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nicoadicto

Estrella Porno
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Mar 18, 2025
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Cristina​



Cristian pasó el resto del día en casa de Cristina donde se quedó a cenar, invitado por sus padres. Era viernes y al día siguiente no había clase por lo que no tendría que madrugar.

La madre de su novia era una excelente cocinera que se desvivía por agasajar a la pareja de su hija. Cristian no desaprovechó la ocasión para disfrutar de lo bien que cocinaba así como de su agradable compañía. Además de atenta, era una mujer de muy buen ver. Ojalá Cristina mantuviera su belleza de mayor tal como ella.

Un mensaje hizo vibrar el teléfono en su bolsillo. Lo miró con disimulo dejándolo oculto bajo la mesa. Era de su novia que estaba sentada a su lado.

Cristina_
deja de mirarla tanto.

Cristian_
el qué? Pero si no he hecho nada.

Cristina_
no te hagas el tonto. Hasta Tomás se está mosqueando.

Cristian_
joder, Cristina, no sé. Habrá sido sin querer. Te juro que no me he fijado en tu madre para nada.
Cristina_
sí, ya. Pues le vas a desgastar las tetas y el culo de los repasos que le estás pegando.

Intercambió una mirada con su novia a modo de disculpa y siguió cenando con la cabeza gacha. Cristina se había mosqueado por nada. No era culpa suya si su madre le ponía el escote en la cara cada vez que se agachaba para servir la cena.


— · —​


En casa de Marta las cosas se habían normalizado bastante. Había pasado la tarde fuera del domicilio, paseando con su pareja, lo que permitió que su mente se despejara y se alejara del recuerdo de aquellas turbias conversaciones que nunca debió tener.

Una ducha fresca y una cena frugal en la entrañable compañía hogareña de su amor, tras una botella de buen vino y dos capítulos seguidos de su serie de actualidad favorita, terminaron por limpiar su mente y su alma por completo, recostada en el sofá junto al hombro de Mario. Como en los viejos tiempos.

Lo abrazó, notando su calor, y se dio cuenta de que necesitaba tenerlo más cerca. Una chispa había prendido en su interior.

—Voy a leer un poco en la cama. Te espero despierta, ¿vale?

Ni tan siquiera la miró. Entonces ella acarició su cara posando su palma en ella y volteándola con delicadeza hasta cruzar su mirada. Besó sutilmente la punta de sus labios y le susurró al oído un leve gemido.

La seña.

Ahora sí pareció verla por primera vez y sonrió con semblante lobuno.

—Cama, despierta: entendido. Cuenta conmigo. —Guiño un ojo—. Voy en cuanto acabe el capítulo, enfermera Zorrinton. No se duerma hasta que llegue el soldado Puerkins, ¿de acuerdo?

Marta lo adoró y tuvo que dar su respuesta por válida. Se levantó y se dirigió a su cuarto, se metió en la cama y se dispuso a leer hasta que decidiera acudir a sus brazos.

Con la espalda apoyada contra el cabecero, cogió el libro de la mesilla y lo posó sobre sus rodillas flexionadas. Carraspeó suavemente dos veces y comenzó la lectura.

Diez minutos después no había podido pasar de la primera página. Su mente recurría una y otra vez a la misma imagen que la había rondado los dos últimos días. Cerró los ojos, se masajeó las sienes y aspiró profundamente. No podía dejar de pensar en lo mismo una y otra vez.

«¿Por qué coño me enviaría aquel puto vídeo?»

Estiró el brazo hacía la mesilla y se hizo con el móvil. Lo encendió y, sin saber por qué, buscó en la galería. Chasqueó la lengua cuando recordó que el archivo ya no estaba. Apoyó el aparato contra su pecho y suspiró desconsolada. Miró hacia la puerta con la esperanza de ver a su pareja entrar por ella.

«Apaga la tele y ven de una puta vez».


— · —​


Cristian y Cristina veían una película sentados en el sofá frente al televisor. Habían acabado de cenar y sus “suegros”, que estaban en el sofá contiguo que formaba un ángulo recto con el suyo, les hacían compañía.

Pudo entonces fijarse en ellos con detenimiento. Teresa no era una mujer espectacular, no gozaba de una belleza superior ni tenía un cuerpo de infarto. Sin embargo, en su conjunto, irradiaba esa luz que pocas mujeres poseen, era una mujer vivaz y rápida de entendimiento, pero, al mismo tiempo, con una candidez que despertaba mucho morbo.

Ella le quería mucho, lo notaba. Siempre atenta y dispuesta a complacer al novio de su hija. Tan formal, tan guapo pero, sobre todo, tan buen partido. Universitario, nada menos. A ojos de Teresa, era lo mejor que le había pasado a su hija. Nada que ver con sus otros novios desgarramantas que no tenían dónde caerse muertos.

Tomás, su actual marido, era otra cosa. Seco, hosco, nada hablador. Solía responder con monosílabos o, en el peor de los casos, repitiendo en forma de pregunta lo que su presumible yerno acababa de decir, pero como si fuera algo malo. Taciturno y temperamental, de esos que siempre están enfadados y pueden estallar en cualquier momento.

No era el padre de Cristina. Teresa se casó con él después de haber convivido durante muchos años con el padre de su hija, un hippy sin oficio ni beneficio. Tal vez por eso estaba con Tomás, por la estabilidad que no había sido capaz de encontrar con el anterior.

Una vibración en su bolsillo le sacó de su ensimismamiento y le hizo poner los ojos en blanco. Sacó el aparato del bolsillo con la mirada de Cristina clavada en su cogote. Se estaba pasando de celosa.

Leyó la pantalla con disimulo. Para su sorpresa, el mensaje era de Marta.

Marta_
sí.
Cristian_
cómo?
Marta_
digo que sí. Que me lo envíes.
Tardó unos momentos en comprender pero un breve repaso a la conversación iluminó su cara.

Cristian_
el video de Cristina? estás segura?
Marta_
Cosas mias. Ademas, ya he visto el otro, no? pues eso
No se lo pensó un solo segundo. Lo buscó en la galería con dedos nerviosos y pulsó la tecla de envío con el corazón a mil por hora. Marta iba a verle corriéndose en la cara de Cristina que, sentada a su lado, miraba intrigada el continuo tecleo de su novio. Con un movimiento de la barbilla hacia su móvil le inquirió por su conversación.

—La novia de mi padre —susurró—. Me pregunta si llegaré tarde.

Cristina asintió con una caída de ojos, comprendiendo.

—Le he dicho que estoy contigo. Me da recuerdos para ti —añadió él— y me felicita por salir con una chica tan guapa y de un cutis tan cuidado. Le he dicho que parte del mérito es mío.

Era una confesión velada. Siempre bromeaba sobre la tersura de su tez y lo hidratada que le quedaba cada vez que se corría sobre ella. A Cristina no le gustaba que la lefara, pero permitía esa perversión que volvía loco a su novio. Puso los ojos en blanco y movió la cabeza en sentido reprobatorio.

—Si ella supiera… —susurró ella en su oído.

Cristian le guiñó un ojo y suspiró.

«Lo sabe —pensó para sí—. Y ahora lo va a ver con sus propios ojos».


— · —​


Marta no daba crédito. Era la segunda vez que reproducía el video de varios minutos de duración y aun le costaba reconocer a la buena de Cristina en esa guarrona que, arrodillada frente a su ahijado, mamaba su enorme polla.

El vídeo empezaba con un primer plano de su cara sonriendo, tímida, a la cámara. Después, la imagen se alejaba poco a poco hasta mostrar su busto. Se oía la voz de él pidiendo cosas desde detrás de la cámara, más bien ordenándolas. Ella protestaba dócilmente por sentirse grabada e intentaba ocultarse y evitar primeros planos. Como atuendo solo llevaba una camisa bajo la cual se adivinaba que estaba en bragas.

Al final, terminó abriéndose varios botones hasta descubrir el nacimiento de unos pechos firmes y enhiestos. Marta no pudo evitar hacer comparaciones.

El pollón de Cristian apareció en erección por la parte inferior de la pantalla. Era enorme. Cristina lo cogió con una mano y lo masajeó. Después puso la otra seguida de la primera y continuó la paja a dos manos. Aún quedaba parte de polla sin cubrir.

Besó la punta de su miembro una vez, después otra y otra. Cada vez se entretenía más tiempo en separar los labios hasta que, por fin, se introdujo el miembro en la boca.

Marta se aclaró la garganta y se atusó el pelo. De repente empezaba a hacer demasiado calor. Continuó viendo el vídeo, absorta, durante los minutos que duraba la grabación. Polla, labios, polla, succión, polla, paja, polla, semen.

La joven no dejaba de mirar a la cámara de hito en hito. Se veía que le ponía nerviosa ser grabada. Se preguntó si sabría dónde había terminado ese vídeo. Si sabría que, en ese preciso momento, su virtual “suegra” la estaba viendo arrodillada como una cualquiera.

Le incomodó pensar que Mario pudiera hacer algo parecido llegado el caso, enseñando alguna de sus intimidades a sus espaldas. Sintió una mezcla de pánico y vergüenza al imaginar que algún desconocido o peor, alguien de su entorno cercano, pudiese reconocerla en alguna actitud obscena.

La polla de Cristian seguía ocupando la mayor parte de su atención. Grande, gruesa, preciosa y húmeda. Cristina chupaba y besaba su glande que no dejaba escapar de entre sus labios impregnados de saliva mientras masajeaba el resto del tronco con ambas manos.

La acción continuó hasta que la imagen de su cara repleta de esperma se congeló, quedando estática en la pantalla. Marta observó, absorta, el semen repartido por toda su tez y parte del escote. Se apartó un mechón de los ojos deslizándolo por detrás de la oreja y se pasó la lengua por los labios resecos.

En ese momento, Mario entró al dormitorio y se colocó de pie en el lado derecho de la cama, justo en el borde contrario donde estaba ella.

—Se presenta el soldado Puerkins —dijo él. Se bajó el pantalón del pijama y el calzoncillo hasta las rodillas de manera teatral y señaló su pene—. Dígame doctora, ¿Podrá volver a tocar el piano?

Mostraba un miembro aún flácido que hizo balancear de un lado a otro con un movimiento de cadera. Tenía los brazos en jarras y miraba a su amada con esa eterna sonrisa entre traviesa y burlona. Marta había tapado la pantalla del móvil contra su pecho mientras lanzaba una mirada que Mario no supo descifrar.

Se percató de que ella tenía las mejillas coloradas y su respiración era agitada. Su mirada de leona lo escrutaba de un modo que podía encontrarse entre el deseo y el hambre. Su pene comenzó a levantarse.

