El masaje
A la mañana siguiente, con la luz del alba castigándole los ojos y la agradable sensación de sentirse en su cuarto, se estiró y saltó de la cama como un resorte.
Se dirigió a desayunar en calzoncillos y camiseta. Mientras caminaba por el pasillo pudo oír el ruido del televisor en el salón. Su padre debía encontrarse allí viendo algún programa mañanero. No quiso asomarse a saludar y directamente entró en la cocina.
Allí se encontró a Marta, trasteando en la encimera. Estaba preciosa con una camiseta de tirantes y un pantaloncillo corto de dormir. Las dos tiras superiores dejaban sus hombros y parte de la espalda al aire. Además, su amplio escote dejaba entrever el nacimiento de sus bien generosas tetas. Se quedó mirando sus redondeces bajo la prenda así como su esbelta figura y sus piernas desnudas. Era realmente una mujer deseable.
Se acercó y la abrazó por detrás susurrándole al oído.
—Buenos días.
Se sobresaltó al notar el abrazo y dio un bote.
—¡Cristian! por Dios, qué susto.
—Perdona, no pretendía… —Aflojó el abrazo y se quedó en silencio, dubitativo, antes de continuar—. Ayer me fui con un mal sabor de boca por la charla que tuvimos el otro día. He estado pensando y, ¿sabes? No quiero estar enfadado contigo.
Ella se relajó parcialmente —Tampoco yo —dijo con cierto tono de alivio.
—Es que me gustó tanto todo lo que hablamos por el chat y lo bien que congeniamos que… no quería perderlo.
Marta dulcificó el gesto.
—A mí también —corroboró—. La verdad es que disfruté como una adolescente hablando de sexo contigo. Me daba mucho morbo lo que me contabas de ti y de Cristina. Qué vergüenza ahora.
El ruido proveniente del salón era perfectamente audible. Su padre tenía el volumen del televisor anormalmente alto. Cristian apretó el abrazo y la besó en la mejilla.
—Eres la mejor madre del mundo.
Ella reaccionó girando ligeramente la cara para facilitar el beso que recibió con agrado.
—No soy tu madre —respondió complacida—. Y mejor así, ¿no crees?
Sonrió como un pillo y volvió a besarla, pero esta vez repartiendo besuqueos por toda la mejilla. Ella agradeció sus muestras de cariño con los ojos cerrados y la eterna sonrisa de ternura.
—No voy a volver a discutir contigo jamás —decía él.
Apartó el pelo hacia atrás descubriendo su cuello y continuó con su besuqueo en un recorrido hasta su yugular pasando por debajo de la oreja. Marta le dejaba hacer, divertida.
—Ni yo —contestó en un susurro.
—Para hablar de sexo ya tengo a Cristina.
El ruido del salón se había convertido en una melodía histriónica. Su padre debía estar cambiando canales como si tuviera un ataque de Parkinson. Las caricias de Cristian se convirtieron en sutiles mordiscos y lengüetazos haciendo que a Marta se le escapara un gemido.
—Mmm sí, a Cristina.
Cristian sonrió para sus adentros. Había elegido a conciencia esa zona tan erógena. Era como si le estuviera comiendo la boca suavemente pero a través de su cuello. Marta se mostraba sumisa y, sin darse cuenta, él comenzó a empalmarse.
Apretó sutilmente el pubis contra su culo.
—Cristina es la única que debe ver mi polla, no tú.
—Así es —corroboró—, porque es tu novia.
Cristian, que no había dejado de acariciar su vientre, fue desplazando sus yemas en sentido ascendente. Marta parecía no dar señales, parecía no sentir. Se limitaba a recibir sus mordisquitos en su cuello con los ojos cerrados, la boca ligeramente abierta y la cabeza inclinada. En el salón alguien tocaba el saxo.
—Ayer estuve follando con ella, como debe ser.
—Claro, como debe ser —susurró.
