajar. Hasta que no es demasiado tarde no notas el olor azufre. Así que podía moverme con total libertad evitando hacer preguntas directas pero poniendo oído, porque de todas formas no había otro tema de conversación. Al final se acababa una enterando de todos los rumores alocados, cambiantes e increíbles, que no añadían más que confusión a todo lo sucedido.

Tres tardes estuve saliendo hasta que me la crucé. Caminado con la mirada un poco perdida, parecía más desconcertada que asustada. Me acerqué a ella y le pregunté:

- Tía ¿estás bien?

Me miró con esos ojos de cabra que tenía (era un poco estrábica tenía los ojos algo saltones). Gastaba peor tipo que su amiga Pili (aunque sabía sacarse partido) y desde luego era bastante menos decidida e inteligente. Parecía una réplica del todo a cien, una versión mala y barata de la choni de barrio que había sido su amiga.

- ¿Eh? Si...

Conchi me tomo del brazo apretando muy fuerte, casi hasta hacerme daño.

- Eleni que alegría verte... Vaya palo, te has enterado ¿no?

- ¿Y quién no? ¿Hay alguien en toda Málaga que no lo sepa?

No parecía estar en la realidad. Asintió con gesto grave y luego vi cómo se descomponía su rostro y una lágrima recorría su mejilla. Empezó a moquear pero sin hacer el más mínimo intento de limpiarse la cara. Como si su cuerpo y su mente estuvieran disociados. Su cerebro parecía haberse ido de visita a otro mundo. Tras lo que parecieron un par de interminables minutos pareció volver en sí.

- ¡Qué puta mierda Elena, que puta mierda!

Me bastaron cinco minutos de charla para entender que Conchi se había quedado huérfana. Su norte y su guía había sido siempre Pili, creció a su sombra y sea como fuere que ella consideraba lo que era su vida, parecía sentirse dueña de la misma, satisfecha de sus manejos. Pero ahora, una vez caído el árbol que la cobijaba, estaba a merced de los elementos. El tema era más penoso y profundo de lo que yo pensaba: en todos estos días no había podido superar el shock y lo que es peor, se lanzó de cabeza a la corriente, dejándose llevar por la misma e incapaz de reaccionar ni de buscar un punto de salida.

- Necesito que me hagas un favor. Llégate a donde el Pelao y pídele un gramo - dijo poniéndome un puñado de billetes arrugados en la mano - No le digas que es para mí ni tampoco que me has visto, llevo todos estos días escondida.

- ¿Un gramo? ¿De coca?

- ¡No, idiota! de caballo.

Me fijé en sus brazos y entonces caí en la cuenta. Distinguí varias picaduras en cada uno de ellos.

- No me jodas Conchi...

- Lo necesito, enróllate…

- Yo no voy a ir donde el Pelado y mucho menos a comprarle caballo.

Me miro con un cansado hastío, como confirmando que el mundo conspiraba contra ella y después, se apoyó contra la pared, como si le costara mantenerse en pie.

- Oye ¿y por qué estabas escondida?

- Le debo pasta, llevo pillándole desde que mataron a Pili pero no he podido hacer dinero para pagarle. Esto es lo último que he podido juntar pero solo da para una dosis.

- ¿Y por qué no te montas una fiesta de esas a las que ibais? Pili me dijo que sacabais un buen pellizco…

- ¿Habló contigo de eso? - contestó sorprendida.

- Sí, me propuso participar.

De repente sus ojos adquirieron vida y su expresión pareció volver a conectar con la realidad.

- Oye qué buena idea ¡Joder! Pili siempre iba por delante. Esa gente apenas nos llamaba ya, parecía que se habían aburrido de nosotras.

La mente de Conchi era toda confusión. Mirar en su interior era como tratar de leer un texto con las palabras desordenadas, pero de repente todo pareció aclararse y cada pieza del puzle encajó en el lugar que le correspondía. Pude ver con claridad lo que había sucedido.

- No vuelvas a venir por aquí con esta yonki de mierda - había espetado el Pelado después de la última orgía, señalando a una colocada Conchi, que parecía más una muñeca deslavazada que la jovencita descarada y fogosa que había hecho las delicias de los clientes, subiendo la apuesta con cada nueva guarrería que practicaba.

No diré que sentí pena por ella: a estas alturas ya había empezado a darme cuenta de que yo no era capaz de ponerme del todo en el lugar de los demás, no tenía (si es que alguna vez la había tenido), capacidad de empatizar, como correspondía a la buena psicópata en que me estaba descubriendo, pero sí tuve un pequeño punto de indecisión, de duda: la Conchi parecía más víctima que culpable. Te juro que estuve a punto de perdonarle la vida, pero hubo un momento de lucidez en su celebro, atormentado por el síndrome de abstinencia, y fue como si me lo gritara a la cara. Aunque no lo dijo, pude leer perfectamente que pensaba que yo era una puta, una guarra que quería entrar en el negocio, que todo lo que se hablaba de mí era cierto y aún más. Su mente no paraba de calcular posibilidades: presentarse donde el Pelao con una nueva pareja, ofreciéndole que concertara citas para pagar su deuda, incluso ya estaba pensando en negociarlo ella, dejándome a mí al margen y ofreciéndome una cantidad bastante inferior a lo que realmente iba a cobrar. Eso le daría tiempo a recobrarse, pensaba. Una primera cita donde disimulase su adicción, en la que yo sería la novedad y me ofrecería como carnaza para que me follaran por todos sitios y en todas posiciones. Hasta dentro de diez o quince días no habría una segunda sesión, lo cual le daría tiempo a recuperarse. Y también tiempo a que con la ayuda del Pelao y un par de buenas hostias (si hacía falta), me convencieran para seguir en el negocio.

Yo, haciendo un esfuerzo por comprenderla y ella allí, vendiéndome al peso como si fuera un trozo de carne ¿Ves lo que te digo? la lástima es un lastre que no nos podemos permitir. De modo que apreté el puño y me guardé el dinero en el bolsillo.

- Espérame en el solar de la calle vieja - le indiqué. Nadie parecía haber reparado en nosotras, la conversación apenas había durado unos minutos y estábamos fuera del paso.

Encontré al Pelado en el parque de la fuente, como siempre rodeado de su camarilla, porro de María en la mano (en esta ocasión tocaba hierba en vez de chocolate) y un litro de cerveza a sus pies. Le extrañó que me acercara y mucho más aún que le pidiera un gramo. Se fijó en mis brazos y luego en mi cara. Me conocía como conocía a todo el barrio y buena parte de Málaga, era un empresario que cuidaba su negocio y le extrañó sobremanera verme allí para pillar.

- ¿Para quién es?

- Para mí.

- Que mal mientes Eleni.

- Si no me quieres vender no pasa nada, ya encontraré quien me pase.

El Pelao curvó su sonrisa de cocodrilo y emitió una breve risita.

-Toma - Dijo alargándome una pequeña bolsita con un nudo - El primero es gratis si me dices para quién es.

Le solté el puñado de billetes que me había dado Conchi.

- No me gusta deberle nada a nadie.

- Excelente filosofía. Ya sabes dónde estoy.

Me di la vuelta y me marché con la papelina.

- ¡Eh Eleni! Ya hablaremos tú y yo - me gritó.

Yo no le contesté, seguí caminando y varias veces me fui dando la vuelta por si alguien había reparado en mí o me seguía, pero parecía que todo estaba controlado. Cuando llegué a la calle vieja esperé un momento a que nadie cruzara, y entonces, me metí en el solar de la casa abandonada. En una habitación al fondo, me esperaba la Conchi con los ojos vidriosos y la mirada anhelante.

- Gracias tía, no sabes lo que te lo agradezco - me comentó mientras se cogía el antebrazo con una goma, frotándose hasta que se le marcó una vena. Calentó en una cuchara la pasta hasta que se volvió líquida y sacando una jeringuilla roñosa, aspiró la masa marrón. Vi cómo se inyectaba el chute. Estuvo quince minutos con los ojos en blanco sin responder a ningún estímulo. Cuando por fin recuperó la consciencia, su primer pensamiento fue “¿Qué hace esta zorra aquí?”. Luego, poco a poco, su mente fue recuperando la memoria.

- Eleni, tengo algo proponerte. Mira, puedes ganar mucha pasta si haces lo que yo te diga, esa gente maneja billetes y tú en tu situación, deberías aprovecharte.

- ¿Cuál es mi situación, Conchi?

- Ya sabes a lo que me refiero, no sé cuánto te pagaba el Chata, pero esto es otro nivel.

- El Chata no me pagaba nada, Conchi: me violó.

- Bueno, vale lo que tú digas, pero el caso es que puedo buscar un buen apaño que nos saque del apuro a las dos. Yo hablo con el Pelao y cierro una cita. Una noche por todo lo alto, ya verás, no nos va a faltar de nada. Esa gente sabe montar una fiesta. Eso sí, al principio, hasta que demuestras que vales para esto, no ganarás tanta pasta, pero no te preocupes que todas hemos pasado por eso: en un mes o dos, acabaras trayéndote un buen fajo de billetes para casa.

Mira tú la lista, la que manejaba… no sabía que yo iba por delante de ella tres pueblos: ¿qué me cuentas, Conchi? Mi mano rebuscó en el bolso y encontró la navaja y el par de guantes del Chata. Deslicé mi mano dentro de uno y abrí la hoja. En ese momento fue como si yo misma hubiera recibido el chute de caballo, era fuego lo que corría por mis venas y sentía una extraña sensación que ya no me era desconocida. No fue nada preparado, llegue allí sin saber el papel que iba a jugar Conchi, si el de víctima o el de indultada, pero en ese momento ya no tuve dudas. Me senté a su lado pasándole el brazo por los hombros. Ella me miró con expresión sorprendida por mi gesto solidario, aunque en el fondo pude ver como pensaba: “ya tengo en el bote a la zorra esta”. Entonces, mi brazo se cerró sobre su cuello, mi mano le tapó la boca y la otra emergió del bolso con la navaja que se enterró a la altura de su corazón, una, dos, hasta cinco veces.

Estaba demasiado débil o demasiado colocada para reaccionar. Sentí sus manos tirar de mi brazo hacia abajo débilmente, en un infructuoso intento respirar o de gritar, quizá pidiendo ayuda, aunque solo un gorgoteo salía de su garganta. Demasiado enfermiza para oponerse, una de las puñaladas debió hacer diana en el corazón, porque rápidamente perdió su fuerza y desfalleció, perdiendo el conocimiento. Las heridas eran mortales y supe que ya estaba todo hecho. Había sido rápida y eficaz y ahora tenía que salir de allí sin que nadie me viera, sin que nadie me relacionara con ella. Pero aunque el barrio estuviera lleno de patrullas y de gente a esa hora, no podía irme sin cumplir al menos una parte del ritual: le baje los pantalones y le acuchillé el coño, los muslos, el vientre, dejándola recostada contra la pared. Yo me retiré una esquina y con las manos aún manchadas de sangre me masturbé. Un placer vivo que me recordaba el que había sentido al hacer lo mismo con la Pili y con Mari. Una intensa sensación que ya se iba convirtiendo en habitual y que mi cuerpo reclamaba. Dejé allí uno de los guantes con la navaja y luego salí con cuidado, esperando un momento en que la calle estuviera desierta. Sobre el suelo quedaron las huellas de las botas del Chata, las que me había acostumbrado a calzar cuando salía a buscar mis presas.

Llegué a casa sin contratiempos. Aprendí a moverme sin destacar, sin llamar la atención. Creo que has podido comprobarlo tú misma. Intuías que alguien te seguía pero nunca me descubriste. Ni siquiera me hubieras percibido si yo no hubiese querido. Pero eso forma parte del juego, es más divertido si provoco inquietud, si avanzo una sombra para poner en tensión a mi objetivo. Resulta tan poco estimulante matar fácilmente…
Al llegar a casa vi que tenía la manga de la camiseta manchada de sangre. Era lo más evidente, aunque el pantalón de mi chándal también tenía alguna salpicadura disimulada por el color oscuro. Me quité toda la ropa y la metí en una bolsa. Luego, fui al cuarto de baño mientras mi madre me llamaba para comer.

- Que ya vooooooooy.

- Si luego está frio no protestes. Que no sé para qué me molesto. Esto parece un hotel en el que cada uno come cuando le da la gana.

Cosas de madre, ya sabes, pero yo en ese momento me miraba al espejo. No había gas porque la botella de butano o la poníamos en la cocina o en el baño, y ahora no tocaba ducharse, pero aun así decidí lavarme entera.

- ¿Pero qué haces ahora ahí?

- Ya voy mamá, que me ha venido la regla y tengo que lavarme.

- Pues no tardes.

Miré mi reflejo en el cristal, tratando de descubrir un atisbo de culpa o remordimiento en mi rostro, pero no pude encontrar ninguno. Mi sexo, rubio y con poco pelo aparecía rojizo. Restos de la sangre de la Conchi, que había dejado al tocarme. De nuevo el subidón y el latir de mis sienes, al que mi cuerpo sigue, despertándose y preparándose para el placer más animal que puedas imaginar. Solo sentimientos primarios en estado puro. Ira, furia, deseo, placer…tuve que volver a masturbarme bajo el agua fría, mientras una marea roja jugaba con mis pies y se colaba por el sumidero.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Jacinta.​


Tomé la determinación de huir de mi barrio. No podía seguir allí, no podía seguir matando por impulsos, no podía continuar soportando todo lo que representaba las Veredillas. Supe que aquello me destruiría. Tarde o temprano me delataría o me pillarían. Era demasiado fácil, demasiado intenso. Igual que los chicos y las chicas del barrio caían a puñados en la solución fácil de la droga, para evadirse, para tener un momento de paz, yo había caído en el vicio de matar. Solo alejándome conseguiría parar, sobrevivir.

Desde el primer momento pensé en irme a Madrid. La ciudad me atraía, no porque la conociera sino porque me había construido una imagen de ella positiva, dándole en mis sueños la categoría de punto de destino cada vez qué fantaseaba con abandonar las Veredillas y Málaga. Últimamente y sobre todo a raíz de la desilusión con Jaime, tenia de forma recurrente el sueño de que abandonaba todo aquello que me causaba daño, que me limitaba y que me largaba a Madrid y allí renacía de nuevo. Había una razón para ello y es que una hermana de mi madre vivía en la capital. A veces venía en verano a vernos y aprovechaba para pasar unos días en la costa. Siempre traía algún pequeño regalo y me trataba bien. A todos les pareció buena idea que me alejara de Málaga, ya fuera por mi propio bienestar o porque mi presencia les deprimía, causándoles desazón. No sabían cómo tratarme ni cómo ayudarme, así que el poner tierra de por medio y dejar que el problema se alejara setecientos kilómetros pareció una buena solución. El inconveniente es que no tenía dinero para el billete y mi familia no estaba para dispendios.

Intenté buscar ayuda en una ONG que trabajaba con los más desfavorecidos del barrio. Trataban de desintoxicar drogadictos, de facilitar comida y vestuario a los más pobres, de buscar trabajo a los padres de familia en paro… Allí conocí a Jacinta. Cualquiera que llegaba tenía que pasar por la asistente social y por la psicóloga. Analizaban tu caso y decidían si te podían auxiliar de alguna manera.

Yo me presente como víctima de violación y les explique que quería ir a Madrid pero no tenía dinero. La psicóloga consideró el caso lo suficientemente terrible como para tratar de darme algún tipo de ayuda, que se materializó en forma de consultas gratuitas, que como podéis imaginar, supusieron una pérdida de tiempo. Yo necesitaba dinero y choqué con Jacinta, que hacía las veces de asistente social voluntaria. Acababa de terminar la carrera y llevaba a cabo unas prácticas antes de volver a Granada, su ciudad.

No había presupuesto, me repetía una y otra vez, insistiendo en que lo mejor para mí era seguir con aquellas estúpidas consultas que no llevaban a ningún sitio. Nadie podía ayudarme desde la psicología. Ni lo necesitaba ni lo quería. Aquello empezaba a convertirse en una estúpida comedia. Se me ocurrió que si me encontraban un trabajo medio decente yo misma podría ahorrar el dinero. Me daba igual lo que tuviera que hacer: fregar, trabajar de camarera, cuidar niños o personas mayores… Jacinta me aseguró que me habían metido en el listado pero el empleo nunca llegó. Siempre llamaban a otros, pero no a mí.

Fue curioso ver la doblez de aquellas personas que se suponía que ayudaban de forma altruista. Había algunos que sí tenían buena voluntad y el trato con la desgracia ajena los había preparado para no juzgar a los demás, o al menos, hacerlo con benevolencia. Pero otros (bajo una falsa capa de solidaridad) mantenían sus prejuicios. Jacinta era de estos últimos.

Una chica bien, de buena familia en Granada. De las que no le faltó de nada, incluso le permitieron el capricho de terminar su carrera en Málaga. Enseguida pude leer su mente y vi como internamente, aquella chica que lo tenía todo a su favor, se sentía amargada y vacía. Un mal amor se le había atravesado y el rencor había hecho presa en su corazón, dejándola peor que malherida: resentida.

La muy estúpida se sentía el centro del mundo, la más desgraciada porque no entendía como a una chica como ella le podía pasar algo así. Es lo que sucede con la gente que no está acostumbrada a que la vida le dé lecciones y que la ponga en su sitio, demostrándole que, a veces, la buena cuna y el dinero no son suficientes armaduras para parar los golpes del destino.

Un primer amor mal resuelto, con infidelidad de por medio, era moneda corriente en mi barrio. Ninguna chica hubiera desesperado por ello más de un par de meses. Cuando vives en un mundo en el que te llueven ostias por todos lados, aprendes pronto a levantarte ¿Qué le hubiera sucedido entonces a aquella pija si la hubieran violado como a mí? Y sin embargo allí estaba, todo el día montando su farsa, poniendo carita de buena, de señorita de la beneficencia dando una chocolatina a un pobre en la puerta de una iglesia.

Era bien considerada por todos, incluso por la gente de mi barrio que la tenía en alta estima. Los muy imbéciles no eran capaces de ver dos dedos más allá de sus narices, pero yo sí. Yo veía el asco que en el fondo le dábamos todos; el miedo que tenía a ensuciarse solo por estar cerca nuestra; el hastío que le provocaba todo aquello, que soportaba simplemente porque era algo que debía añadir a su currículum, la pátina plateada con la que recubrir su imagen de chica bien, que no tiene miedo a remangarse para hacerse una foto al lado de un pobre.

Estaba claro que volvería por la puerta grande a Granada, lista para que su padre le buscara el mejor trabajo posible, con su reputación y credibilidad por las nubes, un auténtico partido que sin duda le permitiría encontrar el marido ideal, ya que su amor Malagueño no había podido ser.

La muy cabrona… “ya está aquí la pesada”, pensaba cuando me veía llegar. No era capaz de ver cuánto necesitaba hacer ese viaje, cómo me había maltratado la vida y lo bueno que sería para todos que yo me fuera de allí. Lo único que veía en mí era un incordio con patas, cada vez que me acercaba a su improvisada oficina en la iglesia del barrio. Y de esa forma opinaba de todos en las Veredillas.

Un día, harta de darme con una pared, le dije que yo no volvería más, que aquello era inútil y que no me estaban ayudando.

- Pero Eleni, si los encuentros con la psicóloga te vienen genial...

Me harté de tanta bobada y falsedad y le contesté desabrida, con el colmillo escupiendo veneno.

- ¿Sabes que me vendría bien? Me vendría genial saber que el que me hizo eso se pudre en el fondo de un hoyo. Esto sí me vendría genial. A todas las chicas a las que las desvirga un tío que huele a animal y a basura, que te echa el fétido aliento a borracho en la cara mientras rompe tu himen, que lo notas sobre ti mientras te destroza el ano, lo que les haría bien a todas esas chicas sería saber que alguien le ha metido un tiro en la cabeza. También me vendría bien que la gente no me señalara por la calle, ni me confundieran con lo que no soy. Me vendría bien un poquito de empatía, que mi familia hubiera cerrado filas en torno mía. Me vendría bien no pensar cosas malas que no puedes ni imaginar. Me vendría bien que no saliera el monstruo que hay en mí. Dime Jacinta: ¿alguna vez has sentido algo así?

Ella no pareció comprender lo que yo quería decirle, pero sin duda se quedó impresionada y tocada por mis palabras. Un pequeño rayo de empatía llego a su cerebro cuando se dio cuenta que había otras chicas infinitamente más desgraciadas de lo que ella pudiera ser nunca. Pero duró poco. Podía haber aceptado su error y haberse abierto a mí, haberme buscado por fin una solución o haberse implicado de verdad aunque no me la pudiera ofrecer. Pero vi que el sentimiento que la embargó era de molestia, de incomodidad, como le había pasado a la Mari cuando yo aparecí en la tienda de su hermano. Se había dado cuenta de que la sociedad no me había tratado bien y ella formaba parte de eso, y por tanto, se sentía incómoda en mi presencia, porque yo la hacía avergonzarse de sí misma.

Pero no, no rectificó ni trató por una vez de hacer el bien de verdad. Me despidió lo más pronto que pudo, quitándome de su vista desaparecía el problema, igual que pasaba conmigo en todos sitios a dónde iba.

¿Sabes? al menos esa visita tuvo algo bueno: me vine con la solución. Su molestia y vergüenza no fue lo único que percibí. Por un momento muy fugaz, la sorprendí pensando cuánto debería costar un billete para Madrid, y que poco le costaría a ella darme una pequeña parte de lo que tenía en casa, en el sobre que guardaba en su mesita de noche y dónde metía lo que le sobraba de lo que le enviaba su padre todos los meses. Ahí estaba mi solución y Jacinta iba a colaborar en ella aunque fuera de forma involuntaria.

Todos sabíamos dónde vivía: en un elegante apartamentito cerca de la calle Larios. Nadie sabía exactamente el edificio, pero me bastó con irme allí a la hora que suponía que ella volvía a casa y al tercer día la vi pasar. Solo tuve que seguirla hasta verla desaparecer en un portal. En el segundo piso se encendió una luz y al poco alguien corrió las cortinas de las ventanas. Era ella. Ya la tenía localizada. Mi mente empezó a maquinar pero al poco deseché todos los planes y sintiendo un súbito impulso me acerqué a la puerta. Comprobé la cerradura: el resbalón estaba gastado y había hueco para meter un destornillador o algo afilado. Se ve que ya lo habían forzado con anterioridad y nadie se había molestado demasiado en repararlo. Es lo que tienen los pisos de alquiler, que se descuidan las zonas comunes. Con que las cosas funcionen ya les es suficiente a caseros e inquilinos. El viejo truco de empujar con la punta de una llave por el hueco y desplazar hacia atrás el resbalón funcionó de maravilla.

En un momento me encontré dentro del portal. Subí hasta el segundo piso sin tropezarme con nadie. Había anochecido y no había mucho movimiento por las escaleras. Solo había dos pisos por rellano. Me pegué a uno y oí a una pareja discutir, gente mayor. En el otro se oían pasos apagados y había una emisora de la FM poniendo música actual.

Improvisar se me había dado muy bien hasta ahora ¿metería esta vez la pata? Mi instinto me dijo que no, que podía hacerlo siempre que no me delatara hasta tener la situación controlada. Maquiné una coartada y un plan sobre la marcha. En mi mochila llevaba cuatro metros de cordel un pequeño cortaplumas y un bote de somníferos.