—Soldado Puerkins colocándose en posición de firmes, doctora.

Marta se fijó en cómo se hinchaba, en su tamaño, su diámetro y su forma hasta que estuvo en completa erección. Nada que ver con ese pedazo de polla que acababa de ver manar chorros de semen sobre la cara de Cristina.

Clavó en él una mirada cargada de lujuria mientras apagaba su móvil y lo dejaba sobre la mesilla. Destapó las mantas y se incorporó.

—Cristian está en casa de su novia y volverá tarde. ¿Te gustaría hacer algo nuevo?

—Le advierto, señora, que tengo la bayoneta calada —dijo deshaciéndose del pantalón con dos patadas—. Dígame dónde debo clavar.

Marta sonrió y gateó hasta su lado de la cama quedando frente a él, de rodillas. Sus ojos estaban a la misma altura.

—Quiero que me lamas el culo a cuatro patas.

—Joder, Marta —exclamó dando un respingo—. No me jodas.

—Venga, va. Por probar algo diferente. Estoy muy caliente y me da morbo.

Él hizo un mohín.

—Uf, no sé. Joder, es que… yo pensaba que íbamos a follar normal. Pídeme otra cosa, anda.

La decepción en el semblante de Marta no pasó desapercibida para su amante que se replanteó seriamente desdecirse de sus palabras.

—Era por sentir tu lengua caliente ahí detrás mientras me pajeas.

—Pero… ¿el culo? Ay, no sé, amor…

—Si me lo haces, te chupo la polla y te dejo que te corras en mi boca… o en mi cara.

Mario dudó. Eso que su amada le proponía no era nada frecuente. Podía contar, con los dedos de una sola mano, las ocasiones que lo habían practicado. Aun así, y aunque una mueca nerviosa había asomado de manera fugaz, las arrugas de su frente no terminaban de fundirse por completo.

—A ver, amor, que no digo que no desee con toda mi alma que me la comas hasta el final y luego verte toda llena de lefa mía, pero… ¿lo de lamerte ahí? No sé, me da cosa.

—Y te dejo que me grabes en vídeo—añadió ofreciéndole el móvil que había recuperado de la mesilla.

No hubo más negociación.


— · —​


Cristian volvió a su domicilio a las tantas de la noche. Por primera vez desde que salía con Cristina, apenas había podido meterse mano con ella en su portal. Estaba rara, como enfadada. Total, que llevaba un calentón de tres pares. Caminó despacio. A lo mejor el frescor de la noche ayudaba a rebajar la temperatura interior.

El bloque donde vivía no estaba lejos. Cuando llegó, subió los cinco pisos hasta su vivienda, metió la llave en la puerta principal y, con sigilo para no despertar a nadie, se coló dentro. Caminó sin hacer ruido por el pasillo hasta su habitación.

Se desvistió y, antes de meterse en la cama, echó un último vistazo al móvil. No había ningún mensaje de Cristina. Sopesó escribirle algo en señal de bandera blanca para intentar sonsacarle una conversación y conseguir un acercamiento, pero se lo pensó mejor. Eso podría verse como una señal de debilidad y él no era de los que hincaba la rodilla.

Por curiosidad entró en el chat de Marta, descubriendo con sorpresa que se encontraba en línea. Levantó una ceja, no eran horas para estar trasteando con el whatsapp.

Cristian_
aún estás despierta?
Marta_
Ah, vaya, Cristian. Pues sí, me he desvelado y estaba revisando correos. Tu padre, en cambio, duerme como un tronco
Cristian_
viste el vídeo?
No contestó aunque la pantalla indicaba que seguía conectada. Esperó paciente. Esta vez había decidido no pecar de ansioso. La barra superior mostraba “escribiendo”, pero lo hacía de manera intermitente. Al parecer Marta escribía y borraba constantemente. Por fin llegó la contestación.

Marta_

Cristian_
te gustó?
De nuevo se hizo de rogar y, de nuevo, la barra superior marcaba y desmarcaba en señal de que ella estaba reescribiendo una y otra vez.

Marta_
tu eyaculacion es de campeonato.
Cristian_
pero te gustó?
Marta_
no esta mal.
Cristian_
Que no esta mal?? Has visto cómo la chupa?
Marta_
Sin duda esa niña te quiere mucho. Hay que ver lo que te hace. …y lo que se deja hacer.
Cristian_
Porque le encanta, como a mi.
Otra vez el silencio.

Cristian_
Mi padre lo ha visto?
Marta_
no, no, ni hablar, eso queda entre tu y yo. Te lo pedi por curiosidad, pero no lo voy a enseñar a nadie
Cristian_
Curiosidad y algo mas. Reconoce que te pone un poco.
Nuevo silencio, pero esta vez Cristian sonrió como un lobo. Su mutismo no era por vergüenza sino porque no se atrevía a decir la verdad.

Cristian_
Venga, reconocelo, te da morbo.
Dime, venga. Al menos merezco que me pagues con un poco de sinceridad.
Marta volvió a escribir y borrar unas cuantas veces.

Marta_
Bueno, un poco, igual si. Pero tampoco te vayas a pensar. Que si te lo pedí fue para ver como lo haceis los jovenes. Por lo que habíamos hablado ayer, ya sabes.
Nueva sonrisa lobuna. Una pequeña concesión, pero un gran paso hacia una conversación deseaba tener con aquella madura.

Cristian_
Porno duro en directo, con personas de tu entorno. Lo habras flipado.
Marta_
Ya te digo, jajaja, y no creas que no he pasado un poco de verguenza. Y a ti? no te importa que te haya visto asi? con Cris, de esa manera?
Cristian_
Bah, queda entre tu y yo. Ademas, despues de lo de la paja, me hace sentir mejor que tb conozcas esto. Siento que tengo mas confianza contigo.
Marta_
Ay, gracias. A mi tb me gusta sentir esta confianza mutua.
Cristian inspiró hondo y soltó el aire despacio, preparándose para el segundo asalto.

Cristian_
Marta…
Marta_
Dime.
Cristian_
Que me hayas visto, me pone un poco. No sé, quizas sea un rollo exhibicionista, pero ahora mismo, la tengo un poco dura.
Ella no contestó y, tras un rato considerable sin recibir respuesta, se preguntó si no habría metido la pata.

Cristian_
T ha molestado?
Marta_
No, no, en absoluto.
Cristian_
¿Sabes? me gusta mucho hablar contigo de estos temas. Nunca habia tenido la confianza con nadie para abrirme de esta manera.
Marta_
A mi tb
Cristian_
Entonces… no te ha molestado que este empalmado por hablar contigo?
Marta_
No, no, claro y, al final, es lo que pasa cuando te pones a hablar de sexo, quieras que no, es un tema que… bueno
Cristian_
Joder, es q contigo es diferente, sabes? pq tu para mi estas de otro nivel. Madura, superresponsable… eres como una madre, y q me veas y lo aceptes sin enfadarte o criticarme es… como una liberacion.
Marta_
Te entiendo. Quizas a mí tb me guste hablar contigo de esto. Me gusta q tengamos esa confianza
Cristian_
Entonces… no hay mal rollo pq me ponga a cien hablando de esto contigo?
Marta_
Bueno, a ver, para ser sincera, a mi tb me pone un poco
Se relamió y se mojó los labios. Estaba yendo todo a las mil maravillas. Entre el calentón, con Cris en su casa, y esto, tenía los huevos a reventar. Se pasó la mano por la frente apartando el sudor que le producían los nervios. Respiró hondo por lo que iba a hacer y soltó el aire despacio.

Cristian_
Marta…
Marta_
Dime
Cristian_
Me estoy haciendo una paja.
Silencio.

Cristian_
Marta, me oyes?? me estoy pajeando. Es q estoy tan cachondo que… me estoy sobando mientras hablo contigo.
Silencio de un minuto que Cristian no se atrevió a interrumpir. Se la había jugado al todo o nada y aquí terminaba la historia si ella no seguía el juego.

Marta_
Yo tb
Cristian_
En serio!!!???
Marta_
Un poco. Por encima de la ropa
Cristian_
Q pasada. No se me va a olvidar esto en la vida. M gusta un monton poder hablar contigo de estos temas
Marta_
A mi tb me gusta. Y tb de lo que haces con tu novia.
Cristian_
sabes q me gustaria quitarte la camiseta y verte las tetas? Una vez te vi como se transparentaban y ya no he podido olvidar tus pezones oscuros
Los espacios entre cada mensaje de Marta eran interminables.

Marta_
Y a mi ver tu video.
Cristian_
Me gustaria comerte el coño.
Cristian_
Me oyes? quiero comerte el coño y hacer que te corras en mi boca.
Cristian_
Y me pone imaginar q t follo
Cristian_
A ti??? T gustaria???
Cristian_
estas ahi??? Dime
Marta_
si.
Cristian_
Que sí estás o que T gustaria q T follara??
Marta_
si, me gusta
Cristian_
Siiii, joder, que buena estas. me voy a correr con la imagen de tu cara llena de lefa. Pensando que eres tu, que te follo.
Cristian_
Marta, voy a correrme
Cristian_
Dime algo, por favor. No aguanto mas. Voy a correrme.
Silencio

Cristian_
Venga, dime, joder!! quiero que nos corramos juntos. Tu y yo. Ufff, no aguanto, mmmmm

Cristian apenas podía sujetar el teléfono mientras apuraba hasta el último de los estertores que su enorme orgasmo le producía. Tuvo que ponerse la almohada sobre la cara para ahogar sus gemidos y no despertar a todo el bloque. Después, respiró a bocanadas intentando recuperar el resuello.

Cuando las pulsaciones volvieron a su latencia regular y la sangre regó de nuevo las partes de su cerebro necesarias para pensar con claridad, miró de nuevo el móvil. Marta seguía en silencio, pero no se atrevió a enviar otro mensaje más hasta que ella diera el paso. Aguardó con el corazón en un puño deseando que ella diera señales de que seguía allí. Por fin, un buen rato después, llegó el sonido de un mensaje.

