Fantasías sexuales de las españolas

sweetluis5g

Virgen
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(III) Carmen​



La siguiente del día había sido Carmen, enfermera de 44 años. Carmen ya llevaba en terapia al menos un par de meses. Había acudido con su marido José. Otro que había venido a la rastra. Tanto era así que a las últimas dos sesiones acudió ella sola, porque José se negaba a asistir. Sofía le explicó que era muy difícil hacer terapia de pareja cuando solo había uno con quién hacer terapia, pero Carmen había insistido en continuar, en parte para fastidiar a su marido por su cobarde retirada como ella la definía, en parte porque esa hora que estaba con Sofía era la única en la que conseguía que alguien la escuchara. Si no servía para salvar su matrimonio, al menos le permitía desahogarse.

Lo de salvar el matrimonio era un decir, claro, porque Carmen y José a pesar de todos los pesares, de todas las broncas y de todos los problemas, estaban llamados a permanecer juntos por toda la eternidad. Esos dos se querían y eran incapaces de estar el uno sin el otro. Después de tantas sesiones, Sofía, creía que tenía ya claro el problema y era que se habían centrado tanto en su relación que habían excluido de su vida a casi a todo el mundo. Al final se habían vuelto tan endogámicos que los mataba el aburrimiento y el tedio. Que está muy bien eso de quererse tanto que solo se necesitan el uno al otro y que, como estaban muy bien juntos y eran un pelín raritos, pues para qué relacionarse con otra gente. Pero claro, un año, otro año y otro con el círculo cerrado, discutes y peleas con el que tienes al lado si no tienes a nadie más. Y al final, si siempre haces lo mismo, acabas aburrido de todo.

Su educación ultra católica tampoco facilitaba mucho las cosas. Los dos venían de familias muy religiosas con usos y costumbres más bien retrogradas en lo que se refiere al sexo. Carmen debe ser la única de las que se graduó en la facultad de enfermería en su promoción, que llegó virgen al matrimonio.

En fin, toda una madeja que le había costado más de dos meses empezar a desenredar. Hasta la semana pasada no pudo ni siquiera plantear la cuestión de cuál era su fantasía sexual. Porque una cosa tenía clara: si esos dos se pegaban un buen homenaje por lo menos un par de veces a la semana, estaba claro que la tensión iba a bajar muchos enteros. Con eso y abrir algo el círculo, hacer alguna nueva amistad y airearse un poco, sería suficiente para que las cosas en casa se sosegaran.

Pero la pareja no parecía colaborar. José había abandonado la terapia y Carmen no parecía muy dispuesta a poner en práctica nada de lo que ella le aconsejaba. Hasta que finalmente, la semana pasada, viendo que estaban en un punto de bloqueo, Sofía decidió dar un golpe de efecto. Si había que sacarles los colores, se los sacaba, pero tenía que hacerlos reaccionar o simplemente dar por terminada la terapia, así que le preguntó a Carmen cuál era su fantasía.

Ella, como siempre reacia a hablar de cosas de cama, había tratado de escurrir el bulto pero Sofía no estaba dispuesta a darle más camama al asunto. Y al final consiguió su confesión. Como suele suceder en estos casos, tras una superficie aparentemente recatada, había mar de fondo.

- Bueno, pues a veces imagino cosas – admitió Carmen titubeante, consciente de que pisaba suelo poco seguro.

- ¿Puedes ser un poco más explícita?

- Cosas de sexo, ya sabes…

- No, no sé si no me las cuentas.

- Cosas inapropiadas.

- Ponme un ejemplo, por favor.

- Pues imagino que estoy con otro - dice ella bajando la vista al suelo y adoptando una expresión compungida. Pareciera que solo estaba esperando a que Sofía sacara el látigo y la fustigara mientras la obligaba a rezar diez padres nuestros - Con otro que no es José, quiero decir…

“Gracias hija por la aclaración”, piensa Sofía para sí aunque procurando que no se le note la retranca.

- Bueno, tener fantasías no es malo, es normal. Eso no quiere decir necesariamente nada, simplemente es como soñar. Cuando te quieres dormir piensas en cosas agradables y que te den sueño ¿verdad?

Ella asiente con la cabeza.

- Pues con el sexo es igual: cuándo quieres excitarte piensas en cosas que te estimulen y no necesariamente significa que quieras que pase, solo es una forma de ponerse a tono ¿Que ves en tu fantasía?

- Pues… es un hombre casado

- ¿Alguien que tú conozcas?

- No, por Dios ¿cómo va a ser un conocido? es alguien que yo me imagino.

“Jolines, si tú supieras Carmencita las cosas que oigo yo aquí” vuelve a decirse Sofía para sus adentros.

- Y ¿qué haces con él?

- Pues él me seduce. Yo no quiero, claro, pero al final es tan insistente que caigo en el pecado.

- Quieres decir que al final te acuestas con él.

- No, no follamos ¡Uy perdón! - dice tapándose la boca con los ojos como platos, sorprendida de que esa palabra haya podido salir de sus labios en público.

- Si lo has dicho bien, no pasa nada. Porque tú no estás enamorada de ese desconocido, es solo sexo….

- Sí, sí, claro ¿cómo voy a querer a otro que no sea mi José?

- Entonces, te seduce pero no hacéis nada...

- Sí, sí que hacemos cosas.

- ¿Qué cosas?

- Me da besos ahí abajo.

- Te hace un cunnilingus.

- ¿Un qué?

Esta vez Sofía no puede evitar suspirar: es que Carmen puede con ella.

- Te hace sexo oral.

- Bueno sí, eso.

- ¿Y te lo hace bien?

- Uy ¡muy bien! - ahora es Carmen la que sin querer sonríe -Me llena de gozo - comenta un poco avergonzada.

“Vamos que te corres como una perra” piensa de nuevo para sí la psicóloga.

- ¿Tú nunca lo has hecho con José?

- Nosotros no hacemos esas cosas - comenta ella concierto malhumor.

- Y eso ¿por qué?

- Porque son guarrerías.

-Hay algunas guarrerías muy ricas…

- No sé si está bien, Sofía: una cosa es tener sexo con tu marido, que es ley de Dios, y otra muy distinta recrearte en la concupiscencia.

- Carmen: sois pareja ¿qué hay de malo en que disfrutéis? ¿Tú crees realmente que Dios os lo va a tener en cuenta? ¿Es mejor estar discutiendo? Tú lo has dicho muchas veces: el matrimonio es sagrado, así que lo que queda dentro de él también. Estás trabajando para hacer más fuerte tu vínculo con José ¿no crees que eso le agradaría a Dios?

- Puede ser - murmura ella en tono débil y un poco escamada por el derrotero que está tomando la conversación.

- No te oigo Carmen.

- Quiero decir que puede ser que sea como tú dices. Pero no sé qué opinará el padre Nicolás de esto…

Éramos pocos y parió la burra ¡ya salió a relucir el padre Nicolás!

- Carmen, no metas al padre Nicolás en estos temas que son exclusivos de tu marido y tú.

- Bueno, a ti también te meto.

- Es distinto: yo soy tu terapeuta.

- Y él es nuestro consejero espiritual que también es muy importante.

“No puedo con ella” piensa Sofía.

- Y vuestro confesor.

- Sí, eso también.

- Pues entonces ve a él con vuestros pecados y a mí con vuestros problemas ¿Tú crees que es pecado amar a tu marido y que él te ame a ti?

- ¿Cómo va a ser pecado eso?

-Pues si eso no es pecado, las cosas que hacéis en vuestra intimidad para reforzar ese amor tampoco ¿verdad?

Carmen se remueve inquieta: está navegando por aguas turbulentas y le toca fijar rumbo, no se la ve cómoda.

- No, no creo que sea pecado.

- Pues si no es pecado no hay necesidad de confesarse ni de meter al padre Nicolás en esto ¿cierto?

Ella lo rumia durante un momento y finalmente mira a Sofía con un brillo extraño en los ojos y un amago de sonrisa los labios. La médica le acaba de ofrecer una salida a sus contradicciones vitales.

- Entonces ¿tú crees que si yo le pido a José...?

- Si le pides a hacer sexo oral y le dices que es una comunión entre él y tú, cosas de vosotros dos, posiblemente esté de acuerdo. Tenéis que hablar Carmen. Si algo te gusta se lo tienes que pedir a tu marido.

- ¿Y si se niega? ¿Y si me dice que eso es una guarrada?

- Créeme Carmen, a la mayoría de los hombres todos esos juegos de cama les gustan. Y en cualquier caso, el no ya lo tienes ¿qué pierdes por probar?

Y así se fue la enfermera por primera vez satisfecha e ilusionada a su casa. Lo cierto es que Sofía estaba expectante ante las cita de esa tarde ¿Cómo le habría ido a Carmen? Estaba segura de que bien, que el marido por muy católico que sea, se animaría a hacer juegos de cama. De hecho, José, en las pocas veces que habían tratado el asunto se había manifestado a favor de mejorar en sus relaciones sexuales. Al menos en cantidad.

Cuando Carmen entra enfurruñada a la consulta, se da cuenta de que había subestimado la capacidad que tienen en esos dos de tirar piedras para su propio tejado.

- A ver Carmen ¿qué ha pasado?

- Pues nada doctora que le dije a José lo de tener sexo oral. No de sopetón, no se crea que fui a lo burro. Estábamos, bueno usted ya sabe, haciendo nuestras cosas, bastante animados, así que me pareció el momento oportuno. Y se lo solté - Carmen resopló y se cruzó de brazos mirando hacia delante con enfado.

- ¿Y no quiso?

- ¡Claro que quiso!

- Pues entonces no entiendo…

- A ver: me dijo que le parecía estupendo que hiciéramos esos juegos. Él no me lo había dicho antes porque pensaba que yo no quería.

- Claro: ya os lo he dicho la comunicación es importante en la pareja, si no le dices lo que quieres no puedes dar por hecho que él lo va a adivinar. Pero entonces ¿por qué esa casa de disgusto?

- Pues hija, porque cuando le comenté lo de hacer sexo oral… pues en fin, que me destapé en la cama y me abrí de piernas, ya sabes, para que José… bueno para que me hiciera eso…

- ¿Y?

- Pues que él hizo lo mismo. Se destapó se lo saco del pijama y me dijo: “ya puedes empezar cuando quieras”.

Sofía se llevó la mano a la frente e inclinó un poco la cabeza. No sabía si reír o llorar: vaya tardecita que llevaba.

- ¿Pero no le habías explicado tú que cuando decías sexo oral te referías a que él te lo hiciera a ti?

- Pues si soy yo la que está hablando de eso, se supone que me lo tiene que hacer el a mí ¿no?

- Carmen, por mucha confianza que tengáis y por muy matrimonio que seáis, no podéis dar por supuesto nada, las cosas hay que hablarlas.

- Yo con ese ya no tengo nada que hablar.

- Pero ¿qué hiciste entonces?

- Pues le dije que era él a mí y me miró con cara de espanto: “¿Que te chupe ahí abajo?”, me dijo sorprendido y con cara de asco. Pues ¿qué esperabas tú? ¿Qué te chupara yo tu cosa? ¡Más limpio está lo mío, que se ha creído! Lo mandé a freír espárragos. Este va a estar un mes consolándose solo como que me llamo Carmen.

Sofía movió la cabeza y repitió el gesto de tocarse la frente. Empezó a entender que aunque le fastidiara perder una clienta igual era hora de darle el alta. Estos no tenían arreglo.

Pero si creía que la tarde ya no le deparaba más sorpresas estaba equivocada.
 

sweetluis5g

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(IV) Sara​


Sara y Beni aguardaban en la sala de espera: eran los siguientes. Sofía se tomó cinco minutos para revisar sus notas antes de hacerlos pasar. A ellos no tenía que preguntarles cuál era su fantasía sexual, de hecho, ese era el motivo de que hubieran empezado a visitarla.

Pareja de treinta y pocos aún no tenían descendencia (normalmente cuanto más alta es la hipoteca menos interés en tener hijos). Ambos dedicaban mucho tiempo a sus respectivos trabajos que le proporcionaban un nivel de vida bastante bueno, aunque como suele suceder, sin tiempo para disfrutarlo. Esto, lejos de provocar como en otras parejas un distanciamiento, lo que había hecho era unirlos aún más. El poco tiempo que coincidían y que pasaban juntos era muy intenso, demasiado jóvenes para no dejarse llevar por la pasión, el morbo y el deseo. Siempre explorando nuevas formas y nuevas maneras de satisfacerse, habían probado un poco de todo. Ver porno juntos, probar algo de sadomaso, chatear por Internet con otras parejas para calentarse, etcétera. Pero nada que le supusiera realmente una mejoría significativa. Al final estaban contentos simplemente teniendo sexo el uno con el otro sin tanto artificio, no parecían encontrar ningún fetiche que potenciara la relación aunque tampoco les parecía muy necesario.

Pero un buen día, el tema simplemente surgió de forma inesperada: no fue algo premeditado, simplemente hablando de cosas morbosas, Benito, le dijo que a él le ponía mucho la fantasía de hacerlo en un sitio público. Los dos se rieron imaginándose la situación o (mejor dicho), las posibles situaciones.

Lo que parecía una anécdota se le quedó a Sara en la cabeza. El tema le volvió un día que fueron al teatro. Ella era una entusiasta de la danza y su marido había sacado entradas para un espectáculo de danza contemporánea. Esa noche, Sara, estaba especialmente sensible. Habían cenado juntos en la primera escapada que podían hacer desde hacía tiempo. Además, le había pillado ovulando, con lo cual tenía más ganas de tener sexo, pero es que el espectáculo por algún motivo hizo que le subiera la libido. Quizás fue todo junto, pero el ver a esos chicos con unos cuerpos esculturales y marcando paquete bajo las mallas, contoneándose, moviendo su organismo, haciendo figuras casi imposibles que su mente trasladaba a posturas sexuales, la puso a mil. Estaban en un palco bajo y en aquel momento deseó con todas sus fuerzas que su marido se la follara. Imaginó sentarse sobre él y clavársela hasta el fondo mientras continuaba mirando la obra. Se pasó el resto de la función inquieta, cruzando las piernas y sintiendo cosquilleos entre sus muslos. Le costaba concentrarse en lo que quedaba de espectáculo, solo se veía allí, cabalgando a horcajadas sobre su marido mientras sonaba la música y oía abajo en el escenario a los artistas moverse.

El calentón le duró todo el viaje de vuelta, conteniéndose para no distraer a su marido que conducía ajeno a todo lo que le estaba pasando a Sara por dentro. Al llegar a casa todo se dispara. Demasiado tiempo fermentando el deseo y demasiado intenso este para contenerlo. Al llegar al parking subterráneo de su bloque de pisos, ella se abalanza sobre Beni. No sabe por qué está así, pero lo cierto es que es como si un interruptor se hubiera activado. Hacía años que no se sentía tan perra. Porque esta vez no es cariño, no es el deseo que sale del amor, de estar con la persona a la que quieres, en esta ocasión es pura y simplemente ganas de fornicar, el deseo que sale de la necesidad urgente de satisfacerse.

Beni responde asombrado y se deja besar a la vez que le acaricia los pechos. No sabe lo que pasa pero se deja arrastrar. Es demasiado tentador y percibe la calentura de su mujer, así que ¿para que ponerle puertas al campo? mejor dejar que ella se derrame porque hace tanto que no la ve tan desbocada, que de momento se empalma y se le pone dura como un hierro.

Ella le desabrocha la bragueta y se la chupa con avidez: tiene hambre de polla y se lo deja claro a su marido, que la tiene que apartar para no correrse en su boca. Luego salen del vehículo, que ya no son unos jovenzuelos y no están para hacer contorsionismo. Mas abrazos, un nuevo beso húmedo con lengua. Beni tira de ella para llevarla a casa pero Sara se resiste y tira a su vez de él, en un forcejeo inútil pues lo dos quieren lo mismo. Se levanta el vestido, se quita las bragas y apoyando los brazos sobre el capó del coche le ofrece su culo. Aún sorprendido, su marido tarda unos segundos en reaccionar, pero sin embargo no rechaza la invitación. Y allí se acoplan, en el rincón oscuro del garaje, inquietos, pero a la vez excitados ante la posibilidad de que aparezca un vecino. Beni la penetra y entra como un cuchillo en la mantequilla, de tan mojada que está. Empieza a golpear fuerte y Sara se transporta, ya no está allí en el aparcamiento sino en el teatro, agarrada a la barandilla del palco, mientras su marido le da duro y le mete la verga hasta el fondo una y otra vez, golpeando y haciendo sonar sus nalgas con cada arremetida del pubis. A ella se le nubla la vista aunque puede ver a la gente del patio de butacas mirándolos asombrados. Su marido tira de la tela del vestido hacia abajo y sus pechos saltan fuera. Los agarra le retuerce los pezones. Y entonces, ella se corre en un orgasmo brutal. Hay varios fogonazos: la gente que los sigue mirando con la boca abierta, los focos que los alumbran ahora a ellos o quizás sea el tubo fluorescente que parpadea medio fundido, allí en el sótano. Qué difícil es distinguir el sueño de la realidad, pero el orgasmo es cierto, tan real como que ella se queda derrumbada sobre el capó mientras su marido sigue bombeando hasta que un chorro de leche la inunda, llenando el coño. Él sigue embistiendo a pesar de todo y ella percibe las humedades derramarse por sus muslos, mientras aún siente contracciones de placer. Y así se quedan enganchados, notando todavía la verga palpitar en su interior un buen rato. Exhaustos, agotados por la intensidad del polvo, hasta que pueden recuperarse y todavía atónitos por lo que ha sucedido, subir rápidamente para casa a darse una ducha.

Cuando Sara se metió en el baño, apenas habían podido intercambiar una palabra. Al lavarse la entrepierna pudo notar como todavía salía semen de su vagina. Se pasó la esponja un par de veces para enjabonarse pero aun así, la corrida de Beni seguía fluyendo. Su chico se había vaciado entero.

¡Joder! ¿Cuánto hacía que no echaba un polvo así?

Quine minutos después estaban acostados. Se sentían respirar el uno al otro y eran conscientes que ninguno de los dos había cogido el sueño. Sara pensó que tenían que hablarlo. Había sido tan súbito, tan inesperado, que aún no lo habían podido asimilar. Cuando estaba a punto de darse la vuelta para preguntarle a Beni si dormía, aunque ella sabía que no, lo sintió pegarse a su espalda, el aliento en su cuello y la dureza de su verga de nuevo en su culo. Otra vez la sangre que fluye a su coño que hincha su clítoris. El deseo que de nuevo enciende sus entrañas.
- Beni - su nombre es lo único que puede pronunciar, quiere hablar pero las palabras no le salen. Es ella la que empuja, la que se quita el camisón y las bragas y se sube encima a cabalgarlo. ¿Cómo había dicho antes? Sí, sí, como una perra en celo.

Deseo y morbo puro y duro. Algo distinto a como follan los que se quieren, que no es que esté mal: que está muy bien, pero esto es distinto, es una pasión que los consume. Un nuevo orgasmo, ella controlando el ritmo y él intentando aguantar aunque sin conseguirlo, una nueva inundación se extiende por su vagina llenándola de semen espeso y pegajoso. No se ha dado cuenta pero ha arañado a su marido en el pecho y ahora descansa sobre él con los pezones enredándose entre el pelo rizado y recio de su torso.

De repente ya no era tan necesario hablar las cosas. Los dos sonreían satisfechos.

A partir de ahí, todo fue a más.

El morbo de follar en una situación expuesta los impulsaba y recuperaron la vieja tradición de novios de hacerlo en el coche, en el garaje, en la playa, incluso en el portal junto al cuarto de contadores, en esa zona oscura alejada del paso pero que no dejaba de ser una zona común a la que alguien podía pasar y descubrirlos.

Fue su secreto y su obsesión, dos o tres meses en los que no paraban de maquinar como generar situaciones de morbo haciéndolo en sitios semipúblicos. Una época muy feliz, muy placentera hasta que la cosa empezó a írseles de las manos.

El primer contratiempo que le contaron a Sofía, que quizás no lo fue tanto, pero significativo de lo que estaba por venir, fue en una fiesta en la casa de campo de los padres de Beni. No pudieron evitar la tentación, con sus cuñados y cuñadas, con los padres, con los sobrinos correteando por el patio y la antigua habitación que ocupaba Beni cuando iban de vacaciones.

Allí se metieron, echaron el pestillo y se pusieron a hacerlo. Por la ventana que daba al patio oían a la familia: ruido de platos, olor a barbacoa, risas, niños gritando. Y ellos allí, en la cama, Sara abierta de piernas con el vestido arremangado, las bragas tiradas en el suelo, los pechos botando fuera del escote y Beni sobre ella penetrando duro.

Y de repente unos golpes en la puerta y la voz de su cuñada que apenas se sobreponía a los jadeos.

- Beni ¿estáis bien? estamos sirviendo el asado ¿pasa algo?

- No, no pasa nada, bajamos enseguida, un momento que Sara se está arreglando.

La única excusa que se le ocurrió si preguntaban, es que dirían que se le había manchado el traje y que se lo había quitado un momento para limpiarlo. Excusa inútil porque metidos en faena, habían tardado tanto en responder que seguramente a la hermana le había dado tiempo a oír perfectamente lo que hacían. De hecho, la mirada que les echó cuando llegaron abajo lo decía todo. Y no fue la única, se ve que lo debió comentar con el marido y con las otras hermanas porque las miraditas, entre reprobadoras en unos casos y de guasa en otros, dejaban claro que la historia se había corrido.

La cosa quedó simplemente en una anécdota y Sara tampoco le dio muchas vueltas: de todas formas se lleva bastante regular con sus cuñadas y cuñados. En ese momento, simplemente pensaba que a partir de ahora dejarían a la familia fuera de aquello. Y ciertamente no volvieron a “jugar” en las raras ocasiones que coincidían.

El segundo incidente ya fue un poquito más peliagudo. Se produjo en el trabajo de Sara. Beni iba de vez en cuando a recogerla y a veces la acompañaba un rato mientras terminaba, porque la hora de salida de Sara nunca era fija.

Beni ya ha ido varias veces al trabajo de Sara, es habitual y lo conocen, así que a nadie le extraña que vaya a recogerla y que se entretenga por allí acompañándola mientras acaba la faena.

- Subo un momento al archivo a por unos documentos y en cuanto baje nos vamos.

- Te acompaño - dice mientras la sigue y los dos se marchan charlando de la oficina en dirección a la planta de arriba, nada que llame la atención.

El archivo es una gran sala donde almacenan material de oficina, muebles antiguos y varios miles de expedientes en estanterías que forman varias hileras, al modo de una biblioteca. En la parte más oscura hay una mesa y una silla. Sara enciende la luz y tras recorrer una de las filas, saca un legajo de una voluminosa carpeta llena de documentos que va repasando uno a uno. De repente se apaga la luz. Solo queda la de la lamparita de la mesa, que apenas aporta una tenue claridad. Ella se vuelve hacia Beni que se acerca con una sonrisa. Bajando mucho la voz, como si alguien pudiera escucharlos, le hace una mueca:

- ¿Qué haces? no se te ira a ocurrir que aquí…

No llega a terminar la frase: la coge por la cintura y atrayéndola hacia sí la besa en la boca. Apenas hace un débil intento de oponerse pero las manos se agarran a sus nalgas y las aprietan separándolas. Mientras, le restriega un bulto duro por el pubis y ella suspira entregada, aunque todavía hace un último intento:

- Beni, puede entrar alguien.

- Pues entonces vigila tú y me avisas - dice él mientras la gira y la obliga a apoyar las manos sobre la mesa. Luego, le baja las bragas hasta los tobillos y le levanta el vestido. Ella se empina y él mete la mano entre sus muslos y le acaricia el sexo que se asoma entre los cachetes como una magdalena, lista para ser degustada.

Su marido se escupe en la mano y la frota contra el capullo para mojarlo, luego apoya el glande a la entrada de su coñito y juega con él un rato, hasta que considera que es suficiente y entonces se la va metiendo. Sara va acompasando las arremetidas con un balanceo de su cuerpo, a la vez que sube la grupa para sentir mejor los vergazos aún suaves que se está llevando.

El placer llega rápido y le hace arquear la espalda. El gusto la va invadiendo, pero en ese momento se abre la puerta del archivo. Beni la saca y haciendo el pingüino con los pantalones por los tobillos, se esconde rápidamente tras una estantería.

Sara se pone derecha y el vestido cae ocultando su desnudez. Con un rápido movimiento de los pies se saca las bragas y las empuja a un rincón.
Juan, un señor mayor compañero de Sara, entra y rebusca en uno de los archivos sin aparentemente darse cuenta que hay alguien más al fondo. Hasta que ella carraspea y hace algo de ruido a propósito con las carpetas. Prefiere delatar su presencia para no levantar sospechas.

- Hola ¿hay alguien ahí?

- Si, Juan, estoy yo.

- No te había visto

- Es que estoy aquí al fondo, revisando unos documentos…

- ¿A estas horas? Anda vete ya para casa que siempre acabas saliendo tarde.

- Enseguida voy, es que no puedo dejarlo para mañana, corre prisa.

- Bueno hija, pues entonces te dejo aquí. Me bajo esto para el jefe y me voy yendo.

- Vale, hasta mañana Juan.

Apenas se cerró la puerta, Sara sintió los brazos de Beni rodeándola: le había faltado tiempo para acercarse y abrazarla desde atrás. Notó de nuevo la verga dura pegándose en sus nalgas a través de la fina tela del vestido. Con fuerza, casi con violencia, la forzó a girarse y tomándola de las carreras la aupó a la mesa, abriéndola de piernas.

- ¡Cuidado, me haces daño! - trata de contenerlo, pero Beni no deja de embestir como un ariete contra la puerta de una fortaleza.

Sara quiere protestar, quiere pedirle que se esté quieto después del susto, que recojan y que se vayan, pero la excitación vuelve de forma inmediata, esta vez mucho más intensa y urgente. Los golpes del glande contra sus labios y su perineo continúan, buscando la entrada a ciegas, mientras ella se encuentra expuesta y prácticamente indefensa, haciendo que se moje. Humedad sobre humedad porque ya antes lo estaba. Al final, deja de retorcerse y relaja su sexo, mete la mano entre las piernas y dirige el falo hacia su interior.

Ahora sí puede penetrar. Ve la cara de satisfacción de su marido mientras poco a poco se desliza, dilatando las paredes de su vagina mientras se abre paso.

Sara adopta una postura obscena: su mirada se vuelve turbia y provocadora mientras la lengua humedece los labios sobre los restos de carmín. Beni bombea con más fuerza ahora que está bien acoplado y que la humedad de Sara ha lubricado bien su miembro. Están así unos minutos, fornicando duro, oyéndose por todo el archivo el golpeteo de la carne contra la carne, aderezado con algún gemido de la mujer y el ronco jadear del hombre. Sara está echada hacia atrás, apoyada en los codos en la mesa. De repente, saca sus pechos fuera. Su marido los mira votar descontrolados con cada embestida que le da.

Ahora es Sara en la que atrapa a Beni con sus muslos, atrayéndolo hacia sí misma para evitar que se salga mientras se yergue y lo abraza. Aprieta todavía más para sentirlo y de repente se corre. Sin tocarse, sin caricias adicionales, está tan caliente que grita sin importarle que la puedan oír o que alguien pueda entrar en el archivo y verla así, despatarrada y jadeante, con el sudor corriendo por sus pechos, sucia por fuera y por dentro porque su marido empieza a eyacular llenándola de semen. Beni llega al orgasmo con un gruñido animal. Y ella lo aprieta aún más fuerte si es posible mientras se vacía. No, no le importa que la pillen, es más, en ese momento casi lo desea. Nota un coletazo de placer solo de pensarlo. La piel se le eriza y su clítoris vibra. La polla de su marido sigue dura y se desliza por su vagina llena de leche hacia afuera, pero ella pega el culo al vientre de Beni evitándolo. Entonces se toca un poco, apenas una caricia en su hinchado nódulo. No puede ser, se dice mientras otro clímax llega. Es la primera vez que le pasa, Sara nunca había encadenado dos orgasmos seguidos. Vuelve a gritar, a retorcerse, a tensar todos sus músculos. Se pellizca el clítoris y entonces vuelve a correrse. Lo tiene tan sensible del orgasmo anterior que casi le duele de placer. Cierra los ojos y se concentra solo en ese gusto que la deja muerta, inerte, incapaz de reaccionar. Aún se quedan enganchados un rato hasta que por fin son capaces de deshacer el abrazo y recomponiéndose como pueden, salen del archivo. Ella entra al baño para asearse. Tiene que dejar las bragas en la papelera de lo llenas de semen que están. Las pone dentro de una bolsita para compresas, para que no den mucho el cante. Tentada está de dejarlas a la vista, como ultima travesura excitante, pero en su trabajo son pocas chicas y eso sería tanto como delatarse. Ya no queda casi nadie en la oficina pero Sara no puede evitar ruborizarse cuando sale con su marido del brazo.

Ha sido una locura pero ninguno los dos hace mención a ningún propósito de enmienda. Desean que la posibilidad de repetirlo siga planeando y esa noche vuelven a follar como animales. Solo después de dos o tres orgasmos y en plena madrugada, exhaustos, se permite Sara una reflexión.

- Estamos locos, deberíamos dejar el trabajo fuera de esto.

Y si Sofía tiene que creerlos, parece ser que hasta ahora lo han conseguido: no metas la polla donde tengas la olla, que dice el refrán. Pero eso no significa ni mucho menos que estos jueguecitos hubieran acabado o que se hayan reducido a una versión controlada. Una vez que han probado, el chute de adrenalina y de placer era tan alto que volver a las prácticas sexuales anteriores, simples y aburridas, es algo que no se quieren ni plantear. Casi todo gira ahora en torno a la posibilidad de hacerlo en un sitio público o a sus fantasías al respecto, es lo que los lleva al séptimo cielo y los pone a punto de caramelo.

Pero ¿cómo llevar a cabo sus fantasías con el mínimo riesgo posible y sin que su vida se pusiera patas arriba con la familia o en el trabajo?
Tras darle muchas vueltas encontraron una solución aparente. Los dos habían oído hablar de los clubs de ambiente liberal. Sitios donde se hacían intercambios de parejas, se participaba en orgías y todo de una forma supuestamente anónima.

Una amiga de Sara había estado una vez en uno de ellos. Le había contado la experiencia cuando recién divorciada la invitaron a una fiesta. Estaba demasiado cortada para participar en la orgía que se montó, al fin y al cabo era su primera vez, así que se había limitado a masturbarse mientras veía a los demás follar y a dejarse acariciar por alguno de los hombres, pero desde entonces afirmaba que no se lo podía quitar de la cabeza, que aquello había sido tan excitante y tan brutal que se estaba pensando el acudir de nuevo y, esta vez, se había propuesto dar el paso y no volver sin haber catado verga, o más bien vergas, en plural, afirmó riéndose.

- ¿Nadie te obligó a hacer nada? – pregunta precavida Sara.

- No, en estos sitios se respeta el pie de la letra una negativa. Si no quieres nadie te obliga y si alguien se pone pesado le llaman la atención o directamente lo echan.

Sara recordó el episodio y lo compartió con Beni. Podría ser excitante, concluyeron. Ahí tendrían público suficiente para enrollarse a la lista de todos sin que a nadie le pareciera una situación extraña y, la verdad, ver a los demás también podría suponer un plus de excitación para ellos. Fue Benito el que se encargó de llamar y de informarse y así decidieron hacer la visita un viernes por la noche, eligiendo a propósito un club en la otra punta de Madrid, alejado de su barrio.

La verdad es que como le había contado su amiga, aquello estaba muy bien organizado, tan bien, que parecía casi formal. La media de edad era más alta que la suya y ellos destacaban en físico y en juventud, así que desde que entraron no dejaron de recibir propuestas que declinaron con amabilidad, limitándose a conversar, a decir que era la primera vez que iban y que en principio solo estaban mirando. Una charla agradable hubiera ayudado, así como un intercambio de experiencias con alguna de las parejas, pero aquello no parecía funcionar así: lo que se encontraron eran parejas habituales que iban a lo que iban, no a hacer amigos ni a asesorar a los nuevos. Pronto se sintieron ignorados y pudieron ver como entre los usuales del lugar se montaron la fiesta, primero en habitaciones privadas y luego, alguna pareja más animada, en la pista de baile y en los sillones del salón. Pero a ellos no les ponía ver a los demás funcionar y se miraban casi incómodos. Llegó un momento en que Beni decidió que ya que estaban allí, tenían que probar y a pesar de que no se sentían muy motivados, empezaron a acariciarse.
Su marido le metió la mano bajo la minifalda a la vez que soltaba un tirante de su top. Por un momento parece que aquello va a funcionar, Sara se moja un poquito. Un repelús de placer como ella suele decir. Tras dejarse tocar en la entrepierna le abre la bragueta a su marido y saca la picha que, para su sorpresa, está más bien morcillona. La chupa durante un rato hasta que consigue ponérsela dura. En ese momento, una pareja se acerca y se sientan a su lado. Son mayores, ni Sara ni Beni se sienten atraídos por ellos y la situación es más incómoda que excitante. Es la mano de ella la que se acerca y toca a Sara, acariciándole uno de sus glúteos, quizás para no provocar rechazo. Si fuera el hombre podría interpretarse como un ataque. Sara se remueve inquieta, ella no busca contacto con otra mujer. Transmite la tensión a Beni a quién se le baja un poco la erección.

Este hace un gesto a la pareja indicándole algo así como “no gracias”, pero no le sale natural y la pareja no se lo toma muy bien. No obstante respetan su decisión y se van. Ya nadie se les vuelve acercar, la mayoría han sido testigos de este incómodo rechazo. Ellos se acaban su copa y deciden irse: aquello no funciona. No van buscando intercambio y tampoco se ha producido el morbo de sentirse observados. Ahí a nadie le importa nada una pareja haciendo sus cosas, es lo que menos te llama la atención en aquel lugar. Y si no hay peligro, si no hay sorpresa, tampoco hay placer para Beni y Sara.

Y entonces es cuando se complica el tema de la apotema, que diría su antiguo profesor de filosofía griega, piensa Sofía.
Sara, mucho más activa para esto una vez que ha espabilado y ha descubierto que le va la marcha, empieza a frecuentar distintos foros de Internet. Al principio, todos relacionados con tema voyeur. Poco a poco va descubriendo que hay otras parejas que le ponen este tipo de historias. Algunas como ellos, simplemente buscan el placer siendo observados, otras van más allá, permitiendo participar a terceros.

Asombrada, explora el tema del candaulismo y del dogging. Esa parte no la tiene ni mucho menos en la cabeza, aunque lo incorpora a sus fantasías, pero claro, una cosa es soñar o imaginarlo para ponerte a tono y otra muy distinta, dar el paso cuando te encuentras frente a la realidad. Lo comparte con su marido y él no parece muy convencido, pero al final el morbo les puede y deciden probar.

Hay varias zonas en Madrid frecuentadas por parejitas jóvenes que no disponen de sitio donde montárselo y deciden ir a aparcamientos o zonas retiradas a tener sexo nocturno. La mayoría son parejas normales que solo buscan un sitio discreto para desfogar. Pero junto a ellas también hay alguna pareja que le gusta exhibirse y no pocos mirones que pululan por allí, auténticos voyeurs que encuentran una gran satisfacción en pajearse mientras observan furtivamente o, acaso, no tan furtivamente cuando se lo permiten las parejas.

La primera noche es un poco decepcionante. Gracias a los foros, Sara sabe en qué zona se ponen los mirones: la más oscura y apartada donde hay bastante vegetación y pueden pasar más desapercibidos o desaparecer corriendo si alguien los descubre y se encara con ellos. Pero también es la parte más peligrosa, donde en caso de que tengan un susto lo tendrán más difícil para que alguien les eche una mano o dé la alarma. Así que se quedan en el descampado donde se ponen la mayoría de las parejas, más iluminado y con los coches más cercanos.

Al principio les da un poco de morbo, el sitio, la situación… pero allí se ve poco, a pesar de la cercanía de los vehículos es difícil distinguir lo que pasa en el interior, aunque todos pueden suponerlo. Al final resulta un poco aburrida la excursión, y lo único que mantiene vivo el morbo después de haber follado y que les impulsa a repetir, es un momento al final que a los dos les hace subir la libido.
Un coche con otra pareja se sitúa cerca, hace calor y bajan los cristales. El humo sale por la ventanilla por lo que ellos interpretan que la parejita se está fumando un porro o algo parecido. Suena música. Sara tiene dificultades para vestirse, ya ha perdido práctica en cuanto revolcones de coche se refiere. Aquello es incómodo y hace bochorno. Un codo velludo asoma por la puerta del conductor del coche contiguo, en paralelo a su propia puerta de acompañante.

- Mira esto es un lío, mejor me visto fuera – dice a Beni a la vez que lleva la mano hacia el tirador de la puerta dispuesta a abrirla.

Beni la mira sorprendido, luego echa un vistazo a más allá hacia el otro vehículo y entonces parece comprender y le hace una seña de aprobación. Sara abre la puerta y sale solo con las bragas. Su cuerpo reacciona a la brisa que la envuelve disipando un poco el calor que mana de su piel. Se agacha para abrocharse las sandalias y muestra su trasero a la vez que permite al chico que está en el coche ver como sus pechos pendulean, grandes y generosos. Luego, se yergue y se suelta el pelo, los pezones se le ponen duros y nota un cosquilleo en su entrepierna: es su clítoris aún sensible por el polvo, que reacciona también, especialmente cuando Sara percibe que una cara se asoma por la ventanilla.

Con toda la tranquilidad del mundo se echa el vestido por encima y se lo ajusta. Los pechos se mueven libres por debajo de la tela provocando un suave cosquilleo en sus pezones. Sara va a entrar en el coche pero, como broche final, se le ocurre una maldad. Se sube un poco el vestido y se quita las bragas. Las echa al asiento de atrás y se vuelve ajustar el vestido. Entonces entra (ahora sí) y dirige una última mirada al coche de al lado, esta vez una mirada directa.

Un rostro la observa desde la penumbra, el codo sigue asomado y se oye la voz de una mujer con timbre recriminatorio. Parece que ha conseguido llamar la atención y alguna novia no está contenta.

Beni arranca y se van rápido. Camino a casa ríen por la ocurrencia y cuando llegan, un polvo húmedo e intenso certifica que, pesar de todo, han salvado la noche con ese último detalle. Y como no, repiten. Siempre intentan ese último jueguecito, a veces con más éxito y a veces con menos. Como en una ocasión en que una chica cabreada le grita desde la ventanilla que se vaya a zorrear a un puticlub. En otra copulan tan cerca de un coche que sus gemidos se entrelazan con los de la pareja de al lado, en lo que parece una competición por ver quién grita más o quién suelta la expresión más obscena. Las dos chicas lo dan todo y cuando se van, al cruzarse los dos vehículos, se dirigen una sonrisa ladina.

Pero una vez más el tema se les queda corto. Pronto se convierte en una rutina en la que abundan más las decepciones que los instantes interesantes. Buen momento para replantearse las cosas y redirigir un poquito sus desviaciones y fetiches, hacia aguas menos turbulentas. Pero como aquellos que caen en una adicción, lo que hacen es subir la apuesta según la vieja fórmula de jugárselo todo a un poco más de placer o morir de sobredosis, que nunca se sabe dónde está el límite, si es que éste realmente existe cuando uno está enganchado. Y una noche cruzan el descampado y se sitúan en la parte más apartada, entre árboles y arriates. Pasan un buen rato sin hacer nada, simplemente observando un poco inquietos. No ven nada sospechoso así que al final deciden ponerse manos a la obra. Solo entonces, una sombra se acerca y se sitúa a una prudente distancia junto a un árbol. No pasa de ahí, consciente de que lo han visto y se queda parado a la espera de acontecimientos. Sara, que en ese momento está encima de su marido y lo cabalga, se detiene y tensa el cuerpo. Beni lo nota y la mira interrogante mientras que ella hace un gesto hacia fuera con la cabeza. Se incorpora un poco y efectivamente puede ver a un hombre joven parado a unos metros. Luego, le devuelve el gesto a su esposa y ella continua follándolo lentamente, aunque controlando con el rabillo del ojo.

El mirón interpreta aquello como una invitación a acercarse y lo hace lentamente, hasta situarse a un metro apenas del vehículo. Sara ralentiza sus movimientos, como si estuviera actuando para su público (en realidad es así) y adopta poses sugerentes, mordiéndose el labio y sacando su lengua para relamerse. Con suaves giros masajea la verga de Beni con las paredes de su vagina, y levanta el culo dejándose caer de tanto en tanto para empalarse con ese falo duro ahora como una piedra. Presiona hacia abajo hasta sentir que hace tope en los huevos.

El chico se abre la bragueta y se saca el pene. Lo acaricia y Sara puede notar como va subiendo la erección. Lo mira como hipnotizada mientras se retuerce sobre su marido. Yergue el pecho, y suelta un gruñido de morbo cuando al mirón se le encienden las pupilas al contemplar sus tetas y aumenta el ritmo de masturbación. Está orgullosa de sus pechos. Beni percibe los cambios y como la respiración se le va haciendo más entrecortada. También que el flujo empieza a manar de su coño y le empapa la polla y el pubis. La calentura va subiendo y Sara ya no actúa, realmente se siente muy perra, nota que se va a correr. Lo pronto que le viene el primer orgasmo en estas situaciones, es algo que no deja de sorprenderla.

