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Una Noche de Verano - Capítulos 001 a 002
Una Noche de Verano - Capítulo 001
La noche era ideal para salir, verano y una temperatura que por poco no alcanzaba los veinte grados. La música resonaba en los altavoces que estaban colocados por toda la calle y la gente andaba de un lado para otro cambiado de lugar para seguir bebiendo.
Elena había salido con sus amigas, eran siete y tenían su círculo bien montado, aunque ya no era como antes. Cuando eran jóvenes… en épocas remotas… siempre estaban bien pegadas para que ningún ligón de tres al cuarto las molestase, ahora como mucho se les arrimaba el aire.
—Vaya, morenazo… —dijo Ane observando a un chico al que seguramente doblaría en edad.
—¿Mejor que Manu, no? —preguntó Elena, mientras sorbía de la pajita que se adentraba en el líquido negro de su vaso de plástico.
Siguieron bailando entre risas, la noche acababa de empezar y la gente iba arremolinándose por momentos. El tiempo empezó a pasar entre jolgorio, bailes y vasos de plástico que parecían agujereados, el alcohol se bebía casi tan rápido como lo servían.
Elena ya llevaba unas copas de más, para las pocas veces que podían salir, ni ella ni sus amigas se contenían, al final tenían una edad para no hacerlo. Como su marido le decía, “mira, para una vez que podemos salir, bebe lo que quieras”. Tenía razón, los niños ya eran mayores y se cuidaban solos, además, no tenía que hacer la comida al día siguiente, para eso estaría Carlos y también… para soportar su resaca.
—¿Queréis algo? Voy a sacar otro cubata. —agitó su vaso en el aire prácticamente para que alguna la siguiera, pero de momento estaban servidas— Más para mí.
Salió del amorfo círculo en el que se había convertido su grupo, dirección a una barra que cada vez era más próxima. Miró alrededor, la proporción de mujeres y hombres se iba incrementando para el lado de estos últimos. Ninguna de sus amigas quería ligar, todas estaban comprometidas, pero sabía… que si algún que otro hombre apuesto… o no tan apuesto… venía a tirar algún piropo, lo escucharían. Por supuesto ella… también.
El chico joven de la barra le atendió según dio el cambio a otro hombre que había a su derecha. Elena le echó un vistazo rápido, ese hombre que cargaba dos cubatas, con un pelo… más que pobre, parecía su marido, y aunque Carlos había sido guapo, era evidente que iba cuesta abajo.
En cambio, el camarero, un chico quizá de la edad de su hijo mayor, año arriba año abajo, con músculos marcados, delgado y con un pelazo que los hombres de su edad ni soñaban. Eso era otra cosa.
—¿Qué te pongo?
—Cachonda.
El chico echó el rostro hacia atrás en señal de sorpresa, pero al ver la risa de la mujer a la que atendía, rápido entendió que entendió mal o que era una broma. ¿Qué iba a ser? Aunque Elena no mintiera en que aquel chico estaba bueno, podría ser su madre.
—Me la has puesto a huevo, tío. —volvió a reírse colocándose bien el sombrero que había adquirido a un vendedor ambulante senegalés bastante agradable. Tenía que ser rápida en la contestación y pasar a otra cosa, tampoco quería quedar como una vieja depravada— Ponme un ron cola, porfa, que la noche todavía está empezando.
—¡La noche es joven! —soltó el joven mientras iba a por las bebidas, mientras Elena pudo farfullar con ironía.
—Igualita que yo.
El joven volvió, poniéndole una ingente cantidad de hielos a los que la mujer, pesé a no salir mucho, ya estaba acostumbrada. Suspiró con ganas, sin que el chico la mirase, ¿por qué lo iba a hacer? Era un chico apuesto y joven, ese tipo de muchachos ya no la prestaban atención.
Le miró fijamente, quizá demasiado, pero el camarero estaba abriendo la botella de coca cola por lo que no le pudo incomodar. En otra época… ese chico seguro que la miraría con más deseo, tal vez diez años atrás, por la treintena, pero ahora… estaba “mayor”.