Marta_
Cristian.
Cristian_
dime
Marta_
tenemos que olvidar esto.
Cristian_
el qué?
Marta_
ya sabes el qué. Se nos ha ido la cabeza y mira cómo hemos acabado. No está bien que un adolescente y la pareja de su padre se digan estas cosas.
Cristian_
que seas su pareja es lo de menos. Los dos queremos follar juntos. Y lo sabes.
Marta_
no, no queremos. Tú quieres estar con Cristina y yo simplemente quería… no sé ni lo que quería. Se nos ha ido de las manos con el calentón.
Cristian_
a mí ya se me ha bajado el calentón y sigo queriendo follarte. Muchas de las pajas que dejo en los pañuelos del cajón han sido por ti… mamá.
Marta_
Calla, no digas eso. Y no me llames así, no soy tu madre.
Cristian_
Lo eres desde que ocupaste su lugar. Tú me quieres y yo te quiero a ti. Es inevitable que tenga estos sentimientos
Marta_
Que?? pero qué?? Esto ha sido una calentura, un desvario por culpa del momento. Y por eso estas confundiendo las cosas. Mira, mejor lo hablamos mañana cuando no esté tu padre. Ahora duermete y descansa.
Le deseó lo mismo a ella, pero ninguno de los dos pegó ojo aquella noche. Cristian por la excitación, Marta por el arrepentimiento.

Fin capítulo III
Excelente zaga!! Cada vez se pone mejor. Felicitaciones!!!
 

ASeneka

Virgen
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Oct 26, 2025
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Noches alegres…​




La mañana amaneció triste para Marta que se pasó desde primera hora del sábado limpiando y ordenando como un autómata, presa de la ansiedad e intentando alejarse lo máximo posible de su hijastro. No sabía cómo gestionar lo que había pasado ni tampoco cómo abordar el tema con él.

A Cristian, por otro lado, se le hacía extraño verla tan distante. Lo de anoche había sido una pasada y no veía el momento para volver a hablar con ella, pero con su padre en casa era imposible, así que se lo tomó con filosofía hasta que pudieran estar a solas. Mientras llegaba la ocasión, se sentó en el sofá del salón a chatear con Cristina frente a la tele.

A media mañana, la voz de Mario se hizo oír en toda la casa.

—Bajo al bar un rato —voceó de camino a la puerta de la entrada—. Nos vamos a juntar casi toda la pandilla. No sé lo que tardaré.

Al alcanzar la puerta vio a su hijo repantigado.

—Hijo, te quedas al frente del castillo, defiéndelo con tu vida. Confío en ti —chasqueó los dedos y le señaló con el brazo completamente extendido, como si le estuviera apuntando con él.

—Vale, papá —contestó con desgana—. Honor y gloria, lucha hasta la muerte, bla bla bla. Puedes irte tranquilo.

Su padre mostró una sonrisa de oreja a oreja y desapareció por la puerta principal.

En cuanto lo hizo, Marta entró en el salón con paso raudo, hecha un manojo de nervios. Cristian se puso de pie para recibirla.

—Lo de anoche fue una locura, Cristian. Qué vergüenza, qué vergüenza.

Parecía muy preocupada. Esa no era la reacción que esperaba de ella y le dejó descolocado.

—¿Qué dices? Fue una pasada. La mejor paja que me he hecho en mi vida. La que nos hicimos los dos. Juntos.

—No digas eso. Pobre Cristina. Qué pensaría si supiera…

—Cristina no tiene que pensar nada.

—¿Y tu padre?

—¿Pero qué dices de mi padre, tía? Que no estamos hablando de fugarnos para vivir juntos una vida de mierda en un motel de carretera como en una peli americana de esas. Solo hablamos de follar. Los dos lo queremos. Tú misma lo reconociste ayer bien claro.

—Esa no era yo. Estaba fuera de mí por el calentón.

—El calentón que tenías por fantasear conmigo, follando.

Marta se masajeó las sienes respirando con profundidad.

—Se nos fue la cabeza, Cristian, se nos fue mucho. Esto no va a volver a pasar.

Se sentó en un sofá y enterró la cara entre las manos, apesadumbrada.

—Qué vergüenza estoy pasando. Me he tirado toda la noche sin dormir. La de barbaridades qué hemos dicho por el chat. Bórralo ¿me oyes? Borra toda esa cantidad de obscenidades. Si alguien se enterara…

—A ver, que no pasa nada. No cambia nada. Seguimos siendo papá, tú y yo; los tres. ¿Qué hay de malo en que sintamos atracción hacia el otro y echemos un polvo?

Lo miró como el que mira lo que sale del culo de un perro. Observándolo de arriba abajo y preguntándose si lo estaría diciendo en serio. Movía la cabeza, incrédula.

—Eres un crío, estoy prometida con tu padre… tienes novia… y además… además ¡Porque no! Porque está mal.

Se tapó la cara, avergonzada. Cristian se sentó con ella y apoyó su frente con la suya.

—Pues que lo esté.

Acto seguido la abrazó atrayéndola hacia sí e intentó besarla en la boca.

—¿Qué coño estás haciendo? —dijo levantándose de un empujón—. Soy la novia de tu padre.

—Y yo su hijo, del que disfrutas viendo cómo se corre.

—Basta. ¿Pero es que no te enteras de nada? Te digo que no puede ser. Esto acaba aquí y ahora. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que no va a haber un “tú y yo”?

»Cometimos un desliz, metimos la pata; yo más que nadie, pero eso se acabó. Punto.

—Pero, a ver…

—Ni pero ni peras. SE ACABÓ. ¿Te enteras?

Se quedó callado, mordiéndose la lengua. No se podía creer que la cosa se hubiera torcido tanto.

—Te gusta. Lo deseas.

—Me gusta el hombre con quien me voy a casar. Tu padre.

—No decías eso anoche.

—¡Pues lo digo ahora!

De nuevo se hizo el silencio y, de nuevo, Cristian vio muy complicada una salida a sus pretensiones. Marta se había cerrado en banda. No había nada que hacer.

—Cristian, no vamos a volver a chatear juntos. No vamos a enviarnos más vídeos. Y sobre todo, nunca, jamás, en la vida, va a haber sexo entre tú y yo.

Frunció el ceño. No quedó muy convencido.

—¿Queda claro? —insistió ella.

La miraba entre la decepción y el resentimiento.

—¿Queda claro, Cristian?

—Cristalino —acertó a decir tras una larga pausa.

—Bien. Y de esto, ni una palabra.

Abandonó el salón bajo la atenta mirada de Cristian que se volvió a sentar en el sofá.



— · —​



El resto de la mañana alternó entre el salón y su cuarto, donde aprovechó para estudiar algo y ver porno. No volvería a intentar un acercamiento hasta que los ánimos se calmaran un poco. La paja con ella había sido lo más excitante que le había pasado en su vida, incluida Cristina y no estaba dispuesto a renunciar a más momentos como ese. Y no solo eso, quería follársela. Cuanto más leía y releía las conversaciones del chat más seguro estaba de querer conseguirlo. Y Marta lo deseaba tanto como él. Por mucho que lo negara.

Tarde o temprano iba a ser suya aun a costa de su propio padre. Esperaría el momento y aprovecharía las oportunidades. Se recostó en su cama con su móvil y leyó las conversaciones una vez más. Esta vez solo para excitarse con las palabras obscenas que le decía. Se sacó la polla y se la empezó a menear.

Cuando llegó la hora de comer. Su padre ya había vuelto, así que cuando salió de su dormitorio se encontró con que los dos ya estaban a la mesa, esperándole.

De hecho le habían llamado dos veces. Tomó asiento frente a su progenitor, como siempre, quedando Marta en un lateral de la mesa.

—Hola Crack —saludó su padre—. ¿Qué tal las cosas por el castillo?

—Sin novedad —contestó con desgana encogiéndose ligeramente de hombros.

—¿Y cómo te van las cosas con Cristina?

—Pse.

—No hacen falta tantos detalles. Con que parpadees una vez es suficiente.

—Va todo bien, papá. Hablamos mucho, nos queremos más. ¿Qué quieres que te cuente?

—Lo típico: si es de buena familia, cuánto dinero posee, si tiene hermanas mayores casaderas de mi estatura con una libido más desbocada de lo normal…

Cristian por fin sonrió aunque de forma un tanto efímera. A Marta también le estaba costando mostrarse animada. Le resultaba difícil mirar a la cara a ambos. Por suerte, a medida que fue transcurriendo la conversación, todo se fue relajando un poco. Al acabar la comida, Cristian se dispuso a abandonar a su familia. Antes de salir de casa se dirigió a su padre que en esos momentos ayudaba a recoger la cocina.

—Me voy, he quedado con Cristina. ¿Quieres que le dé algún recado de tu parte?

—Mmm, pregúntale si, entre ella y yo, existen posibilidades de que en un futuro no lejano podamos mantener algún tipo de relación tórrida y salvaje a tus espaldas.

—Vale, papá, nada entonces. Hasta luego.

Acto seguido se dirigió a la salida.

—Espera —gritó su padre—, dile que soy formal. Y muy limpio. Y que tengo dinero. Mucho.

Cuando el golpe de la puerta indicó que Cristian había salido de casa, Mario, se giró hacia su amada con una sonrisa que ocupaba toda su cara. La misma sonrisa que la enamoró y que causaba tanta ternura en ella. Se derretía cada vez que él la miraba de esa manera… y se le rompió el corazón.



— · —​



Apenas había empezado a bajar hacia el portal, cuando se encontró a Herminia sentada en una posición un tanto extraña en mitad del segundo tramo de escaleras. Su carrito de la compra había rodado escaleras abajo hasta el descansillo, su bolso no estaba colgado sobre su hombro y pudo constatar que le faltaba uno de sus zapatos. La mujer se frotaba uno de sus costados. Había tenido una caída. Se acercó raudo a prestar ayuda bajando los escalones de dos en dos.

—Por Dios, Herminia ¿Se ha caído?

—No, muchacho, ahora vivo aquí —dijo mostrando una mueca de dolor.

Se sentó junto a ella e intentó auscultarla para ver si tenía algo roto. Al parecer, solo fue un fuerte golpe en sus santas posaderas. Uno de los zapatos resbaló haciendo que perdiera pie y aterrizara con el culo y el brazo en uno de los escalones. El zapato junto con el carrito, salieron despedidos escaleras abajo mientras ella aterrizaba en el duro mármol.

—Si es que va usted como una loca. ¡Que ya no tenemos el juego de piernas de Bisbal!

—¿Quién es ese?

—Eso digo yo.

Cristian toqueteaba sus brazos y piernas en busca de fracturas, la señora lo miraba expectante.

—¿Estás intentando autorepararme?

—Muy graciosa. Solo miraba si tenía algún hueso roto.

Se quedó en silencio, concentrado en encontrar alguna rotura, preocupado sin saber qué decir. La pobre mujer debía haberse llevado un buen golpetazo.

—Bueno, ¿me ayudas a levantar o me vas a dejar morir aquí?

—Espere un momento, Doña velocidades —dijo levantándose.

Bajó los escalones que quedaban hasta el descansillo y recuperó el zapato perdido.

—Ande, Cenicienta, deme ese pie.