Fija la mirada, sucia y turbia, en el pene del mirón y queda fascinada por como descapulla mientras se pajea cada vez más frenéticamente. Ha dado otro paso adelante y ahora está pegado a la ventana, puede percibir el olor a sexo, a verga húmeda y semen caliente. Poco a poco Sara aumenta el ritmo y la intensidad de la cabalgata buscando una penetración más profunda y un roce más estrecho si cabe entre su coño y el falo de su marido. Sigue mirando fascinada la polla de aquel desconocido ¿cuánto hace que no ve una distinta a la de Beni salvando el episodio del pub liberal? Desde sus tiempos de universidad, poco antes de conocer a su marido, recuerda en un suspiro. A veces se preguntaba si no volvería a ver otra en vivo y en directo y ahora, de repente, ahí la tiene: dura, tensa, cabeceando por la tensión… y sabiendo es por ella, que la propia Sara es el objeto de deseo, lo cual la enardece aún más.

Mientras, un oscuro placer le sube gateando desde su vagina, por sus entrañas hacia el pecho. Se da cuenta que la tiene ahí, casi al lado, puede verla en todos sus detalles, olerla… le bastaría alargar la mano para tocarla...

Ahora Beni también puede verlo de tan cercano como está. No tiene que levantar la cabeza, desde su postura puede observar al desconocido mientras se masturba y ella nota que le transmite también su excitación, intentando levantar el culo y profundizar (si eso fuera posible) aún más en su coño. Los pinchazos de placer que le provoca el capullo de Beni presionando al fondo de su matriz, se vuelven crónicos y se aceleran, anticipando el orgasmo. Por un instante cierra los ojos y se concentra en el placer que la inunda, saboreando el momento.
Y es entonces cuando ocurre.

Algo golpea la cara el cuello y el pecho de Sara. Algo caliente. Se lleva la mano al pecho y nota una viscosidad que se escurre entre sus dedos. Asustada y sorprendida, abre los ojos y como a cámara lenta ve como ese desconocido, con el cuerpo pegado a la puerta y el falo asomando en el interior del coche, termina de eyacular con dos chorreones más que todavía tienen fuerza para llegar hasta el costado y uno de los muslos de Sara. Luego, el hombre aprieta y se estruja el pene y un grueso goterón resbala desde la punta, manchando el interior del vehículo como punto final. Retira la mano y deja la verga libre mientras esta se inclina un poco y un hilillo traslúcido cuelga de la punta.
Sara se lleva la mano de nuevo a la cara y la retira manchada de semen. Mira sus pechos y contempla los grumos blancuzcos y pegajosos que como un reguero la recorren.

Un sorprendido Beni también la observa sin saber muy bien cómo reaccionar. Su mirada y la de su marido se cruzan y Sara nota como un fuego que la abrasa por dentro. Su vientre se enciende, sus sienes se aceleran hasta casi provocarle un mareo y una fiebre como nunca ha sentido antes se apodera de ella.

Su marido lo percibe y agarra sus caderas mientras con fuerza acelera sus arremetidas. Ella también retoma el movimiento de su pelvis con movimientos cada vez más bruscos y desesperados, buscando el contacto. Beni la observa, desatada, sudorosa, llena de restos de semen, con la cara congestionada por el placer y no puede evitar correrse. La llena con una eyaculación abundante y sostenida, vaciándose de todo el esperma que acumulan sus testículos.

Apenas lo nota, Sara se corre también con un chillido agudo y desgarrado, como queriendo liberar la tensión acumulada, sin que el orgasmo sea suficiente y tenga que hacerlo también gritando. Los músculos vaginales se contraen mientras ella trata de exprimir a su marido para sacarle hasta la última gota. Echa la cabeza hacia atrás convirtiendo el grito en un ronco jadeo que se prolonga más de un minuto, mientras ella, mareada, cierra los ojos para tratar de mantener el equilibrio y abrumada ante ese tsunami de placer que se acaba de llevar a los dos por delante.

El mundo se ha detenido cuando Sara recupera el control y la conciencia de donde está. Mira a través de la ventanilla. El hombre ha desaparecido y están solos. Sara se mira perpleja los pechos y la cadera manchada de semen: está mojada por dentro y por fuera. No sabe qué hacer ni por dónde empezar a limpiarse. Beni todavía está jadeante y no se mueve, atrapado entre el asiento y ella. Al final, descabalga y se echa de lado, tapándose con la mano el coño para evitar que se salga todo. Todavía pasan unos minutos antes de que eche mano de la guantera y saque un paquete de toallitas. Luego empieza a retirarse todos los restos empezando por su entrepierna. Lo hace despacio, con cuidado, con método, como si se estuviera desmaquillando, pendiente de no dejarse ningún resto.

Beni la mira embobado. La experiencia ha sido tan fuerte que apenas hablan en el camino a casa. Tampoco comentan mucho en la cena. Cae una botella entera de vino y luego, sin recoger la mesa, se van al dormitorio. Apenas duermen esa noche. Repiten sexo hasta que caen rendidos en un pesado sueño.

Se van a trabajar agotados a la mañana siguiente y no es hasta la cena cuando por fin se pueden sentar y valorar lo que ha sucedido, aunque ninguno de los dos acierta claramente a explicarlo. Solo saben que ha sido todo un subidón de adrenalina, que el placer les ha llevado al límite y que van a repetir.

Lo programan para el próximo fin de semana, pero el jueves ya no pueden aguantar más y hacen una escapada al descampado. Ocupan el mismo sitio y en esta ocasión son dos los mirones que se acercan. Ninguno de los dos es el chico del otro día. Estos parecen más mayores. La historia se repite esta vez con dos espectadores y sin sobresaltos ni manchas de semen. Ambos eyaculan fuera.

Pero para Sara y Beni es casi igual de excitante y el enervamiento sexual que les produce, se prolonga también a las relaciones que mantienen en los días siguientes en casa. Los dos son conscientes de que han traspasado una línea y han llevado su fantasía más allá de lo que habían imaginado y esto, ha hecho subir muchos grados la temperatura, pero están preparados para asumirlo. La verdad es que ni se lo cuestionan. Están juntos en esto los dos, disfrutan y el chute de morbo que les provoca es más que suficiente para seguir pisando el acelerador, como decía Sabina en su canción.

Hasta que sobreviene el primer contratiempo serio. Hasta que se llevan el susto, como Sara lo define al contárselo a Sofía.
Mismo escenario, misma hora y esta vez un fin de semana. Noche de sábado en la que bastantes vehículos pueblan el solar. Las parejitas están a tope. Incluso en la zona más retirada se pueden ver salpicados algunos coches. Consecuentemente también ha aumentado la manada de mirones.

Es la primera vez que van un sábado por la noche y además a hora punta. Apenas aparcan, varias sombras se mueven alrededor del vehículo. Al principio mantienen una cierta distancia, dejándose ver, como tanteando a ver por dónde respira la pareja. Uno de ellos se acerca a la ventanilla directamente. Sara reconoce al chico del primer día que a su vez también los reconoce a ellos. Entonces, ya sabe a lo que van y sin más protocolo ni ceremonia se pone a observar lo más cerca que puede. Otros dos surgen de la maleza y se apresuran a acercarse, una vez que han comprobado que hay vía libre. No son frecuentes las parejas que se dejan mirar.

Ellos se ponen manos a la obra rápidamente y Sara queda desnuda, inclinándose sobre Beni quién en el asiento de al lado, se baja los pantalones y se quita la camiseta. Sara le dedica una mamada profunda, para deleite de los mirones, mientras con el culo en pompa muestra todo un espectáculo al que está observando por la ventanilla de su lado. Se recrea en la verga de su marido, dejando deslizar los labios rojos de carmín por su falo, sacando la lengua y tocando la punta del glande, relamiéndose como si fuera una piruleta y volviendo a metérselo en la boca, hasta el fondo, hasta notar los huevos de Beni en sus labios. Recuerda que al principio le provocaba arcadas, nunca se la había metido tan adentro, pero desde que últimamente están juguetones, ella ha depurado la técnica y ha entrenado, aprendiendo a tolerarla. Quiere dar espectáculo: eso la pone cachonda, que los demás vean como traga polla y que es lo que es capaz de hacerle a su marido.

Beni cierra los parpados de puro placer y los mantiene así, sabiendo qué otros tres pares de ojos están fijos en su mujer y lo miran con envidia. Sara está concentrada en mamar pero también se nota muy mojada. Está cachonda, deseando subirse encima de su marido y obtener su primer orgasmo. Unos dedos recorren su culo, separan sus nalgas, recorren sus labios y se introducen en la vagina. Beni está preparando el terreno, piensa satisfecha y abre un poco las piernas, mientras un dedo se introduce hasta el nudillo en su coño mojado. Un gemido se escapa de su boca a pesar de tenerla llena de polla. Y otro sube a su garganta cuando la otra mano acaricia sus tetas. Tiene los pezones muy sensibles. Y cuando se los pellizcan los dos a la vez, la calentura sube muchos grados.

Entonces es cuando ocurre, es cuando de repente es consciente de que algo no va bien. ¿Cuántas manos tiene Beni? ¿Cómo puede estar sobándole las dos tetas e introduciendo un dedo en su vagina simultáneamente?

Se saca la verga de la boca y levanta la cabeza, girándose hacia su espalda. Puede ver un brazo que entra por la ventanilla y que se pierde detrás de su culo. Da un respingo, sorprendida y asqueada a partes iguales. Unos dedos extraños en su lugar más íntimo, el sitio reservado solo a su marido. Se asusta y con un movimiento brusco se separa, liberando su sexo de aquella intrusión. De un salto se coloca en el otro extremo, sentada sobre las piernas de Beni.

La otra ventanilla está abierta y permite que dos nuevos brazos se cierren sobre ella. Sara forcejea, se retuerce intentando liberarse, cosa que al final consigue al precio de un arañazo en su pecho. Cuando se gira para intentar subir la ventanilla, una mano la toma del cuello y tira de ella hacia delante sacando su cabeza fuera. Algo se acopla a su cara y a sus labios. Es una verga semi flácida y pegajosa. Un olor indefinible golpea sus fosas nasales.

Su marido, alelado, abre los ojos e intenta interpretar lo que está pasando. Sus manos han perdido el contacto con los pechos de su mujer. Intentan abrir la puerta y Beni lo evita sujetando de forma instintiva la maneta. Intenta levantarse al ver que ella forcejea con la cabeza fuera del coche, pero el propio peso de su mujer sobre sus muslos le dificulta cualquier movimiento. Finalmente Sara consigue zafarse a la vez que grita, lo que provoca que todo el mundo se quede quieto un par de segundos. La mano que intenta sobarle las tetas de nuevo se retira. Parece que se han dado cuenta que la cosa ha ido demasiado lejos y que la pareja no está por la labor de llegar al contacto físico con extraños.

A pesar de todo, Sara ve como una de las manos sostiene un móvil con el que parece que la están grabando. Cruza los brazos sobre sus pechos en un gesto inútil, porque rápidamente se da cuenta que es más importante taparse la cara. A trompicones, se levanta y gatea por encima de su marido hacia el asiento trasero donde se hace un ovillo y agacha la cabeza. Beni insulta al tipo y le exige que retire el móvil. Cosa que este hace. Se sienta desnudo en la posición del conductor y vuelve a bloquear las puertas y a subir las ventanillas a la vez que arranca. Salen de allí de prisa y hasta que no enfilan por la autovía no vuelve la vista atrás y pregunta su mujer cómo se encuentra. Ella no responde: está tapada con la camiseta de Beni y apenas es capaz de articular palabra. Aún está en shock.

Ha sido un duro aviso, aunque podría haber sido mucho peor. Han cometido el error de suponer que en un sitio así las normas siempre se cumplen. Y aquello no es un local liberal donde todos actúan como es debido y si alguien se salta el protocolo, el relaciones públicas le llama la atención o lo saca del local. Allí están en un descampado donde impera la ley del más fuerte y si alguien decide saltarse las normas, no hay un encargado o un policía para reconducir la situación.

En teoría, según habían leído en los distintos foros, los mirones no solían interactuar físicamente con las parejas. El protocolo exigía que se dejarán ver y si la pareja no mostraba rechazo es que tenían permiso para acercarse, como había sucedido con ellos en las anteriores ocasiones. Nadie estaba autorizado a tocar el vehículo ni sus ocupantes a menos que ellos lo indicaran. La señal habitual para interactuar es que ellos bajaran las ventanillas y le hicieran una seña al mirón, con lo cual se supone que tenía permiso solo para acariciar a través de la ventanilla.
La indicación para mantener sexo con un desconocido solía ser que ella saliera del vehículo. En cualquier caso, no se daba ningún paso hasta que la pareja invitara a darlo de una u otra forma. Pero se ve que los que estaban allí esa noche, o no conocían el protocolo o habían decidido ignorarlo. Quizás el hecho de que el chico les hubiera reconocido y hubiera ido directamente hacia el vehículo, había convencido los demás de que ellos querían interactuar.

Equivoco o intencionado, un susto en toda regla que les ha puesto el cuerpo malo. Sara está asustada, se siente sucia. Todavía puede notar aquellos dedos ajenos invadiendo su intimidad. Lo del chico salpicándola de semen fue distinto. Fue morboso, excitante y no le supuso un problema. Pero lo otro equivalía casi una violación. No estaba preparada para algo así. Se habían expuesto demasiado. Y en este caso casi podrían sentirse afortunados. Si hubiera sido un día entre semana y hubieran estado solos en aquella parte del parque, quizás a los mirones no les hubiera importado tanto que ella gritara o que mostrara su negativa a tener contacto físico con ellos. No saben con qué tipo de gente estaban tratando y la cosa podía haber acabado mal para Beni, que sin duda la hubiera defendido y para ella misma.

Y para colmo el tema del móvil. No saben quién es aquel tipo ni que tiene pensado hacer con esas imágenes. Sara desnuda, con un tipo restregándole la polla por la cara, subida encima de su marido, las tetas botando e intentando zafarse del abrazo. Sara haciéndose un ovillo en el asiento trasero, tratando de cubrir su desnudez…Y lo peor de todo: reconocible y a cara descubierta ¿Dónde terminaría ese vídeo? ¿En qué foro acabaría colgado? ¿Circularía a través de los grupos de WhatsApp?

Cuando llegan a casa lo primero que hace es darse una ducha prolongada, luego sale y rechaza la copa que le ofrece su marido, se toma un Valium y se mete en la cama. Esa noche no hay sexo, ni la siguiente, ni la otra.

Se han pasado de frenada, han ido demasiado lejos. Lo hablan y acuerdan dejar de lado el tema de hacerlo un sitio semipúblico. Demasiadas consecuencias posibles en su familia, en el trabajo, en su vida...

Tienen la sensación de que han planteado esto mal desde el primer momento, que han jugado con fuego y han estado a punto de quemarse. Lo malo de todo es que su actividad sexual e incluso afectiva, que antes parecían ir de la mano, ha caído muy por debajo de los niveles anteriores a empezar con estos jueguecitos. No es que hayan vuelto al punto de partida, es que han retrocedido. El episodio planea sobre ellos cada vez que intentan acariciarse o acoplarse. El sexo ahora les parece convencional y aburrido, eso cuando consiguen tenerlo. Lo que antes era una válvula de escape y un factor que los unía, ahora se convierte en un elemento desestabilizador que les crea ansiedad.

Y fue entonces cuando decidieron acudir a Sofía. Mes y medio de tratamiento y han conseguido superar muchos de sus fantasmas y volver a una situación casi normal. Vuelven a tener sexo de forma regular, no tan excitante ni con esos subidones que les provocaba su fantasía particular, pero suficiente para volver a estar en comunión el uno con el otro y provocarles satisfacción. El coito vuelve a ser algo que les permite descargar tensión y obtener placer.

Y ahora resulta que entran en una nueva fase que sorprende a Sofía. Un día, ellos le comentan que le gustaría volver a probar, pero esta vez de una forma más controlada. Ella no entiende a que se refieren y les pide que lo aclaren.

Bueno pues que ¿por qué renunciar a lo que le había dado tanto placer cuando lo que hay que hacer es controlarlo para evitar que se desmadre y que pueda quedarle problemas? Que lo que han pensado es exhibirse pero a través de Internet, garantizando que no se les puede reconocer. Así otros podrán verlos y ellos obtener placer mostrándose teniendo sexo o mostrándose, sin el peligro de que alguien les asalte físicamente. Que lo han estado mirando y han hecho amistad con alguna pareja y algún hombre que les merece confianza. Y que van a probar, en este caso controlando ellos toda la situación y que es lo que muestran y lo que no, para garantizar que no se les reconozca.

Si lo que están buscando es consejo, Sofía lo único que les dice es que ese método también tiene sus contraindicaciones. Efectivamente, nadie podrá violentarlos, pero deben tener claro que nunca pueden saber quién hay al otro lado de la cámara viéndote o donde van acabar esas imágenes. No le parece buena idea, prefiere trabajar en otras líneas, como potenciar la relación mutua y realizar otras prácticas en las que no tengan que intervenir terceros, si lo que quieren es aumentar la intensidad de sus relaciones sexuales. Pero ellos hacen oídos sordos y en la siguiente sesión le dicen que ya han probado. Y que bueno, que no es igual de excitante que hacerlo en vivo y en directo, pero que parece que les ha gustado. Que no lo hacen en abierto para todo el mundo ni cuelgan sus imágenes en Internet, solo pequeñas sesiones privadas con otras parejas y con algunos hombres de confianza del chat.

- Confianza y chat no suena demasiado bien en la misma frase - les indica Sofía, pero ellos parecen decididos a continuar.

Así hasta hoy. Como el resto de casos anteriores, también se ha llevado una sorpresa. Esta tarde, Sara y Beni le confiesan que este tema de mostrarse por internet, ha acabado por aburrirlos. Una vez se han acostumbrado, pierde su encanto y está muy lejos de proporcionarles el subidón erótico que les daba el hacerlo en un sitio semipúblico.

- ¿No iréis a volver a lo de antes? - les pregunta.

- No, no, eso lo tenemos claro, hemos aprendido la lección.

- Entonces ¿qué habéis decidido hacer?

- Pues explorar esas posibilidades que tú nos comentabas. Talleres para parejas, prácticas compartidas entre nosotros dos, masajes, juegos de pareja, etcétera…

- Muy bien, entonces ¿dejáis lo del sexo por internet? me parece buena decisión…

- No, no hemos dicho que dejemos eso…

Sofía se sorprende:

- No entiendo ¿no decíais que ya no os motivaba y que queríais seguir mis propuestas?

- Si, y es lo que vamos a hacer, pero sin dejar lo otro.

- A ver: sigo sin entenderlo.

Sara y Beni se miran y la primera le un gesto a su marido. Parece querer decir algo así como “cuéntaselo que para eso estamos en terapia”.

- Verás Sofía - arranca él - es que es por el dinero.

- ¿Cómo? ¿A qué te refieres con eso del dinero? - ahora sí que Sofía no entiende nada.

- Bueno es que... Beni toma aire y al final, tras unos segundos se arranca - Es que cuando empezamos con esto del sexo por internet hubo un hombre con el que jugamos por cam. Ya sabes, él le decía mi mujer que se fuera quitando las prendas en el orden que él quería hasta dejarla desnuda. Luego le pedía que hiciera alguna pose y después nos decía que cosas quería vernos hacer. Al principio, como ya te comentamos, el tema era divertido e incluso excitante. Luego ya empezó aburrirnos. No nos gusta repetir interlocutor y tratamos de seleccionar muy bien la gente ante la que nos exhibíamos. Este hombre y otros que él conocía contactaban pidiéndonos nuevas sesiones y le decíamos que no, hasta que un día nos ofrecieron dinero. La verdad es que parecía una tontería, 50 € por una sesión de una hora estaba dispuestos a darnos. No lo hicimos por el dinero claro está, que no nos hacía falta, pero la verdad es que el tema nos puso un poco cachondos. Como la recurrente fantasía de hacer de prostituta por un día, ya sabes. Lo de cobrar como que aportaba un plus de morbo. Pero este hombre se convirtió en un fijo y además empezaron a contactar más, supongo que porque empezó a correr el boca a boca. Desde hace un par de semanas hacemos sesiones privadas. No es algo que nos motive especialmente, incluso te podemos decir que es verdad que nos aburre, pero es que en dos semanas hemos ganado más de 3000 €.

Sofía no puede evitar una expresión de estupor.

- Has dicho...

- Si, 3150 € exactamente. Nosotros también estamos sorprendidos, es algo que ni se nos había pasado por la cabeza, pero es que estamos echando cuentas y es un dineral si nos dedicamos el mes completo. Ni siquiera hace falta todos los días y podemos elegir nosotros el momento, casi siempre por la noche.

- No es algo que forme parte de la solución de lo que nos pasa, pero es que tampoco forma parte del problema, así que ¿por qué renunciar a ganar ese dinero? – Interviene Sara - ¿Tú qué opinas? ¿Crees que hacemos bien?

Sofía mueve la cabeza y no sabe exactamente qué responder.

- Bueno, eso tenéis que decidirlo vosotros - añade antes de dar por finalizada la sesión.
 

sweetluis5g

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(V) Silvia​



“Una tarde completita” pensó Sofía mientras transcribía la última nota. Si pensaba que el vaso de su capacidad de sorprenderse estaba ya lleno, la última de sus citas se encargó de hacerlo rebosar.

Silvia era una chica peculiar a la que Sofía le costaba clasificar. Las dos primeras veces acudió a consulta con su pareja. Un caso atípico: en esta ocasión era él el que había insistido en ir a terapia y ella la que acudía a regañadientes, sin entender muy bien lo que hacían allí y por supuesto, reacia a colaborar. Se invertían los papeles respecto a la mayoría de los matrimonios que pasaban por la consulta.

En esas dos sesiones, apenas se mostró comunicativa y negó que en su matrimonio hubiera ningún problema especial. Discutían, pero no más que cualquier otra pareja, nada del otro mundo. Su marido sí fue capaz de aportar un buen historial de conflictos y desagravios mutuos a los que ella, sin embargo, restaba importancia. La sorpresa vino cuando en la tercera semana él llamó para decir que cancelaban la terapia: se acababan de separar y estaban con los trámites del divorcio.

Pues sí que parecía que había problemas, aunque Sofía no había llegado ni siquiera a rascar la superficie. En fin, hay veces que las cosas no tienen solución, simplemente no llegas a tiempo y otras ni siquiera aciertas a empezar cuando ya se han roto. Pero esa no fue la extrañeza. Eran muchas las parejas que no pasaban de los primeros días de terapia. El tema es que Silvia sí que llamó para confirmar su cita. Sofía supuso que se había tratado de una separación inesperada, alguna historia de fondo debía haber. Seguramente ella no lo esperaba, había sido un golpe fuerte y por eso quería continuar con la terapia. Su pasmo fue encontrarse una Silvia tranquila y equilibrada, con más ganas de charla que cuando venía en pareja, en lo que constituyó una sesión que más parecían dos amigas que habían quedado para tomar el té de la tarde, que paciente y facultativa.

Aquello no le cuadraba nada.

- Silvia ¿me puedes decir qué es lo que al pasado aquí hoy? – preguntó Sofía antes de dar por acabada la sesión.

- Pues nada, que acudo a mi sesión programada de terapia - trató ella desde deslizar como excusa de no se sabía muy bien qué.

- Pues no parece que necesites terapia.

- Ya, es que la procesión va por dentro.

- Pues entonces no deberíamos perder tiempo y deberíamos ir directas al problema ¿no te parece? Por qué no empiezas a contarme…

- Es que ya se acabado la hora.

- Eres mi última paciente, no me importa quedarme un rato más.

- Bueno, mejor el próximo día…

- En fin, como tú prefieras, si no estás preparada para hablar de ello…

- Sí, eso, todavía no estoy preparada: ya nos vemos a la semana que viene - dijo ella con desenfado, con una sonrisa que contradecía cualquiera aparente trauma que pudiera sufrir.

Sofía se quedó intrigada por lo raro de la sesión, pero en fin, tampoco le dio demasiada importancia. Poco a poco iría tirando del hilo, aunque pensaba que seguramente Silvia cancelaría más bien pronto que tarde las visitas, al fin y al cabo a nadie le gusta pagar por nada. Además, no parecía tener mucha intención de colaborar en solucionar un problema que parecía no tener.
Pero no canceló la siguiente visita, ni la otra, para sorpresa y pasmo de Sofía, continúa asistiendo con una sonrisa y con un aplomo que la desarma y sin que ella pueda detectar ni rastro de sufrimiento interior.

¿Para qué coño venía Silvia a la consulta? se preguntaba tras cada sesión en la que le hablaba de cómo le iba la vida, de lo feliz que estaba sin su marido y de lo acertado que había resultado separarse. Sea lo que fuera que guardaba Silvia en su subconsciente, ni afloraba, ni dejaba traslucir al menos una pista de cuál era la materia de la que estaba constituido el problema, fuera este cuál fuera. Solo algunas miradas que a Sofía le costaba clasificar, algunos gestos, algún cambio en el tono de voz como si pareciera qué Silvia le quería decir algo pero sin decírselo, simplemente dejando miguitas para que ella recorriera el camino hasta llegar a su verdad.

“¿Qué quieres Silvia, hija? ¿Por qué no me lo cuentas ya de una puñetera vez? ¿Es necesario todo esto?”

“Hay que ver las ganas que tenía la gente de gastarse el dinero”, pensaba. Pero también es cierto que ella era una profesional y que no podía presionarla ni tampoco tirar la toalla. Si la forzaba, Silvia se replegaría a su interior y ya no podría sacarla de la madriguera. Correr era dar pasos hacia atrás. Si la asustaba, ya no se abriría. Silvia no es de esas que necesita un achuchón, todo lo contrario, más bien de las hay que tener mucha, pero que mucha paciencia. Ese era el camino. Escucharla y dejarla hablar. A veces, bastaba solo con eso. En algún momento ella se sentiría preparada y después, explicaría por qué seguía acudiendo a las sesiones cuando aparentemente no había motivo para someterse a terapia.

Y esa tarde sucedió. Por si no hubiera tenido una tarde movidita en emociones y en sorpresas, aquello era la guinda del pastel. Por un momento dudó si tomar notas ¿Debía tratar a Silvia como una paciente más o podría ahorrarse esa sesión? Tenía sus dudas pero finalmente la profesional se impuso. La estaba tratando y por tanto debía reflejar en su informe, de la forma más desapasionada posible, lo que había sucedido.

La chica no era ni mucho menos una paciente convencional. Y por tanto tampoco le había hecho la típica pregunta acerca de cuál era su fantasía sexual. Esta cita prometía ser otra reunión aburrida y estéril, hasta que a Sofía se le ocurrió plantear la cuestión.

- Silvia ¿por qué no me cuentas cuál es tu fantasía sexual? Pero tienes que ser sincera. Aquella fantasía que realmente te gustaría ver cumplida.

Silvia la miró desde su carita pecosa y rubia. Parecía sorprendida. Sus ojos se encendieron en brillos que Sofía hubiera jurado que eran de lascivia. Luego cambió el gesto a duda, componiendo una expresión incómoda como si tuviera lugar una lucha interior en aquella mujer. Por unos segundos pareció ajena a todo estímulo exterior, como si estuviera resolviendo un problema íntimo y no quisiera ser molestada. Y al final, un gesto de aceptación y a la vez decisión. Entonces compuso una expresión de Lolita provocadora ante una pasmada Sofía, que nunca la había visto en ese registro. Una chica joven apenas entrada de los treinta, delgada y bajita aunque con bastante pecho. Un cutis blanco y limpio, sin una sola arruga alrededor de esos ojos claros enmarcados por mechones rubios. Ciertamente, tenía un aspecto aniñado en lo físico que era contrarrestado con un carácter decidido y seguro. No abandonaba su papel, no hablaba de lo que no quería hablar y media muy bien sus palabras. Se atenía al guion que ella misma firmaba sin ninguna concesión a nadie extraño a su voluntad, incluida la misma Sofía.
Por eso la terapeuta tuvo claro que aquella pose (aparentemente casual) de Lolita traviesa, no albergaba ninguna confusión ni error. Si la componía era por algo. Y tuvo la impresión de que iba a ser la respuesta a alguna de las incógnitas que Silvia planteaba, si no a todas.

La chica rio un poquito azorada.

- ¿De verdad quieres saberlo?

- Pues claro, si no, no te lo hubiera preguntado.

- Una vez que te lo diga ya no habrá marcha atrás - dijo en un susurro más para ella misma que para Sofía, que con un mohín la invitó a continuar, impaciente, no fuera a ser que la cosa se enfriara. Parecía que por primera vez su presa salía de la madriguera y no estaba dispuesta a dejarla esconderse de nuevo.

Silvia alargó el brazo despacio, cómo para ir midiendo la distancia que las separaba y luego, dejó caer su mano sobre la de Sofía. Fue un contacto leve, cuidadoso pero firme. Le cogió la mano sin que ella mostrara oposición, a pesar de ver sus ojos encendidos. La psicóloga tuvo un leve mareo y notó como el estómago le daba una vuelta. Aquella mano apretando sus dedos, aquellos ojos clavados en los suyos... ¡Dios! empezaba a sospechar que no estaba tan claro quién era la presa allí. Tuvo lo súbita conciencia de que se estaba produciendo un juego y precisamente ella, era la última en enterarse en qué consistía. Un estremecimiento la recorrió pero no tuvo fuerzas para retirar la mano.

- Lo mío, Sofía, es muy de manual. Tan tópico que casi podría firmarlo Woody Allen. Mi fantasía es montármelo con mi psicoanalista.

De repente, los astros se alinearon y todas las piezas encajaron “¡Idiota de mí!” se decía Sofi. “Así que era eso...”

- Silvia ¿me estás diciendo que eres lesbiana?

- Pues sí. Eres la primera a quién se lo confieso - dijo ella sin retirar la mano.

- ¿Me lo está pareciendo o soy también la primera a la que te declaras?

La chica esbozo una sonrisa y le puso ojitos, aunque no llego a asentir del todo: la cosa se quedó en una pequeña inclinación de la cabeza y algo parecido a un guiño.

- Muy bien, pues esto se podría decir que es una salida del armario en toda regla - dijo la psicóloga.

- Sí, jajaja - rio nerviosa Silvia.

Sofía retiró la mano aparentemente para tomar notas, una buena excusa para romper el contacto sin ser desagradable.

- La verdad es que esto explica muchas cosas: me tenías muy preocupada Silvia.

- Esto lo explica todo, Sofía - responde ella poniéndole de nuevo ojitos.

- Los problemas con tu marido entonces ¿eran solo de cama o había algo más?

La psicóloga recordó que en las sesiones su marido se había quejado de falta de actividad sexual y del mal genio que constantemente tenía su mujer y que les hacía chocar a todas horas, lo que Silvia minimizaba restándole importancia.

- Vale, tenías razón, ahora ya no tiene sentido negarlo. No nos aguantábamos y la verdad es que era culpa mía. Cada día estaba más convencida que me gustaban las mujeres. Y cada día me apetecía menos tener sexo con él.

- ¿No quieres tener sexo ya entonces con hombres?

- No, no, solo con él. Es que no sabía cómo explicártelo. Me siguen gustando los hombres, especialmente aquellos… digamos que bueno, que son un poco más femeninos. La verdad es que me ponen.

- ¿Te gustan los gays? – pregunta asombrada.

- Me gustan los que tienen una sensibilidad especial hacia las mujeres. Los que son capaces de ponerse en nuestro lugar y sentir como nosotras. Por tanto, aquellos que también saben cómo disfrutamos.

- Pues entonces me estás escribiendo a personas que encajan muy bien en el colectivo gay. Por lo menos una parte de él. Silvia, a veces, a todos nos pone pensar en una fantasía pero eso no quiere decir que esta sea realidad. Nosotras construimos aquello que nos resulta más placentero. Es un relato que nos montamos en nuestra cabeza. Pero porque tú pienses que esos hombres que parecen entenderte te vayan a dar placer, eso no quiere decir que sea necesariamente así. Ni tampoco que seas lesbiana…

- Pues chica, mi experiencia dice lo contrario.

- ¿Tu experiencia?

- Sí, me acosté con uno hace dos semanas, un chico tiernísimo al que le tenía echado el ojo. Gay total, pero mira tú, le pasaba como a mí, que su religión tampoco le prohíbe echar un polvo heterosexual. Igual que yo, descubrió tarde su vocación, así que tenía bastante experiencia y te puedo asegurar que me saco más orgasmos en una sola tarde que mi marido en un mes.
Sofía abría y cerraba los ojos incrédula. Una vez lanzada su paciente ya no tenía inconveniente en hablar de lo divino, de lo humano y de contarle todos los detalles de su vida.

- Y respecto a lo de lesbiana, te aseguro que estoy bastante segura, no es una cosa de ahora. Ya tenía mis dudas cuando me casé, pero poco a poco, me he ido dando cuenta.

- ¿Y también has probado ya para certificar tu acierto? - comenta Sofía con un tono sarcástico (nada profesional por cierto) del que se arrepiente casi al instante.

- No necesito probarlo para estar segura. Y en este caso me estoy reservando. La primera vez quiero que sea algo muy especial, quiero que sea con alguien que me produzca sentimientos, alguien que me guste de verdad.

- Aja… – comenta la psicóloga con tono condescendiente. Muy de manual esa afirmación, casi más de quinceañera pendiente de su primer amor que de una chica de esa edad y ya divorciada.

- La primera vez quiero que sea contigo.

A Sofía se le cae el boli de la mano. La libreta le tiembla y se gira la vista a la ventana para no tener que enfrentar la mirada de Silvia que, despreocupada y un poco divertida, observa como le cambia la cara de color.

La psicóloga trata de recuperar la compostura, enfadada consigo misma porque una chica diez años más joven le haya hecho parecer a ella la paciente y no la profesional. Es increíble el dominio y la seguridad de sí misma que tiene Silvia. La descoloca totalmente. Demasiada información y demasiado rápido y además, involucrándola a ella directamente en el problema, haciendo saltar por los aires la necesaria distancia entre terapeuta y paciente. Se aclara un poco la garganta y luego con la voz lo más templada posible le dice:

- Mira Silvia, no suelo acostarme con mis pacientes.

- Pues en mi caso podrías hacer una excepción.

- Pero es que tampoco soy lesbiana...

- Pues yo creo que sí, o al menos un poco… te vendría bien experimentar, hay que probarlo todo ¿no?

- Y ¿qué te hace pensar que sí lo soy?

- Son cosas que nosotras notamos. Durante estos años he entrado mucho en foros y hablado con chicas que habían salido fuera del armario y entre ellas se reconocen. Es difícil de explicar pero como que tú ves a la otra persona y sabes si entiende o no.

- ¿Si entiende?

- Es una forma fina de decir que tienen una parte o al menos una tendencia homosexual.

- Y tú crees que yo entiendo…

- Estoy convencida, si no, no te habría dicho nada

Sofía mira La hora.

- Bueno, pues tenías razón, nos hemos pasado bastante de tiempo. Creo que será mejor que lo dejemos aquí – con un pasmo que intenta no dejar traslucir al exterior, se da cuenta de que es ella hoy la que huye con el consabido recurso de tocar la campana. Tiempo y se acabó - Tenemos mucho de qué hablar: esto cambia todo y nos da material para empezar a trabajar en serio, así que te doy cita para la semana que viene.

- Pues va a ser que no.

- ¿Cómo dices?

- ¡Vamos Sofía! ¡Eres psicóloga! ¿A ti te parece que necesito una sesión más? Yo no tendría que haber venido aquí, solo tenía un problema que era encontrarme a mí misma y ya lo resolví hace un mes. Mi ex ya ha empezado a salir con otras y pronto habrá hecho su vida, de lo cual me alegro mucho, pero quizás él necesita más ayuda que yo. A mí no me pasa nada y lo sabes, el único motivo de venir era pedirte que salieras conmigo. Que me dieras una oportunidad. Ojalá te la dieras a ti también.

Sofía empieza ya enfadarse con aquella chica que trata de hacerle de terapeuta a ella.

- ¡Que no salgo con clientes! - contesta un poco desairada - y además, ya te he dicho que no soy lesbiana.

- ¿Cómo lo sabes si no has probado?

- Pues por el mismo motivo que no ha probado a dejarme pegar con un látigo para saber que no me gusta el sado maso.

- Si quieres compramos un látigo y un antifaz y yo puedo alquilar un traje de cuero...

- Silvia: la sesión ha terminado.

- Vale, vale, qué poco humor hija... Relájate que estás un poco tensa.

- Silvia...

Sofi le indica la salida, consciente de que sí, de que está muy tensa, tanto que si la otra se permite una familiaridad más es capaz de darle una patada en el culo y sacarla de la consulta ella misma.

- Si no quieres una cita muy bien... En caso contrario estaré encantada de volver a tratarte “como paciente” - dice poniendo especial énfasis en las dos últimas palabras.

Sin perder la sonrisa Silvia le contesta:

- No voy a coger cita pero tú tienes mi teléfono en la ficha, por favor llámame y nos tomamos un café juntas. De verdad te lo digo, sin ningún compromiso, un café las dos solas, fuera de aquí, de la consulta - luego salió sin esperar su contestación, sabiendo que si la dejaba hablar en ese momento no saldría nada positivo de su boca.

Y allí estaba ella, una hora después de haber transcrito a su PC todas las notas de esta tarde y habiendo dejado el expediente de Silvia para el final.

No era nada tonta la niña, no. Ahora más tranquila, en un entorno seguro y con control de sí misma, le estaba dando una vuelta a todo este asunto. Porque al final, resultaba que la muy hija de puta no se había equivocado. Eso de que tenía un radar para las lesbianas y demás…

Sofía recordó muchos años atrás, pasando revista a su pubertad y juventud. Como un flashback, en apenas unos minutos pasa revista a sus primeros escarceos sexuales con otras chicas. Lo típico en las pandillas, más frecuente en las chicas que los chicos de su entorno. El comparar cuerpos; observar el crecimiento del pecho; la salida del pelo en el pubis; la prisa por llegar a adultas; por enamorarse; por tener relaciones; los primeros consejos de cómo masturbarse; el intercambio de experiencias; de cómo lo hace cada una; la mano amiga y cómplice recorriendo su cuerpo para comprobar tamaños, turgencias, humedades, para indicar donde había que tocar.

Que luego sí ha oído que en los chicos se daban historias similares, más de uno ha pasado por su consulta con esos recuerdos que mal llevados, a veces, degeneran en confusión e incluso en trauma. Pero ellos, por la cuestión de ser hombres, suelen tenerlo más callado y su falta de complicidad no les hace ir tan lejos como le pasaba a ella con sus amigas.

En fin nada extraño tampoco, nada preocupante, ni nada que definiera su sexualidad adulta o eso, al menos, creía ella. Sus primeros novios, sus primeros besos, sus primeros escarceos con chicos la convencieron de aquello solo había sido una anécdota.

Hasta que llegó la universidad.

Allí perdió la virginidad con un chico de su clase. Su primer polvo. Como la mayoría de sus amigas, más improvisado que a conciencia. Emocionante, un poco doloroso y bastante insatisfactorio desde el punto de vista del placer. Pero Sofía no le dio muchas vueltas y como tantas otras chicas, lo vio como un peaje inevitable para acceder el mundo del sexo adulto. Luego siguieron otros polvos, otros chicos, otras experiencias. Aprendió a disfrutar y a dirigir a los chavales para que le dieran placer.

- ¿Qué hay de lo mío? - era su grito de guerra que se hizo famoso entre sus compañeras de universidad. No dejaba que ningún chico se fuera dejándola insatisfecha o sin que ella hubiera llegado a su orgasmo. Y si lo hacía era despedido fulminantemente de su vida sin segundas oportunidades.

Fue su etapa más promiscua, más loca y más divertida. Como tantas otras chicas que estudiaban fuera de casa, aquello era un mar de oportunidades para vivir el sexo sin demasiados problemas ni tutelas. Sin que la cuestionaran o que su entorno pusiera freno a su deseo de disfrutar e experimentar. El incógnito viene bien para estas cosas y estudiar en una gran ciudad, lejos de tu casa, supone que vas sobrada de incógnito.

Y sin embargo de todo esto, lo que más recuerda Sofía es a su compañera de piso en tercero de carrera.

Berta, Becky para las amigas. Un torbellino desatado a la que solo quedaban unas asignaturas de último curso. Ella decía que las había suspendido a propósito para conseguir que su padre le pagara otro año en Madrid. Fuera cierto o no, la verdad es que Becky se pegó nueve meses casi sabáticos, más pendiente de hacer fiesta y disfrutar que de atender a unas clases que ya tenía prácticamente superadas, entregando algún que otro trabajo o presentándose a los exámenes trimestrales.