El tapón saltó, dejando en el aire ese inconfundible sonido del gas al liberarse de la botella de cristal. Se llevó el abrebotellas al bíceps donde una goma lo dejó sujeto hasta el siguiente uso. Elena quitó la vista del guapo muchacho, ya le había devorado lo suficiente con la mirada y aunque él no la viera, sabía que siempre hay más de un ojo mirando.
—¡Qué pena…! —susurró perdiéndose su hilo de voz entre el griterío de toda la gente.
—¿Decías? —contestó el joven ofreciéndole su vaso ya mezclado.
—¿Cuánto es?
—Seis.
Le tendió un billete de diez y volvió a guardar su cartera en el bolsillo, hoy no era día de bolso. En ese momento notó que unas manos rodeaban su cintura para agarrarla con cuidado. Le dio impresión imaginar que un desconocido la cogía así de improviso, no le hacía ni pizca de gracia, ni a ella ni a nadie. Sus ojos perdieron de vista el vaso, descendiendo a las manos que cada vez la agarraban con más fuerza. Se veían jóvenes y fuertes, al igual que el brazo, con una leve mata de vello que coronaba un bíceps bien formado.
“Buena sorpresa…” pensó con rapidez al ver los primeros atributos de ese hombre. Se giró al momento, con medio cuerpo hacia atrás y las piernas aún sin que hubieran dado un paso. La cara era guapa, con una pequeña capa de barba de quizá dos días, gruesos labios y unos ojos verdes de los más atrayentes.
—¡Joder, Iker! ¡Qué susto…! —volvió a girarse para recoger el cambio del camarero sin quitarse las manos de la cintura.
—¡Gracias, mamá! Yo también me alegro de verte.
—Si quieres sonrió cuando alguien me coge por sorpresa en medio de toda esta gente. —dio el primer trago a su cubata mediante la ayuda de una pajita con líneas amarillas y blancas. El sabor la disgustó, pero sabía que al siguiente sorbo estaría mejor— ¿Has visto a Sara?
—La acompañé al metro hace media hora, ha llamado a papá para avisarle de que iba a casa.
—Me parece perfecto.
El joven se hizo un hueco en la barra, dejando a su madre a la izquierda mientras esperaba para que llegase su turno. Tocó el gorro de Elena, después el colgante de flores que una de sus amigas les regaló a todas, quizá ni llegase a casa, ese tipo de cosas se perdían o se rompían con facilidad.
—¿Lo vais a dar todo hoy o qué? —la media sonrisa pícara de su hijo adolescente la conocía. Para Elena todos los chicos de 19 años o que rondan esa edad, que fueran medianamente guapos, sabían usar esa sonrisa.
—¿Y a ti…? ¿Qué te importa?
El camarero llegó, sirviéndole un minuto después otro brebaje de color similar al hijo de Elena que el joven pagó en el acto.
—Un placer verte, mamá. —no parecía sarcasmo— ¿Vas a estar por aquí?
—¿Quieres controlarme? ¿Eso no te lo debería preguntar yo?
—Podría ser… —dio un trago largo mientras Elena se fijaba en cómo se movía la garganta a la par que el líquido entraba a su cuerpo.
—¿Qué plan tienes? —era de las muy pocas veces que se encontraban de fiesta y la primera que habían intercambiado más de cuatro palabras. Le apetecía hablar más con él, a su lado se sentía más joven, mucho más que con sus amigas…
—Poca cosa, beber y poco más, estamos unos cuantos. Allí —señaló con el dedo el lado opuesto donde estaba ella con sus amigas— cerca de la otra barra. —desde el círculo de sus amigas si quería podría verle.
—¿Está Claudia? —esta vez la sonrisa pícara corría a cuenta de la madre, que sorbía la pajita aguantándose la risa.
—No te lo voy a decir.
—¡Vamos…! —sonó similar a una pequeña queriendo que le cuenten el secreto que todos saben— Quiero conocer a mi nuera.
—Ni de broma, capaz de decirla cualquier cosa.
