(IV) Sara
Sara y Beni aguardaban en la sala de espera: eran los siguientes. Sofía se tomó cinco minutos para revisar sus notas antes de hacerlos pasar. A ellos no tenía que preguntarles cuál era su fantasía sexual, de hecho, ese era el motivo de que hubieran empezado a visitarla.
Pareja de treinta y pocos aún no tenían descendencia (normalmente cuanto más alta es la hipoteca menos interés en tener hijos). Ambos dedicaban mucho tiempo a sus respectivos trabajos que le proporcionaban un nivel de vida bastante bueno, aunque como suele suceder, sin tiempo para disfrutarlo. Esto, lejos de provocar como en otras parejas un distanciamiento, lo que había hecho era unirlos aún más. El poco tiempo que coincidían y que pasaban juntos era muy intenso, demasiado jóvenes para no dejarse llevar por la pasión, el morbo y el deseo. Siempre explorando nuevas formas y nuevas maneras de satisfacerse, habían probado un poco de todo. Ver porno juntos, probar algo de sadomaso, chatear por Internet con otras parejas para calentarse, etcétera. Pero nada que le supusiera realmente una mejoría significativa. Al final estaban contentos simplemente teniendo sexo el uno con el otro sin tanto artificio, no parecían encontrar ningún fetiche que potenciara la relación aunque tampoco les parecía muy necesario.
Pero un buen día, el tema simplemente surgió de forma inesperada: no fue algo premeditado, simplemente hablando de cosas morbosas, Benito, le dijo que a él le ponía mucho la fantasía de hacerlo en un sitio público. Los dos se rieron imaginándose la situación o (mejor dicho), las posibles situaciones.
Lo que parecía una anécdota se le quedó a Sara en la cabeza. El tema le volvió un día que fueron al teatro. Ella era una entusiasta de la danza y su marido había sacado entradas para un espectáculo de danza contemporánea. Esa noche, Sara, estaba especialmente sensible. Habían cenado juntos en la primera escapada que podían hacer desde hacía tiempo. Además, le había pillado ovulando, con lo cual tenía más ganas de tener sexo, pero es que el espectáculo por algún motivo hizo que le subiera la libido. Quizás fue todo junto, pero el ver a esos chicos con unos cuerpos esculturales y marcando paquete bajo las mallas, contoneándose, moviendo su organismo, haciendo figuras casi imposibles que su mente trasladaba a posturas sexuales, la puso a mil. Estaban en un palco bajo y en aquel momento deseó con todas sus fuerzas que su marido se la follara. Imaginó sentarse sobre él y clavársela hasta el fondo mientras continuaba mirando la obra. Se pasó el resto de la función inquieta, cruzando las piernas y sintiendo cosquilleos entre sus muslos. Le costaba concentrarse en lo que quedaba de espectáculo, solo se veía allí, cabalgando a horcajadas sobre su marido mientras sonaba la música y oía abajo en el escenario a los artistas moverse.
El calentón le duró todo el viaje de vuelta, conteniéndose para no distraer a su marido que conducía ajeno a todo lo que le estaba pasando a Sara por dentro. Al llegar a casa todo se dispara. Demasiado tiempo fermentando el deseo y demasiado intenso este para contenerlo. Al llegar al parking subterráneo de su bloque de pisos, ella se abalanza sobre Beni. No sabe por qué está así, pero lo cierto es que es como si un interruptor se hubiera activado. Hacía años que no se sentía tan perra. Porque esta vez no es cariño, no es el deseo que sale del amor, de estar con la persona a la que quieres, en esta ocasión es pura y simplemente ganas de fornicar, el deseo que sale de la necesidad urgente de satisfacerse.
Beni responde asombrado y se deja besar a la vez que le acaricia los pechos. No sabe lo que pasa pero se deja arrastrar. Es demasiado tentador y percibe la calentura de su mujer, así que ¿para que ponerle puertas al campo? mejor dejar que ella se derrame porque hace tanto que no la ve tan desbocada, que de momento se empalma y se le pone dura como un hierro.
Ella le desabrocha la bragueta y se la chupa con avidez: tiene hambre de polla y se lo deja claro a su marido, que la tiene que apartar para no correrse en su boca. Luego salen del vehículo, que ya no son unos jovenzuelos y no están para hacer contorsionismo. Mas abrazos, un nuevo beso húmedo con lengua. Beni tira de ella para llevarla a casa pero Sara se resiste y tira a su vez de él, en un forcejeo inútil pues lo dos quieren lo mismo. Se levanta el vestido, se quita las bragas y apoyando los brazos sobre el capó del coche le ofrece su culo. Aún sorprendido, su marido tarda unos segundos en reaccionar, pero sin embargo no rechaza la invitación. Y allí se acoplan, en el rincón oscuro del garaje, inquietos, pero a la vez excitados ante la posibilidad de que aparezca un vecino. Beni la penetra y entra como un cuchillo en la mantequilla, de tan mojada que está. Empieza a golpear fuerte y Sara se transporta, ya no está allí en el aparcamiento sino en el teatro, agarrada a la barandilla del palco, mientras su marido le da duro y le mete la verga hasta el fondo una y otra vez, golpeando y haciendo sonar sus nalgas con cada arremetida del pubis. A ella se le nubla la vista aunque puede ver a la gente del patio de butacas mirándolos asombrados. Su marido tira de la tela del vestido hacia abajo y sus pechos saltan fuera. Los agarra le retuerce los pezones. Y entonces, ella se corre en un orgasmo brutal. Hay varios fogonazos: la gente que los sigue mirando con la boca abierta, los focos que los alumbran ahora a ellos o quizás sea el tubo fluorescente que parpadea medio fundido, allí en el sótano. Qué difícil es distinguir el sueño de la realidad, pero el orgasmo es cierto, tan real como que ella se queda derrumbada sobre el capó mientras su marido sigue bombeando hasta que un chorro de leche la inunda, llenando el coño. Él sigue embistiendo a pesar de todo y ella percibe las humedades derramarse por sus muslos, mientras aún siente contracciones de placer. Y así se quedan enganchados, notando todavía la verga palpitar en su interior un buen rato. Exhaustos, agotados por la intensidad del polvo, hasta que pueden recuperarse y todavía atónitos por lo que ha sucedido, subir rápidamente para casa a darse una ducha.
Cuando Sara se metió en el baño, apenas habían podido intercambiar una palabra. Al lavarse la entrepierna pudo notar como todavía salía semen de su vagina. Se pasó la esponja un par de veces para enjabonarse pero aun así, la corrida de Beni seguía fluyendo. Su chico se había vaciado entero.