Empujó sutilmente su cadera contra el culo de ella intentando que su polla, que estaba erecta, se alojara entre los glúteos. Se acopló con suavidad sin que ella lo notara. Solo se concentraba en respirar.
—Lo hicimos desde atrás, en el camarote de su casa.
Sus manos terminaron por llegar a la base de sus tetas y una vez allí, comenzó a circundarlas con las puntas de los dedos, sintiendo su contorno desde abajo. Al no llevar sujetador, el tacto a través de la prenda era extraordinario. Después, las sujetó con suavidad cubriéndolas con ambas manos desde abajo, como si sostuviera dos tazones. Las apretó con sutileza sintiendo su tamaño y dimensión. Marta dio un respingo y se quedó paralizada.
—Si vieras cómo follamos.
Se podía notar el calor. Cristian estaba pegado, solapado, más bien. A Marta se le había cortado la respiración y agarraba con fuerza el borde de la encimera como si acabara de despertar de golpe de un letargo. Sus piernas estaban ligeramente separadas y Cristian había empezado a apretarse contra su culo, restregándose a través de la fina ropa de cama. La voz de una mujer comenzó a acompañar al saxo que sonaba a mayor volumen.
La tenía a punto. Con su polla alojada entre las nalgas y sosteniendo las tetas con las manos. Elevó los pulgares hasta que estos toparon con sus pezones.
Reaccionó como un muelle.
—¿¡QUÉ COÑO HACES!? —gritó súbitamente en un susurro contenido, dando un empujón con el culo y deshaciéndose de su abrazo a manotazos.
Cristian retrocedió dos pasos sin saber cómo reaccionar. Lamentando su mala suerte por la oportunidad perdida. Había estado muy cerca y se maldijo para sus adentros.
Marta, en cambio, estaba realmente enfadada y le habló con los dientes apretados, con enojo, pero sin elevar la voz más de lo necesario.
—¿Estás tonto o qué te pasa? —decía mientras se limpiaba la saliva del cuello y se recomponía la ropa estirando del pantalón para sacárselo de entre las nalgas—. Y encima, tu padre está en el salón. ¿Es que quieres que se entere?
—Pensé que te gustaba.
—Pero, pero… no así. No esto.
—Lo siento, yo… creía que… —intentaba reconducir la situación— A ver, mamá, solo eran caricias.
—¡Me estabas sobando las tetas! —bramó con voz queda— Y no me llames mamá.
Puso unos ojos como platos cuando vio el bulto de su calzoncillo.
—No vayas a pensar mal —se adelantó él—. Que esto no es por ti, me pasa todas las mañanas.
La música del salón cesó. Su padre había apagado la tele.
—Vale, déjalo —dijo Marta intentando serenarse—. Vamos a olvidarlo. Y tápate ese bulto antes de que tu padre lo vea.
Se dio la vuelta intentando continuar con su tarea. Un ruido de pasos indicó que Mario se dirigía a la cocina. El nerviosismo se notaba en los movimientos de Marta que intentaba disimular como podía. Su novio asomó por la puerta y se sorprendió al encontrar allí a su hijo.
—Hombre, Titán —lo saludo— ¿Ya te has levantado? Muy bien, madrugando a las once, como un campeón. Estoy orgulloso de ti.
A Marta se le cayó un cubierto y lo recogió con torpeza. Sus manos eran un manojo de nervios. Sin previo aviso, salió de la cocina.
—¿Le pasa algo? —preguntó su padre— He oído voces desde el salón. ¿Habéis discutido?
—Puesss… parece que no le gusta que esté hasta tan tarde con Cristina.
Había estirado su camiseta y estaba ligeramente inclinado hacia adelante intentando tapar su erección.
—Por cierto —continuó, intentando disimular—, lo de mantener una relación carnal con Cristina a mis espaldas en un futuro no lejano… va a ser que no. Y tampoco tiene hermanas mayores de tu estatura.
—Rayos. Eso echa por tierra mis planes B y C —dijo dando un manotazo al aire.