—Agh… —le sacó la lengua todo lo que pudo, Iker se rio— Qué mal piensas de mí. Me voy con mis amigas, pero que sepas que me dejas triste.
—Seguro que sí… te veo tristísima…
—Anda… —se acercó a su pequeño, con los mofletes rojos y algo calientes debido al alcohol que ya nadaba por su organismo— Dale un besito a tu madre y te perdono.
—¡Ay…!
Hizo poca queja, sabía que a Elena había que tenerla feliz o podía ponerle en evidencia, ya había probado esa medicina cuando era más joven y trataba de dárselas de rebelde.
La dio el beso, dejando un leve rastro húmedo en la mejilla que Elena no se limpió. Se despidió con una sola mirada, volviendo a su círculo de amigas con ganas de seguir pasándolo bien. Pero también tenía ganas de conocer a Claudia, no mentía en eso, su hijo llevaba hablando de ella un mes, aunque en verdad, se había enterado de la relación algo más atrás gracias a su hija, y tenía curiosidad por saber cómo era.
De nuevo en el grupo la noche volvió a ser la de siempre, al menos había sido curioso encontrarse a su hijo. Aunque ese verano ya lo había hecho, con esta, en tres ocasiones, la primera le dio cierta impresión o vergüenza, sin embargo, verle ahora lo tomó con normalidad, como debía ser. Al final, era inevitable, eran fiestas de pueblos y ¿cómo no te vas a encontrar?
La noche fue adquiriendo un tono más borroso, culpa sobre todo de un chupito que no debería haber tomado, pero que la presión de grupo hizo que lo bebiera entero. Desde su círculo se colocó en la parte más alejada, pudiendo otear todo el lugar y sobre todo la parte que más curiosidad la daba, el grupo de Iker.
Allí estaba, justo con una chica que le rodeaba la cintura en la frontera de las nalgas. “Vaya, vaya… o sea que ahí está Claudia” la curiosidad la mataba, quería conocerla, así era ella, a veces demasiado directa… se lo había escuchado a su marido durante todo su matrimonio, algo de razón tendría el hombre.
—Ane, cielo. Lo siento —le cortó lo que le estaba contando que apenas había escuchado por mirar al grupo de Iker—. Voy un momento a saludar a mi hijo, que está aquí al lado. No os vayáis, ¿okey?
Antes de ver como su amiga asentía, se colocó mejor su gorro de cuatro euros y cubata en mano, caminó hasta el grupo de los amigos de su pequeño. En su mente parecía una buena idea, quizá con el pensamiento de reírse un poco y conocer a Claudia, seguro que a su marido, la anécdota le sacaba una sonrisa. Aunque la verdad, con el gorro, su colgante de flores estilo hawaiano y una leve mancha de cubata en su camiseta de color fucsia, no era tan buena idea.
Tocó la espalda de Iker, que con la mano un poco más debajo de la cintura de su chica seguía abrazándola como si se le fuera a escapar. Cuando su cuello se giró y vio cómo su madre le sonreía con dos mejillas hinchadas como manzanas, abrió los ojos de par en par. Se temía lo peor.
—¿Qué tal estás?
El muchacho no contestó, su madre solía hacer este tipo de cosas, pero las dos veces anteriores que la había visto de fiesta se mantuvieron alejados de sus respectivos grupos. Estaba seguro de que su madre respetaría ese momento, y no haría una de sus conocidas muestras de sinceridad absoluta. Se equivocaba.
—¿No nos vas a presentar? —debajo del gorro negro su madre seguía sonriendo mientras la pajita oscilaba de un lado a otro.
—Pero… joder…
—¡Qué parado es este chico…! Bueno, encantada. —le dio dos besos rápidos a la muchacha que apenas se había podido dar la vuelta, topando sus labios con algunos mechones rubios de la jovencita— Me llamo Elena y soy la… suggar mommy de Iker.
—¡Mamá! —Claudia miró a su novio, sin asimilar todavía muy bien quién era esa mujer.
—Nah…, soy solo su madre. Ya tenía ganas de conocerte, Iker no para de hablar de ti, está superenamorado. “Loco por tus huesos” se quedaría corta esa frase.