¡Joder! ¿Cuánto hacía que no echaba un polvo así?
Quine minutos después estaban acostados. Se sentían respirar el uno al otro y eran conscientes que ninguno de los dos había cogido el sueño. Sara pensó que tenían que hablarlo. Había sido tan súbito, tan inesperado, que aún no lo habían podido asimilar. Cuando estaba a punto de darse la vuelta para preguntarle a Beni si dormía, aunque ella sabía que no, lo sintió pegarse a su espalda, el aliento en su cuello y la dureza de su verga de nuevo en su culo. Otra vez la sangre que fluye a su coño que hincha su clítoris. El deseo que de nuevo enciende sus entrañas.
- Beni - su nombre es lo único que puede pronunciar, quiere hablar pero las palabras no le salen. Es ella la que empuja, la que se quita el camisón y las bragas y se sube encima a cabalgarlo. ¿Cómo había dicho antes? Sí, sí, como una perra en celo.
Deseo y morbo puro y duro. Algo distinto a como follan los que se quieren, que no es que esté mal: que está muy bien, pero esto es distinto, es una pasión que los consume. Un nuevo orgasmo, ella controlando el ritmo y él intentando aguantar aunque sin conseguirlo, una nueva inundación se extiende por su vagina llenándola de semen espeso y pegajoso. No se ha dado cuenta pero ha arañado a su marido en el pecho y ahora descansa sobre él con los pezones enredándose entre el pelo rizado y recio de su torso.
De repente ya no era tan necesario hablar las cosas. Los dos sonreían satisfechos.
A partir de ahí, todo fue a más.
El morbo de follar en una situación expuesta los impulsaba y recuperaron la vieja tradición de novios de hacerlo en el coche, en el garaje, en la playa, incluso en el portal junto al cuarto de contadores, en esa zona oscura alejada del paso pero que no dejaba de ser una zona común a la que alguien podía pasar y descubrirlos.
Fue su secreto y su obsesión, dos o tres meses en los que no paraban de maquinar como generar situaciones de morbo haciéndolo en sitios semipúblicos. Una época muy feliz, muy placentera hasta que la cosa empezó a írseles de las manos.
El primer contratiempo que le contaron a Sofía, que quizás no lo fue tanto, pero significativo de lo que estaba por venir, fue en una fiesta en la casa de campo de los padres de Beni. No pudieron evitar la tentación, con sus cuñados y cuñadas, con los padres, con los sobrinos correteando por el patio y la antigua habitación que ocupaba Beni cuando iban de vacaciones.
Allí se metieron, echaron el pestillo y se pusieron a hacerlo. Por la ventana que daba al patio oían a la familia: ruido de platos, olor a barbacoa, risas, niños gritando. Y ellos allí, en la cama, Sara abierta de piernas con el vestido arremangado, las bragas tiradas en el suelo, los pechos botando fuera del escote y Beni sobre ella penetrando duro.
Y de repente unos golpes en la puerta y la voz de su cuñada que apenas se sobreponía a los jadeos.
- Beni ¿estáis bien? estamos sirviendo el asado ¿pasa algo?
- No, no pasa nada, bajamos enseguida, un momento que Sara se está arreglando.
La única excusa que se le ocurrió si preguntaban, es que dirían que se le había manchado el traje y que se lo había quitado un momento para limpiarlo. Excusa inútil porque metidos en faena, habían tardado tanto en responder que seguramente a la hermana le había dado tiempo a oír perfectamente lo que hacían. De hecho, la mirada que les echó cuando llegaron abajo lo decía todo. Y no fue la única, se ve que lo debió comentar con el marido y con las otras hermanas porque las miraditas, entre reprobadoras en unos casos y de guasa en otros, dejaban claro que la historia se había corrido.
La cosa quedó simplemente en una anécdota y Sara tampoco le dio muchas vueltas: de todas formas se lleva bastante regular con sus cuñadas y cuñados. En ese momento, simplemente pensaba que a partir de ahora dejarían a la familia fuera de aquello. Y ciertamente no volvieron a “jugar” en las raras ocasiones que coincidían.
El segundo incidente ya fue un poquito más peliagudo. Se produjo en el trabajo de Sara. Beni iba de vez en cuando a recogerla y a veces la acompañaba un rato mientras terminaba, porque la hora de salida de Sara nunca era fija.
Beni ya ha ido varias veces al trabajo de Sara, es habitual y lo conocen, así que a nadie le extraña que vaya a recogerla y que se entretenga por allí acompañándola mientras acaba la faena.
- Subo un momento al archivo a por unos documentos y en cuanto baje nos vamos.
- Te acompaño - dice mientras la sigue y los dos se marchan charlando de la oficina en dirección a la planta de arriba, nada que llame la atención.
El archivo es una gran sala donde almacenan material de oficina, muebles antiguos y varios miles de expedientes en estanterías que forman varias hileras, al modo de una biblioteca. En la parte más oscura hay una mesa y una silla. Sara enciende la luz y tras recorrer una de las filas, saca un legajo de una voluminosa carpeta llena de documentos que va repasando uno a uno. De repente se apaga la luz. Solo queda la de la lamparita de la mesa, que apenas aporta una tenue claridad. Ella se vuelve hacia Beni que se acerca con una sonrisa. Bajando mucho la voz, como si alguien pudiera escucharlos, le hace una mueca:
- ¿Qué haces? no se te ira a ocurrir que aquí…
No llega a terminar la frase: la coge por la cintura y atrayéndola hacia sí la besa en la boca. Apenas hace un débil intento de oponerse pero las manos se agarran a sus nalgas y las aprietan separándolas. Mientras, le restriega un bulto duro por el pubis y ella suspira entregada, aunque todavía hace un último intento:
- Beni, puede entrar alguien.
- Pues entonces vigila tú y me avisas - dice él mientras la gira y la obliga a apoyar las manos sobre la mesa. Luego, le baja las bragas hasta los tobillos y le levanta el vestido. Ella se empina y él mete la mano entre sus muslos y le acaricia el sexo que se asoma entre los cachetes como una magdalena, lista para ser degustada.
Su marido se escupe en la mano y la frota contra el capullo para mojarlo, luego apoya el glande a la entrada de su coñito y juega con él un rato, hasta que considera que es suficiente y entonces se la va metiendo. Sara va acompasando las arremetidas con un balanceo de su cuerpo, a la vez que sube la grupa para sentir mejor los vergazos aún suaves que se está llevando.