Le dedicó un guiño y una amplia sonrisa. Después levantó el móvil que portaba en la mano mostrándolo frente a su cara.
—He quedado con los de mi panda cuchipanda. Dile a Marta que no vendré a comer.
Mientras lo decía, salió a la terraza a través de la cocina y se agacho hasta donde estaba el mueble zapatero. Se puso un par de zapatillas y volvió a entrar.
—Me voy. Choca esos cinco. —Levantó la palma de la mano a modo de saludo.
—Eso es de críos, papá. Me haces sentir ridículo. No voy a chocar.
—¿Puño?
—Menos todavía.
Su padre se carcajeó mientras salía en dirección a la puerta principal.
—Deberías vestirte para desayunar en lugar de hacerlo en calzoncillos. Eso sí es ridículo.
Se miró de arriba abajo y constató que tenía razón, y eso que no había visto su erección. Fue a su cuarto a cambiarse y se encerró dentro.
Apoyó la espalda contra la puerta y suspiró pensando en Marta. Había estado muy cerca. Había tenido las tetazas en las manos y casi había llegado a magrearlas. La tenía comiendo de su mano, pero en el último momento todo se estropeó.
Se dio cuenta de que deseaba follarla con todas sus fuerzas. Ella también lo deseaba aunque dijera lo contrario.
«
Putas reglas sociales no escritas. Puta ética moral de mierda —pensó
—. Que solo quiero echar un polvo, joder».
—Me voy a vestir —dijo palpándose el paquete—, pero primero me hago una paja.
— · —
Los días fueron pasando sin novedades aparentes. No volvió a quedarse a solas con Marta ni hubo conversaciones en las que pudiera intentar meter ficha. Parecía que hubiera adivinado sus intenciones y le evitara. Pero todo cambió cuando uno de esos días, al llegar de clase, se la encontró en la terraza tomando el sol en bikini.
La azotea tenía dos accesos, desde la cocina y desde el salón. Él había accedido desde este último. Al verla tumbada boca arriba se quedó parado observándola, apoyado contra el marco.
La estampa era imponente. Marta había extendido una toalla de playa sobre una gruesa esterilla en el suelo a modo de improvisada tumbona donde descansar al sol. El conjunto que lucía era tremendamente sugerente. La parte superior estaba formada por dos triángulos que, al no cubrir la totalidad de los generosos pechos, enseñaban el contorno exterior de cada teta. Cristian se recreó en ellas, recordando el momento que las tuvo entre sus manos.
Y se le empezó a poner dura.
Más abajo, se apreciaba el mullido bulto tapado por otro triángulo de tela. Se mordió el labio inferior. Esa era la zona que más deseaba. Quería llegar a ella como fuera. Quería follársela. No estaba de acuerdo con que solo su padre pudiera disfrutar de aquella belleza.
—Vaya, Marta. Estás guapísima.
—Ay, Cristian, estabas ahí. Qué susto.
Había dado un pequeño bote por el sobresalto y enseguida se percató de su mirada lasciva por lo que se puso bocabajo, aplastando sus tetas contra la toalla.
—No hace falta que te gires, no estoy haciendo nada malo.
—Ah, no —disimuló—, es que ya he tomado bastante sol por delante. Tocaba cambiar.
—Pues te vas a quemar. No te has echado crema en la espalda.
Marta ahogó una mueca de fastidio. Tenía razón. Ni en la espalda ni en las piernas, pero se contuvo para no ofrecerle un espectáculo. Sin embargo, Cristian, viendo su oportunidad, se adelantó a por el bote.
—Déjame, yo te unto.
—No hace falta.
—Que sí, no seas cabezona. Te vas a quemar.
—Cuidado, que te conozco. Todavía no me he olvidado de lo del otro día.
—Ey, tranquila. He venido en son de paz. Ya quedó todo claro. Te prometo que esta vez no se me escaparán las manos.