Se convirtieron en amigas y confidentes íntimas y si no hubiera sido por el esfuerzo final y las recuperaciones de junio, a Sofía le hubiera quedado también alguna que otra para el año siguiente. Noches locas en un Madrid universitario y promiscuo, donde cada noche tenían una fiesta y cada día se movían en una pandilla diferente, conociendo gente nueva. Y a Sofía solo le faltaba que le tocaran las palmas. Si los dos años anteriores se había soltado el pelo, este tercer año se lo pasó despeinada completamente.

Todo lo hacían juntas y todo lo compartían, excepto los chicos claro. Juntas pero no revueltas a la hora de follar. Lo que no quitaba que entre ellas se estableciera una conexión íntima. Amigas, confesoras, compañeras, un cóctel que daba como resultado una conexión única entre ambas y que le permitía a Sofía equilibrar su vida exterior, intensa y desmesurada, con una paz y equilibrio interior que le proporcionaba el tener por primera vez alguien en quién apoyarse. En pocas palabras: era su primera amiga de verdad.

Amiga solo... ¿O algo más?

Espinoso tema sobre el que ella que precisamente era psicóloga trataba de evitar volver, posiblemente para no reconocer que no quería evaluar donde acababan determinados sentimientos aceptables y dónde empezaban otros mucho más incorrectos, al menos desde el punto de vista del amor que le habían inculcado desde pequeñita. Aquellos episodios adolescentes volvieron a su cabeza y a hacerle mariposas en el estómago. Manos femeninas que recorrían su cuerpo, que abarcaban sus incipientes pechos, que desaparecían entre sus aun despobladas ingles. Placeres prohibidos, no tanto porque su moral los rechazara, sino porque les demostraban la realidad de una Sofía que ella misma desconocía y que le costaba aceptar.

La que no parecía tener ningún problema era Becky, dispuesta a probar todo y sin ningún complejo. Y llegó la noche en que llegaron al piso con muchas copas de más, contentas, con la risa floja e insatisfechas por habérsele cortado el rollo que tenían previsto con un par de chicos. Mojando su deseo en alcohol y su decepción en camaradería risueña.

- ¡Vaya par de capullos! - afirma Sofía entre risas - Antes me hago una paja que meterme en la cama con uno de ellos. Ni aunque llevara un año de abstinencia.

- Quién necesita a tíos así teniendo dedos hábiles y una buena amiga - responde Becky sirviendo un par de chupitos.
Las dos lo toman de golpe y luego se abrazan medio borrachas y eufóricas. Abrazo que se prolonga más de lo debido, pecho contra pecho, vientre contra vientre, el aliento de su amiga cálido y alcohólico en su cuello, la respiración agitada y entonces unos labios rozan la tetilla de su oído. Luego se posan en su cuello durante unos segundos, hasta que nota la humedad de una lengua que lentamente sale a recorrer su piel.

Todavía se estremece al recordar como se quedó rígida y un súbito calor se apoderó de ella. Su sentido común le decía desde más allá de la nube etílica que aquello era muy inapropiado, pero la voz le llegaba muy amortiguada, al contrario que los gritos que su cuerpo emitía, dejándose llevar por el cúmulo de sensaciones extremas que la invadían. Quería hablar pero no podía. Ahora es todo un poco confuso y no recuerda que le decía exactamente Becky, ni qué sucedió mientras ella estaba confundida e incapaz de reaccionar. Solo recuerda el momento en que la besó: un beso húmedo, largo y con lengua, que acabó con un mordisco en el labio, al que su vulva reaccionó mojándose.

Luego, siguieron caricias en los pechos, cada vez más violentas, la mano en la entrepierna, otro chupito compartido a medias. Becky se lo he echó a la boca y lo compartió con ella, rebosando entre los labios, manchándole la barbilla y aliñando la ensalada de lenguas. Llegados a ese punto, Sofi, desconectó su yo interior y ya dejó de escucharlo. Solo atendía a las caricias, a los besos, a la emoción de las pieles erizadas, a las humedades que daban la bienvenida a dedos que se introducían hasta lo más profundo.
Fue una noche agotadora, placentera y mágica, para la que todavía años después, Sofía no tiene respuestas, seguramente porque tampoco puede formular las preguntas. Por primera vez se dejó ir sin analizar, sin cuestionar. En realidad, sin procesar nada de lo que estaba sucediendo. Su celebro daba esquinazo a la realidad, simplemente dejando que las endorfinas circularan proporcionándole felicidad, placer y orgasmos.

Sofía amaneció abrazada a su amiga, sudorosa, con dolor de barriga y resaca, pero todavía con un cosquilleo electrizante recorriéndole la piel. Se dio una ducha larga con agua fresca, notando como su pecho y su sexo todavía reaccionaban a la esponja, cada vez que la pasaba por ahí.

¿Qué leches había pasado?

Bueno lo que había pasado estaba claro, otra cosa es qué significaba. Cuando Becky se levantó y compartieron desayuno, ella parecía haber resuelto el problema: no le daba la más mínima importancia. No le buscaba ningún significado. Simplemente le apetecía y lo había hecho. Con una amiga tan íntima, es un plus, afirmó convencida.

- Pero ¿es la primera vez que lo haces?- pregunto Sofía, a lo que ella la respondió con una mirada condescendiente que dejaba claro que quería decir que no era la primera chica con la que estaba y evidentemente, tampoco sería la última.

- ¿Eres bisexual?

- Llámalo así si quieres.

- Yo no.

- Da igual lo que seas ¿te gustó verdad? pude sentirlo, sé que disfrutaste y sé también que fue especial. No necesito saber más, ni tampoco catalogarte a ti o a tus sentimientos.

Sofía admiró la capacidad de su amiga para eludir las cuestiones que podrían afectarle a la cabeza o al corazón. Simplicidad en estado puro. “Hago lo que me apetece, lo que me pide el cuerpo”.

De hecho, continuaron con su vida sin hacer referencia a esa noche, como si no hubiera existido. No porque a Becky no le hubiera apetecido repetir, sino porque se daba cuenta de la turbación de Sofía y prefería respetar a su amiga. Casi que hubiera resultado violento intentar repetirlo.

Hasta que llegó final de curso. La última semana que estaban juntas. Todo resultaba un poco extraño y triste. La alegría de las próximas vacaciones, por primera vez, se veía apagada ante la certeza de la despedida. Maletas a medio hacer, ropa revuelta, apuntes apilados en un montón para bajar al contenedor de papel...Cena para dos, manos apretadas y un abrazo intenso. Esa noche, Sofía, cogió la botella de tequila y llamo a la puerta de Becky. Ella le sonrío y la invitó con un gesto a la cama. Con una camiseta de tirantes, sus pechos moviéndose sensuales, unas braguitas ajustadas y los ojos brillantes.

Yo no soy bisexual” había dicho en una ocasión: “yo no soy lesbiana” había repetido esta tarde. ¿Que eres Sofía? ¿Por qué no has tenido pareja estable? ¿Por qué no quieres, ni sientes necesidad de echarte un novio? Preguntas que una vez más la incomodan porque no tiene clara la respuesta. Deja que hable tu cuerpo, igual que aquella noche, desconecta tu cerebro.

Sofía piensa en Silvia, mucho más joven que ella. Se la imagina desnuda en la cama, acariciándola.... ¿Qué sientes Sofía?
Un estremecimiento la recorre, sus pechos reaccionan, erizándose los pezones como si tuvieran voluntad propia y aunque hace un esfuerzo por evitarlo, su coñito también parece tener vida propia y se moja.

Cierra los ojos y la sensación de morbo no disminuye si acaso aumenta. Está sola y por un momento su mente ha cedido el control a su bajo vientre, su mano va involuntariamente a la entrepierna. Roza su clítoris por encima de la ropa y el estremecimiento de placer se convierte en espasmo.

“¿En serio Sofi te vas a hacer un dedo aquí, en la consulta?” Trata de recobrar la compostura, de poner un poco de lógica en el caos.

Desde aquel episodio con Becky su vida ha sido normal, si entendemos por eso heterosexual. No ha vuelto a estar con otra chica y tampoco la ha necesitado ¿Qué quiere decir todo esto? ¿Qué coño es ser normal?, se pregunta tratando de hacerse terapia a sí misma.

Sofi, no le des vueltas a las cosas, no te comas el coco, simplemente haz lo que te apetece. ¿Acaso es malo? ¿Quieres hacerte una paja en la consulta? pues adelante ¿quién te lo impide?

Durante unos segundos respira profundamente, tratando de decidir qué impulso sigue y finalmente se decide: ¡qué carajo!
Pero su mano no va hacia su coño, sino hacía el móvil y antes de que su cerebro pueda mandar contraorden, le envía un mensaje a Silvia.

- ¿Quieres que cenemos esta noche?

El mensaje aparece con el doble icono verde en el chat: la chica lo ha leído inmediatamente y contesta casi igual de rápido:

- ¿En tu casa o en la mía?

No le da mucha opción: directa al asunto, nada de cena en un territorio neutral para explorar posibilidades y sentimientos. A pesar de todo, Sofía sonríe.

- En la mía – contesta - tráete tú el vino.

- ¿Cuál te gusta?

- Si es Ribera del Duero, el que quieras.

- Ok.

Entonces Sofía cierra el chat y se lleva las manos a las sienes ¿Que estoy haciendo? No pienses Sofía, da igual, cierra el ordenador, vete a tu casa, ponte las mallas y las deportivas y sal a correr. Luego una buena ducha y ya verás el mundo de otra manera. Tú solo disfruta. O intenta hacerlo. Si te equivocas no pasa nada. Pero no pierdas oportunidades.
¿Es ella hablándose a sí misma o es Silvia haciéndole telepatía?
Venga, más acción y menos pensar, se dice mientras cierra la puerta de la consulta. Ha sido un largo día y es posible que todavía quede una larga noche, delibera. Mientras baja las escaleras se sorprende así misma sonriendo.
 

sweetluis5g

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(VI) Idoia​


Me paseo por la clase oyendo recitar la quinta redacción sobre “que he hecho en mis vacaciones de Navidad”. Es como una letanía dónde todo suena a repetido, a monótono, a gris, como el cielo esta mañana de enero que ha empezado a descargar minúsculas gotas de lluvia contra los cristales del aula.

El mismo tema y las mismas repeticiones que cuando tenía esa edad y las monjitas Ursulinas me proponían el mismo ejercicio a la vuelta de las fiestas. Tengo que reconocer que mi texto era igual de aburrido. Ahora entiendo la cara avinagrada de Sor Ascensión mirando al techo y con el piloto automático puesto, simplemente pendiente de que hubiera tenido el buen tino de meter una referencia religiosa en el argumento, requisito indispensable para aprobar el ejercicio. Ya podías haber escrito el Quijote en verso con rima consonante que si no mentabas al señor nuestro que está en los cielos, Padre, Hijo o Espíritu Santo en alguna de sus tres formas, estabas suspensa.

Pero yo soy guay a pesar de estar trabajando en un colegio concertado religioso: no le hago tales exigencias a mis alumnas. Solo les pido que ¡por Dios! no sean aburridas. Que escuchar veinticinco redacciones de una página cada una, contando todas lo bien que se lo han pasado sin hacer ni el huevo en Navidad (las tareas vienen todas hechas de aquella manera, deprisa y corriendo), lo enfermita que está su abuela y lo contentas que se han puesto con el móvil nuevo que les han regalado por reyes, es un auténtico coñazo.

Seguro que lo interesante está en lo que no cuentan. Su primer beso, su primer enamoramiento, su primera masturbación... Que claro, no estaría bien visto preguntar por esas cosas, igual la directora del colegio pone alguna pega. Que cuando yo era adolescente tampoco las monjitas me preguntaban, eso quedaba reservado a don Eusebio, el párroco que nos confesaba ¡Los hombres siempre con más derechos! ¡Qué coraje! que si pregunto yo está mal visto, pero que si te pregunta un tío con sotana que en teoría no ha practicado en su vida el sexo, tienes que contarle cuántas veces te tocas y cómo lo haces.

Y bien que preguntaba…

- ¿Te tocas hija mía?

- Si padre.

- ¿Hija tú llegas al éxtasis?

Yo siempre decía que no, que eso nunca. Hasta que tiempo después una amiga me explicó que lo que me estaba preguntando era si me corría.

- ¡Ah, eso sí, todas las veces!

Pensé en ir a buscar a Don Eusebio para deshacer el error. Pero luego eché cuentas de todos los atrasos que iba a tener que pagar en Ave Marías y Padres Nuestros y me contuve. Que una es piadosa pero no tonta. Así que me salté el intermediario y yo misma lo arregle con Jesucristo rezándole una noche: “Señor, que ha sido un equívoco y lo voy a compensar con un Ave María extra durante toda esta semana. Si no estás de acuerdo haz que se produzca ahora mismo un temblor de tierra y se caigan las cortinas de mi dormitorio”.

Como yo suponía, el Señor estaba de acuerdo conmigo y no pasó nada, así que cumplí el trato y quede limpia como una patena. El asunto me salió tan bien que a partir de entonces ya no tuve que confesarme más. Seguía siempre el mismo procedimiento y hasta hoy, Jesucristo siempre me ha perdonado, incluso cuando instalé estores en mi apartamento.

Me cuesta concentrarme en las redacciones. Ya no es solo que digan lo mismo sino que las chicas, por mucho que les explico que vocalicen y pongan énfasis, tienen un tono plano al leer que es como un rumor que me arrulla y me da sueño. Siempre empiezan en voz alta y con ganas y luego, poco a poco, se van viniendo abajo y la voz hay veces que casi se apaga.

La campana viene a salvarnos del ataque de Morfeo. Estaba a punto del coma, tratando de contenerme para no dar una cabezada. Las chicas salen en tropel de la clase súbitamente reanimadas. Las conozco bien y sé que grupitos se forman y quién se lleva bien con quién. Por ejemplo: Magdalena con Sara y Leonor. Están híper excitadas y hacen gestos con las manos mientras vuelan a su rincón particular del patio buscando intimidad. Algo he cazado esta mañana, que para eso soy muy observadora y parece ser que Magdalena se ha echado novio. Salió ayer con un chico a pasear o algo así, que si no es tener novio por ahí se empieza. Sin duda va a contárselo a sus amigas y las otras, que seguramente todavía no se han comido una rosca, están que se derriten por conocer los detalles.

¿Habrá habido beso?

Hoy día eso es lo mínimo para la primera cita. Beso en la boca, claro, lo de la lengua ya es opcional pero como mínimo labios contra labios.

En mi época las cosas eran distintas. Que vamos, que mi época tampoco es que sea del siglo pasado. O sí, qué echando cuentas eso fue antes del año 2000…Pero ese no vale porque era un novio de pega. Yo tenía catorce años y lo único que hacíamos era sentarnos juntos en el parque. Las pandillas de niños y de niñas no se mezclaban demasiado y cuando lo hacían era para jugar a ser novios. A mí me tocó Pedro, un chico tímido al que también le impusieron tener novia porque de eso se trataba el juego. Así que nos poníamos uno al lado del otro y ya éramos novios. Para no aburrirnos hablábamos de las series que nos gustaba ver y luego las chicas en manada por su lado y los chicos por el suyo, se iban cada uno a su zona a comentar la jugada.

En fin, que como nunca hubo beso, eso no cuenta. Y luego ya en plena adolescencia, la cosa se puso aún más difícil porque mi familia (de misa y comunión diaria), al ver que había desarrollado y que empezaba a atraer las miradas de los chicos, me hacía un férreo marcaje y me reforzaban la doctrina para evitar que cayera en las tentaciones.

Que con un solo beso o si un chico te toca tus partes después de haberse tocado las suyas te puedes quedar embarazada.

Que si te quedas embarazada estando soltera no te va a querer nadie y vas a hacer llorar al señor.

Etcétera, etcétera, etcétera…

Como nadie me había dicho nada de que si yo me tocaba sola me pudiera quedar embarazada, eso sí que lo hacía. No todas las noches (como algunas amigas), que no soy una cabeza loca ni una fresca, pero sí un par de veces por semana… bueno los viernes casi seguro, ahí no fallaba.

Y luego, al cumplir los dieciocho, de repente les entran las prisas a mis padres porque la niña se eche novio. Que el año que viene se va a Pamplona a hacer la carrera y a ver qué hace una chica tan joven por ahí sola. Que hay demasiado sinvergüenza suelto y que si se va comprometida con un novio bien apañado y de buena familia, mejor.

Vamos, que me iba a casa de mi tía que es como meterse en un colegio mayor interna, pero más aburrida y más controlada. Que tampoco es que me fuera al extranjero de Erasmus. Ya me hubiera gustado, ya.

Una de mis amigas (o más bien conocida, porque Idoia no tiene claro si tiene amigas) de la facultad, estuvo en Milán tres meses. Vino súper espabilada, que eso de tener que buscarte la vida tú sola por ahí hace mucho. Y también volvió desvirgada.

Yo le dije que lo sentía y ella me miró muy rara, como si no entendiera que es lo que tenía que sentir.

- Y ¿qué vais a hacer? ¿Él se viene a España o te vas tú a Italia a casarte?

La otra me miro de arriba abajo: parecía sorprendida por la pregunta.

- Yo no voy a casarme, boba. Ninguno de los tres me gusta.

- ¿Tres?

- Bueno, tres o cuatro, porque una noche no tengo muy claro lo que pasó… estaba un poco borracha y creo que estuve con dos chicos. No estoy muy segura porque la luz estaba apagada.

Jolín con Laurita. Esta chica se ha dado la vuelta como un calcetín. Ella que estaba conmigo en el grupo de catequistas… Si se ha soltado el pelo de esa forma en el extranjero, no quiero ni pensar lo que han podido hacer las frescas de la facultad. Que yo no soy cotilla ni curiosa pero precisamente por eso le pregunté, para aclararme, porque yo no estoy acostumbrada a este tipo de situaciones: que como era eso de que no tenía muy claro si se había acostado con dos o con uno.

Me dijo que fue al tercer mes, en una fiesta dónde bebió más de la cuenta. Acabaron en su piso de estudiantes con otras dos compañeras y varios chavales. Así fue como conoció a uno de los chicos con los que estuvo acostándose un tiempo. Iba con un amigo y ella no acaba de decidirse a cuál iba a invitar a pasar a su cuarto. Pero esa noche, el alcohol hizo su efecto. Y también unos cigarros muy raros que fumó, pero eso no le afectó casi nada porque el tabaco no le afecta ya que ella no fuma, menos esa noche. Que solo se acuerda que se reía mucho y que todo le daba vueltas. Y que mientras la fiesta seguía fuera, ella estaba en su cuarto con la luz apagada revolcándose con el muchacho, porque parece que hay cosas que si no las ves, no son pecado. Y que solo recuerda una noche larga en la que ella llegaba al orgasmo y se dormía agotada, solo para volver a despertarse cuando sentía que la volvían a recorrer unas manos y unos labios apasionados. Entonces, de nuevo el chico en su interior en una postura diferente, a veces ella arriba, un nuevo orgasmo y otro ratito a dormir.

Que ahora no lo tiene muy claro, pero qué juraría que tuvo la sensación de que no siempre eran las mismas manos y los mismos labios. Que ya le parecía que el chaval tenía mucho aguante para estar toda la noche dale que te pego. Se vio en varias ocasiones más con ese chico y estuvo tentada de preguntarle si esa noche, su amigo no habría entrado por un casual también en la habitación, pero al final se le olvidó.

No entiendo cómo se le puede olvidar preguntar una cosa así. A mí me parece que mi amiga está un poco loca, pero en fin. El caso es que la muy fresca se volvió para España sin novio y sin virgo. Pero no parece muy preocupada.

Yo no digo que esté bien ni mal, aunque a mí me parece todo esto de ser casquivana y un poco fresca. Yo no soy así, que tengo la cabeza y todo lo demás en mi sitio, sé lo que debo hacer. Por eso me masturbo muchas veces pensando en lo que ella me contó, pero no hago lo mismo porque no está bien.

Eso sí, a veces me imagino yo también con dos italianos en la cama. Otras veces lo cambio por franceses que también me gusta el acento. Ingleses y alemanes no, que no me gustan las lenguas bárbaras. Prefiero los latinismos. Algún día, cuando ya esté casada, mi novio me dará besos y lametones ahí abajo. Me apetece mucho pero todavía no se lo he pedido porque no se piense te soy una cualquiera, pero eso cambiará cuando vivamos juntos. Yo creo que las lenguas latinas tienen una entonación especial, casi musical y poética, que no tienen otros idiomas. Es una forma de educar la voz, los labios y la lengua que seguro que un latino no mueve como un anglosajón.

¡Igual va a ser que te coma el coño uno que hable español, francés o italiano que un escandinavo!

Pero volviendo al asunto, que si no, me distraigo: efectivamente ese episodio lo he recreado muchas veces en mi mente. A veces me imagino con un chico en la cama a oscuras, igual que ella, pero sin estar borracha. Si acaso una copita, que una sola se me sube enseguida a la cabeza y me hace decir alguna tontería porque no estoy acostumbrada, pero también me hace perder un poquito la vergüenza. El me acaricia, me besa y luego me quita la ropa. Yo, al principio, me resisto, claro, porque no soy una cualquiera, pero luego una vez que se lo he dejado claro ya me dejo hacer. Y la verdad es que es muy bueno acariciando. Me penetra y yo siento que estoy muy mojada. Siento un fuego muy intenso dentro y me pongo muy colorada, pero como estamos a oscuras él no puede verme. Me hace el amor muy intensamente tanto que me corro sin necesidad de tocarme. Él también. Entonces nos abrazamos y permanecemos muy juntos… siento su aliento en mi boca.

Me noto otra vez muy caliente y llevo la mano a su pene pero ahora está flácido. Tarda en recuperarse. De hecho, se está durmiendo. En ese momento se abre la puerta y una figura se recorta a contraluz antes de volver a cerrarla. Puedo reconocerlo a pesar de que solo he podido ver su sombra. Es su amigo que también estaba interesado en mí. El otro me parece más guapo y ha sido más listo y más lanzado, por eso me fui con él a mi cuarto, pero este tampoco está mal.

Ha sido muy excitante ver como ambos me pretendían y trataban de imponerse uno al otro. Así que una se siente protagonista. Ventajas de ser rubita en un país de morenas. Al menos, aparte de tener la cara llena de pecas, consigo llamar la atención por distinta.

A veces resulta que uno de ellos es moreno y el otro rubio. Otras me los imagino de razas distintas. Es muy habitual que me imagine que uno de ellos es negro. En ese caso casi siempre lo relego al segundo lugar. Por el tamaño, ya sabéis. Los chicos negros tienen fama de estar muy dotados. Entonces yo fantaseo que después de haberlo hecho con el primero, ya estoy bien dilatada y mi sexo acepta al segundo amante sin problemas a pesar del grosor, dejándome exhausta después de un segundo orgasmo. Con dos está bien, porque más es ya caer en la lujuria y ser una pecaminosa de cuidado.

Ahora soy yo lo que se duerme. Despierto sola pero satisfecha. Con la primera luz del día me masturbo recordando lo sucedido por la noche. Ese momento resulta también muy apasionante porque lo hago coincidir con el despertar real a veces. Si me masturbo medio dormida me resulta difícil distinguir entre sueño y realidad y resulta muy excitante. Luego, cuando me espabilo ya del todo, sí que tengo claro que ha sido solo mi fantasía, pero ese instante en el duermevela, en el que se acercan los sueños hasta hacerse casi tangibles, es muy especial.

Bueno volviendo a lo que iba, que se me pasa el recreo de las nenas y todavía estoy sin presentaros a Samuel, mi novio. Lo conocí en una fiesta de fin de curso en el instituto de mi prima. Es un chico muy serio y formal y muy apañado. Muy mañoso con todo lo que sea hacer chapuzas. Y también muy respetuoso. Nunca ha intentado propasarse conmigo. De hecho he sido yo la que he tenido que pedirle que se propase un poquito. Que tampoco está mal, especialmente cuando nos lo pide el cuerpo.

Pero como estas cosas van despacio, tardamos casi un mes en darnos nuestro primer beso. Luego pasamos a los muerdos con lengua y a los tres meses, que es ya un periodo más que suficiente según todas las fuentes consultadas, empezamos con las caricias.

Yo no quería parecer una descocada así que no le metía prisa, aunque me apetecía mucho que me acariciara por debajo de la ropa. Me había dicho una amiga que era un chico de muy buena familia y tampoco quería espantarlo por si era un buen partido. Luego resultó que no era de buena familia sino de una familia buena, que parece lo mismo pero no es lo mismo. La familia es maja pero sin dinero. Al final no me importó demasiado porque Samuel y yo nos llevamos muy bien y estamos enamorados.

Como ya llevamos casi quince años de noviazgo y por el tema de que trabajamos en ciudades distintas aún no hemos podido casarnos, lo de llegar virgen al matrimonio no ha podido ser. Me gustaría decir que nuestra primera vez fue muy emocionante y muy placentera, pero lo cierto es que me dolió un poco y entre los nervios y la tensión no disfruté nada. En las siguientes ocasiones ya dejo de dolerme y empecé a relajarme. No sentía molestias y sí un poquito de placer, aunque siempre me quedaba sin llegar al orgasmo. Samuel me la introducía y como éramos muy novatos, ni siquiera humedecíamos la zona. Menos mal que iba con cuidado y poco a poco. Luego la dejaba un rato quieta dentro y cuando estábamos más tranquilos, empezaba a meterla y a sacarla. Eso sí me daba algo más de placer pero como no llegaba al éxtasis (como decía el padre Eusebio), yo me preguntaba si había valido la pena no esperarnos al matrimonio. Porque cuando te casas sí que te corres siempre, según me han dicho algunas conocidas.

Bueno, eso era el principio porque luego caí en la cuenta de que podía tocarme mientras él me penetraba. ¡Qué tonta yo, que no había caído en ello! al principio me dio un poco de corte, poco a poco acercaba mi mano y hacía como que me rascaba, pero como a Samuel no parecía importarle, me fui animando y entonces sí, llego el placer ¡Correrte con una verga dentro es mucho más divertido, qué duda cabe! Y mi novio debió entenderlo así, porque no se molestó en absoluto. A partir de entonces lo incorporamos sin más problemas.

Bueno, voy a aprovechar para tomarme un café y una magdalena en la sala de profesores, que os voy contando y al final se me pasa la media hora de recreo.

Idoia entra en la habitación y allí están reunidos todos los que no le toca patio ese día. La media de edad es superior a los 55 años, incluidas dos religiosas que aún ejercen. Joven como ella, ahora mismo solo está en plantilla Sergio, el secretario, que es el que hace funciones de administrativo. Es un chico alto y desgarbado pero bien parecido. Al principio no le llamaba para nada la atención, pero con el tiempo, su actitud hacia él ha cambiado. A ver, es que es el único de su edad y como ella no se relaciona mucho fuera del trabajo, es el único joven con el que puede interactuar. Y a la hora de masturbarse también es la única referencia real a menos que se invente un personaje. A menudo solo se masturba pensando en Samuel y en las cosas que hacen juntos. O en las que podían hacer algún día y que todavía no han hecho. Tocarse pensando en otro lo consideraba casi una infidelidad, pero quince años de novios ya dan para que una se aburra y al final no le ha quedado más remedio que ampliar su horizonte de fantasías. Así que de vez en cuando, piensa que Sergio la mira con buenos ojos y que en realidad está loco por ella y le confiesa su amor. A pesar de estar casado, la desea y no para de darle muestras de cariño.

Como ahora, que la ha visto entrar y le pone una sonrisa boba que reserva solo para ella. O al menos eso piensa Idoia. Lleva tanto tiempo construyendo su ilusión que a veces mezcla un poquito lo que ella se imagina con lo que realmente pasa. El caso es que parecen estar conectados, quizás por la edad y porque dentro de lo que hay, son los pipiolos del convento, que diría su madre.

A Idoia, solo le ha pasado algo parecido con un compañero de facultad que al final coincidieron haciendo las prácticas. Otro chico guapo y joven con el que iba y venía al colegio que le había tocado en suerte. Allí se veían en los recreos y en los desayunos donde se buscaban y charlaban animadamente de todo, lo cual no deja de ser extraño porque ella no es de las que hablan con desconocidos, al menos de forma animada. La verdad es que Juan Carlos era una perita en dulce. Derrochaba juventud a raudales, entusiasmo y vocación y a Idoia le parecía muy guapo y elegante para ser tan joven. Tanto, que tuvo que hacerse varias pajas pensando en él. Quizás estaba un poquito obsesionada pero, a ver, una chica tan joven y tantos días sin ver a su novio... Juan Carlos era todo un caballero de los que te ceden el paso y de los que son capaces de cogerte en brazos para evitar que pises un charco. Así, literalmente. Que un día lo hizo: Idoia todavía se estremece al recordar el sofoco que le subió, con el brazo colgando de su cuello y sintiendo los suyos alrededor de su cintura y por debajo de sus rodillas, apretándola contra él. Se puso tan colorada que fue incapaz de articular palabra durante un buen rato. Y al llegar a casa de su tía, al ir a cambiarse, notó sorprendida que tenía las braguitas mojadas y eso que ni siquiera se había rozado ni tocado, que ella no es de las que se mojan fácil.

Esa noche cayeron al menos tres éxtasis seguidos, suficiente para que hasta ella misma se impusiera una penitencia más severa de lo habitual y agregara otro Padrenuestro extra al Ave María de rigor.

De todas las fantasías que ha tenido con Juan Carlos la que más la pone es pensar que está en el altar esperando a su novio y de repente el que aparece es él, en vez de Samuel, lo cual es un contrasentido porque son los novios los que esperan a la novia y no al revés. Pero claro su fantasía es así y lo que tienen las fantasías es que si ya te han salido bien, no puedes deshacerlas para volver a reconstruirlas según la lógica, porque entonces ya no es lo mismo, pierden su encanto. Así que renuncia a cogerle el hilo al tema y lo deja estar: es ella la que espera el novio y punto. El que se presenta es Juan Carlos y punto.

Idoia está radiante, guapísima, se ha quedado todavía más delgada de lo que está, casi en los huesos y eso hace que sus tetas resalten, afortunadamente, porque ella no tiene mucho pecho.

En la noche de bodas las dos han bebido y están un poco piripis, pero eso es bueno porque así ninguno se pregunta cómo es que se ha casado con Juan Carlos y no con Samuel. Ella se quita el vestido de novia y se queda en medias, con liguero y lencería blanca. Está de pie frente a la cama y Juan Carlos, la mira con ojos de deseo mientras ella espera obediente a que la llame al lecho. Tarda una eternidad pero al final le dice:

- Ven.

Ella intenta moverse pero está paralizada, las piernas no le responden.

- Quítate la ropa. Toda.

Entonces consigue reaccionar, eso sí, con torpeza, intentando deshacerse de sus braguitas sin tropezar y caerse y también quitarse las medias sin perder el equilibrio. Aquella inocente impericia la hace aún más adorable a los ojos de su inesperado esposo.

Llega a la cama y tiembla, no tiene muy claro si de deseo o temor ¿son incompatibles acaso? Mientras Juan Carlos la tumba y la abre de piernas con mucha delicadeza. Está muy mojada, más aun que el día que la tomó en brazos. Él se desnuda e Idoia puede ver una verga erecta desde su posición, que cabecea como señalándola. Se tumba encima de ella y la nota entrar, como un dedo en la mantequilla caliente. No siente molestias, ni remordimientos, solo placer, un gusto que va en aumento. Sus pubis se frotan con cada empellón del chico, su cara guapa se deforma un poco con el placer que siente, un rizo negro sobre su frente sudada y un beso al final, intenso y desesperado cuando los dos se corren al unísono.

Esa es una de sus fantasías favoritas de las que echa mano en más ocasiones. Con el tiempo va mutando en los detalles y circunstancias, a veces de forma un tanto rara. Por ejemplo, últimamente hay algo que la excita mucho y es que cuando Juan Carlos se desnuda, resulta que su polla es negra y gruesa, como si se la hubiera intercambiado con el otro chico negro con el que también fantasea (véase el tema anterior con su amiga y los erasmus). Y también las últimas veces, cuando se quedan rendidos después del orgasmo y despierta por la mañana, el que aparece a su lado es Samuel, como si ese detalle la reconciliara de su infidelidad onírica. Igual que cuando follas con tu pareja pero te imaginas que estas con otro y al terminar, te quedas tranquila al ver que todo está bien y en su lugar, fuera de locuras.

En fin, que como se lo contaban todo no pudo evitar hablarle de su nuevo compañero a Samuel, que sorprendentemente no se lo tomó nada bien. Y eso que ella omitió el detalle de las braguitas mojadas y el de las pajas nocturnas. Así que a partir de entonces le cuenta poco sobre sus fantasías, de hecho, ha decidido no contarle nada de Sergio porque la otra vez con lo de Juan Carlos estuvo de morros varios meses, incluso después de las prácticas, cuando ella se le escapaba algún suspiro recordándolo.

Volviendo a Sergio: ahí la cosa es diferente, no es tan perfecto ni tan guapo. Ha tenido que ir construyendo su fantasía piedrita a piedrita. Con el otro era más fácil porque venía el pack completo.

Bueno dejemos a un lado la voz en off y retomo, que para eso soy la protagonista.

Le devuelvo la sonrisa a Sergio con un poco de retraso. Y él agacha la cabeza, contento. Parece un perrillo satisfecho porque ha recibido la caricia que estaba esperando. No lo hago queriendo, es que cuando lo veo, me pongo a pensar en mis cosas… bueno, en realidad son nuestras cosas pero él no lo sabe (o no sé si lo sabe), y se me va el santo al cielo y tardo en devolverle el gesto. Es como un pequeño ritual y también como una especie de código que tenemos entre nosotros, que nos comunicamos sin palabras, sin decirnos lo que realmente pasa por nuestras cabezas porque seguramente eso sería muy perturbador y no queremos estar incómodos. Todo esto hace que nuestra relación sea especial aunque no declarada. Siempre hemos tenido muy buena sintonía. Bueno, siempre no. El año pasado hubo un trimestre que no. Por culpa de Amalia.

Mira, es solo acordarme y ya me está sabiendo el café un poco amargo ¡Hay que ver la Amalia, vaya fin de curso que nos dio! Vino a sustituir a doña Rocío que se puso mala con una baja de esas de larga duración. La chica venía muy bien recomendada. Era venezolana, o mitad venezolana, porque su padre era español. Una chica de mi edad dulcísima y muy guapita, con una cara de niña que la hacía parecer más joven aún. Dos ojos redondos grandes y oscuros, lo que sumado al tono de su piel color canela, la hacía parecer un peluchito. Parecía tan joven y tan indefensa que rápidamente se ganó el cariño y la confianza de todos.

Era muy inexperta a pesar de que llevaba ya tiempo haciendo sustituciones, lo que debió hacerme sospechar al principio, lo que pasa es que como una va sin maldad ninguna, pues no se da cuenta del peligro. En apenas una semana se había ganado todo el mundo, empezando por mí misma. Yo trataba de enseñarle y de protegerla. Rápidamente nos hicimos íntimas y nos lo contamos todo. Yo, a veces, como la veía un poco agobiada le hacia los turnos de patio mientras ella descansaba tomándose una infusión y charlando con el resto de profesores y también con Sergio. También le echaba una mano corrigiendo exámenes, haciendo las fichas de los chicos y preparando las evaluaciones. Le costaba mucho a la pobre así que al final acababa yo haciendo mi trabajo y el suyo, pero no me importaba, parecía que por fin tenía una buena amiga.

El problema era precisamente ese, que era muy espléndida regalando su amistad a todo el mundo, que tampoco hay que ser tan generosa y tan desprendida. De cada uno obtenía lo que le interesaba e incluso, se plantearon seriamente la posibilidad de darle plaza fija y eso que no llevaba ni un mes. A mí me costó cinco años conseguirla.

Como yo era su amiga íntima, fui la que primero empezó a sospechar que no todo era trigo limpio en Amalia. De trabajar no sabía demasiado, pero de hombres y cómo manejarlos, mucho. Me sorprendió ver cómo le tenía hecha una radiografía a cada uno de los que nos rodeaban, jóvenes, viejos... Todos, hasta el chico que traía los suministros. Yo apenas hablaba con él pero ella, en nada de tiempo, ya se enteró que tenía una novia, que habían estado a punto de casarse pero que habían discutido, que ahora se estaban dando un tiempo para pensarlo y también que el chico no lo tenía nada claro. Que la novia debía ser un poco boba: un muchacho tan majo y tan bien dotado no se deja escapar así como sí.

Yo tarde en darme cuenta del detalle, pero al final caí en preguntarle que como sabía ella que estaba bien dotado y además era circunciso. Me comentó que por la forma que le hacía el paquete en los vaqueros. Que de ahí se pueden adivinar muchas cosas como grosor, tamaño, si tiene prepucio…

- Pero ¿cuándo lo has visto tú en vaqueros le pregunté?

- Bueno, es que me ha invitado un par de veces al cine.

Y lo decía con esa carita de inocente, pero los ojos se oscurecían un poco más y se le ponía una mirada como de gata, que a los demás engañaba pero que a mí no, yo ya me di cuenta que ni tan inocente ni tan tonta.

Pero lo que peor me sentó fue que estropeara nuestra relación especial. No la suya y la mía, si no la que yo tenía con Sergio. No voy a decir que fuera ligerita de ropa, porque en un colegio concertado religioso no se lo hubieran permitido, pero había gestos que hacía, palabras que decía y miradas que lanzaba que me confundían al bueno de Sergio.

Por primera vez, él estaba más pendiente de otra que de mí. Y ella se permitía muchas familiaridades, como ponerle la mano en su brazo cuando él hablaba, decirle cosas al oído con sus labios rozando la oreja (casi como si le estuviera dando un beso), estableciendo contacto con sus cuerpos cuando se acercaba a su mesa a ver que hacía o lo que estaba escribiendo en el ordenador, que curiosa era un rato…El Pobre Sergio estaba descolocado y un poco confundido.

En fin, que yo, como creía que éramos muy buenas amigas, trate de hablar con ella y hacerle ver como tenía que comportarse para que las cosas le fueran bien en el colegio, pero para mi sorpresa no hizo ningún caso ni propósito de enmienda. Es más, hubiese jurado que se reía por lo bajo.

- No te rías.

- No me río

- Sí, sí te estás riendo de mí.

- Que no, tonta, que son imaginaciones tuyas.

- Pues lo serán pero haz el favor de no reírte.

- Vale, vale.

Y desde entonces ya no fuimos más amigas, porque me di cuenta que varios de los pecados capitales habitaban en aquel cuerpecito pequeño pero hermoso, aunque me parece me fui la única en ese momento en apercibirme de tal cosa.

Cuando llegó el fin de curso no le renovaron porque doña Rocío, después de las vacaciones ya vino curada y a la siguiente oportunidad que hizo falta alguien, resulta que cuando la avisaron ya estaba trabajando en un instituto, muy bien recomendada, que hasta me contaron que se había hecho la mano derecha del director.

En fin, después de todo me alegro por ella y por nosotros, porque estamos más a gusto sin Amalia. Si tuviera que valorarla tendría que contar hasta veinte y morderme varias veces la lengua. Porque no soy de decir palabrotas y a mí me han educado muy bien, pero es que me cagaba en la puta madre que la parió, menuda zorra cabrona.

Bueno eso es lo que me pide el cuerpo decir, aunque no lo voy a decir porque en realidad yo no guardo rencor a nadie. Pero es que me dolió mucho que durante tres meses estuvo atontado al pobre de Sergio, a mí haciendo su trabajo y luego, encima, resulta que yo le había contado todas mis intimidades. Lo que más me molestaba era que se riera pero en fin, volviendo a hoy, las cosas ya son normales.

Las dos monjitas que no hacen turnos de patio porque ya están muy mayores pero siguen dando clase de religión y de música, dormitando en una esquina de la sala de profesores, en sus respectivos sofás; el director acelerado porque la semana que viene tenemos inspección y no las tiene todas consigo; la mayoría de los profesores y profesoras mirando el reloj y pensando (como todos), en qué rápido se pasa el recreo y que todavía nos quedan otras tres horas hasta que toque el timbre, y una hora más por la tarde después de comer, con las extraescolares; la profesora de inglés pegada a la ventana mirando al infinito, seguramente pensando (aunque no lo dice) en la última oportunidad que tuvo para echarse novio, hace casi veinte años, que desaprovechó por considerarlo poca cosa para ella y ahora parece darse cuenta que mejor poca cosa que una cama vacía; y Sergio, que me mira feliz porque yo he vuelto a dirigirle la palabra después de haberlo castigado el primer mes de curso, fustigándolo con el látigo de mi indiferencia.

Que eso de fustigar es en sentido figurado y metafórico, claro, pero que algunas veces me imagino a mí entrando en su despachito, cerrando la puerta y dándole una buena torta por casquivano y estúpido al dejarse influenciar por una tipa como Amelia. Él me mira sorprendido pero no dice nada, solo baja los ojos y se mira los zapatos como pidiéndome perdón.