El placer llega rápido y le hace arquear la espalda. El gusto la va invadiendo, pero en ese momento se abre la puerta del archivo. Beni la saca y haciendo el pingüino con los pantalones por los tobillos, se esconde rápidamente tras una estantería.
Sara se pone derecha y el vestido cae ocultando su desnudez. Con un rápido movimiento de los pies se saca las bragas y las empuja a un rincón.
Juan, un señor mayor compañero de Sara, entra y rebusca en uno de los archivos sin aparentemente darse cuenta que hay alguien más al fondo. Hasta que ella carraspea y hace algo de ruido a propósito con las carpetas. Prefiere delatar su presencia para no levantar sospechas.
- Hola ¿hay alguien ahí?
- Si, Juan, estoy yo.
- No te había visto
- Es que estoy aquí al fondo, revisando unos documentos…
- ¿A estas horas? Anda vete ya para casa que siempre acabas saliendo tarde.
- Enseguida voy, es que no puedo dejarlo para mañana, corre prisa.
- Bueno hija, pues entonces te dejo aquí. Me bajo esto para el jefe y me voy yendo.
- Vale, hasta mañana Juan.
Apenas se cerró la puerta, Sara sintió los brazos de Beni rodeándola: le había faltado tiempo para acercarse y abrazarla desde atrás. Notó de nuevo la verga dura pegándose en sus nalgas a través de la fina tela del vestido. Con fuerza, casi con violencia, la forzó a girarse y tomándola de las carreras la aupó a la mesa, abriéndola de piernas.
- ¡Cuidado, me haces daño! - trata de contenerlo, pero Beni no deja de embestir como un ariete contra la puerta de una fortaleza.
Sara quiere protestar, quiere pedirle que se esté quieto después del susto, que recojan y que se vayan, pero la excitación vuelve de forma inmediata, esta vez mucho más intensa y urgente. Los golpes del glande contra sus labios y su perineo continúan, buscando la entrada a ciegas, mientras ella se encuentra expuesta y prácticamente indefensa, haciendo que se moje. Humedad sobre humedad porque ya antes lo estaba. Al final, deja de retorcerse y relaja su sexo, mete la mano entre las piernas y dirige el falo hacia su interior.
Ahora sí puede penetrar. Ve la cara de satisfacción de su marido mientras poco a poco se desliza, dilatando las paredes de su vagina mientras se abre paso.
Sara adopta una postura obscena: su mirada se vuelve turbia y provocadora mientras la lengua humedece los labios sobre los restos de carmín. Beni bombea con más fuerza ahora que está bien acoplado y que la humedad de Sara ha lubricado bien su miembro. Están así unos minutos, fornicando duro, oyéndose por todo el archivo el golpeteo de la carne contra la carne, aderezado con algún gemido de la mujer y el ronco jadear del hombre. Sara está echada hacia atrás, apoyada en los codos en la mesa. De repente, saca sus pechos fuera. Su marido los mira votar descontrolados con cada embestida que le da.
Ahora es Sara en la que atrapa a Beni con sus muslos, atrayéndolo hacia sí misma para evitar que se salga mientras se yergue y lo abraza. Aprieta todavía más para sentirlo y de repente se corre. Sin tocarse, sin caricias adicionales, está tan caliente que grita sin importarle que la puedan oír o que alguien pueda entrar en el archivo y verla así, despatarrada y jadeante, con el sudor corriendo por sus pechos, sucia por fuera y por dentro porque su marido empieza a eyacular llenándola de semen. Beni llega al orgasmo con un gruñido animal. Y ella lo aprieta aún más fuerte si es posible mientras se vacía. No, no le importa que la pillen, es más, en ese momento casi lo desea. Nota un coletazo de placer solo de pensarlo. La piel se le eriza y su clítoris vibra. La polla de su marido sigue dura y se desliza por su vagina llena de leche hacia afuera, pero ella pega el culo al vientre de Beni evitándolo. Entonces se toca un poco, apenas una caricia en su hinchado nódulo. No puede ser, se dice mientras otro clímax llega. Es la primera vez que le pasa, Sara nunca había encadenado dos orgasmos seguidos. Vuelve a gritar, a retorcerse, a tensar todos sus músculos. Se pellizca el clítoris y entonces vuelve a correrse. Lo tiene tan sensible del orgasmo anterior que casi le duele de placer. Cierra los ojos y se concentra solo en ese gusto que la deja muerta, inerte, incapaz de reaccionar. Aún se quedan enganchados un rato hasta que por fin son capaces de deshacer el abrazo y recomponiéndose como pueden, salen del archivo. Ella entra al baño para asearse. Tiene que dejar las bragas en la papelera de lo llenas de semen que están. Las pone dentro de una bolsita para compresas, para que no den mucho el cante. Tentada está de dejarlas a la vista, como ultima travesura excitante, pero en su trabajo son pocas chicas y eso sería tanto como delatarse. Ya no queda casi nadie en la oficina pero Sara no puede evitar ruborizarse cuando sale con su marido del brazo.
Ha sido una locura pero ninguno los dos hace mención a ningún propósito de enmienda. Desean que la posibilidad de repetirlo siga planeando y esa noche vuelven a follar como animales. Solo después de dos o tres orgasmos y en plena madrugada, exhaustos, se permite Sara una reflexión.
- Estamos locos, deberíamos dejar el trabajo fuera de esto.
Y si Sofía tiene que creerlos, parece ser que hasta ahora lo han conseguido: no metas la polla donde tengas la olla, que dice el refrán. Pero eso no significa ni mucho menos que estos jueguecitos hubieran acabado o que se hayan reducido a una versión controlada. Una vez que han probado, el chute de adrenalina y de placer era tan alto que volver a las prácticas sexuales anteriores, simples y aburridas, es algo que no se quieren ni plantear. Casi todo gira ahora en torno a la posibilidad de hacerlo en un sitio público o a sus fantasías al respecto, es lo que los lleva al séptimo cielo y los pone a punto de caramelo.
Pero ¿cómo llevar a cabo sus fantasías con el mínimo riesgo posible y sin que su vida se pusiera patas arriba con la familia o en el trabajo?
Tras darle muchas vueltas encontraron una solución aparente. Los dos habían oído hablar de los clubs de ambiente liberal. Sitios donde se hacían intercambios de parejas, se participaba en orgías y todo de una forma supuestamente anónima.