Herminia estiró la pierna para que se lo calzara.

—Ten cuidado, que te estoy vigilando. No quieras echar un ojo bajo la falda.

—Descuide, ya he consumido toda mi dosis de porno bizarro de esta semana.

Cuando terminó de colocarle el zapato se levantó y tiró de ella con suavidad para que se volviera a poner de pie. Herminia se izó con dificultad ahogando una mueca de dolor.

—Si quiere puedo bajarla en brazos, no me importa nada.

—Estoy dolorida, no discapacitada.

—Y así puede fardar del servicio. Sus amigas iban a flipar. Se les iba a caer la mandíbula.

—Si me vieran saliendo en tus brazos por el portal —respondió con sorna—, lo que se les iba a caer son las bragas.

Cristian arrugó la cara con una mueca y apartó la vista.

—Mierda, ya me lo he imaginado. ¡Joder!



— · —​



Al final no hizo falta que la llevara en brazos, caminó por su propio pie escalón a escalón. La dejó calle arriba antes de torcer camino de casa de Cristina. No parecía que sintiera dolores, debía estar hecha de adamantium. Ojalá él tuviera un envejecer parecido al de esa anciana tan peculiar.

Cuando llegó a casa de su novia, subieron a su camarote, donde solían pasar sus ratos de intimidad. El padrastro de Cristina guardaba un colchón viejo que a ellos les servía para muchos usos incluido el de sofá-cama-diván. Se hallaban sentados sobre él con la espalda pegada a la pared hablando de la noche anterior.

—Ayer estabas muy rara, ¿Qué te pasaba?

Cristina hizo un mohín.

—Verte babeando por mi madre me dio mogollón de palo.

—¿Pero qué dices? Oye, que no, que no, ¿eh? Te has confundido.

—Venga, que no le quitabas ojo.

—A ver, que no digo que haya mirado un par de veces el escotazo que llevaba, pero de ahí a babear…

—El escotazo… y el culo. Que casi la tiras al suelo de tanto mirarla. Tomás estuvo toda la noche sin hablar del cabreo que llevaba. Es muy celoso, ¿sabes?

No se arrepentía, pero bajó la vista como si le hubiera pillado la travesura. No sabía que había sido tan descarado. Siempre había mirado a las chicas con disimulo y pensaba que era un experto como espía. Aun así, esos celos no eran propios de su novia.

—No lo entiendo. Hemos fantaseado con mogollón de tías. Hemos tonteado con amigas comunes en nuestros juegos y castigos. A los dos nos pone cachondos que el otro flirtee con gente y los caliente para luego volver y follar juntos.

—Es a ti a quien le gusta todo eso. Lo consiento y participo por ti.

—¿Y aquella vez que me morreé con la compañera esa de tu clase? Fuiste tú quien quiso que la calentara y le metiera la boca.

—Pero solo para fastidiarla. No paraba de meterte fichas y me tenía frita —protestó—. Y con ella, al igual que con el resto de chicas, yo participaba. Es como si hubiera estado con ellas en tu lugar. Como si fuera yo la que tonteara o las calentara a través de ti. Es lo bueno de saber que eres mío. En cambio con mi madre… me da grima. Es como si hiciéramos un trío con ella, ¿entiendes? Cualquier otra chica sí, pero mi madre…

—Venga ya ¿Y te vas a poner celosa por un par de miradas? Si ni siquiera me gusta.

—¿Que no te gusta mi madre? —Cristina levantó una ceja.

—Pues no. Puede que me dé algo de morbo por ser tu madre pero si no lo fuera, ni la miraría.

—¿Me estás diciendo que no se te ha puesto dura con ella?

—Joder, Cristi. Soy adicto al porno, a las pajas y tengo las hormonas a mil por hora. Me pongo cachondo con cualquier cosa que tenga tetas.

—Te hablo en serio. ¿Fantaseas con ella?

Cristian tomó la cara de su novia con ambas manos.

—¿Con la madre de mi novia? ¿La chica que me ha abierto las puertas del cielo? ¿La que creo que es la mujer de mi vida? —hizo una pausa mientras sostenía su mirada— Por nada del mundo.

—¿De verdad? ¿después de todo lo que la mirabas ayer?

Se quedó pensando.

—A ver. No es excepcionalmente guapa. No tiene un cuerpo escultural y no es mi tipo. Además, es la madre de mi novia. ¡De mi novia! —Cogió aire y lo expiró lentamente—. Pero con unas tetas y un culo de flipar. Esas cosas nunca pasan desapercibidas para un tío. El morbazo que da es la hostia.

Esa no era la respuesta que a ella le habría gustado y la cara que puso lo dejó claro.

—Entiéndelo, es como si encendieras una luz en un cuarto lleno de polillas.

—¿Y no has pensado que eso me puede molestar? ¿O es que a ti no te fastidiaría que yo fantaseara con tu padre.

—¿Lo haces?

—No, pero, ¿no te molestaría?

—¿Te gusta mi padre?

—¡No! pero contesta a mi pregunta.

—Sí, te gusta, se te nota.

—¿Qué?, no —el cambio de tercio dejó a Cristina descolocada— Bueno, a ver, es mono y simpático y me río mucho con él pero… ¿qué? ¿Gustarme, tu padre? ¿Estás de coña?

Se puso colorada y un fino sudor apareció bajo su nariz. Desvió la mirada y se pasó la mano por la frente, nerviosa. Cristian se dio cuenta y sonrió.

—¿follarías con él?

Ojos de Cristina como platos.

—Si no estuviéramos saliendo, quiero decir —aclaró él—. Y no hubiera consecuencias.

—¡Noo! Nunca.

—Pues ya está —respondió encogiéndose de hombros—. A mí con eso me vale. ¿Qué me importa si después te pajeas con él cuando vayas a dormir?

—Yo no me… —Lo miró con odio contenido—. Menudo manipulador.

—Mira, Cris, por lo que a mí respecta, aquí dentro —dijo tocando la cabeza de su novia con el índice—, puedes hacer lo que quieras. Tirarte a mi padre, follar con otros, torturar gatitos… lo que te venga en gana. Lo importante es lo que cada uno hagamos con nuestros cuerpos. Y si hemos acordado ser leales al otro… pues, fin del problema.

»Tú y yo formamos un equipo. El resto de personas son satélites que usamos para nuestras fantasías. Además —pegó su nariz a la de ella—, lo que te hace feliz a ti, también me lo hace a mí.

Cristina fue a decir algo pero se había quedado con la boca abierta, sin poder pronunciar palabra. La cerró al cabo de unos segundos, pensativa.

—Bueno y ahora, creo que ayer dejamos algo a medias —dijo susurrándole a la oreja mientras metía la mano por dentro de su camiseta hasta acariciar una teta—. Y, por cierto, me debes un castigo.

—Ah, sí, tú y tus juegos de castigos. Vale, venga, te toca poner prueba. Pero que no sea chunga, ¿eh?



— · —​



El resto de la tarde y parte de la noche lo pasó con ella. Qué suerte que Tomás guardara un colchón viejo en su camarote. Cuando, horas más tarde, volvió a su casa, lo hizo con paso alegre, no como la noche anterior. Esa vez se metió en la cama sin pensamientos oscuros.



Fin capítulo IV
 

Rafax

Virgen
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El capítulo de Cristina y el chat final de Cristian-Marta
Dios!!! yo ya he leido el libro...y no me canso de leer esta parte una y otra vez.
Morbo 100%. Cristian es una cabrón de campeonato y Marta.....
Marta, ....vaya sin querelo se ha metido en un barrizal lleno de morbo, que lucha y lucha pero provoca que su deseo aumente y provoque que se embarra cada vez más.
Execelente maestro!!!!!
 
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Rafax

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Noches alegres…​




La mañana amaneció triste para Marta que se pasó desde primera hora del sábado limpiando y ordenando como un autómata, presa de la ansiedad e intentando alejarse lo máximo posible de su hijastro. No sabía cómo gestionar lo que había pasado ni tampoco cómo abordar el tema con él.

A Cristian, por otro lado, se le hacía extraño verla tan distante. Lo de anoche había sido una pasada y no veía el momento para volver a hablar con ella, pero con su padre en casa era imposible, así que se lo tomó con filosofía hasta que pudieran estar a solas. Mientras llegaba la ocasión, se sentó en el sofá del salón a chatear con Cristina frente a la tele.

A media mañana, la voz de Mario se hizo oír en toda la casa.

—Bajo al bar un rato —voceó de camino a la puerta de la entrada—. Nos vamos a juntar casi toda la pandilla. No sé lo que tardaré.

Al alcanzar la puerta vio a su hijo repantigado.

—Hijo, te quedas al frente del castillo, defiéndelo con tu vida. Confío en ti —chasqueó los dedos y le señaló con el brazo completamente extendido, como si le estuviera apuntando con él.

—Vale, papá —contestó con desgana—. Honor y gloria, lucha hasta la muerte, bla bla bla. Puedes irte tranquilo.

Su padre mostró una sonrisa de oreja a oreja y desapareció por la puerta principal.

En cuanto lo hizo, Marta entró en el salón con paso raudo, hecha un manojo de nervios. Cristian se puso de pie para recibirla.

—Lo de anoche fue una locura, Cristian. Qué vergüenza, qué vergüenza.

Parecía muy preocupada. Esa no era la reacción que esperaba de ella y le dejó descolocado.

—¿Qué dices? Fue una pasada. La mejor paja que me he hecho en mi vida. La que nos hicimos los dos. Juntos.

—No digas eso. Pobre Cristina. Qué pensaría si supiera…

—Cristina no tiene que pensar nada.

—¿Y tu padre?

—¿Pero qué dices de mi padre, tía? Que no estamos hablando de fugarnos para vivir juntos una vida de mierda en un motel de carretera como en una peli americana de esas. Solo hablamos de follar. Los dos lo queremos. Tú misma lo reconociste ayer bien claro.

—Esa no era yo. Estaba fuera de mí por el calentón.

—El calentón que tenías por fantasear conmigo, follando.

Marta se masajeó las sienes respirando con profundidad.

—Se nos fue la cabeza, Cristian, se nos fue mucho. Esto no va a volver a pasar.

Se sentó en un sofá y enterró la cara entre las manos, apesadumbrada.

—Qué vergüenza estoy pasando. Me he tirado toda la noche sin dormir. La de barbaridades qué hemos dicho por el chat. Bórralo ¿me oyes? Borra toda esa cantidad de obscenidades. Si alguien se enterara…

—A ver, que no pasa nada. No cambia nada. Seguimos siendo papá, tú y yo; los tres. ¿Qué hay de malo en que sintamos atracción hacia el otro y echemos un polvo?