Aquello me pone mucho y decido perdonarlo. Estamos solos en el colegio, no hay nadie más porque ya es tarde y ese día por distintas circunstancias se ha ido hasta el director. Entonces, una vez que lo perdono, se me pasa totalmente el enfado y ya solo queda esa excitación que me provoca el haberle golpeado y humillado. Como no quiero hacerlo sentir mal durante un segundo más, lo siguiente es una caricia en el pelo. Entonces, alza la cabeza y mira, se levanta y me coge por la cintura y luego acerca sus labios a los míos para darme un beso. Yo, primero se lo doy por no decepcionarlo, pero luego le vuelvo a cruzar la cara. Eso sí, sin apartarme y manteniendo el contacto de nuestros dos vientres juntos.

Él parece un poco confundido, sin saber muy bien que hacer. Es que hay que ver que torpes son los hombres, incluso cuando estás fantaseando con ellos. Entonces yo meto las manos debajo mi falda y me saco las braguitas. De un manotazo tiro suelo el teclado y todos los papeles que tiene encima de la mesa para hacerme sitio. Me tumbo y me abro de piernas como si estuviera en el ginecólogo. La falda queda por encima de mi vientre y yo no escondo nada, estoy totalmente expuesta.

- Con la boca: házmelo con la boca - le ordeno.

Sergio bucea entre mis muslos. Siento su aliento recorrer las paredes interiores hasta que se concentra en mi clítoris. Espero ansiosa la llegada de su lengua y mi coño se hincha al contacto. Lo hace bien, por lo cual supongo que tendrá práctica: seguro que en casa lo hace también Habrá practicado sin duda con su esposa. Lo cojo del pelo y tiro un momento hacia atrás para que pare.

- ¿Cuál te gusta más: el mío o el de tu mujer? - le pregunto

- ¿Qué coño está más rico? – le insisto.

- El tuyo - responde sin dudar, lo cual hace que casi me corra.

Intenta continuar y yo le doy otro sopapo, esta vez en la oreja. Se enfada y tira de mí hasta ponerme de pie, me da la vuelta y me sube la falda mientras me empuja contra la mesa. Me quedo ahí tirada con el culo en pompa y tocando el suelo con la punta de los pies, mientras oigo como se baja la cremallera. Segundos después noto su verga buscar entre mis nalgas la entrada a mi coñito.

Por fin parece que ha reaccionado. Estoy muy mojada y siento que me la mete del tirón dilatándome la vagina. No sé si es grande o pequeña porque no se la he visto nunca y yo no sé calcular como hacía Amalia, pero me noto muy llena. Sergio embiste ciegamente, sin detenerse y por un momento me preocupo pensando que me va a llenar de semen y posiblemente me pueda preñar, pero eso, por algún motivo deja de preocuparme y me provoca más placer, quizás porque como es mi fantasía, sé que nada va a salir mal.

Meto como puedo la mano entre las piernas, llego a mi pubis y me toco el clítoris que está hinchado y duro, mientras él sigue bombeando hasta que se corre con un alarido. Sus dedos se aferran a mis nalgas y su verga escupe leche caliente mientras yo llego también al clímax. Cuando se retira me deja allí tumbada, con las piernas colgando y el esperma resbalando fuera de mi vagina, en gruesos goterones que van mojando mis muslos y cayendo sobre el suelo.

- Idoia ¿vemos lo de las encuestas?

- ¿Qué?

- Que si vemos lo de las encuestas, que lo tengo ya mecanizado solo para que me digas si está bien antes de imprimirlas.

Uff, tengo que dejar de fantasear: otra vez me ha pillado descolocada.

Sergio me mira sin entender muy bien lo que me pasa. Pobrecito, si supiera lo que hasta hace un momento estaba imaginando…

- Sí, claro - respondo y lo sigo por el pasillo hasta su despacho.

Me siento muy rara pero a la vez muy conectada con él hoy. Me acuerdo de Amalia y como se comportaba ella: ahora entiendo un poco más por qué conseguía tenerlos a todos pendientes. Sergio se sienta en su mesa, toca una tecla y despliega un formulario que ha escrito en Word para que las niñas marquen una serie de cuestiones.

- ¿Te parece bien como queda así?

Yo hago como que me fijo pero en realidad no veo nada. Supongo que debe haber incorporado todas las cosas que le dije pero mi mente está todavía en la fantasía que acabo de soñar. Me ha follado encima de esa mesa y ahora resulta que lo tengo a dos centímetros de mí, que lo puedo oler, que casi lo puedo tocar…Y ¿por qué no?

Aprovechando que él no me mira, me desabrocho un botón más del vestido y me pego contra su hombro, que queda casi a la altura de mi pubis. Puedo sentirlo estremecerse. Es la primera vez en todos estos años que tenemos un contacto físico tan evidente. Yo también noto como mil hormigas recorren mi cuerpo. Mantengo el contacto unos segundos más mientras hago como que leo y luego me separo.

- Así está bien Sergio, muchas gracias, sácame una copia y vemos cómo queda impreso.

Lo oigo tragar saliva y le cuesta volver a mover el brazo derecho. Está como tonto, como si no encontrara el botón de imprimir en la aplicación. Se ha quedado del todo descolocado por lo que acabo de hacer, lo que me provoca un cierto gustito que hasta ahora nunca había sentido y es nuevo para mí.

Imprime la copia que yo recojo de la impresora. La pongo sobre la mesa y me agacho para leerla. Mis pechos quedan frente a él: no son muy grandes y con el sujetador conteniéndolos abultan poco, pero al menos puede ver el canalillo.

- Ha quedado muy bien Sergio ¿me sacas veintisiete copias?

- Sí claro, ahora mismo te las llevo a clase.

- Muy bien, gracias.

Salgo aparentando seguridad pero me tiemblan las piernas mientras camino por el pasillo. De repente me he puesto muy nerviosa y la vejiga me pide que desagüe. Entro al aseo de profesoras y me siento sobre la taza. Orino ininterrumpidamente durante bastante segundos y cuando me limpio con papel higiénico, percibo que hay rastros también de flujo. Me fijo en las braguitas y veo que están húmedas.

Por un momento me apetece masturbarme allí mismo pero las niñas ya deben estar entrando a clase, así que salgo disparada. Cuando llego ya están todas sentadas. A los pocos segundos entra Sergio y me deja sobre la mesa las fotocopias, apenas se atreve a mirarme.

Cuando está llegando a la puerta lo llamo:

- Sergio, que muchas gracias por el trabajo.

El vuelve la cabeza y ahora sí, me sonríe.

- De nada, Idoia.

Continuará...
 

sweetluis5g

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ICIAR II​


Esa noche, después de cenar, Idoia se va temprano su habitación. Tumbada en la cama todavía se sorprende de su atrevimiento. Se recoge el camisón para estar más cómoda y se tapa con una fina sábana, no vaya a ser que a su tía le dé por entrar. Luego, sus dedos se desplazan a su entrepierna y juguetones se entrelazan, haciendo círculos con el vello púbico. Mientras rememora los sucesos del día, algunos imaginados y otros reales, vuelve a construir la fantasía desde el momento en que la dejó en el aseo de profesoras.

El contacto con Sergio esta vez ha sido real, aunque muy leve y corto ha podido sentir la dureza de su cuerpo y de nuevo un temblor la recorre. Ahora dispone de tiempo y de intimidad. Sus dedos, sin prisa pero sin pausa, recorren su vulva mientras reconstruye la escena de ella tirada encima de la mesa, viendo al secretario bebiéndose su néctar, para después darle la vuelta y empitonarla con fiereza desde atrás.

Cuando llega la parte en que él eyacula, está tan mojada que parece que de verdad la han inseminado con un buen chorro de semen. Idoia se corre con un par de dedos dentro mientras presiona con el pulgar de la otra mano su clítoris. Mueve los pies y da varias patadas mientras se muerde un labio para evitar gritar. Es la mejor paja que se ha hecho en mucho tiempo. Cuando termina, su cuerpo se relaja bruscamente abandonando la tensión que lo invade y se queda desmadejada y religada con la ropa de cama. El camisón está empapado de sudor. Se destapa y se duerme abrazada a la almohada ¡Como le gustaría estar ya casada y no dormir nunca más sola!


Al día siguiente apenas tengo oportunidad de coincidir con Sergio. No todos los días surge una excusa para compartir un momento de intimidad a solas y no quiero forzar la máquina. Allí todos están muy aburridos, nadie pierde detalle de lo que pasa y lo último que quiero es estar en boca de los demás. Espero. Si algo me han enseñado quince largos años de noviazgo es a tener paciencia.
La oportunidad se presentó ayer. A la hora de la salida me hice un poco la remolona y me quedé de las últimas. Sergio, que hace también las funciones de conserje, se dispone a cerrar el colegio. Está lloviendo y yo sé que siempre viene en bicicleta. Decide esperar un poco pero yo le ofrezco llevarlo en coche.

- Mañana también te puedo traer que me pilla de paso. Si no llueve, ya te puedes volver en bici y así no tienes que venir a recogerla.

Sergio está de acuerdo de modo que los dos muy juntitos bajo mi paraguas, nos acercamos a mi pequeño C3. Entre risas vamos esquivando los charcos: parecemos nosotros los escolares. Cuando me siento, me arremango el vestido bastante por encima de las rodillas.

- Necesito tener las piernas libres que si no me hago un lío con los pedales - le digo mientras él asiente con sonrisa boba y trata de no fijarse en mis muslos. Sin conseguirlo claro, porque una vez que voy con la vista al frente y concentrada en conducir, soy consciente que se le va la mirada.
Lo dejo cerca de su casa sin que haya sucedido nada más. De camino a la de mi tía empiezo otra vez a soñar despierta. Me imagino que Sergio me pide que lo baje a su garaje para no mojarse. Allí está oscuro y apenas hay coches. Me ordena que aparque en un rincón, el más apartado y escondido. Yo apago el motor y corto las luces. Entonces, todo se queda en tinieblas. En ese momento siento su mano sobre mi rodilla. La pone y espera mi reacción. Como no hago nada, la va subiendo poco a poco.

Cuando llega a mi sexo presiona levemente para separármelas. Yo me dejo hacer como si fuera un maniquí, sin ofrecer resistencia pero tampoco sin tomar ninguna iniciativa. Después del intercambio de tortas del otro día, esta vez prefiero ir de tranquila. También es que no sé por qué pero me pone estar allí y dejarme hacer, como si yo no quisiera pero queriendo en el fondo. Me da muchísimo morbo estar en aquel lugar apartado y oscuro, con Sergio metiendo sus dedos en mi coño y bajándome los tirantes del vestido para acariciarme las tetas, sabiendo que cuatro pisos por encima está su mujer merendando, o tal vez terminando de echar la siesta. Me da un poco de reparo la verdad, pero es tan excitante que decido permitirme esa pequeña maldad, al fin y al cabo es mi fantasía y puedo hacer lo que quiera.

Sergio tumba el asiento hacia atrás y me levanta del todo el vestido. Con dificultad me quita las bragas y luego las guarda en el bolso donde lleva la fiambrera con el almuerzo, porque ahora está a dieta y no se queda en el comedor. Eso también me pone muy tontina: me lo imagino luego por la noche, encerrado en el cuarto de baño y masturbándose con las bragas en su mano.

Ahora estoy tumbada y él puede recorrer mi cuerpo a placer, deteniéndose donde más le gusta que es también (curiosamente) donde me gusta a mí. Es como si tuviéramos telepatía, yo pienso: introdúceme un dedo y él lo hace. Pellízcame un pezón… y la caricia llega exactamente con la intensidad que yo deseo, ni muy flojo ni muy fuerte. Y así hasta que yo ya no puedo más, pero como me estoy haciendo la estatua no puedo hablar ni moverme, no vaya a ser que rompa alguna regla que no hemos pronunciado siguiera y entonces la fantasía se desvanezca con la aparición de algún vecino o alguna otra sorpresa inesperada.

Parece que la telepatía deja de funcionar pero me concentro muy fuerte y le lanzo mensajes: “fóllame, fóllame, fóllame, fóllame, fóllame…” ¡Qué bien poder pedir lo que uno desea aunque solo sea gritando para dentro! Cuando hablas para dentro de ti suena cien veces más fuerte que si lo gritaras por la ventana.

Sergio, finalmente parece captar mis emisiones y hace el intento de subirse encima.

- No, no - le grito sin hablar. Yo sé que es tarea imposible y más en un coche tan pequeño. La de veces que ha estado con Samuel cuando empezábamos de novios. Tantas que al final ya tenemos cogida la postura de él sentado en el asiento de atrás y yo subida encima, que es la única que medio se puede.

Al final le cogí manía a hacerlo al coche y a sentarme encima. Conforme pasa el tiempo el fuego se apaga un poquito y ya una busca comodidad, que a mí de mi cama que no me saquen menos si es una fantasía, claro, o es con otro chico distinto que así la novedad sí que gusta. Sí, en estos casos no me importa imaginarlo porque cuando fantaseas eliminas automáticamente los inconvenientes.

Pero a pesar de todo no puedo ignorar mi experiencia follando en vehículos pequeños y mi mente trama un giro argumental según el cual Sergio sale del vehículo, tira de mí y luego me obliga a ponerme de rodillas sobre el asiento con el culo hacia fuera. En esa postura mi sexo queda justo a la altura de su verga. Entonces me penetra, como el día del despacho, desde atrás y follándome fuerte, con mucha energía. Yo me agarro a la palanca de cambios con una mano y al volante con otra para intentar mantenerme en el sitio, de lo fuerte que me da. Me gusta y saco el culo para fuera, para seguir recibiendo las embestidas me van metiendo para dentro de coche haciéndome perder un poco el contacto.
Así hasta que nos corremos, esta vez no tengo ni que tocarme. Luego hace algo muy morboso. Yo sigo allí, quieta y sin moverme. Él se aprieta contra mí, estamos enganchados como dos perros que no pueden soltarse. Yo lo vi una vez de adolescente. Estábamos en el campo de mis tíos y dos de los perros que tenía se pusieron al copular. Al acabar no podían separarse. Se quedaron la perra mirando para un lado y el perro en dirección opuesta. En aquel momento me dio un poco de asco pero ahora (no sé por qué), me ha venido a la cabeza.

Pienso con un poco de temor qué sucedería si nos pasara lo mismo en ese instante. Con los músculos de mi vagina hago presión sobre el falo de Sergio, como si quisiera con cada espasmo exprimirle la verga. En una de esas contracciones me quedo bloqueada, agarrotada, reteniéndolo en mi interior sin que él pueda despegarse. Y así nos quedamos: yo con el culo en pompa y Sergio pegado a mí, expuestos a que cualquiera que aparezca por ahí nos pille. La idea de que algún vecino o alguien conocido nos sorprenda me aterra, pero a la vez me excita. Imagino entonces, que en vez de en el sótano de su bloque, estamos en los aparcamientos de un centro comercial donde nadie nos conoce y entonces sí, permanecemos a la vista de todos sin poder ocultarnos y la gente nos señala. Yo sigo notando la verga en mi interior, que sigue igual de dura y cada vez que intento separarme mis músculos se contraen evitando que pueda expulsarla, en una convulsión que a la vez me produce dolor y placer.

Es curioso cómo voy modificando mi fantasía sobre la marcha, buscando ingredientes que la hagan más picante y excitante. Para finalizar un último detalle: la guinda del pastel. Sergio se inclina sobre mí y rebusca en el asiento hasta que da con su bolso y saca mis bragas. Cuando por fin puede desacoplarse, las utiliza para taponar la salida de semen de mi vagina, procediendo a limpiarla. Luego besa la prenda y se la guarda.
Le pregunto qué va a hacer con ellas y me responde que esa noche se va a masturbar pensando en mí, y ellas le llevarán mis olores que volverán a mezclarse con el de su esperma. ¡Dios que subidón! Ya voy a tener material para hacerme pajas durante un mes.

A la mañana siguiente lo recojo con mi coche como habíamos quedado. El escote generoso con un par de botones desabrochados, el vestido más arriba todavía que ayer y unas gotitas de perfume que he añadido y que Sergio percibe nada más entrar. Mientras conduzco no puedo evitar excitarme al saber que compartimos un espacio tan reducido y estamos tan cerca. Rememoro la fantasía y me mojo un poquito.
Ese día, para mí mala suerte, ya no llueve y él se vuelve en bici a casa. Hasta dentro de una semana no vuelve a surgir una buena oportunidad, aunque continuamos con nuestro silencioso intercambio de gestos y maneras. Nunca hemos hablado de temas que no sean relacionados con el trabajo, pero estoy segura que él piensa y siente cosas muy parecidas a las que yo.

Pasados ocho días, este viernes toca excursión. Salir al campo a visitar las ruinas de un puente romano supone un cambio en la rutina que nos agrada a todos, los niños los primeros, pero por otro lado, somos Sergio y yo los que nos cargamos la mayor parte del trabajo y la tensión de estar pendientes de tanto crío. El resto de profesores están demasiado mayores para correr detrás de ellos o siquiera hacer la caminata, así que se quedan junto a al aparcamiento y nosotros vamos con ellos, con las fichas que hemos preparado para leer.

Yo llevo unas mallas pegadas que me marcan todo el culo y los muslos, y se pegan a mi pubis marcándome coñito. Jamás me había puesto algo tan fino y ajustado. Siempre con chándal en las actividades deportivas o al aire libre, pero en esta ocasión me he pasado por la tienda y me las he comprado.

Cuándo me las probaba me daba hasta vergüenza y eso que estaba yo sola en la cabina. Sé que ahora se llevan mucho porque veo a las chicas y a las no tan jóvenes con ellas, haciendo footing por la calle o simplemente saliendo a andar. Así que he decidido darle una sorpresa a Sergio. Me imagino su cara cuando me vea. Por encima llevo una sudadera que me llega casi hasta las rodillas tapándome lo más evidente.

Espero la oportunidad de mostrarme y cuando vamos hacia el puente, que es cuesta arriba, la encuentro, ya que Sergio y yo somos los dos únicos adultos. Transpirando por la pendiente, me quito la sudadera y me quedo en camiseta. Los niños apenas me prestan atención pero observo que Sergio se queda como hipnotizado. Con cada movimiento de mis cachetes veo que se le aguan los ojos. Me mira como miraría un ternero la teta de su madre, con esa mirada entre impaciente y deseosa. Cuando nos sentamos a descansar, yo dejo colgar mis piernas del borde pétreo y las separo para que pueda contemplar a placer, como la fina maya se adapta a mi pubis como una segunda piel, moldeando la figura de los labios y la raja intermedia de mi vulva. Después, me levanto y me sacudo el trasero para despegarme el polvo y las hojas secas. Soy un poco ancha de caderas, pero tengo un buen culo prieto y turgente que vibra un poquito con cada manotazo que me doy.

Pronto iniciamos la vuelta para llegar a la hora del almuerzo, que se supone que el resto de profesores preparan en una pradera que hay junto al parking de autobuses. Yo voy al inicio de la fila, Sergio al final, pendiente de que no haya ningún rezagado que se quede por el camino. Apenas veo al resto de los profesores me vuelvo a encasquetar el chándal. Los demás nos reciben agitando la mano como si llegáramos de Cuba. Hay algo de falso y de impostado en su recibimiento, como si se hubiera acabado para ellos el recreo, que es exactamente lo que sucede. Perezosos, se levantan de las hamacas y organizan las clases para la comida. Yo me hago cargo de la mía. Como después del almuerzo todavía disponemos de media hora antes de la vuelta y los críos están controlados, decido acercarme a ver si ha llegado el autobús junto con Sergio. Estamos un rato hablando de nuestras cosas hasta que a lo lejos vemos que aparece.

Nos volvemos por el caminito para avisar al resto y entonces se me ocurre una nueva maldad. ¿Me atreveré? Pienso, temiendo que esta vez igual es ir muy lejos. Pero mientras mi cabeza le va dando vueltas mi cuerpo ya ha decidido. Yo misma me sorprendo diciéndole a Sergio:
- Oye ¿puedes vigilar un momento? que es que me estoy haciendo pipí…

- Esto, claro, sí, sí - afirma sorprendido como si fuera la primera vez en el mundo que una chica pide algo así.

Yo me aparto un poco del camino para evitar sorpresas y me pongo entre dos matorrales que impiden que se me vea desde el mismo, pero no que Sergio lo haga. El sitio está un poco fuera de la senda, sobre una piedra y como es alto, él sí que puede verme.

Caballeroso o quizás cortado, que son dos principios diferentes pero con un mismo fin, aparta la vista cuando yo me bajo las mallas y también las braguitas. Lo hago de cara a él, fíjate tú, a mí que tanto me cuesta hacer mis necesidades fuera de casa y no digamos ya en el campo, y sin embargo, en ese momento cuando noto el airecito del campo correr por mi vientre y mi pubis, me entra un no sé qué, que hace a mi rajita humedecerse otra vez. Estoy allí de pie, frente a él y con las bragas bajadas, con todo mi sexo al aire y deseo que se dé la vuelta. Me agacho y hago pipí. El chorro sale fuerte y suena sobre la tierra. Sergio, sin duda tiene que estar oyéndome y eso me excita. Me sacudo las gotas y me limpio con un kleenex. Luego me levanto y le digo: “ya casi estoy”, cosa que no es necesario hacer porque él seguramente lo supone, pero consigo el efecto que buscaba y es que gire la cabeza y me mire.

Justo cuando lo hace, me doy la vuelta haciendo como que no me doy cuenta que me está mirando. Le dejo que observe un poco mi culo y luego me agacho para coger las braguitas y ponérmelas. Ahora sí qué debe tener una buena visión de mis dos cachetes y de la magdalena peluda asomando por debajo.

No sé si mira todavía o ha vuelto a apartar los ojos, pero me entretengo colocándome las braguitas y luego me vuelvo agachar para coger las mallas y subírmelas.

Cuando estoy colocada giro un poco la cabeza y veo que Sergio, rápidamente se da la vuelta.

¡Así que lo ha visto todo...Pufff, vaya travesura gorda! Es el primer hombre (aparte de Samuel) que me ve el coño. O que me lo adivina, que en esa postura igual ha visto más culo que otra cosa. Volvemos donde los demás y damos la voz para que se empiece a recoger. Los críos protestan porque se lo están pasando bien, los profesores no, emiten un suspiro de alivio y se apresuran a formar los corros de cada clase, como si fueran perros dirigiendo el rebañito de ovejas.

Ese viernes, cuando llego a casa de mi tía, lo hago contenta. La excursión, el aire puro del campo y todo lo sucedido con Sergio me han puesto de buen humor. Además, este fin de semana viene Samuel a verme. Normalmente alternamos: uno voy yo, otro viene él y de vez en cuando un tercero me quedo aquí aburrida en casa de mi tía, generalmente cuando a Samuel le toca trabajar. Así que preparo una pequeña maleta porque nos vamos a una pensión que ya tenemos reservada y que conocemos de otras veces.

Al principio nos quedábamos en casa de mi tía. Pero la situación era un poquito incómoda porque las tías son un poco como las madres pero sin ser madres (que para algo son hermanas), y les produce cierto resquemor cuando te llevas a tu novio a tu habitación y cierras la puerta con pestillo. Que no te dicen que no, pero que luego te ponen mala cara como si estuvieras haciendo algo malo, cuando en realidad lo único que haces es hartarte de follar. Mi tía se quejaba de que eso no estaba bonito, sobre todo los jadeos y los ruidos que se oían. Que bien mirado, le doy la razón en la parte de que hay que llegar virgen al matrimonio aunque también es verdad que el Nuevo testamento dice eso de darle de comer al hambriento, pero no tenía razón en lo de los ruidos porque para escucharlos hay que pegar la oreja a la puerta, que nosotros éramos muy silenciosos y digo yo, que ¿para qué tenía que pegar ella la oreja? que si lo hacía es porque tendría algún interés, pero ahí no me meto ya.
En fin, que para evitar desavenencias familiares que pudieran expandirse geográficamente hasta dónde vivían mis padres y crear un conflicto indeseado para todos, llegué a la conclusión de que para un fin de semana al mes (o poco más) que le tocaba a Samuel venir, mejor nos buscábamos un hotel. Él, que en esto se maneja muy bien, estuvo mirando por internet uno que fuera baratito y apañado. Y al final tras probar en dos o tres distintos, dimos con uno que estaba muy bien. No os podéis imaginar la de parejas que había allí que tenían problemas con su tía, solo había que escuchar por el pasillo camino de la habitación los gemidos y demás emisiones acústicas de índole sexual.

Bueno pues nada, que por un lado me apetecía ver a mi novio pero por otro, también deseaba mucho estar sola para poder masturbarme, recordando cómo había estado desnuda al aire libre, apenas a unos metros de Sergio. Es lo más atrevido que he hecho nunca en mi vida y esto da de sobra juego para unas cuantas masturbaciones de las buenas.

Al final no os vais a creer lo que pasó. Nuestros encuentros desde hacía muchos meses eran placenteros pero contenidos. Tan contenidos que tras llegar al primer orgasmo ya nos aburríamos y nos echábamos a dormir, o si era temprano, salíamos a cenar o a dar una vuelta. Otras veces nos quedábamos quietos en la cama, oyendo a la pareja de la habitación de al lado que continuaba gritando todavía durante un buen rato y como golpeaban con el cabecero en la cama en la pared. Cómo se notaba que tenían poca experiencia y llevaban poco tiempo de novios, porque les costaba mucho cansarse, no como nosotros, que lo hacíamos bien a la primera y terminábamos rápido. Era un poco como una rutina, que lo haces porque mola, pero vamos, tampoco sin mucho entusiasmo.

Sin embargo, esa tarde yo todavía estaba un poco con el sinvivir que me había dejado el episodio del mediodía ¿Me había visto Sergio el coñito o no? en fin, que venía ya un poco caldeada y con mis hormonas alborotadas.

Total, que cuando nos metemos en la cama después de haber cenado algo y de haber paseado por la calle, a mí se me empiezan a pasar cosas raras por la cabeza. Que yo cuando estoy con mi Samuel, estoy con mi Samuel y estoy pendiente de lo que tengo que estar, como por ejemplo de que tenga bien puesto el condón para no llevarnos sustos y de que se corra lo más rápidamente posible para, a partir de ahí, darme placer yo y acabar también, pero lo cierto es que en ese momento la cabeza se me iba a los últimos acontecimientos.

Estaba aquí, abierta de piernas, con Samuel penetrándome, mirando hacia el techo, pero no era Samuel, ni era un colchón, ni eran las grietas y los desconchones de la pintura en el techo, ni tampoco el ruido del tráfico. En realidad estaba con la espalda tendida en un lecho de hierbas y hojas secas, viendo las nubes correr por el cielo, oyendo el rumor de un arroyo cercano y era Sergio el que me penetraba mientras lejos, muy lejos, se escuchaban los gritos de los chicos y chicas jugando. La sola imaginación de que eso hubiera pasado o pudiera pasar, el solo pensamiento de que Sergio me hubiera cogido sin dejarme subir las mallas y con mi coño todavía goteando pipí, me hubiera arrastrado a una pradera oculta, me hubiera arrancado los pantalones y me hubiera poseído allí mismo, hizo que algo se revolviera dentro de mí.

Empecé a gemir y el gemido se convirtió en jadeo; y el jadeo en grito; y pronto abrí aún más mis piernas y me engarcé a la cintura de Samuel pidiéndole más, más, más...él se quedó muy sorprendido pero continuó y entonces pasó algo muy extraño, y es que por una vez me corrí yo antes que él ¡Y menuda corrida! incluso los de al lado se callaron para escucharme. Juraría que hasta pude oír aplausos.

Luego me sentí un poco mal cuando se pasó todo, básicamente me vi a mí misma como una egoísta porque yo, nunca les había aplaudido a ellos a lo largo de todo este tiempo mientras los escuchaba tener sus propias apoteosis. Bueno y también un poco por Samuel, que se quedó algo descolocado y pensativo aunque no se atrevía a preguntarme a que había venido aquello, si él no había hecho nada más que lo de siempre.

El caso es que yo le di muchas vueltas al asunto, supongo que igual que el primer homínido cuando vio que con chispas que hacía saltar chocando piedras, de repente prendía una ramita y se formaba una buena candela.

¡Eureka! ¡Si trasladaba mis fantasías al momento en que Samuel y yo hacíamos el amor el resultado era explosivo!

Ahora bien ¿aquello era legítimo o de alguna forma yo le estaba poniendo los cuernos a mi novio? Porque una cosa es masturbarte tú a solas, pensando en otros, imaginándote cosas y otra muy distinta es que justo cuando tu novio te la está metiendo hasta lo más profundo, tengas en mente al secretario del colegio.

Como me conozco y sé que cuando le doy muchas vueltas a las cosas acabo liada y con dolor de cabeza, decido no pensar tanto y simplemente disfrutar del hallazgo. Si yo disfruto y Samuel también ¿que importaba todo lo demás?

Esa noche no pegué ojo porque estaba muy inquieta por todos estos acontecimientos y también (la verdad sea dicha), porque me apetecía follar otra vez. Quería probar, no fuera a ser que aquello simplemente constituyera la novedad y luego nada de nada. La verdad, me preocupaba un poco que solo hubiera sido una ilusión pasajera. Bueno, pues que me pegué toda la noche dando vueltas en la cama sin poder dormir y tentada estuve de irme al baño y masturbarme. Pero me aguanté las ganas y nada más despertarse Samuel, ya estaba yo como una perra en celo restregándome contra él. No cariñosamente, como solíamos hacer al despertar, sino con el camisón subido y frotando mi mata de pelo contra su muslo, a la vez que mi mano buscaba su sexo. Me encuentro que, como le suele pasar, la tiene tiesa. Siempre se levanta con una erección, al menos cuando duerme conmigo, así que me meto pues debajo de la sabana y lo masturbo a la vez que me meto el glande en la boca. Esto también es una novedad que se me acaba de ocurrir, porque siempre hago una cosa o la otra, no vaya a ser que me lie: o chupo o le hago una paja.

Pero esta vez no, en esta ocasión me arriesgo a simultanear y por un momento temo que se corra en mi boca, aunque luego está posibilidad me hace sentirme extrañamente excitada. Como si lo quisiera y lo temiera a la vez.

El tema es que paro, le coloco yo misma el condón, que ya sé que es una usurpación de sus funciones por que lo hace él casi siempre, pero es que el autobús viene con prisas y yo no estoy para esperas. Me subo y lo cabalgo. Me acuerdo de cuando lo hacíamos en el coche, que era muy incómodo y un coñazo pero ¡vaya cómo eran nuestros primeros polvos! tenían ese no sé qué de excitante y de nuevo.

Pero pasados unos segundos, ya no es a Samuel quién veo, si no a Sergio en mi coche y en el aparcamiento, los dos follando, conmigo encima dirigiendo su batuta. Por cierto ¿cómo la tendrá? me imagino qué es como la de Samuel pero más gorda, que ocupa más espacio en mi vagina, que me llena más.

Ese simple pensamiento hace que lo folle con más dureza y determinación, dando unos sentones que resuenan por toda la habitación. Samuel se corre casi al instante, pero yo no me bajo, sigo, me llevo la mano a mi vulva y me restriego furiosamente hasta alcanzar el orgasmo.

Me quedo allí subida, empalada, sudorosa y jadeante. El pelo se me pega a la cara y temo quitármelo, porque no quiero mirar directamente a los ojos de mi novio. Temo que descubra mis pensamientos y no los entienda bien. Tal vez debería explicárselo yo. Eso sería lo mejor. Pero entonces, cuando aparto mi cabello y establezco contacto visual, me doy cuenta que sonríe con los ojos cerrados.

Me recreo durante un momento en su cara mientras muevo lentamente mi pelvis y siento su verga aún dura. A pesar de haberse corrido no se le baja la erección. Sea lo que sea lo que piensa de lo que acaba de suceder, es mejor que cualquier cosa que yo le pueda contar, así que me callo.
Ese sábado estamos los dos de buen humor, felices como cuando éramos novios. Que no digo que no lo fuéramos ahora, pero que con el tiempo es una felicidad un poquito más apagada y hoy hemos recuperado la chispa. Paseamos por la ciudad, visitamos un museo, almorzamos en un mesón que pone unos callos exquisitos y unos revueltos de habitas con jamón que a mí me gustan mucho. A pesar de que la costumbre dice que no repetimos hasta por la noche, nos vamos a echar la siesta al hotel y volvemos a fornicar. Y esa noche otra vez y el domingo por la mañana también, hasta que dejamos la habitación. Y también hubiéramos fornicado antes de que cogiera el tren si la casa de mi tía hubiera estado vacía.

He tirado de todo el repertorio de mis fantasías para hacerlas coincidir con los coitos que hemos practicado. Yo, con Sergio en su despacho; con los dos chicos Erasmus; con el chico negro y también con Samuel, que nos sorprendía y se unía a la fiesta. El domingo por la noche estaba cansada pero a la vez excitada, igual que los niños pequeños después de un cumpleaños. Tuve que masturbarme de nuevo para poder conciliar el sueño y fue un poco como el sueño del ángel, ese que dicen que tienes la primera vez que haces el amor. El día qué Samuel me desfloró yo no tuve ningún sueño, pero el domingo por la noche sí. No recuerdo muy bien lo que era porque hay sueños que son tan buenos que no dejan huella, solo sé que dormí de un tirón y era feliz.

Por la mañana me desperté adormilada y como siempre, tras apagar el despertador, me di una ducha para espabilarme. Me rocé con la esponja en mis partes y no pude evitar la tentación de mirármelas en el espejo. Tenía el coñito un poco irritado y sensible, todavía no estoy acostumbrada a follar tanto ni tan intenso. Un arañazo marcaba uno de mis pechos, justo por debajo de la aureola, no recuerdo cómo me lo hice, si fue Samuel o fui yo.

Para ser lunes estoy muy animada y mi cabeza no deja de dar vueltas a pesar de lo temprano que es. Se me ocurren mil cosas y me tengo que sentar un poco para poner orden en mi mente. Estoy contenta por ver a Sergio y trato de imaginar cómo podría provocarlo después del viernes ¿Qué más podría hacer después de haberle enseñado casi todo?

Cuando abro el armario elijo una camisa discreta pero que se me queda ajustada y una minifalda que apenas he usado un par de veces, siempre con Samuel. Es demasiado atrevida para llevarla al colegio pero aun así me la pongo. Selecciono unas braguitas tipo tanga que todavía no he estrenado. De esas que te compras para darle una alegría a tu novio, pero que como también hay que estar alegre para usarlas, al final nunca las estrenas porque siempre las dejas para una ocasión especial y ésta nunca llega. Cuando me las pruebo, compruebo que me quedan pequeñas ¡hace tanto que las compre...! Apenas me tapan el pubis, me dejan todo el culo al aire y un fino hilo cubre mi rajita, dejando ver los labios de mi coñito. Solo una delgada tira de tela con pelos a los lados, que casi se mete por el valle que forma la entrada a mi vagina. Tengo la sensación de que a poco que ande con ellas, se van a perder dentro y va a ser como si no tuviera nada puesto. Cubro todo el conjunto con un gabán largo que no pienso desabrocharme hasta que no llegue a la clase.

En el coche voy escuchando música. Cuando paro en un semáforo, aprovecho para darme un poco de brillo de labios. Me sorprendo a mí misma sonriéndome. Me siento optimista y feliz por iniciar mi jornada laboral ¡Qué sentimiento tan desconocido para un lunes por la mañana!

Al llegar al colegio le pongo ojitos a Sergio que está en la puerta controlando el acceso. Mientras reúno mi fila de alumnas, observo que me mira y yo le hago un gesto con la mano, antes de cerrar la marcha de mis chicas hacia la clase. Cuando llego allí, me quito el gabán y me pongo la bata que uso para la clase de manualidades, abotonándola por delante mientras oigo a algunas de las chicas murmurar y también risitas sofocadas. A las muy petardas no se le escapa ni un detalle, tendré que tener cuidado.

- ¡Silencio! – Ordeno - y ahora sacad los cuadernos que vamos a corregir los ejercicios que mandé ayer.

Las dos primeras horas transcurren entre polinomios, sistemas de ecuaciones y cálculo de áreas. La tercera damos lengua y la dedicamos a hacer análisis sintáctico de oraciones. Cuando llega el momento del recreo, tengo yo casi más ganas que las niñas de salir de la clase.

Voy a la sala de profesores pero Sergio todavía no ha llegado, así que me dirijo a su despacho. Ahí está enfrascado con el ordenador. Me mira y se alegra de verme, sobre todo teniendo en cuenta que antes de entrar me he abierto la bata y mis muslos son visibles hasta muy arriba.

- Sergio, voy al archivo a coger los mapamundis para clase de geografía.

- Te los alcanzó yo…

- No, no te preocupes, tú sigue con lo tuyo - Sé que los mapamundis están en un estante a dos metros.

- Me quito esto - digo mientras dejo la bata en una silla - no me vaya a tropezar al subir a la escalera.

El me sigue con la mirada mientras entro al archivo y subo los peldaños de la escalera.

- Sergio, solo hay estos dos.

Él se levanta y se acerca mientras yo siento que el corazón me late más deprisa.

- Sí, uno físico y otro político.

Efectivamente hay dos pósteres de gran tamaño enrollados. Yo ya lo sabía pero me apetece tener a Sergio abajo, contemplando mis muslos mientras levanto una pierna y la pongo un par de peldaños más arriba a la vez que tomo los posters ¿Me estará viendo el tanga?

- Toma - le digo mientras se los alargo.

Los toma y los pone apoyados en la escalera, sin moverse del sitio y sin perderme de vista, mientras yo me recreo todavía unos momentos más en lo alto. Cuándo empiezo a bajar, sucede. Me pilla por sorpresa y por un momento no soy capaz de reaccionar. Una de sus manos se apoya en mi muslo y suavemente me lo acaricia. Me quedo bloqueada, justo sobre el último escalón antes de pisar el suelo. Un tremendo calor me invade. Quiero decir algo pero no puedo, tengo la garganta cerrada, me falta el aire. Con cierta brusquedad, como si no coordinara mis movimientos, me dejo caer al suelo y la mano que permanece en mi pierna sube. Queda ahora justo en mi nalga, por debajo de la minifalda. Sigo intentando hacer o decir algo pero no me resulta posible: mi cuerpo tiembla y yo siento una especie de mareo.

Sergio me toma y con decisión me empuja contra la estantería, levantándome la minifalda. mi culo queda expuesto completamente. El hilo del tanga enterrado entre mis cachetes y mi coñito apenas tapado, aunque no sé si desde atrás se puede ver. Ahora son sus dos manos las que separan mis nalgas a la vez que las acarician. Noto una punzada fuerte en mi sexo que reacciona ajeno a mi voluntad. Un cosquilleo me indica que mi clítoris se está estirando y llenando de sangre. Debo tener la cara totalmente colorada porque noto la sangre bullir en mis sienes.

Al final, consigo liberar parte de la opresión del pecho y a pesar de los nervios consigo aclarar mi garganta y reaccionar. Me giro rápidamente y a la vez le suelto una bofetada a Sergio. Le doy fuerte, mis dedos se quedan señalados en su mejilla y sus gafas salen volando y rebotan hasta un rincón. Creo que uno de los cristales ha saltado hecho añicos. Él se queda paralizado con la cara blanca y mientras, yo, aprovecho para bajarme la minifalda y coger la bata.

- Pero ¿qué te has creído? ¿Cómo has podido hacer algo así? ¡Sinvergüenza! No se te ocurra volver a ponerme la mano encima o te denuncio al director.

Me echo la bata por encima y salgo disparada. No sé qué hacer, me tiembla todo el cuerpo… ¡será desgraciado! ¿Que se le habrá pasado por la cabeza? un chaval tan formal y mira tú.

¡No ha entendido nada! y yo que creí que teníamos una conexión especial… ¿Cómo ha podido pensar que quería tener algo con él de verdad? Siento mucha vergüenza y también ahogo en el pecho, es como si me estuvieran dando taquicardias. De repente me entran muchas ganas de llorar. Me voy al servicio procurando no cruzar la mirada con nadie porque ya noto las lágrimas correr por mis mejillas. Me encierro en el aseo y me siento sobre la tapa del váter mientras me desahogo. ¡Jolines! Con lo bien que iba todo y me he tenido que llevar este disgusto.
Menudo sofocón. Lo peor de todo, es que ya no sé si seré capaz de volver a fantasear con Sergio…


FIN
 

sweetluis5g

Virgen
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(VII) Justina​



Justina se abraza a un cojín en el sofá mientras observa con desgana el programa donde un reducido grupo de famosos trata de sobrevivir en una isla del Caribe. Es tarde pero aún no tiene sueño, más bien se le abre la boca de aburrimiento.

Lleva regular lo de estar sola. Su marido está de viaje y hasta el viernes todavía le queda semana sin poder verle el pelo. Hablan todos los días un par de veces, pero claro, no es lo mismo que tenerlo allí. Aunque llevan veinte años de casados, todavía le gusta tenerlo a su vera mientras ve la tele y saber que ocupa su lado de la cama. Y si bien ya no con la frecuencia de recién casados, poder darse un revolcón fuera de agenda (lo habitual es el polvete de fin de semana o de viernes), cuando ella está un poco tontorrona y, ésta, es una de esas noches.