Suficiente.

Llamé a la puerta y me separé un metro. Compuse cara de chica asustada y cuando Jacinta abrió, derramé un par de lágrimas que me salieron tan naturales que yo misma me acongojé.

- ¡Eleni! ¿Qué haces tú aquí?

- Ha vuelto Jacinta, lo han visto por el barrio otra vez.

- ¿Quién ha vuelto?

- El.

De repente pareció comprender. Conseguí lo que me proponía: la sola idea de que el Chata había sido visto en el barrio desvío la atención sobre lo importante, que era como coño había llegado yo a su casa y qué narices hacia allí. Pude leer su mente mientras ella se estremecía pensando que todos esos días había acudido al barrio (incluida esa mañana), y se había vuelto sola. Temía por ella, no por mí.

- No puedo volver, Jacinta, tengo mucho miedo. Sé que no estoy ya a salvo, por favor, déjame pasar la noche contigo. Te prometo que mañana me iré. Ya he conseguido el dinero para el billete, mañana me voy a la estación y salgo para Madrid.

- Pero no tienes equipaje.

- No tengo nada que transportar, me basta con llevarme mi vida lejos de aquí.

Me miró de arriba abajo y al final tomo una decisión:

- Pasa.

- Gracias, muchas gracias.

- Bueno, no hay mucho espacio…

- Me basta con que me dejes un sitio en el suelo.

- No seas tonta ¿cómo vas a dormir en el suelo? Te dejo una manta y duermes en el sofá. Iba a hacer algo de cena, un bocadillo quizás ¿quieres?

Nos hicimos unos sándwiches y nos sentamos alrededor de la mesita. Evalué la situación: Jacinta no esperaba a nadie, estábamos solas, tenía toda la noche por delante y nadie me había visto llegar. Había pues, margen para continuar con mis planes. Fui al servicio y machaqué un buen puñado de somníferos. No tardó en presentarse la oportunidad de vaciarlos en su bebida.

- ¿Tú crees de verdad que ha vuelto, Eleni? ¿No será solo un rumor? la gente habla mucho sin saber.

- Estoy segura, Jacinta, totalmente segura - le dije mientras la miraba fijamente a los ojos. Pude ver como se estremecía antes de caer de lado en el sofá, arrastrada por el profundo sopor que la invadía. Cuando despertó, estaba desnuda, atada a la cama en forma de aspa y con una mordaza bien apretada.

Fue ¿cómo diría yo? interesante ¿sabes? es la primera vez que podía hablar con una de ellas, con una de mis víctimas antes de practicarles lo que yo llamo, el ritual. No fue una conversación fructífera a pesar de que me vacié y le explique todo tan claro como te lo estoy explicando a ti ahora. Me confesé para que entendiera el por qué y también porque me apetecía hacerlo, todavía no acababa de asimilar mi transformación en toda su plenitud y pensé que eso tal vez me ayudaría también a entenderme yo misma. Pero ella estaba medio dormida, se me había ido la mano con la dosis y estaba desorientada y agobiada. Lo normal cuando te despiertas para descubrirte víctima y ves a la víctima convertida en verdugo.

Yo le hablaba pero ella lo único que intentaba era desasirse, retorciéndose, así que decidí no prolongar más aquello. Tomé un cuchillo de cocina. Con el primer corte ella intento gritar, las pupilas muy dilatadas y el cuerpo tenso. Un acceso de vómito le subió a la garganta provocándole asfixia al estar amordazada. Antes de continuar, decidí que era el momento de acabar con ella, no tenía sentido prolongar más la agonía. Usé el cordel para acabar el trabajo. Se movió mucho hasta que al final conseguí que se quedará inerte. Ahora ya podía trabajar tranquila sobre su cuerpo. Me traje una silla y me senté en ella, desnuda, a acariciarme mientras contemplaba mi obra. De nuevo estaba muy excitada y esta vez no había prisa, lo que me permitió pasar buena parte de la madrugada con ella. Luego, limpié bien todo para no dejar huellas, salvo las de las botas manchadas de sangre en el suelo.

Tuve que revolver un poco: el sobre con el dinero no estaba en el cajón, lo encontré metido en un plástico en la cocina, dentro del bidón de detergente. Había una buena cantidad, suficiente para pagarme el billete a Madrid y vivir allí dos o tres meses. Salí antes del amanecer, con cuidado de que nadie me viera.

Tardaron un par de días en encontrarla. Yo espere a que lo hicieran y con el revuelo que se formó, aproveché para decirle a mi madre que me iba a Madrid, que finalmente me habían dejado el dinero. No hubo demasiadas preguntas, como ya te he dicho antes, a todo el mundo le pareció una buena solución, suponían que yo estaba aterrada con cada nuevo asesinato. Llamé a mi tía, ella aceptó darme alojamiento y así deje Málaga para siempre: no he vuelto a ir, ni tampoco he vuelto a ver a nadie de mi familia malagueña.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Claudia​


- Miguel: voy a divorciarme.

Calalberche vuelve la cabeza hacia ella. Sus caras quedan muy cerca, están juntos en la cama, tumbados boca arriba y hasta ahora cada uno parecía pensar en sus cosas tras haber hecho el amor.

- ¿Cómo?

- Voy a divorciarme - dice ella convencida, asintiendo con la cabeza mientras pronuncia cada una de las palabras. Quiere transmitir seguridad, inevitabilidad y convencimiento a su amante.

- Pero ¿estás segura? vas a poner tu vida y la de tu hija patas arriba.

- Esto ya está hecho Miguel, no hay que darle más vueltas, ahora toca pensar en el próximo paso.

- ¿El próximo paso?

- Mañana se lo diré a mi marido, ya lo tengo hablado con la abogada. Me quedo con la niña y si no pone muchas pegas aceptaré la custodia compartida. Quiero irme de la casa así que o acepta venderla, o me busco un alquiler y tendrá que pagar parte. Quiero un piso cerca del trabajo. Si vendemos la casa puedo comprar un piso de tres o cuatro habitaciones, suficiente para nosotros.

- ¿A qué te refieres diciendo para nosotros? - pregunta un cada vez más inquieto Calalberche.

- Miguel ¿no te gustaría que viviéramos juntos?

Hasta la misma Claudia puede notar que se estremece la cama

- ¿Te refieres juntos como…?

- Sí, como marido y mujer.

- ¡No me jodas Claudia, a estas alturas! ¿Pero te estás oyendo?

- Pues claro que me estoy oyendo, eres tú el que no te escuchas. Miguel, necesitas estabilidad, un hogar, alguien que te quiera ¿no te gustaría que dejáramos de escondernos, que pudiéramos dormir juntos todas las noches? Y mírate, si estás siempre hecho una facha. Yo podría cuidar de ti: no te vistes bien, ni te alimentas bien, estás siempre desquiciado… podría darte estabilidad y tranquilidad.

- Claudia ¿y qué es lo que te daría yo a ti? no puedo darte nada.

- No seas tonto, claro que sí, ya me lo estás dando: me das cariño, me das placer, mi marido no me toca como me tocas tú, ni me hace el amor como tú, ni me siento tan viva salvo cuando estoy contigo en la cama… eso es lo que pido, nada más ¿te parece mucho?
Miguel se revuelve en la cama. Está inquieto y malhumorado, no le gusta ser el protagonista de una ruptura, la causa, el efecto. Lo de Claudia siempre ha sido un aparte, aunque tiene razón: le da estabilidad, le hace sentirse bien, pero nunca pensó que eso podía degenerar en la quiebra de su matrimonio.

- No quiero cargar con esa culpa ni con esa responsabilidad.

- Si dudas es que no me quieres.

- Claudia no me vengas con esas…

- Prométeme que lo pensarás Miguel, seguro que si lo piensas tranquilamente te darás cuenta que es lo mejor.

- Mira, no me hagas responsable de tus movidas con tu marido.

- No es eso, cariño...

De repente se instala un silencio incómodo entre los dos que finalmente acaba rompiendo Claudia.

- ¿Ves? te acabo de llamar cariño, me ha salido sin más, a ti es a quien quiero y estoy segura que tú me amas a mí ¿Qué hay de malo en todo esto Miguel? tenemos ya una edad ¿vamos a dejar que parta este tren sin subirnos? nos arrepentiremos toda la vida de haber dejado pasar esta oportunidad.

Él se incorpora y se sienta en la cama.

- ¿Dónde vas?

- A que me dé el aire y luego a mi casa.

- Miguel, necesito una respuesta.

- Tú ya has tomado tu decisión.

- Pero necesito saber si estás conmigo.

- No te puedo prometer nada.

- ¡Por Dios Miguel! simplemente prueba a dejarte querer…

Calalberche se levanta, se viste y se marcha apresurado, no le gusta el cariz que ha tomado la conversación. Es de los que nunca toma las decisiones en caliente y esa es una decisión muy importante.

Algo se remueve en su interior, algo que le recuerda el sexo bueno, intenso y rodeado de cariño que le profesa Claudia. Lo de antes le ha sonado a ultimátum ¿será capaz de vivir sin ella, sin estos momentos? El cuerpo le pide estabilidad, le pide un proyecto de futuro, le pide un regazo acogedor al que volver cada día, pero su mente está en otros parámetros. Él tiene una misión que da sentido a su vida, un orden que tiene que seguir y romper con todo eso le deja colgado del vacío. Sea lo que sea lo que decida, le va a suponer una movida.

Llega a casa y se sirve un vaso de leche fría. Miguel apenas bebe si exceptuamos la copa de coñac de los fines de semana. Tiene una botella de tinto abierta en el frigo (que ya se le habrá picado seguramente) y dos latas de cerveza que sobreviven de un pack de seis que compró hace una semana. Pasea la vista por su destartalado apartamento. Cocina con cacharros de por medio, paquetes de sopas rápidas y comida precocinada en la despensa, el salón lleno de polvo, las cortinas mugrosas...quizás Claudia tenga razón. Su vida es un desorden obsesivo. Lleva años persiguiendo un fantasma y se olvidado de vivir su vida. Bien es cierto que no tenía otras necesidades hasta ahora. Estaba a gusto con su trabajo y tan bien tratando de seguir la pista de José Marchena, que no ha echado de menos otras cosas hasta que Claudia entró en su vida. Una ventana abierta que aireó la estancia cerrada de sus sentimientos. Una aventura al principio. Sexo tranquilo pero intenso. Y luego sentimientos que a Miguel le cuesta identificar y clasificar, en eso está bastante oxidado, pero se deja guiar por ella, mucho más experta. Y ahora se siente un poco agobiado ¿ha sido todo una encerrona? ¿Lo está usando Claudia para cambiar su propia vida?

Hubiera preferido que todo siguiera igual, dos mundos distintos que solo se unen un par de horas para darse placer y para equilibrarse emocionalmente, y luego, vuelta a la rutina, bendita rutina. Miguel no acaba de verse compartiendo su vida las veinticuatro horas con Claudia, no por ella, sino por él: duda de que esté a la altura, de que pueda hacerla feliz, darle lo que necesita. Y además con una adolescente de por medio ¡Vaya repeluco! piensa mientras sacude la cabeza. No se imagina a una chica joven andando por casa, alterando sus rutinas, reclamando atención, quizás pidiéndole que adopte el rol de padre. Vamos, todo el pack completo.

Demasiadas cosas de golpe para un desconcertado Miguel, que ha hecho un arte de simplificar su existencia. Sacude su cabeza y se va al dormitorio donde se desviste y se pone cómodo con un chándal. Por un momento contempla la posibilidad de refugiarse en la habitación donde bucea entre archivos, analizando y revisando todo aquello que tiene del Chata, pero finalmente decide salir un rato a correr a ver si se despeja y consigue aclararse los pensamientos.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Esther​


- Gracias por traerme - dice Esther.

- No hay problema - responde Maxim - Siempre que te esperes a que acabe te puedo acercar a casa. Oye ¿seguro que estás bien?

- Sí, sí, ya te he dicho que posiblemente solo sea una tontería. Últimamente estoy algo sensible y me da por pensar que alguien me sigue o que puedo tener un cuento mal encuentro. No sé por qué estoy así, antes nunca había tenido miedo de andar sola.

- Pero ¿hay alguien que te haya molestado en el bar o fuera?

- No, que va…

- Oye - murmura Maxim pegándose a ella quizá un poquito más de lo debido - ¿no será qué quieres invitarme a subir y no sabes cómo decírmelo?

- Para eso no tengo que montar tanto teatro, jajajajaa…

- Bueno no sé ¿tan segura estás de que voy a aceptar?

- Pues vamos a ver ¿quieres subir a tomar una copa?

- ¿A ti te gustaría que subiera?

- Quizás.

- A mí no me puedes comprar con un quizás, nena. Ya te dije en una ocasión que no subiría hasta que no estuvieras segura.

Esther arruga un poco la nariz, haciendo un mohín que no se sabe muy bien si quiere indicar enfado o desconcierto.

- Maxim, últimamente no estoy segura de nada. Pero me siento bien a tu lado. Me atraes, de verdad que me atraes, pero no sé cómo va a responder mi cuerpo. Tengo fantasías ¿sabes? pero luego, a la hora de la verdad temo rechazarte. Ya me pasó con Montse.

- ¿Con Montse? ¡Vaya, eso sí que no lo sabía!

- No se lo hemos contado a nadie, es nuestro secreto, pero un día volviendo del pub nos enrollamos en el coche.

- ¿Y qué pasó? - pregunta Maxim divertida.

- No te rías de mí, boba.

- Venga, va: cuéntamelo.

- Bueno, digamos que fue excitante en mi mente pero hubo un momento en que empecé a sentir rechazo a lo que estábamos haciendo. Dejé de sentir placer. Sus dedos… los tenía… en fin, los tenía dentro y comencé a sentir molestias. Tuvimos que parar.

- Quizás no fue delicada…

- Te puedo asegurar que sí, que tuvo un cuidado exquisito conmigo: Montse me quiere mucho ¿sabes? Fue mi cuerpo el que se rebeló, quizás es que todavía no estoy preparada para esto. Lo curioso es que luego me masturbo como una loca pensando en lo que sucedió y tengo unos orgasmos brutales.

- ¿Conmigo también?

- ¿Cómo dices?

Maxim se pega a ella, ahora ya hay contacto, no corre el aire entre las dos.

- Te pregunto si conmigo también te masturbas.

- Desde la primera noche que te conocí – responde impulsivamente.

Maxim la toma de la cintura y la aprieta contra sí. Acerca los labios a los suyos y en el último momento deja el beso colgado en el aire. Gira la cabeza y le roza el cuello con la boca, dándole un pequeño mordisco. Esther se deja. Nota que se humedece con la caricia, el cuello es su punto débil, y también con el contacto con el cuerpo duro y musculado de la camarera.
Esther se remueve un poco inquieta, están en la puerta del bloque dónde vive y aunque es tarde y no se ve a nadie por la calle, teme que algún vecino pueda verla.

- ¿Qué pasa? ¿Te da vergüenza?

- Bueno, es que la calle no me parece el mejor sitio para salir del armario - Contesta bromeando, aunque en el fondo le pone estar allí, en la puerta de su casa con Maxim metiéndole mano.

Ahora sí llega el beso con lengua, junto con dos manos que se meten entre la tela del pantalón y le agarran las nalgas, tirando de ellas hacia arriba mientras las chicas restriegan los pubis.

Esther nota como se moja. Una pegajosa humedad empapa sus bragas. Tira de Maxim hasta el portal, abre la puerta y entran, quedándose junto a ella. Se vuelven a besar y reparten caricias. La mano de la camarera se abre paso desabrochándole el pantalón y busca el sexo. Es una caricia dura, directa. El cuerpo rudo de la chica tampoco parece de mujer, es como si fuera un hombre el que le está metiendo mano. Esther va venciendo sus reparos, en esta ocasión su cuerpo sí que reacciona y su clítoris se hincha casi hasta dolerle ¡Vaya locura! Cuando la luz se apaga y el portal queda en la oscuridad, Maxim tira de ella a un rincón y le baja los pantalones hasta medio muslo tirando también de las bragas. La besa a la vez que le introduce un dedo y la masturba furiosamente. Ella empieza a gemir y a moverse buscando el contacto. Un segundo dedo en su vagina no le molesta, al contrario, se siente más llena y el roce aumenta el placer que siente. “Me está pajeando una tía”, piensa echando más leña al morbo.

Es demasiado para ella y el orgasmo le llega de súbito, casi sin avisar. Se corre de pie, hecha un sándwich entre la pared y Maxim mientras ella la besa en la boca. Es como una explosión en su sexo; el cerebro recibe una descarga brutal de endorfinas y adrenalina; las piernas le tiemblan y cree perder por un instante la conciencia. Maxim la sujeta contra ella, abrazándola e impidiendo que se tambalee.

Intenta recuperar el resuello, la cabeza contra el cuello de la chica, la boca casi en su pecho. Puede sentir el latir tranquilo de su corazón en contraste con lo acelerado del propio, que tarda todavía un rato en recuperar su ritmo normal.

- Uffffff… ¡Madre mía! - Exclama sonriendo pero todavía un poco ida, sin saber muy bien cómo continuar la conversación.

- Bueno pues parece que te has estrenado - dice Maxím mientras retira los dedos de su entrepierna y los observa de cerca, viendo como están chorreando de flujo.

Ella retira la mirada un poco avergonzada. Se separa de Maxim y trata de componerse ajustándose las bragas y subiéndose los pantalones.

- ¿Quieres que continuamos arriba?

- No sé si he tenido bastante por hoy, creo que tengo que digerirlo.

- Le das muchas vueltas a las cosas, Esther. Es solo sexo, no pasa nada. No te agobies ni pienses que a partir de ahora ya no te van a gustar los chicos.

- Es que contigo ha sido… no sé, ha sido diferente a Montse, tú pareces más...- duda si continuar la frase pero Maxim la anima.

- ¿Más…?

- Pareces más un hombre que una mujer, quizás por eso me ha gustado. No te comportas como una chica...

- Y eso te pone.

- Sí, me pone mucho – reconoce.

- ¿Entonces? ¿Continuamos en un sitio más cómodo?

- Bueno, si quieres subir...

Maxim cree detectar de nuevo la duda. Demasiado rápido todo para ella, de modo que le da un beso en los labios, suave, esta vez sin lengua.

- Hasta otro día, guapa.

- ¿Te vas?

- Te dije que no subiría hasta que no estuvieras segura del todo. No te preocupes, no tengo prisa. Merece la pena esperar… no lo hago por cualquiera ¿sabes?

Esther la ve abrir el portal y marcharse mientras le dedica una última sonrisa ¡Puff! resopla llevándose la mano al corazón. Vaya nochecita. Decide subir por las escaleras. Lo hace despacio, escalón a escalón, pensando en todo lo que acaba de suceder. Está un poco confusa pero contenta. Le ha gustado, ha sido un subidón. Y desde luego está dispuesta a repetir.

De repente se acuerda de Montse: ¿Debe decirle algo a su amiga o mejor callarse? ¿Se enfadará si se entera que ha preferido a Maxim? ¿Cómo explicarle que ella sí la hace disfrutar? Esther ha dado un primer paso de la fantasía a la realidad, pero ha tenido que ser de la mano de una chica un poco andrógina, jugando entre dos aguas. Las caricias dedicadas y sensibles de su amiga no acababan de hacerla entrar en situación. Quizás ahora que ha dado el paso, sea diferente. En cualquier caso mejor no hacer experimentos: si le está yendo bien con Maxim seguirá con ella a ver qué pasa, a ver dónde desemboca todo esto. Decide que de momento no le va a comentar nada a Montse y le pedirá a la camarera que sea discreta. Más adelante quizás… no quiere a Montse como amante sino como amiga.

Se quita la ropa y se mete en la ducha. Está sudada y con la entrepierna llena de restos de flujo. Justo antes de abrir el grifo oye el timbre de la puerta. Se pone un albornoz y sale rápido ¿quién será a esas horas? debe ser algún vecino pero ¿cuál? Con las prisas se olvida de mirar o de preguntar quién es, abre directamente.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Madrid​



Cuando llegué a Madrid estaba pletórica, pensaba que dejaba atrás todo y que tenía una oportunidad de renacer, limpia, nueva y fresca.

Mi tía me acogió bien y compartí habitación con una prima. Madrid era distinto, nadie se fijaba en ti, a nadie parecía importarle lo que fueras, solo lo que hicieras. Todo era un nuevo empezar, cada día conocías a gente diferente, con solo cambiarte de barrio era suficiente para que nadie te conociera y que pudieras hacer nuevas amistades sin el lastre de tu pasado, incluso del más reciente. Esa ciudad supuso todo un chute de energía para mí, tanto, que durante mucho tiempo mi condición de demonio dejo de exigir su tributo de sangre.

Encontré trabajo en una peluquería donde comencé a aprender el oficio. Además ayudaba en casa de mi tía y (en lo personal), mi prima me integró en su pandilla de amigos. Éramos de la misma edad y sin llegar a hacernos íntimas (tengo cierta dificultad como habrás podido comprobar para establecer relaciones profundas), nos llevamos bastante bien.

Tuve un novio. Estuvimos un tiempo, lo deje y me eché otro, volví a cortar… todo me parecía bastante divertido y bastante intenso, lejos del dramatismo que tuvo mi primer enamoramiento.

El ritmo de la capital era acelerado, banal y simple. El amor y el sexo se consumían cómo quién consume un cubata en una fiesta de estudiantes: a tragos rápidos. Fue una época buena. Descubrí que podía disfrutar de mi cuerpo y de las relaciones con otros a pesar de lo que me había sucedido, si bien es cierto que nada podía ser tan intenso como esos orgasmos que tenía justo después de haberme cobrado mis piezas, con la sangre aún caliente. Hubo una temporada que prácticamente cambiaba de chico cada fin de semana. Me fascinaba cómo aprendía el arte de manejarlos, de manipularlos para hacer lo que a mí me venía bien. Claro que yo podía leer sus mentes, así que todo era mucho más sencillo.

Hasta que un día volvió el demonio, o más bien resucitó, porque nunca se había ido del todo. Yo lo seguía teniendo presente, notaba que había anidado y que simplemente estaba hibernando en mí, esperando el momento propicio para volver a manifestarse. No era algo que me preocupara especialmente: si tenía que volver a matar lo haría, simplemente es que en ese momento me parecía inoportuno. Por primera vez en la vida todo me iba bien.

Hasta que conocí a la vieja y su asistente. Paquita venía a la peluquería una vez al mes. Una señora mayor, cascarrabias, mal encarada y avara. En la peluquería siempre me la dejaban a mí porque era la única que sabía manejarla. La acompañada una chica sudamericana que hacía las veces de acompañante y criada. Ella ya no podía salir sola a la calle y no le quedó más remedio que contratar a alguien. El resentimiento por depender de otra persona para algunas cosas y el mar carácter eran patentes, no hacía falta tener mi don de leer las almas para darse cuenta que aquellas dos se odiaban la una a la otra de la peor forma que puede hacerse, de una manera solapada, sorda, sin decírselo, larvando su inquina día a día, hora a hora y minuto a minuto que tenían que pasar juntas, necesitándose pero odiándose.

Y un buen día pude percibir algo más. Una pulsación maligna, otro diablo queriendo nacer, yo bien conocía los síntomas.