El joven se tapó el rostro sin remedio, su madre ya había soltado una de sus perlas sin saber ni lo que sentía por su novia. La chica rio con coquetería, sabiendo que su suegra estaba bromeando y le cayó bien al instante.
—Un buen comienzo… Si no quieres seguir poniendo en evidencia a tu único hijo varón, ¿podrías dejarnos? —sonó suave, pero en ese momento Iker no la quería cerca.
—Les das la vida y luego así te lo agradecen… bueno… solo venía a saludar a mi futura nuera, no a ti. —volvió a sacar la lengua como en la barra y la jovencita rio— Te dejo en paz. Si quieres puedes venir a saludarme, a mí no me avergüenzas. Espero no llorar… qué daño me haces… —ese dramatismo fingido lo hacía de maravilla.
—No digas esas cosas que luego vas a hacer que me sienta mal.
—Ya te vale… —dijo Claudia riéndose de su novio y siguiendo la broma.
—No le sigas el juego. Por favor, Claudia, tú también no…
Elena observó cómo su pequeño miraba a sus amigos a modo de auxilio, a todos les conocía desde que iban al colegio con tres añitos, y obviamente, todos la conocían. Uno de ellos se acercó, seguramente por ver los gestos de su amigo para que le ayudasen, Elena reconoció su sonrisa al instante.
—¿Qué, Sergio, vienes a salvar a tu amigo? —ambos se sonrieron.
—Eso parece, aunque no sé de qué.
—¡Pues de su madre! ¡Se avergüenza de ella! —se puso a su lado buscando un cómplice que sabía que encontraría. Colocó la mano en su hombro mientras los dos se sonreían, Sergio la conocía de muchos años y sabía que le encantaba bromear de esa forma— ¿Tú tratarías a si a tu madre? ¿A qué no?
—Para nada, incluso la invitaría a tomar algo si estuviera por aquí. ¡Iker, ya te vale, tío!
—Ten amigos para esto… —todos se rieron, salvo el hijo de Elena.
—Venga, ahora sí que marcho. Luego nos vemos, cariño, y qué bien haberte conocido, cielo, eres muy guapa. —Claudia sonrió algo sonrojada mientras Iker ni siquiera miraba a su madre. La mujer viro la cabeza para dirigirse al jovencito que tenía a su lado— Sergio, dale recuerdos a Mari que hace millones de años que no tomamos un café.
—Lo que digas, Elena.
La mujer se despidió de todos con la mano que no tenía el cubata y volvió al grupo de amigas con la extraña sensación de estar muy feliz, aunque ¿igual se había pasado? No lo creía.
Otra ve junto a sus amigas, no perdió de vista a su hijo que seguía junto a su novia. Lo que más la gustó, fue contemplar como de vez en cuando Claudia se reía de su novio mientras este mantenía un rostro serio, sabía que eso era su culpa y la encantaba.
Pasó una hora, el cansancio se empezaba a notar en unas mujeres poco acostumbradas a salir hasta tan tarde y las primeras se empezaron a marchar. Solo tres valientes resistieron las primeras escapadas y por supuesto, Elena era una de ellas.
Observó cómo su hijo iba acompañado a la barra de dos amigos y quiso acercarse, esta vez en son de paz, no iba a hacerle otra jugarreta, al menos con esa intención iba. Allí que se fue diciendo a sus amigas que le comentaría algo a Iker y volvería.
—¿A llenar el depósito? —comentó Elena al joven cuando se hizo un sitio a su lado.
—¿Vienes a darme más caña? —aunque tenía rostro serio, la mujer sabía que no estaba enfadado.
—Solo… si te portas mal. —los dos amigos tenían sus vasos listos, e Iker se iba a despedir de su madre cuando ella añadió— Quédate haciéndome compañía, que no quiero esperar sola.
—Id tirando —mencionó con cierta resignación aunque estar con su madre no le importaba—, ahora voy.