Con el pijama de pantalón largo puesto, el pelo suelto y desmaquillada, Justina se encuentra lista ya para meterse en la cama. No es que tenga una pinta muy seductora pero sabe que si Paco estuviera allí, eso le importaría bien poco. Es posible que no llegara ni al cuarto. Ahora que tienen a su hijo de Erasmus fuera del país, se pueden permitir el lujo de fornicar en el sofá. Eso parece una tontería pero le da un punto de morbo al asunto. Han descubierto que con ella de rodillas y echada sobre el respaldo, da la altura justa para que Paco pueda acometerla desde atrás, procurando una postura cómoda a los dos que les permite follar durante un buen rato, con el ángulo adecuado para que ella la sienta bien dentro. Su marido la agarra por las caderas y le da bien fuerte una vez está lubricada. Se estremece solo con recordar la escena, pero hoy parece que se va a tener que conformar con hacerse un dedo.

De hecho, empezó apetecerle al ver el reality show. Los protagonistas estaban en pleno verano caribeño y tras varias semanas de concurso, ya presentaban un aspecto mucho más delgado y apetecible. En especial hay un chico que le gusta, un cantante venido a menos que ha tenido que buscarse las habichuelas tonteando con los programas del corazón y que ahora está en la isla. La verdad es que no es ningún lumbreras y ni siquiera le gusta cantando, pero desde el día que lo vio con el bañador ajustado tipo tanga, Justina no se lo pierde. Por algún motivo, aquel chaval al que le sacaba veinte años, la ponía cachonda. Y hoy, frente a su vasito de leche y la galleta que toma antes de acostarse, decide recrearse un poco la vista aunque ya es tarde. Mañana le espera otra jornada como funcionaria de la Seguridad Social, atendiendo al público y gestionando altas y bajas. Nada que le apasione.

Apenas aparece el chico en pantalla, desliza la mano entre su pijama y aparta la braguita para tocarse directamente la vulva. Unas caricias y su clítoris reacciona, así como su vagina, que se moja levemente mientras el muchacho se levanta para recibir el veredicto del público. Tiene una barba que lo hace parecer mayor, los músculos bien definidos por el ayuno, la piel morena por el sol caribeño y llena de arena de la playa, que el chico se sacude con parsimonia.

- ¡Oh mierda! - gime cuando se da cuenta de que lo acaban de descalificar y tiene que abandonar la isla. Le acaban de cortar el rollo, se acabó el espectáculo de ver al chico en tanga y el breve resumen de su paso por el programa apenas da, para que Justina tenga tiempo de sacarse un orgasmo.

- Joder - exclama mientras apaga la tele. El único incentivo que tenía ese programa gilipollas acaba de desaparecer. Y aunque luego lo entrevistarán en plató y formará parte de los comentaristas hasta el final, pues como que no es igual verlo vestido, por muy elegante que vaya. A ella le ponía ese tonillo entre canalla y salvaje del chico sin maquillar y semidesnudo.

En fin, que Justina decide acabarse el vaso de leche y retirarse a sus aposentos. Se cepilla los dientes y sin más preámbulo se dirige a la cama. Se quita la parte de abajo del pijama y se arropa, dejando la luz de la lamparita encendida porque, a pesar de todo, aún no tiene sueño. Por un momento piensa en leer un rato para que le llegue, pero no le apetece. Se revuelve inquieta: ¡cómo le gustaría que estuviera allí su marido, vaya rollo lo de los viajes de empresa! Aunque estuviera roncando, sería suficiente para que ella estuviera a gusto y conciliara el sueño, pegada a él. Pero su hombre está a 500 km de distancia dando un seminario de ciberseguridad. La parte buena es que lo pagan bien: solo con la participación en cursos y conferencias han conseguido quitar este año un tercio de la hipoteca que les queda aún pendiente, que no es mucha pero oye, mejor sin cargas. Además, Paco siempre tiene el detalle de destinar una pequeña parte de lo que le pagan de extra a invitarla a cenar el fin de semana inmediato a su vuelta, así que ya cuenta los días para que llegue el viernes. Seguramente, el sábado la llevará algún sitio elegante y podrán disfrutar de una buena comida, unas copas y un buen revolcón cuando lleguen a casa. Pero de momento aquí está, inquieta, con dificultad para dormirse y sola.

Justina sabe lo que necesita: ese amago de masturbación en el sofá podía haberla dejado relajada, le apetece hacerse una paja.

Su mirada va hacia el portátil que está encima de la cómoda del dormitorio. Finalmente se decide y se levanta, lo toma y se mete en la cama de vuelta. Antes de entrar se quita las bragas y luego se tapa con la sábana y una fina colcha, acomodándose con la espalda apoyada en el cabecero y la almohada ejerciendo de mullido respaldo. Entonces, levanta la tapa del portátil activándolo.

El sistema le pide una clave que ella introduce. Tras esperar un minuto a que cargue el sistema operativo, abre el navegador y teclea la dirección de un portal de correo. Es un portal suizo especializado en mensajería encriptada, que ofrece una versión gratuita. Igual que Google y otras plataformas, lleva asociado un espacio de almacenamiento, un disco duro virtual, en este caso de 5 GB. Suficiente para albergar el archivo de 2 gigas y medio que busca Justina.

Se loguea introduciendo el usuario y la contraseña, una combinación de una larga lista de caracteres alfanuméricos que dificultan sobremanera la posibilidad de que alguien pueda acceder al correo mediante un ataque de fuerza bruta. “Nada de poner tu nombre, tu fecha de nacimiento o cualquier otra chorrada de esas”, le ha dicho su marido que ha sido el que le ha generado el passwort y que también le pide que nunca utilice la opción de guardar contraseña. Una vez en su correo accede al disco duro y (una vez más), necesita otra contraseña para desbloquear una única carpeta con el anodino nombre de "informe de gastos y pensiones compensatorias". Cuando lo hace y accede aparece un único archivo que resulta ser un vídeo de cincuenta minutos de duración grabado en alta resolución.

Justina sonríe. Clica dos veces para darle a reproducir mientras su mano derecha desaparece debajo de la sabana, buscando su entrepierna.
 

sweetluis5g

Virgen
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Un mes antes...

Paco apuraba el guiso. La mayoría de los días hacía jornada partida y se quedaba comer en el trabajo, pero el día que tocaban costillas guisadas con habichuelas no perdonaba. Volvía aunque eso le supusiera apenas estar media hora en casa.

- ¿Esta tarde vas al Pilates? - le preguntó a Justina.

- Sí, no te creas que hoy me apetece mucho pero es que no quiero dejar colgada la Patri, que si no voy yo, no se anima.

- ¿Pero no fue el otro día?

- Sí, se estrenó el martes, pero ya sabes que los primeros días está una muy oxidada y si no hay quien te achuche, no cuajas. Venía bastante desmoralizada.

- Pues tiene pinta de ser flexible ¿no se le daba bien estirarse?

- Para Paco, que te veo venir: ahora seguro que llega el chiste

- A ver, que tampoco soy tan malo, lo único que quiero decir es que a Patri le vendría bien un poco de ejercicio de ese del que tú ya sabes

- Todavía está muy reciente lo del divorcio, la pobre no está de humor.

- Precisamente por eso: cuando antes se ponga manos a la obra, antes se le olvida toda esa movida. Lo que tiene que hacer es ponerse ya en el mercado, aunque solo sea para darse un buen revolcón, que eso no le viene mal a nadie. Además con el buen tipo que tiene, candidatos no le van a faltar, va a poder elegir.

- Bueno, no es oro todo lo que reluce. Que a poco que nos arreglamos, los tíos veis una falda y se os va la cabeza.

- ¿Ah sí? Cuenta, cuenta…

- ¡Pero mira que eres!...- le reprocha ella con picardía sabiendo por dónde va. En otras ocasiones han comentado no solo sobre la personalidad, sino también sobre el físico de conocidas, generalmente vecinas y amigas que acuden con Justina al gimnasio, y que ella tiene la oportunidad de ver desnudas en el vestuario o a las duchas. No todas se desvisten y hay algunas que prefieren ducharse en casa, pero en un porcentaje elevado, las intimidades de sus compañeras de gimnasio no pasan desapercibidas.

Justina dice que no siempre lo que se ve vestida es real. Hay mujeres que no se sacan partido y que suelen ir más bien discretas, como es el caso de Mari, la vecina del quinto que siempre va con ropa holgada y poco ceñida. No se suele arreglar mucho, es un poco hippie y tampoco es de las que aparentemente llaman la atención. Pero en el vestuario ha podido comprobar que es una mujer muy proporcionada, con unos pechos grandes, todavía erguidos y perfectamente simétricos. El pezón oscuro despunta cuando la chica siente un poco de frío al salir de la ducha. Tiene un pubis abultado y bonito, enmarcado en dos muslos potentes pero sin un gramo de celulitis. Posee un buen culazo, con una piel tersa y sin estrías, con dos buenos cachetes separados por una raja que ríete tú de la Kardashian. Desde que se lo comentó a su marido este la mira con otros ojos cada vez que se cruzan y le hace un guiño a Justina.

Otras, por el contrario, pierden mucho cuando se presentan al natural, sin el artificio del maquillaje o la ropa. Este parece ser el caso de la Patri. Lo de apuntarse al gimnasio es algo nuevo, la mujer necesita un escape y pensó que eso de acudir con Justina y la otras vecinas al Pilates, podría suponer esa válvula para comenzar a rehacerse tras unos meses muy complicados. Se le nota en las ojeras, en las manchas rojizas provocadas por el rascado compulsivo y en las arrugas recién adquiridas, que su cara sin maquillar al salir de la ducha deja claramente a la vista.

Como dice su marido, la mujer está potente, es grandona con buenos pechos, alta, pelazo rubio y curvas sugerentes. Se combina bien con la ropa: con mallas deportivas y un top ajustado consigue llamar la atención de la parroquia masculina.

- Venga, cuéntame, anda - insiste él.

Y ella, con una sonrisa socarrona, entrando al juego y sabiendo que se va a poner pesado hasta que se lo diga, le explica.

- Bueno, pues tiene un pecho más grande que otro y desviado ligeramente hacia fuera. En muchas mujeres es normal pero en su caso se nota bastante. Tiene más tripa de lo que parece, con una cicatriz de cesárea que la pobre parece que en vez de un cirujano se la haya hecho un carnicero, piel de naranja en los muslos y también tiene un culo irregular con algunos hoyitos. Si la te la encuentras recién salida de la ducha, sin avisar, igual te decepcionas...

- El morbo no depende solo del físico, tú también tienes algún huequito en el culo - responde Paco para provocarla.

- Pues si no te gusta mi culo, a partir de ahora ya no lo ves más…

Él la coge por la cintura y le mete la mano por debajo de la falda, acariciándole los glúteos.

- Te voy a comer esos hoyitos uno a uno...

- Pues tendrá que ser esta noche, campeón, a menos que llames al trabajo y te pidas la tarde libre - le dice ella retadora.

- Hoy no puedo - contesta Paco retirando la mano y dirigiéndose a la cafetera - Tenemos reunión con el director – dice enfurruñado. A él le hubiera gustado hacer doblete: un buen guiso de costillas y un buen polvo con su mujer.

->> Oye, no, en serio, yo tengo un par de separados allí en la empresa que cuando la Patri quiera se los presento. El Juan y el Miguel. Son formales y educados, pueden darle una buena cita....

- ¿El Juan? demasiado formal, para morirse de aburrimiento mejor que se dedique hacer ganchillo... Vaya pelmazo de hombre.

- Pues entonces el Miguel…

- Ese no está mal, me gusta más para ella, al menos para salir una noche a divertirse, pero todavía es pronto… Paco: hazme caso que las mujeres funcionamos distinto. Y por cierto: ni una broma con esto o no te vuelvo a contar nunca más nada.

- Justi, mujer, que trabajo en seguridad ¿Cuándo se me ha escapado a mí algo?

- Por si las moscas - remacha ella, que una advertencia nunca está de más aunque sabe que es cierto: las cosas quedan siempre entre su marido y ella. Forma parte de su intimidad y complicidad el cotillear juntos de los temas sexuales de sus conocidos, pero Paco no es indiscreto.

Su marido se sirve el café y mira la hora: todavía dispone de unos minutos así que en vez de tomárselo de pie, se sienta otra vez con ella. La mira con ojos de cordero degollado y ella se ríe:

- ¿Seguro que no puedes ir más tarde? Igual para un rapidito nos da tiempo... Como cuando éramos novios en el portal - Contesta entre provocadora y burlona. El rememorar esas cosas y que ella le describa episodios de conocidas desnudas, sabes que pone cardíaco su marido. Y luego ella recoge el fruto.

- Los capullos de los jefes han puesto la reunión a primera hora, como todos se quedan a comer hoy...Tendremos que dejarlo para esta noche.

- Lástima, porque me estaba dando ganas a mí también de verte tan "alterado".

- No me lo hagas más difícil, Justi - suspira mientras se apura el café. Luego se levanta, le da un beso, coge su maletín de trabajo y se dirige a la puerta.

Una hora y media después, Justina junto con Patri y dos vecinas más entran a los vestuarios de gimnasio. Dejan sus cosas en la taquilla y cogiendo solo la toalla salen en dirección a la sala del Pilates. Al pasar por la puerta del vestuario masculino saludan a Juan Fran, un conocido del barrio que está allí esperando que salga su hijo.

- Este siempre me hace esperar, es más presumido que cualquiera de sus dos hermanas - afirma guasón.

Las mujeres ríen la gracia.

- A ver, es que los chicos de ahora se cuidan, no como vosotros que no os molestáis ni en peinaros - le suelta Ana, la descarada del grupo.

Justina no puede evitar que se le aparezca en mente Emilio, el hijo de Juan Fran. Un mocetón de 19 años, alto, con la espalda ancha y unos bíceps que parece Popeye. Solo le falta el tatuaje. El chico no tiene muchas luces y va regular en los estudios, pero Justi, que todavía viene un poco inquieta de su casa, no está ahora en modo madre, evaluando el porvenir del joven. Mientras bajan a la sala y ocupan su sitio para la clase, no puede evitar imaginarlo en la ducha. Trata de espantar el pensamiento y de concentrarse en los ejercicios pero le cuesta. Recurre a construir otra escena.

Se imagina a Paco desnudándose frente a la taquilla. El pensamiento parece calmarla, como si antes hubiera estado cometiendo una infidelidad o una traición. En este caso tiene que imaginar poco, reconoce cada centímetro del cuerpo de su marido, pero el saberlo en pelotas, caminando con la toalla hacia los baños, rodeado de otros hombres totalmente desnudos, la pone. Es la situación.

- Justina, hija, que vas atrasada - le recrimina la profesora.

Sus amigas la miran como diciendo “pero ¿dónde tienes hoy la cabeza?”.

Lucía, que está a su lado, le susurra:

- Justi, vas desacompasada, que ya hemos pasado de ejercicio.

- Ya, ya - se disculpa ella y trata de volver a concentrarse en la clase. Esta tarde lo hace todo al revés, provocando las bromas del grupo.

Cuando vuelve a casa, mientras prepara la cena y deja hecha la comida del día siguiente, sigue un poco desubicada. No sabe si es porque le pilla ovulando y con el cuerpo especialmente sensible, pero tiene la libido a flor de piel. La imagen de su marido desnudo pasando entre los cuerpos de otros hombres para ir a ducharse, se le viene una y otra vez a la cabeza.

Nota un cosquilleo en su vulva y hasta los pezones los tiene más sensibles, reaccionando ante el roce con la tela de la camisa ya que no lleva sujetador. Es extraña la suma de reacciones químicas en algunos casos, aparentemente inconexas entre sí, que quedan como suma de ese estado de excitación. Hacía mucho que Justina no sentía ese bochorno interno, esas hormigas recorriéndole la piel, ese vello electrizado. Desde la conversación con su marido este mediodía, al encuentro con el padre del chico y la turbación que le producen esas fantasías recurrentes con el vestuario del gimnasio masculino.

Cuando llega Paco, deja su maletín, le das dos besos y se va directo para la ducha. Aparece tarde y malhumorado: la reunión ha sido larga y pesada, una auténtica mierda, y para colmo, le acaban de asignar trabajo extra. Se lo cuenta todo mientras cenan y luego se sientan un rato a ver la tele, después de recoger la cocina. Su marido mira distraído la pantalla, está con la cabeza en otro sitio, seguramente organizando la semana que viene por delante y anticipando los nuevos problemas asociados al incremento de actividad. Puede casi leerle la mente.

- Anda Paco, vamos a acostarnos y desconecta ya de una vez que casi puedo oír cómo le das vueltas al tarro.

Su marido se cepilla los dientes y refunfuñando se mete en la cama. Todas las ganas y el morbo del mediodía parecen haberse esfumado para él, que ya ni recuerda la conversación que han tenido. Todo lo contrario que Justina, que conserva intactas las ganas, sino mayores.

Cuando Paco se tumba, ella se gira pone un muslo encima del suyo. El brazo sobre su pecho con los dedos jugando a enredarse entre los pelos del hombre. Le da un beso suave en el cuello. Solo le falta ronronear. Paco interpreta correctamente los mensajes, llevan ya veinte años casados, como para no darse cuenta de cuando su mujer le está presentando una solicitud por triplicado para abrir expediente...

- ¿Ahora? - Pregunta como un bobo.

“No, dentro de un mes ¡no te jode!”, piensa ella, pero se abstiene de decirlo. Por el contrario se acerca aún más mimosa.

- ¿Y las ganas del mediodía?

- Después de la tarde que he tenido, Justi...

- Igual puedo hacer que te vuelvan - comenta ella bajando la mano hasta el paquete de su marido. Una primera caricia por encima y parece que no reacciona, luego mete la mano por el slip y le agarra la polla, que tras un breve masaje se hincha, aunque sin ponerse de erecta del todo: se queda semi flácida. “Este todavía está pensando en el trabajo”, masculla, “habrá que sacarle conversación porque si no, no va a desconectar”.

- Paco, no le des más vueltas, mañana será otro día ¿no me preguntas como me ha ido la tarde?

- ¿Cómo te ha ido la tarde cariño?

- Bien, he estado en el Pilates ¿Y a que no sabes qué?

Paco parece que reacciona, barrunta noticias picantes.

- No, dime.

- Eva.

Eva es otra amiga divorciada del grupito de Justina.

- ¿Sigue con lo del Tinder?

- Sí, ayer tuvo una cita.

- ¿Otra?

- Eso le dijimos, lleva tres citas distintas en dos semanas.

- Esa ha dado con un filón, le está sacando el jugo a la aplicación.

- La muchacha tiene todo el derecho a divertirse. Trabaja, saca su casa delante y tirando de dos niños con la pensión que le paga el marido, que es una mierda, así que si quiere desahogarse bien que hace.

- Nadie lo discute, mejor para ella…

- Bueno, de los otros dos encuentros no soltó mucha prenda, ya sabes que es más bien discreta, pero ayer hubo cachondeo porque tenía moretones en el cuello y un arañazo en uno de los pechos.

- ¿Noche salvaje?

- El arañazo del pecho puede pasar pero lo del cuello era un bocado, seguro, y ya sabes cómo es la Lucia, se puso a tirarle de la lengua hasta que la otra tuvo que confesar.

- Vaya ¿Hay detalles? - pregunta Paco súbitamente espabilado.

- Que estuvieron toda la noche dale que te pego. La hermana se había quedado a cuidarle los niños y ella se fue directamente de allí al curro. Le debió ir bien porque con éste dice que va a repetir.

- ¿Detalles más específicos?

- Que no, Paco, no seas pesado.

- ¿Por qué no me das detalles tú a mí? - pregunta ella entre melosa y desafiante.

- ¿Detalles de qué? – pregunta.

- Pues que soy yo siempre la que te cuento. A mí también me gustaría que me contarás cositas.

- Pero si en mi curro nunca pasa nada… cuatro chismes que ya sabes.

- ¿y en el gimnasio? - aventura ella.

- ¿En el gimnasio? - repite él entre incrédulo y sorprendido.

- Si yo te cuento lo que veo de mis amigas, podrías contarme tú algo me las hombres que hay por allí - aventura decidida y permanece expectante ante la reacción de su marido.

- Joder, yo no me fijo en los tíos.

- ¡Venga ya! que vosotros también estáis siempre comparando

- Pues yo no… ¿De qué tío quieres que te hable? - Pregunta escamado.

Ella pone a los ojos para arriba como si estuviera pensando y al final, como si lo hubiera elegido al azar dice:

- Por ejemplo, el hijo del Juan Fran, ese que está cachas ¿lo has visto desnudo?

- Sí - contesta Paco, aunque hace un esfuerzo por recordar porque una cosa es mirar y otra ver.

- ¿El resto del cuerpo acompaña?

- ¿Me estás preguntando si la tiene grande?

- Te estoy preguntando como es desnudo. Yo te describo a mis amigas y bien que te gusta. Si lo único que eres capaz de describirme es si la tiene más grande o más chica, apañados vamos…

- La tiene normal – corta él intentando salir del paso.

- Normal ¿Cómo es? ¿Más grande que la tuya o menos? dame algo para que compare, hombre.

- Como la mía. Bueno, si acaso un pelín más grande, él es más alto.

- ¿Y qué más?

- Pues no sé qué más, no se me ocurre otra cosa que contarte ¿es que te gusta?

A Justina se le ocurren un montón de cosas: si está depilado o no; si los testículos son grandes o pequeños; si está circuncidado o normal…

- Paco, hijo, para ser un experto en seguridad que soso eres describiendo… y no, no me gusta en el sentido que tú piensas, solo nos llama la atención a las del grupito, igual que a vosotros la Patri.

Él piensa un rato y luego dice:

- Daniel.

- ¿Qué?

- El Dani es el que la tiene más grande. Ya te he dicho que yo no me fijo en esas cosas que los tíos vamos a lo nuestro, pero cuando ese se pasea en pelotas por el vestuario, todo el mundo se fija: es que la tiene como un burro.

- ¿Quién es el Daniel?

- Tú no lo conoces, no es del barrio. Viene aquí porque el gimnasio le pilla cerca del curro. Aquello no lo había visto yo nunca. El tío es normal de estatura y tiene pinta un poco agitanada, pero la verdad es que está musculoso, se pasa un montón de tiempo en el gimnasio. La primera vez que lo vi con las mallas pensé que era un fantasma que se llenaba el paquete para marcar bulto. Pero un día me crucé directamente con él en la ducha: yo entraba y el salía de una de las cabinas cuando le vi todo eso colgando. Me dio hasta vergüenza porque no pude evitar fijarme. Él hizo como si nada, se ve que ya está acostumbrado. Yo no sé si puede levantar toda esa barra de carne, porque para llenarla de sangre…

- Igual llena y empalmado no hay tanta diferencia - dice ella.

Paco la mira incrédulo.

- Es que algunas no dilatan mucho cuando se llenan de sangre, especialmente las que son muy grandes. Otras que aparentemente son más pequeñas, estiran más en la erección.

- Sí que sabéis vosotras ¿no?

- Nos informamos de lo que nos interesa, oye… ¿y alguno más? - Pregunta con la voz un poco sofocada y echándole el aliento en el cuello a su marido. Este observa sorprendido que la tiene tiesa como un palo. Justina le está masturbando mientras hablan. Ahora sí se da cuenta ella de que ha conseguido darle la vuelta a la tortilla y tiene a su marido sorprendido, pero sobre todo, excitado.

Un calor húmedo la envuelve. Debe tener las mejillas coloradas y nota la entrepierna sudorosa. ¿Es que está mojada? se pregunta mientras se roza contra el muslo de su marido. A pesar de lo basto de la caricia, su clítoris reacciona.

Justina se quita la ropa de pijama en apenas unos segundos: sus grandes pechos se inclinan hacia la cara de Paco que los siente en la boca, mientras ella hace desaparecer la mano en su entrepierna y se frota excitada. Se oye el chof - chof de un dedo cuando se lo introduce en el coño húmedo.

Así está un rato mientras su marido amasa, besa y pellizca sus tetas. Luego ella le da un beso lujurioso en la boca, intercambiando lenguas y saliva como cuando eran dos adolescentes recién enamorados.

¿Cuánto hace que no se daban un beso así?

Justina recorre con la boca el vientre de su marido buscando ansiosa lo que su mano ya tiene agarrado desde hace un rato. Hace desaparecer la verga entre sus labios y le practica una mamada frenética. No la chupadita con que le obsequia otras veces para acabar de ponerla a tono y humedecerla antes de follar, sino una auténtica garganta profunda de las que se ven en las pelis porno. Justina se siente muy guarra y con muchas ganas de transgredir. No sabe qué le pasa, todo ese día han sido un cúmulo de sensaciones que la han llevado hasta esto. Una salida total de la rutina pero por eso es diferente y es tan emocionante. No lo sabía hasta ese momento, pero es justo lo que necesita.

Se monta encima de él y separando los muslos, apunta con la verga a su vagina. Esta, la engulle sin dificultad con sus labios carnosos abrazando el trozo de carne, como si fuera su propia vagina la que la absorbe y no la polla la que penetra.

La cabalgata es brutal, el coño de Justina se deshace en flujos, cosa que no que pasa desapercibida a Paco. Apenas tarda unos minutos en correrse, dando botes sobre su marido, apretándose con una mano uno de los pechos y con la otra frotándose el clítoris. El orgasmo es largo. Ella se dobla sobre sí misma, soportando un rato de contracciones de su vagina, apretando el falo de su marido y finalmente se derrumba sobre él, con las tetas apretadas contra su pecho y el corazón que parece que se le va a salir por la boca.

Pero ahora Paco está más caliente que sorprendido. La echa para un lado y se incorpora para montarla. Justina se pone de rodillas y en un gesto inesperado, incluso para ella misma, le ofrece su culo en pompa. El sexo mojado como una magdalena aparece entre sus dos cachetes provocándole (si eso es posible) aún más deseo, embistiéndola a ciegas. Está tan mojada que no le cuesta que la verga encuentre el orificio y resbale dentro, hasta que los huevos hacen tope. Paco la agarra aferrándose a las nalgas carnosas y culea, golpeando con sus muslos contra los de su mujer. Un polvo frenético e intenso, penetrando hasta el fondo de la vagina, que vuelve a poner otra vez en marcha a Justina. Ella, que es de un solo orgasmo, en muy contadas ocasiones (y casi nunca los últimos tiempos) ha conseguido encadenar dos seguidos, de repente se pone de nuevo a punto de caramelo.

Está sorprendida, no se reconoce a sí misma y cuando su marido va a descargar e intenta sacarla, ella aprieta con el culo hacia su vientre y le grita “¡no!”, a pesar de que están fornicando a pelo y aún no le ha llegado la menopausia. Cuando lo siente eyacular dentro de ella, se corre también con un aullido ronco que trata de insonorizar pegando la cara contra el colchón y enterrándola entre las sábanas reliadas. Se quedan así, pegados un buen rato, sin aliento y sintiendo el palpitar como si fueran uno solo.

- ¡Jope! ¡Vaya gazpacho que hemos liado! - es lo único que se le ocurre comentar a Paco.
 

sweetluis5g

Virgen
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Un par de semanas después, Paco recuerda todavía impresionado lo sucedido esa noche. Está en su despacho y hace balance del tiempo transcurrido. Tiene que tomar una decisión y está valorando los pros y los contras.

En la parte favorable, su vida sexual ha mejorado espectacularmente. El sexo con Justina se ha vuelto intenso y apasionado. No es que lo practiquen todas las noches, que tampoco está el cuerpo para eso, pero la cadencia ha subido un par de noches más por semana, que se suman a lo habitual. Y no es solo la cama. Justina está mucho más contenta, más alegre, más feliz… En los últimos años estaba como apagada.

Seguramente por la rutina, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Desde que Paco había obtenido el ascenso, echaba muchas más horas y eso, junto con las jornadas formativas que impartía, implicaba más tiempo fuera de casa y más cansado cuando llegaba. Él notaba que la rutina y el cansancio se cobraban su peaje en la relación y no se le ocurría que hacer para ilusionar a su mujer. No es un hombre de grandes ideas ni que sepa manejar bien los sentimientos, lo suyo es la tecnología.

Así que ahora ve con asombro como la tontería esta de hablar de los vestuarios del gimnasio y contarle las intimidades de algunos de los hombres, tienen un efecto potenciador de la libido sobre su mujer. Que tampoco es tan extraño, porque a él le pasa lo mismo cuando es ella la que le cuenta detalles morbosos, pero en el caso de Justina la cosa adquiere mucho más grados de temperatura. Quizá porque la haya pillado con algún desajuste hormonal, quizás se le está preparando el cuerpo para la menopausia, sabe Dios el motivo, pero ahora está mucho más sensible y con los sentimientos a flor de piel. Y el saber encauzarlos hacia algo vital y positivo es importante, porque hasta hace poco la veía bastante mustia, hasta el punto que llegó a pensar que quizá tuviera un poco de depresión.

No sabe cuánto durará esta situación, pero lo cierto es que ahora están en un momento muy dulce para los dos. Gozan, tienen momentos divertidos, su complicidad ha aumentado, en fin… ¿Por qué no prolongarlo todo lo posible? El problema es que Paco no tiene demasiada imaginación y ya se repite mucho cuando habla de lo que ve en los vestuarios. Justina es capaz de explicarle como ha visto desnuda a cualquiera de sus amigas cien veces haciendo que suene nuevo y distinto en cada ocasión, pero él carece de ese don. De modo que se le ha ocurrido un regalo de cumpleaños que está seguro que la va a entusiasmar.

Pero ahí viene la parte mala y negativa. Es ilegal y le puede costar un disgusto. Entre otras cosas, si llega a saberse, le puede costar su trabajo. Está dándole vueltas entre la tentación de hacerle el regalo que más desea a su mujer y transgredir su código ético, arriesgándose a tener problemas. Finalmente se decide. Es un experto en seguridad y las posibilidades de que lo pillen son mínimas, en especial con el nuevo material que ha llegado. La otra posibilidad, que su mujer se vaya de la lengua, es también remota. Justina no es nada chismosa y lo que hablan entre ellos queda solo entre ellos. Su mujer es prudente y tiene la cabeza en su sitio, no se la imagina dando un patinazo, así que se decide. Abre un cajón de su escritorio y saca una cajita pequeña. Es una de las cámaras miniaturizadas que está probando la empresa. Prácticamente indetectable por su tamaño y por la tapa de su lente, que se puede camuflar imitando casi cualquier superficie, botón o remache. Colocadas en la bolsa de deporte, en la ropa o incluso en una toalla, pueden pasar totalmente desapercibidas, además de que no emiten luz infrarroja, con lo cual, incluso suponiendo que hubiera un detector, tampoco las captaría.

Paco conoce bien el sistema de seguridad del gimnasio y deja mucho que desear. El mismo ha dado presupuesto un par de veces para mejorarlo. Solo hay cámaras en la entrada y en la recepción, ninguna los pasillos y mucho menos en los vestuarios: están prohibidas. Lo tendrá que organizar muy bien a pesar de todo, y no solo con el camuflaje de la cámara, sino con su forma de actuar, su coreografía al moverse y el continuar como hasta ahora para no levantar ninguna sospecha, nada de cambio de hábitos o movimientos extraños.
“¡Bien, pues adelante entonces!” se dice a sí mismo.

Y allí está Justina un tiempo después, accediendo a un archivo fuera de su PC, en un almacenamiento en la nube, en una cuenta incógnita y usando la VPN que le ha instalado Paco para cifrar los datos. Solo ellos pueden tener acceso (teóricamente), a ese archivo y su marido la ha instruido bien sobre cuál es el procedimiento y los protocolos de seguridad para borrar los rastros después de cada visionado. Y por supuesto, la ha adoctrinado hasta ponerse pesado sobre las consecuencias que tendría si algo así se supiera, cosa que no es necesario que le diga porque él será el experto en seguridad, pero ella es mucho más prudente en lo que se refiere a su intimidad.

“Bendito Paco”, piensa Justina, que vuelve a echarlo de menos a su lado. Está deseando que llegue el viernes. Pero mientras, tiene con qué consolarse, se alegra. Todavía recuerda la cara de pasmo cuando le hizo su regalo de cumpleaños. Repitió todo el proceso, accedió al archivo y tras desbloquearlo con la contraseña, le dio a reproducir. No se lo podía creer: casi una hora de grabación en el vestuario de los hombres, con primeros planos y vídeos editados para ralentizar las mejores capturas.

- Pero Paco...

- Nada, disfrútalo, como no se me da muy bien narrar...

Y parece que sí lo ha disfrutado. Cincuenta y cinco minutos de grabación que ya se sabe de memoria y que no se cansa de ver. De hecho, los reserva para ponerse a tono antes de cada sesión con su marido y ¡vaya que si funciona! Se monta su fantasía, se recrea en cada cuerpo, en cada músculo, en cada culo y por supuesto, en cada miembro, y follan después con las mismas ganas que cuando tenía dieciocho años. Pleno al quince para los dos, para ella y para su marido, que también lo disfruta.

Pero sobre todo, accede cuando está sola y necesita consolarse, especialmente en los viajes de Paco cómo ocurre esta noche.

El vídeo empieza a reproducirse mientras ella se acaricia la entrepierna con movimientos suaves. Está eligiendo a quién le va a tocar esa noche protagonizar su orgasmo. Aparecen conocidos y también algunos hombres que ella no conoce y que Paco le explica quiénes son.
Justina tiene sus favoritos, claro. Hay un chaval delgado que no tendrá más de veinticinco años. Ella se lo había cruzado un par de veces, pero le costó reconocerlo porque no le prestaba atención. El chico no está excesivamente musculado, más bien al contrario, parece poca cosa en comparación con los especímenes que se ven por allí. Piel blanca, toma poco el sol, se ve que no hace mucho deporte al aire libre. Y sin embargo tiene un pene considerable. No de los más grandes que hay allí pero a Justina le parece de los más bonitos. Circunciso, con el glande al aire y colgándole unos buenos 14 o 15 cm en reposo, se mueve rítmicamente mientras pasa con la toalla en la mano. Está totalmente depilado y puede verlo en todos sus detalles, incluidos los testículos, ambos de igual tamaño y casi dibujados, acompañando al pene en su movimiento.
El hijo del vecino Juan Fran, también sale, para su deleite. En principio parecía una decepción, porque ese mocetón tenía un pene que en reposo no le hacía justicia al cuerpo. Además tenía un exceso de pellejo en el prepucio que se lo afeaba. Pero el chico está tan bien en todo lo demás, que eso ha dejado de importarle. Ni siquiera se pregunta qué tamaño alcanzará en erección, le basta con recorrer con la mirada sus pectorales, sus bíceps, la tableta de sus abdominales, imaginarse esos muslos dando rítmicamente en sus nalgas mientras la penetra y la contempla, con esa mirada de joven inocencia que luego se encarga la vida de corregirte. Lo único que lamenta es no poder compartir a este en concreto con sus amigas. Si ellas supieran que lo ha visto en pelotas se volverían locas.

Luego está ese que le había contado su marido, el que tenía el pene enorme. Fue el que más le costó grabar, afirma. Pero aun así obtuvo unos 40 segundos de vídeo, algo cortito pero con una buena toma que le permitió observarlo de frente y de lado.

Paco no exageraba. El tío tenía un miembro que parecía la trompa de un elefante. Sin embargo, a Justina no le pone, a pesar de estar físicamente bien. No lo ve nada guapo y además, hay algo en su actitud que la echa para atrás. Una especie de chulería impostada y una sonrisa condescendiente que apenas dura cuatro segundos cuando se quita la toalla para vestirse. Como si se sintiera superior que los demás por tener algo entre las piernas que no tiene ningún mérito, porque no lo ha conseguido él, sino que le viene dado por la naturaleza.

Por el motivo que sea, el caso es que no le hace gracia ni la excita, a pesar del tamaño de su pene. En este caso, más bien juega en contra, porque estéticamente es como una morcilla, poco uniforme y doblándose en la punta un poco, tiene más apariencia de trozo de carne que de aparato de placer. Justina se ha montado la película alguna vez con él, pero le ha tenido que echar imaginación, algo no le gusta de ese hombre y contra lo que se pueda suponer, el enorme pene tampoco la excita. No todo es cuestión de tamaño, como dice una de sus amigas: lo que no te entra por el ojo no te entra por la boca.

En contraposición, está el que ella llama el vikingo. Un chaval alto, fibroso pero musculado, con barba y bigote, tatuajes tribales en el hombro y el pecho. Le recuerda a alguno de los personajes de la serie Vikings, por eso le ha puesto ese apodo. Un cuerpo totalmente depilado, dos tetillas rosas que destacan sobre sus pectorales, un pene delgado pero largo que cuelga sin descapullar, con el grande a buen recaudo bajo en la piel, formando el característico bulto en la punta. De todos los que aparecen en los vídeos, es el que tiene el culo más bonito que Justina puede disfrutar, ya que no hay un solo pelo que lo oculte. Nunca pensó que un culo masculino pudiera resultarle tan erótico.

El chico, guapete, pero sin exagerar. Se divierte pensando en la cara de su amiga Lucía si lo viera. Un dios nórdico, seguro que diría haciendo referencia a su pelo rubio y... a todo lo demás. El conjunto es más que atrayente: a ella la pone mucho. Tiene el plus del gesto serio y cuando se agacha, parece mirar a cámara con sus ojos claros y profundos. Realmente el chico da algo más, aparte de buen físico y ha protagonizado un buen número de los dedos que Justina se ha hecho viendo el vídeo.

En el lado opuesto está Venancio, uno de los conocidos que Paco ha captado con su cámara oculta. Vecino del bloque, es frutero (una vez más lamenta no poder compartir esto con sus amigas, para menudo cachondeo daría está asociación), y no puede ser más distinto de su ángel nórdico. Bajito, achaparrado pero corpulento, con un poco de tripa. Muy moreno y con ojos un poco achinados. No es guapo pero tiene un nosequé... Especialmente desde que Justina lo ha visto en pelotas. En este caso el morbo viene de ser un conocido y de que le cae bien: buen tipo, educado, tranquilo y respetuoso. Jamás imaginó que lo vería desnudo.

Es una mata de pelo andante: el pecho y los brazos ya lo sabía, pero es la primera vez que puede verle la espalda, el vientre y el culo, completamente llenos de vello rizado. A Justina le pone un poco de pelo (no le gustan los hombres totalmente depilados, quizá a excepción de su vikingo), pero sin exagerar. No obstante Venancio le llama la atención.

Un miembro no muy largo pero sí bastante gordo asoma entre la mata de vello de su entrepierna, que cubre los testículos hasta hacerlos casi invisibles. Está circuncidado y el glande es el más gordo que ha visto nunca, con la punta en forma de seta. Parece un champiñón.
Al principio le llamó la atención, luego, cuando lo vio moverse con aquello balanceándose como el péndulo de un carillón, se sintió excitada aunque no sabe muy bien por qué.

Venancio, en un momento dado, hace un gesto que ella tiene grabado en la cabeza. Se seca con la toalla y se lleva la mano la entrepierna, quizá inconscientemente, aplastando un poco el pelo y separándolo. Resulta que el vello cubre parte de la base del falo y entonces puede apreciar su polla en toda su amplitud. La primera vez lo pasó una y otra vez a cámara lenta y sintió como su coño reaccionaba. La de veces que ha fantaseado con aquel hombre sobre ella, velludo y pesado por lo compacto, con aquella verga presionando contra su sexo y abriéndose paso. La fantasía la pone sobremanera. Qué sorpresa es para ella un hombre en el que nunca había pensado, sexualmente hablando, y que ahora protagoniza algunos de sus orgasmos más salvajes.

Hay más hombres: su marido ha hecho un collage en el que cincuenta minutos de vídeo dan para mucho. Algunos aparecen solo unos segundos; algunos más conocidos y otros extraños para ella; más jóvenes y más mayores; incluso de distintas razas. Hay un chico marroquí bien dotado pero por el motivo que sea no le acaba de llamar la atención. También hay un chico negro. No parece cumplir el tópico y su verga es más bien normalita. Más allá del morbo de otra raza y que está bastante bien de cuerpo, no le dice nada especial. Ha sido inevitable dedicarle un par de masturbaciones pero, Justina, no ha conseguido montar ninguna buena fantasía con él, ni que haya ningún detalle que la mueva al morbo de una forma especial.

En fin ¿quién va a tocar esta noche? Al final se decide por Venancio que es uno de sus valores seguros. Justina decide que es con él con quién se va a masturbar hoy. No pocas veces lo ha hecho también con su marido. Ver a su Paco desnudo entre tanto hombre macizo la pone cardíaca. Por la situación, pero es que no es lo mismo que verlo duchándose en casa, claro. Es como aquella vez que se atrevieron a desnudarse en la playa: si la habría visto su marido veces en pelotas, pero en ese momento la erección fue inmediata. Estuvieron un buen rato con el calentón hasta que llegaron al apartamento y pudieron follar tranquilos. Porque ver a su Paco desnudo con esa verga que conoce tan bien, cada vena, cada pliegue de la piel que cubre el prepucio, la forma del mismo, moviéndose entre otros hombres, eso le da una perspectiva nueva, más excitante, más morbosa, más golosa y atrayente. De hecho, cree que es con su propio marido con quién más pajas se ha hecho.