Paquita tenía obsesión con el dinero y no se hablaba con la familia, era una vieja solterona que no tenía trato con el hermano que le quedaba ni con sus sobrinos. Después de las noticias de las estafas con preferentes a gente mayor, había llegado a la conclusión de que los bancos le iban a robar su dinero de una forma u otra, así que decidió sacar sus ahorros y los guardaba en una caja oculta en un armario. Siempre se la veía preocupada, en su mente constantemente podía leer una cierta inquietud porque Flor, la chica sudamericana, la encontrara y acabara robándole, o porque cualquiera pudiera entrar en la casa y llevarse el dinero, eso le quitaba el sueño. Estaba decidida a hacerse una caja fuerte bien disimulada, solo esperaba que Flor cogiera vacaciones. Un sitio seguro dónde guardar el dinero y que pasara totalmente desapercibido, pero claro, tenía que encargárselo a un albañil o a una empresa especializada. No sabía que le dolía más, el dinero que le iban a cobrar o el que tuviera que ponerse en manos de extraños para ocultar su pequeña fortuna.

Tarea inútil porque yo había podido ver los pensamientos de Flor y ella ya sabía perfectamente de la existencia de lo que ocultaba.

Hubo una pulsión, una perturbación en la sala que yo solo pude notar. Entre ruidos de secadores, la charla de las clientas y el clic - clac de las tijeras lo percibí nítido: un deseo de matar, de acabar con una vida. Mientras Flor esperaba hacía planes para matar a la vieja. No es que deseara su muerte o simplemente que fantaseara con la posibilidad de acabar con su vida, lo analizaba totalmente en serio, valorando pros y contras.

Paquita no le había dicho nadie lo del dinero, no se fiaba ni de su familia ni de los bancos. Si ella moría, nadie sabría nunca que tenía el dinero en casa guardado desde hace más de un año, ni qué habría sucedido con él. El problema para Flor es cómo debía morir. Cualquier muerte repentina y no justificada la pondría en el punto de mira a ella.

No, era mejor esperar. Aquello se le hacía insoportable pero era lo mejor. Los achaques la asediaban, entre ellos el marcapasos que estaba ya para cambiarlo y ella se negaba a ingresar al hospital. Algún día se la encontraría frita, de muerte natural, y entonces sería su momento para hacer desaparecer la caja antes de dar aviso. Tendría que sufrirla un tiempo más pero era la mejor opción. Quizás pudiera ayudar dándole algo que la desequilibrara. Tendría que mirarlo. Quizás en Internet consiguiera encontrar ayuda. No sabía si podría aguantar otro año más con ella, pero no estaba dispuesta a irse con las manos vacías después de haber soportado a la vieja impertinente durante tantos meses. En cada visita que hacían parecían repetirse las mismas ideas, el mismo asco insoportable. Aquella vieja que no soportaba verse hecha una anciana y el deseo de su interna de acabar con aquella relación insufrible y hacerse con el botín. Seguía valorando opciones sobre distintas formas de provocarle un ataque cardíaco o de envenenarla sin que quedara rastro en una posible autopsia.

Demasiado para que no renaciera en mí el deseo de lo que ya te puedes imaginar. Ahora me sentía menos vengadora: el impulso de eliminar el mal ya cada vez me preocupaba en menor medida, era la brutal excitación que me embargaba al llevar a cabo el acto en sí de eliminar una vida. Deseaba sentirme otra vez poderosa, llegar al éxtasis. Era como un zumbido todo el día en mi cabeza, no podía ignorar el impulso. Pensé que todo había cambiado, que podría controlarlo, que no se volvería a repetir, pero estaba equivocada porque yo quería que sucediera y tarde o temprano iba a pasar. Y de hecho pasó.

Esta vez me permití el lujo de planear con detalle todo el asunto. En realidad no estaba del todo decidida. No quería complicarme la vida pero una vez que se despierta el instinto ya es imposible ignorarlo. Y yo había olido sangre. Así que empecé a seguirlas, conseguí averiguar dónde vivían y las horas en que entraban y salían. Me recreé en los detalles, quizás solo con imaginarlo fuera suficiente, me decía, pero no, no bastaba con soñarlo, no después de haber matado antes.

Pronto averigüé a que portero había que llamar para que con un simple “cartero comercial” me abrieran la puerta. También investigué el edificio, descubriendo que me podía ocultar arriba del todo, en el último piso, en un hueco que había junto a la caja del ascensor donde no subía nadie porque la azotea no era registrable, a excepción de aquellos vecinos que tenían trastero arriba. Revisé bien todo y me di cuenta que a la pequeña habitación guardamuebles solo subía Flor. Manías de la Paquita que no quería tender en el balcón y la mandaba con la colada arriba, para airear en esa habitación la ropa mojada.

Sabía cómo entrar y cómo ocultarme, faltaba decidir a quién matar y como. Dispuse que mi víctima sería Flor. Había una pulsión asesina en ella que me atraía. Me preguntaba cómo sería matar a una mujer parecida, aunque solo fuera en algo, a mí misma. Solo si las circunstancias eran muy favorables me permitiría ir a por Paquita, que sin embargo no me atraía mucho. Para mí no resulta excitante matar a gente tan mayor. Así que solo lo haría si se cruzaba en mi camino.

Una vez más y con una buena dosis de suerte todo resultó sorprendentemente fácil. Solo tuve que ocultarme arriba y esperar que Flor llegara cargada con la colada. Ya una vez la había dejado pasar, días antes, porque justo cuando subía oí ruido en la escalera. Algún vecino entrando o saliendo, de modo que me oculté en el hueco tras el ascensor y la dejé entrar y salir sin hacerle ningún daño.

A la segunda resultó bien. Era un día festivo y la mayoría de la gente se había ido de puente. Yo libraba en la peluquería. Era jueves y amaneció un día soleado. Normalmente Paquita hacia la colada una vez a la semana, jueves o viernes. Supuse que esa mañana aprovecharía para abrir la ventana del trastero y poner la ropa al sol. Hubo suerte: tuve que esperar un buen rato pero Flor apareció con la colada. Con las manos ocupadas y totalmente desprevenida porque nunca supuso que allí pudiera haber nadie esperándola. Le di un golpe por detrás, fuerte y contundente con una barra de hierro. No llegó ni a verme, un solo golpe fue suficiente para dejarla semiinconsciente. Por un momento tuve la tentación de recrearme practicándole algún ritual similar a los que había practicado en Málaga, pero no me gustaba nada el sitio. Estaba al final de la escalera y aunque era discreto, si ella llegaba a gritar o alguien nos descubría yo no tendría escapatoria, solo había una salida. Por ello actúe rápido. De nuevo, usé el cordel y la estrangulé, pasando un lazo por el cuello y tirando con todas mis fuerzas tras pasarlo por el barrote del barandal. Fue rápido, ella estaba casi inconsciente y no pudo ofrecer resistencia.

En esta ocasión no me detuve a masturbarme. Estaba demasiado nerviosa y alterada, cuando le desgarré el vientre me puse a temblar. No era miedo, claro, sino simple y brutal excitación. Tan trastornada me encontraba que no podía darme placer en ese instante. Decidí centrarme, no quería cometer errores, de forma que procedí a revisar el hueco, viendo que todo seguía tranquilo en el edificio. Sustituí el cordel por una cuerda más gruesa y no sin cierta dificultad, conseguí lanzar el cuerpo por el vano de la escalera. Quedó colgando del último tramo, aunque la bajé más antes de anudar el cabo y fijarla. Era el momento más delicado para mí, de forma que salí disparada. Solo me detuve un instante para verla desde abajo. Era una composición brutal que todavía llevo fija en la retina. Podría decir que mi obra maestra hasta entonces: atrevida, rompedora, cruel. Aun no la he superado. Pasé meses masturbándome solo con esa escena. Quede saciada hasta tal punto que transcurrió un año entero antes de decidirme a matar de nuevo.

Aquello fue el acabose. Seguro que lo recuerdas, salió en todas las noticias. Yo evitaba verlo en casa de mi tía porque se me ponía una sonrisa de oreja a oreja y no quería que me consideraran rara. Pero fue un boom que puso todo patas arriba.

Había preparado una coartada llamando a un chico con el que había salido un par de semanas atrás. Pasamos el mediodía y la tarde juntos. Salimos a almorzar y luego follamos un par de veces. Pero no tuve que utilizarla, la policía no vino a la peluquería a preguntar. O no se les ocurrió o debieron pensar que no era relevante, ya que Paquita y Flor solamente venían una vez al mes. Tampoco a nadie se le ocurrió relacionarlo con los asesinatos de Málaga. En este caso no la violé y, a pesar del estrangulamiento y los cortes en el abdomen, entendieron que era un asesino diferente. O quisieron entenderlo, porque estoy segura que durante unos meses debieron estar acojonados pensando que tenían un asesino en serie, pero como vieron que pasaba un año sin más víctimas, debieron acabar concluyendo que había sido un asesinato aislado. Con una macabra parafernalia pero único al fin y al cabo, posiblemente producto de una venganza.

Lo cierto es que durante ese tiempo me calmé un poco y me volví más reflexiva. Me decía que tenía que seleccionar mejor mis futuras víctimas. A todas, hasta ahora, las conocía y eso implicaba que tarde o temprano alguien podría atar cabos y encontrar el hilo conductor. Por el momento he tenido buena estrella, pero la suerte algún día se acaba y basta con que te venga una mano mal dada de cartas para que se acabe el juego. Al menos en mi caso no me podía permitir ni un fallo. La próxima víctima (decidí), no sería de mi entorno. Pero entonces ¿cómo lo haría? No lo sabía pero en ese momento la sed de sangre no me apremiaba, con lo cual decidí esperar y observar. La ocasión se presentará y la candidata también, pensaba, y de nuevo acerté.

Nosotras vivíamos en Aluche, junto a la carretera de Extremadura. Tras el trabajo muchas tardes y noches, salía a correr. Me gustaba correr sola. Tantas horas en la peluquería exigían tener buenas piernas para permanecer de pie, pero por otro lado, el estar allí de plantón cortando el pelo, cogiendo rulos o haciendo mechas, hacía que te quedaras un poco anquilosada. En ese momento el único deporte que hacía era el footing. Ahora todos se lo llaman running pero para mí era lo mismo, salir a desconectar con mi música mientras corría, no pensando en nada, simplemente sudaba todos los malos rollos presentes y pasados, me sentía libre, me sentía bien. Muchas veces mi destino era la Casa de Campo, solo tenía que cruzar la avenida.

No era un lugar muy recomendable cuando caía la noche, sobre todo por ciertas zonas, pero yo no era la única que corría y además, simplemente no sentía miedo. Me sentía poderosa, capaz de enfrentarme a lo que fuera. Siempre llevaba una navaja y lo que era aún más importante: la determinación de usarla, de defenderme contra todo aquel que intentara hacerme daño. Hacía mucho que yo ya no contaba en el bando de las víctimas.

A veces llegaba hasta el lago donde al anochecer se juntaban un grupo de prostitutas. Esa zona era de chicas del este. No, no me daba miedo. Yo he crecido en las Veredillas y estoy acostumbrada a manejarme en ambientes complicados (ya conoces mi historia), y había decidido no sentir temor nunca más. Los proxenetas estaban casi siempre cerca pero habitualmente evitaban dejarse ver. No se metió ninguno contigo porque sabían cuáles eran sus límites y no querían líos con la policía. Un escándalo podía chafarles el negocio en un sitio tan emblemático como la Casa de Campo. Lo que me llamó la atención no fueron ellos, sino una de las chicas, rubia, menuda y vivaracha. Muy descarada. La mayoría languidecían apáticas, esperando un cliente para montárselo en el coche. Desengañadas unas, tristes otras, sumisas con su destino la mayoría.

Esta sin embargo era muy activa. Trataba de atraer a los clientes haciéndole señas, gritándoles o poniéndose en medio de la carretera. Pero no solo con ellos interactuaba. Interpelaba a cualquiera que le llamara la atención. Y yo, por algún motivo le caí en gracia.

- ¿Qué pasa rubita? Vienes mucho por aquí ¿Buscas trabajo? Te dejamos un árbol para que te pongas con nosotras.

Otras veces cambiaba el registro y se ponía en plan mujer fatal.

- Oye, esta quiere rollo. Nos mira mucho. Ven que te voy a hacer un precio especial ¿No has estado nunca con una mujer?

Nunca le dirigí la palabra. La mayoría de las veces le regalaba una sonrisa irónica y continuaba mi camino, cosa que no le hacía mucha gracia. Debía pensar que me burlaba de ella y me lanzaba un par de frases en su idioma, seguramente improperios, por el tono destemplado. Pero lo cierto es que había llamado mi atención. Ya sabes en qué sentido.

Durante un mes rondé por allí con la sola intención de saber sus costumbres y movimientos. En esas ocasiones cambiaba mi vestuario y me recogía la coleta bajo una gorra, no quería que me pudieran reconocer a posteriori y asociarme con esa zona de la Casa de Campo, sobre todo fuera de hora habitual de hacer deporte. Me di cuenta que raramente las chicas se encontraban solas en algún momento. Venían juntas y se iban juntas, generalmente en una furgoneta que proveían los proxenetas. Estos solían estar pendientes, casi siempre había uno de guardia por si había problemas con los clientes o la Pasma y también para poner orden si discutían entre ellas.

Estuve a punto de desistir, aquello era muy arriesgado, pero que quieres que te diga, me pone lo difícil. Me gusta superarme y además, por algún motivo esa chica me atraía. Era mi víctima, lo supe desde el primer instante en que la vi, de modo que decidí continuar buscando mi oportunidad. La paciencia es la primera virtud del cazador y en mi caso volvió a dar sus frutos. Observé que en ocasiones las chicas se desplazaban fuera del parque, a comprar algo de comida, agua, toallitas, etc… iban a un chino cercano o al kiosco que había en el lago si aún estaba abierto.

Fue en ese camino donde me aposté. Ropa deportiva ancha, gorra y pelo cubierto, mi mochila a la espalda con todo lo necesario. Desde lejos era difícil determinar si era chica o chico. Una noche la vi venir sola. Siempre lo hacían, no las dejaban abandonar el trabajo por parejas, pero a veces las acompañaba uno de los chulos. Examiné rápidamente el entorno. Había un breve espacio en que el camino discurría por un sendero, que la gente usaba para no andar por la carretera que ahí tenía varias curvas que podían resultar peligrosas por la falta de visión. Era el único sitio apartado de la vista donde podía actuar, ya lo tenía controlado. Le salí al encuentro y ella reaccionó con un poco de aprehensión hasta que me reconoció. Entonces me lanzó una sonrisa descarada y con una mueca en la cara me preguntó:

- ¿Te has perdido rubita? Hace mucho tiempo que no te vemos por el lago.

- Ahora corro por otro sitio. Pero hoy venía a verte, mira por dónde.

Saqué unos billetes de la mochila y se los enseñé. Bastante más de lo que valía un completo, según me había podido informar.

- Me gustaría que pasáramos unos minutos juntas ¿puedes?

- Claro – dijo ella cogiéndolos antes de que pudiera arrepentirme.

- ¿Vamos aquí mismo? No quiero nada complicado.

Nos apartamos a un rincón rodeado de matorrales altos, junto a una valla.

Miré alrededor pero nadie parecía habernos seguido. No obstante, no podía descuidarme mucho, incluso a aquellas horas y en aquel rincón apartado podía parecer alguien de improviso.

- ¿Sabes? algo me decía que tú querías tema conmigo. Tanto pasar corriendo por nuestra zona... Me he dado cuenta que te fijabas en mí - Me dijo con su acento eslavo aunque en perfecto castellano.

Yo asentí con una sonrisa. Claro que quería tema con ella. Pero no es la forma en que esperaba. Se acercó y me puso una mano en un pecho.

- Dime qué quieres que te haga.

- No quiero que me hagas nada, solo me gusta mirar. Quizás otro día me anime. En realidad me gustaría que jugaras un poquito con esto - Dije sacando un consolador de mi mochila. Ella se rio y lo tomo con la mano, limpiándolo con una toallita que sacó de su bolso.

- No es que desconfíe, se te ve una chica limpia, pero por si acaso.

Después se lo llevó a la boca y lo chupó lentamente mirándome con cara de vicio. Yo la observaba intensamente aparentando fascinación por lo que hacía.

No muy lejos se oyó el último metro pasar. Después, el lugar recobró el silencio oyéndose solo algún grillo aislado. Ella se sentó en el suelo, apoyada contra un pilar de hormigón de los que sostenían la valla y se quitó las bragas, mostrándome un sexo totalmente depilado. A la vez que se sacaba los pechos, me miraba burlona mientras sostenía el dildo.

- No es de lo más grandes que me he metido ¿También follas con tíos o solo te gusta mirar a las chicas?

- Follo mucho, no te creas - le respondí - y sí, siempre con chicos, pero estoy probando nuevas cosas.

- Muy bien guapa, hay que probar de todo, que algunas tenemos que comer.

Saqué entonces una pequeña petaca y me mojé los labios:

- ¿Quieres? - le ofrecí.

- ¿Qué es?

- Un poco de crema de Baileys, muy suave, sirve para calentar y dar ánimos.

Ella tomo la petaca y dio un trago corto, lo degustó y luego, satisfecha, otro más largo. Después continuó abriéndose de piernas y jugando con el consolador en su sexo. Se lo frotaba y lo pasaba por sus labios.

- Métetelo - le ordené.

Ella obedeció. Lo hizo sin ninguna dificultad, bien abierta para que yo la viera. Entonces simuló unos gemidos que sonaban a falsos y comenzó a follarse a sí misma. Era mala actriz, no sé si eso le servía con sus clientes pero esa impostura, esa falsa excitación, a mí me resultaba hasta molesta. Ignoro si por un solo instante, había pensado que podía engañarme y hacerme suponer que estaba disfrutando. De repente la cabeza se le fue a un lado mientras llevaba una mano a ella. Se estaba mareando. No había bebido mucho, de forma que supuse que la droga no la dormiría del todo pero me bastaba con debilitarla y confundirla. La empujé de lado y cayó apoyando las manos en el suelo.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa? - murmuraba desconcertada.

- No te preocupes, todo está bien - le decía yo mientras sacaba unas esposas y la engrilletaba con las manos atrás. Ella se revolvió furiosa, dispuesta a no ponerme las cosas fáciles.

- ¿Qué haces? ¿Eres policía? ¡Suéltame cabrona! - me gritó mientras intentaba ponerse en pie sin conseguirlo.

Un par de golpes en la cabeza bastaron para complementar el efecto del narcótico. La chica era dura pero conseguí dejarla seminconsciente. La amordacé y luego la incorporé apoyándole la espalda contra el pie de hormigón de la valla. Uno de los listones quedaba a la altura de sus hombros. La incliné lo suficiente para que el cuello tocara con él y luego saqué un alambre que lie alrededor. Cruzando un palo empecé a girar a modo de garrote vil, apretando lo suficiente para que su tráquea se cerrara y no dejara pasar el aire. A pesar de todo, se resistió hasta el último momento y me resultó muy dificultoso, pero también es cierto que la satisfacción fue mayor. Me encantó luchar contra ella hasta el final viendo que poco a poco se iba debilitando.

Cuando acabé me levanté y observé a mi alrededor: todo estaba tranquilo nadie parecía haber oído nada, solo algún coche por la carretera cercana, a esas horas casi con seguridad, clientes en busca de prostitutas. Pero allí estábamos quitadas de la vista.

La abrí de piernas y vi el consolador que había expulsado de su interior durante el forcejeo. Lo tomé y me lo puse en la nariz: todavía olía a su coñito. De nuevo el impulso homicida generó en mí una excitación incontenible, un pulso sexual que tenía que satisfacer de manera inmediata. Me bajé los pantalones del chándal y me masturbé introduciéndomelo hasta el fondo. Aún estaba mojado del lubricante que usaba y de sus flujos. Como ves, suelo introducir variantes sobre la marcha. Cada sacrificio me inspira algún motivo nuevo de placer.

El orgasmo me sobrevino pronto o al menos eso me pareció, me vine enseguida. Antes de marcharme jugué todavía un poco con ella, ya sabes, dejando las marcas de la casa. Y luego me borré en la noche.

La semana siguiente la pasé esperando otro estallido informativo parecido al del año anterior, cuando asesiné a Flor. Pero nada de eso sucedió. No solo no relacionaron ambos crímenes, sino que además, éste paso casi desapercibido en las noticias. Era una prostituta de la Casa de Campo así que pusieron el foco en las mafias de trata de blancas, y tampoco dieron detalles de cómo había sido asesinada. Alguien decidió que no valía la pena poner nerviosa a la ciudadanía por una simple meretriz, por muy joven que fuera. No sé qué hizo exactamente la policía, pero se ve que el caso molestaba y decidieron darle carpetazo con la menor publicidad posible. En cierto modo me sentí un poco ninguneada. Los otros asesinatos habían tenido tanto foco mediático que me parecía increíble que no se publicaran los detalles y que esto pasara con una noticia de treinta segundos en el telediario. Pero para mí resultó mejor: seguía estando a salvo.

Todavía estuve un año más en Madrid hasta que una amiga me convenció de probar suerte en Barcelona. A mí me apetecía un cambio de aires, necesitaba independencia, estaba ya un poco harta de compartir habitación con mi prima aunque me llevaba bien con ella. Lo cierto es que le estoy muy agradecida a mi tía: sin su generosidad las cosas para mí hubieran sido muy distintas. Pero era hora de volar sola. Así que cuando me propusieron venirme aquí a trabajar no lo pensé. Echaba de menos el mar, la brisa que viene cargada de humedad, el olor a sal y el bullicio de una ciudad a orillas del Mediterráneo. No estaba dispuesta a volver a Málaga pero Barcelona me pareció una elección demasiado tentadora para rechazarla. Y no me equivoqué. La Ciudad Condal me acogió, cosmopolita y llena de oportunidades. No es fácil salir adelante aquí, es una ciudad cara, pero tampoco falta el trabajo.

¿Tú lo sabes bien verdad Esther? Tú también eres una refugiada, en cierta manera.

No tengo necesidad de ocultarme pero aquí ya nadie me llama Elena, todos me conocen por mi nuevo nombre: Maxim. Ya sabes de dónde viene el mote, es lo primero que le cuentan a todas las clientas del Sweet Queen. La camarera boxeadora, la chica dura y todo eso. A mí me gusta. Ahora ya no soy rubia, me teñí de morena y tengo bastante éxito entre las lesbianas. Mi cuerpo también ha cambiado, a golpe de entrenamiento he desarrollado musculatura y el boxeo me ha aportado agresividad y capacidad de sufrimiento. Aguanto bien los golpes y no dejo uno sin devolver.

¿Estás asustada después de todo lo que te he contado? Vaya pregunta tonta ¿verdad? Claro que lo estás. Te has orinado encima y veo como tiemblas. Tratas de averiguar ahora mismo si tú eres la próxima. Puedo leerte la mente, recuerda, y ahora mismo te estás preguntando si no haré contigo una excepción, si no me gustas lo suficiente como para que te deje viva. Pero piensa, cariño, después de haberte contado todo esto ¿crees que puedo dejarte ir?