Una amiga de Sara había estado una vez en uno de ellos. Le había contado la experiencia cuando recién divorciada la invitaron a una fiesta. Estaba demasiado cortada para participar en la orgía que se montó, al fin y al cabo era su primera vez, así que se había limitado a masturbarse mientras veía a los demás follar y a dejarse acariciar por alguno de los hombres, pero desde entonces afirmaba que no se lo podía quitar de la cabeza, que aquello había sido tan excitante y tan brutal que se estaba pensando el acudir de nuevo y, esta vez, se había propuesto dar el paso y no volver sin haber catado verga, o más bien vergas, en plural, afirmó riéndose.
- ¿Nadie te obligó a hacer nada? – pregunta precavida Sara.
- No, en estos sitios se respeta el pie de la letra una negativa. Si no quieres nadie te obliga y si alguien se pone pesado le llaman la atención o directamente lo echan.
Sara recordó el episodio y lo compartió con Beni. Podría ser excitante, concluyeron. Ahí tendrían público suficiente para enrollarse a la lista de todos sin que a nadie le pareciera una situación extraña y, la verdad, ver a los demás también podría suponer un plus de excitación para ellos. Fue Benito el que se encargó de llamar y de informarse y así decidieron hacer la visita un viernes por la noche, eligiendo a propósito un club en la otra punta de Madrid, alejado de su barrio.
La verdad es que como le había contado su amiga, aquello estaba muy bien organizado, tan bien, que parecía casi formal. La media de edad era más alta que la suya y ellos destacaban en físico y en juventud, así que desde que entraron no dejaron de recibir propuestas que declinaron con amabilidad, limitándose a conversar, a decir que era la primera vez que iban y que en principio solo estaban mirando. Una charla agradable hubiera ayudado, así como un intercambio de experiencias con alguna de las parejas, pero aquello no parecía funcionar así: lo que se encontraron eran parejas habituales que iban a lo que iban, no a hacer amigos ni a asesorar a los nuevos. Pronto se sintieron ignorados y pudieron ver como entre los usuales del lugar se montaron la fiesta, primero en habitaciones privadas y luego, alguna pareja más animada, en la pista de baile y en los sillones del salón. Pero a ellos no les ponía ver a los demás funcionar y se miraban casi incómodos. Llegó un momento en que Beni decidió que ya que estaban allí, tenían que probar y a pesar de que no se sentían muy motivados, empezaron a acariciarse.
Su marido le metió la mano bajo la minifalda a la vez que soltaba un tirante de su top. Por un momento parece que aquello va a funcionar, Sara se moja un poquito. Un repelús de placer como ella suele decir. Tras dejarse tocar en la entrepierna le abre la bragueta a su marido y saca la picha que, para su sorpresa, está más bien morcillona. La chupa durante un rato hasta que consigue ponérsela dura. En ese momento, una pareja se acerca y se sientan a su lado. Son mayores, ni Sara ni Beni se sienten atraídos por ellos y la situación es más incómoda que excitante. Es la mano de ella la que se acerca y toca a Sara, acariciándole uno de sus glúteos, quizás para no provocar rechazo. Si fuera el hombre podría interpretarse como un ataque. Sara se remueve inquieta, ella no busca contacto con otra mujer. Transmite la tensión a Beni a quién se le baja un poco la erección.
Este hace un gesto a la pareja indicándole algo así como “no gracias”, pero no le sale natural y la pareja no se lo toma muy bien. No obstante respetan su decisión y se van. Ya nadie se les vuelve acercar, la mayoría han sido testigos de este incómodo rechazo. Ellos se acaban su copa y deciden irse: aquello no funciona. No van buscando intercambio y tampoco se ha producido el morbo de sentirse observados. Ahí a nadie le importa nada una pareja haciendo sus cosas, es lo que menos te llama la atención en aquel lugar. Y si no hay peligro, si no hay sorpresa, tampoco hay placer para Beni y Sara.
Y entonces es cuando se complica el tema de la apotema, que diría su antiguo profesor de filosofía griega, piensa Sofía.
Sara, mucho más activa para esto una vez que ha espabilado y ha descubierto que le va la marcha, empieza a frecuentar distintos foros de Internet. Al principio, todos relacionados con tema voyeur. Poco a poco va descubriendo que hay otras parejas que le ponen este tipo de historias. Algunas como ellos, simplemente buscan el placer siendo observados, otras van más allá, permitiendo participar a terceros.
Asombrada, explora el tema del candaulismo y del dogging. Esa parte no la tiene ni mucho menos en la cabeza, aunque lo incorpora a sus fantasías, pero claro, una cosa es soñar o imaginarlo para ponerte a tono y otra muy distinta, dar el paso cuando te encuentras frente a la realidad. Lo comparte con su marido y él no parece muy convencido, pero al final el morbo les puede y deciden probar.
Hay varias zonas en Madrid frecuentadas por parejitas jóvenes que no disponen de sitio donde montárselo y deciden ir a aparcamientos o zonas retiradas a tener sexo nocturno. La mayoría son parejas normales que solo buscan un sitio discreto para desfogar. Pero junto a ellas también hay alguna pareja que le gusta exhibirse y no pocos mirones que pululan por allí, auténticos voyeurs que encuentran una gran satisfacción en pajearse mientras observan furtivamente o, acaso, no tan furtivamente cuando se lo permiten las parejas.
La primera noche es un poco decepcionante. Gracias a los foros, Sara sabe en qué zona se ponen los mirones: la más oscura y apartada donde hay bastante vegetación y pueden pasar más desapercibidos o desaparecer corriendo si alguien los descubre y se encara con ellos. Pero también es la parte más peligrosa, donde en caso de que tengan un susto lo tendrán más difícil para que alguien les eche una mano o dé la alarma. Así que se quedan en el descampado donde se ponen la mayoría de las parejas, más iluminado y con los coches más cercanos.
Al principio les da un poco de morbo, el sitio, la situación… pero allí se ve poco, a pesar de la cercanía de los vehículos es difícil distinguir lo que pasa en el interior, aunque todos pueden suponerlo. Al final resulta un poco aburrida la excursión, y lo único que mantiene vivo el morbo después de haber follado y que les impulsa a repetir, es un momento al final que a los dos les hace subir la libido.
Un coche con otra pareja se sitúa cerca, hace calor y bajan los cristales. El humo sale por la ventanilla por lo que ellos interpretan que la parejita se está fumando un porro o algo parecido. Suena música. Sara tiene dificultades para vestirse, ya ha perdido práctica en cuanto revolcones de coche se refiere. Aquello es incómodo y hace bochorno. Un codo velludo asoma por la puerta del conductor del coche contiguo, en paralelo a su propia puerta de acompañante.
- Mira esto es un lío, mejor me visto fuera – dice a Beni a la vez que lleva la mano hacia el tirador de la puerta dispuesta a abrirla.