Lo miró como el que mira lo que sale del culo de un perro. Observándolo de arriba abajo y preguntándose si lo estaría diciendo en serio. Movía la cabeza, incrédula.

—Eres un crío, estoy prometida con tu padre… tienes novia… y además… además ¡Porque no! Porque está mal.

Se tapó la cara, avergonzada. Cristian se sentó con ella y apoyó su frente con la suya.

—Pues que lo esté.

Acto seguido la abrazó atrayéndola hacia sí e intentó besarla en la boca.

—¿Qué coño estás haciendo? —dijo levantándose de un empujón—. Soy la novia de tu padre.

—Y yo su hijo, del que disfrutas viendo cómo se corre.

—Basta. ¿Pero es que no te enteras de nada? Te digo que no puede ser. Esto acaba aquí y ahora. ¿Lo entiendes? ¿Entiendes que no va a haber un “tú y yo”?

»Cometimos un desliz, metimos la pata; yo más que nadie, pero eso se acabó. Punto.

—Pero, a ver…

—Ni pero ni peras. SE ACABÓ. ¿Te enteras?

Se quedó callado, mordiéndose la lengua. No se podía creer que la cosa se hubiera torcido tanto.

—Te gusta. Lo deseas.

—Me gusta el hombre con quien me voy a casar. Tu padre.

—No decías eso anoche.

—¡Pues lo digo ahora!

De nuevo se hizo el silencio y, de nuevo, Cristian vio muy complicada una salida a sus pretensiones. Marta se había cerrado en banda. No había nada que hacer.

—Cristian, no vamos a volver a chatear juntos. No vamos a enviarnos más vídeos. Y sobre todo, nunca, jamás, en la vida, va a haber sexo entre tú y yo.

Frunció el ceño. No quedó muy convencido.

—¿Queda claro? —insistió ella.

La miraba entre la decepción y el resentimiento.

—¿Queda claro, Cristian?

—Cristalino —acertó a decir tras una larga pausa.

—Bien. Y de esto, ni una palabra.

Abandonó el salón bajo la atenta mirada de Cristian que se volvió a sentar en el sofá.



— · —​



El resto de la mañana alternó entre el salón y su cuarto, donde aprovechó para estudiar algo y ver porno. No volvería a intentar un acercamiento hasta que los ánimos se calmaran un poco. La paja con ella había sido lo más excitante que le había pasado en su vida, incluida Cristina y no estaba dispuesto a renunciar a más momentos como ese. Y no solo eso, quería follársela. Cuanto más leía y releía las conversaciones del chat más seguro estaba de querer conseguirlo. Y Marta lo deseaba tanto como él. Por mucho que lo negara.

Tarde o temprano iba a ser suya aun a costa de su propio padre. Esperaría el momento y aprovecharía las oportunidades. Se recostó en su cama con su móvil y leyó las conversaciones una vez más. Esta vez solo para excitarse con las palabras obscenas que le decía. Se sacó la polla y se la empezó a menear.

Cuando llegó la hora de comer. Su padre ya había vuelto, así que cuando salió de su dormitorio se encontró con que los dos ya estaban a la mesa, esperándole.

De hecho le habían llamado dos veces. Tomó asiento frente a su progenitor, como siempre, quedando Marta en un lateral de la mesa.

—Hola Crack —saludó su padre—. ¿Qué tal las cosas por el castillo?

—Sin novedad —contestó con desgana encogiéndose ligeramente de hombros.

—¿Y cómo te van las cosas con Cristina?

—Pse.

—No hacen falta tantos detalles. Con que parpadees una vez es suficiente.

—Va todo bien, papá. Hablamos mucho, nos queremos más. ¿Qué quieres que te cuente?

—Lo típico: si es de buena familia, cuánto dinero posee, si tiene hermanas mayores casaderas de mi estatura con una libido más desbocada de lo normal…

Cristian por fin sonrió aunque de forma un tanto efímera. A Marta también le estaba costando mostrarse animada. Le resultaba difícil mirar a la cara a ambos. Por suerte, a medida que fue transcurriendo la conversación, todo se fue relajando un poco. Al acabar la comida, Cristian se dispuso a abandonar a su familia. Antes de salir de casa se dirigió a su padre que en esos momentos ayudaba a recoger la cocina.

—Me voy, he quedado con Cristina. ¿Quieres que le dé algún recado de tu parte?

—Mmm, pregúntale si, entre ella y yo, existen posibilidades de que en un futuro no lejano podamos mantener algún tipo de relación tórrida y salvaje a tus espaldas.

—Vale, papá, nada entonces. Hasta luego.

Acto seguido se dirigió a la salida.

—Espera —gritó su padre—, dile que soy formal. Y muy limpio. Y que tengo dinero. Mucho.

Cuando el golpe de la puerta indicó que Cristian había salido de casa, Mario, se giró hacia su amada con una sonrisa que ocupaba toda su cara. La misma sonrisa que la enamoró y que causaba tanta ternura en ella. Se derretía cada vez que él la miraba de esa manera… y se le rompió el corazón.



— · —​



Apenas había empezado a bajar hacia el portal, cuando se encontró a Herminia sentada en una posición un tanto extraña en mitad del segundo tramo de escaleras. Su carrito de la compra había rodado escaleras abajo hasta el descansillo, su bolso no estaba colgado sobre su hombro y pudo constatar que le faltaba uno de sus zapatos. La mujer se frotaba uno de sus costados. Había tenido una caída. Se acercó raudo a prestar ayuda bajando los escalones de dos en dos.

—Por Dios, Herminia ¿Se ha caído?

—No, muchacho, ahora vivo aquí —dijo mostrando una mueca de dolor.

Se sentó junto a ella e intentó auscultarla para ver si tenía algo roto. Al parecer, solo fue un fuerte golpe en sus santas posaderas. Uno de los zapatos resbaló haciendo que perdiera pie y aterrizara con el culo y el brazo en uno de los escalones. El zapato junto con el carrito, salieron despedidos escaleras abajo mientras ella aterrizaba en el duro mármol.

—Si es que va usted como una loca. ¡Que ya no tenemos el juego de piernas de Bisbal!

—¿Quién es ese?

—Eso digo yo.

Cristian toqueteaba sus brazos y piernas en busca de fracturas, la señora lo miraba expectante.

—¿Estás intentando autorepararme?

—Muy graciosa. Solo miraba si tenía algún hueso roto.

Se quedó en silencio, concentrado en encontrar alguna rotura, preocupado sin saber qué decir. La pobre mujer debía haberse llevado un buen golpetazo.

—Bueno, ¿me ayudas a levantar o me vas a dejar morir aquí?

—Espere un momento, Doña velocidades —dijo levantándose.

Bajó los escalones que quedaban hasta el descansillo y recuperó el zapato perdido.

—Ande, Cenicienta, deme ese pie.

Herminia estiró la pierna para que se lo calzara.

—Ten cuidado, que te estoy vigilando. No quieras echar un ojo bajo la falda.

—Descuide, ya he consumido toda mi dosis de porno bizarro de esta semana.

Cuando terminó de colocarle el zapato se levantó y tiró de ella con suavidad para que se volviera a poner de pie. Herminia se izó con dificultad ahogando una mueca de dolor.

—Si quiere puedo bajarla en brazos, no me importa nada.

—Estoy dolorida, no discapacitada.

—Y así puede fardar del servicio. Sus amigas iban a flipar. Se les iba a caer la mandíbula.

—Si me vieran saliendo en tus brazos por el portal —respondió con sorna—, lo que se les iba a caer son las bragas.

Cristian arrugó la cara con una mueca y apartó la vista.

—Mierda, ya me lo he imaginado. ¡Joder!



— · —​



Al final no hizo falta que la llevara en brazos, caminó por su propio pie escalón a escalón. La dejó calle arriba antes de torcer camino de casa de Cristina. No parecía que sintiera dolores, debía estar hecha de adamantium. Ojalá él tuviera un envejecer parecido al de esa anciana tan peculiar.

Cuando llegó a casa de su novia, subieron a su camarote, donde solían pasar sus ratos de intimidad. El padrastro de Cristina guardaba un colchón viejo que a ellos les servía para muchos usos incluido el de sofá-cama-diván. Se hallaban sentados sobre él con la espalda pegada a la pared hablando de la noche anterior.

—Ayer estabas muy rara, ¿Qué te pasaba?

Cristina hizo un mohín.

—Verte babeando por mi madre me dio mogollón de palo.

—¿Pero qué dices? Oye, que no, que no, ¿eh? Te has confundido.

—Venga, que no le quitabas ojo.

—A ver, que no digo que haya mirado un par de veces el escotazo que llevaba, pero de ahí a babear…

—El escotazo… y el culo. Que casi la tiras al suelo de tanto mirarla. Tomás estuvo toda la noche sin hablar del cabreo que llevaba. Es muy celoso, ¿sabes?

No se arrepentía, pero bajó la vista como si le hubiera pillado la travesura. No sabía que había sido tan descarado. Siempre había mirado a las chicas con disimulo y pensaba que era un experto como espía. Aun así, esos celos no eran propios de su novia.

—No lo entiendo. Hemos fantaseado con mogollón de tías. Hemos tonteado con amigas comunes en nuestros juegos y castigos. A los dos nos pone cachondos que el otro flirtee con gente y los caliente para luego volver y follar juntos.

—Es a ti a quien le gusta todo eso. Lo consiento y participo por ti.

—¿Y aquella vez que me morreé con la compañera esa de tu clase? Fuiste tú quien quiso que la calentara y le metiera la boca.

—Pero solo para fastidiarla. No paraba de meterte fichas y me tenía frita —protestó—. Y con ella, al igual que con el resto de chicas, yo participaba. Es como si hubiera estado con ellas en tu lugar. Como si fuera yo la que tonteara o las calentara a través de ti. Es lo bueno de saber que eres mío. En cambio con mi madre… me da grima. Es como si hiciéramos un trío con ella, ¿entiendes? Cualquier otra chica sí, pero mi madre…

—Venga ya ¿Y te vas a poner celosa por un par de miradas? Si ni siquiera me gusta.

—¿Que no te gusta mi madre? —Cristina levantó una ceja.

—Pues no. Puede que me dé algo de morbo por ser tu madre pero si no lo fuera, ni la miraría.

—¿Me estás diciendo que no se te ha puesto dura con ella?

—Joder, Cristi. Soy adicto al porno, a las pajas y tengo las hormonas a mil por hora. Me pongo cachondo con cualquier cosa que tenga tetas.

—Te hablo en serio. ¿Fantaseas con ella?