No, el día que es entraste en el pub mirándolo todo con ojos como platos, pensando que estabas allí de incógnito, que nadie se iba a percatar de tu juego, ya te eché la vista encima. Fue como si llevaras una sirena en la cabeza: como para no darse cuenta. Demasiado pipiola, demasiado inocente como para que no se estableciera una conexión entre tú y yo. Es ese mismo lazo es el que me ha unido a ti. El que me ha hecho fantasear muchas noches con verte así como estás ahora, atada a la cama y amordazada, esperándome. Por eso no he podido dilatarlo más y he vuelto sobre mis pasos. Esta vez entrando con mucha más discreción, segura de que nadie me observaba y también segura de que tú me dejarías entrar sin dudarlo ni un segundo.

Durante todo este tiempo te he conocido en profundidad y sé que no eres mala, sé que no te mereces esto, pero recuerda que no estamos en Disneylandia ni tampoco en el juicio final donde los justos serán absueltos y los pecadores castigados: estamos en la puta jungla y no te puedes hacer amiga de una pantera. El instinto no perdona.

Lo siento pero me gusta variar, introducir novedades: esta es la primera vez que mato a un ángel. No te preocupes: será rápido. Luego me divertiré un poco contigo, tengo mucho tiempo, pero tú ya no sentirás nada.

¿Lloras? Bien, desahógate, es normal. Yo beberé tus lágrimas saladas. Quiero que sepas que eres especial, ya te lo he dicho, es la primera vez que mato a un ángel.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

Calalberche​



Claudia observa a Miguel que absorto, revisa expedientes y denuncias antiguas. Ha cerrado el caparazón como las tortugas, escondiéndose en su fijación por encontrar al tipo ese. En el fondo es un inmaduro a pesar de sus años. Un tío que le tiene miedo a la vida y al compromiso y que se aferra a lo único que le hace sentirse seguro: la misión obsesiva por atrapar al monstruo como lo llama ¿Qué pasará si lo encuentra, si se queda sin su leitmotiv? Se lo imagina con la misión cumplida, condecorado y ascendido, pero perdido sin ese asidero. Vacío y desorientado.

Maldita sea, no puede competir. Miguel es en el fondo sensible, cariñoso y apasionado (ella lo sabe bien), pero mientras no se saque eso de la cabeza no será libre. Ella lo he intentado, sabe Dios que lo ha intentado. No será una investigadora como él, ni una experta en criminología, pero sabe lo suficiente de la vida para entender que lo que ella propone es una solución buena para todos. Podrían ser felices. Pero está visto que no hay manera, lleva un rato largo contemplándolo y sabe que él no se decidirá. Ahora está convencida.

En fin, puta vida. Ella no dará marcha atrás ahora que es libre. No le guarda rencor a su marido por los últimos años de matrimonio fallido, pero está mucho mejor sin él. En cuanto a Miguel, ha hecho lo que ha podido, la única posibilidad que le queda es dejarlo marchar con la esperanza de que encuentre lo que busca y luego, más adelante, vuelva.

Abre el cajón de su mesa y saca un sobre. Camina hacía Miguel y se sitúa a su lado. Él levanta los ojos del teclado y la mira con expresión de ¿qué pasa ahora?

- Miguel ¿has tomado alguna decisión de lo que hablamos ayer?

- Claudia, no creo que sea buena idea, ya te he dicho que yo no quiero ser responsable de...

- Tú no eres responsable de nada, es mi decisión y la voy a tomar tanto si te vienes con nosotras como si no ¡Por Dios, madura un poco y sal del cascarón que hay que explicártelo todo! ¿No te das cuenta? Es mi oportunidad pero es también tu oportunidad.

- ¿Mi oportunidad de qué?

- De vivir la vida. Lo que estás haciendo ahora no es eso. Puedes tener una familia, puedes tenerme a mí, yo te quiero. Solo te pido que pruebes: si te sientes agobiado, si no estás a gusto solo tienes que coger la puerta y salir por ella.

Calalberche la mira con ojos tristes, casi pidiéndole perdón.

- Claudia, yo no sé si puedo haceros felices, yo soy como soy y temo que te pueda decepcionar. No estoy preparado para hacer de marido ni de padre.

- ¿Y no estás dispuesto a probar? ¿Qué tienes que perder?

Miguel baja de nuevo la cabeza y vuelve a fijar la vista en el teclado. Sin darse cuenta está negando, moviéndola a un lado y otro suavemente.

- No creo que sea buena idea - vuelve a repetir como un niño que se niega a probar la verdura, obstinado y cabezón. De nuevo la tortuga escondiéndose en el caparazón, piensa Claudia.

El sobre grueso y pesado cae sobre el teclado casi pillándole los dedos a Miguel, que se echa atrás sobresaltado.

- Ahí lo tienes, llegó hace una semana. Buen viaje a Barcelona.

Luego se vuelve y sale de la oficina. Necesita un cigarro, hace mucho que lo ha dejado pero hoy lo necesita.

Miguel abre el sobre. Es un expediente abierto recientemente, hace apenas unos días. Una chica encontrada muerta en su apartamento en Barcelona. Restos de barbitúricos, mutilada en sus órganos sexuales y en su vientre, muerte por asfixia con un cordel. Esther, treinta y dos años, trabajaba en unos laboratorios y era originaria de Zaragoza. El caso sigue abierto y sin conclusiones.

¡Dios! piensa Miguel. Es él. Ha reaparecido. Estaba en Barcelona. Revisa las fotos y en diez minutos ya no se acuerda de Claudia, ni de sus deseos de ascender a comisario, ni de volver a Málaga. Le basta ver unas pocas fotos y leer la primera parte de la autopsia para estar seguro de que es el monstruo. Toma el expediente y sale disparado a la oficina del comisario. Para empezar, se va a pedir su mes de vacaciones y luego el traslado a Barcelona. Su mente trabaja a toda velocidad pensando en tomar contacto con los investigadores del asesinato, preparar billetes y qué documentación debe llevar para convencerlos que los asesinatos están relacionados. Sí, se ha vuelto a activar y tiene mucho trabajo por delante. Está nervioso y excitado y por primera vez en muchos meses se siente vivo y motivado.

- Espérate en Barcelona cabrón, no te muevas de allí, voy a buscarte - masculla mientras recorre los pasillos de la jefatura.

FIN
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Finalizado el relato de Esther, espero que os haya gustado a pesar de su dureza. Pronto seguiré con el resto de fantasías de mujeres, ahora le toca turno a la de Elena.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Fantasías sexuales de las españolas: Elena I

Bueno, el siguiente episodio, el de Elena, es un pequeño homenaje al episodio 14 de la temporada 1 de Love, Death & Robots. Es una serie de animacion de episodios cortos e independientes entre sí. Os la recomiendo porque es un espectaculo visual con bastante variedad de temas y estilos, generalmente con un corte futurista. El episodio 14 se llama Zima Blue y es muy interesante. Podeis encontrarlo en Netflix, o en youtube....



Este relato de Elena es mi modesto homenaje a la serie que me ha hecho pasar unos buenos ratos.





Un saludo.



Elena

Mario observaba el cambio de paisaje que se había producido, con la cabeza apoyada en la ventana de la limusina. El monte bajo y reseco daba paso a un bosque de pinos, una bóveda verde que propiciaba un cambio de temperatura en forma de frescor que parecía manar del suelo, sembrado de hojas y agujas. El camino también cambiaba, estrechándose y retorciéndose en forma de curvas a uno y otro lado, casi caprichosamente, como una ruta que en vez de planificada por un topógrafo hubiera sido dibujada por un niño en un papel.​


Ya no debía faltar mucho para llegar a su destino, calculó, aunque era la primera vez que visitaba aquel lugar. Pocos lo habían hecho. El sería uno de los privilegiados.


Casi inconscientemente, llevó la mano al bolsillo de su chaqueta. Sus dedos buscaron y tras un momento de vacilación, acabó extrayendo un sobre rojo amapola, con un papel apergaminado de tacto rugoso del mismo color, que sacó y desplegó por enésima vez desde que se lo habían entregado. Aún no se lo acababa de creer.


“Amapola Red tiene el placer de comunicarle que le concederá una entrevista exclusiva el próximo 5 de mayo. Dicha entrevista será presencial, para lo cual deberá usted acudir según las instrucciones siguientes a su retiro de Montealto.”


A continuación, seguían efectivamente una serie de indicaciones y normas a seguir, que por supuesto, Mario había memorizado. Sorprendentemente, ninguna excentricidad, al menos aparente y sí mucha cautela y seguridad. Parece que no querían publicidad. Entonces ¿por qué conceder una entrevista? Y ¿por qué él? Mario era un reputado periodista y crítico de arte, además de autor de varias obras literarias premiadas. La única explicación que se le ocurrió, es que querían comunicar algo, pero que aún querían mantenerlo en secreto ¿La nueva performance de Amapola Red quizá?


Todo era muy extraño, pero en cualquier caso, Mario ni siquiera se cuestionó el rechazar la invitación. Él mismo, llevaba años intentando ser uno de los pocos elegidos para poder preguntar a la artista. Incrédulo, había recibido la llamada de la representante de Amapola que en el último año no había concedido ninguna entrevista, ni tampoco había emitido ningún comunicado. De hecho, llegó a pensar que todo había sido una broma, a pesar que la imagen y la voz del holograma del intercomunicador no parecían ofrecer mucho margen al error. Pero en esta época, la inteligencia artificial y la realidad virtual permitían copias perfectas de casi todo. Tal y como le había anunciado la representante, la confirmación oficial llegó con un objeto tangible en forma de invitación, traída por uno de los empleados de Amapola. No a la redacción del complejo mediático donde trabajaba ahora Mario, sino directamente a su casa. La misma invitación que ahora volvía a guardar en su bolsillo. Un pase directo a una de las leyendas vivas del sexo y erotismo de su tiempo.


Nadie sabía muy bien cuál era su nombre original. La primera referencia fue Ninoska Blue, el seudónimo de guerra en sus primeras películas porno, tras el cual se ocultaba Christine Maier, que era el nombre que figuraba en su identificación personal, pero que más tarde se descubrió que tampoco era el original. Nadie sabía en realidad donde había nacido ni quiénes eran sus padres. Todo parecía indicar una ruptura adolescente sin vuelta atrás con su pasado.


¿Le dejaría ahondar en aquellas cuestiones tan personales? se preguntó. No hacía más que darle vueltas a cómo iba a plantear la entrevista, trabajo inútil, por qué los márgenes de ésta no dependían de él, sino de lo que Amapola Red quisiera contarle. En fin, iba a necesitar de toda su experiencia y de toda su capacidad, para tratar de que aquella oportunidad única se convirtiera en una oportunidad provechosa y no solo un altavoz del próximo mensaje que la diva quisiera vender o poner en el mercado. De forma que decidió relajar su mente: la noche anterior había dormido poco y mal y el viaje lo estaba cansando, así que un poco de duermevela le ayudaría a relajarse, aunque estaba seguro que no podría dormir, no estando tan cerca de su destino.


Quince minutos de recorrido después, al llegar a un collado, el bosque se habría, dando paso a un valle limitado por altas montañas. El lugar estaba cerrado al tráfico aéreo porque aquel desfiladero era privado y su dueña, la única autorizada para sobrevolarlo en helicóptero o aerodeslizador. Para los demás, la carretera, incluido él, que a bordo de aquella lujosísima limusina de última generación sin conductor abría los ojos asombrado para intentar abarcar la inmensidad del paisaje que los rodeaba. Prados donde pastaba el ganado, un arroyo de montaña que en el deshielo debería convertirse seguramente en río caudaloso, pero que ahora era apenas un torrente que formaba pozas conforme iba saltando el desnivel. Paredes verticales encajonando todo el valle, que se suavizaban al fondo mostrando una breve pendiente, en la cual y mimetizada perfectamente con el entorno, se adivinaba una construcción. Pocos la habían visto, pero Mario sabía que era obra de los mejores arquitectos, los más vanguardistas. Una mansión encajada entre la ladera y la roca viva del espolón.


El coche todavía serpenteó unos minutos más antes de llegar a un foso que separaba la carretera de un pórtico, formado por las ramas de dos grandes robles y flanqueado de grandes piedras. El agua corría por la zanja, rápida, burbujeante y salpicando espuma.


Antes de que Mario pudiera parpadear siquiera, un puente transparente se materializó surgiendo del extremo opuesto y facilitando un paso. No se desplegó ni bajó de ningún sitio, simplemente se conformó constituyéndose de la nada y desapareciendo igual de rápidamente una vez lo cruzaron. Maravillosa tecnología del siglo XXII que no dejaba de asombrar al periodista. El siglo XXI había instalado una inercia en la que los avances tecnológicos eran constantes: en un mes se descubrían más cosas y se patentaban más inventos y tecnologías que prácticamente en los cien años anteriores, así que el siglo actual no solo no era una excepción, sino que ese ritmo se había multiplicado.


El Pórtico daba paso a una plaza en forma de parque. Pudo ver un par de robots, uno cruzando el estanque que había frente al camino y otro sobrevolando con un leve zumbido el césped, dirigiéndose de algún sitio hacía otro lugar. Prácticamente todas las tareas están mecanizadas o bien hay robots que se ocupan de realizarlas. De hecho, Mario se preguntaba si vería algún ser humano en algún momento: desde que había bajado del avión y se había subido al vehículo no se había cruzado con ninguno.


Como respuesta a su pregunta, una figura alta y trajeada apareció por una puerta integrada en la pared.


- Señor Mario Zaia, es un placer recibirle...


- El gusto es mío, señor...


- Llámeme simplemente Noir, aquí todos lo hacen. Si tiene la bondad de seguirme Amapola Red le recibirá enseguida.


Continuaron por un pasillo excavado en la roca hasta un ascensor acristalado que a los pocos metros ya corría por la pared, ofreciéndonos una vista cada vez más panorámica del valle. El pulso se le aceleraba a Mario con la altura, le parecía increíble que tal y como le habían anunciado, en unos minutos estaría en presencia de Amapola. Toda su experiencia, todo su conocimiento y toda su independencia a la hora de entrevistar famosos, no le habían preparado para que ese momento en el que se sentía casi un aprendiz. Demasiado tiempo persiguiendo esa presa y ahora ella se ofrecía sin más ante él ¿Cuál era el motivo de todo aquello? Bien pronto lo averiguaría, esperaba…


La puerta del ascensor se abrió y una amplia terraza recibió al huésped y su acompañante. Una cascada surgía ruidosa de un lateral, componiendo un arco líquido perfectamente integrado en aquel balcón al valle. El recinto era un amplio espacio trufado de elementos de diseño, tan perfectamente ensamblados en un puzle artístico como caros. Muebles, obras de arte y arquitectura en una mezcla medida al milímetro. Ni con diez vidas trabajando, pagaría Mario solo lo que costaba aquella estancia.


Una figura se levantó de un diván y se acercó a la pareja.


- Gracias Noir por acompañar al señor Zaia…


- Mario, por favor.


- Pues bien Mario, gracias por venir.


- ¿Desea tomar algo?


- Me basta con un agua con limón, gracias - dijo con la garganta reseca por la emoción. Porque allí estaba ella. Amapola red. Casi dos metros de mujer, pelo rubio, ojos verdes, piernas infinitas, pecho perfecto, cuerpo de diosa nórdica y mirada penetrante y sabia. Un vestido amarillo, vaporoso y escotado, que dejaba la espalda y buena parte de su costado al descubierto la envolvía. El efecto era como si un aura emanase de ella y la envolviese, moviéndose a escasos milímetros de su piel. Sin duda hecho en exclusiva para ella, perfectamente adaptado a cada parte de su anatomía y con cada pliegue estudiado para provocar esa ilusión.


Con movimientos medidos, como si de una coreografía se tratara, y rebosando sensualidad, se giró y le invitó a acompañarla. Se situaron junto a la cascada. El ruido del agua despeñándose y el paisaje que se abría frente a ellos componía una estampa estremecedora. Ella miró hacia el chorro de agua y este se fue debilitando hasta agotarse. El eco quedó solo en un rumor que permitía tener una conversación sin forzar la voz. Tecnología punta una vez más, detección mental, supuso. Un interface que permitía la comunicación con dispositivos y sensores solo con el pensamiento. Toda una innovación aun en pleno desarrollo y que muy pocos se podían costear.


- Supongo que tendrá muchas preguntas, Mario…


Trató de recomponerse. Aún seguía impactado por tener tan cerca la leyenda y poder comprobar en carne viva, cuál era el efecto que ejercía sobre los hombres y también sobre no pocas mujeres.


- Desde luego. Pero la primera de todas es inevitable.


- ¿Por qué usted?


- Sí señora.


- Necesito que cuente una historia.


Mario asintió. Todo parecía seguir el programa previsto. La diva quería lanzar un mensaje y él iba a ser el medio.


- Pero...


- Sí, tiene usted razón - dijo ella sin dejarlo terminar - Eso es para qué, pero no le he dicho el por qué le he elegido: Es bueno y es independiente. No contará nada si realmente no le interesa, si no le motiva, si no le convence. Lo que quiero contar es importante y necesito alguien que lo haga con criterio, con oficio, pero también con la pasión que da entender el mensaje.


- Entender no significa compartir.


- Por supuesto, pero me vale con que entienda: el resto será sencillo. Usted es muy bueno narrando. Me gusta y le sigo.


- Me abruma señora - realmente Mario no esperaba este cumplido o ¿simplemente lo estaba engatusando?


- El único problema es que todavía no podrá hacerlo público. Lo que le voy a contar aquí hoy es confidencial y deberá comprometerse a guardar el secreto.


- Bien, entonces tenemos que quiere que cuente una historia pero no puedo hacerla pública – resumió con cierto tono burlón.


- Todavía – puntualizo ella.


- ¡Ah! claro, ahí está el matiz. Y ¿cuándo entonces?


- Cuando yo no esté.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Fantasías sexuales de las españolas: Elena II

Una sombra de pasmo mezclada con una cierta inquietud cruzó por el rostro de Mario.


- ¿Qué significa eso? ¿Qué está tratando de decirme?


- ¿Tenemos un trato de confidencialidad, Mario?


- Lo tenemos.


- Bien entonces. En un mes anunciaré mi última comparecencia pública. He tomado una decisión muy importante acerca de mi carrera y también para mi vida.


- ¿Se retira? - preguntó Mario sorprendido.


- Algo así. Últimamente no me prodigo mucho en las redes sociales ni en la prensa, pero esta vez quiero hacer un anuncio. Será breve y no estoy segura de que el mundo entienda mis motivos.


- Y ahí entro yo.


- Efectivamente: quiero que la gente tenga el relato completo desde mi punto de vista. Quiero alguien que sea capaz de explicar el fin de mi historia.


- ¿Y por qué no lo hace usted misma?


- Porque forma parte de la performance... ¿Se imagina usted un artista explicando su propio cuadro, su gran obra, antes de retirarse? ¿O al mejor de los cantantes teniendo que explicar la letra de su balada antes de cantarla? Yo haré lo que tengo que hacer y dejo a los demás la responsabilidad de que cada uno entienda lo que crea conveniente. No obstante, quiero que quede también mi punto de vista, digamos que una referencia para que la gente pueda entenderme… aquel que de verdad esté preparado para entender y aquel que quiera hacerlo.


Mario asintió. En ese momento, Noir apareció trayendo las bebidas: agua con limón para él y un cóctel color rojo amapola para ella. “Muy apropiado”, pensó preguntándose por cuál sería su composición. Siguieron unos instantes de cortesía, hasta que Noir se retiró y de nuevo quedaron solos. Ella parpadea y fija sus ojos verdes en Mario. Poco a poco, cambian de tonalidad y se van oscureciendo. Cirugía ocular con implantes cromáticos, una moda ya disponible, siempre que puedas pagar lo que cuesta, claro, advierte Mario. El color se adapta a las emociones y a la imagen que Amapola desea componer de sí misma. Utiliza sus ojos igual que emplea el resto de su cuerpo para crear la atmosfera y para lanzar su verdad, sea esta la que sea y llegue cuando llegue, que será cuando ella lo decida, ni un segundo antes.


- Comencemos por el principio. Antes de hablar yo, supongo que querrá usted preguntar. Le prometí una entrevista. Podríamos comenzar por ahí. Seguro que al final llegamos a la historia que quiero contar.


Amapola adopta una postura inteligente piensa Mario. Me da algo, un “quid pro quo” para que parezca que esto es un intercambio entre iguales: “yo te doy tu entrevista”, “tú transmites mi mensaje sea este el que sea”. Pero a Mario le cuesta creer que haya paridad. Duda mucho que sea un intercambio equilibrado: la diva tendría que bajar del cielo para situarse a su altura y eso no va a pasar, piensa convencido. Pero no por ello deja de ser una oportunidad única: “veamos hasta dónde podemos llegar”, se dice.


- Bien, en ese caso (como usted ha dicho), empecemos por el principio – “no tan al principio”, piensa el periodista y crítico. Demasiado pronto para preguntarle por sus orígenes, así que tantea con una pregunta menos directa, aunque igual de personal.


- Si tuviera que definirse profesionalmente ¿Cómo le gustaría que la nombraran? Actriz, modelo, creadora... Usted es muchas cosas


- No me gustan las etiquetas ¿cómo me definirías tú?


- No podría encajarla en una sola denominación.


- ¿Inclasificable entonces?


- Verá, creo que eso no haría justicia ni la explicaría a usted profesionalmente. Tiene demasiadas aristas, demasiadas facetas. Es usted un artista global.


Ella asiente hierática, no se sabe si complacida o simplemente porque está de acuerdo.


- Si hablamos de profesión puede usted poner que soy policía.


Mario sonríe y hace un gesto cómo dando entender que acepta la broma pero Amapola permanece seria.


- Habla en broma ¿verdad?


- No, hablo totalmente en serio: soy policía lo que pasa que apenas llegue a ejercer.


- Pero... ¿Cómo? He estudiado su vida y en ningún sitio...


- Muy poca gente lo sabe. Verá, ya estaba triunfando con el cine porno pero en ese momento yo no tenía nada claro a dónde podía llegar. Desde los dieciséis quería ser policía, era algo que me llamaba la atención. Así que preparé las oposiciones a policía local. Y no dejé de estudiar mientras hacía pornografía. No sabía en ese momento cuánto tiempo aguantaría en ese mundo, entonces la rotación de actrices era muy rápida, la gente se aburría muy pronto de ellas. Y aunque yo despuntaba, cómo le digo, no tenía nada claro que mi futuro estuviera ahí. Me presenté a las oposiciones en la capital y aprobé con buena nota. Soy buena estudiando y además tenía una gran forma física. El problema fue cuando ocupé mi plaza. Lógicamente me reconocieron enseguida. Entonces se creó una situación incómoda.


- Incómoda ¿en qué sentido?


- Pues que por un lado no podían de negarme la plaza porque había aprobado con todas las de la ley, pero por otro yo ya tenía éxito y era muy conocida como actriz pornográfica, así que imagínate la propaganda para la policía con una actriz vistiendo el uniforme. Me sugirieron que abandonara el cine para adultos pero yo me negué, no había ninguna ley que supusiera una incompatibilidad. Soy testaruda y me mantuve en mi sitio. Había aprobado y quería mi plaza.


- Pero usted no llego a ejercer - aventuró Mario convencido de que si hubiera vestido el uniforme, se habría sabido.