Beni la mira sorprendido, luego echa un vistazo a más allá hacia el otro vehículo y entonces parece comprender y le hace una seña de aprobación. Sara abre la puerta y sale solo con las bragas. Su cuerpo reacciona a la brisa que la envuelve disipando un poco el calor que mana de su piel. Se agacha para abrocharse las sandalias y muestra su trasero a la vez que permite al chico que está en el coche ver como sus pechos pendulean, grandes y generosos. Luego, se yergue y se suelta el pelo, los pezones se le ponen duros y nota un cosquilleo en su entrepierna: es su clítoris aún sensible por el polvo, que reacciona también, especialmente cuando Sara percibe que una cara se asoma por la ventanilla.
Con toda la tranquilidad del mundo se echa el vestido por encima y se lo ajusta. Los pechos se mueven libres por debajo de la tela provocando un suave cosquilleo en sus pezones. Sara va a entrar en el coche pero, como broche final, se le ocurre una maldad. Se sube un poco el vestido y se quita las bragas. Las echa al asiento de atrás y se vuelve ajustar el vestido. Entonces entra (ahora sí) y dirige una última mirada al coche de al lado, esta vez una mirada directa.
Un rostro la observa desde la penumbra, el codo sigue asomado y se oye la voz de una mujer con timbre recriminatorio. Parece que ha conseguido llamar la atención y alguna novia no está contenta.
Beni arranca y se van rápido. Camino a casa ríen por la ocurrencia y cuando llegan, un polvo húmedo e intenso certifica que, pesar de todo, han salvado la noche con ese último detalle. Y como no, repiten. Siempre intentan ese último jueguecito, a veces con más éxito y a veces con menos. Como en una ocasión en que una chica cabreada le grita desde la ventanilla que se vaya a zorrear a un puticlub. En otra copulan tan cerca de un coche que sus gemidos se entrelazan con los de la pareja de al lado, en lo que parece una competición por ver quién grita más o quién suelta la expresión más obscena. Las dos chicas lo dan todo y cuando se van, al cruzarse los dos vehículos, se dirigen una sonrisa ladina.
Pero una vez más el tema se les queda corto. Pronto se convierte en una rutina en la que abundan más las decepciones que los instantes interesantes. Buen momento para replantearse las cosas y redirigir un poquito sus desviaciones y fetiches, hacia aguas menos turbulentas. Pero como aquellos que caen en una adicción, lo que hacen es subir la apuesta según la vieja fórmula de jugárselo todo a un poco más de placer o morir de sobredosis, que nunca se sabe dónde está el límite, si es que éste realmente existe cuando uno está enganchado. Y una noche cruzan el descampado y se sitúan en la parte más apartada, entre árboles y arriates. Pasan un buen rato sin hacer nada, simplemente observando un poco inquietos. No ven nada sospechoso así que al final deciden ponerse manos a la obra. Solo entonces, una sombra se acerca y se sitúa a una prudente distancia junto a un árbol. No pasa de ahí, consciente de que lo han visto y se queda parado a la espera de acontecimientos. Sara, que en ese momento está encima de su marido y lo cabalga, se detiene y tensa el cuerpo. Beni lo nota y la mira interrogante mientras que ella hace un gesto hacia fuera con la cabeza. Se incorpora un poco y efectivamente puede ver a un hombre joven parado a unos metros. Luego, le devuelve el gesto a su esposa y ella continua follándolo lentamente, aunque controlando con el rabillo del ojo.
El mirón interpreta aquello como una invitación a acercarse y lo hace lentamente, hasta situarse a un metro apenas del vehículo. Sara ralentiza sus movimientos, como si estuviera actuando para su público (en realidad es así) y adopta poses sugerentes, mordiéndose el labio y sacando su lengua para relamerse. Con suaves giros masajea la verga de Beni con las paredes de su vagina, y levanta el culo dejándose caer de tanto en tanto para empalarse con ese falo duro ahora como una piedra. Presiona hacia abajo hasta sentir que hace tope en los huevos.
El chico se abre la bragueta y se saca el pene. Lo acaricia y Sara puede notar como va subiendo la erección. Lo mira como hipnotizada mientras se retuerce sobre su marido. Yergue el pecho, y suelta un gruñido de morbo cuando al mirón se le encienden las pupilas al contemplar sus tetas y aumenta el ritmo de masturbación. Está orgullosa de sus pechos. Beni percibe los cambios y como la respiración se le va haciendo más entrecortada. También que el flujo empieza a manar de su coño y le empapa la polla y el pubis. La calentura va subiendo y Sara ya no actúa, realmente se siente muy perra, nota que se va a correr. Lo pronto que le viene el primer orgasmo en estas situaciones, es algo que no deja de sorprenderla.
Fija la mirada, sucia y turbia, en el pene del mirón y queda fascinada por como descapulla mientras se pajea cada vez más frenéticamente. Ha dado otro paso adelante y ahora está pegado a la ventana, puede percibir el olor a sexo, a verga húmeda y semen caliente. Poco a poco Sara aumenta el ritmo y la intensidad de la cabalgata buscando una penetración más profunda y un roce más estrecho si cabe entre su coño y el falo de su marido. Sigue mirando fascinada la polla de aquel desconocido ¿cuánto hace que no ve una distinta a la de Beni salvando el episodio del pub liberal? Desde sus tiempos de universidad, poco antes de conocer a su marido, recuerda en un suspiro. A veces se preguntaba si no volvería a ver otra en vivo y en directo y ahora, de repente, ahí la tiene: dura, tensa, cabeceando por la tensión… y sabiendo es por ella, que la propia Sara es el objeto de deseo, lo cual la enardece aún más.
Mientras, un oscuro placer le sube gateando desde su vagina, por sus entrañas hacia el pecho. Se da cuenta que la tiene ahí, casi al lado, puede verla en todos sus detalles, olerla… le bastaría alargar la mano para tocarla...
Ahora Beni también puede verlo de tan cercano como está. No tiene que levantar la cabeza, desde su postura puede observar al desconocido mientras se masturba y ella nota que le transmite también su excitación, intentando levantar el culo y profundizar (si eso fuera posible) aún más en su coño. Los pinchazos de placer que le provoca el capullo de Beni presionando al fondo de su matriz, se vuelven crónicos y se aceleran, anticipando el orgasmo. Por un instante cierra los ojos y se concentra en el placer que la inunda, saboreando el momento.
Y es entonces cuando ocurre.