No quería discutir con él y por otra parte también quería hacer las paces. Su relación se había vuelto un poco incómoda. Colocó las manos, una sobre la otra, delante de su cara y apoyó la frente sobre ellas, después cerró los ojos. Cristian vio vía libre en su gesto y se arrodilló junto a ella.
La observó desde su posición de privilegio recreándose en ese precioso culo de MILF. La erección ya marcaba un bulto no disimulable en su pantalón.
Vació una porción generosa del bote de crema en la parte baja de la espalda y empezó a extenderla hacia los hombros. Sus dedos se tropezaron con el enganche del bikini. En realidad no era un enganche sino un nudo de lazo. Se olvidó de él, de momento, y se concentró en masajear sus hombros con ayuda de sus expertos dedos.
—Mmmm —exclamó Marta complacida al notar la presión sobre los nudos de su espalda.
Era la primera vez que la masajeaba, pero sabía hacerlo muy bien y conocía los puntos donde presionar. Marta se fue relajando más y más. Cristian Sonrió.
Primera base.
Continuó con el cuello y los músculos que ascendían hacia la nuca. Otro cordel se interponía en su recorrido cada vez que deslizaba sus dedos arriba y abajo. Era la sujeción superior del bikini. Esta vez tiró de las puntas para deshacer el nudo y las tiras cayeron a ambos lados del cuello. La prenda quedaba liberada por la parte superior.
—Ey… —murmuró ella.
—No puedo trabajar bien la zona con eso en medio, no temas.
—Temo tus intenciones.
—Son buenas. Te lo prometo.
—Seguro —contestó con aire somnoliento.
Colocó las palmas de sus manos en la cintura, a la altura de las lumbares y presionó deslizándolas por toda la columna en dirección a los hombros. De nuevo la tira que cruzaba la espalda se interpuso en su camino trabándose entre sus dedos. Chasqueó la lengua de manera audible en señal de fastidio y, como quien no quiere la cosa, deshizo el nudo tirando nuevamente de las puntas. Las tiras cayeron por los costados liberando así, por completo, la parte superior del bikini.
—Cristian… —El aviso sonó más fuerte. Había levantado la cabeza, enfadada.
—A ver, necesito tener acceso a toda la espalda.
—Ya sé a lo que quieres acceder tú.
Marta volvió a posar la cabeza y siguió dejándose hacer, no sin cierto nerviosismo.
Por los costados podía apreciarse el nacimiento de sus tetas aprisionadas contra el suelo. El hecho de que estuviera desnuda de cintura para arriba, le daba un morbo adicional a la situación. La erección de Cristian era visible y notoria.
Segunda base.
Se entretuvo durante un tiempo prudencial en sus hombros antes de extender sus pasadas por los costados donde, con las yemas de los dedos, llegó a acariciar el nacimiento de las tetas.
—Eso no es la espalda.
—Venga ya. Solo estoy extendiendo crema. En esta zona la piel es más sensible a las quemaduras del sol. Ten un poco de confianza.
—Confiar en ti es lo que no puedo. —Pegó los brazos al cuerpo.
Cambió de táctica. Tomó el bote de crema y aplicó una cantidad abundante por uno de sus pies. Después aplicó presión deslizando la crema a lo largo de la planta hasta deslizarlos entre los dedos. Un masaje relajante en toda regla.
Aquel al que le hayan hecho alguna vez un masaje de pies sabrá lo placentero que puede llegar a ser. Para Marta era lo más cercano al nirvana. Se le escapó un lánguido gemido de placer.
—Mmmm, Diosss, sí.
—¿Ves? Tú déjame a mí.
Las caricias y sobeteos empezaron a desplazarse por los tobillos, pasando por los gemelos hasta llegar a sus muslos. Una vez allí, comenzó a presionar la zona abriendo los dedos de ambas manos en abanico. Al hacerlo, se acercaba peligrosamente a la parte baja del bikini, justo en la entrepierna.