- Sí, durante una semana me destinaron al archivo, enterrada dos pisos bajo tierra dónde nadie podía verme. Al final llegamos a un acuerdo. No era eso lo que yo quería, pero visto que no iba a conseguir estar de cara al público, acepté una excedencia. Decidí aplazar la batalla porque me salió un rodaje importante que implicaba viajar varios meses fuera. Fue la película que rodamos en Maldivas.


- Ahí se dieron cita algunas de las estrellas más importantes de la industria del cine para adultos, fue todo un hito ese año.


- Eso es, y yo no quería perderme ni la oportunidad, ni el jugoso contrato que me ofrecieron, así que también me venía bien quitarme una temporada de medio y acepté.


- Aquel rodaje fue el despegue definitivo de su carrera. La situó definitivamente en el top ten de las actrices del cine para adultos internacional. Hasta entonces su éxito había estado más bien restringido a la producción europea.


Ella asiente mostrando su acuerdo.


- Sí, a partir de entonces vi que mi camino no estaba en ser funcionaria de uniforme.


- ¿Rechazó la plaza?


- No, nunca hice tal cosa. Cuestión de principios ¿sabe? Si me tenían que dar de baja que lo hicieran ellos, yo había obtenido mi plaza compitiendo duramente y por mis propios medios. No tenía nada de lo que esconderme: eran ellos los que querían enterrarme en un archivo. Lo cierto es que se limitaron a prorrogar sine die mi excedencia y así hasta hoy.


- ¿Me está diciendo que a día de hoy sigue siendo policía local?


- Supongo que sí, yo no he firmado la baja: puede ir usted al ayuntamiento y preguntar.


Mario mueve la cabeza incrédulo todavía y hace una afirmación, como dando a entender que sí, que irá a comprobarlo.


- Ya que hablamos del porno ¿me permite preguntarle por sus primeras películas? ¿Cómo llegó al porno? Visto desde la perspectiva actual ¿qué opinión le merecen esos primeros films?


- Pues supongo que igual que a usted sus primeros artículos, sus primeros versos, su primera crítica… Ha pasado tiempo desde entonces ¿verdad? Usted ha evolucionado, ha aprendido, se ha desarrollado intelectual y personalmente. Seguro que mira aquellas primeras incursiones en su profesión con cierta conmiseración, con cierta autosuficiencia desde la distancia que le da su experiencia actual. Seguro que ahora haría las cosas de otra manera, seguro que incluso le provocan cierta ternura aquellos primeros intentos. Pero no hay que renegar de ellos ¿cierto? Un camino de mil millas comienza andando los primeros metros. Sin aquellas primeras películas, sin aquella necesidad que me empujó a tener que ganarme la vida de esa manera, yo no sería ahora la que soy. Bueno – concluyó a modo de resumen - tienen más valor desde el punto de vista personal que artístico como puede comprender. Fue una iniciación y también algo que marcó el camino que seguiría después. Como tantas otras chicas, estaba sola y desorientada y necesitaba ganarme la vida.


- ¿No tenía apoyo familiar?


- No, ninguno. Quizá más adelante hablemos de eso pero, por ahora, le debe bastar saber que muy joven tuve que abandonar la casa donde vivía.


A Mario no se le escapó el detalle: no había hablado de hogar ni de familia, solo del sitio donde vivía...


- Sin embargo usted destacó desde primera hora. Sus grititos característicos, su forma de jadear y de moverse, de mirar a la cámara, de conectar con el espectador... Su físico y sobre todo su personalidad...


- Cierto. Tenía un cuerpo espectacular y para mí aquello no era actuar. Desde el principio tuve claro que si hacía algo debía hacerlo bien. Y a mí me gusta el sexo. Así que debía hacer que aquello funcionara, quería transmitir lo que sentía.


- Si me lo permite creo que usted destacaba por todo el potencial que se adivinaba en cada actuación. Era una gran actriz dentro de un mal papel y eso se notaba. Siempre intentando romper el marco que la encorsetaba, ir más allá de lo que el guion le marcaba, eso cuando había algún guion…


- Cierto ¡hay que ver qué pobre la pornografía! ¿Verdad? En el siglo XXII y todavía repitiendo clichés. Al contrario del erotismo, la pornografía siempre ha tenido una orientación puramente económica, es un simple y puro negocio.


- Pero usted rompió esos clichés.


- Si. En aquella época como en todo el siglo anterior, solo había dos caminos. El sexo amateur, real, pero que no coincidía demasiado con los estereotipos ni las fantasías que la gente esperaba ver y el profesional, que respondía a todos los clichés pero precisamente por eso, alejado tanto de la realidad como del arte. Yo conseguí unificarlos. Como usted ha dicho, chicas con un gran físico y personalidad había muchas en el porno, pero yo fui la única que se arriesgó a innovar, a sacar el sexo de los cajones donde estaba metido y lograr que se extendiera a otras áreas. Darle visibilidad. Y sobre todo, darle calidad y elevarlo como arte.


- Es su época explícita. Aquella en la que demuestra que es una verdadera gran actriz y en la que da el salto a la gran pantalla. Y una vez más rompe moldes. Otras chicas habían hecho ese camino, pero ese salto suponía para ellas abandonar el porno, incluso renegar de él. En su caso no fue así. Usted llevo las imágenes más crudas al cine convencional, algo que antes solo se hacía con ciertas películas de culto. Usted lo normalizó.


- Me pareció un paso lógico y necesario.


- Sí, pero ahí está su talento: ahora a todo el mundo le parece algo lógico y necesario pero en aquel momento, fue Amapola Red la que arriesgó y dio el primer paso.


- Entonces todavía no era Amapola Red. Pero tiene razón. No fue fácil convencer a algunos de los mejores directores para que trabajaran en este proyecto. Primero me tuve que hacer un nombre como actriz digamos, convencional.


- No tardó usted mucho en convencerlos: su primera película se convirtió en una de las más aplaudidas por la crítica y taquilleras. La segunda, obtuvo el premio de la academia por primera vez dado a una producción con contenido sexual explícito. Por la última le dieron el premio a mejor actriz.


- Sí, aquello marco un antes y un después.


- Uno de tantos a lo largo de su carrera. Pero no se conformó. En ese momento usted lo tenía todo. Fama, reconocimiento… por no hablar del dinero. Batió records con alguno de sus contratos. Y si hubiese seguido haciendo cine o hubiese dado el salto a la televisión, habría tenido garantizado su futuro sin apenas esfuerzo.


- Sí pero… ¿quién quiere eso? Yo no soy de las que se sientan en un sillón a ver pasar la vida aunque pueda disfrutar de todo lo que el dinero pueda darme. Siempre he sido una mente y un cuerpo inquieto.


- Afortunadamente para todos los que le reconocemos su talento - afirma Mario con una sonrisa de aprobación.


- Verá, usted ha hablado de mi gran potencial cuando empecé en el porno. Yo lo veo de otra manera. No es que tuviera potencial como actriz pornográfica, es que simplemente tenía que expresarme. Lo hice a través del sexo porque cuando era muy joven fue lo primero que me impactó. El placer desatado es de lo que más impresiona cuando eres joven. Pero en mi caso no era más que una válvula de escape de todo lo que bullía en mi mente, no solo en mi cuerpo. Quería gritar, quería crear, quería trascender. Quizás sea eso a lo que se refiere usted, cuando dice que me salía del marco y de los márgenes establecidos para una actriz pornográfica. Era liberador: más aún porque se mezclaba con el placer y con la provocación, que son los vientos que impulsan el talento ¡Como una furia desatada!


- Algunos dicen que en sus primeras películas ni siquiera había cumplido la mayoría de edad... Que era su juventud y la mezcla entre inocencia y vicio lo que atraía a sus admiradores.


- Y usted ¿qué opina?


- Creo que puede haber algo de cierto. Al menos en lo que se refiere a esa dualidad entre chica joven pero auténticamente madura en sus propuestas. Usted aportaba una estética y un sentimiento que liberaba al porno de su capa más cruda y sórdida. Creaba empatía y por supuesto deseo, un deseo que iba más allá del subidón instantáneo que proporciona ver cuerpos desnudos en posturas obscenas. Era un deseo que se quedaba anclado al espectador y que perduraba, incluso mucho después de la erección o del alivio. Todo eso además, trufado de un empuje juvenil nuevo, casi inocente diría yo. Y efectivamente, no puedo demostrarlo, pero juraría que en alguna de sus primeras películas usted no había cumplido aún la edad legal.


Amapola red sonríe enigmática desde el pasado, igual que lo haría una esfinge recién desenterrada de la arena.


- Sigamos, es mejor avanzar ¿no le aparece?


- Me lo tomaré como una afirmación.


- Y yo negaré haberla hecho. No ponga palabras en mi boca que yo no he dicho.


- Señora: no solo se habla con la boca.


- Por favor, llámame Amapola, creo que es hora de que empecemos a tutearnos.


- Muy bien.


- Creo que estábamos en que gané el premio de la academia a la mejor actriz…


- La primera vez que daban este premio a una chica que provenía de la industria de cine para adultos.


- Sí, eso es cierto. También es verdad que ser actriz y ser actriz pornográfica son estándares diferentes. Digamos que son trabajos distintos que difícilmente admiten comparación.


- Estoy de acuerdo. Entonces volviste a sorprender con el giro hacia la moda. Habías roto las paredes de cristal, ya no solo eras una actriz porno con éxito, sino una actriz con mayúsculas. Tenías todo el reconocimiento y alguno de los mejores galardones para avalarlo.


- Y precisamente entonces, cuando los mejores directores llamaban a mi puerta y me rogaban que participara en sus películas, es cuando sentí la llamada de la moda.


- Muchos piensan que fue la necesidad de buscar nuevos retos, el hastío, el inconformismo que te impedía centrarse solo en una actividad una vez que habías obtenido el éxito.


- Es posible que hubiera algo de eso, no te lo voy a negar, pero el paso al mundo de la moda fuera una llamada que me sedujo. Simplemente me estimuló. Fue un nuevo camino para expresarme, para ilusionarme, fue todo un chute de motivación – Amapola cierra un momento los ojos como si se recreara en el recuerdo - Pierre Stein, fue mi mentor, el que me introdujo en el mundo de la moda después de diseñar el vestuario de la Casa Infinita, la película con la que gané el festival de Berlín. Su forma de trabajar y de ver el mundo, su arte, me abrió una puerta hacía otras realidades, hacia otras posibilidades.


- Y te convertiste en su musa.


- Al principio, ambos desconfiamos el uno del otro. Vio algo en mí, pero no tenía claro si iba a cuajar en una buena modelo y yo no tenía claro si en ese camino iba a encontrar mi sitio.


- Pues vaya si lo encontró: en menos de un año se codeaba usted con las modelos de pasarela más cotizadas y se podía permitir el lujo de decidir con qué diseñadores quería desfilar.


- Seleccionaba, no en función de lo que me pagaban (que por cierto era mucho), sino en función de que su propuesta me resultara motivante y que me dejaran cierta libertad para expresarme. Tenía muy claro que no quería ser simplemente una percha.


- Y entonces sucedió. Usted se atrevió lo que no se había atrevido a nadie ¿Cómo se le ocurrió hacer algo así?


- Lo soñé.


- ¿Lo soñó? - exclamó Mario escéptico.


- Para entonces ya había decidido que prefería soñar con los ojos abiertos. Si no hacemos realidad nuestros sueños ¿para qué sirven?


- Pero ¿por qué en ese momento? ¿Cuál fue el detonante?


- ¡Ah! Gracias a Luciano. Aunque ese no era su verdadero nombre.


- Sí claro, era libanés... Permítame la pregunta si no es indiscreción. Algunos sugieren qué hubo una relación entre ambos más allá de lo profesional.


- Follamos como locos desde el primer día que nos conocimos, si es a eso a lo que se refiere. Con él, el sexo alcanzó una nueva dimensión y créame que yo ya había visto mucho sexo. Fue mi maestro en el tema de la moda, pero fue mucho más que eso. Fue mi inspiración y el acelerador, el catalizador de todo lo que había dentro de mí. Supo darle forma a mis deseos, a mi arte y también me ayudó a encontrar la forma de expresarlo, de soltarlo al mundo. Así que una noche soñé con ello y supe que debía hacerlo. Fue en aquella pasarela, el Scarlett Secret.


- Ni más ni menos que la más prestigiosa pasarela de lencería. Hay quien dice que estabas bajo el efecto de las drogas cuando todo aquello y también Natacha...


- Estábamos hasta las cejas, eso es cierto, pero no fue una decisión alocada: ya lo habíamos hablado antes Natacha Hoffman y yo. Natacha, mi compañera, mi amiga y también era mi amante y la de Luciano. Siempre que coincidíamos en algún evento formábamos trío. Habíamos decidido que lo íbamos a hacer, que no tiene sentido solo desfilar con ropa erótica, solo exhibirnos, solo mostrar el escaparate… ¿qué tipo de desfile era aquel que te dejaba con la miel en los labios y que no podías transmitir más que una parte de lo de la ropa sugería? Solo llevarla puesta pero ¿cómo quitarla? ¿Cómo hacerla participe del acto sexual? ¿Cómo volver a ponerla después? No le veíamos sentido: entendimos todo aquello debía formar parte del acto. Así que decidimos desnudarnos. La verdad es que no pensábamos en llegar tan lejos. Para empezar, solo dejar caer la lencería como caen las hojas de un árbol en otoño y luego dejarnos llevar. En ese momento estábamos las dos encima de la pasarela y nos olvidamos de que el mundo nos miraba. Con lentitud, con parsimonia, lánguidamente nos deshicimos de lo accesorio para quedar desnudas: nuestra piel, nuestro uniforme.


- La gente se quedó sorprendida porque no lo hicieron provocando. Sus miradas eran casi de inocencia mientras se quitaban la ropa.


- Sí, había un sentimiento como de vacío. Lo cierto es que en ese momento estábamos bastante colgadas por todo lo que habíamos tomado. Pero como siempre, le dimos a la vuelta al asunto: si te caes al suelo, aprovecha para apoyarte y ponerte de nuevo en pie. Nos sentíamos como árboles que efectivamente en otoño habían dejado caer sus hojas, desnudos fríos, casi contrayéndose para acumular la vida en su interior ante el invierno que está por llegar. Y de repente, la primavera, la savia recorriendo de nuevo tus venas… realmente le puedo asegurar que nos sentíamos así, nos dimos fuerza la una a la otra, nos empoderamos.


- Ese abrazo que dejó a todo el mundo pasmado con la boca abierta no era un abrazo erótico, ni de provocación, eran solo dos mujeres desnudas que se envolvían para levantarse del suelo, para apoyarse una a la otra: fue una bella demostración de fuerza, de superación, o al menos así se entendió.


- Créeme que no todo el mundo entendió eso, hubo opiniones para todos los gustos.


- Bien, es normal teniendo en cuenta lo que vino después. Las caricias se volvieron más íntimas y a partir de ahí fue el subidón de la primavera que acabo con la explosión de calor del verano.


- Humedad, deseo, euforia. Casi sin darnos cuenta nos habíamos desatado: fue una locura. A toro pasado todo el mundo le busca una explicación y de alguna forma se la acabas encontrando. Un esquema en el que todo esto encaja. Vosotros, los críticos, lo habéis analizado desde mil perspectivas. Al final se acaba encontrando un relato coherente, pero lo cierto, es que ni la Hoffman ni yo nos planteamos otra cosa que dejarnos llevar.


- Fue un gran escándalo.


- Pero también un gran espectáculo, un aldabonazo en la conciencia de mucha gente. Vivíamos en una época en que el sexo virtual sustituía prácticamente al sexo real. El consumo de productos eróticos, la realidad virtual, los replicantes sexuales que imitaban casi a la perfección un cuerpo humano estaban ya prácticamente acabando con las relaciones personales, por no hablar de la maternidad a la carta… ¿Quién tiene hoy día un hijo de forma natural?


<< Al despojarnos de la lencería también nos despojamos de lo artificial, de los condicionantes y ataduras de la moda y por tanto, metafóricamente hablando, de lo establecido como correcto socialmente. Que algo se haya universalizado, que lo haga todo el mundo, que sea más cómodo o incluso más placentero, no significa que sea lo único ni que sea mejor.


<< De alguna forma eso era lo que queríamos expresar.


Mario asiente mientras a su mente vuelve otra vez a esas imágenes mil veces vistas: a Amapola y Natacha culebreando, retorciéndose, buscando con los dedos y la lengua sus agujeros más íntimos, exponiéndolos de forma obscena a las cámaras y al público allí presente. Un bombazo. Nadie esperaba algo así en vivo y en directo, rompiendo todos los esquemas y todas las reglas. Y el caso es que una vez más todo cambió. Lo que parecía haber sido un arrebato señalado por los demás y objeto de vergüenza, se convirtió por el contrario en una tendencia de moda. A la semana siguiente, en otra pasarela, otras dos chicas repitieron la performance. Al principio la cosa quedó restringida a lo que era moda de lencería pero luego se extendió, en general, por todo el circuito. Aumentando en frecuencia e intensidad, llegando a organizarse verdaderas orgías sobre el escenario.


El mundo de la moda se erigió en mascarón de proa de un movimiento que reclamaba la vuelta al contacto físico real entre personas, poner por delante los sentimientos, aunque al principio solo habláramos de sentimientos prosaicos como deseo y morbo. Pero luego la cosa excedió el marco del papel, como había dicho antes refiriéndose a Amapola Red. Al final, se destapó toda la necesidad que tenía la sociedad de recuperar el contacto, de establecer sentimientos a la vieja usanza. De equilibrarnos emocionalmente después de décadas refugiándose en la individualidad.


- Aquello que al inicio muchos calificaron de espectáculo gratuito y chabacano, acabó por confirmarse como símbolo de un renacimiento de las relaciones humanas. Y nadie olvida que el germen partió de Amapola Red. Porque fue a partir de entonces que empezaste a vestir de rojo amapola. Ese color era una constante en tus espectáculos en tus películas en tus intervenciones - Indicó Mario en voz alta como resumen de sus pensamientos.


- Es así, aunque luego todo desbordó cualquier expectativa que pudiéramos tener en el inicio. Yo no pretendía fundar ningún movimiento ni erigirme en representante de nada. Simplemente creo que surgió la oportunidad. El mundo estaba preparado para el mensaje y mucha gente encontró una forma de protesta, una forma de cambiar las cosas, de volver al origen a las relaciones humanas tal y como deberían ser. Y respecto a lo del color, es cierto. A partir de entonces siempre me acompañó, a veces de una forma más evidente, otras de forma más sugerente. Más adelante hablaremos de ello.


- Pero una vez que comenzó todo esto, tú seguías impulsándolo: recuerdo la entrevista con Kimil Sing…


- Ah sí - respondió Amapola sin poder reprimir una sonrisa.


- Es la primera vez que le hacían una felación en directo a un presentador de un Live Night.


- Bueno, él quiso jugar y yo decidí ver hasta dónde estaba dispuesto a llegar.


- ¿No estaba pactado?


- En absoluto. La cosa simplemente surgió así, fue una especie de ¿a que no te atreves?


- La conversación fue legendaria. Cuando tú le dijiste: “si eres capaz de correrte yo me lo trago”.


- Todavía no me creo que pudiera decir aquello en directo…


- Decirlo es una cosa, hacerlo otra y tú hiciste las dos cosas…


- Desde luego, a estas alturas creo que todo el mundo se había dado cuenta que yo no soy persona que deje las cosas a medias.


- De hecho, seguiste montando performance porno eróticas en distintos desfiles y actos de moda. Aunque otros modelos y también actores famosos siguieron su ejemplo y decidieron crear a través del sexo en directo, siempre fuiste el referente: todo el mundo estaba pendiente dónde sería el próximo espectáculo.


- Yo no lo definiría como espectáculo: para mí eran obras creativas.


- Por supuesto. No quería ofenderte.


- No lo haces, no te preocupes: solo quiero aclarar las cosas, que se me entienda bien. A esas alturas no necesitaba hacer propaganda ni montar escándalos para ser más conocida, ni tampoco necesitaba ganar más dinero.


- Todo esto empezó a evolucionar. Aunque no fuera premeditado, el show que montó con Kimil supuso ampliar el círculo y repetir la performance fuera de las pasarelas ¿Fue ese su Rubicón? A partir de entonces todo se disparó.


- Visto desde ahora es posible, pero entonces no teníamos conciencia de que las cosas fueran a cambiar tanto. Hoy es fácil verlo todo como parte de un camino: el sexo explícito en el cine convencional, de ahí el salto a las pasarelas y la televisión, y una vez normalizado y asumido el escándalo, las orgías en el ámbito público. La gente no solo no lo criticaba, sino que empezó a sumarse a la fiesta. A mí me sorprendió tanto como al resto saber que había personas que quedaban en algunos parques, playas o sitios públicos para recuperar el contacto físico, el tú a tú con desconocidos, la charla, las caricias, los besos y como no, el sexo.


- Quizá Amapola no inició este nuevo movimiento pero rápidamente se sumó y se convirtió en su líder.


- Yo seguía siendo una referencia. Estaba de acuerdo con todo ello y decidí apoyarlo participando en alguna de aquellas (llamémoslas), fiestas del sexo. Era la continuación natural de todo lo que queríamos decir, expresar y por supuesto, cambiar. Era inevitable que los medios pusieran el foco sobre mí. Fue entonces cuando empecé a tomar realmente conciencia de mi papel en todo aquello. De la capacidad que tenía para cambiar las cosas. De a cuánta gente llegaba mi mensaje.


- Era todo un fenómeno a escala planetaria, incluso en la colonia lunar un grupo emitió imágenes teniendo sexo ¿Tras la constatación de tu capacidad de influir fue cuando empezó tu etapa de sexo total globalizado?


- Si. Al principio solo participé en algún evento, en alguna orgía significativa solo para mostrar mi apoyo al movimiento, pero cuando vi que cada acto en el que participaba se convertía en noticia, decidí tomar el timón. Fue entonces cuando surgió la idea de participar en una orgía alrededor del mundo, saltando por los cinco continentes. Veinte eventos en lugares especialmente seleccionados por su representatividad. Aquello fue una locura.


- Una locura que siguió todo el planeta. Batió records de audiencia y tú ocupabas todo el espacio en los noticieros. La televisión se volvió loca haciendo seguimiento de aquella vuelta al mundo del sexo.


- No solo era del sexo - vuelve a insistir amapola - Pero si es cierto qué rompimos moldes y el último muro que contenía el deseo se rompió. El sexo virtual bajó a niveles que no se recordaban desde el anterior siglo. Lo real, lo físico, lo que se podía tocar, los sentimientos, los fluidos, todo eso volvió a nuestras vidas.


- Y no sólo en el ámbito personal: los eventos sexuales donde se juntaba la gente desconocida se pusieron a la orden del día, pero también en otros ámbitos además del de la moda en el que todo empezó. Por ejemplo, en muchas empresas se estableció el día del sexo.