Elena sonrió, porque la verdad que no le gustaba pedir en soledad… se aburría mucho. Hizo una seña al camarero para que se acercase cuando pudiera mientras la gente se agolpaba en la barra, haciendo que los dos se quedaran muy pegados e Iker se pusiera como barrera por si los típicos empujones movían a su madre.
La mujer sintió algo, un golpe un poco más arriba de su nalga que la descolocó. Miró hacia atrás, su hijo en la montonera de gente había sido movido por la marea humana y chocó contra ella en el afán de protegerla. Lo que Elena no espera ver, era ese bulto tan prominente escondido en sus pantalones.
—Oye, —bajó una mano rápida, dándole un leve golpe en el pene que hizo que la cadera de Iker se moviera hacia atrás. Con una sonrisa de lo más maliciosa le añadió— Parece que Claudia te gusta mucho, ¿no?
—Perdona, es que con la gente… fue sin querer… —Iker no sabía qué más decir.
—No me importa, peores cosas me has hecho cuando eras bebe, como para que me importe que me golpees con tu polla.
Tal vez fue una frase demasiado directa y sincera, provocada por el elevado alcohol que ya corría por su cuerpo desde horas atrás. Aunque era cierto, su hijo y también su hija, la habían vomitado, cagado y meado encima… como para que eso la importase.
—Pues si no te importa, ¿puedo acercarme más? Que no paran de empujarme y me van a tirar el vaso.
—Dale.
Elena se acercó a la barra, haciéndole más hueco a su hijo que se puso a su espalda, evitando que el pene erecto de tanto beso con su novia, tocase a su madre. Una cosa era que sucediera de forma involuntaria, pero si podía evitarlo mejor.
Al tiempo que pedía al mismo chico joven de antes, la madre notó como su hijo estaba a su espalda, rodeándola con una mano la cintura, mientras con la otra sorbía del cubata. Algo le recorrió por dentro, tanto tiempo sin que la dieran una alegría… y ahora había tocado en un gesto inofensivo el pene de Iker… “La leche… que… que… que dura la tiene…”.
Algo malvado se le ocurrió, total, no era nada ilegal, ni satánico, solamente daría un paso hacia atrás, nada más. La barra de metal estando tan cerca la agobiaba, era normal querer separarse un poco. Así lo hizo, echándose para atrás y topando con Iker que seguía bebiendo, aunque lo que más buscaba Elena, no era notar el pecho en su espalda, no, ni siquiera notar que su pelo tocaba el rostro del joven, que va. Lo que quería era lo que notaba en su nalga derecha, el miembro duro de su hijo.
“Joder, es que la tiene durísima” pensó mientras un fuego volcánico la recorría el pecho hasta llegar al bajo vientre.
—¿Te importa, Iker? Es que estar así… tan cerca de la barra… me deja sin aire. ¡Anda! Agarra bien a tu madre, no la vayan a tirar con tanto movimiento.
—¿Así, mamá? —la mano del muchacho recorrió el vientre de la mujer hasta taparla el ombligo y allí se quedó.
—No, espera.
Cogiendo su mano, la apretó más fuerte, dando un paso ambos hacia la barra y borrando los pocos centímetros que la separaban. Los pechos le quedaron por encima de esta y debido al impulso, Iker se pegó totalmente. El pene la golpeó de nuevo una nalga y por extraño que pareciera sintió placer, un gozo que nacía de la abstinencia de a saber cuántos meses, y de lo monótono que se había vuelto el sexo.
—¿No estarás apretada?
—Que va… espera… —sin ninguna vergüenza, movió su trasero y con la mano maniobró el cuerpo de su hijo que seguía pegado a su espalda. Su trasero, que se mantenía duro y respingón por azares de la genética, sintió como algo la atravesaba a la mitad, el pene de Iker ya estaba donde ella quería— Ahora mucho mejor.
Se dio la vuelta dedicándole una dulce sonrisa que Iker devolvió de manera cortes. Allí siguieron mientras el camarero servía el trago y el gentío provocaba que debido a los movimientos el pene de Iker golpeara a su madre una y otra vez. Eran pequeños golpes, muy delicados, pero Elena los notaba.