—Cristian, no quiero repetirlo otra vez. Ya sé por dónde vas.
—No sabes nada,
Jon Nieve. Haz el favor de relajarte.
Marta juntó las piernas para proteger su tesoro más preciado pero el objetivo de Cristian era otro. Cuando lanzó el siguiente pase, siguiendo la misma pauta, lo hizo justo sobre su nalga izquierda. La amasó sin pudor, con ambas manos. Las puntas de sus dedos se colaron incluso por debajo del bikini, rozando la raja.
—Eeeey, eso ni se te ocurra —dijo dando un respingo.
—¿El qué? Solo quiero que no te quemes el culete.
—Eso es más que mi culete, listo. No vuelvas a tocarme por debajo del bañador.
—Vale, vale, perdona. Entendido —claudicó—. Oy, qué delicada estás.
Marta había hablado enfadada, pero tampoco había hecho ademán de apartarse o de terminar con aquel tocamiento. Pasado el mal momento, se volvió a tumbar, apoyando su cabeza sobre las manos. Al hacerlo, los bordes de sus tetas aplastadas volvieron a ser visibles por cada costado.
Cristian, que ya tenía la polla a punto de reventar, cogió el bikini por la parte central y tiró de él hacia arriba. La prenda se coló al completo entre los cachetes, quedando como un tanga.
—¡Cristian, joder!
—¡Pero si no te he tocado! —protestó—. A ver. Es para que no te quede marca.
—Sí, ya, seguro que es por eso. Menudo pájaro estás hecho tú. Me has metido el bikini y me has dejado con todo el culo al aire.
—¿Y cómo quieres que te de crema si no?
Y dicho esto posó una mano en cada nalga y comenzó un movimiento circular dando un manoseo en toda regla.
—Joder, Cristian —dijo incorporándose parcialmente arqueando la espalda—. Esto ya es pasarse de la raya. Menuda sobada me estás pegando.
—Masajeo la parte que está al aire. No te estoy tocando debajo del bikini.
Marta bufó colorada. No quería enfadarse con Cristian de nuevo y dejar de hablarse. En el fondo, él era la llave de entrada hacia su padre. Su progenitor lo adoraba. Cortar la relación con él era poner una losa en la relación con Mario. Volvió la cara, apoyando de nuevo la cabeza sobre sus brazos notablemente irritada, pero concediendo un último voto de confianza.
La sobada de culo era espectacular. Recorría cada glúteo con ambas manos manoseándolos a placer. Sus dedos se clavaron un poco más fuerte y un poco más lejos.
Tercera base.
Salivaba de la excitación. Pronto comenzó a abrir los cachetes al masajearlos. Si no fuera por el bikini encajonado, su ano se alzaría a la vista. Se dio cuenta de que, con los muslos abiertos la exploración sería más fácil. Sin pensarlo mucho coló una mano entre ellos.
—¡Cristian, ya!
El tono le asustó, sacándolo de su ensoñación. Marta se había dado la vuelta como un resorte y le encaraba enfadada. Por su mirada supo que había tensado más de la cuenta. Las venas de su cuello tampoco dejaban lugar a la duda, por no hablar de sus piernas apretadas entre sí que aprisionaban su mano. Había llegado lejos, demasiado. Mantuvo la vista en ella, midiéndose, pero supo que tocaba retirada.
—Vale, como quieras, ya veo que estamos un poco irritables —rezongó—. Me voy adentro a beber un vaso de agua, que tengo sed —dijo levantándose—. A ver si de paso se rebaja algo la temperatura de esta casa.
Una salida honrosa para alguien que sabe que no podía ganar aquel pulso. Desapareció por la puerta en dirección a la cocina y, tal y como dijo, echó un buen trago de agua fresca. Era cierto que necesitaba bajar la temperatura, la suya, concretamente.
Había estado cerca, pero ella, siempre a la defensiva, no le había dejado ni un solo resquicio para colarse dentro. Se tocó por encima del pantalón. La erección era dolorosa.