Cristian tomó la cara de su novia con ambas manos.

—¿Con la madre de mi novia? ¿La chica que me ha abierto las puertas del cielo? ¿La que creo que es la mujer de mi vida? —hizo una pausa mientras sostenía su mirada— Por nada del mundo.

—¿De verdad? ¿después de todo lo que la mirabas ayer?

Se quedó pensando.

—A ver. No es excepcionalmente guapa. No tiene un cuerpo escultural y no es mi tipo. Además, es la madre de mi novia. ¡De mi novia! —Cogió aire y lo expiró lentamente—. Pero con unas tetas y un culo de flipar. Esas cosas nunca pasan desapercibidas para un tío. El morbazo que da es la hostia.

Esa no era la respuesta que a ella le habría gustado y la cara que puso lo dejó claro.

—Entiéndelo, es como si encendieras una luz en un cuarto lleno de polillas.

—¿Y no has pensado que eso me puede molestar? ¿O es que a ti no te fastidiaría que yo fantaseara con tu padre.

—¿Lo haces?

—No, pero, ¿no te molestaría?

—¿Te gusta mi padre?

—¡No! pero contesta a mi pregunta.

—Sí, te gusta, se te nota.

—¿Qué?, no —el cambio de tercio dejó a Cristina descolocada— Bueno, a ver, es mono y simpático y me río mucho con él pero… ¿qué? ¿Gustarme, tu padre? ¿Estás de coña?

Se puso colorada y un fino sudor apareció bajo su nariz. Desvió la mirada y se pasó la mano por la frente, nerviosa. Cristian se dio cuenta y sonrió.

—¿follarías con él?

Ojos de Cristina como platos.

—Si no estuviéramos saliendo, quiero decir —aclaró él—. Y no hubiera consecuencias.

—¡Noo! Nunca.

—Pues ya está —respondió encogiéndose de hombros—. A mí con eso me vale. ¿Qué me importa si después te pajeas con él cuando vayas a dormir?

—Yo no me… —Lo miró con odio contenido—. Menudo manipulador.

—Mira, Cris, por lo que a mí respecta, aquí dentro —dijo tocando la cabeza de su novia con el índice—, puedes hacer lo que quieras. Tirarte a mi padre, follar con otros, torturar gatitos… lo que te venga en gana. Lo importante es lo que cada uno hagamos con nuestros cuerpos. Y si hemos acordado ser leales al otro… pues, fin del problema.

»Tú y yo formamos un equipo. El resto de personas son satélites que usamos para nuestras fantasías. Además —pegó su nariz a la de ella—, lo que te hace feliz a ti, también me lo hace a mí.

Cristina fue a decir algo pero se había quedado con la boca abierta, sin poder pronunciar palabra. La cerró al cabo de unos segundos, pensativa.

—Bueno y ahora, creo que ayer dejamos algo a medias —dijo susurrándole a la oreja mientras metía la mano por dentro de su camiseta hasta acariciar una teta—. Y, por cierto, me debes un castigo.

—Ah, sí, tú y tus juegos de castigos. Vale, venga, te toca poner prueba. Pero que no sea chunga, ¿eh?



— · —​



El resto de la tarde y parte de la noche lo pasó con ella. Qué suerte que Tomás guardara un colchón viejo en su camarote. Cuando, horas más tarde, volvió a su casa, lo hizo con paso alegre, no como la noche anterior. Esa vez se metió en la cama sin pensamientos oscuros.



Fin capítulo IV
Cristian es un maestro en la manipulación
Herminia!!!!! un personaje increiblemente bueno!!!!......
 

ASeneka

Virgen
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El capítulo de Cristina y el chat final de Cristian-Marta
Dios!!! yo ya he leido el libro...y no me canso de leer esta parte una y otra vez.
Morbo 100%. Cristian es una cabrón de campeonato y Marta.....
Marta, ....vaya sin querelo se ha metido en un barrizal lleno de morbo, que lucha y lucha pero provoca que su deseo aumente y provoque que se embarra cada vez más.
Execelente maestro!!!!!
Eso pretendía con el chat, generar morbo. Me alegra que te haya gustado.
La pobre Marta de lo que peca es de falta de amor. La quise dibujar como alguien rota por dentro que encuentra si salvavidas en alguien bueno, Mario.

Lo que pasa a continuación no es más que una consecuencia de lo que provoca Cristian.
 

ASeneka

Virgen
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Cristian es un maestro en la manipulación
Herminia!!!!! un personaje increiblemente bueno!!!!......
Gracias por verlo así. Ella era mi verdadera protagonista. A medida que transcurra el relato se verá el verdadero carácter de este personaje relief.

Un personaje accesorio, pero que fue creciendo poco a poco, casi sin darme cuenta.

Gracias por comentar.

😁😁😁
 
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ASeneka

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El masaje​



A la mañana siguiente, con la luz del alba castigándole los ojos y la agradable sensación de sentirse en su cuarto, se estiró y saltó de la cama como un resorte.

Se dirigió a desayunar en calzoncillos y camiseta. Mientras caminaba por el pasillo pudo oír el ruido del televisor en el salón. Su padre debía encontrarse allí viendo algún programa mañanero. No quiso asomarse a saludar y directamente entró en la cocina.

Allí se encontró a Marta, trasteando en la encimera. Estaba preciosa con una camiseta de tirantes y un pantaloncillo corto de dormir. Las dos tiras superiores dejaban sus hombros y parte de la espalda al aire. Además, su amplio escote dejaba entrever el nacimiento de sus bien generosas tetas. Se quedó mirando sus redondeces bajo la prenda así como su esbelta figura y sus piernas desnudas. Era realmente una mujer deseable.

Se acercó y la abrazó por detrás susurrándole al oído.

—Buenos días.

Se sobresaltó al notar el abrazo y dio un bote.

—¡Cristian! por Dios, qué susto.

—Perdona, no pretendía… —Aflojó el abrazo y se quedó en silencio, dubitativo, antes de continuar—. Ayer me fui con un mal sabor de boca por la charla que tuvimos el otro día. He estado pensando y, ¿sabes? No quiero estar enfadado contigo.

Ella se relajó parcialmente —Tampoco yo —dijo con cierto tono de alivio.

—Es que me gustó tanto todo lo que hablamos por el chat y lo bien que congeniamos que… no quería perderlo.

Marta dulcificó el gesto.

—A mí también —corroboró—. La verdad es que disfruté como una adolescente hablando de sexo contigo. Me daba mucho morbo lo que me contabas de ti y de Cristina. Qué vergüenza ahora.

El ruido proveniente del salón era perfectamente audible. Su padre tenía el volumen del televisor anormalmente alto. Cristian apretó el abrazo y la besó en la mejilla.

—Eres la mejor madre del mundo.

Ella reaccionó girando ligeramente la cara para facilitar el beso que recibió con agrado.

—No soy tu madre —respondió complacida—. Y mejor así, ¿no crees?

Sonrió como un pillo y volvió a besarla, pero esta vez repartiendo besuqueos por toda la mejilla. Ella agradeció sus muestras de cariño con los ojos cerrados y la eterna sonrisa de ternura.

—No voy a volver a discutir contigo jamás —decía él.

Apartó el pelo hacia atrás descubriendo su cuello y continuó con su besuqueo en un recorrido hasta su yugular pasando por debajo de la oreja. Marta le dejaba hacer, divertida.

—Ni yo —contestó en un susurro.

—Para hablar de sexo ya tengo a Cristina.

El ruido del salón se había convertido en una melodía histriónica. Su padre debía estar cambiando canales como si tuviera un ataque de Parkinson. Las caricias de Cristian se convirtieron en sutiles mordiscos y lengüetazos haciendo que a Marta se le escapara un gemido.

—Mmm sí, a Cristina.

Cristian sonrió para sus adentros. Había elegido a conciencia esa zona tan erógena. Era como si le estuviera comiendo la boca suavemente pero a través de su cuello. Marta se mostraba sumisa y, sin darse cuenta, él comenzó a empalmarse.

Apretó sutilmente el pubis contra su culo.

—Cristina es la única que debe ver mi polla, no tú.

—Así es —corroboró—, porque es tu novia.

Cristian, que no había dejado de acariciar su vientre, fue desplazando sus yemas en sentido ascendente. Marta parecía no dar señales, parecía no sentir. Se limitaba a recibir sus mordisquitos en su cuello con los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta y la cabeza inclinada. En el salón alguien tocaba el saxo.

—Ayer estuve follando con ella, como debe ser.

—Claro, como debe ser —susurró.

Empujó sutilmente su cadera contra el culo de ella intentando que su polla, que estaba erecta, se alojara entre los glúteos. Se acopló con suavidad sin que ella lo notara. Solo se concentraba en respirar.

—Lo hicimos desde atrás, en el camarote de su casa.

Sus manos terminaron por llegar a la base de sus tetas y una vez allí, comenzó a circundarlas con las puntas de los dedos, sintiendo su contorno desde abajo. Al no llevar sujetador, el tacto a través de la prenda era extraordinario. Después, las sujetó con suavidad cubriéndolas con ambas manos desde abajo, como si sostuviera dos tazones. Las apretó con sutileza sintiendo su tamaño y dimensión. Marta dio un respingo y se quedó paralizada.

—Si vieras cómo follamos.

Se podía notar el calor. Cristian estaba pegado, solapado, más bien. A Marta se le había cortado la respiración y agarraba con fuerza el borde de la encimera como si acabara de despertar de golpe de un letargo. Sus piernas estaban ligeramente separadas y Cristian había empezado a apretarse contra su culo, restregándose a través de la fina ropa de cama. La voz de una mujer comenzó a acompañar al saxo que sonaba a mayor volumen.

La tenía a punto. Con su polla alojada entre las nalgas y sosteniendo las tetas con las manos. Elevó los pulgares hasta que estos toparon con sus pezones.

Reaccionó como un muelle.

—¿¡QUÉ COÑO HACES!? —gritó súbitamente en un susurro contenido, dando un empujón con el culo y deshaciéndose de su abrazo a manotazos.

Cristian retrocedió dos pasos sin saber cómo reaccionar. Lamentando su mala suerte por la oportunidad perdida. Había estado muy cerca y se maldijo para sus adentros.

Marta, en cambio, estaba realmente enfadada y le habló con los dientes apretados, con enojo, pero sin elevar la voz más de lo necesario.

—¿Estás tonto o qué te pasa? —decía mientras se limpiaba la saliva del cuello y se recomponía la ropa estirando del pantalón para sacárselo de entre las nalgas—. Y encima, tu padre está en el salón. ¿Es que quieres que se entere?