—¿Estás a gusto? —le dijo ella con una sonrisa sin ocultar lo que le encantaba estar así.
—La verdad que muy bien. ¿Tú qué tal? —a la mujer le dio la sensación de que los dos estaban buscando lo mismo.
—Creo que me voy a quedar aquí contigo un ratito más.
—Será si yo quiero. —el joven la miró a los ojos, apretando la mano encima de su vientre.
—Y… —Elena se acercó a su oído, estando demasiado cerca y moviendo su trasero para restregarlo con cierto descaro, pero evitando que nadie la viera— ¿De verdad te vas a querer ir y sepárate de tu mami?
Colocándose de nuevo el sombrero de la mejor forma posible, esperó a que el chico de la barra terminase y sacó de su bolsillo un billete para volver a pagar. De mientras, sentía los pequeños golpes que su hijo le provocaba en el trasero y que se habían vuelto más rítmicos que antes, parecían más intencionados. Lo eran.
—Oye… si le pago, nos tendremos que ir de aquí para hacer hueco —dijo la madre girando su cuello— ¿Quieres algo más?
—Pues… no sé… —apretó su pene con mucha intención contra la mujer, que tuvo que poner las manos en la barra para no aplastarse contra esta— Lo siento… me han empujado. —mentira, los dos lo sabían— Pídete unos chupitos… algo barato.
—Pon dos chupitos suaves, que no me apetece mañana tener ninguna laguna mental.
Elena se había puesto cachonda, no lo podía evitar, siempre había sido fogosa y pese a la edad y la poca actividad sexual, eso es algo que nunca se pierde. Ahora con la sorprendente acción de su hijo, sentir aquello en su trasero le estaba dando verdadero placer y la idea de que se terminase no la agradaba para nada.
Aunque tampoco quería… solo quedarse así… ella le había dado un toque normal en el pene, algo que hacía en casa para molestarle y… sentirla con sus nalgas no le bastaba. El camarero se fue, única persona que les prestaba atención en todo ese gentío que no paraban de moverse. Era curioso, porque entre tanta gente… Elena sentía que estuvieran solos.
—Creo que tengo algo de dinero en la parte de atrás del pantalón, ahora lo saco.
Pasó la mano hasta su trasero, buscando en un bolsillo trasero en el que sabía que no tenía nada. Aunque la intención no era esa, sino pasar por una de sus nalgas hasta donde ambas se separaban y… agarrar con fuerza lo que la estaba golpeando. Lo hizo.
—¿Los chupitos suaves? —dijo Iker mientras notaba como su madre la agarraba la polla con mucha fuerza— ¿O los prefieres duros?
—Siempre duros, —la mirada entre ambos no se desvanecía mientras el camarero esperaba a saber qué tipo de chupitos querían— pero… —volvió la vista al joven que no era su hijo y siguió— ahora mejor dos suaves. Lo que tú quieras, guapo. Me fio de ti.
Separó la mano del pene de su hijo, liberando la presión y dejando que creciera mucho más. Iker no se lo pensó y apretó a Elena contra su cuerpo, colocando de nuevo su polla entre medias de las dos nalgas.
—Qué cómodo estoy… —soltó visiblemente caliente en el oído de su madre.
—Creo que me va a sentar bien meterme algo frío en el cuerpo.
Tomaron la bebida sin dejar de mirarse, mientras Elena se veía no coqueteando con su hijo, sino más bien como si lo hiciera con el joven camarero. Era una sensación extraña, parecido a que fueran desconocidos en medio de la nada… y eso la gustaba.
—Tengo que volver allí. —señaló con los ojos a sus dos amigas e Iker asintió.
—Yo voy con estos también, ¿nos vemos en casa?
Ahora estaban de frente, cara a cara. La mano que Iker tenía libre y que se apoyaba en la cintura de Elena, empezó a descender por la camiseta de color fucsia hasta llegar al holgado pantalón. Pasó por su cadera, algo que aprovechó la mujer para ladearse un poco y dejar la situación más sencilla para el muchacho.