«Esto no se me baja ni con una paja, joder».
Marta lo había visto alejarse hacia el interior de la casa con un rastro de sudor bajo el labio. El calor seguía apretando, pero no era eso lo que más le turbaba. Cerró los ojos y respiró hondo, como si pudiera expulsar lo que acababa de ocurrir a base de exhalaciones. Paulatinamente sus pulsaciones volvieron a su ritmo normal.
Ese chico le había puesto los nervios a flor de piel, con el corazón a tope. Desde lo del chateo, su relación había dado un salto hacia algo que se le escapaba de las manos. Lo peor era que no sabía cómo manejar la situación con él.
Intentó calmarse, solo era un crío con las hormonas desbocadas. Una nueva exhalación más lenta y profunda que las demás terminó por devolverla a su estado de relax pre-Cristian. El sopor terminó venciéndola y paulatinamente sus ojos fueron cerrándose.
Tomar el sol en aquella terraza no era como hacerlo en el jardín de su casa de la playa, pero se le parecía mucho. Quizás faltaba el ruido del mar o los chillidos de los niños correteando por la arena. Sonrió pensando en las ganas que tenía de volver allí, con Mario.
Los párpados pesaban y cada uno de sus músculos había terminado por destensarse. Era la entrada al estado Zen.
Pero la paz nunca es eterna.
Cristian volvió a la terraza encontrándola en la misma posición. Seguía tumbada, pero se había sacado el bikini. Al menos, se consoló, la parte de arriba seguía suelta, con sus tetas contra el suelo. Volvió a admirarla de arriba abajo. Sin duda era una mujer imponente. Su padre debía estar verdaderamente satisfecho con ella.
«Cabrón con suerte», pensó.
Sin decir palabra, se subió a horcajadas con todo el cuidado posible, aposentando su paquete sobre su culo.
—Ey, ¿qué haces?
Nuevo respingo de ella que no lo había visto llegar.
—Tranquila que solo estoy cogiendo posición. He pensado que no quiero que la última impresión que te quede de mí sea la de hace unos minutos. Voy a acabar con el masaje y dejarte tan relajada como te prometí. Estos músculos están muy tensos y tengo que descontracturarlos.
Estaba desconcertada. Quizás la había pillado fuera de juego o, a lo mejor, es que no sabía cómo reaccionar, en cualquier caso no se revolvió para sacárselo de encima.
—Además, desde aquí lo hago mejor.
Comenzó el masaje desde donde lo había dejado.
La erección no había desaparecido en todo el tiempo de ausencia. A estas alturas era hasta dolorosa. La tela de su pantalón de deporte era tan fina que prácticamente podía sentir la piel de la MILF. Apretó su pubis encajando el cipote entre sus nalgas volviendo a empujar la tela dentro de ellas.
—Me estás poniendo nerviosa.
—No sé por qué. Me estoy esmerando en hacerlo lo más placentero posible.
—Sí, seguro.
—Dime que no estás disfrutando.
Guardó silencio. Debía reconocer que eso último era cierto. Las manos de Cristian sobre los nudos y contracturas de su espalda eran como néctar balsámico. Por no hablar del masaje de pies que casi le hace dormirse. Haría carrera como masajista si decidiera dedicarse a ello. Cristian continuó con las friegas dando largas pasadas desde la base de la columna hasta los hombros, entreteniéndose en las zonas más cargadas. Cada vez que sus manos hacían el viaje de vuelta, aprovechaba para hincar su polla contra su culo.
Con el paso del tiempo, comenzó a hacer que sus manos recorrieran los costados, aprovechando para acariciar el borde de sus tetas después de llegar a los hombros. Al principio sutilmente, luego con descaro. Marta seguía sin decir nada.
La erección de Cristian era de campeonato, con la polla pegada en su culo, casi metiéndose dentro. Los golpes de cadera eran tenues pero constantes. Parecía que la estuviera follando lentamente por el culo. Y con cada golpe el bikini se incrustaba entre las nalgas cada vez más adentro.