Pero hoy le ha tocado al moreno peludo. Pone a reproducir el vídeo y busca alrededor del minuto 32. Ahí, durante tres minutos y medio, puede ver al frutero que acaba de llegar de la ducha y cuelga la toalla en la puerta de la taquilla. Su pelo todavía está mojado, no se ha secado bien. Mientras busca en el interior su ropa, la verga pendulea y ella no puede apartar la mirada. Sus dedos aumentan el ritmo de estimulación. Con la mano derecha abre el cajón de la mesita y saca un dildo con forma de pene. Cuando está Paco lo tiene a buen recaudo, no lo necesita, solo lo saca cuando su marido viaja y no lo utiliza siempre, pero cuando fantasea con Venancio supone un plus porque el notar algo duro y grande penetrando en su sexo, potencia su fantasía.

Lo sitúa en su coño y trata de introducirlo. No está suficientemente mojada. "Qué bestia soy" piensa. Entonces se lo lleva a la boca y lo chupa para ensalivarlo, no le apetece andar buscando ahora el lubricante. Su mente no para y se imagina que es esa verga gruesa, aunque no muy larga, la que está en sus labios y ella chupa la punta en forma de hongo. La introduce en la boca y solo el glande ya se la llena. No deja de tocarse y el primer destello de placer la sorprende cuando todavía está chupando el dildo de látex. Llega el momento en que Venancio se seca la entrepierna antes de ponerse los calzoncillos y en una imagen clara y de frente, toca su mata de pelo y la verga aparece en toda su longitud. Ese instante fascina a Justina que congela la imagen.

Lleva el dildo a su vulva y ahora sí, a pesar de una breve resistencia empuja y consigue introducirlo. Nota una pequeña molestia pero ella imagina que es la verga de Venancio la que se abre paso. Serio y respetuoso, pero la está follando. Se abre aún más de piernas como si lo tuviera físicamente encima. Casi puedes sentir su peso, su incipiente barriguita presionando su vientre y su pubis mientras la verga ocupa su vagina, dilatándola con su buen diámetro recorrido de venas hinchadas. El pelo rizado le hace cosquillas en el pubis y en los muslos y también en los pezones, cuando él se agacha y se deja caer sobre ella, aplastándola bajo su cuerpo.

Ahora sí, Justina se corre con la vista en la imagen de la verga que se vuelve borrosa, a medida que los espasmos de placer la sacuden y los ojos se le humedecen.

- Pufff - gime mientras el orgasmo aún la recorre y el portátil cae a un lado. Ella ya no se toca, simplemente cierra los muslos y presiona el dildo en su interior, mientras su cuerpo se abandona al placer.

- ¡Jodeeerr: lo mejor del día! - exclama liberada.

La tensión deja paso a la relajación y un dulce sopor la invade. Se limpia las manos en la sabana. No se molesta en buscar sus bragas y dejando el consolador y el portátil en la mesita de noche, apaga la luz. Ya habrá tiempo mañana de recoger y poner cada cosa en su sitio.
El sueño la invade por fin. Cierra los párpados y su último pensamiento es para Paco. Da gracias por tener un marido así. Se duerme con una sonrisa, pensando que en todos los años de casados es el mejor regalo que le ha hecho.
 

sweetluis5g

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(VIII) Esther​



Esther​

Me llamo Esther tengo 32 años y es la primera vez que entro en un bar de lesbianas.

- Venga tía ¡atrévete! - me dice mi amiga Montse mientras tira de mí arrastrándome hacia el local, un semisótano identificado solo por un pequeño neón que titila en la oscuridad de la calle. Entre risas yo me resisto.

- Que no, que me van a meter mano…

- Más quisieras tú. Anda ven, que eres muy sosa y te hace falta vivir nuevas experiencias.

Montse es lesbiana y me empuja a través del portal con la tranquilidad que da el conocer el ambiente y el terreno que pisa. Yo no y de repente, el cachondeo y las ganas de diversión que dan el ir ya por la quinta o sexta cerveza, se transforman en cierto nerviosismo y aprensión ante lo desconocido
.
La primera sorpresa es que el portero del local es un hombre, que nos franquea el paso sin apenas pasarnos revista. No sé qué me esperaba, quizás una chica con el pelo cortado a cepillo, tatuada y musculada a lo sargento O'Neil que me hiciera un test de lesbianismo.

La segunda sorpresa es que el local es luminoso, bien decorado, con aspecto limpio y pulcro. Nuevamente me sorprendo de mis prejuicios. Nada de un sitio oscuro, cargado de humo y olores a alcohol. Aquello tiene más pinta de club social que de antro de vicio y perdición.

Nos vamos a la barra y nadie nos molesta, ni se nos echa encima una pandilla de moteras para acosarnos. La gente mantiene la distancia social y las conversaciones son animadas pero sin voces ni estridencias. Observo y me llama la atención que hay varios muchachos en el local.

- ¿Dejan entrar a los chicos? - pregunto ingenua.

- Claro - responde Montse - siempre que vengan acompañados de una mujer.

- ¿Son gays?

- Pero mira que eres boba. Hay de todo, aquí no se le pide el carnet a nadie.

- ¿Que va a ser? - pregunta la camarera, una morena alta con el pelo corto y negro, barra de labios oscura, tan oscura como su mirada que te taladra y te traspasa como si pudiera ver dentro de ti. Una auténtica psicóloga de bar que de un vistazo te evalúa y te clasifica. Un tatuaje tribal en el hombro, que se puede apreciar porque solo lleva un top negro que deja los brazos al descubierto. Bajo el top, los pechos se mueven evidenciando que no lleva sujetador pero que tampoco lo necesita, los tiene erguidos, ni muy grandes ni muy pequeños, lo justo para destacar en un talle musculado y libre de grasa. Vamos, una auténtica chica fitness.

- Dos coronitas.

La camarera se gira y con movimientos medidos saca dos coronitas del botellero, les inserta un gajo de limón en el gollete y las deposita frente a nosotras. Resulta hipnótico verla moverse, parece una gata. Elástica, elegante, afilada. Junto a mi botellín coloca un vaso de chupito y vierte un par de dedos de tequila.

- ¿Y esto? – pregunto.

- Te veo un poco nerviosa, debe ser tu primera vez aquí. Tómatelo te vendrá bien. Invita la casa, es el detalle de bienvenida.

Miro el vaso con prevención. Tolero regular el alcohol puro, no estoy acostumbrada y menos a tomarlo a palo seco, sin mezclar. La camarera mueve de forma apenas imperceptible su boca, curvando los labios en algo parecido a una sonrisa. Creo adivinar un leve tono de burla en su gesto de “¿Ni a eso te atreves?”

Miro a Montse y también la veo expectante. Se le escapa una risita ¿Me están tomando el pelo estas dos?

Cojo el vaso y lo hago desaparecer de un trago. El licor me rasca la garganta y hace que se me humedezcan los ojos. Me llevo la mano a la boca en un intento de evitar la tos, que apenas consigo transformar en un carraspeo. La camarera me sonríe y se da la vuelta, yéndose a atender a otros clientes y dejándonos solas. Me tomo un sorbo de coronita y la cerveza fresca filtrada a través del limón, consuela mi castigada garganta.

- Menuda es Maxim ¿verdad?

- ¿Maxim?

- Máxima, la camarera.

- ¡No jodas que se llama Máxima!

- Bueno no, en realidad no tengo muy claro cómo se llama, pero aquí todos la llamamos Maxim.

- ¿Y eso por qué?

- Máximo Décimo Meridio…Ya sabes, de la película Gladiator. Es una gladiadora, una guerrera, por eso lo el apodo de Máxima. Al final todo el mundo acabó llamándola Maxim.

- ¿Qué quieres decir con eso de que es una guerrera? ¿Ha sido militar?

- No que yo sepa, pero le gusta el boxeo, creo que ha competido en algunos combates.

Fijo la vista en la chica. Es fuerte sin duda y está en forma. Tiene la mirada dura y reina detrás de la barra con aire de defender su territorio. “De aquí para dentro es mi sitio, aquí ordeno yo, así que déjate las prisas fuera, las cosas se hacen a mi manera”, parece querer decir con cada gesto. Pero a pesar de todo no me la imagino boxeando. No parece tener cara de haber recibido muchos golpes. Su nariz es recta aunque un poco achatada. Los pómulos angulosos pero sin marcas evidentes. Me parece guapa, con una belleza de una evidencia difícil, extraña.

- No me acabo de creer que haya combatido en un ring.

- Pues te puedo asegurar que pega de lo lindo. Yo tampoco la he visto en un ring pero una amiga mía la vio repartiendo hostias en la puerta.
Yo le pongo cara de ¡venga ya!

- Parece ser que el vigilante tuvo problemas con unos tíos que querían entrar por las bravas. La policía tardaba en llegar y la cosa se puso complicada. Maxim salió y (visto y no visto) dejo KO a dos de los tres tipos. No se la esperaban y se ve que los pilló de sorpresa. A uno lo dejó conmocionado y otro le partió la nariz.

- Joder con la camarera.

- Sí, es más de lo que parece ¿verdad?

Si ya me parecía especial, ahora además, la miro con otros ojos. Entendedme, no me refiero a eso, que ya os he dicho que no soy lesbiana. Simplemente es que me parece todo un personaje.

Charlo con Montserrat que me cuenta su primera vez en un local de ambiente. Observo a mi alrededor mientras ella me narra. Todo es más relajado de lo que yo esperaba, más natural. Chicas charlando igual que nosotras, algunas manos entrelazadas, algún beso con lengua pero poco más. Hoy es jueves y no es de los días que más se llena. Según Montse es un día tranquilo. Si yo esperaba ver una fiesta loca y degenerada me he equivocado de día y de lugar, me dice.

- A ver: no te iba a traer tu primera vez a un garito chungo ¿no? - dice riéndose.

Montse es mi mejor amiga. Al menos aquí en Barcelona. Compañera de trabajo, me adoptó nada más llegar. Dice que le caí bien y que además cuando me vio pensó que tenía un polvazo. Ya ha perdido la esperanza de meterse en mi cama pero sigo gustándole como amiga. Todos los sitios que conozco aquí me los ha enseñado ella y toda la gente con la que me relaciono, de una forma u otra, también me los presentó Montse.
Ya os he contado que tengo 32 años, ahora ya solo me falta explicaros que soy química y me vine de Zaragoza a trabajar a la ciudad Condal. Me contrataron unos laboratorios catalanes que se dedican, entre otras cosas, a testar productos y analizar muestras de comida. Trabajan con empresas importantes, pagan bien y ofrecen buenas condiciones laborales. Eso es lo que me ha hecho dar el salto y también mis ganas de independizarme y de ver un poco de mundo. Barcelona es tan cosmopolita que me enamoró desde el primer día.

La gente pone cara de intriga cuando le digo que soy química. Siempre tratamos de fantasear llevando las cosas al extremo. La mayoría piensan que doy clases de alto nivel, explicando procesos interesantes como por ejemplo la fabricación de metanfetamina azul al estilo de Breaking Bad. O que trabajo en un instituto forense y soy capaz de datar un hueso de Neandertal. O que estoy en un laboratorio inventando nuevos compuestos revolucionarios, como un tinte que aplicado a un pantalón evita que éste se arrugue.

La verdad es mucho más prosaica. Estudié química porque se me daba bien y pensé que podía tener salida. Tampoco es que mi profesión sea el amor de mi vida. Y en mi laboratorio el trabajo es súper rutinario. Cambian los clientes, cambian los productos, pero la mecánica es siempre la misma. Básicamente controles de calidad y de caducidad. Nada emocionante que se pueda comparar a entrar por primera vez en un bar de lesbianas.

Maxim parece que ha decidido prestarnos atención. Me mira y parece que me atraviesa. Es una mirada curiosa pero no impertinente. Le hacemos una seña y se acerca con otras dos cervezas. Vuelve a ponerme otro chupito y también, esta vez, a Montse.

- No te me vayas a poner tu celosa - le dice.

Ahora el líquido raja menos. Vuelvo a echar un buchito de Coronita para apagar el fuego. Me siento cómoda, parece que peso menos. Un leve mareo que se me pasa enseguida hace que me aferre a la barra. Aparte de Maxim hay otras chicas que me miran. Parece que soy la novedad. No sé por qué, pero es una sensación que poco a poco va dejando de ser embarazosa para convertirse en excitante. No me apetece estar con otra mujer, pero ser su objeto de atención sexual me está poniendo cachonda.

Montse se ríe como si supiera lo que me está pasando por la cabeza. Empieza a vacilarme. Me gusta verla reír. Está guapa y radiante pero de nuevo os pido que no os confundáis. No me atrae. La sola imagen de estar en la cama con mi amiga me provoca repulsa. Para mí sería casi como un incesto. Como hacerlo con mi hermana. Y con el resto de mujeres tampoco, creo estar segura de mi heterosexualidad. Y sin embargo me estoy poniendo tontorrona, especialmente cuando Maxim se une a la conversación y le pregunta a Montserrat aunque mirándome a mí.

- Y esta amiga tuya tan guapa ¿cómo se llama?

- Esther - me adelantó yo responder.

- Encantada Esther, espero verte a menudo por aquí.

- No lo sé, no es mi ambiente…

- ¿No te gusta la cerveza ni el tequila?

- Sí.

- Pues entonces es tu ambiente. Relájate y deja de ponerle etiquetas a todo ¿No te encuentras incómoda, verdad?

- No, claro que no.

- ¿Te lo estás pasando bien?

- Bastante - me sorprendo respondiendo.

- Pues entonces regresa otra noche, será un placer volver a verte.

Hora y media después, salimos mi amiga y yo y nos detenemos unos minutos en la puerta mientras llega el taxi que hemos pedido. Estamos contentas pero un poco cansadas y la cabeza me da algo de vueltas por el alcohol. Ya me estoy arrepintiendo, verás mañana cuando suene el despertador. Siempre nos pasa igual cuando salimos a cenar entre semana: se nos calienta el pico y acabamos a las mil y tantas.

Cuando nos recoge el taxista nos mira de arriba abajo y luego va todo el rato pendiente del retrovisor. Se ve que conoce perfectamente el bar y sospecha que somos algo más que amigas. Las dos nos damos cuenta y Montse intenta meterme su lengua en la oreja mientras yo la empujo para evitarlo. Nos descojonamos de la risa ante un perplejo taxista.

Al llegar a casa me quito la ropa, me desmaquillo y sin más preámbulo me meto en la cama. A pesar del sueño no dejo de darle vueltas a la experiencia de esa noche. Me toco la entrepierna y noto las braguitas mojadas ¿Será por el Pipí?

En una especie de duermevela dejo que mi mente genere fantasías. No las dirijo ni las invento, solo dejo que fluyan. Entonces imagino que estoy de nuevo en el local, esta vez sola. Algunas mujeres se me acercan y tratan de entablar conversación. Las rechazo con educación, no me atraen, pero me pone mucho que lo intenten. Mis dedos hurgan en mi vulva acariciando y estimulando. Noto que me va llegando el placer. En ese momento la fantasía se concreta. Es Maxim la que se acerca a mí. Me dice que estoy buenísima. Que soy la más guapa y hermosa del local. Que le pongo mucho y me desea. Y también que me espera al finalizar su turno. Cuando cierre el local, promete llevarme con su moto a la playa para darme un buen revolcón. Le digo que no, insistiendo en que no me gustan las mujeres, pero el simple hecho que me declare sus intenciones hace que me muera de gusto.

En mi fantasía me corro allí, sentada, con las piernas cruzadas sobre el taburete y los codos apoyados en la barra. En la realidad lo hago en mi cama, cómodamente estirada en mi colchón y revuelta entre sábanas. Es un orgasmo fuerte y liberador tras el que me quedo dormida profundamente.
 

sweetluis5g

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Esther II​


Miguel Calalberche​

La llamada me sorprendió mirando sin ver la televisión, un vaso con dos dedos de coñac en la mano, el cuerpo abandonado en el viejo sofá de escay del apartamento. Con los años que llevaba allí de alquiler y lo que había pagado podría habérmelo comprado dos veces.
La tele zumba al ritmo de la retransmisión de un partido de fútbol, que tengo puesto solo por romper el silencio que me rodea. Hace tiempo que dejó de interesarme el deporte: me aburre verlo solo. Cuando el móvil empieza a vibrar me activo. Una llamada a estas horas solo puede significar una cosa.

- ¿Si?

- Tenemos un aviso. Una mujer joven, apuñalada en Carabanchel bajo. No hay más detalles, la acaban de encontrar.

- Gracias - respondo. Eso está aquí al lado. Decido ir a echar un vistazo.

Diez minutos después circulo con la sirena puesta por la avenida, haciendo eses entre el tráfico que a esa hora de la tarde es denso. La gente vuelve a su casa después del trabajo. Las luces de los coches de policía y del SAMUR me indican con claridad dónde está lo que busco. Un pasaje al fondo de una calle. Un rincón entre contenedores y algo que simula ser un parque. Una calva con apenas restos de césped, un árbol raquítico y dos bancos destartalados. A uno de ellos le falta la madera del respaldo. Entre él y la pared, un bulto tapado con una manta de plástico aluminizado, de los que usa el personal de emergencias para envolver a los heridos y prevenir la hipotermia. A pesar de estar en un rincón y rodeado de edificios, sopla una ligera brisa que ha levantado una de las esquinas por la que un pie descalzo asoma. Unos metros más allá una zapatilla deportiva negra yace entre el polvo.

- Hola Cala - todos me llaman por el diminutivo de mi apellido Calalberche.

Me llamo Miguel Calalberche y soy inspector del cuerpo superior de policía. Trabajo en homicidios y no es mi guardia. Por eso espero a que lleguen los de científica y el inspector que ahora esté al cargo, que resulta ser Martínez. Nos conocemos y no se sorprende de verme allí pese a no estar de turno. Los compañeros saben de mi interés cuando se producen asesinatos con unas características muy específicas. Mujer joven y cadáver abandonado con mutilaciones o signos de tortura. Por eso me llamó el policía que estaba de turno en coordinación y recepción de llamadas de emergencia.

- ¿Qué pasa? ¿Has podido darle una vuelta?

- No, acabo de llegar. Somos los primeros.

- Vamos, que lo tenemos calentito.

- ¿Echamos un vistazo?

- Claro.

Andamos con cuidado. Sabemos que a los de científica no les gusta que nadie merodee por el lugar hasta que ellos hayan hecho su trabajo. De todas formas, el sitio ya está lleno de pisadas de los equipos de emergencia, que han tratado de reanimar a la víctima, de los curiosos y de los que la descubrieron y también de la policía que acordonó el lugar.

Destapamos la manta térmica y observamos el cuerpo. Mallas elásticas hasta las rodillas, una camiseta gris del Decathlón con una gran mancha parda en un flanco. Una mujer joven, de no más de 35 años, con la cara desencajada y asombrada que tienen aquellos que saben que se les va la vida. Nadie se espera un final trágico, la mayoría de los rostros en casos de asesinato súbito son de sorpresa y miedo. La chica tiene rasgos sudamericanos, el color de la piel también es canela. Junto su costado, un gran charco de sangre que empieza a coagularse.
Volvemos a cubrirla y vamos en busca del médico del SAMUR.

- Hola, inspectores Martínez y Calalberche ¿que nos puede decir de este desastre?

- No mucho: cuando llegamos estaba muerta. Sin pulso ni constantes vitales, posiblemente por un shock debido a la pérdida de sangre. Tiene varias heridas en el costado a la altura del hígado y un par de más en las costillas. Apuñalada, casi seguro que con un cuchillo o navaja grande por la forma de las heridas, pero eso ya es cuestión del forense, poco más puedo contarles.

- Gracias. A ver ¿quién fue el primero en llegar?

- La policía local, inspector, los dos patrulleros que están en el cordón de seguridad.

Martínez se dirige a ellos y les pide que cuenten.

-Hola, Martínez de homicidios ¿Algo que me queráis adelantar antes del informe?

- Poca cosa inspector. Recibimos una llamada en centralita. Un vecino que suele traer aquí al perro para que haga sus necesidades. Se la encontró y llamo. De momento, ningún testigo. Habrá que preguntar a los vecinos pero el del perro, que vive ahí enfrente, no oyó gritos ni jaleo.

- Vale, haced el informe y luego hablamos.

Damos una vuelta comprobando que en principio todo está controlado, a la espera de que lleguen los equipos y el juez con el forense. De momento no hay mucho más que hacer, que poner a la policía a preguntar en los pisos más cercanos.

- ¿Qué opinas Cala? - me pregunta Martínez.

- Tiene toda la pinta de ser violencia de género. Vinieron a este rincón buscando intimidad, discutieron, la cosa se caldeó y él tiró de navaja. Fue algo improvisado: si hubiera sido premeditado no lo hubiera hecho aquí. Es un callejón con una sola salida, una ratonera si hubiera tenido la mala suerte que lo hubiera visto alguien y hubiese dado parte. Rápidamente lo hubiésemos pillado solo con bloquear la entrada de la calle. No hay signos de lucha, ella no esperaba la agresión. Tiene las manos manchadas de sangre por lo que se ve que intentó contener la hemorragia, pero una puñalada bien dada ahí te deja lista en apenas cinco minutos. Tenía los labios hinchados, posiblemente él le tapó la boca para que no gritara, otra muestra más de que se le fue de las manos. Una vez que la identifiquéis, yo empezaría por buscar a su pareja o en su círculo cercano.

- Ya... Dice Martínez que coincide con Miguel en el diagnóstico – Bueno, pues lo siento por el paseo que te has dado. No encaja en lo que buscas ¿verdad?

- No, para nada, pero en fin, nunca se sabe.

Martínez asiente. Sabe de mi fijación, que ya es legendaria entre los miembros del cuerpo. Todos saben a quién persigue Miguel Calalberche: a un fantasma.
 

sweetluis5g

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Esther​


Esther llega hasta la calle dónde está el pub de ambiente que visitó la semana pasada con su amiga Montse. Intenta engañarse diciéndose que sus pies la han llevado hasta allí, pero sabe que no es cierto, no es casualidad que esté ahora decidiendo que hacer, con la vista fija en la entrada del local y en el pequeño neón que lo anuncia.

Aquel local, su camarera y algunas de las mujeres reales o ficticias que lo pueblan, han protagonizado alguna de las pajas más épicas que se ha hecho últimamente. No, no es que Esther se haya vuelto lesbiana a raíz de aquella incursión (sigue sin sentir deseo por otras mujeres), pero el hecho de que la anhelen a ella, de haber sido durante unos instantes el centro de atención y que una dura camarera le dedicara varios requiebros, es algo que la enerva y la pone sobremanera.

Este jueves no ha podido salir con su compañera: Montse tenía otros compromisos con su pandilla de amigos, con los cuales Esther no conecta. Montse quiso incorporarla pero simplemente no funcionó. El carácter y la cultura catalana chocaron con la aragonesa, en este caso de forma incompatible. No nos mal entendamos, que no hubo afrenta ni malos modos, simplemente ella no encajaba en ese grupo y había una sensación como de incomodidad por ambas partes, que la chica decidió no prolongar con más salidas juntos. Por eso, los jueves es su día, el día que ella y Montse dedican a salir juntas y a divertirse. Menos este jueves, claro. Hoy tocaba cumpleaños y su compañera no ha podido escurrir el bulto, de modo que allí está ella, dando vueltas porque se niega a quedarse en casa encerrada, bastante triste ya es vivir sola.

Ha cenado algo, ha entrado en el cine y ahora, en vez de volver para casa, una idea loca no hace más que darle vueltas en la cabeza ¿Y si entra al Sweet Queen?

Aquello toma los tintes de una aventura emocionante y hace que se sienta nerviosa y excitada. Pasa dos veces por la puerta del local, como un adolescente en la puerta de un sex shop. Decidida pero sin atreverse, pura contradicción. Como diría Sabina: inquieta como un párroco en un burdel. Al final zanja que ya está bien de darle a la batidora de tanto retorcijón de estómago y tanto rayado mental. Entra y el mismo portero le franquea el paso. Contiene la respiración y se dirige a la barra, aparentando toda la naturalidad que puede. Evita mirar a los lados, ya tendrá tiempo de reconocer el terreno cuando esté en su rincón, a salvo.

- Vaya ¡mira quién tenemos aquí!

- Hola Maxim ¿puedo tutearte?

- Claro cariño, todos lo hacen. Tú eres Esther la amiga de Montse ¿verdad?

- Sí, buena memoria…

- Memoria de camarera, ya sabes, no se me escapa un detalle ¿Una coronita para empezar?

- Sí, y a lo mejor para terminar, solo voy a estar un momento. Me apetecía tomar algo y pasaba por aquí cerca, ya sabes, la última antes de irme a casa.

Maxim no contesta, simplemente me sonríe y me echa una mirada de “lo que tú digas guapa”, mientras va a ponerme la consumición. Recorro el local con la mirada. Menos público que la semana anterior, apenas dos parejas de mujeres, un trío (chica, chico, chica) y un par sueltas que me evalúan con mirada interesada. Maxim deja la cerveza (esta vez sin chupito) y se vuelve a su rincón. Se sienta en un taburete alto y a través del móvil, va cambiando la lista de reproducción del equipo de música.

Una de las mujeres se levanta y se acerca hacia donde yo estoy con una copa en la mano. Alta, delgada, con poco pecho. Media melena morena, debe rondar los cuarenta, pantalón vaquero ajustado y camisa. Yo me remuevo inquieta y miro fijamente a la cerveza, consciente de que me va a abordar.

Maxim en su esquina se ríe quedamente. Se divierte viendo mi zozobra. Envío una muda petición de socorro que ella desatiende.

- Hola me llamo Caty.

- Encantada Caty, soy Esther.

- ¿Te importa si me siento aquí contigo?

- Bueno verás, yo no soy… quiero decir que no he venido a... - me cuesta encontrar las palabras para no parecer una borde o peor aún, una novata estúpida. Decido ir a lo fácil y le suelto la misma frase hecha que le diría a un chico impertinente, con quien no me apeteciera ligar. El clásico “verás, es que estoy esperando a una amiga”.

Ella observa con una media sonrisa colgada de la cara, igual que mira una alumna de bachillerato a las chiquillas que entran en primero de la ESO en el instituto. No parece enfadada por mí más que brillante excusa, más bien me mira con curiosidad, como intentando evaluarme y encajarme ¿Soy una lesbiana novata? ¿Una que pasaba por allí por casualidad y realmente está esperando a un amigo? ¿Me estoy quedando con ella? Me quedo con la duda porque, afortunadamente, ella decide plegar velas y no insistir.

- Vale, te dejo aquí en tu esquinita, pero si no viene tu amiga o te lo piensas mejor, estoy allí sentada. Encantada de conocerte, Esther - me indica al oído mientras pasa su brazo por mi cadera y luego la retira, dejando resbalar la mano por mis nalgas.

- Lo mismo digo - consigo decirle a una espalda que camina hacia su mesa.

Me he estremecido entera con aquella caricia no solicitada. He sentido un poco de miedo mezclado con algo de repulsa. Pero precisamente eso es lo que me ha calentado ¡Una mujer pretendiéndome!

Me sobresalto al ver a Maxim a mi lado. Como una loba se ha situado junto a mí sin que haya podido percibir su presencia. Los labios dibujados en negro, finos y duros, su mirada penetrante y oscura, toda una incógnita que no es capaz de revelarme lo que bulle en su cabeza, los hombros otra vez al aire y el tatuaje que destaca y atrae mi atención, provocativo, como si fuera una bandera levantada al viento. Coloca dos chupitos de tequila.

- ¿Otra vez me invitas?

- Me parece que no te apetece mucho beber sola ¿me equivoco?

- No, no te equivocas – concedo, ya he hecho bastante el ridículo por esta noche así que no voy a tratar de aparentar una seguridad que no tengo.

- Dime Esther... ¿que buscas realmente tu aquí? - Maxim me descoloca, es como adivinara lo que pienso.

- No sé, me excita estar en este sitio. Es extraño, no sabría explicarlo - me sincero con ella. Maxim asiente despacio y me deja tiempo para explicarme - No siento atracción por las mujeres pero la otra noche, cuando estuve aquí, me gustó.

- ¿Qué es exactamente lo que te gustó?

- Que me prestaran atención.

- Cuando esa mujer se te ha acercado he visto que te sentías incómoda, pero has puesto una expresión un poco extraña, como si en el fondo desearas que se quedara.

- Me siento un poco intimidada ¿sabes? no sé muy bien cómo gestionar esto.

- Jugar a las lesbianas sin serlo…

- Bueno, algo así - comento mientras el pavo se me sube a las mejillas y me pongo colorada.

- No pasa nada, allá cada cual con sus fantasías, si a tí eso te funciona...

- ¡Oh créeme, que sí que funciona!

Maxim suelta una carcajada: le brillan por un momento los ojos al reír y yo me contagio de su buen humor.

- Eso tienes que contármelo.

- No en nuestra primera cita - le sigo el juego.

- Ya veremos - me reta ella mientras se levanta para atender a un cliente.

Tres horas después Maxim y Gabi echan el cierre. Han tenido que empujar hacia fuera al grupito formado por el trío, al que se ha añadido una de las chicas solas. Querían seguir de copas, la cosa se había calentado, pero el horario es el horario.

Después de una noche de terapia de barra me cuesta despedirme de mi camarera.

- ¿Te acerco con la moto?

- No te molestes, ya cojo un taxi.

- No es molestia y además, es un poco tarde para que andes sola por ahí.

Maxim me señala una moto de gran cilindrada. Al final va a resultar que sí que es una motera.

- No sé si voy a poder con esta minifalda - le indico.

Súbetela, no pasa nada porque se te vean un poco las bragas ¿o es que no llevas?

De nuevo quedo como una idiota al soltar una risita nerviosa.

- Sí que llevo.

- Pues entonces vamos - me dice mientras me tiende un casco que saca del portamaletas. Con soltura y agilidad echa la pierna por encima y quita la pata de cabra. Los pantalones vaqueros ajustados le marcan el culo que duro y prieto sobresale. Yo echo a mi vez la pierna y mis muslos quedan al descubierto casi hasta las bragas. Lanzo el brazo a su cintura y me agarro sintiendo el frío cuero de la chaqueta que me pone duros los pezones. Mi coñito también reacciona al tomar contacto con las macizas nalgas de Maxim y cuando arranca la moto, la vibración reproduce una estimulación que poco a poco, se va convirtiendo en placer.

Todo se acentúa cuando ella arranca y salimos disparadas. Entonces, tengo que apretarme contra el cuerpo de la camarera. No estoy acostumbrada a montar en motos de gran cilindrada y temo caerme en alguno de los acelerones. Maxim me pone a prueba poniendo la moto a bastante más velocidad que la que permite la vía, e incluso, haciendo alguna tumbada en una curva. Parece disfrutar al estar pegadas, como si fuéramos un solo cuerpo, al notarme temblar como un flan y apretándome inconscientemente cada vez que ella mete gas. Sin embargo, yo también lo disfruto: el aire en mi pelo, el cuerpo vibrando, mis muslos al aire… es una estampa que no había previsto para esta noche y de alguna forma, me hace sentirme viva, emocionada y agitada.

Cuando aparcamos en la puerta de casa, me apeo y le devuelvo el casco, se produce un momento un poco tenso. Me gustaría invitarla a subir a mi apartamento y estar un rato más con ella. Tomarnos quizá la última copa, agradecerle que me haya traído… pero sé que esa invitación se puede malinterpretar y no quiero por nada del mundo ofender a Maxim. No sé cómo plantear el tema sin que ella se enfade.

- Oye me gustaría pasar un rato más contigo, pero...

- Pero…- repite ella.

- No sé si es adecuado que te invite a subir. Si lo hago, es solo para que nos tomemos una copa juntas, me apetece mucho seguir hablando contigo. Pero a pesar de todo lo que yo haya podido hacer esta noche y de lo que a ti te pueda parecer, te repito que no soy lesbiana.

Maxím me mira con aquellos ojos oscuros, indescifrables. Sonríe.

- ¿Tienes miedo de que suba?

- No, solo tengo miedo de decepcionarte y no quiero perderte, no tan pronto: acabamos de conocernos.

- Estás hecha un lío Esther. Y eso te hace perder oportunidades.

- ¿Oportunidades de qué?

- De divertirte, de experimentar, de ser tú misma... en fin, cuando te hayas aclarado nos tomamos esa copa.

Maxim me da un beso en la mejilla que no espero, sujetándome la cara con la mano y prolongándolo un instante, solo un instante más de lo correcto. Luego se ríe y se borra en la noche entre acelerones.

Permanezco allí de pie, viéndola desaparecer, confusa pero no molesta (todo lo contrario), me siento más viva que nunca.
 

sweetluis5g

Virgen
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Calalberche​


Mi fantasma es un fantasma antiguo, tan viejo que ya casi nadie lo busca excepto yo.

Como aquellos palacios o castillos que tienen su propia aparición, yo también tengo un espectro personal que habita en mi cabeza y no lo puedo echar de ahí, entre otras cosas, porque para echarlo primero tendría que encontrarlo. No sé dónde está. Nadie lo sabe. Desde hace quince años está en paradero desconocido, en busca y captura.

Mi fantasma no es travieso, ni misterioso, ni un fantasma de leyenda como cuentan las guías turísticas de los sitios encantados, mi fantasma es un monstruo que devora vidas y que tiene nombre y apellidos.

José Marchena. Ese es su nombre. En su barrio de las Veredillas lo conocían como el Chata. El apodo venía por su profesión de chatarrero. Aunque decir profesión es decir mucho. José Marchena era un superviviente que alternaba la recogida o el robo de cobre, plomo o cualquier cosa que pudiera vender al peso, con la venta ambulante, contrabando de tabaco y en general, cualquier cosa que supusiera un trabajo de poca monta y mínima cualificación profesional.

Ahora debe tener cerca de 50 años y todos lo dan por desaparecido o por muerto. Todos menos yo, claro.

Termino de comerme el bocata de calamares que he comprado en el bar de abajo junto con dos latas de cerveza. Es pronto para acostarme y no me apetece ver la tele. Me sirvo una copa de coñac y entro en mi despacho particular. Así es como llamo a la habitación llena de papeles, mapas y fotos de todo lo relacionado con José Marchena. De las dos piezas que tiene mi apartamento, una entera dedicada a él. Una impresora y un ordenador de sobremesa ya viejo que me sirve para navegar por Internet o entrar en remoto a las bases de datos de jefatura. Desde que se digitalizan todos los expedientes el número de papeles y documentos físicos ha dejado de crecer.

Me siento y arranco el PC. Es todavía muy pronto para acceder a ningún informe preliminar sobre la chica asesinada esta tarde y, además, será difícil en remoto porque los expedientes recientes solo los pueden consultar aquellos que estén con el caso. De todas formas no espero nada de este asunto: estoy totalmente convencido que no tiene relación con mi fantasma.

Recuerdo la época en que antes de fantasma fue monstruo. Nadie sabe exactamente quién fue su primera víctima, porque al principio no mataba. Los primeros informes que tuvimos de él eran sobre abusos a niñas del barrio. Tocamientos, arrimones o exhibición de sus partes. Algún que otro señalamiento pero ninguna denuncia. En las Veredillas lavan sus trapos sucios en casa. Está mal visto recurrir a la policía.
El Chata se llevó un par de palizas como advertencia, pero eso no suele funcionar con los abusadores. Para lo único que sirve es para que cambien su sistema. Se volvió más sigiloso, más selectivo con las víctimas y también empezó a buscarlas fuera del barrio, entre otras zonas deprimidas y marginales. Redujo sus actuaciones a solo aquellas que podía calificar como seguras. Algunas de las declaraciones que pudimos conseguir hablan de chicas a las que atrajo con la promesa de dinero o un regalo. A algunas, efectivamente, les pagaba. Al menos las primeras veces, lo cual hacía complicado que más adelante, cuando venían mal dadas, interpusieran denuncia. En cualquier caso era cuestión de tiempo que alguna adolescente le identificara. Yo todavía no era inspector, pero por lo que pude saber después, la policía investigó una denuncia y acabaron dando con él. Demasiado conocido en el barrio y en buena parte de la ciudad para que no terminaran señalándole.

Fue la primera vez que lo que sacaron de la circulación, aunque desgraciadamente no fue por mucho tiempo. Solo se pudo probar su relación con dos casos y tuvo la suerte de que las chicas admitieron haber recibido dinero suyo, con lo cual, la cosa quedó solo en abuso. Seis años que se quedaron en cuatro.

Del paso de Marchena por la cárcel se sabe poco. Reservado, huraño y solitario, no debió hacer muchos amigos en un sitio donde los abusadores sexuales no son muy bien recibidos. Consta un intento de agresión al menos, que hizo que pasara un par de años en aislamiento hasta que lo sacaron otra vez a la galería. Pero poco más pude averiguar. Si volvieron a ir a por él, no consta en ningún sitio.

Y luego, a la calle de nuevo. Como la mayoría de los abusadores, sin rehabilitar, resentido y con el deseo contenido ardiendo en su interior, listo para dispararse en cuanto volviera a tener una presa a su alcance. La cárcel supuso un cambio cualitativo porque entró un abusador pero salió un violador. Los tocamientos y el exhibicionismo se le quedaban ya cortos. Cuatro años encerrado en una celda, distrayéndose únicamente con sus fantasías, solamente podían potenciar su deseo de ponerle la mano encima a otras jóvenes.

Se registraron tres violaciones aunque pudo ser alguna más no denunciada. Utilizó una extrema violencia y se ensañó con las víctimas. Solo una de ellas era de las Veredillas, pero allí no tardaron en ponerle precio a su cabeza.

En la primera agresión todavía no se sabía quién era pero, tirando de registros, la policía lo colocó como sospechoso enseguida por haber coincidido su salida con los ataques y por sus antecedentes. Sin embargo, en la tercera, la chica que violó en Las Veredillas lo había reconocido y la voz se corrió rápidamente por el barrio.

- ¡Ha sido el Marchena! ¡Ha sido el Chata!

Hasta entonces aún se había dejado ver por la ciudad. Algunos testimonios lo situaban en distintos puntos, pero una vez levantada la liebre, José Marchena simplemente se desvaneció. Cómo llegó a enterarse que lo estaban buscando, es algo que no sabemos pero que no es difícil adivinar. No debía ser tan tonto como para no darse cuenta que una víctima de violación es más difícil que se calle que la de un abuso. En los ambientes en que se mueve ese tipo de gente, los rumores corren rápido y sin duda debió enterarse que lo investigaban.
Pasaron dos o tres meses sin que diera señales de vida y también sin que lo atraparan. Todo hacía pensar que se había borrado de la ciudad. Lo más lógico es que hubiera puesto tierra de por medio y ahora estuviera en otro lugar, con identidad falsa, intentando buscarse la vida. Pero no. Fue entonces precisamente cuando comenzó la pesadilla.

El primer cadáver apareció precisamente en una de las casetas que Marchena utilizaba para guardar chatarra, junto a un pequeño huerto, que había sido escenario anterior de una de sus violaciones. Una chica joven apenas cumplidos los dieciocho. Presentaba signos de violación vaginal y anal. Posiblemente con un objeto romo porque no se encontraron restos de semen ni pelos. Seguramente no pudo completar el asalto y utilizó un palo o un mango de algún instrumento. Una constante que se repitió más adelante y que los expertos consultados indican, que pudo ser por una impotencia sobrevenida o por un cambio en sus rituales de satisfacción a raíz del salto cualitativo que supuso pasar al asesinato. Al tratarse de un violador en secuencia como el Chata, todos supusimos que la cosa iría a peor y no quedaría en un solo crimen. Se sabía que la había drogado porque se encontraron restos de somníferos en su sangre.

Ahí fue donde entré yo en la historia. Recién ascendido a inspector, me colocaron como refuerzo en homicidios. Y desgraciadamente, no se equivocaron: al poco tiempo apareció otro cadáver. Y más tarde otro más.

La segunda apareció en una acequia, tapada con una chaqueta que había pertenecido a Marchena, rodeada de huellas que coincidían con sus botas y con el mismo ritual de abusos. La autopsia se determinó que había consumido alcohol mezclado con cannabis y que también había muerto por asfixia. Presentaba golpes en la cabeza y moratones por el cuerpo. Se ve que en esta ocasión, la víctima había presentado más resistencia, posiblemente debido a que los somníferos no habían hecho tanto efecto, así que el criminal la golpeó con un objeto contundente por sorpresa y desde atrás, según revelaba el estudio forense. Después de ensañarse con ella y cuando estaba en estado de semiinconsciencia, utilizó un lazo para asfixiarla. Sobre su pubis, una cadena de plata con un cristo de Dalí.

Fue la primera de las víctimas que pude ver con mis propios ojos. Nada agradable, ya os podéis imaginar, y eso que ya había visto a estas alturas bastantes ejemplos de lo puta y lo jodida que es a veces la vida.

Así que teníamos un asesino en serie. La pregunta parecía ser: ¿para cuándo la próxima? porque a José Marchena parecía que se lo ha tragado la tierra. De donde quiera que tuviera su guarida, emergió días después para volver a cometer una escabechina.
Nuevamente y para nuestro pasmo, en las Veredillas, como si fuera un desafío en toda nuestra cara y con el barrio alzado en patrullas ciudadanas, dispuestas a ajusticiar al primer sospechoso que se señalara por la policía o los vecinos. En medio de aquel ambiente explosivo, el delirio alcanzó su máxima cota, con todo tipo de denuncias y testimonios contradictorios provocados por la histeria colectiva. Si hubo alguna pista real, quedó sepultada en un tsunami de informaciones sin contrastar o producto (en muchos casos), de la simple y pura imaginación de la gente. Tuvimos que dedicar más efectivos evitar linchamientos y desórdenes que a estudiar el propio caso.
A partir de ese momento dejó de ser un asunto local para saltar al plano nacional. Todos los diarios hablaban ya del asesino de las Veredillas y los programas sensacionalistas hacían su agosto.