—Pensé que te gustaba.

—Pero, pero… no así. No esto.

—Lo siento, yo… creía que… —intentaba reconducir la situación— A ver, mamá, solo eran caricias.

—¡Me estabas sobando las tetas! —bramó con voz queda— Y no me llames mamá.

Puso unos ojos como platos cuando vio el bulto de su calzoncillo.

—No vayas a pensar mal —se adelantó él—. Que esto no es por ti, me pasa todas las mañanas.

La música del salón cesó. Su padre había apagado la tele.

—Vale, déjalo —dijo Marta intentando serenarse—. Vamos a olvidarlo. Y tápate ese bulto antes de que tu padre lo vea.

Se dio la vuelta intentando continuar con su tarea. Un ruido de pasos indicó que Mario se dirigía a la cocina. El nerviosismo se notaba en los movimientos de Marta que intentaba disimular como podía. Su novio asomó por la puerta y se sorprendió al encontrar allí a su hijo.

—Hombre, Titán —lo saludo— ¿Ya te has levantado? Muy bien, madrugando a las once, como un campeón. Estoy orgulloso de ti.

A Marta se le cayó un cubierto y lo recogió con torpeza. Sus manos eran un manojo de nervios. Sin previo aviso, salió de la cocina.

—¿Le pasa algo? —preguntó su padre— He oído voces desde el salón. ¿Habéis discutido?

—Puesss… parece que no le gusta que esté hasta tan tarde con Cristina.

Había estirado su camiseta y estaba ligeramente inclinado hacia adelante intentando tapar su erección.

—Por cierto —continuó, intentando disimular—, lo de mantener una relación carnal con Cristina a mis espaldas en un futuro no lejano… va a ser que no. Y tampoco tiene hermanas mayores de tu estatura.

—Rayos. Eso echa por tierra mis planes B y C —dijo dando un manotazo al aire.

Le dedicó un guiño y una amplia sonrisa. Después levantó el móvil que portaba en la mano mostrándolo frente a su cara.

—He quedado con los de mi panda cuchipanda. Dile a Marta que no vendré a comer.

Mientras lo decía, salió a la terraza a través de la cocina y se agacho hasta donde estaba el mueble zapatero. Se puso un par de zapatillas y volvió a entrar.

—Me voy. Choca esos cinco. —Levantó la palma de la mano a modo de saludo.

—Eso es de críos, papá. Me haces sentir ridículo. No voy a chocar.

—¿Puño?

—Menos todavía.

Su padre se carcajeó mientras salía en dirección a la puerta principal.

—Deberías vestirte para desayunar en lugar de hacerlo en calzoncillos. Eso sí es ridículo.

Se miró de arriba abajo y constató que tenía razón, y eso que no había visto su erección. Fue a su cuarto a cambiarse y se encerró dentro.

Apoyó la espalda contra la puerta y suspiró pensando en Marta. Había estado muy cerca. Había tenido las tetazas en las manos y casi había llegado a magrearlas. La tenía comiendo de su mano, pero en el último momento todo se estropeó.

Se dio cuenta de que deseaba follarla con todas sus fuerzas. Ella también lo deseaba aunque dijera lo contrario.

«Putas reglas sociales no escritas. Puta ética moral de mierda —pensó—. Que solo quiero echar un polvo, joder».

—Me voy a vestir —dijo palpándose el paquete—, pero primero me hago una paja.



— · —​



Los días fueron pasando sin novedades aparentes. No volvió a quedarse a solas con Marta ni hubo conversaciones en las que pudiera intentar meter ficha. Parecía que hubiera adivinado sus intenciones y le evitara. Pero todo cambió cuando uno de esos días, al llegar de clase, se la encontró en la terraza tomando el sol en bikini.

La azotea tenía dos accesos, desde la cocina y desde el salón. Él había accedido desde este último. Al verla tumbada boca arriba se quedó parado observándola, apoyado contra el marco.

La estampa era imponente. Marta había extendido una toalla de playa sobre una gruesa esterilla en el suelo a modo de improvisada tumbona donde descansar al sol. El conjunto que lucía era tremendamente sugerente. La parte superior estaba formada por dos triángulos que, al no cubrir la totalidad de los generosos pechos, enseñaban el contorno exterior de cada teta. Cristian se recreó en ellas, recordando el momento que las tuvo entre sus manos.

Y se le empezó a poner dura.

Más abajo, se apreciaba el mullido bulto tapado por otro triángulo de tela. Se mordió el labio inferior. Esa era la zona que más deseaba. Quería llegar a ella como fuera. Quería follársela. No estaba de acuerdo con que solo su padre pudiera disfrutar de aquella belleza.

—Vaya, Marta. Estás guapísima.

—Ay, Cristian, estabas ahí. Qué susto.

Había dado un pequeño bote por el sobresalto y enseguida se percató de su mirada lasciva por lo que se puso bocabajo, aplastando sus tetas contra la toalla.

—No hace falta que te gires, no estoy haciendo nada malo.

—Ah, no —disimuló—, es que ya he tomado bastante sol por delante. Tocaba cambiar.

—Pues te vas a quemar. No te has echado crema en la espalda.

Marta ahogó una mueca de fastidio. Tenía razón. Ni en la espalda ni en las piernas, pero se contuvo para no ofrecerle un espectáculo. Sin embargo, Cristian, viendo su oportunidad, se adelantó a por el bote.

—Déjame, yo te unto.

—No hace falta.

—Que sí, no seas cabezona. Te vas a quemar.

—Cuidado, que te conozco. Todavía no me he olvidado de lo del otro día.

—Ey, tranquila. He venido en son de paz. Ya quedó todo claro. Te prometo que esta vez no se me escaparán las manos.

No quería discutir con él y por otra parte también quería hacer las paces. Su relación se había vuelto un poco incómoda. Colocó las manos, una sobre la otra, delante de su cara y apoyó la frente sobre ellas, después cerró los ojos. Cristian vio vía libre en su gesto y se arrodilló junto a ella.

La observó desde su posición de privilegio recreándose en ese precioso culo de MILF. La erección ya marcaba un bulto no disimulable en su pantalón.

Vació una porción generosa del bote de crema en la parte baja de la espalda y empezó a extenderla hacia los hombros. Sus dedos se tropezaron con el enganche del bikini. En realidad no era un enganche sino un nudo de lazo. Se olvidó de él, de momento, y se concentró en masajear sus hombros con ayuda de sus expertos dedos.

—Mmmm —exclamó Marta complacida al notar la presión sobre los nudos de su espalda.

Era la primera vez que la masajeaba, pero sabía hacerlo muy bien y conocía los puntos donde presionar. Marta se fue relajando más y más. Cristian Sonrió.

Primera base.

Continuó con el cuello y los músculos que ascendían hacia la nuca. Otro cordel se interponía en su recorrido cada vez que deslizaba sus dedos arriba y abajo. Era la sujeción superior del bikini. Esta vez tiró de las puntas para deshacer el nudo y las tiras cayeron a ambos lados del cuello. La prenda quedaba liberada por la parte superior.

—Ey… —murmuró ella.

—No puedo trabajar bien la zona con eso en medio, no temas.

—Temo tus intenciones.

—Son buenas. Te lo prometo.

—Seguro —contestó con aire somnoliento.

Colocó las palmas de sus manos en la cintura, a la altura de las lumbares y presionó deslizándolas por toda la columna en dirección a los hombros. De nuevo la tira que cruzaba la espalda se interpuso en su camino trabándose entre sus dedos. Chasqueó la lengua de manera audible en señal de fastidio y, como quien no quiere la cosa, deshizo el nudo tirando nuevamente de las puntas. Las tiras cayeron por los costados liberando así, por completo, la parte superior del bikini.

—Cristian… —El aviso sonó más fuerte. Había levantado la cabeza, enfadada.

—A ver, necesito tener acceso a toda la espalda.

—Ya sé a lo que quieres acceder tú.

Marta volvió a posar la cabeza y siguió dejándose hacer, no sin cierto nerviosismo.

Por los costados podía apreciarse el nacimiento de sus tetas aprisionadas contra el suelo. El hecho de que estuviera desnuda de cintura para arriba, le daba un morbo adicional a la situación. La erección de Cristian era visible y notoria.

Segunda base.

Se entretuvo durante un tiempo prudencial en sus hombros antes de extender sus pasadas por los costados donde, con las yemas de los dedos, llegó a acariciar el nacimiento de las tetas.

—Eso no es la espalda.

—Venga ya. Solo estoy extendiendo crema. En esta zona la piel es más sensible a las quemaduras del sol. Ten un poco de confianza.

—Confiar en ti es lo que no puedo. —Pegó los brazos al cuerpo.

Cambió de táctica. Tomó el bote de crema y aplicó una cantidad abundante por uno de sus pies. Después aplicó presión deslizando la crema a lo largo de la planta hasta deslizarlos entre los dedos. Un masaje relajante en toda regla.

Aquel al que le hayan hecho alguna vez un masaje de pies sabrá lo placentero que puede llegar a ser. Para Marta era lo más cercano al nirvana. Se le escapó un lánguido gemido de placer.

—Mmmm, Diosss, sí.

—¿Ves? Tú déjame a mí.

Las caricias y sobeteos empezaron a desplazarse por los tobillos, pasando por los gemelos hasta llegar a sus muslos. Una vez allí, comenzó a presionar la zona abriendo los dedos de ambas manos en abanico. Al hacerlo, se acercaba peligrosamente a la parte baja del bikini, justo en la entrepierna.

—Cristian, no quiero repetirlo otra vez. Ya sé por dónde vas.

—No sabes nada, Jon Nieve. Haz el favor de relajarte.

Marta juntó las piernas para proteger su tesoro más preciado pero el objetivo de Cristian era otro. Cuando lanzó el siguiente pase, siguiendo la misma pauta, lo hizo justo sobre su nalga izquierda. La amasó sin pudor, con ambas manos. Las puntas de sus dedos se colaron incluso por debajo del bikini, rozando la raja.

—Eeeey, eso ni se te ocurra —dijo dando un respingo.

—¿El qué? Solo quiero que no te quemes el culete.

—Eso es más que mi culete, listo. No vuelvas a tocarme por debajo del bañador.

—Vale, vale, perdona. Entendido —claudicó—. Oy, qué delicada estás.

Marta había hablado enfadada, pero tampoco había hecho ademán de apartarse o de terminar con aquel tocamiento. Pasado el mal momento, se volvió a tumbar, apoyando su cabeza sobre las manos. Al hacerlo, los bordes de sus tetas aplastadas volvieron a ser visibles por cada costado.