Y puesto que hacía rato que no ponía objeción, decidió ir más lejos. La agarró por las caderas mientras mantenía su lenta cabalgada, como si la follara dulcemente. En realidad se estaba haciendo una paja contra sus posaderas.
Una especie de “Cubana”.
Home Run.
—Cristian, vale ya.
—¿Qué?
—Lo que estás haciendo. Para.
—No estoy haciendo nada. Solo darte un masaje —abrió las piernas dejando que todo su peso recayera sobre su entrepierna.
—Me estás… ¡ay!, para ya, Cristian. ¡Que pares te digo!
—¿Cómo quieres que pare con lo buena que estás? —dijo masturbándose con su culo, esta vez, de manera descarada como un perrillo contra la pernera de su amo.
—Basta, basta, basta. Quítate. Vamos quítate de encima, pervertido.
—Solo un poco más. Estoy casi a punto.
Marta gritaba y movía la cadera bruscamente para desalojarle, como un potro salvaje, a la vez que le golpeaba con los talones en la espalda. Cristian no tuvo más remedio que descabalgarla entre carcajadas. Marta se incorporó, no sin olvidar taparse las tetas con el brazo. Se sentó con las piernas recogidas y la cara de horror.
—Pero qué coño… ¿Tú de qué vas, niñato?
—Que era broma, mujer. Lo hacía para que te dieras cuenta.
—Ni puñetera gracia que ha tenido. Estoy muy enfadada contigo.
—En cambio yo, mira cómo estoy —Se apretó el pantalón con ambas manos haciendo que el bulto de su polla sobresaltara bajo la prenda. Tenía una erección enorme— ¿Ves? por tu culpa.
—Pero… serás cerdo. ¿Se te ha puesto dura conmigo?
—Eh, guapita. Que a ti también te ha pasado lo mismo —dijo señalando a un pezón que asomaba furtivamente por encima del brazo, en la parte más cercana al codo.
Marta dirigió la mirada, horrorizada. Media areola y parte del pezón quedaban a la vista. Para su desgracia, estaba duro como una piedra. Se puso colorada como un tomate.
—Esto… no es lo que parece.
—Sí que lo es. Te pongo cachonda, igual que tú a mí. Quieres follar conmigo. Acéptalo de una vez.
—De eso nada. Y déjalo ya, ¿me oyes? Ya hemos hablado de esto. Lo que hicimos… lo que hablamos por el chat, eran fantasías fruto de un calentón. Solo eso, punto. Detén este acoso de una vez. Estoy comprometida con tu padre.
Dicho lo cual se levantó y se dirigió a la puerta que daba acceso a la cocina. Seguía tapándose las tetas con el brazo, pero se le olvidó sacarse el bikini del culo lo que dejaba prácticamente en su totalidad a la vista.
—¿Mamá? —llamó Cristian. Ella se paró justo cuando estaba a punto de entrar en la casa—. Me debes una paja.
Marta lo miró como si estuvieran cayendo trozos de mierda del techo.
—¿Que te debo qué?
—Eres la responsable de esta catástrofe —en relación a su erección—. Y ya has visto la cantidad de semen que tengo acumulado en los huevos. Me pueden reventar. Me duele mucho —dijo simulando pucheritos de bebé.
—Pues ya sabes lo que tienes que hacer —bufó—. Y te he dicho que no me llames mamá.
Dicho esto, desapareció en la casa dando zancadas. Cristian no perdió de vista sus nalgas, casi al aire, botando con cada paso.
Sonrió, ladino. Seguía de rodillas con una erección del quince sobre el borde de la esterilla. La parte superior del bikini continuaba allí, olvidada fruto de las prisas. Hizo repaso mental. Un bikini de Marta, una erección descomunal y un bote de crema solar.
Se bajó los pantalones.
Fin capítulo V