Algo golpea la cara el cuello y el pecho de Sara. Algo caliente. Se lleva la mano al pecho y nota una viscosidad que se escurre entre sus dedos. Asustada y sorprendida, abre los ojos y como a cámara lenta ve como ese desconocido, con el cuerpo pegado a la puerta y el falo asomando en el interior del coche, termina de eyacular con dos chorreones más que todavía tienen fuerza para llegar hasta el costado y uno de los muslos de Sara. Luego, el hombre aprieta y se estruja el pene y un grueso goterón resbala desde la punta, manchando el interior del vehículo como punto final. Retira la mano y deja la verga libre mientras esta se inclina un poco y un hilillo traslúcido cuelga de la punta.
Sara se lleva la mano de nuevo a la cara y la retira manchada de semen. Mira sus pechos y contempla los grumos blancuzcos y pegajosos que como un reguero la recorren.
Un sorprendido Beni también la observa sin saber muy bien cómo reaccionar. Su mirada y la de su marido se cruzan y Sara nota como un fuego que la abrasa por dentro. Su vientre se enciende, sus sienes se aceleran hasta casi provocarle un mareo y una fiebre como nunca ha sentido antes se apodera de ella.
Su marido lo percibe y agarra sus caderas mientras con fuerza acelera sus arremetidas. Ella también retoma el movimiento de su pelvis con movimientos cada vez más bruscos y desesperados, buscando el contacto. Beni la observa, desatada, sudorosa, llena de restos de semen, con la cara congestionada por el placer y no puede evitar correrse. La llena con una eyaculación abundante y sostenida, vaciándose de todo el esperma que acumulan sus testículos.
Apenas lo nota, Sara se corre también con un chillido agudo y desgarrado, como queriendo liberar la tensión acumulada, sin que el orgasmo sea suficiente y tenga que hacerlo también gritando. Los músculos vaginales se contraen mientras ella trata de exprimir a su marido para sacarle hasta la última gota. Echa la cabeza hacia atrás convirtiendo el grito en un ronco jadeo que se prolonga más de un minuto, mientras ella, mareada, cierra los ojos para tratar de mantener el equilibrio y abrumada ante ese tsunami de placer que se acaba de llevar a los dos por delante.
El mundo se ha detenido cuando Sara recupera el control y la conciencia de donde está. Mira a través de la ventanilla. El hombre ha desaparecido y están solos. Sara se mira perpleja los pechos y la cadera manchada de semen: está mojada por dentro y por fuera. No sabe qué hacer ni por dónde empezar a limpiarse. Beni todavía está jadeante y no se mueve, atrapado entre el asiento y ella. Al final, descabalga y se echa de lado, tapándose con la mano el coño para evitar que se salga todo. Todavía pasan unos minutos antes de que eche mano de la guantera y saque un paquete de toallitas. Luego empieza a retirarse todos los restos empezando por su entrepierna. Lo hace despacio, con cuidado, con método, como si se estuviera desmaquillando, pendiente de no dejarse ningún resto.
Beni la mira embobado. La experiencia ha sido tan fuerte que apenas hablan en el camino a casa. Tampoco comentan mucho en la cena. Cae una botella entera de vino y luego, sin recoger la mesa, se van al dormitorio. Apenas duermen esa noche. Repiten sexo hasta que caen rendidos en un pesado sueño.
Se van a trabajar agotados a la mañana siguiente y no es hasta la cena cuando por fin se pueden sentar y valorar lo que ha sucedido, aunque ninguno de los dos acierta claramente a explicarlo. Solo saben que ha sido todo un subidón de adrenalina, que el placer les ha llevado al límite y que van a repetir.
Lo programan para el próximo fin de semana, pero el jueves ya no pueden aguantar más y hacen una escapada al descampado. Ocupan el mismo sitio y en esta ocasión son dos los mirones que se acercan. Ninguno de los dos es el chico del otro día. Estos parecen más mayores. La historia se repite esta vez con dos espectadores y sin sobresaltos ni manchas de semen. Ambos eyaculan fuera.
Pero para Sara y Beni es casi igual de excitante y el enervamiento sexual que les produce, se prolonga también a las relaciones que mantienen en los días siguientes en casa. Los dos son conscientes de que han traspasado una línea y han llevado su fantasía más allá de lo que habían imaginado y esto, ha hecho subir muchos grados la temperatura, pero están preparados para asumirlo. La verdad es que ni se lo cuestionan. Están juntos en esto los dos, disfrutan y el chute de morbo que les provoca es más que suficiente para seguir pisando el acelerador, como decía Sabina en su canción.
Hasta que sobreviene el primer contratiempo serio. Hasta que se llevan el susto, como Sara lo define al contárselo a Sofía.
Mismo escenario, misma hora y esta vez un fin de semana. Noche de sábado en la que bastantes vehículos pueblan el solar. Las parejitas están a tope. Incluso en la zona más retirada se pueden ver salpicados algunos coches. Consecuentemente también ha aumentado la manada de mirones.
Es la primera vez que van un sábado por la noche y además a hora punta. Apenas aparcan, varias sombras se mueven alrededor del vehículo. Al principio mantienen una cierta distancia, dejándose ver, como tanteando a ver por dónde respira la pareja. Uno de ellos se acerca a la ventanilla directamente. Sara reconoce al chico del primer día que a su vez también los reconoce a ellos. Entonces, ya sabe a lo que van y sin más protocolo ni ceremonia se pone a observar lo más cerca que puede. Otros dos surgen de la maleza y se apresuran a acercarse, una vez que han comprobado que hay vía libre. No son frecuentes las parejas que se dejan mirar.
Ellos se ponen manos a la obra rápidamente y Sara queda desnuda, inclinándose sobre Beni quién en el asiento de al lado, se baja los pantalones y se quita la camiseta. Sara le dedica una mamada profunda, para deleite de los mirones, mientras con el culo en pompa muestra todo un espectáculo al que está observando por la ventanilla de su lado. Se recrea en la verga de su marido, dejando deslizar los labios rojos de carmín por su falo, sacando la lengua y tocando la punta del glande, relamiéndose como si fuera una piruleta y volviendo a metérselo en la boca, hasta el fondo, hasta notar los huevos de Beni en sus labios. Recuerda que al principio le provocaba arcadas, nunca se la había metido tan adentro, pero desde que últimamente están juguetones, ella ha depurado la técnica y ha entrenado, aprendiendo a tolerarla. Quiere dar espectáculo: eso la pone cachonda, que los demás vean como traga polla y que es lo que es capaz de hacerle a su marido.