Cristian, que ya tenía la polla a punto de reventar, cogió el bikini por la parte central y tiró de él hacia arriba. La prenda se coló al completo entre los cachetes, quedando como un tanga.

—¡Cristian, joder!

—¡Pero si no te he tocado! —protestó—. A ver. Es para que no te quede marca.

—Sí, ya, seguro que es por eso. Menudo pájaro estás hecho tú. Me has metido el bikini y me has dejado con todo el culo al aire.

—¿Y cómo quieres que te de crema si no?

Y dicho esto posó una mano en cada nalga y comenzó un movimiento circular dando un manoseo en toda regla.

—Joder, Cristian —dijo incorporándose parcialmente arqueando la espalda—. Esto ya es pasarse de la raya. Menuda sobada me estás pegando.

—Masajeo la parte que está al aire. No te estoy tocando debajo del bikini.

Marta bufó colorada. No quería enfadarse con Cristian de nuevo y dejar de hablarse. En el fondo, él era la llave de entrada hacia su padre. Su progenitor lo adoraba. Cortar la relación con él era poner una losa en la relación con Mario. Volvió la cara, apoyando de nuevo la cabeza sobre sus brazos notablemente irritada, pero concediendo un último voto de confianza.

La sobada de culo era espectacular. Recorría cada glúteo con ambas manos manoseándolos a placer. Sus dedos se clavaron un poco más fuerte y un poco más lejos.

Tercera base.

Salivaba de la excitación. Pronto comenzó a abrir los cachetes al masajearlos. Si no fuera por el bikini encajonado, su ano se alzaría a la vista. Se dio cuenta de que, con los muslos abiertos la exploración sería más fácil. Sin pensarlo mucho coló una mano entre ellos.

—¡Cristian, ya!

El tono le asustó, sacándolo de su ensoñación. Marta se había dado la vuelta como un resorte y le encaraba enfadada. Por su mirada supo que había tensado más de la cuenta. Las venas de su cuello tampoco dejaban lugar a la duda, por no hablar de sus piernas apretadas entre sí que aprisionaban su mano. Había llegado lejos, demasiado. Mantuvo la vista en ella, midiéndose, pero supo que tocaba retirada.

—Vale, como quieras, ya veo que estamos un poco irritables —rezongó—. Me voy adentro a beber un vaso de agua, que tengo sed —dijo levantándose—. A ver si de paso se rebaja algo la temperatura de esta casa.

Una salida honrosa para alguien que sabe que no podía ganar aquel pulso. Desapareció por la puerta en dirección a la cocina y, tal y como dijo, echó un buen trago de agua fresca. Era cierto que necesitaba bajar la temperatura, la suya, concretamente.

Había estado cerca, pero ella, siempre a la defensiva, no le había dejado ni un solo resquicio para colarse dentro. Se tocó por encima del pantalón. La erección era dolorosa.

«Esto no se me baja ni con una paja, joder».

Marta lo había visto alejarse hacia el interior de la casa con un rastro de sudor bajo el labio. El calor seguía apretando, pero no era eso lo que más le turbaba. Cerró los ojos y respiró hondo, como si pudiera expulsar lo que acababa de ocurrir a base de exhalaciones. Paulatinamente sus pulsaciones volvieron a su ritmo normal.

Ese chico le había puesto los nervios a flor de piel, con el corazón a tope. Desde lo del chateo, su relación había dado un salto hacia algo que se le escapaba de las manos. Lo peor era que no sabía cómo manejar la situación con él.

Intentó calmarse, solo era un crío con las hormonas desbocadas. Una nueva exhalación más lenta y profunda que las demás terminó por devolverla a su estado de relax pre-Cristian. El sopor terminó venciéndola y paulatinamente sus ojos fueron cerrándose.

Tomar el sol en aquella terraza no era como hacerlo en el jardín de su casa de la playa, pero se le parecía mucho. Quizás faltaba el ruido del mar o los chillidos de los niños correteando por la arena. Sonrió pensando en las ganas que tenía de volver allí, con Mario.

Los párpados pesaban y cada uno de sus músculos había terminado por destensarse. Era la entrada al estado Zen.

Pero la paz nunca es eterna.

Cristian volvió a la terraza encontrándola en la misma posición. Seguía tumbada, pero se había sacado el bikini. Al menos, se consoló, la parte de arriba seguía suelta, con sus tetas contra el suelo. Volvió a admirarla de arriba abajo. Sin duda era una mujer imponente. Su padre debía estar verdaderamente satisfecho con ella.

«Cabrón con suerte», pensó.

Sin decir palabra, se subió a horcajadas con todo el cuidado posible, aposentando su paquete sobre su culo.

—Ey, ¿qué haces?

Nuevo respingo de ella que no lo había visto llegar.

—Tranquila que solo estoy cogiendo posición. He pensado que no quiero que la última impresión que te quede de mí sea la de hace unos minutos. Voy a acabar con el masaje y dejarte tan relajada como te prometí. Estos músculos están muy tensos y tengo que descontracturarlos.

Estaba desconcertada. Quizás la había pillado fuera de juego o, a lo mejor, es que no sabía cómo reaccionar, en cualquier caso no se revolvió para sacárselo de encima.

—Además, desde aquí lo hago mejor.

Comenzó el masaje desde donde lo había dejado.

La erección no había desaparecido en todo el tiempo de ausencia. A estas alturas era hasta dolorosa. La tela de su pantalón de deporte era tan fina que prácticamente podía sentir la piel de la MILF. Apretó su pubis encajando el cipote entre sus nalgas volviendo a empujar la tela dentro de ellas.

—Me estás poniendo nerviosa.

—No sé por qué. Me estoy esmerando en hacerlo lo más placentero posible.

—Sí, seguro.

—Dime que no estás disfrutando.

Guardó silencio. Debía reconocer que eso último era cierto. Las manos de Cristian sobre los nudos y contracturas de su espalda eran como néctar balsámico. Por no hablar del masaje de pies que casi le hace dormirse. Haría carrera como masajista si decidiera dedicarse a ello. Cristian continuó con las friegas dando largas pasadas desde la base de la columna hasta los hombros, entreteniéndose en las zonas más cargadas. Cada vez que sus manos hacían el viaje de vuelta, aprovechaba para hincar su polla contra su culo.

Con el paso del tiempo, comenzó a hacer que sus manos recorrieran los costados, aprovechando para acariciar el borde de sus tetas después de llegar a los hombros. Al principio sutilmente, luego con descaro. Marta seguía sin decir nada.

La erección de Cristian era de campeonato, con la polla pegada en su culo, casi metiéndose dentro. Los golpes de cadera eran tenues pero constantes. Parecía que la estuviera follando lentamente por el culo. Y con cada golpe el bikini se incrustaba entre las nalgas cada vez más adentro.

Y puesto que hacía rato que no ponía objeción, decidió ir más lejos. La agarró por las caderas mientras mantenía su lenta cabalgada, como si la follara dulcemente. En realidad se estaba haciendo una paja contra sus posaderas.

Una especie de “Cubana”.

Home Run.

—Cristian, vale ya.

—¿Qué?

—Lo que estás haciendo. Para.

—No estoy haciendo nada. Solo darte un masaje —abrió las piernas dejando que todo su peso recayera sobre su entrepierna.

—Me estás… ¡ay!, para ya, Cristian. ¡Que pares te digo!

—¿Cómo quieres que pare con lo buena que estás? —dijo masturbándose con su culo, esta vez, de manera descarada como un perrillo contra la pernera de su amo.

—Basta, basta, basta. Quítate. Vamos quítate de encima, pervertido.

—Solo un poco más. Estoy casi a punto.

Marta gritaba y movía la cadera bruscamente para desalojarle, como un potro salvaje, a la vez que le golpeaba con los talones en la espalda. Cristian no tuvo más remedio que descabalgarla entre carcajadas. Marta se incorporó, no sin olvidar taparse las tetas con el brazo. Se sentó con las piernas recogidas y la cara de horror.

—Pero qué coño… ¿Tú de qué vas, niñato?

—Que era broma, mujer. Lo hacía para que te dieras cuenta.

—Ni puñetera gracia que ha tenido. Estoy muy enfadada contigo.

—En cambio yo, mira cómo estoy —Se apretó el pantalón con ambas manos haciendo que el bulto de su polla sobresaltara bajo la prenda. Tenía una erección enorme— ¿Ves? por tu culpa.

—Pero… serás cerdo. ¿Se te ha puesto dura conmigo?

—Eh, guapita. Que a ti también te ha pasado lo mismo —dijo señalando a un pezón que asomaba furtivamente por encima del brazo, en la parte más cercana al codo.

Marta dirigió la mirada, horrorizada. Media areola y parte del pezón quedaban a la vista. Para su desgracia, estaba duro como una piedra. Se puso colorada como un tomate.

—Esto… no es lo que parece.

—Sí que lo es. Te pongo cachonda, igual que tú a mí. Quieres follar conmigo. Acéptalo de una vez.

—De eso nada. Y déjalo ya, ¿me oyes? Ya hemos hablado de esto. Lo que hicimos… lo que hablamos por el chat, eran fantasías fruto de un calentón. Solo eso, punto. Detén este acoso de una vez. Estoy comprometida con tu padre.

Dicho lo cual se levantó y se dirigió a la puerta que daba acceso a la cocina. Seguía tapándose las tetas con el brazo, pero se le olvidó sacarse el bikini del culo lo que dejaba prácticamente en su totalidad a la vista.

—¿Mamá? —llamó Cristian. Ella se paró justo cuando estaba a punto de entrar en la casa—. Me debes una paja.

Marta lo miró como si estuvieran cayendo trozos de mierda del techo.

—¿Que te debo qué?

—Eres la responsable de esta catástrofe —en relación a su erección—. Y ya has visto la cantidad de semen que tengo acumulado en los huevos. Me pueden reventar. Me duele mucho —dijo simulando pucheritos de bebé.

—Pues ya sabes lo que tienes que hacer —bufó—. Y te he dicho que no me llames mamá.

Dicho esto, desapareció en la casa dando zancadas. Cristian no perdió de vista sus nalgas, casi al aire, botando con cada paso.

Sonrió, ladino. Seguía de rodillas con una erección del quince sobre el borde de la esterilla. La parte superior del bikini continuaba allí, olvidada fruto de las prisas. Hizo repaso mental. Un bikini de Marta, una erección descomunal y un bote de crema solar.

Se bajó los pantalones.


Fin capítulo V
 

ASeneka

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Oct 26, 2025
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Este finde publicaré el siguiente capítulo. A partir de ahí, la publicación se alargará a una por semana e irá paralela con la de TR.
 
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