Al tercer cadáver ya nadie dudaba que era obra de un asesino en serie. Una chica joven, en un solar destartalado, cosida a puñaladas. Las primeras en el pecho, mortales. Las siguientes, de ensañamiento, en los muslos, alrededor de su pubis. En su mismo sexo.

Un ataque rápido y con poco ritual en este caso, pero el asesino no se podía permitir el recrearse. Sabía que si lo cogían allí no saldría vivo del barrio. Por eso que no se entretuviera en violarla, pero sí en tratar de destruir y marcar su sexo. De nuevo las huellas de bota y esta vez, el arma homicida. En las dos anteriores no habían aparecido los cordeles, pero aquí si apareció la navaja que algunos reconocieron como perteneciente al Chata. En varias ocasiones lo habían visto usarla para pelar fruta, para comer o para cortar las sogas con los que amarraba la chatarra sobre el carro. No pudieron encontrar ninguna huella pero sí uno de sus guantes. Los que utilizaba para manejar la chatarra sin cortarse, guantes de seguridad viejos y rotos. Es de suponer que los utilizaba en las agresiones.

A partir de ahí toda Málaga se puso patas arriba. La policía vigilaba constantemente, se formaron patrullas de vecinos, las centralitas se colapsaron con miles de llamadas cada día. La locura colectiva y nosotros navegando en todo ese río de informaciones y contra informaciones, tratando de poner orden para poder anticiparnos al próximo golpe, que casi nadie dudaba que llegaría.

¡Increíble que no se pudiera localizar al Chata! Su retrato robot y las dos únicas fotos de que disponíamos estaban en todos los periódicos, en todos los locales, abrían los informativos. ¿Dónde coño se ocultaba? ¿Cómo era posible que no se cruzara con nadie o que consiguiera pasar desapercibido? ¿Qué tipo de disfraz usaba?

Una persecución contrarreloj intentando localizarlo antes de que volviera a matar, una carrera que una vez más perdimos. Volvió a sorprendernos, esta vez con un asesinato fuera de las Veredillas y de cualquier otro barrio marginal. Fue en pleno centro de Málaga.
Una chica de 22 años, la de mayor edad asesinada hasta entonces. No una chica de la calle, sino una muchacha bien, de familia con posibles en Granada, que le habían pagado a la niña un apartamento de alquiler a ella sola, para que no tuviera que compartir piso mientras estudiaba graduado social en la universidad de Málaga. Fue precisamente en su apartamento donde la encontraron, atada a la cama, desnuda y con el vientre abierto. Una auténtica carnicería que recordaba alguno de los asesinatos de Jack destripador el siglo pasado.

Se me revolvió el estómago. El interés y la emoción con la que afrontaba mi primer caso importante (aunque solo era uno más del equipo), pasó a convertirse en un sordo odio hacia aquel monstruo capaz de torturar y de asesinar de aquella manera. Ahí nació verdaderamente mi fantasma, porque ahí fue donde hice mío a José Marchena. En ese momento nació una extraña simbiosis, en la que mi motivación y mi leitmotiv para trabajar e incluso para levantarme cada mañana, era dar caza al destripador de las Veredillas como empezaron a conocerlo. Sin duda, un nombre que vendía y gracias al cual hicieron su agosto los tabloides, los programas sensacionalistas y una miríada de supuestos expertos que aparecían todos los días comentando el caso en televisión y radio.

Yo, que estaba tan cerca de todo, sabía cuan desencaminados iban en la mayoría de las ocasiones. Cuantas mentiras y cuántas estupideces poblaban la actualidad, confundiendo más que aclarando. Pero lo cierto y lo verdadero es que la policía estaba en un callejón sin salida. Ese fue el último asesinato, al menos en Málaga y atribuido al Chata. A partir de ahí, este desapareció definitivamente. Ninguna violación, ningún abuso, ningún ataque, ningún crimen con el que se le pudiera relacionar.

Pero este último sí, por las puñaladas sobre el pubis como símbolo femenino así como el horrible hecho de que la chica estuviera todavía viva cuando le abrió el vientre y la apuñaló, además de que tuviera una pavorosa agonía mientras la asfixiaba con un cordel similar al de las dos primeras víctimas.

La muchacha colaboraba de voluntaria mientras estudiaba en una ONG que había tenido actividad en varias zonas marginales de Málaga, incluida las Veredillas. Ese era otro motivo para pensar que de alguna manera el Chata la conocía. Cómo consiguió acceder a su piso y montar esa escabechina sin que la chica se resistiera o gritara es una incógnita, pero seguramente debió esperarla en el portal y amenazarla una vez ella estaba accediendo a su vivienda. En cualquier caso, fue el último asesinato en Málaga. A partir de ahí, el monstruo se convirtió realmente en el fantasma, porque nadie volvió a ver vivo o muerto a José Marchena.
 

sweetluis5g

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Esther​

Esther vuelve de nuevo a casa altas horas de la madrugada. Hoy es sábado y el Sweet Queen ha cerrado muy tarde. Aferrada al cuerpo de Maxím, ella nota cada vez que la chica tensa los músculos mientras cabalga la moto, sintiendo incluso cuando da gas con un giro de muñeca. Los dos cuerpos responden como uno solo a cada salto de la moto y vibran al unísono con el golpeteo del motor.

El aire fresco de la madrugada recorre sus muslos y se mete por debajo de su minifalda. Le gusta desde primer día ir así, cuando sabe que tiene posibilidades acabar volviendo en moto con la camarera. Es una especie de provocación y de desafío para su nueva amiga, que no puede evitar llevar la mano a su pierna y hacerle una leve caricia en el muslo antes de arrancar. Esther la tolera, igual que ha aprendido a apreciar a otros detalles sin sentirse molesta. Como que el beso de despedida sea en los labios y no la mejilla.

Se siente especialmente excitada. Como muchas de las noches y todas aquellas en las que visita el bar, ya sea sola o en compañía de Montse, hoy va a caer una gran paja. Pero en esta ocasión sucede algo. Maxím pasa de largo el desvío que lleva hacia su barrio y por el contrario toma dirección a la playa. A estas horas está solitaria y más en la zona a la que ella se dirige, cercana a un espigón. Para allí la moto, junto a unos bloques de hormigón que van avanzando por la arena hasta introducirse en el mar.

La brisa se ha vuelto húmeda y el chocar de las olas contra la piedra acentúa la sensación de frío. Y sin embargo Esther nota que está ardiendo.
- ¿Qué hacemos aquí? - pregunta con voz temblorosa casi temiendo la respuesta, pero a la vez deseándola.

Maxim la toma por detrás del cuello con su mano y acerca los labios a las suyos, sellándolos en un beso jugoso y tibio, en esta ocasión con lengua. A Esther le cuesta respirar, se atraganta con la saliva, pero aguanta y no permite que se separe. Inconscientemente, las manos de la chica se van a su cintura y acaba apretándose contra el duro cuerpo de la camarera, hasta que puede percibir cada uno de sus músculos. Es como si ella fuera la espuma del mar, ligera, voluble y fresca, que va a estrellarse contra el duro hormigón de las escolleras, abrazándolo, envolviéndolo y adaptándose a su forma. El romper de las olas cercanas refuerza esta sensación, provocando que Esther empiece a mojarse internamente.

Maxím la empuja y la hace apoyarse contra la moto, le separa las piernas y su mano bucea por debajo de la minifalda. El contacto con su coño es áspero, aparta la braga sin miramientos y un dedo recorre su raja de arriba abajo. Ella se siente confundida aunque su cuerpo reacciona positivamente volviendo a mojarse y erizando toda la piel, su mente rechaza la caricia. Maxím continúa imperturbable, le baja el escote liberando sus pechos que recorre con la boca y la mano libre.

- No, no, no – suspira aunque cada vez más bajito y con menos convicción. Finalmente le empuja con las manos y trata de separarse del abrazo de su amiga - No soy lesbiana – murmura.

- Vas a gastar la frase, chica - le responde con una sonrisa Maxim.

<< Bueno, pues si no eres lesbiana tengo algo para ti que igual si te gusta - Abre el maletero de su moto y saca de una pequeña bolsa de tela una cosa oscura, que colocan frente a sus ojos: un dildo con forma de pene, simulando perfectamente su forma. Negro y grande, el caucho brilla con los reflejos de las luces de la avenida cercana, a pesar de que están en la penumbra.

<< ¿Quieres que juguemos entonces a chicos y chicas? Te prometo que tu heterosexualidad no se verá afectada.

La muchacha está como hipnotizada, no puede apartar los ojos de la forma fálica, grande, brillante, negra… su sexo empieza a palpitar como si la estuviera llamando. Se sorprende a sí misma diciendo una guarrada impropia de ella.

- ¡Métemela!

Maxim desenrolla las correas. Esther no se había fijado que el falo negro iba acoplado a un arnés. Se lo coloca con soltura, casi con gracia. Tiene práctica y eso la pone muy burra. La toma por los hombros y la obliga a agacharse. Le introduce el gigantesco glande en la boca obligándola a lamer. Le cuesta hacerlo con toda la boca llena de aquello. El solo pensamiento de que se lo va a meter en la vagina, hace que se estremezca de miedo y de placer.

De repente tira de ella hacia arriba, la gira y la apoya sobre la motocicleta. Queda con el culo hacia arriba, ofrecida en aquel rincón apartado y oscuro. Todo se confabula para hacer que el morbo le haga hervir la sangre. Maxim levanta la faldita y le baja las bragas. Ella nota el gigantesco pollón presionando entre sus muslos, está tan mojada que a pesar de todo entra sin demasiado esfuerzo. Aquello la recorre abriéndose paso por su carne sin que le duela, por el contrario empieza a notar contracciones, como si su matriz o sus ovarios quisieran atraer aquel gigantesco pene a lo más hondo de la vagina.

Nota los dedos fuertes de Maxim agarrándose a sus caderas y como empieza a follarla con dureza, igual que lo haría un chico alterado ante el espectáculo de una joven puesta en pompa para él. Con cada embestida se moja más, oye el chapoteo de su sexo que se confunde con las olas rompiendo en el espigón.

-Maxim, Maxim, no pares por favor - le pide, como si ella tuviera alguna intención de hacerlo. Por el contrario intensifica sus acometidas hasta que Esther tiene un orgasmo brutal…

¡Piip piip piiiiiiiip piiiiiiiiiiiiiip!

- ¡Mierda! – exclama Esther dando un salto de la cama. Son la siete de la mañana y el trabajo espera a seis paradas de metro. Joder, en todo lo mejor del sueño, se lamenta. Era tan vivido que aún puede notar como cierto placer la recorre. Se toca entre las piernas y retira los dedos manchados de flujo. Su coñito reacciona, la llama hinchándose de sangre el clítoris y emitiendo pequeñas contracciones su vagina ¿Hay tiempo para hacerse un dedo? Pues mira, aunque tenga que correr luego, pero no puede quedarse así. Su mano vuelve al coñito y su mente al momento en que orgasma en aquella apartada playa, poseída por Maxim.
 

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Calalberche​


Miguel Calalberche está en el archivo de la jefatura. Conectarse desde el ordenador allí, dentro en red corporativa, le permite consultar un mayor número de expedientes que desde casa o desde su despacho. Especialmente aquellos que no están catalogados y no responden a las entradas de los buscadores. Cuando tiene tiempo y también con mucha frecuencia fuera de su jornada laboral, pasa en ese lugar ratos que se convierten en horas, rebuscando en los contenedores, que es como allí llaman a los archivos no indexados ni organizados, al cajón de sastre donde van todos aquellos casos y sospechosos sin catalogar. Su esperanza es encontrar algún material, alguna pista, algún indicio que hasta ahora hayan pasado por alto y que demuestre que el Chata sigue vivo y activo.

La investigación de sus asesinatos en Málaga, después de tantos años, está archivada. Los expertos creen que debe haber muerto porque un asesino serial de ese tipo es difícil que se detenga. Si no ha habido más noticias suyas es porque está fuera del país o porque algo le impide matar. Además (y en esto Miguel tiene que darle la razón a sus superiores y a los expertos), es tremendamente difícil vivir hoy bajo una identidad falsa. Casi veinte años sin que nadie lo reconozca, sin una pista, sin que aparezcan sus huellas en ningún delito, viviendo bajo una identidad falsa sin que esta cante…

Pero él está convencido de que sigue ahí y además ha vuelto a actuar. Hace diez años una víctima en Madrid, apuñalada y ahorcada. Esta vez literalmente. Le habían pasado un lazo por la garganta y la habían empujado por el hueco de las escaleras donde quedó colgando. El vientre abierto y las vísceras suspendidas en el aire, como si fuera un macabro carillón dando las últimas notas de la vida que se le escapaba veloz.
Vio las fotos y aquello parecía una puta escena de Seven o del Silencio de los Corderos. Parece que todo fue improvisado pero el cuadro le quedó espléndido, obra maestra a la que no le faltó ni un detalle. Enseguida supo que era él. Varios años después, volvía a salir el monstruo a cazar. Que fuera en Madrid tenía toda su lógica ¿dónde mejor que esconderse que en la mayor ciudad española? Así que era eso, había permanecido oculto todo este tiempo.

Llamó a los compañeros de Madrid pero su genuina intención de ayudar fue malinterpretada. Demasiada publicidad y demasiadas presiones para rebajar el sensacionalismo y la alarma generada por un caso tan extremo y grotesco. Lo último que interesaba, es que apareciera un inspector del caso del destripador de las Veredillas anunciando su reaparición en la capital.

Lo cierto es que la investigación no pudo aportar ningún dato que lo relacionara. Es más, la única huella que pudieron encontrar, bastante deteriorada, no coincidía con las que tenían del Chata. Suficiente para darle carpetazo a su teoría. Pero Miguel sabe que no, que aquello no fue un crimen aislado. Ninguna prueba definitiva, pero juntando los detalles, todo parecía gritarle que su fantasma había reaparecido. Y el grito fue más alto y claro cuando un año después encontraron otro cadáver.

En el parque de la Casa de Campo, junto a una valla. Una chica joven, sentada con las piernas extendidas, sin ropa interior y con signos de haber sido violada con un objeto romo. Dos cuchilladas en el pubis y un alambre alrededor del cuello, sujeto a un palo detrás de uno de los listones metálicos de la cerca, a modo de improvisado garrote vil.

Demasiado claro para ignorarlo. Y sin embargo una vez más, aquello pasó desapercibido entre el maremágnum de delitos de la capital. No era un caso tan espectacular como el anterior y además, se trataba de una de las chicas que ejercía la prostitución junto al lago de la Casa de Campo. Una muchacha rumana a quien nadie reclamó, proveniente de la trata de blancas de las mafias. Carne de cañón cuyo asesinato era fácil justificar por algún ajuste de cuentas, algún cliente loco o simplemente, como ejemplo para las demás por haber sacado los pies del tiesto. Y una vez más, las pocas pruebas no parecían ayudarlo, el suelo estaba embarrado y las huellas del atacante eran claras: no coincidía el número de pie con el del Chata, era bastante menor.

Ninguna relación con los otros asesinatos, dictaminaron los jefes, aunque esta vez, Miguel Calalberche no se quedó quieto. Pidió el traslado a Madrid sin pensárselo dos veces. Sin novia ni esposa, con la familia en el pueblo y sin nada que lo retuviera en Málaga, comenzó de nuevo la caza de su fantasma. Y allí sigue dos años después, acechando sombras, rebuscando información entre los contenedores, peinando cada agresión que se denuncia. Solitario y entregado a la causa, como un caballero templario combatiendo a los sarracenos. Esperando que su fantasma se muestre, que cometa un error, que de una pista que le permita ponerse en marcha.

Entre tanto aprende, acumula experiencia y ha sido propuesto para un par de ascensos. Algún día, cuando todo termine, volverá a Málaga, posiblemente con un cargo de Comisario. Entonces podrá cerrar el círculo.
 

sweetluis5g

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Claudia​


Míralo, lleva dos horas conectado, revisando la base de datos sin levantar la cabeza del PC. Se pasa las horas muertas. Miguel Calalberche, un tío raro donde los haya para la mayoría de la gente del cuerpo pero no para mí. Yo lo conozco bien, o eso creo.

Me llamo Claudia Armendáriz y soy ingeniera informática de sistemas en la Unidad Central de Información de la Policía. Gestiono el sistema informático de consulta de expedientes y archivos y conozco a Miguel desde antes que llegara a Madrid. Recibí una llamada suya interesándose por el caso de Flor, la mujer asesinada en Legazpi hace unos años, la que quedó colgada del hueco de las escaleras.

En ese momento el expediente no era consultable porque se estaba investigando, así que le denegué el acceso. Mi sorpresa fue mayúscula cuando un año después, le vi aparecer por aquí como inspector de homicidios residente. Entonces sí tenía ya acceso al caso aunque estaba prácticamente cerrado por falta de sospechosos. Se pegó aquí una semana entera consultándolo y cuando acabó, continuó viniendo y pasando horas frente al terminal, devorando todo aquello que podría interesarle, un día tras otro hasta hoy. Me preguntó cómo podía consultar todos los casos referentes a un tipo concreto de asesinatos, con un perfil de mujer joven, pero yo lo tuve que desilusionar, porque los casos más antiguos no estaban indexados y no se podía hacer un patrón de búsqueda concreto. Con los nuevos que iban llegando sí.

Todos en el cuerpo conocen su fijación y su teoría de que el destripador de las Veredillas sigue vivo y actuando. Y también que esta es su principal motivación e impulso. Muchos lo consideran un friki obsesionado pero yo creo que he llegado a entenderlo. Demasiado bien quizá. Me acuesto con él desde hace dos años. Pasa aquí tantas horas que era inevitable que acabáramos intimando. Como en todos los trabajos, cuando compartes casi más tiempo con tus compañeros que con tu familia, al final o los amas o los odias, y yo acabé convirtiendo a Miguel en mi amante.

Estoy casada, con una hija adolescente y veinte años de matrimonio a mis espaldas. Mi marido y yo tenemos una relación cómoda, sin grandes discusiones, la vida bastante resuelta y un par de aventuras extramatrimoniales por su parte que él niega, claro, pero que yo doy por seguras, de algo me ha tenido que servir trabajar para la policía: sé cómo pillar a un infractor. Posiblemente, hay alguna más, pero renuncié a seguir investigando ¿para qué? Se porta bien conmigo, quiere a su hija y cumple en casa y con la familia, motivo suficiente para que hasta ahora no me haya planteado romper esa vida que, como decía al principio, resulta cómoda. Y también está nuestra hija, claro, que se encuentra en una edad muy complicada para darle el disgusto de ponerla frente a la realidad de que el matrimonio de sus padres ya es una cuestión de costumbre y no de amor.

Así que íbamos 2 - 0 con el partido a su favor hasta que apareció por aquí Miguel. Un tipo callado, serio y raro. Al principio yo también caí en el tópico, pero muchas horas de verlo aquí y 10.000 cafés de máquina después, resulta que en el fondo es buena persona. Eso sí, con una meta (o una fijación que dirían otros), pero por lo demás buen tío. Buen compañero, trabajador, nada de un pelota ni un trepa de los que tanto abundan por estos lares y honesto hasta decir basta. Ciertamente, está convencido de que José Marchena anda por ahí suelto y sigue matando y considera su responsabilidad detenerlo. Cada víctima de las antiguas o de las posibles nuevas pesa en su conciencia.

Y es un hombre que sabe escuchar, que no juzga, que no te mira rara, que sabe ver a la mujer que hay detrás del gesto enfurruñado y las gafas de pasta, porque tengo que reconocer que yo no soy ni una belleza, ni una hembra de trato fácil. La falta de emoción de los últimos años me ha vuelto irritable y antipática, pero él nunca me ha mirado como me miran los demás. A pesar de todo, ha sido amable conmigo, inasequible al desaliento y estando solo como está y sin relacionarse demasiado en Madrid, puso sus ojos en mis curvas. Demasiado caballero y demasiado tímido para tener una mala palabra o un mal gesto conmigo, pero alegrándose cada vez que me veía y ¡qué queréis que os diga! eso le da satisfacción a una que tan necesitada está de poner un poco de emoción en su aburrida vida. Así que me deje querer y cuanto más me dejaba, más me gustaba Miguel, hasta que un día pasó lo que tenía que pasar: empecé a remontar el partido con mi marido marcándole un gol por toda la escuadra.

Fue una de esas tardes que Miguel se quedaba aquí después de acabar su jornada y que, yo, prácticamente lo tenía que echar del archivo. A veces nos tomábamos un café fuera y yo conseguía que desconectara de su fijación, hablándole de mi matrimonio, de mi vida y consiguiendo que él me contara cosas de la suya. Esa tarde lo lleve a su casa en mi coche y cuando iba a bajar le pregunté yo misma si podía subir. Con todo mi papo, a estas alturas ya no está una para esperar que los tíos se lancen, vaya a ser que se pase el tren y te quedes como una gilipollas en el andén viéndolo irse. Él se limitó a asentir con la cabeza y quince minutos después, estábamos follando en su cama como dos adolescentes. No recordaba cuándo fue la última vez que eche un polvo con tantas ganas. Fue el primero de muchos y aunque Miguel era un poco torpe al principio, supongo que por su timidez y la falta de costumbre, luego conseguí que además de ponerle ganas, le pusiera técnica, de forma que cuanto el primer arrebato pasional pasó, los apetitos no aflojaron y ahora tengo un amante experto, volcado en mí, que me da lo que yo quiero en la cama y la estabilidad y el cariño que necesito fuera.

En un sitio como este, rodeados de ojos perspicaces y profesionales del chisme y de la delación, me parece increíble que hayamos conseguido mantenerlo en secreto. En casa, el idiota de mi marido se alegra de que yo haya recuperado el buen humor y haya suavizado mi carácter, pensando que es mérito suyo, sin haber hecho nada distinto de lo que hacía hasta ahora. Así que la vida familiar cómoda y fácil continúa, el problema es que he probado lo bueno y ya no sé vivir sin ello, por el contrario, cada día aspiro a más. La semana que por lo que sea no puedo estar con Miguel recupero mi mal genio y me siento frustrada.

Pero esta no es una de estas semanas, todo lo contrario, no solo hemos podido tener dos encuentros hasta el viernes, sino que este fin de semana mi marido tiene un evento de pesca con sus amigos y es probable que el sábado, pueda colocar a mi hija y pasar todo el día con Miguel.

Por cierto, tengo un par de informaciones que salieron a la luz el otro día a raíz del rastreo de unos expedientes antiguos. Desde aquí coordinamos un poco la información para toda España, por lo cual cada vez que llega algo interesante de algún sitio, yo se lo pasó a Miguel. No creo que le sea de utilidad, son dos casos que tienen toda la pinta de ser violencia de género y no de un asesino serial, pero por si las moscas. El me agradece enormemente cada vez que le pongo cualquier cosa que pueda ser una pista en sus manos. Y yo deseo tener contento a Miguel.

 

sweetluis5g

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Elena Barrientos​


Me llamo Elena Barrientos. Tengo el poder de ver las fantasías de los demás. No de adivinar (esto no es un juego de cartas ni el timo de la bola de cristal), yo las veo, puedo leer la mente. Muchos piensan que es un don pero en realidad es una maldición. Yo no pedí ser así. Solo puedo leer aquello relacionado con los deseos más ocultos, lo que nuestra mente guarda para que los demás no vean. A veces lo esconden tan profundo que ni siquiera ellos mismos son capaces de verlo. Pero yo sí.

No siempre ha sido de esta manera. Hasta casi los dieciocho era capaz de percibir, de intuir cuando una persona tenía pensamientos de los que se avergonzaba. Pero no podía leerlos. Con esa edad me violaron. Ahí cambió todo. Podría decir que aquel acto brutal me cambió, que arruinó mi existencia, pero solo lo segundo es verdad. Y un poco a medias, porque he aprendido a convivir con ello y también conmigo misma después de todo lo que vino. Es un delicado equilibrio en el que tengo que dejar un poco de lado mi conciencia, pero de alguna forma lo he conseguido.
Yo era muy joven, pero no tanto como no para no percibir que atraía a los hombres y también cuando algunos de ellos me miraban con lascivia y deseo. Nada extraño para cualquier chica avispada pero yo tenía un don, como ya te he dicho. A veces, esos pensamientos sucios iban acompañados de algo oscuro y más siniestro. Entonces me era difícil distinguir la capacidad de cada persona para echar el freno, donde acababa la fantasía y empezaba la posibilidad real de llevarla a cabo. Era una criatura y todavía no había entrenado mi capacidad de ver, de leer en las mentes todo lo relacionado con los apetitos clandestinos.

Sabía (o creía saber) que algo no estaba bien en las cabezas de algunas personas, pero no sabía el qué, ni tampoco si eran capaces de controlarlo. Me crie en el barrio de las Veredillas en Málaga, un suburbio de la capital donde unos pocos miles de vecinos trataban de sobrevivir al desempleo, a la miseria y a la necesidad que arrastraba el primero. La mayoría eran honestos a su manera pero allí donde hay penuria, donde se lleva la gente al límite, hay quien acaba cruzando la frontera. De estos, muchos vuelven convertidos en criminales y algunos en monstruos. Allí donde hay desventura, hay abandono; donde impera la fuerza bruta no hay lugar donde esconderse para los más débiles.

De modo que cuando sentí aquellos ojos posarse sobre mí, pude percibir el deseo pero también cierta maldad. Nada que no hubiera visto antes, por eso no reaccioné a tiempo. Era un cazador y de los que tenían experiencia. Pudo distinguir mis dudas y actuó rápidamente, sin darme tiempo a reaccionar. Se ofreció a acercarme a casa, pero ante mi negativa a subir a su furgoneta, actuó con brutalidad y con contundencia, amenazándome con mil horrores si no colaboraba, acompañando las amenazas de golpes y de la caricia fría y dura de una hoja de navaja. Lo suficiente para dejarme en shock e incapaz de reaccionar. La voluntad escapó de mi cuerpo que quedó inerte y sometido. Tan desconectado de mí que me hice mis necesidades encima. Me había sorprendido en un pasaje, un atajo entre solares vacíos y escombreras que me ahorraba camino y que solíamos utilizar los jóvenes del barrio. De allí, por una pista de tierra y dando tumbos, me llevó a las afueras, subiendo por parcelaciones hacia el monte del pantano.

Me tuvo secuestrada en el campo, dentro una casucha de labranza, lo que a mí me pareció una eternidad, aunque al final (según la policía) solo fue un día. Había perdido la noción del tiempo. Mi mente se negaba asumir aquella realidad de dolor, de asco, de miedo y simplemente se aisló. Solo pude reaccionar cuando el monstruo dejó de estar presente. Solo cuando se marchó, pude recobrar algo de dominio de mí misma y huir de aquel lugar. No me resultó difícil a pesar de que me había dejado atada. Nunca sabré se fue torpeza o negligencia suya, o si me estaba perdonando la vida con aquellos nudos mal hechos, quizás solo con intención de retrasarme lo suficiente para que le diera tiempo a poner tierra de por medio.

De lo que si fui dolorosamente consciente fue de lo que deje atrás en aquella asquerosa chabola. Cualquier rastro de inocencia, de virtud, de confianza, de capacidad para amar desaparecieron de mi vida. Y más aún cuando me encontré el reproche mudo mi madre y de parte de mi familia. Al parecer, yo tenía parte de la culpa de lo que había sucedido. La desgracia traía aparejada la atención y el señalamiento y más en un barrio pobre y duro que no estaba preparado para la solidaridad.

La sospecha de que de alguna forma yo había podido provocar la agresión por mi actitud, se cernía sobre mí, ya sabéis ¿Cómo de corto era tu vestido? ¿Por qué no gritaste? Podías haberte resistido más ¿Qué hacías tu por allí sola?

Lo que hacía era lo mismo que cualquier muchacha de mi edad, tratar de llamar la atención del chico que me gustaba, Jaime, el hermano la Mari, una chica de mi instituto. Un chaval guapo, coqueto, de los que van de chulitos pero bien arreglados, con pelo rubio y mirada de ídolo pop, de esas que te observan desde el poster que cuelgas en tu habitación y te derrites. Era delgado pero atlético y tenía gracia moviéndose, cierta elegancia y clase que lo distinguía de los clásicos machitos brutos de la zona. Jaimito le apodaban, como el protagonista de los chistes antiguos y pasados de moda, lo cual no era del todo malo. Los peores motes siempre señalaban con crueldad cualquier defecto o problema que arrastraras, como para que no te olvidaras o quizá para hacer sentir mejor al resto de desgraciados que te lo gritaban. Típico de mi barrio, en las Veredillas no se perdonaba la debilidad ni la desgracia ajena. Bien pronto lo sabría yo. Así que Jaimito tampoco era un mal sobrenombre, aunque a él le jodía que lo llamaran así porque lo aniñaban. A mí me llamaban la Eleni, aunque él siempre utilizaba Elena y yo me moría cuando lo oía pronunciar mi nombre como si se refiriera a una mujer adulta.

Me sacaba dos años, tenía ya la mayoría de edad y eso le daba un plus de interés. No me gustaban los niñatos, ni los adolescentes inmaduros (y para mí, todos los de mi edad lo eran). No sé el número de masturbaciones que pude hacerme en su honor. Hasta que me enamoré solo me tocaba de vez en cuando, pero desde el momento en que me fijé en él, me acariciaba a diario imaginando cualquier situación compartida con mi amor platónico.

Me monté la película en mi cabeza, no sé si me entiendes. La fantasía de una chica tímida y enamorada no suele ir pareja a la realidad. Te montas tu rollo y eres feliz soñando despierta, hasta que viene la vida y te da una patada en todo el coño para espabilarte y ponerte en tu sitio. Para devolverte a la puta miseria de las Veredillas. Lo cierto es que él era consciente de que me gustaba, y si no, ahí estaba la alcahueta de su hermana para señalarme, como la rubita tonta a la que se le caía la baba al verlo pasar. Sea como sea, Jaime me sonreía, a nadie le amarga un dulce ni que lo miren con buenos ojos. Yo percibía que esa sonrisa era limpia, desprovista de maldad y con eso me bastaba para animarme a pensar en algo más profundo.

Lógicamente, yo no era la única que lo pretendía, siempre había varias mosconas a su alrededor, la mayoría dispuestas a darle todo lo que pidiera para atraparlo. Ese era mi mayor temor, que otra se me adelantara. Una más adulta, más mujer, más descarada, que le abriera sus piernas y lo atrapara entre ellas. Que lo hiciera verme solo como a una cría y me lo arrebatara. De modo que urdí un plan, loco como todos los de las adolescentes enceladas. Me vestiría de mujer, enseñaría mis encantos, tomaría la iniciativa de acercarme y por fin hablarle. Haría que dejara de contemplarme como una adolescente inocente e indecisa y me viera como una hembra, su hembra. Estaba dispuesta a todo, a darle lo que él quisiera tomar de mí, de todas formas lo estaba deseando. En las Veredillas pocas chicas llegaban vírgenes a la mayoría de edad y yo tenía claro que si era con Jaime, no tenía sentido esperar. Cien veces me había pajeado soñando ese momento. Y tenía claro que lo haría a pelo. Debía ser así para su goce y el mío, al menos la primera vez. Deliraba solo de imaginármelo derramándose en mi interior, dejándome preñada incluso, eso lo ataría para siempre a mí. Nada me importaba.

Me puse una minifalda, mis piernas depiladas y zapatos a juego, sin mucho tacón porque no quería llegar dando traspiés y con ellos llenos de polvo, camiseta ajustada, pelo rizado con moldeador y labios rojos. Camino de la tienda donde trabajaba iba ensayando mis frases, lo que le diría con la excusa de entrarle y exhibirme, de forzar una cita para tomarnos un refresco. Cualquier cosa con tal de quedarme sola con él y poder ofrecerme a sus caricias. Yo era una chica mona y virgen, tenía muy buen tipo, demasiado para que un muchacho joven esquivara una invitación como esa. Si me aceptaba entre sus brazos, estaba segura que repetiría, que ya sería mío.

Todas estas mierdas iba pensando y no me di cuenta del vehículo que se situaba a mi lado. Hasta que el Chata no asomó la cabeza por la ventanilla, no supe de quien se trataba. Lo conocía, todos en el barrio sabían quién era el chatarrero, pero nadie me había contado que lo habían metido en la cárcel ni por qué. No tardé ni dos segundos en percibir el mal. De forma confusa como ya te he dicho al principio, pero dudé, mi cabeza estaba con Jaime, y eso me condenó porque el monstruo fue rápido.

A veces pienso que debería haberme callado. Haberme lavado en una acequia y robado un vestido con el que simular que nada había sucedido, solo una travesura de chica que se escapa y luego vuelve a casa. Quizás habría podido engañarnos a todos, incluso a Jaime. Nadie me habría cuestionado, nadie me habría degradado con su lastima, ni tampoco estaría señalada con el estigma de la violación. Pero ahora sé que sería tarea inútil. Los signos de violencia eran claros y en mi cara llevaba reflejado el ultraje cometido. Estaba en shock y no podía pensar. Solo quería echarme en brazos de alguien que me dijera que todo iría bien. No lo encontré. Solo incomprensión, asco y culpa.

Luego supe que había atacado a otras dos chicas, pero fuera de las Veredillas. Por allí no volvió a pisar, todo el mundo lo conocía y no hubiera durado ni un minuto. Mi barrio no da segundas oportunidades, a veces ni primeras.

Tardé en reaccionar, pero a los pocos días reuní la fuerza para salir de nuevo a la calle. Solo una cosa me importaba, ver a Jaime. Quería que me abrazara, que me dijera que yo seguía siendo la misma, que nada de lo que había pasado importaba. Ni si quiera había llegado a estar un minuto a solas con él, ni a tener una conversación de más de cinco minutos, y todo mi plan se había venido abajo ¿Qué le diría ahora? ¿Qué le podía ofrecer? No sabía qué hacer, solo que tenía que verlo, explicarle que eso me pasó mientras iba a buscarlo, que me había vestido solo para él, que no pretendía provocar al monstruo ni a nadie…

Cuando llegué a la tienda lo encontré despachando. Su hermana también estaba. Me quede rígida, las palabras no salían, solo quería abrazarlo pero algo me lo impidió. Ahora mi percepción se había agudizado. Como si la agresión me hubiese hecho saltar a otro nivel superior de consciencia, como si hubiese desbloqueado todas las barreras que aun contenían “mi don”.

Vi rechazo. No pena, ni dolor, ni rabia por lo que me habían hecho… lo primero que sintió aquel desgraciado fue repulsa. Yo le molestaba en la tienda. Mi presencia evocaba algo tan crudo y tan sórdido que le hacía sentirse incómodo ¿Qué hace ésta aquí? parecía preguntarse, igual que el resto de clientas, lo mismo que su hermana. No era bienvenida.

¿Dónde estaban las sonrisas con que me cautivaba? ¿Dónde las poses y los gestos que me animaban a dar el paso de acercarme a él? ¿Qué había sucedido con ese aire electrizante que nos envolvía cuando coincidíamos aunque no hablásemos más que para saludarnos? De repente me sentí sucia y ultrajada, mucho más que cuando el Chata me robó la virginidad en aquella sucia caseta. El barro, el polvo y el semen de aquella bestia se podían limpiar, pero la mancha que dejó en mí no. No en Las Veredillas. Lo supe en ese preciso instante, siempre seria la chica que violó José Marchena. Allí ningún muchacho me querría.

Me di la vuelta y sin llegar a decir nada, salí por la puerta. Espere hasta el último momento que Jaime me llamara, que me detuviera, que me preguntara al menos que quería, pero solo me llegó una sensación de alivio. El muy cabrón se alegraba de que me fuera. Todos respiraron tranquilos cuando, llorando, me fui para mi casa.

Deseé con todas mis fuerzas que alguien atrapara a ese malnacido y que no fuera la policía. Que cometiera el error de aparecer por el barrio, que alguien lo reconociera y que lo dejaran muerto de una paliza. Desee poder ir a escupir a su cadáver tirado en la acera y mancharme mis zapatos nuevos con su sangre. Ese monstruo me había arruinado la vida, me había separado de Jaime incluso antes de empezar a estar con él y me había arrebatado algo precioso, algo que jamás podría darle ya a ningún chico, a ningún amante. Me había dejado marcada para siempre.
Pero mis ruegos no fueron escuchados, todo lo contrario. Se oía que el monstruo seguía violando, estaba en la calle suelto y haciéndole a otras chicas lo mismo que a mí.

¿Sabes? hay un momento en la vida en el que te das cuenta que estás sola. Normalmente lo intuyes, pero juegas a la ficción de que, como tienes familia, vecinos, conocidos, quizá amigos, crees que no, que hay alguien que te acompaña y te apoya. Pero basta con que la desgracia caiga sobre ti para que te des cuenta que todo es mentira. Una vez que estás marcada todos se alejan como los piojos del jabón.

Yo fui plenamente consciente en ese momento, ahí supe que nadie iba a hacer justicia por mí ni por ninguna de las chicas violadas, que la policía no estaba poniendo el empeño del todo necesario para pillar al Chata. Pasé horas encerrada en mi cuarto, sin querer pisar la calle, mascullando venganza y convenciéndome de que lo que no hiciera yo, no lo haría nadie. Las pocas veces que salí a la calle lo hice armada. No iba a dejar que ningún otro jamás, volviera a ponerme la mano encima. Al principio con un cuchillo de cocina que escondía entre mi ropa, luego con un revólver. Era de un novio de mi hermana. Ella no tuvo buen tino nunca para los chicos y siempre acababa enrollada con lo mejorcito del barrio. El que no pasaba droga andaba dando palos por ahí. A uno de ellos, el último con el que estuvo, le salió por fin un juicio que tenía aplazado por robo. Como tenía antecedentes le cayeron tres años y antes de entrar en prisión, le entregó el revólver a mi hermana, diciéndole que lo escondiera hasta que él saliera.

Yo la acompañe porque no quería tenerlo en casa. Lo ocultó en un hueco de una casa abandonada, liado en un trapo, con una caja de munición. No queríamos líos y nos olvidamos de aquello, de hecho, mi hermana se olvidó también del novio: en cuanto estuvo varios meses sin poder verlo regularmente se encamó con otro de igual o parecida calaña. Así que una mañana me pasé por la casa en ruinas, busqué el hueco que habíamos dejado con una madera y unos plásticos tapado y allí estaba todavía el revólver. Me alegré porque yo no sabía nada de armas, pero era un revólver pequeño y manejable, de los que no se encasquillan y tampoco hay que seguir un libro de instrucciones para saber cómo hay que cargarlos. En la calle lo llevaba siempre conmigo. A veces dormía con él bajo la almohada, sentía el bulto duro del acero y eso me permitía conciliar el sueño.

Cuando estaba sola en mi cuarto, en el que pasaba la mayor parte del tiempo sin hacer nada, a veces lo empuñaba y apuntaba hacia la puerta del armario. Imaginaba que el Chata estaba allí. Disparaba sin dudar, sin pensármelo ni un instante, varias veces hasta hacer correr el tambor vacío una vuelta completa... clic clic clic clic, así sonaba mi venganza.

Había pasado casi un mes de todo y de repente se me ocurrió. Con frecuencia me costaba mantener el bloqueo en mi mente de todo lo sucedido y algún detalle se filtraba, como una puñalada rápida al corazón que me dejaba sin aliento. Veía al Chata sobre mí jadeando y echándome su pestilente aliento. Escuchaba las gallinas andar alrededor de la caseta mientras él me violentaba. Veía mi mano roja tras pasármela por la cara después de recibir un bofetón que me hacía sangrar por la nariz. Me oía a misma gritar como si fuera otra persona.
Y una de esas veces algo vino a mí. Fue como una revelación. En el brazo del Chata, una pequeña pulsera con un cordel de cuero hecha de pequeñas conchas. Todas blancas con estrías marrones. Yo había visto antes esas conchas. Sabía dónde encontrarlas. El Chata vendía esas pulseras que el mismo fabricaba, normalmente dejaba un puñado en las tiendas de chucherías y golosinas del barrio. Algunas niñas las compraban y se repartía el beneficio con los tenderos. En la tienda de Jaime las tenían. Y yo sabía de dónde sacaba las pequeñas almejas.
Una pequeña cantera en las afueras. Y junto a ella unas instalaciones abandonadas. Una antigua factoría conservera que en su día cerró y dejo plagada de esqueletos de edificios la zona.

Yo había jugado allí, era terreno donde abundaban las cuevas y los sótanos abandonados que los chicos, de vez en cuando, exploraban y recorrían. Recordé que en uno de aquellos sótanos había varios sacos con esas almejitas. Exactamente iguales, habíamos jugado con ellas y luego las había reconocido en las pulseras que vendía el Chata.

¿Podría ser que…? ¿A nadie se le había ocurrido que pudiera estar escondido en aquella zona?