- Eso no tuvo demasiado éxito. El sexo debería mejorar en las relaciones personales pero cuando se instituye o se impone desde arriba no suele dar buen resultado. Acostarte porque sí con tus compañeros de trabajo no suele ser buena idea, como después se demostró. El tema no llego a calar y las empresas que lo pusieron en práctica lo echaron para atrás en su mayoría. La gente prefería encontrarse con desconocidos que no les iban a juzgar, o bien, con gente a las que les uniera algún vínculo sexual o sentimental. Lo bueno de estas orgías públicas es que luego no te comprometían a nada: te volvías a tu casa y ya está. Con el trabajo era diferente. Tenías que seguir conviviendo con gente con la que además, en muchos casos, tenías que discutir y competir por temas laborales. Globalizar el movimiento simplemente significaba que llegara a más gente, pero no creo que tuviera que alcanzar a todos los ámbitos de tu vida.


- Todo esto es relativamente reciente ¿cómo lo ves ahora, aunque solo hayan pasado un par de años?


- Me consideraba empoderada: por primera vez me sentí líder. Y creía que debía estar a la altura. Yo era la que abría camino así que debía dar ejemplo. Me obsesioné con el mensaje y también con la forma de exponerlo. Porque en el fondo ¿qué es lo que buscaba yo? Si no tienes claro lo que quieres ¿cómo vas a dirigir a los demás?


<< Cada vez tenía más presente, mirando en mi interior, que debía unir la denuncia, el mensaje, al deseo de ser feliz, de sentirme completa. Ya no era solo obtener placer sexual, ni tampoco retomar las relaciones piel a piel. Se trataba de conseguir remover los sentimientos, el pensamiento, las ideas. Me pregunte qué era lo que me hacía feliz a mí para poder tratar de encontrar la forma de orientar a los demás hacia su propio bienestar. Entendí que el camino para conseguir eso era el sexo, siempre lo había sido.


<< Pero ¿dónde podía experimentar? ¿Hasta dónde podía llegar? ¿Cuáles eran mis límites? ¿Qué podía ofrecer? ¿Cuál era el nuevo techo romper?


<< Entonces pensé que el camino era implicar a más gente, obtener más placer y durante más tiempo. Hacerlo todo a lo grande. Romper los límites por arriba ¿Lo entiendes, Mario?


- Creo que sí.


- Prueba a explicarlo – lo retó ella.


Él se tomó un momento antes de responder. No demasiado, lo justo para ordenar lo que sabía de ella más lo que acababa de aprender, todavía sin clasificar ni digerir. Luego, como si se hablara a sí mismo, comenzó:


- Primero fue el deseo de provocar como respuesta a la rebeldía. Las ganas de vivir, de sentir. Luego fue el deseo de demostrar que podía hacer las cosas bien. Más tarde la pretensión de innovar, de buscar sus límites, de romper los de los demás a través de la enormidad de sus propuestas. Y luego la búsqueda de la excelencia, que es tanto como decir la búsqueda de sí misma.


Ella hizo un gesto de aprobación que provocó cierto rubor en el periodista. El magnetismo que emanaba de sus facciones lo tenía atrapado y se descubrió preso del deseo de complacerla, de estar a su altura, si es que eso era posible con Amapola Red.


- Lo has resumido muy bien, no se puede repasar mi vida de forma más breve ni más acertada – concedió para deleite de Mario, que trató de reaccionar para no caer en su embrujo: “haz lo que has venido a hacer”, pensó.


- Hemos hablado de enormidad en tus propuestas y de búsqueda de la excelencia, pero algunos catalogan tu etapa “Red” como un auténtico exceso.


- No hay innovación sin exceso, al menos en el arte. Ten en cuenta que vengo del mundo del porno y he pasado por el de la moda, no pretenderás que sea discreta en mis propuestas...


- No me refería solo a eso. Me refería también a tus cambios físicos.


- Iban en paralelo a mí actividad. No se puede batir un récord, no se puede ser la mejor si no cambias tu mente y tu cuerpo. Y en mi caso, mi mente iba muy por delante, de modo que necesitaba que en mi cuerpo fuera capaz de seguirla.


Mario asiente.


- Entiendo lo que quieres decir. Una persona normal no puede batir el récord de relaciones en un solo día.


- Si, y yo lo he batido dos veces. La segunda vez lo conserve casi durante dos años: no hubo otra mujer capaz de acostarse durante 24 horas continuadas con tantos hombres. También estuvo lo de participar en la orgía más multitudinaria del mundo. Practicar sexo en ausencia de gravedad en la estación lunar, permanecer un mes encerrada con cien chicos en aquel reality show, y tantas otras...


- Para poder mantener esos ritmos me sometía a todo lo que la cirugía podía darme. Pechos inteligentes, vagina reconstruida con polímeros naturales que aumentaban tanto el placer propio como el ajeno gracias a los implantes nerviosos, una nueva piel rejuvenecida también con respuesta artificial, ojos adaptativos, pelo dinámico, refuerzo de la musculatura, en fin, todo lo necesario para poder mantener el nivel y afrontar los retos que me esperaban. Hacerlo más, más extremo y más intenso. Sin olvidar tampoco el buscar nuevas formas de expresión, innovar en las propuestas y seguir metiéndome en aquellos campos hasta dónde ese momento, el sexo llegaba poco o no era frecuente. Fui protagonista de algún libro de éxito, colabore con Wilson Tensit en una de sus novelas dónde se inspiró en mí para uno de sus personajes más polémicos y también más exitosos, ejercí de periodista y reportera de moda y arte, realizando entrevistas totalmente desnuda, etc... Yo era muy transversal, igual que mis propuestas, así que pudimos abrir de esa forma todo un frente que venía a aupar el sexo al lugar, al puesto que se merecía. Volvimos a conseguir que la gente, después de tanto ciber sexo, volviera a encontrarse, a tener relaciones de tú a tú. Fue todo un frente, como una ola, que barrio a toda la humanidad devolviéndole las ganas del contacto con otras personas. Era una enorme tarea y yo tenía que estar a la altura así que en lo referente a lo que comentabas de todas las operaciones y los cambios a los que me sometí, entiendo que a muchos les parezca un exceso, pero sinceramente ¿estaría ahora dónde estoy si no lo hubiera hecho? Creo que no, que me hubiera quedado en la fase de modelo de éxito proveniente del cine porno. Y yo lo que quería era avanzar, no quedarme estancada.


- Sí, realmente tu carrera ha sido una sucesión de sorpresas… Nadie esperaba que pudieras dar el siguiente paso, que pudieras ofrecer una propuesta todavía más radical que la anterior, por eso hay ahora tanta expectación respecto a tu próximo movimiento. Y sin embargo me dices que vas a anunciar tu retirada ¿Crees que ya no puedes ir más lejos, que ya no puedes superar tu propuesta?


- ¿Me preguntas si estoy tirando la toalla? - Amapola Red sonríe con tranquilidad, no se siente ofendida ni molesta y eso tranquiliza a Mario.


<< Muchos pensarán que es así pero verás, Mario, voy a contarte una historia…
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Amapola se incorpora un poco y apoya los brazos en sus rodillas como si estuviera contando confidencias a un amigo. Como acto reflejo, él hace lo mismo y se inclina un poco hacia la diva. Parece que llega el momento de recibir su mensaje. De resolver el misterio. Sus ojos ahora son verdes esmeralda, las pupilas se dilatan y atrapan las de Mario entre aleteos de sus parpados.

- Elena.

- ¿Elena?

- Ese es mi verdadero nombre. Mi madre me lo puso en honor a la reina infiel de Esparta, la que se fue a Troya con Paris. Mi madre era muy bella y dijo que yo sería tan guapa como la reina griega porque mi padre era también un modelo. Él tenía ascendencia española, rasgos y carácter latino que la encandilaron.

Mario se agita en la silla imperceptiblemente. Es la primera vez que Amapola menciona a sus padres. Nunca en ninguna entrevista antes había hablado de su niñez ni de su vida antes de convertirse en estrella porno. Parece una invitación a que él pregunte, una puerta abierta a su intimidad, pero decide no tirar aun del sedal. No quiere incomodar su anfitriona, no vaya a ser que le cierre esa puerta en las narices tan rápido como la ha abierto. Mario no quiere desaprovechar posiblemente la única oportunidad que tenga de hacer una entrevista en profundidad a la diva, así que se mantiene a la espera, dejándola continuar a ver por dónde respira. Para su alivio, ella continúa desgranando detalles íntimos y hasta ahora ocultos.

- Tengo un vago recuerdo de mi madre ¿sabes? ella no se hablaba con sus padres desde que se quedó embarazada de mí.

- ¿Tuvo que abandonar su casa?

- Si.

- ¿Me está diciendo que sus abuelos que echaron a su madre embarazada del hogar?

- Las diferencias venían de bastante más atrás y eran mucho más profundas que un simple desliz sexual. Mi madre era muy independiente y muy testaruda y mis abuelos en algunos aspectos demasiado tradicionales. Dejémoslo ahí. Ni el estilo de vida que buscaba mi madre ni sus maneras eran compatibles con los de sus padres.

- Y ¿que hizo entonces? - comenta Mario tirando del hilo y dando pie a que ella continúe con la historia.

- Durante un tiempo vivimos solas en un apartamento. Mi padre nos visitaba de vez en cuando. Cómo te habrás supuesto él estaba casado, un motivo más para el escándalo, aunque digamos que realmente ese fue el motivo. Las cosas no salieron bien. Mi padre era muy guapo y también muy promiscuo pero ese no fue el problema. Mi madre también era muy abierta de mente: tenían un concepto bastante liberal de las relaciones y no le importaba compartirlo, por lo que pude saber habrían su círculo sexual a todo tipo de experiencias. Lo que mi madre no soportaba era el abandono, así que cuando mi padre dejó definitivamente a su mujer y decidió volar fuera del país con su carrera de modelo, mi madre optó por seguirlo. Sabía que una vez que había levantado el vuelo solo se posaría en tierra contadas veces para descansar y alimentarse, como un ave migratoria. Vio claro que si lo dejaba ir ya no lo volvería a ver más. Yo tenía entonces diez años. Me llevó con mis tíos a la montaña, a un pueblecito en un valle de altura en los Alpes alemanes.

- ¿Te dejo allí con ellos?

- Así fue. Apenas volví a ver a mi madre un par de veces. Mis tíos no se movían para nada del pueblo y a mi madre aquello le pillaba muy a desmano. No tenía demasiado instinto maternal ¿sabes? todo lo volcaba en su pasión. Supongo que estaba obsesionada con no perder a su amor.

- Perdona Amapola que te lo pregunte pero ¿cómo te afecto eso a ti? ¿Tus tíos te trataban bien?

- Eran correctos si eso es a lo que te refieres. No les hizo mucha gracia tener que hacerse cargo de mí, pero tampoco se negaron. Tengo que agradecerles que durante esos años me atendieron y aunque en su casa la vida era muy austera, no me faltó nada de lo necesario.

- ¿El afecto y el cariño entran dentro de lo necesario?

Casi al instante Mario se arrepintió de la pregunta. El periodista incisivo había vuelto a ganarle la partida al relator paciente. Había un cierto aroma melancólico en las palabras de Amapola Red, que daba a entender que la relación con sus tíos había sido correcta pero fría. Ella sonrió comprensiva al ver su apuro.

- Mario, déjame que termine mi historia. Entiendo que quieres trazar el mapa completo de Amapola Red pero créeme si te digo que no todo es necesario para entenderme. De hecho, al final creo que todo quedará claro, al menos para un hombre tan inteligente como tú.

- Disculpa.

- No tienes que pedir perdón, no deseo un hagiógrafo, sino alguien que sea capaz de escribir desde el corazón, con todo lo que eso significa, con todos sus claroscuros. Simplemente es que no quiero perder el hilo. Al final tendrás tu oportunidad de preguntar todo lo que quieras. Pero te advierto que yo seguiré decidiendo lo que cuento y lo que no.

- Entendido.

- Bien, lo cierto es que yo estaba atendida en el pueblo pero tenía muy claro que no era mi lugar. Y lo demostré apenas entré en la adolescencia. Aquello se me quedaba pequeño no solo en espacio sino también en mentalidad. Muchas veces me preguntaba dónde estaría mi madre y qué aventuras estaría viviendo. Ya sabes, era como huérfana, así que mitifiqué a mis padres ausentes. Luego, la realidad resultó más dura y sórdida, pero no es momento de hablar de eso. En aquellos tiempos odiaba a mi madre por haberme abandonado pero a la vez la tomaba como ejemplo de lo que yo quería ser: libre, sin ataduras, abierta a todos los hermosos y excitantes placeres del mundo, arrojada y decidida, dispuesta a romper convenciones y moldes.

Fui muy precoz. Quizás la soledad de la montaña y lo reducido de la vida social del pueblo hicieron que me concentrara aún más en descubrirme, de manera que pronto mi cuerpo dejó de ser un misterio. Desde muy jovencita ya sabía darme placer y experimentaba con distintas variantes. Era una búsqueda continua de nuevas sensaciones y placeres, de distintas prácticas que no te voy a detallar pero que me permitieron, como ya te he dicho antes, conocerme y sacarme el máximo partido más adelante, cuando ya tuve edad para desenvolverme sola con los chicos.

Amapola se calla un instante, toma su bebida y da un sorbo. Luego se levanta y hace un gesto a Mario que hace lo mismo y la sigue caminando a su lado. Pasan junto a la cascada, giran por un pasillo con unos ventanales que se abren con vistas a la montaña y llegan a una terraza incrustada en la ladera. Rodeándola, un pequeño prado colgado sobre el acantilado. Un manto de amapolas rojas lo cubre, balanceándose con la brisa sobre un suelo de hierba fresca. Es un pequeño rincón que Mario advierte como una zona íntima, de acceso restringido, como si fuera el tabernáculo del templo de Amapola Red. Al otro lado, a través del ventanal, adivina una cama y una amplia salita. Efectivamente está en las habitaciones privadas de la diva.

- Hubo un chico.

Mario vuelve de nuevo la atención a su interlocutora.

- ¿Un chico? - pregunta simplemente para invitarla a continuar.

- Nos hicimos muy amigos. Era simple, adorable y fiel como un perro. Nos volvimos inseparables durante un tiempo. Fue el primer chico que me tocó, el primero que me besó, el primero que me hizo el amor. Si antes había experimentado con mi cuerpo para conocerme, él me sirvió para saber cómo eran los hombres. Cómo podía darles placer y como podía también obtenerlo de ellos. Pero también me daba paz y tranquilidad, me daba equilibrio… ese chico me adoraba y hubiera hecho cualquier cosa por mí.

Corre aire fresco a esa altura. Amapola cruza los brazos sobre el pecho y se agarra los hombros. Entra en sus habitaciones privadas invitando a pasar a Mario. Antes de ofrecerle asiento le hace una seña para que vea un pequeño aseo junto a la entrada. No es el baño principal desde luego, simplemente una pequeña ducha con cristal opaco hacia la habitación pero totalmente transparente hacia el prado que han podido ver hace un momento.

- Bonitas vistas: ¡ojalá yo tuviera una ducha así!

Amapola sonríe enigmática. Casi sin transición continua por dónde dejo la historia.

- El chico se llamaba Marcus. Era pastor. Bueno, allí todo el mundo ayudaba con todas las tareas pero básicamente se ocupaba de sacar las cabras al monte y cuidar de ellas. Yo le acompañaba muchas veces. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos, en ocasiones en prados solitarios. Pronto comenzaron las murmuraciones en el pueblo y mis tíos me reprendieron. No querían que cometiera los mismos errores que mi madre y temían sobre todo que me quedara embarazada antes de cumplir la mayoría de edad. Pero yo era demasiado inquieta para no experimentar y disfrutar de lo que tenía a mano. Era lo único que me daba la vida en aquel pueblo que conforme me iba haciendo mayor, se me antojaba cada vez más tedioso y aburrido.

<< No tardé mucho en perder la virginidad, lo hicimos juntos. Es un buen recuerdo…- lanza al aire Amapola mientras parece evadirse por un momento de la entrevista, como si volviera a aquel instante.

<< Recuerdo todavía las sensaciones, el tacto de la hierba… puedo escuchar nítidamente los mismos sonidos: el rumor del aire entre las ramas de los abetos, el sonido monótono de los cencerros del ganado mezclado con respiraciones agitadas y jadeos, el aire frío a nuestro alrededor en contraste con la temperatura de nuestros cuerpos…

De repente parece volver a la realidad:

- Pero verás Mario, hay un recuerdo que tengo muy anidado en mi interior. La casa de Marcus era de las últimas del pueblo y tenía un baño completo. Aquello era un pequeño lujo, la mayoría de las viviendas tenían una pequeña letrina y luego una sala de aseo, a veces en el mismo dormitorio. Aquello conserva todo el encanto de siglos pasados. Ya sabes, es una zona donde la gente volvió a las prácticas ancestrales, turística por supuesto, pero también replegada sobre sí misma después de tanto avance tecnológico que dejó descolocados a muchos y que no satisfacía a los habitantes de la comarca. A mí me encantaba ir a la casa de Marcus cuando no estaban sus padres ni hermanas y bañarme en aquel aseo con ducha, con una ventana que daba a un prado de amapolas rojas y más allá a una pequeña cascada que hacía girar un molino. Aprovechábamos para hacer el amor, a veces y para mi delicia dentro de la misma ducha y luego yo me bañaba mirando el paisaje, haciendo figuras en el vaho que dejaba el vapor en los cristales.

<< Me resultaba hipnótico observar aquel prado. A veces me masturbaba solo por puro placer contemplándolo. Incluso después de haber hecho el amor con Marcus tenía un orgasmo profundo e intenso. Quedaba en paz conmigo misma, todo se alineaba, el pasado desaparecía con todos sus sinsabores, el presente se hacía amable, el futuro se presentaba luminoso y sin preocupantes incógnitas. Durante aquellos breves instantes, en suma, podría decir que era feliz ¿entiendes Mario?

El periodista se limita a asentir despacio, mostrando respeto por la revelación y tratando de encajarla en toda la importancia que para Amapola parece tener. Después, tras un breve silencio, ella continúa.

- Todo era demasiado excitante como para quedarme estancada en aquel placer. Deseaba conocer más, ir más lejos, desarrollar todos aquellos sentimientos que aquella relación con Marcus me provocaba. Me volví más descarada. Mis tíos me observaban y decían: “es igual que su madre”. Algo de cierto debe de haber en ello. A veces pienso que tengo una predisposición genética, la mentalidad también se hereda ¿verdad? El caso es que a mí todo aquello se me quedaba pequeño. Necesitaba relacionarme, ir a un sitio donde mi personalidad pudiera expandirse, tenía terror a envejecer en aquel sitio sin haber visto mundo. Obtuve una beca y en contra de la opinión de mis tíos decidí trasladarme a la ciudad a estudiar. Me dijeron que si me iba no podrían mantenerme, que cuidarían de mí solo si me quedaba con ellos, pero mi decisión estaba tomada. Había comenzado a andar un camino y no me iba a volver al punto de partida. Haría lo que fuese: estudiar, trabajar para subsistir, lo que fuera necesario. Así que deje el pueblo y con mi incorporación al instituto nació la nueva Elena.

- ¿Qué pasó con Marcus?

Amapola hace un gesto que se queda a medias, una mueca extraña. Parece que la voz se entrecorta un momento, pero luego continúa decidida.

- El no encajaba fuera de allí. Era un ser puro, pero simple. Todo su universo y su felicidad estaban en aquellos prados y entre las casas de su pueblo. Tuve que dejarlo atrás, aquello no funcionaría si lo obligaba a seguirme. El pertenecía a su mundo.

Amapola giró la cabeza y miró hacia el prado que se adivinaba detrás del ventanal permaneciendo sumida en sus pensamientos un rato. Al final, como sorprendida, volvió la vista a Mario. Parecía haber perdido la noción del tiempo, como si no fuera consciente de cuánto rato había estado ensimismada.

- Disculpa, me había quedado en mi marcha a la ciudad.

- Una decisión importante, abandonar la seguridad de casa de sus tíos y también dejar a Marcus…

- Si, importante pero también inevitable: tenía que irme - dijo ya mucho más segura, cómo buscando apoyo en sus propias palabras.

- Si no te hubieras ido nada habría sido igual, Amapola Red no hubiera existido, el mundo se lo habría perdido.

Ella asiente con un poco de desgana, como si esa justificación se la hubiera repetido ya mil veces y la tuviera manida.

- Estuve estudiando, alternando las clases con trabajos eventuales de camarera y de azafata. Y sí, antes de que me lo preguntes, así fue como llegué al cine para adultos. Con una sola escena que rodara al día sacaba más que en todo un mes trabajando de camarera. No me supuso ningún esfuerzo ni fue ningún trauma. Necesitaba tiempo para preparar las oposiciones de policía y completar mis estudios, y un trabajo así me permitía vivir más que holgadamente. Cuando llegue a la ciudad conocí a mucha gente, te puedes imaginar, una chica joven en un internado, pero podíamos salir a la calle y no nos controlaban demasiado. Yo deseaba seguir teniendo sexo, lo necesitaba y candidatos no me faltaron.

- ¿Algún novio serio?

- No - responde ella - no quería compromisos, solo saciarme, divertirme, consumir mi energía desbordante. Cuando practico sexo me transformo, es como si me llevara a un plano distinto de sensaciones y también de conocimiento. Además, todavía me acordaba mucho de Marcus. Ningún chico fue capaz de despertar en mí sentimientos como aquellos. Tardé mucho en encontrar una pareja con quién de verdad tuviera una conexión y eso fue ya siendo famosa.

- También se enamoró…

- De un modo distinto.

- Siempre es de un modo distinto, nunca es como el primer amor.

- En eso tienes toda la razón Mario.

Los dos se sonríen. Amapola parece sentirse a gusto con su interlocutor y Mario se encuentra satisfecho de como se va resolviendo la entrevista. No sabía que esperar cuando llegó esta mañana y ahora está allí, con una de las mujeres más famosas del mundo, desgranando sus interioridades, sus secretos… falta saber en que acabará la cosa y qué es lo que podrá y lo que no contar.

- Bien, continuamos: lo cierto es que no tenía mucho tiempo para la melancolía, vivía demasiado rápida y demasiado intensamente. Pronto, lo que era solo un trabajo eventual hasta que terminara mis estudios y sacara las oposiciones, se convirtió en una fórmula de éxito total. Todo el mundo consumía mis películas, mi nombre empezó a sonar en los circuitos del cine porno, los mejores actores querían trabajar conmigo y los más reputados directores me reclamaban para sus películas. Pero aquello no fue solo éxito y dinero. Empecé a ver mi profesión como una forma de expresarme, como una forma de arte. Yo tenía algo especial y todos lo sabían, de manera que decidí aprovecharlo. Empecé exigir guiones más completos, escenas mejor rodadas y visualmente más atractivas, quería que mis películas fueran especiales y como podía poner mis condiciones, lo hice.

- No solo sexo…

- Efectivamente ¿por qué quedarnos solo con lo explícito y lo evidente? A partir de ahí ya creo que hemos repasado mi historia: siempre buscando la perfección, buscando el reto, siempre queriendo ir más allá, obtener más placer, romper mis propios límites, impulsar a los demás también a romperlos… Un escalón más cada vez, un salto hacia arriba, una nueva pirueta en el vacío hasta que llega un momento en que te das cuenta que lo que has hecho es una enormidad y cada vez es más difícil superarlo, cada vez es más complicado sorprender, romper los límites, alterar las conciencias. Cambié de registro, salté al cine convencional, de ahí a la moda, inicié un movimiento mundial, batimos records sexuales de todo tipo y ahora me pregunto que debería, hacer cuál debería ser mi próximo reto ¿merece la pena romper otro límite, batir otro récord?