Beni cierra los parpados de puro placer y los mantiene así, sabiendo qué otros tres pares de ojos están fijos en su mujer y lo miran con envidia. Sara está concentrada en mamar pero también se nota muy mojada. Está cachonda, deseando subirse encima de su marido y obtener su primer orgasmo. Unos dedos recorren su culo, separan sus nalgas, recorren sus labios y se introducen en la vagina. Beni está preparando el terreno, piensa satisfecha y abre un poco las piernas, mientras un dedo se introduce hasta el nudillo en su coño mojado. Un gemido se escapa de su boca a pesar de tenerla llena de polla. Y otro sube a su garganta cuando la otra mano acaricia sus tetas. Tiene los pezones muy sensibles. Y cuando se los pellizcan los dos a la vez, la calentura sube muchos grados.
Entonces es cuando ocurre, es cuando de repente es consciente de que algo no va bien. ¿Cuántas manos tiene Beni? ¿Cómo puede estar sobándole las dos tetas e introduciendo un dedo en su vagina simultáneamente?
Se saca la verga de la boca y levanta la cabeza, girándose hacia su espalda. Puede ver un brazo que entra por la ventanilla y que se pierde detrás de su culo. Da un respingo, sorprendida y asqueada a partes iguales. Unos dedos extraños en su lugar más íntimo, el sitio reservado solo a su marido. Se asusta y con un movimiento brusco se separa, liberando su sexo de aquella intrusión. De un salto se coloca en el otro extremo, sentada sobre las piernas de Beni.
La otra ventanilla está abierta y permite que dos nuevos brazos se cierren sobre ella. Sara forcejea, se retuerce intentando liberarse, cosa que al final consigue al precio de un arañazo en su pecho. Cuando se gira para intentar subir la ventanilla, una mano la toma del cuello y tira de ella hacia delante sacando su cabeza fuera. Algo se acopla a su cara y a sus labios. Es una verga semi flácida y pegajosa. Un olor indefinible golpea sus fosas nasales.
Su marido, alelado, abre los ojos e intenta interpretar lo que está pasando. Sus manos han perdido el contacto con los pechos de su mujer. Intentan abrir la puerta y Beni lo evita sujetando de forma instintiva la maneta. Intenta levantarse al ver que ella forcejea con la cabeza fuera del coche, pero el propio peso de su mujer sobre sus muslos le dificulta cualquier movimiento. Finalmente Sara consigue zafarse a la vez que grita, lo que provoca que todo el mundo se quede quieto un par de segundos. La mano que intenta sobarle las tetas de nuevo se retira. Parece que se han dado cuenta que la cosa ha ido demasiado lejos y que la pareja no está por la labor de llegar al contacto físico con extraños.
A pesar de todo, Sara ve como una de las manos sostiene un móvil con el que parece que la están grabando. Cruza los brazos sobre sus pechos en un gesto inútil, porque rápidamente se da cuenta que es más importante taparse la cara. A trompicones, se levanta y gatea por encima de su marido hacia el asiento trasero donde se hace un ovillo y agacha la cabeza. Beni insulta al tipo y le exige que retire el móvil. Cosa que este hace. Se sienta desnudo en la posición del conductor y vuelve a bloquear las puertas y a subir las ventanillas a la vez que arranca. Salen de allí de prisa y hasta que no enfilan por la autovía no vuelve la vista atrás y pregunta su mujer cómo se encuentra. Ella no responde: está tapada con la camiseta de Beni y apenas es capaz de articular palabra. Aún está en shock.
Ha sido un duro aviso, aunque podría haber sido mucho peor. Han cometido el error de suponer que en un sitio así las normas siempre se cumplen. Y aquello no es un local liberal donde todos actúan como es debido y si alguien se salta el protocolo, el relaciones públicas le llama la atención o lo saca del local. Allí están en un descampado donde impera la ley del más fuerte y si alguien decide saltarse las normas, no hay un encargado o un policía para reconducir la situación.
En teoría, según habían leído en los distintos foros, los mirones no solían interactuar físicamente con las parejas. El protocolo exigía que se dejarán ver y si la pareja no mostraba rechazo es que tenían permiso para acercarse, como había sucedido con ellos en las anteriores ocasiones. Nadie estaba autorizado a tocar el vehículo ni sus ocupantes a menos que ellos lo indicaran. La señal habitual para interactuar es que ellos bajaran las ventanillas y le hicieran una seña al mirón, con lo cual se supone que tenía permiso solo para acariciar a través de la ventanilla.
La indicación para mantener sexo con un desconocido solía ser que ella saliera del vehículo. En cualquier caso, no se daba ningún paso hasta que la pareja invitara a darlo de una u otra forma. Pero se ve que los que estaban allí esa noche, o no conocían el protocolo o habían decidido ignorarlo. Quizás el hecho de que el chico les hubiera reconocido y hubiera ido directamente hacia el vehículo, había convencido los demás de que ellos querían interactuar.
Equivoco o intencionado, un susto en toda regla que les ha puesto el cuerpo malo. Sara está asustada, se siente sucia. Todavía puede notar aquellos dedos ajenos invadiendo su intimidad. Lo del chico salpicándola de semen fue distinto. Fue morboso, excitante y no le supuso un problema. Pero lo otro equivalía casi una violación. No estaba preparada para algo así. Se habían expuesto demasiado. Y en este caso casi podrían sentirse afortunados. Si hubiera sido un día entre semana y hubieran estado solos en aquella parte del parque, quizás a los mirones no les hubiera importado tanto que ella gritara o que mostrara su negativa a tener contacto físico con ellos. No saben con qué tipo de gente estaban tratando y la cosa podía haber acabado mal para Beni, que sin duda la hubiera defendido y para ella misma.
Y para colmo el tema del móvil. No saben quién es aquel tipo ni que tiene pensado hacer con esas imágenes. Sara desnuda, con un tipo restregándole la polla por la cara, subida encima de su marido, las tetas botando e intentando zafarse del abrazo. Sara haciéndose un ovillo en el asiento trasero, tratando de cubrir su desnudez…Y lo peor de todo: reconocible y a cara descubierta ¿Dónde terminaría ese vídeo? ¿En qué foro acabaría colgado? ¿Circularía a través de los grupos de WhatsApp?
Cuando llegan a casa lo primero que hace es darse una ducha prolongada, luego sale y rechaza la copa que le ofrece su marido, se toma un Valium y se mete en la cama. Esa noche no hay sexo, ni la siguiente, ni la otra.
Se han pasado de frenada, han ido demasiado lejos. Lo hablan y acuerdan dejar de lado el tema de hacerlo un sitio semipúblico. Demasiadas consecuencias posibles en su familia, en el trabajo, en su vida...