Estuve un día entero obsesionada y pensé incluso en ir a la policía. Pero finalmente lo descarté. No quería que lo detuvieran, para mí solo había una forma de hacerle pagar. Solo existía una manera de evitar volver a encontrármelo años después en la calle. Solo había una forma de hacer justicia y también de dejar de temer. Nadie, ni en las fuerzas de orden público ni en el barrio (a tenor de experiencia en la tienda de Jaime), e incluso en mi familia, era fiable. Nadie haría eso por mí. De modo que al día siguiente salí temprano, después de una noche entera en vela, justo con el amanecer. Hazlo tú Elena, me repetía. Tú puedes, tú debes. Créeme si te digo que el miedo y la incertidumbre casi me hacen volver. Temblaba mientras me acercaba a golpe de bicicleta a aquel lugar. El sitio me parecía tan evidente y tan perfecto para esconderse que supuse que la policía tenía que haberlo batido, aunque también era consciente que existían cientos de lugares como ese en Málaga y a lo largo de la costa.

No me atreví a entrar ni a recorrer las dependencias sola, mi cuerpo todavía temblaba, pero me quedé allí, en una loma entre unos arbustos, sentada en el suelo y aferrando la pistola. De alguna forma mi intuición parecía reforzarse. Algo siniestro flotaba en aquel lugar. Un hálito maligno que podía percibir, que casi podía respirar. Estuve allí un par de horas y de repente observe que algo se movía, una sombra parda pegada a la pared, con movimientos lentos se acercaba a uno de los agujeros que poblaban como cráteres el patio, entre las ruinas.

Supe que era él al instante ¿De qué pozo inmundo había salido? Le vi tumbarse y meter una botella en el charco de agua. El monstruo necesitaba beber. Debía tener su guarida bien disimulada, como buen chatarrero seguro que conocía aquellas ruinas metro a metro. Sin duda era él, el que se había llevado las tuberías o cables de cobre, cada hierro o cada pedazo de plomo que pudiera quedar por allí para venderlo. Así descubrió los sacos con las conchas y seguramente también descubrió la madriguera dónde se escondía ahora.

Una furia ciega y sorda desplazó cualquier temor que pudiera sentir. Mi primer impulso fue correr hacia él y vaciarle todo el tambor encima. Pero me contuve, mi mente en ese momento, curiosamente, cuanto más rabia sentía, más fría y analítica se volvía. Solo conseguiría prevenirlo y gastar un cargador inútilmente. A esa distancia, un revólver no conseguiría acertarle salvo de pura casualidad.

Con una helada determinación, continúe por la pequeña colina sin perderlo de vista hasta situarme casi a sus espaldas. Pasado un rato vi que se levantaba y volvía con una botella llena en la mano. Atravesó un edificio y salió al otro lado dirigiéndose a un rincón, donde removió unos cartones polvorientos. Los había pegado a la tapa de una arqueta. Al levantar el trozo de metal, los cartones se levantaron con él.

Desapareció en el agujero dejando caer con cuidado la tapa disimulada por su cobertura de cartón, hierbas y ramas. El muy cabrón había encontrado el escondite perfecto. Si la policía hubiera usado perros, todavía, pero si no, podías pasar por encima cien veces sin darte cuenta que ahí estaba la entrada a su madriguera.

Avancé con cuidado: no sabía a donde podía conducir aquello ni tampoco si tenía otra entrada. No estaba dispuesta a dejarme sorprender nunca más. El edificio más cercano era el que acababa de cruzar él. No tenía lógica que si estaba comunicado, la entrada la hiciera por el patio donde podía ser visto. Me acerque con mucho cuidado a dónde le había visto desaparecer. Costaba reconocer dónde estaba exactamente la trampilla, el tío lo había disimulado muy bien. Aquello tenía pinta de ser un aljibe o un pozo. Yo había estado antes en el patio explorando con mis amigos y habíamos visto varios agujeros con escalas mohosas de hierro que acababan en una sala con motores viejos, posiblemente bombas para impulsar agua, combustible o lo que quiera que fuera. Este no debía ser muy diferente. No me atreví a levantar la tapa pero imaginé un hoyo oscuro, de unos 4 o 5 metros de profundidad y con una cavidad en un lateral donde la rata habría montado su madriguera. No se me ocurría ningún sitio con el que pudiera comunicar aquel agujero.

Me dirigí al edificio que había atravesado. La planta baja estaba despejada, llena de cascotes y mugre, pero ninguna abertura o trampilla. Subí la escalera al piso superior, igual de destartalado, con las ventanas sin marco y las paredes llenas de desconchones y manchas de humedad. Me asomé y tenía una vista perfecta del solar y de la trampilla. Allí pasé un largo rato cavilando y observando desde arriba, tratando de trazar un plan. Mientras lo hacía, esquivaba la pregunta fundamental: ¿realmente estaba dispuesta a apretar el gatillo? ¿Qué pasaría si me situaba de nuevo frente aquel monstruo y flaqueaba? No quería ni imaginar lo que sucedería si caía en sus manos, en un lugar apartado y solitario cómo aquel.

Mi mente funcionaba a toda pastilla. Desde allí arriba tenía una visión perfecta y podía intentar dispararle cuando cruzara ¿Sería suficientemente preciso el revólver? ¿Si fallaba podría correr y poner distancia? O peor aún me pregunté ¿quién decía que no estuviera también armado? Esa posibilidad que hasta ahora no había contemplado, me hizo estremecer. No tenía miedo a enfrentarme al monstruo, ni siquiera me echaba para atrás la posibilidad de que me matara, pero sí que me hiriera y pudiera quedar a su merced. Y sobre todo, dale una oportunidad de escaparse. Tenía que acercarme más, tomarlo por sorpresa y dispararle a quemarropa.

¿Y si esperaba dentro del cuarto a que entrara? Era una opción. Pero ¿y si cogía otro camino y se iba en otra dirección esta vez?
Estuve casi una hora y media dándole vueltas al asunto, cavilando posibilidades, trazando planes en mi cabeza. Tenía que acercarme lo suficiente a él en el momento en que estuviera más expuesto y con más dificultad para reaccionar. Concluí que debía ser cuando saliera del pozo, cuando estuviera apartando la tapa, con las manos ocupadas aupándose para salir.

Al final di con la solución. A unos pocos metros del pozo había un resto de muro de lo que parecía una especie de caseta derruida. Estaba entre él y la pared, posiblemente el último sitio al que miraría el Chata cuando asomara la cabeza. Si me quedaba allí recostada, esos 50 cm de ladrillo serían suficientes para ocultarme a su vista y cuando estuviera incorporándose, en apenas tres pasos, podía situarme a su lado y encañonarlo antes de que pudiera reaccionar.

Decidir bajar a inspeccionar. Llegué al muro, estaba todavía más cerca de lo que parecía, incluso podría disparar desde allí. Si no me temblaba el pulso haría blanco sin demasiada dificultad. Me tendí y comprobé que quedaba totalmente cubierta a la vista. Si me situaba en un extremo podía ver a través de los ladrillos rotos. Sí, ese sería el sitio. Monté guardia una hora más, tirada al sol pero finalmente decidí que me iría. No podía permanecer allí toda la tarde, me echarían de menos en casa y con los antecedentes que tenía pondrían en planta a toda la policía malagueña para buscarme. Supuse que el Chata saldría por la noche, igual que las ratas, aprovechando las calles vacías y la oscuridad. Entonces decidí buscar y una excusa, la que fuera, y ese atardecer sería yo la que saliera cazar.

Pero justo cuando estaba a punto de irme oí un ruido. Me revolví contra el muro y asomé la cabeza solo lo justo para ver que de nuevo la trampilla se abría. Una cabeza asomaba y miraba en dirección al edificio y a la colina donde yo me había escondido al principio. Todo se precipitó en un instante.

Justo cuando el cuerpo se aupaba subiendo la rodilla y poniendo un pie en el borde del pozo, me levanté de un salto y bordeando el muro me acerqué en cuatro o cinco pasos hasta quedar a dos metros. Fui sigilosa pero no lo suficiente. El Chata se giró y quedó frente a mí. Bizqueaba tratando de enfocarme, seguramente estaba deslumbrado por la luz del sol, intentando acostumbrar los ojos después de la oscuridad del agujero.

- ¿Qué pasa hijoputa? ¿Si no voy con minifalda y pintada no me reconoces?

Enfoco la vista y ahora sí, un destello de reconocimiento brillo en su mirada. No le di tiempo a más, solo quería que supiera que era yo, pero no estaba dispuesta a darle ninguna oportunidad. Levanté el brazo que empuñaba el revólver y apunté al pecho.

Recordé a mi primo, que se había alistado de militar a la Legión y nos contaba historias en sus permisos. Cómo se mata a un centinela sin hacer ruido, cómo se dispara un fusil de ráfagas, cómo hay que tirar con una pistola… Jamás pensé que nada de eso me sería útil, para mí eran simples batallitas de jóvenes llenos de testosterona tratando de impresionar a chicas jovencitas. Pero en aquel momento su consejo me vino raudo y nítido a la mente: con una pistola corta si quieres avisar dispara al aire, nunca a la persona porque no sabes cómo se puede desviar el tiro. Un simple gesto, un simple movimiento de muñeca y el aviso te puede salir caro, puedes hacer sangre sin querer. Si por el contrario quieres matar, no apuntes a la cabeza. Si fallas el primer tiro y él se mueve rápido quizás no tengas una segunda oportunidad. Hay que disparar siempre a bulto, al pecho, da igual que no aciertes en el corazón la primera, con que le metas un balazo es suficiente para dejarlo tirado. Y entonces ya tienes tiempo de apuntar mejor. Y eso hice yo: apuntar al pecho y vaciar el cargador.

El Chata solo pudo decir “espera” y levantar a la vez su mano en un gesto para que me detuviera.

- ¡Ni lo sueñes cabrón!

Esta vez mi venganza sí que sonó fuerte: seis estampidos liberadores que me provocaron una descarga de adrenalina brutal. Lo más parecido a un orgasmo que he sentido nunca. Pensé que era imposible que nadie me hubiera oído, que en unos minutos todo se llenaría de policía y curiosos, pero allí nadie apareció. Me acerqué al Chata que estaba inmóvil y caído de espaldas. Pude contar cuatro impactos, uno de ellos creo que en el corazón, seguramente el que lo mato. Le di una patada y la cabeza giró con los ojos abiertos y vacíos. Había matado, era una asesina, pero en ese momento me sentía extrañamente en paz después del subidón al disparar. Por primera vez en paz desde que ese criminal me había violado. Y algo peor. Sentía satisfacción y placer, había disfrutado haciéndolo.

De repente fue consciente de donde estaba. No sabía si alguien había oído los disparos pero había que poner tierra de por medio. Arrastré como pude el cadáver hasta el borde del pozo, lanzándolo dentro de cabeza y esperando que se partiera el cuello, por si acaso, solo por si acaso. Aterrizó en el fondo con un ruido sordo. Me asomé y lo vi allí en una postura imposible, a unos cinco metros de profundidad. Puse la tapa simulada, esparciendo con los pies tierra sobre las manchas de sangre y me marché de allí lo más rápido que pude.
 

sweetluis5g

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Esther​


Esther se ríe de las ocurrencias de Montse. Le acaba de decir que oficialmente es ya una asidua del Sweet Queen: una lesbiana honorífica. Cuando han llegado a la barra, Maxim, sin que tuviera que decirle nada, le ha puesto su Coronita con limón y que la camarera te sirva sin que le hayas pedido nada, allí significa su graduación como clienta habitual.

- Le gustas ¿lo sabes?

Esther suelta una risita nerviosa que la delata. Sigue sin verse como una lesbiana pero el tema la excita sin duda. Por eso vuelve una y otra vez al pub.

- Sí, sí que lo sabes, aunque te hagas la modosita.

Esa noche el ambiente está bastante caldeado. Las copas y los chupitos adornan la barra y las mesas y el aire está electrizado, cargado de deseo, de proposiciones no dichas que vuelan a lomos de miradas descaradas.

Las chicas juegan al despiste, pero las dos no pueden evitar el subidón que les provoca ser de las más jovencitas del local y estar en el punto de mira de la parroquia. Les entran algunas mujeres y ellas las esquivan amablemente, con tacto y la práctica que ya les da la experiencia de unas cuantas noches y unas muchas copas en el Sweet Queen.

Sube el volumen de la música y de las conversaciones se pasa al baile y al contacto físico. Esther asiste a algunas escenas muy subidas y nota como el calor también prende en ella. Se les va la mano con la bebida y participan de la euforia, aunque no de los juegos que ven a su alrededor. Una hora y media después Montse toca retirada.

- Yo me piro ya que mañana hay que currar y estamos bebiendo más de la cuenta. No va a haber quién me saque de la cama.

- Me voy contigo

- ¿Esta noche no esperas a que cierre Maxim? - pregunta pícara.

- No, estoy igual que tú. Lo más prudente para evitar un resacón es tirar para casa ahora que estamos a tiempo.

Se despiden de Maxim quién ese momento está bastante atareada y salen afuera agradeciendo la brisa fresca.

- Venga que te acerco a casa - dice Montse que hoy se ha llevado el coche.

Por el camino las dos ríen, todavía les dura la euforia.

- Bueno ¿al final qué? ¿Te pasas a nuestra acera o sigues de hetero?

- Creo que continuaré en mi lado de la calle.

- ¿No sientes ni siquiera curiosidad?

Esther sonríe y agacha la cabeza un poco apurada.

- ¿Si? ¿Eso es que sí?

- Bueno, vale, un poco sí que me pone el tema, pero es solo eso que tú has dicho: curiosidad.

Montse aparca junto a la casa, en un vado que por la noche está vacío. Apaga el motor del coche y quita las luces. El interior del vehículo se sume en la oscuridad.

- ¿Quieres probar?

- ¿Probar que? no seas tonta…

- ¡Venga tía! vamos a darnos un beso.

- Estás loca.

- Lo estás deseando…

- ¡Que no!

- Mírame a la cara y dime que no te apetece probar a qué sabe un beso de otra mujer…

Las dos se miran en silencio unos segundos. Al final, la magia se rompe con una risita nerviosa de Esther que baja la mirada un poco apurada. Montse le levanta la barbilla y acerca los labios a los suyos. Es un beso suave, de tanteo, que se prolonga un poco esperando la reacción de la chica. Como ésta no llega, Montse se atreve a meter lengua y Esther la recibe con la suya. Bien es cierto que tímidamente al principio, pero luego el beso se prolonga y se intercambian saliva. Luego se separan para recuperar el aliento y Montse insiste. Un nuevo beso, esta vez acompañado de una caricia por encima de la blusa en el pecho. Ella se deja hacer: su pezón reacciona al contacto pero es normal, se trata de una caricia sensible y cuidadosa que provoca ese efecto independientemente del género de la persona que la hace, o eso al menos se dice la chica para justificarse. Al beso sigue otro y otro más, una mano recorre su muslo hasta su entrepierna. Otra suave caricia por encima de la braga que provoca una nueva reacción. Esther tiembla ¿De verdad está haciendo eso con su amiga? ¡Qué locura!

Unos dedos hábiles separan su braguita y recorren por debajo de la tela su sexo. Aquí, en la oscuridad del coche, las respiraciones se empiezan a entrecortar y las luces del exterior se van desenfocando. La caricia ahora es totalmente íntima, con un dedo en el interior de su vagina y el otro frotando su clítoris mientras siguen boca contra boca. Ella siente su cuerpo en tensión y espera un placer que no llega del todo. Hay algo incómodo en todo aquello, algo que le impide disfrutar. Al final la caricia se vuelve molestia a pesar del exquisito cuidado que está teniendo su amiga.

- Para, Montse, para - Pero ella continúa besándola y la mano sigue en su coño.

- Por favor Montse - dice mientras la coge de la muñeca aunque sin retirar la mano, esperando que sea ella la que dé el paso. Su amiga por fin se detiene y saca la mano de su entrepierna. Todavía le da un último beso y luego se recuesta en su asiento.

- Vale, ahora me dirás que no eres lesbiana y que no te ha gustado.

- Bueno, tampoco me has disgustado, simplemente es que creo que no me va este rollo. No sé, me he bloqueado y he empezado a sentir molestias cuando me tocabas. No sé si es normal o no. Oye, no te enfades conmigo.

- Mira que eres tonta ¿por qué me iba a enfadar? - dice Montse cogiéndole la cara y dándole un beso en la mejilla - La primera vez es normal estar confusa. Y bueno, tampoco pasa nada si no eres lesbiana o bisexual, me quedo con las ganas y ya está, pero vas a seguir siendo mi mejor amiga.

- Gracias - responde devolviéndole el beso – Bueno, pues será mejor que suba.

- Venga, que mañana a las ocho te quiero ver lista para producir.

Esther se baja del vehículo y antes de cerrar la puerta, vuelve a meter la cabeza y le dice a su amiga:

- Oye, me alegro de haber probado contigo, de que hayas sido tú. No pierdas la esperanza igual algún día...

- Anda y acuéstate que se te ha subido el alcohol a la cabeza.

- Jajajaja, hasta mañana.

Esther camina hacia su portal. Vaya nochecita, piensa, veremos a ver mañana cuando se me pase el efecto del alcohol a ver cómo digiero todo esto. Se para a la puerta del bloque y busca sus llaves. Le cuesta encontrarlas en el bolso y mientras, inquieta, mira a un lado y a otro. Hay algo que no le ha dicho su amiga. Últimamente tiene la sensación de que la observan cuándo vuelve a casa. Es una sensación extraña, posiblemente infundada, pero no puede evitar tenerla. Pasos que se detienen cuando los suyos, alguna sombra que cruza al final de la calle, seguramente chorradas, pero el caso es que está inquieta. Mira hacia atrás y ve a Montse con las luces del coche encendidas y éste arrancado en doble fila, esperando que ella entre. Le agradece el gesto moviendo la mano y lanzándole un beso. Luego sube a su apartamento deseando meterse en la cama.
 

sweetluis5g

Virgen
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Mari​


Me gustaría decir que soy como tú, una persona normal y que me volví muy afectada por lo sucedido, que aunque fuera justo me sentía mal por haber disparado. Pero no, tú y yo no somos iguales, ya he aprendido asumir que yo soy distinta a todas las demás, a aceptar mi propia naturaleza. Así que caminé con total tranquilidad a casa, sintiéndome bien conmigo misma y respirando: me había quitado un peso de encima. Había conseguido equilibrar un poco mi mundo. Tras haber tocado fondo, me sentía impulsada de nuevo hacia la superficie. Después de todo, el que me había hecho tanto daño lo había pagado.

Esa noche pude dormir de un tirón y al día siguiente desayuné por primera vez con mucho apetito. Volví temprano a las ruinas de la factoría y vigilé largo rato desde mi atalaya, hasta que me convencí de que allí no había ningún movimiento que indicara que habían descubierto el cadáver. Finalmente me acerqué y destapé la entrada. Un olor nauseabundo subía desde el fondo, pero no soy una chica delicada. Allí abajo pude vislumbrar en la penumbra al Chata, en la misma postura que lo había dejado el día anterior. Saqué de mi bolsa unos guantes de los de fregar y una linterna que me colgué del cuello y bajé al fondo del pozo. También llevaba al cinto mi pistola pero enseguida resulto evidente que ahí, el único peligro, era el de caer mareada por el olor de toda la podredumbre acumulada en aquel agujero, que llevaba doce horas llenándose de la peste a muerto que comenzaba a emitir el cadáver.

Esta parte seguro que no te gusta pero debo entrar en los detalles ¿sabes? es que quiero que me entiendas y me conozcas bien. Ante ti no me oculto, me muestro tal y como soy. Entre tanta gente falsa eso al menos te lo debo. Porque hay mucha falsedad en el mundo ¿comprendes? Nadie lo sabe mejor que yo. Una cosa es lo que dice la cara y la boca y otra muy distinta lo que le pasa a la gente por la mente. Te sorprenderías si tú también pudieras leérsela, créeme. La gente está podrida y siempre te sorprende quién menos te lo esperas.

¿Por dónde iba? ¡Ah sí! Te iba a contar como accedí a la cueva donde estaba escondida la rata. Un pozo con un pequeño cubículo en uno de sus lados, en el que aún había una bomba herrumbrosa y llena de telarañas. Unos cartones a modo de camastro, bolsas de plástico con comida, bidones con agua, alguno vacío y otro lleno de un líquido amarillento que supuse que era orín del Chata. Seguramente meaba allí para evitar salir. Rastree por si había dinero, que finalmente encontré en el bolsillo de su pantalón. Apenas unos pocos billetes (se ve que estaba en las últimas), que no daban ni para sacar un pasaje de tren a la ciudad más cercana. Recogí todo aquello que me interesó y lo metí en una bolsa de las que encontré razonablemente limpias. Ajustándome bien los guantes de limpieza, busque y encontré una piedra redonda, un canto rodado, el más idóneo de los que había allí, en el fondo del pozo. La sopesé y después golpeé al Chata en la boca varias veces, hasta romperle todos los dientes. Con cuidado, los fui echando en otra bolsa junto con los dedos de las manos, que también le corté. Ahora está muy avanzado el tema de la identificación por ADN pero en aquella época no tanto, así que ¿para qué dar facilidades? Cuanto más tardarán en reconocerlo si lo encontraban, mejor. En menos de un mes sería una momia podrida e irreconocible.

Luego salí al aire libre, agradeciendo poder limpiar mis pulmones de aquella peste. Me entretuve en ir llevando poco a poco a la boca del agujero todos los restos que encontré por allí de gran tamaño y que pude arrastrar, como ladrillos, piedras, incluso un sillón desvencijado. Todo lo empujé por la boca. Después, me acerqué a un montón de escombros junto al que había algunas herramientas viejas, oxidadas y rotas. Rescaté una pala a la que le faltaba un trozo: se había rajado. Suficiente para mí. Comencé a escarbar lo más cerca posible del pozo, donde pude hincar el hierro. Empleé casi dos horas en cegar buena parte del hoyo y luego estuve hasta bien tarde acarreando tierra para completar mi trabajo. No conseguí llenarlo entero, cinco metros son muchos metros, pero sí lo suficiente como para dejar enterrado a aquel hijo de puta sin dientes y sin dedos. Estos, los sepulté aparte, en la colina de enfrente.

Volví a casa a media tarde. Había tratado de asearme en una fuente, pero a pesar de todo iba llena de mugre y polvo. Mi madre y mi hermana me miraron al entrar pero ninguna preguntó. Desde hacía unos días ya nadie me sonsacaba ni se extrañaba de mi comportamiento. Pareciera que a falta de capacidad de sentir empatía por mí y de encontrar alguna forma de ayudarme, habían decidido ignorarme. Quizás si me hubiera puesto histérica y dedicado a romper cosas, a estar todo el día llorando o a montar el pollo dentro o fuera de casa, habrían actuado de alguna manera. Hasta un guantazo por su parte hubiera sido bien recibido porque significaría al menos que yo era visible, que formaba parte de aquella familia y que alguien se preocupaba de que hiciera lo correcto. Pero no. Como yo me limitaba a deprimirme en silencio, lo cierto es que no molestaba y resultaba más fácil ignorarme. Todos seguían con su vida de mierda como si yo no existiera. Como si no me hubiera pasado nada.

Así que nadie preguntó de dónde venía ni porqué llevaba dos días pasando tanto tiempo fuera de casa. Ni por dónde me había arrastrado para venir oliendo a perro muerto. Esa noche volví a dormir de un tirón, no tuve ni una sola pesadilla. El sueño profundo y despreocupado de una niña. Poco a poco fui recuperando la sonrisa, sintiéndome más segura comencé a revivir. Quizá pienses que trataba de eliminar las imágenes de mi encuentro con el Chata y que en el olvido encontraba la cura, pero era todo lo contrario. Recordaba constantemente como su cuerpo se sacudía con cada disparo que lo alcanzaba, como cayó de espaldas pesadamente levantando una nube de polvo del suelo, su cara desencajada por la sorpresa. Estoy segura que murió antes de tocar el suelo, bendita puntería. Y me sentía bien. Cada vez que volvía escuchar las seis detonaciones eran seis chutes de energía que me cargaban las pilas. Experimentaba un estremecimiento de placer cuando recreaba cada golpe con la piedra en su boca, o cada corte en su mano para separarle las falanges.

Tan empoderada me sentía que un buen día decidí ir a buscar a Jaime. Ya no tenía miedo del monstruo, ni tampoco de andar por la calle, así que ¿por qué iba a tener miedo de enfrentarme al chico que me gustaba? Quería mirarlo cara a cara y ver si se repetía lo del otro día en la tienda. Tenía que hablar con él y tratar de explicarle lo que me había sucedido, decirle que era una chica valiente y que podía superarlo. Si había alguna oportunidad junto a él, si estaba dispuesto siquiera a darme una sola, tenía que saberlo. Quizás el otro día lo pillé de sorpresa pero si hablaba con él, es posible que sus sentimientos cambiaran. Ya no tenía miedo de explicarme ni de hacer el ridículo, ni siquiera tenía miedo de su posible rechazo, de perdidos al río ¿qué más me podía pasar?

Si tenía una oportunidad no la desaprovecharía quedándome en casa y si no había ninguna posibilidad, prefería saberlo ya. Lógicamente no le diría nada de lo que había hecho con mi violador, había cosas que nadie necesitaba saber. Allí me encaminé y una vez más se repitió la misma escena. Jaime despachando a una clienta y yo esperando detrás, mirándolo fijamente a los ojos, sin suplicar ni pasar vergüenza, retándolo a que estableciera contacto visual conmigo y me mostrara sus sentimientos.

Y de nuevo la decepción… Otra vez percibí desconcierto, inquietud, asco… pero, ¿Por qué? me preguntaba ¿por qué le doy asco? una sensación más leve y atenuada que la otra vez, pero ahí estaba, inconfundible, podía leer en sus ojos el deseo de que me fuera. Leí en su mente la pregunta de “¿qué hace esta otra vez aquí? me va a crear problemas…”

No llegue a hablar con él, ni falta que hizo, pero me quedé allí de pie, molestándolo con mi presencia y mirándolo fijamente como si fuera una demente. ¿Te jode que esté aquí? pues prolonguemos un poco más tu sufrimiento, capullo.

Mari se levantó y tomo la iniciativa de romper aquel mudo desafío. Me cogió del brazo y tiró de mí hacia la puerta, sacándome a la calle y preguntándome a bocajarro y de malos modos:

- ¿Qué te pasa a ti con mi hermano? ¿Qué coño quieres?

- Solo quería hablar con él: dile que salga un momento si le molesta que yo esté en la tienda.

- Lo que tengas que hablarle me lo dices y ya se lo cuento yo luego, ahora está trabajando y no puede salir.

- No hay nadie dentro.

- Te he dicho que no molestes, si quieres algo me lo explicas a mí, y si no, aire.

La miré a la cara con tranquilidad y entonces lo vi todo claro. Su malestar, su repulsa, su veneno. Sí, el veneno que había destilado con su lengua. En un momento pasaron por mi mente todas las conversaciones que había tenido con su hermano acerca de mí. Desde “a esa la tienes loca”, pasando por el “es una simplona, te puedes acostar con ella solo con chascar los dedos, no hay más que ver cómo te mira”, hasta el “si quieres diviértete pero, cuidado, no la vayas a dejar preñada que tú te mereces un mejor partido. Puedes aspirar a mucho más, no te vaya a enredar la mosquita muerta”.

Pensamientos de antes de que me sucediera aquello, hirientes y dolorosos, pero no tanto como las ideas con las que alejó a su hermano de mí después de la violación: “esta, seguro que era de las que le pagaba el Chata para acostarse con ellas. Seguramente tuvo algún rebote por no cobrar lo que le había prometido y por eso lo denunció como violador”. “Ten cuidado que igual lo que ha pasado es que se huele que está embarazada y quiere trincarte y endiñarte al niño”; “No te acerques a ella por mucho que te ofrezca”; “nada más que pensar que se la ha follado el chatarrero… sabe Dios qué cosas le ha podido pegar”.

Hay monstruos que te hacen daño físico, pero otros te lo hacen sin ni siquiera tocar tu piel. Pude leer su pensamiento y todas las barbaridades de mí que le había dicho a su hermano. Yo no entendía a que venía tanta maldad ni tanta inquina ¿Por qué la gente se comportaba así? ¿Qué le había hecho yo la Mari para envenenar a Jaime contra mí? ¿Tan poco le parecía yo para su hermano? Pude detectar soberbia, desprecio y maldad en sus pensamientos: “Lárgate de aquí Eleni y que te jodan, no te acerques a nosotros”.

Así que incluso entre los más pobres y desgraciados yo era una paria, una apestada. Me giré y me di la vuelta sin más, marchando hacia casa, pero esta vez no lloraba como la anterior. Ya no era una chica débil y acorralada por las circunstancias, a merced de los elementos. Había cogido el timón de mi vida. Eso bien lo sabía uno que ahora yacía en el fondo de un pozo cegado.

Me había cruzado con un nuevo monstruo pero ya sabía cómo defenderme. Dejé pasar un par de días mientras rumiaba mi ira y una tarde me decidí. Por la mañana había ido a visitar la cabaña donde fui violada. Estuve un buen rato paseando alrededor de ella sin decidirme a entrar. Al final lo hice. El dolor que me habían infringido allí se juntaba con el que me estaban provocando ahora. El Chata, la Mari, incluso Jaime, solo eran chimeneas de un mismo volcán relleno de maldad. Maldad, que como el humo o el agua, acaba buscando su camino para salir a la superficie. Desde entonces así lo veo yo, como si la tierra estuviera rellena de pura y simple maldad, y esta, escapara a través de determinadas personas al aire para hacernos daño, para torturarnos.

Allí de pie, en medio de la choza revuelta, me hice de nuevo fuerte frente al miedo. Y también pude observar que, al menos aparentemente, no había nadie vigilando el lugar. La policía no parecía esmerarse para tratar de localizar a José Mairena. Demasiado evidente sería que volviera a un chamizo donde no había dejado nada y que además había sido testigo de uno de sus crímenes. Pero a pesar de todo ¿tenía algo mejor que hacer la policía? ¡Menudos imbéciles!

Caminando de regreso a casa tomé mi decisión y esa tarde me aposté en el pasaje que usábamos para acortar camino, donde el Chata me había raptado. Sabía que Mari pasaba por allí, yo no había vuelto aun al instituto pero ella iba dos veces a la semana por la tarde a jugar al balonmano. Mi estrella quiso que viniera sola. No siempre era así, pero lo mismo que a mí antes, a ella ese día se le acabó la suerte.

Le salí al encuentro después de haber echado un vistazo y comprobar que estábamos solas. Ella me miro con aprensión. Pude ver su incomodidad, pero también observé que no parecía tener miedo de mí. La soberbia seguía emanando de su cuerpo, me consideraba poco menos que una mosca a la que apartar de un manotazo si se ponía pesada. Su altivez no le permitió analizar muy bien, si se hubiese mostrado más atenta, quizás se hubiera dado cuenta yo ya no era la misma, pero eso convenía a mis planes así que yo agaché los ojos como si estuviera avergonzada y hablé con un tono de voz suave.

- Mari tengo que hablar contigo, por favor.

- Oye, si es por mi hermano olvídate, lo mejor es que...

- Quería que él me ayudara pero ya veo que no puede ser. He venido para pedirte ayuda a ti.

- ¿A mí? ¿Qué quieres decir?

Como si estuviera dentro de ella, pude leer que la había dejado intrigada, así que continué:

- Quería que Jaime me acompañara a la cabaña donde me paso… donde me hicieron… eso que ya sabes.

- Dónde te violaron - dijo sin el más mínimo rastro de tacto ni compasión, como para marcar la distancia entre ella o cualquier otra chica del barrio y yo. Bajé los ojos de nuevo, ahora me asombro de la facilidad que tengo para adoptar cualquier papel, para imitar a cualquier persona, otra capacidad que hasta entonces no conocía y que también se vio potenciada. Puedo parecer lo que yo quiera, transmitir lo que me interese.

- Tengo que ir pero no me atrevo a volver sola, por eso visitaba a Jaime, porque quería pedirle que me acompañara.

- ¿Y para qué quieres ir tú allí?

- Hay dinero y joyas.

Ella me miro escéptica pero poco a poco la idea caló. La dejé rumiar en silencio, esperando que fuera Mari la que preguntara. Claro que yo jugaba con ventaja, veía claramente su mente y como ella pensaba que yo era una majadera, pero su ambición se había despertado: ¿y si yo decía la verdad? ¿Y si había dinero y oro de por medio? ¿Que tenía que perder por escucharme solo cinco minutos más?

- A ver eso del dinero, explícame.

-Durante el tiempo que me tuvo allí me golpeó. Me pegaba y me amenazaba todo el rato. Una de las veces me desmayé y cuando recobré el conocimiento me hice la dormida, intentando que me dejara de atormentar. Esperaba mi oportunidad a ver si me dejaba sola para huir. Él no se dio cuenta pero yo lo observaba. Lo vi meter un fajo de billetes en una bolsa de hule y también un puñado de objetos dorados y brillantes, estoy segura que eran joyas. Lo enterró junto a la entrada y luego salió. Yo conseguí desatarme y fue entonces cuando pude huir.

- ¿Por qué no cogiste...?

- ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Estás loca? no me hubiera quedado allí ni un segundo más. Por nada del mundo me hubiera arriesgado a que volviera y me pillara. Tenía una oportunidad de escapar de aquella mierda y no la iba a desaprovechar ¿tú que hubieras hecho?

- Lo mismo - acabo concediendo Mari.

- Aquello debe seguir allí, seguro, estoy convencida de que no ha vuelto. Seguramente la policía haya puesto vigilancia y no creo que se haya atrevido a volver.

- Han pasado muchos días...

- Violó a otras dos chicas, toda la policía de Málaga lo está buscando, estoy segura que se ha ido fuera de la provincia. Algún día volverá a recuperarlo cuando todo se calme. Pero ya no lo encontrará porque no le voy a dar esa oportunidad al muy hijo de puta. Ni tampoco voy a dejar que se lo quede la policía. Me lo debe por lo que me hizo. Y estoy dispuesta a compartirlo contigo si me acompañas.

La vi sentir temor por primera vez. No por mí, sino porque tenía miedo de que el Chata se pudiera presentar. Miedo de que rondara por allí.

- Mira, si vamos a las dos no podrá con nosotras. Si aparece corremos, no podrá pillarnos, no a las dos.

- Oye, será mejor que hablemos con mi hermano, él nos acompañará, así no vamos solas.

- Yo ya no espero más, he ido a buscar dos veces a tu hermano y no ha querido ni hablarme. Mira, déjalo, mejor voy sola. Yo ya no le tengo miedo - apuntalando mis palabras y mi súbita decisión, mostrando una nueva seguridad en mí misma, exhibí el revólver.

Mari me observó asombrada, como si no pudiera creer que yo fuera la misma persona tímida y apocada con la que había comenzado la conversación.

- Si aparece por mis muertos que lo dejo seco de un tiro.

Me giré y comencé a andar por la pista de tierra. Podía sentirla dudar desconcertada pero poco a poco, otro sentimiento me llegó cada vez más poderoso y nítido. La codicia se iba apoderando de ella. Después de todo no iba a dejar que yo me llevara un tesoro. Había hablado de un fajo de billetes y de un puñado de oro, pero es posible que en la bolsa hubiera más. O en el mismo agujero. Su mente hacía cálculos. Demasiado suculento para no aprovechar la ocasión y demasiado rápido todo, como para pararse a pensarlo mucho. No tardé casi nada en sentir sus pasos detrás de mí. Me alcanzó rápidamente y me preguntó si el arma estaba cargada.

- Claro. Toma ¿quieres llevarla tú?

Ella negó con la cabeza. “Carga tú con el arma y con los líos”, pensó.

- Vamos entonces- dije yo y continué andando, forzándola a seguirme el ritmo. Cuando llegamos a la caseta dimos un rodeo y quedamos ocultas, observándola desde unos matorrales cercanos. Igual que esa mañana, allí no había ningún movimiento, era un lugar apartado y no parecía que hubiera ningún signo de actividad, nadie vigilaba.

- Esperemos un rato hasta estar seguras - propuse.

Estábamos al sol y la caminata apresurada nos había hecho sudar. Saqué una Coca-Cola de mi mochila. Se había descongelado pero todavía estaba fría. Le ofrecí a Mari y ella no pudo resistir beberse media botella. Yo simule dar un trago más largo aunque apenas me mojé los labios.

- Voy a ver, no te muevas de aquí - le dije. Ella asintió y yo me acerqué a la chabola: abandonada, igual que por la mañana. Esperé cinco minutos y luego le hice una seña moviendo la mano en dirección a los arbustos donde se escondía. No me contestó. La llamé bajito, indicándole que se podía acercar, pero no hubo respuesta. Caminé hacia los matorrales con la mano dentro de la mochila sujetando el revólver y me la encontré inconsciente, tirada en el suelo. Le di un poco con el pie pero no reaccionaba: los potentes somníferos que había echado a la Coca-Cola habían hecho su efecto.

Rebusqué en la mochila y extraje las botas roñosas y desgastadas, las mismas que le había quitado al Chata en aquel pozo después de matarlo, luego me las calce y la arrastré hacia dentro no sin cierto esfuerzo. Le até las manos y los pies y me senté a observarla. Se encontraba en el mismo sitio que había yacido yo hacía unas semanas ¿Qué pasa? No es tan agradable cuando te toca a ti ¿verdad? Yo no puedo dejarte embarazada ni contagiarte ninguna enfermedad, pero ¿cómo se ve el tema cuando eres tú la que estás a merced de un monstruo? ¿Cómo se ven las cosas cuando eres esa tía a la que señalan por el barrio? yo también podré decir que te lo has buscado, que hacías de puta ganando un dinero extra ofreciendo tu cuerpo.

Sí, es posible que me divirtiera propagando o ayudando a propagar maldades sobre ella. Pero antes tenía una venganza que ejecutar. Otra mala persona que quitar de la circulación. De la mochila saqué un trozo de cuerda de tendedero y haciendo un lazo, lo pasé por el cuello de aquella zorra. No era lo único que llevaba en la mochila, también me traje otro recuerdo de la guarida dónde reposa el Chata: su navaja suiza, la que había utilizado para cortar la cuerda.

Apoye los pies en sus hombros y tiré con todas mis fuerzas. La respiración de la Mari se fue reduciendo hasta quedar en un silbido ronco. Tiré más y aguanté, viendo como su cara se abotargaba y se deformaba mientras sus pulmones intentaban llenarse de aire. Se retorcía como una culebra a la que le hubieras pisado la cabeza. En el último instante recuperó la consciencia, abrió los ojos y desde abajo, con los globos oculares desencajados y los dedos intentando inútilmente deshacer el abrazo del cordel en el cuello, me miró sin entender. La muy imbécil no pensaba que le pudiera tocar un día a ella, creía que todo lo malo le pasaba siempre a las mosquitas muertas y las desgraciadas como yo. Ni siquiera en el último instante pudo comprender aquella lección de vida que yo le estaba regalando, pero me reconoció, supo que era yo la que la estaba llevando a la muerte y eso me proporcionó un gran placer, algo parecido a un orgasmo. Mientras presionaba con mis piernas juntas y tiraba de la cuerda, un cosquilleo me recorría entera y su epicentro estaba entre mis piernas. Cuando dejó de patalear y quedó inerte, aflojé la presión. Mis manos estaban marcadas por el cordel y me dolían, pero no me importaba, el subidón era brutal.

Sí, ya veo como me estás mirando, no lo comprendes pero eso no importa, no quiero tu solidaridad ni tu empatía, ni tampoco busco justificarme, solo quiero que entiendas el porqué de todo esto aunque no lo compartas. Te mereces saber la verdad, es lo menos que puedo darte. Y la verdad es que me corrí como una loca, metí la mano en el pantalón por debajo de la goma elástica y casi no tuve ni que tocarme. Un rayo de placer me rasgó de arriba abajo. Creo que grite o que aullé ¿quién puede saberlo? yo no lo recuerdo muy bien, era mi primera vez y no me podía controlar. Resulta irónico ¿verdad? que alcanzara el clímax del placer en el mismo sitio donde me habían torturado y violado. O quizás fue por eso, porque allí nació una nueva Elena. La metamorfosis se había completado: de chica indecisa, boba e infantil a una mujer segura de sí misma, valiente y justiciera. De víctima a verdugo de la maldad.

Todavía me quedaba algo por hacer para completar el ritual, para cerrar el círculo. Rebusqué por los alrededores de la chabola y encontré un palo partido de escoba. La penetré con él varias veces. Ya estaba más tranquila después de mi orgasmo, pero aquello me resultó enormemente excitante, no sabría decirte exactamente por qué. Lo cierto es que cuando estoy a solas en mi cama recordar esos detalles me provoca una gran excitación, lo que aprovecho para masturbarme.

Me fui de allí y no volví jamás a ese lugar. Menudo lío se montó. Nadie se esperaba algo así y rápidamente las sospechas recayeron sobre el Chata: ¡era todo tan evidente que no coincidí con una sola persona que se planteara otra hipótesis!
 
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