- Entiendo: quizás sea hora de decir basta, descansar y de disfrutar de todo lo que ha conseguido, de todo el mérito, de todo el reconocimiento que merece.

- No solo eso, Mario, no sería propio de mí ¿no crees? ¿Simplemente una retirada por cansancio?

- Pero en algún momento tendrá que dejarlo… supongo que habrá pensado que por qué no hacerlo ahora que está en su punto más alto.

- Cierto, hay que hacer un bonito cadáver ¿verdad? nadie debería dejarlo en plena decadencia, al menos no es ese mi estilo. Le he dado muchas vueltas a esto Mario, a cómo debería poner el punto final, a cuál debería ser mi último reto y también a que debería ser mi vida a partir de entonces - ella hace un paréntesis antes de continuar - Durante algún tiempo eso fue emotivo de intranquilidad y desasosiego. Pero ya no: ahora sé lo que tengo que hacer. ¡Ya sé lo que quiero hacer! – rectifica.

- Sea lo que sea seguro que asombrará de nuevo al mundo.

- De eso puedes estar seguro Mario, no te quepa duda que será una sorpresa - contesta Amapola sonriendo.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Mario hace el camino a la inversa volviendo a circular por la estrecha carretera, pero ahora ya no presta atención al paisaje, ni a la limusina, ni se molesta en mirar el reloj para saber a qué hora sale su vuelo. La mente bulle dándole vueltas a todo lo que ha dado de sí el día. Haciendo planes, trazando estructuras de como va a narrar lo que tiene que contarle al mundo. Tiene una historia, se dice satisfecho. No, satisfecho no, satisfecho ya estaba solo por tener la posibilidad de conocer a Amapola Red: ahora está entusiasmado. Tiene su relato y a pesar de todos los condicionantes que le ha puesto Amapola y todo lo que no podrá contar, sabe que va a ser una buena historia.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Estamos en el festival de cine de Berlín que se ha convertido en el principal de Europa después de que los de Venecia, San Sebastián y Cannes hayan perdido terreno, sobre todo debido al empuje del mercado audiovisual asiático, desde hace prácticamente un siglo. Anclado en antiguos valores, Berlín todavía se mantiene como gran referencia occidental y, más concretamente, del viejo continente.

Hay gran expectación porque Amapola Red, la polifacética diva y actriz, va a recibir un premio especial por su carrera cinematográfica, que fuera del cine para adultos no es muy extensa, pero está repleta de éxitos de público y crítica. Lleva alejada varios meses de los medios de comunicación y hace casi un año de su última aparición pública. Los rumores circulan en todas direcciones y son de todo tipo. La sala de prensa está abarrotada y todos los medios de comunicación están pendientes de su aparición, que va a ser retransmitida a las principales cadenas y medios de difusión. Todo el mundo está nervioso y excitado, a la espera de que Amapola comparezca para recoger el premio.

Un hombre con un asiento privilegiado espera en el teatro. Está entre las primeras filas y no pierde detalle del escenario.

Cuando anuncian la entrega del oso honorífico, Mario aplaude y se levanta igual que el resto del teatro. Sin embargo los aplausos bajan su intensidad y poco a poco se van apagando, seguidos de alguna exclamación de extrañeza. La gente se mira desconcertada, preguntándose quién es la mujer que acaba de aparecer en el escenario. ¿Es una doble? ¿Es la misma Amapola Red caracterizada? Se van desgranando distintas conjeturas mientras ella sonríe. Su cara muestra alguna mancha típica de la edad que antes no estaba ahí. Hay arrugas en las comisuras de sus labios y en sus parpados. Su nariz ya no es del todo recta y el maquillaje no puede disimular alguna bolsa bajo sus ojos, que sin embargo, Mario puede reconocer perfectamente porque los ha visto en fotos antiguas antes de que ella se operara: ese azul oscuro que le daba profundidad y enigma a su mirada. Sus hombros parecen algo cargados y la pierna que se adivina abriéndose entre la larga raja del traje carísimo, sigue siendo larga y esbelta, aunque parece carecer de la musculatura apolínea que gastaba en sus últimas apariciones públicas. Hasta la voz suena un poco quebrada y más débil, sin la fuerza y la decisión habitual en ella cuando empieza a hablar para agradecer el premio.

Todo el mundo ha enmudecido, no saben si es una performance o una broma, pero Amapola se encarga de resolver el misterio. Una vez ha terminado sus agradecimientos se dirige así al público:

- Sí, soy yo, Amapola Red, la real, la de verdad. Quizá mi aspecto actual os decepcione pero soy yo y estoy contenta de haber recuperado mi cuerpo original, o al menos, la parte de él que todavía podía recuperar. Creedme, resulta más caro y más doloroso deshacer lo que haces con tu cuerpo que invertir en ser más hermosa, más guapa o más fuerte. Pero era necesario.

<< Hoy os anuncio mi retirada como artista y también como persona pública. Toda mi vida he buscado la excelencia y vosotros habéis sido testigos de mi lucha por transmitir y por expresarme, y a la vez, por influir en el mundo que me rodeaba.

<< Con el tiempo se vuelve una pesada carga ¡Qué difícil es innovar, batir el siguiente récord, seguir despertando conciencias tanto tiempo después! No dejaros indiferentes siempre ha sido mi guía pero llega un momento en que te preguntas dónde está el siguiente paso, qué es lo que hay que hacer para sentir un poquito más de placer, para ir un poco más allá, para despertar una conciencia más. Ya no puedo seguir apostando por la enormidad, por lo extremo.

<< Durante mucho tiempo he pensado que ese es el camino, la manera y la forma, pero ahora me doy cuenta de que para avanzar tengo que retroceder. Si busco el momento más feliz, de más placer y más emoción en mi vida, me doy cuenta que no necesariamente fue aquel en el que fui más popular, en el que gané más dinero o en el que mejor hice mi trabajo. A veces en la sencillez está el equilibrio. Y eso es lo que quiero recuperar, el equilibrio.

<< No penséis que me arrepiento del viaje: estoy contenta de todo lo que he hecho, de haber estado y de haberlo compartido con vosotros. Pero mi camino hacia el mayor gozo discurre ahora por otro sitio. A veces nos construimos una imagen, una fantasía que nos lleva de forma ascendente al despropósito, a un mundo que se nos escapa de las manos porque se vuelve inmanejable. Buscamos nuestra realización, el punto álgido de nuestra existencia en los grandes proyectos y olvidamos de que el sentimiento puro y simple es el más poderoso, el más intenso.

<< Señoras y señores, me despido de ustedes porque ha llegado el momento de reencontrarme con la auténtica Amapola Red, la que nunca estuvo ahí fuera corriendo por el mundo, ni en el espacio, ni batiendo records, sino aquella que estuvo siempre dentro de mí, aquella que sin saberlo era la que me impulsaba a ser más audaz, a vivir la experiencia más extrema, a ser la mejor.

Mario hubiera jurado que la última mirada antes de volverse fue para él. Una especie de destello de inteligencia entre ambos, una chispa que los unía en una especie de arco eléctrico de entendimiento e íntima comprensión. El teatro se levantó en un aplauso unánime pero descoordinado, como si la gente aplaudiera más al personaje que a su filosofía, como si no hubieran entendido lo que realmente quería decir pero no tuvieran más remedio que rendirse a aquella mujer, que era clasificada de poco menos que genio.

Quedaba clara ahora la misión de Mario que decidió no quedarse la rueda de prensa. Amapola había anunciado que no iba a comparecer entre los artistas entrevistados y que la sustituiría su representante. Él allí ya no tenía nada que hacer, pero ahora tenía clara su historia, la que iba a contar y tenía claro también que papel debía y quería jugar en ella. Mario corrió a tomar un taxi a su hotel y cuando pasó por la recepción, encargó una cena fría en su habitación.

Quince minutos después se había duchado y se había sentado con su portátil en la mesita junto a la ventana. Abre una página en blanco y mientras el tráfico se oye cinco pisos más abajo, teclea un título:

“Rojo amapola”.

Se queda mirando estas dos palabras, viendo más allá de ellas, estructurando el relato, dándole contenido, pensando en la forma y en la manera de contar. Sí, todavía quedaba mucho por delante, pero ahora estaba seguro de que tenía una historia digna de Amapola Red.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Elena se sitúa bajo el chorro de agua caliente. Las ráfagas de gotas recorren su espalda y su pecho, formando hilillos que recorren su piel adaptándose a los pliegues y arrugas, desaguando entre sus glúteos y también buscando el hueco entre sus muslos hasta acabar goteando por el pubis.

Aquel baño todavía huele igual y mantiene los mismos azulejos y maderas, ya en algunos casos gastados y con cierta carcoma. Pero eso a ella no le importa. Le importa recuperar aquellas vistas, aquellos olores y aquellas sensaciones que le transmiten sentimientos que ya creía perdidos.
Se pasa la mano por su vientre, ahora un poco prominente debido a un exceso de alimentación: Elena ha recuperado el apetito. Sus pechos están algo caídos pero no le importa, pasa la esponja sobre ellos y reaccionan a la caricia. Se siente bien, excitada por primera vez en mucho tiempo. La mano se pierde en el pubis y mientras con la izquierda se acaricia un pezón, los dedos de su mano derecha separan los labios y buscan su clítoris. Empieza una caricia íntima lenta, constante, que la hace jadear en medio del vapor, fijando la vista en el cristal empañado y más allá, en el prado verde lleno de amapolas rojas.

Se siente orgullosa de haber sido Amapola Red pero ahora es cuando realmente lo disfruta, cuando realmente es capaz de ver y de entender plenamente el símbolo de lo que representa. La visión se le va desenfocando, le cuesta más fijarse en los detalles de lo que hay de ventana hacia fuera y pronto se da cuenta que no es por el vaho, sino porque su cuerpo se contrae de placer, sus ojos se achinan y su vista pierde agudeza.
Un orgasmo la sacude, intenso, fuerte, rápido, provocándole calambres y haciendo que se abrace a sí misma encogiendo su cuerpo con cada espasmo de placer. Pone la frente contra la loza del baño buscando algo de fresco, recuperando el aliento, consiguiendo que las pulsaciones de sus sienes se vayan relajando. Cuando abre de nuevo los ojos ha recuperado su agudeza y aún jadeante, ve una figura moverse por el jardín. Coge la toalla y se envuelve acercándose descalza al cristal.

Marcus atraviesa el jardín y se dirige a casa con su mastín, su inseparable perro. Mira hacia la ventana y la adivina observándolo. Una sonrisa se pinta en su cara. Su rostro, tan distinto ya, mayor, también surcado de arrugas, con las sienes blancas y sin embargo tan guapo como ella lo recordaba. Todavía sorprendido, aún no se acaba de creer que ella haya vuelto. Tan inocente que no se cree nada de lo que Elena le cuenta y dice que es imposible que ella sea Amapola Red. Ella se ríe sin darle importancia, nada la tiene, salvo que Marcus estaba solo, ella ha vuelto y han podido recuperarse el uno al otro.

Pocos, muy pocos saben que está allí y casi nadie sabe que ha cumplido el mayor reto de todos, la mejor de las delicias, la más difícil de sus propuestas. Ha recuperado el deseo, el placer, ha recuperado la despreocupación y ha recuperado su amor, y todo concentrado en un único instante, con la cara pegada a un cristal empeñado, el agua tibia recorriendo su cuerpo y la vista fija en un jardín de amapolas.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18

(X) Paula​



Estoy con la libido a flor de piel. Irradio calor y deseo. Las siestas siempre me han puesto, especialmente las de verano, largas, pesadas, húmedas de sudor y sofocantes de temperatura. Todo esto despierta en mí el deseo desde muy jovencita, cuando empecé a tocarme. Mis primeras pajas, torpes e inseguras, cuando aún no me conocía ni sabía muy bien como era eso de darse placer una misma. Aquel verano...

Actualmente tengo 31 años y aquello parece que queda a una eternidad de distancia. Ahora es mi novio Jorge quién me toca, quién enreda sus dedos en mi pubis dándome una caricia íntima que me moja, que me prepara para lo que sé que viene después. También él ha tenido que pasar por un aprendizaje hasta conocer mi cuerpo, interpretar mis reacciones y tomar el pulso de mi deseo. Lo cierto es que ha aprobado con buena nota y se aplica bien a su tarea. Ya no le cuesta nada encontrar mi clítoris y acariciarlo con la suavidad precisa en los primeros momentos, alternando caricias alrededor con presiones directas sobre mi nódulo, poco a poco, sin prisa. Ir despacio es correr. Sabe que no debe apresurarse: arañarme o hacerme daño sería muy contraproducente. No tardo apenas nada en calentarme, diez minutos de dedicación nos abren las puertas al paraíso, porque una vez me enciendo, mi sexo reclama un contacto más fuerte, más intenso, más duro y más guarro. Cuando llega ese punto en que puede hacer desaparecer uno de sus dedos en mi vagina sin apenas oposición, deslizándose por la humedad pegajosa y tibia, sabe que puede hacer conmigo lo que quiera. No es que puede, más bien es que debe. Es mí mismo cuerpo el que se lo reclama porque ya no soy yo dueña de nada, es algo que sale de dentro de mí y me posee, reclamando el placer.

Tiro de su mano, y se oye una especie de chof cuando su falange sale de mi intimidad. Su boca sigue comiéndome el cuello, sabe que es mi punto débil, sus dedos húmedos y pegajosos de mi flujo se trasladan rozando mi vientre hasta el pecho, donde aprietan un pezón ya en punta. Noto su verga encajada entre mis cachetes, dura como un palo, caliente y mojada, dejando rastros de liquidillo transparentes en la raja de mi culo.

Es placentero pero no suficiente. No ahora. La deseo dentro de mí: es lo único que pude calmarme y satisfacerme. Me separo y me giro para ponerme boca arriba. Flexiono las piernas y me abro para él. Mis dedos acarician mi clítoris y separan mis labios en lo que no es una invitación, sino una orden.

- Ven, métemela - susurro con la voz ronca. Jorge culebrea entre mis muslos y se sitúa sobre mí. Siento su peso, el vientre lleno de pelo recio rozando contra el mío, su pubis frotándose contra mí monte de Venus. Retuerce las caderas y noto su falo buscando la entrada, desesperado y ansioso, golpeando entre mis muslos a ciegas.

Meto la mano entre los dos cuerpos y la agarro, dirigiéndola al punto exacto, aprovechando para rozarla contra mi clítoris. Yo me mojo mucho y con un par de pasadas su glande está lubricado. Noto como presiona dilatando mis labios. Un par de embestidas y forzará la entrada. Mi interior tiene fuego y lo desea, quiero tenerlo dentro ya, que me folle duro.

No puedo verme pero sé que mi cara en ese momento es de loba, mordiéndome el labio con la mirada extraviada, con el deseo deconstruyendo mi rostro. Miro hacia un lado y entonces lo veo recortándose contra el quicio de la puerta. Está con la cámara en la mano grabando. No sé cuánto tiempo lleva, no mucho desde luego. Baja la cámara y me mira con esos ojos almendrados y marrones. Su atención está centrada en mí, en mi gozo y en mi placer, como si Jorge solo fuera un accesorio prescindible al que ignorar.

Me tenso y mis músculos se contraen, evitando la penetración. Mi novio me observa extrañado y yo le hago un gesto con la cabeza. El gira la suya su mirada se cruza con la de Diego, su primo. Lo veo sonreír antes de volver a enterrar su boca en mi cuello. Entre besos me susurra: “no pasa nada, todo está bien”.

- Pero... - intento argumentar sin que él se detenga.

- No te preocupes - vuelve a repetir - luego me dará el vídeo, será solo nuestro – ronronea mientras baja por mí cuello y sus labios recorren el canal de mis pechos, desviándose hacia el izquierdo y cerrándose sobre el pezón que succiona.

Mi voluntad se escapa como el aire de un globo al que se le ha soltado el nudo. Doy orden a mis muslos de cerrarse y a mis manos de empujarle, quitármelo de encima, pero el mensaje nunca llega a sus destinatarios. Se disuelve en un espasmo de placer cuando Jorge vuelve a empujar y esta vez sí me la mete más o menos hasta la mitad, sin que mi húmeda vagina ofrezca oposición. Mi mente y mi cuerpo están disociados. Una parte de mi cerebro pide parar, aquello es tan raro, tan extraño... Pero mi cuerpo lleva otro camino y no es fácil desacelerarlo. Quizás si Diego nos hubiera sorprendido antes de empezar, la parte lógica le habría ganado la batalla a la parte hormonal, a la parte sensorial. Pero a propósito o no, ha entrado en ese momento en que estás arriba, en todo lo alto de la ola de sentimientos, sensaciones y placeres.

Jorge insiste empujando y ahondando un poco más en mi cueva del placer, metiendo y sacando, mis labios abrazan toda su masculinidad mojándola y lubricándola de forma que en dos empujones llega hasta el final. Noto sus testículos en mi perineo. El placer me vence y ya me dejo ir.

Diego enfoca mi cara. Es un artista, sabe que transmite más mi expresión que un plano directo de la verga de mi novio taladrando mi coño. Busca mis ojos y mi boca, estoy seguro que está haciendo un primer plano. Quiere captarme justo cuando me llegue el orgasmo. Lo miro a sus ojos marrones. Él sabe que lo sé. No deja de enfocarme y por algún motivo eso me pone más cachonda. Levanto un poco el culo y empujo con mis piernas a Jorge, quiero que me dé más fuerte...

“Dios ¿porque pienso estas guarrerías?”

Tengo que repetirme que esto no es normal, que no es posible que esté follando con mi novio mientras su primo nos graba, pero no me sirve. No soy capaz de escucharme, mis propios reproches rebotan en mi deseo, en mis ganas de llegar al clímax. Quiero el orgasmo y quiero que Diego sea testigo, me da igual que me grabe, no me inspira curiosidad verme después, lo que de verdad me pone como una moto es que yo sea su musa.

Me dejó ir. Noto la respiración de Jorge en mi cara y en mi pecho y siento su polla clavándose una y otra vez en mi vagina. El orgasmo llega y me rompo de placer. Me corro, me corro, me corro, no sé si lo estoy diciendo en voz alta o no, pero aunque se me vela la mirada, sé que Diego no pierde detalle.

Me quedo satisfecha, como en una nube. Pierdo un poco la noción de lo que sucede a mi alrededor, pero cuando vuelvo a la realidad estoy tranquila. Parece que la vergüenza ha desaparecido sustituida por una extraña calma expectante. Jorge está recostado a mi lado y acaricia mi vientre mientras me sonríe. Diego sigue grabando con rostro serio y concentrado. Se acerca, mucho, bastante, pero se muestra respetuoso y no llega a tocarme. Ningún gesto obsceno, ningún mal modo, ninguna palabra fuera de sitio. Todo es tan perfecto que mi cuerpo reacciona de nuevo. El gusano que me baila en la tripa se introduce en mi pubis y en apenas unos segundos siento el cosquilleo que reproduce mi clítoris hinchándose.

Cojo la mano a mi novio y la llevo entre mis piernas. Lo dejo que me masturbe mientras miro fijamente a la cámara. Ahora me siento empoderada. Soy la protagonista ¿no es así como lo han querido ellos? pues ya es hora de que actúe como tal.

Empujo a Jorge y me monto a horcajadas sobre él. Lo beso en la boca mientras restriego mi coño contra su falo. Todavía la tiene semi flácida, así que me escurro besando su pecho y su vientre hasta llegar a su ingle. Levanto la verga con los dedos para que se pueda ver bien y luego hago desaparecer el glande en mi boca. Lo chupo lentamente y después me lo introduzco aún más, casi hasta provocarme una arcada y la mantengo ahí presionando con mis labios el tronco, mientras la siento hincharse. Imposible mantenerla dentro cuando ya está del todo erecta, así que la saco y escupo en la punta. Luego me monto encima y poco a poco me la voy introduciendo. Cuando la tengo en mi interior, muevo la cintura de forma circular, lenta y sensualmente, mientras saco mi lengua y mojo mis labios posando para cámara.

Ese instante es perfecto y Diego lo captura. Aparta un momento la cámara y me mira con los ojos como platos. Está embelesado.

Y yo empiezo a tocar otra vez el séptimo cielo. Todavía tardo un poco pero veo venir un nuevo orgasmo. Todo está en su sitio, todo encaja, soy feliz y sin embargo nada de esto ha sucedido todavía.
 
  • Love
Reactions: k66

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Hola diario.

Hoy de nuevo me ha vuelto a pasar. He vuelto a soñar con lo que tú ya sabes. Esta vez de forma más nítida, de tal manera que me he despertado sin saber si esto había sido un sueño o ha sucedido en la realidad. Necesitando casi un minuto para despejar mi mente y aclararme. Para situarme de nuevo en mi vida real.

La culpa la tiene Jorge. Si no me hubiera saltado con aquello... La verdad es que no me cogió de sorpresa, porque yo ya había notado que eso de meternos mano con público lo ponía cardíaco. Sus besos eran más apasionados y su libido se disparaba hasta límites que… bueno, siempre tenía que pararle los pies.

- Pero ¿qué haces? ¿Es que quieres que follemos aquí delante de todos? - tenía que reprenderle a veces cuando veía que la cosa se estaba yendo de madre.

- Pues mira, a mí no me importaría, que se mueran de envidia - responde siempre él dejándome con la duda de si habla en serio o no. Bueno la duda que ya no lo es tanto. Porque desde el numerito del mes pasado en la playa...La verdad es que se nos fue la mano con el alcohol y yo no pude ni quise sujetarlo, pero coño, tampoco me esperaba que me lo hiciera ahí mismo, prácticamente delante de Lali y su chico. Yo pensaba que estábamos solo calentando y luego nos íbamos a ir detrás de las dunas o entre los matorrales. Pero acabo echándome el bikini a un lado y metiéndomela. También es verdad que estábamos un poco pedos y que Lali su novio se pusieron también manos a la obra, como si les importara tres pimientos que estuviéramos allí o no.

Quizá estoy exagerando. Cuando lo hablé con Lali no le dio importancia e incluso me comentó que ella había follado en la misma habitación con otras parejas. Juntos pero no revueltos, según me aclaró, cada uno a lo suyo. Que eso no tenía nada de particular, que había que aprovechar las ocasiones y cuando una dispone de una cama no hay que hacerle ascos ni sentir vergüenza, que una pareja fornicando es lo más natural del mundo.

Y sin embargo a mí esas cosas todavía me dan algo de reparo. Pero entonces ¿por qué tengo esos sueños? ¿Y por qué siempre aparece Diego? Con su cámara fotografiándonos o grabándonos mientras hacemos el amor. Eso me crea turbación porque me gusta y me repele a la vez.

Siempre temo que se acerque e intente tocarme o que participe de alguna manera. Y entonces se rompe la magia. Porque está muy bueno y es muy guapo, tengo que confesarte querido diario que me atrae, pero mi novio es Jorge y le quiero. Me da igual lo bien que se lleve con su primo y lo bueno que esté, este es un límite que no pienso traspasar. Que ahí se acabó la fantasía porque es solo una fantasía ¿verdad? ¡Dime que sí querido diario! ¿Qué tipo de chica sería yo si me dejara poseer por otro delante de mi novio? Incluso aunque solo estamos hablando de una fantasía. Incluso aunque mi cuerpo me lo pida. Creo que por eso me despierto sobresaltada. Bueno ya está bien por hoy. Seguimos en el chalet del padre de Jorge. Veremos a ver que más nos depara el fin de semana.