Tienen la sensación de que han planteado esto mal desde el primer momento, que han jugado con fuego y han estado a punto de quemarse. Lo malo de todo es que su actividad sexual e incluso afectiva, que antes parecían ir de la mano, ha caído muy por debajo de los niveles anteriores a empezar con estos jueguecitos. No es que hayan vuelto al punto de partida, es que han retrocedido. El episodio planea sobre ellos cada vez que intentan acariciarse o acoplarse. El sexo ahora les parece convencional y aburrido, eso cuando consiguen tenerlo. Lo que antes era una válvula de escape y un factor que los unía, ahora se convierte en un elemento desestabilizador que les crea ansiedad.
Y fue entonces cuando decidieron acudir a Sofía. Mes y medio de tratamiento y han conseguido superar muchos de sus fantasmas y volver a una situación casi normal. Vuelven a tener sexo de forma regular, no tan excitante ni con esos subidones que les provocaba su fantasía particular, pero suficiente para volver a estar en comunión el uno con el otro y provocarles satisfacción. El coito vuelve a ser algo que les permite descargar tensión y obtener placer.
Y ahora resulta que entran en una nueva fase que sorprende a Sofía. Un día, ellos le comentan que le gustaría volver a probar, pero esta vez de una forma más controlada. Ella no entiende a que se refieren y les pide que lo aclaren.
Bueno pues que ¿por qué renunciar a lo que le había dado tanto placer cuando lo que hay que hacer es controlarlo para evitar que se desmadre y que pueda quedarle problemas? Que lo que han pensado es exhibirse pero a través de Internet, garantizando que no se les puede reconocer. Así otros podrán verlos y ellos obtener placer mostrándose teniendo sexo o mostrándose, sin el peligro de que alguien les asalte físicamente. Que lo han estado mirando y han hecho amistad con alguna pareja y algún hombre que les merece confianza. Y que van a probar, en este caso controlando ellos toda la situación y que es lo que muestran y lo que no, para garantizar que no se les reconozca.
Si lo que están buscando es consejo, Sofía lo único que les dice es que ese método también tiene sus contraindicaciones. Efectivamente, nadie podrá violentarlos, pero deben tener claro que nunca pueden saber quién hay al otro lado de la cámara viéndote o donde van acabar esas imágenes. No le parece buena idea, prefiere trabajar en otras líneas, como potenciar la relación mutua y realizar otras prácticas en las que no tengan que intervenir terceros, si lo que quieren es aumentar la intensidad de sus relaciones sexuales. Pero ellos hacen oídos sordos y en la siguiente sesión le dicen que ya han probado. Y que bueno, que no es igual de excitante que hacerlo en vivo y en directo, pero que parece que les ha gustado. Que no lo hacen en abierto para todo el mundo ni cuelgan sus imágenes en Internet, solo pequeñas sesiones privadas con otras parejas y con algunos hombres de confianza del chat.
- Confianza y chat no suena demasiado bien en la misma frase - les indica Sofía, pero ellos parecen decididos a continuar.
Así hasta hoy. Como el resto de casos anteriores, también se ha llevado una sorpresa. Esta tarde, Sara y Beni le confiesan que este tema de mostrarse por internet, ha acabado por aburrirlos. Una vez se han acostumbrado, pierde su encanto y está muy lejos de proporcionarles el subidón erótico que les daba el hacerlo en un sitio semipúblico.
- ¿No iréis a volver a lo de antes? - les pregunta.
- No, no, eso lo tenemos claro, hemos aprendido la lección.
- Entonces ¿qué habéis decidido hacer?
- Pues explorar esas posibilidades que tú nos comentabas. Talleres para parejas, prácticas compartidas entre nosotros dos, masajes, juegos de pareja, etcétera…
- Muy bien, entonces ¿dejáis lo del sexo por internet? me parece buena decisión…
- No, no hemos dicho que dejemos eso…
Sofía se sorprende:
- No entiendo ¿no decíais que ya no os motivaba y que queríais seguir mis propuestas?
- Si, y es lo que vamos a hacer, pero sin dejar lo otro.
- A ver: sigo sin entenderlo.
Sara y Beni se miran y la primera le un gesto a su marido. Parece querer decir algo así como “cuéntaselo que para eso estamos en terapia”.
- Verás Sofía - arranca él - es que es por el dinero.
- ¿Cómo? ¿A qué te refieres con eso del dinero? - ahora sí que Sofía no entiende nada.
- Bueno es que... Beni toma aire y al final, tras unos segundos se arranca - Es que cuando empezamos con esto del sexo por internet hubo un hombre con el que jugamos por cam. Ya sabes, él le decía mi mujer que se fuera quitando las prendas en el orden que él quería hasta dejarla desnuda. Luego le pedía que hiciera alguna pose y después nos decía que cosas quería vernos hacer. Al principio, como ya te comentamos, el tema era divertido e incluso excitante. Luego ya empezó aburrirnos. No nos gusta repetir interlocutor y tratamos de seleccionar muy bien la gente ante la que nos exhibíamos. Este hombre y otros que él conocía contactaban pidiéndonos nuevas sesiones y le decíamos que no, hasta que un día nos ofrecieron dinero. La verdad es que parecía una tontería, 50 € por una sesión de una hora estaba dispuestos a darnos. No lo hicimos por el dinero claro está, que no nos hacía falta, pero la verdad es que el tema nos puso un poco cachondos. Como la recurrente fantasía de hacer de prostituta por un día, ya sabes. Lo de cobrar como que aportaba un plus de morbo. Pero este hombre se convirtió en un fijo y además empezaron a contactar más, supongo que porque empezó a correr el boca a boca. Desde hace un par de semanas hacemos sesiones privadas. No es algo que nos motive especialmente, incluso te podemos decir que es verdad que nos aburre, pero es que en dos semanas hemos ganado más de 3000 €.
Sofía no puede evitar una expresión de estupor.
- Has dicho...
- Si, 3150 € exactamente. Nosotros también estamos sorprendidos, es algo que ni se nos había pasado por la cabeza, pero es que estamos echando cuentas y es un dineral si nos dedicamos el mes completo. Ni siquiera hace falta todos los días y podemos elegir nosotros el momento, casi siempre por la noche.
- No es algo que forme parte de la solución de lo que nos pasa, pero es que tampoco forma parte del problema, así que ¿por qué renunciar a ganar ese dinero? – Interviene Sara - ¿Tú qué opinas? ¿Crees que hacemos bien?
Sofía mueve la cabeza y no sabe exactamente qué responder.
- Bueno, eso tenéis que decidirlo vosotros - añade antes de dar por finalizada la sesión.