Diego terminó de leer y permaneció absorto unos instantes, tratando de asimilar el contenido de aquellas declaraciones tan íntimas. De repente se sintió intruso y rápidamente coloco el diario de pasta roja otra vez dentro de la mochila. Hubiera querido seguir leyendo, ir más atrás en las páginas y en el tiempo, conocer aún mejor a la novia de su primo, por qué había escrito eso y de donde venía todo, pero no podía quedarse simplemente allí un rato sin que lo echaran de menos, en teoría había subido a coger una tarjeta de memoria para la cámara que su primo le había dicho que tenía en la habitación que compartía con su novia.

Bueno, ya sabía dónde encontrar el diario, pensó con un estremecimiento siendo consciente de que deseaba volver a jugársela, de que la tentación de entrar en la intimidad de la chica era demasiado fuerte. Vaya descubrimiento, realmente aquella chica era más de lo que parecía, siempre tuvo esa corazonada. Era extraño pero tenía la sensación es que nada de esto había ocurrido aún.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Jorge ríe lanzando a su novia hacia atrás. Paula intenta llevarse la mano a la nariz y desaparece entre un remolino de espuma y salpicaduras.

- ¡Idiota! - le grita cuando emerge y puede recuperar el aliento. Le empuja entre toses porque parece que ha tragado un poco de agua de la piscina. Él trata de retenerla con un abrazo, pero ella lo rechaza: no le sientan bien las ahogadillas y no comprende como es posible que su novio (que lo sabe), la haya tirado de espaldas, allí delante de todo el mundo - Pareces tonto - le grita enfadada mientras se aúpa sobre el borde de la piscina con el agua cayendo por su espalda y empapando el bikini, que se le baja un poco, dejando asomar la rajita de su culo moreno.

Ha conseguido enfurruñarla aunque Jorge sabe que se le pasará pronto. Y no es lo único que ha logrado. Diego la ve salir del agua y fija la atención en la chica que chorreando, tira de su bañador y se lo ajusta. Se le marca el pubis sobre la tela mojada que se pega a su piel. Sus pechos también se marcan con dos puntos negros transparentándose a través de la tela clara. Son los pezones que se le han puesto duros por el agua fresca.

Está hermosa, está sensual y también está cabreada. Y Diego está interesado. Ha estado echando algunas fotos mientras jugaban en el agua, pero sin apenas poner interés, capturando también al resto de la familia. Pero ahora se le ha puesto la mirada de cazador. Ahí ve una foto, ve una historia, ve arte, la chica se convierte en inspiración y quiere recoger su expresión seria y contrariada mientras se seca el pelo con la toalla, y luego, mientras tumba en la hamaca su cuerpo joven, hermosa y con el ceño fruncido...

Pasa un rato y ella se relaja. Jorge observa cómo se da cuenta de que Diego la fotografía. Al principio compone un gesto de fastidio, molesta porque alguien invada su intimidad, su rato de enojo. Pero Diego le sonríe y parece desarmarla. Es bueno, sabe cómo hacer participar a sus modelos. La actitud, los modos, las palabras exactas para que se sientan a gusto y protagonistas. No les roba instantes sino que las anima a construirlos.

Y ve que ella se deja llevar. Se echa el pelo al lado adoptando una postura casual como si nadie la estuviera observando. Pestañea, se muerde un labio. Saca pecho incorporándose un poco. Está posando para él aunque sin reconocérselo ella misma. Es un diálogo sin palabras. Una coreografía donde su primo lleva la batuta sugiriendo sin presionar, dándole su espacio, dejando la que se exprese, captando su esencia y ella sigue la música, dejándose llevar pero interponiendo una distancia de seguridad, que su chica es muy seria para eso, bien lo sabe él, y nunca va a dar un paso en falso en contra de sus principios, aunque el cuerpo le pida a llevarlos al límite.

Bien pues a lo mejor esa es la idea, vamos a facilitarle el camino hasta la frontera que separa deseos y convicciones: una idea se le acaba de ocurrir y decide ponerla en marcha inmediatamente. Es el momento y el lugar para dar un achuchoncito.

Jorge sale del agua, se seca con la toalla y entra en la casa. Sube a la habitación que comparte con su novia y busca su mochila. Está junto a la mesita de noche en el suelo. Sabe dónde tiene que mirar. Al fondo debajo de un montón de cosas encuentra un libro delgado con la cubierta roja. Es su diario. Lo conoce muy bien y sabe que cosas se escribe en él. Ella lo ignora pero Jorge lo lee a la menor oportunidad, le sirve de guía para saber por dónde derrotan las fantasías y las interioridades de su chica. A veces la complicidad no es suficiente. Hay cosas que todos se guardan para sí, él lo sabe bien. Paula es una chica descuidada y confiada, eso también lo sabe, si no, no dejaría el diario tan a mano.

Bueno pues es hora de dar ese empujoncito. Quizás sea bueno que alguien más conozca el diario. Deja el librito medio asomando de la mochila, un reclamo rojo sobre el cuero marrón. Luego baja a la piscina. Piensa cómo hacerlo sin llamar la atención pero la oportunidad se presenta sola: a veces la suerte es una aliada inesperada.

Diego ha agotado el espacio de la cámara, demasiados videos de la familia haciendo tonterías que él no se ha podido negar a grabar, y ahora que tiene a Paula en su objetivo, en lo mejor, se ha llenado la tarjeta.

- ¿Qué pasa?

- Nada, que me he quedado sin memoria en la cámara - gruñe mientras se sirve una cerveza.

- Yo tengo una tarjeta de 32 gigas, cógela si quieres.

- No te preocupes, ya lo dejo. Esta tarde las paso al ordenador y libero espacio.

- Hazme caso, estas cosas siempre te dejan tirado en los mejores momentos. Nunca sabes cuándo puede salir la foto de tu vida ¿no dices siempre eso?

Diego sonríe. La frase es suya.

- Bueno pues gracias.

- Sube al cuarto está en la mesita de noche...

- No hay prisa.

- Claro, que no se caliente la cerveza, pero no lo dejes que si no se te va a olvidar.

Su primo asiente convencido ¿De verdad va a resultar todo tan fácil? Ya se verá, piensa Jorge… de todas formas, esto aún no ha sucedido.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
- Entonces ¿vamos?

- Claro, por mí bien.

- Viene Diego.

- ¡Ah! Vale - Paula sabe lo unidos que están los dos primos. Le parece una buena noticia que Diego acuda a la celebración familiar este fin de semana. Pero ¿por qué lo ha tenido que mencionar? ¿Se ha dado cuenta Jorge que le gusta? Claro, no es tonto. Lo sabe de sobra. Las chicas se dan cuenta de esas cosas enseguida. Los hombres generalmente son menos suspicaces pero incluso así, ante un chico como Diego, una se vuelve un poco tonta y descuidada.

Paula se pone de mal humor y arruga un poco el labio. Nuevo error. Tampoco esto pasa desapercibido para su novio.

- ¿Qué te pasa? si no quieres que vayamos...

- No, sí que quiero, solo es que...

- ¿Que? - La anima a seguir.

- No sé porque has tenido que mencionar a Diego. No me sienta bien.

- No quería molestarte, solo informaba de que venía. Estás un poco susceptible ¿no?

¡Pues claro que estaba susceptible, coño! Lo estaba porque era verdad que su primo le gustaba, el muy canalla: alto, moreno, con unos ojos oscuros rasgados que le daban un aire moro, pelo negro y rizado cayendo sobre una cara dibujada. Y para colmo inteligente, educado, sensible…lo tenía todo para triunfar.

También lo estaba por que no podía evitar que le gustara ¿qué chica podría hacerlo? Todas revoloteaban alrededor como las moscas en torno a un candil.

Y por último estaba enfadada porque a su novio no parecía importarle. Hubiera querido aclararle que una cosa son las fantasías y otra la realidad. Que igual que él miraba a otras chicas, ella también podía sentirse atraída por otros, pero que eso ni por asomo significaba que deseara hacer realidad esa fantasía. Que estaba muy bien como estaba, que tenía la cabeza y el coño en su sitio y que para ella no había otro hombre más que Jorge, las cosas en su lugar, no vayamos a confundirnos. Y lo hubiera hecho de no saber que posiblemente habría quedado en ridículo, porque a Jorge no podía importarle menos todo aquello. O eso parecía demostrar, pinchándola con sus alusiones y gracietas. Paula diría que incluso todo aquello parecía gustarle.

Todo ese tema de exhibirse cuando estaban acaramelados primero y cuando pasaban a temas más serios después, la descolocaba un poco. Ese afán de su novio por mostrarse en sus intimidades como si el tener público supusiera un plus a la hora de excitarse, era algo que le costaba comprender, pero a lo que ya no discutía. A base de insistencia había conseguido aburrirla e incluso, tuvo que reconocer, que también había conseguido en cierta manera que entrara al trapo: sí, también le había cogido cierto gustillo al asunto. Lo cual no hacía sino dar alas a Jorge, así que al final siempre debía poner el límite, tenía que ser ella la que le dijera hasta aquí hemos llegado, haciendo siempre el papel de mala cortarrollos. Porque una cosa es jugar y otra muy distinta dar un espectáculo de sexo delante de otros, por muy amigos que fueran.

Pero lo que más la descolocaba y había llegado incluso a inquietarla era la confianza que tenía con su primo Diego, el especial interés que ponía en que él fuera testigo de su amor. Así que Sonia se debatía entre la inquietud por algo que no acababa de encajar, una sensación de que hacía algo que no era correcto y el deseo de satisfacer a Jorge y (por qué no decirlo) a ella misma.

- Bueno mira: vamos.

- ¡Esa es mi Chica! - responde su novio - Nos lo pasaremos muy bien, ya verás - afirma mientras le da un abrazo tierno y la besa la boca.

Paula no lo rehúye, al contrario, le sonríe tratando de espantar dudas de su cabeza: se trata simplemente de disfrutar. Empieza a pensar que se come el coco demasiado y ve cosas donde no las hay, y sin embargo, esta decisión de acudir el fin de semana al chalet de su novio todavía no se ha tomado, todo esto aún no ha sucedido.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Diego limpia con cuidado el objetivo de la cámara antes de guardarlo en su funda. Acaba de llegar de la escuela donde imparte clases de fotografía. Hoy han estado practicando con el Macro. De cómo lo minúsculo puede hacerse grande y encontrar una foto en el sitio dónde menos hubiéramos parado siquiera a mirar. En cualquier lado puede haber una historia. Les ha enseñado a los alumnos una foto ampliada que les ha llamado mucho la atención. Normalmente no suele llevar desnudos de su portfolio, siempre se crea un ambiente entre jocoso y disoluto que distrae la atención de lo importante (sus alumnos son en su mayoría muy jovencitos y es poner el tema del sexo encima de la mesa y descontrolarse la clase). Sin embargo hoy ha sido distinto: valía la pena arriesgarse porque tenía un ejemplo de fotografía macro que para él era el modelo de un trabajo bien hecho a la par que sugerente. Le gustaba todo en aquella foto y lo principal es que era suya. Que mejor que usar un trabajo propio para explicar a los alumnos cómo lo había hecho y qué es lo que había querido representar.

Un pezón negro erguido, brotando de una aureola oscura. Una perspectiva cercana y para él innovadora de un asunto que ya trasciende lo sexual. Como un menhir que brota de un círculo megalítico. Con el mismo misterio, parece que está ahí sin motivo, simplemente levantándose y apuntando al cielo, pero a nadie se le escapa que algunos se tomaron mucho esfuerzo en llevarlo allí por alguna razón, en alinearlo con otras estructuras y en ocuparse de que señalara hacia dónde habitaban todos los misterios y todas las magias. Un hito, un vórtice de energía, llámalo como quieras, pero aquello tenía una razón de ser, igual que ese pecho reaccionando a no se sabía muy bien que motivo.

Solo un pezón inhiesto que no decía nada y lo decía todo a la vez. Deseo, amor, fecundidad, magia, trascendencia…

Recordó a la chica que le había servido de modelo. Una profesional, la primera a la que podía fotografiar y que aceptó posar gratis. Diego no podía permitirse pagar su caché. Había conseguido convencerla con sus buenas artes. O malas según se mire. Porque la chica le gustaba. O tal vez le impresionaba su profesionalidad, su presencia, su cuerpo esculpido al milímetro, planificado para servir de percha a cualquier ropaje, historia o producto. Mezcla de sentimientos que a veces era difícil desentrañar pero, en cualquier caso, Diego necesitaba fotografiarla desnuda y había aplicado todo su encanto al asunto, que tratándose de él era mucho.

Se las había prometido muy felices pero una vez puesto en faena y cuando terminó de babear, (él que había visto mucha carne y no se podía decir que fuera impresionable), le costaba encontrar la foto. Sí, el material era de primera, pero la chica era solo eso, una percha y él quería trascender, quería hallar la foto. ¿Sería posible que solo fuera un cuerpo perfecto pero vacío? ¿O tal vez lo que fallaba era el fotógrafo?

La muchacha no facilitó las cosas. Toda conexión que hubiera parecido haber entre ambos parecía haberse reducido a satisfacer un capricho mutuo. Darse un revolcón, ella, con un chico que le había caído en gracia y Diego tener un cuerpo de calidad para lograr su instantánea. De hecho, tras el polvo que echaron, la chica pareció perder todo interés. Se quedó tumbada boca arriba, la cara de lado reposando una mejilla en la almohada, desnuda, sin intentar taparse, como si incluso durmiendo asumiera que su cuerpo era su escaparate, un producto que ella vendía disociado de su verdaderos sentimientos, sean estos los que fueran.

Un cuerpo precioso, perfecto, armónico, pero solo un cuerpo, pensó un decepcionado Diego y justo entonces, justo cuando iba a llevar aquella experiencia al cajón de las decepciones, de aquellas que no habían cumplido con las expectativas, que era lo mismo que aceptar su fracaso como artista, de repente se le ocurrió.

Vio la imagen componiéndose en su mente.

De un salto, corrió a coger la cámara, le cambió el objetivo por un macro y fotografió desde muy cerca su pezón. Dos o tres instantáneas, no más. Con la última ya sabía que lo tenía. Tenía su foto, la que esa tarde había mostrado a sus alumnos, aquella que tanto le animaba cuando encontraba dificultades o cuando creía que debía renunciar, cuando pensaba que estaba en un sitio o con una persona de la que no podía sacar más.

Diego se quitó la camiseta y estaba a punto de hacer lo mismo con el pantalón y la ropa interior (le apetecía darse una ducha) cuando su móvil pitó con la entrada de un mensaje. Era su primo Jorge.

- ¿Vendrás el fin de semana? Paula y yo vamos a ir.

Vaya, se la había olvidado la fiesta familiar. Había hecho planes pero sabía que lo de su primo más que una pregunta era una petición y la verdad es que, como siempre, le apetecía verlo. No solo a él: también a Paula, su nueva novia.

Esa chica le gustaba para su primo. Todavía recuerda el día que se la presentó, unos dos o tres meses atrás. Había nervios y expectación, sabía que Jorge buscaba de alguna forma su aprobación. Había encontrado algo especial y quería compartirlo con él. Efectivamente la chica tiene algo, no sabe muy bien qué, pero posee un aire que atrae. Tiene retrato, como decía su profesor de fotografía. Forma de decir que transmite, que es alguien especial, alguien a quien se enfoca y si tienes la suficiente paciencia, acabas capturándole un trocito de alma con la lente.

Parece honesta, seria pero no antipática, solo reservada. Con personalidad y trabajadora. Igual que a Diego, le gusta enseñar, por eso eligió ser profesora. Se ve que es de las que se comprometen con su oficio, con su novio, con su vida…

Le gustaría fotografiarla y este fin de semana puede ser una buena oportunidad. Diego deja de lado el resto de planes y teclea a su primo que sí, que por supuesto que estará allí.

Pero todo esto aún no ha pasado: ese fin de semana aún está por venir.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Jorge está exultante. No ve el momento de presentarle Paula a Diego, la chica con la que lleva un mes saliendo. Para él es muy importante su aprobación. Diego seguro que le restará importancia e incluso aunque no le guste, fingirá que sí, en ningún caso hará nada que le moleste. Pero está seguro que le va a gustar, Paula es genial. No una belleza de las que su primo está acostumbrado a tener alrededor. Es un chaval guapo, atractivo y de los que atraen a las chicas como la miel a las moscas. Pero quizás sea por eso, porque ya ha visto demasiadas chicas guapas y hermosas pasar por sus manos, que no le da tanta importancia al físico. Paula es más bien normalita aunque a Jorge le parece la más guapa del mundo. Un cuerpo más que aceptable, pero la chica le pone a todo una pasión que ha conseguido enamorarlo. Y ojo que no es fácil, porque hay que escarbar para encontrarla, no se abre a cualquiera. Reservada y discreta, es una auténtica sorpresa cuando te abre las puertas de su intimidad y no solo en lo que se refiere al sexo, que en este caso, acompañado de sentimientos más profundos y una buena conexión, es más que placentero. Esta chica es mucho más aunque solo los que miren en su interior lo pueden comprobar y Jorge quiere que Diego se asome. Es importante para él porque son inseparables desde pequeños, algo más que primos y mucho más que amigos. Se conocen el uno al otro como si fueran hermanos y han navegado juntos por la niñez, la adolescencia y la juventud.

Íntimos, se lo cuentan todo y también lo experimentan todo juntos. Incluso en el sexo. Las primeras masturbaciones, comparando penes y técnicas, mirándose, evaluándose y disfrutando del morbo… las primeras caricias que recibieron íntimas fueron el uno del otro. La sensación de lo prohibido, del tabú roto, del secreto compartido…

Jorge todavía se estremece años después de la explosión de placer que sintió la primera vez que su primo le tomo la verga y lo masturbó. Dicen que una mano extraña da más placer. Y Jorge pudo comprobarlo, pero no por la mano de otra (una chica), sino por la de su primo. Con él sí, a otro jamás le hubiera dejado tocar de forma tan íntima. Apenas se pudo contener, no aguantó ni dos minutos. Y luego fue su turno de masturbarlo, de acariciar una verga que no era la suya, de sentirla derramándose: vio como eyaculaba en un orgasmo prolongado, notando cada pulsación de su falo mientras expulsaba grumos de semen caliente.

Lo repitieron varias veces aunque, cuando un poco más mayores empezaron a salir con chicas, aquellas prácticas desaparecieron. Como si nunca hubiera pasado algo así: no volvieron a hablar del asunto pero ambos sabían que estaba ahí.

A Jorge le suscitó cierta confusión que cree haber resuelto ya. Definitivamente no es homosexual: solo estaba experimentando, cosas de la adolescencia, confusiones de joven aun explorando sus deseos y sentimientos en medio de una explosión de hormonas y testosterona. Obsesionado con este tema, hizo algún intento de acercarse a otros chicos, de probar otros cuerpos masculinos, pero ningún otro que no fuera su primo le atraía. Las chicas sí. De forma que llegó a conclusión de que él no era gay ni bisexual, sino que aquello había sido un acto de comunión con Diego y solo con él: algo placentero, iniciático e irrepetible.

De todo aquello, digamos que el único fetiche que le ha quedado y que aún conserva de su adolescencia es el exhibicionismo. Ese bañarse desnudos en la playa con su primo y luego con otros chicos y chicas; la primera vez que metieron mano en una fiesta, cada uno en un rincón y casi a oscuras, compartiendo susurros y jadeos con desigual fortuna (su primo se llevó el premio gordo, como era de esperar, mientras él apenas arrancó unas caricias y besos con lengua); aquella acampada que se ligaron a dos hermanas y acabaron en la misma tienda montándoselo juntos (aunque no revueltos)… momentos que le proporcionaron también un placer extremo. Parece que aun huela a lona, a feromonas masculinas, a coñito sudado, a pino y hoguera. Todavía puede ver a Diego acariciar aquella joven y tener sexo con ella mientras Jorge hacía también lo propio, esta vez sí.

En sus fantasías está enseñar, pero también compartir con su alma gemela todo lo que le gusta y todo lo que siente. Por un momento, un pensamiento fugaz pasa por su mente: ¡qué bueno sería repetir lo de la tienda de campaña! En este caso teniendo sexo con su novia. Las dos personas que más le gustan juntas. Joder, se estaba poniendo caliente solo de pensarlo. En fin, eso no había pasado todavía ni sabía si algún día llegaría a pasar: por lo pronto esta tarde se conocerían las dos personas que más importaban para él.
 

sweetluis5g

Virgen
Registrado
Ago 29, 2022
Mensajes
69
Likes Recibidos
61
Puntos
18
Paula está con su novio echada en la cama. Se ha quitado el bikini mojado y los sustituye por unos shorts de tela fina, viejos pero cómodos. Demasiado fina quizá, el paño deja transparentar una mancha negra. Los pelos, escasos, apenas un puñado sobre su pubis, el resto depilados, indican que no tiene nada debajo. Una camiseta también muy ligera, le tapa los pechos, sensibles por el roce. El sol ha hecho de las suyas traspasando el bikini y ahora tiene un poco sensibles los pezones.

Jorge se pega a ella, que en una primera reacción lo rechaza. A pesar de que sabe que cuentan con intimidad, estar en casa de sus suegros la pone nerviosa. Pero su novio insiste. Nota la dureza de su polla en los cachetes y la mano que le acaricia el vientre. Ufff, se está mojando, lo nota. Y llueve sobre mojado, ha subido caliente de la piscina. Ese jueguecito con Diego, buscándola con su cámara y ella haciendo como que no se da cuenta, pero posando; pura contradicción para hacer lo que quieren hacer pero sin bajar la barrera de lo políticamente correcto. Se ha sentido protagonista y eso le ha gustado. Le ha gustado y la ha puesto a tono, y ahora, aunque se haga de rogar un poco, Jorge se va a llevar el premio gordo.

Antes de que se dé cuenta, está desnuda y su novio la penetra. No sabe cuántos minutos han pasado intercambiando caricias íntimas, todo ha pasado en un soplo. El placer la inunda con cada arremetida. Oye un pequeño crujido y gira la cabeza hacia la puerta, por la que asoma Diego con su cámara. Se miran y ella se muerde el labio casi hasta sangrar. Intenta hablar pero no puede, los gemidos no dejan espacio en su garganta para las palabras, lo mismo que el gusto no deja lugar al pudor en su mente. Jorge no se contiene ni desacelera el ritmo, al contrario, parece que la irrupción lo pone más frenético. Paula lo recibe abierta de piernas y aferrada con sus brazos a la espalda. Contiene la respiración: esto sí está pasando. Aquí y ahora ¿Qué debe hacer?

Paula vuelve a gemir. La cámara la enfoca y se deja ir. No tiene que posar, solo ser ella misma y disfrutar, aunque todavía lucha contra un último impulso de recato y decoro que pronto vuela muy lejos de su mente, entre sudor, respiraciones entrecortadas, gemidos y olor a sexo.
 
Arriba Pie