Los cinco dedos apretaron con fuerza la nalga, tanto que Elena se puso de puntillas y apretó los dientes sintiendo la presión, no sabía en qué momento había sucedido esa locura, pero como estaba de caliente.
—Me iré en nada, quizá en unos minutos. Tú no dejarías que tu mami se vaya sola, ¿verdad?
—No sé… aquí me lo paso bien… —la mano aflojó y volvió a apretar mientras Elena endurecía la nalga.
—A saber que me puede pasar por la calle a estas horas, una mujer así de guapa, solita… Necesitaría a mi buen hijo al lado. Además… ¿No te lo vas a pasar bien conmigo?
—Eso… —quitó el agarre de la nalga, separando su mano y bajándola con algo de fuerza para dar un azote íntimo a su madre que nadie vio— te lo diré después. Cuando te vayas me dices que te acompaño.
—Buen chico.
Acercó sus labios hasta su rostro, simulando un beso en los labios. Estaban muy cerca ya, demasiado, mientras su hijo volvía a sujetar su cintura con fuerza. En el último momento, viró el rumbo, dejando su boca muy cerca de la del joven, pero encima de una mejilla.
Volvió hacia atrás con una media sonrisa maligna que no ponía desde que estaba en el instituto, su hijo se la devolvió, con el tono chulesco que poseen todos los adolescentes. Ambos disfrutaban.
—Tira con tu novia y aprovecha el poco rato que te queda.
Elena se fue con rapidez, haciéndose hueco entre la gente con un cubata que iba derramando líquido sin que la importase, solo quería hacer tiempo para irse a casa. Llegando donde sus amigas miró el móvil, eran las cuatro menos diez, en diez minutos le mandaría un mensaje, no esperaría más.
—¿Queréis un poco del vaso? Es que apenas me apetece.
—¿Para qué te lo pides? —comentó Sandra pensando que su amiga ya habría bebido demasiado.
—Mira… pues… culpa de mi hijo la verdad, me ha metido mucha presión y he cedido.
Ninguna lo entendió, pero viendo que Elena comenzaba a reír, ambas la copiaron un tanto forzadas. Bueno… no estaba mintiendo, la presión estuvo… aunque únicamente en su culo.
Pasaron los diez minutos de una forma eterna, aunque en el noveno ya le había escrito un escueto, “nos vamos”. No era una pregunta, ni una sugerencia, era más una afirmación cercana a una orden. El joven al de un minuto la respondió que sí.
—Vete a la parada de taxi al lado de la iglesia, no vamos a ir andando. Me despido de las chicas y voy.
—Espera un momento, tengo que despedirme de estos, de Claudia…
—¡Vamos, ya¡
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Una Noche de Verano - Capítulos 001 a 002
Una Noche de Verano - Capítulo 001
La noche era ideal para salir, verano y una temperatura que por poco no alcanzaba los veinte grados. La música resonaba en los altavoces que estaban colocados por toda la calle y la gente andaba de un lado para otro cambiado de lugar para seguir bebiendo.
Elena había salido con sus amigas, eran siete y tenían su círculo bien montado, aunque ya no era como antes. Cuando eran jóvenes… en épocas remotas… siempre estaban bien pegadas para que ningún ligón de tres al cuarto las molestase, ahora como mucho se les arrimaba el aire.
—Vaya, morenazo… —dijo Ane observando a un chico al que seguramente doblaría en edad.
—¿Mejor que Manu, no? —preguntó Elena, mientras sorbía de la pajita que se adentraba en el líquido negro de su vaso de plástico.
Siguieron bailando entre risas, la noche acababa de empezar y la gente iba arremolinándose por momentos. El tiempo empezó a pasar entre jolgorio, bailes y vasos de plástico que parecían agujereados, el alcohol se bebía casi tan rápido como lo servían.
Elena ya llevaba unas copas de más, para las pocas veces que podían salir, ni ella ni sus amigas se contenían, al final tenían una edad para no hacerlo. Como su marido le decía, “mira, para una vez que podemos salir, bebe lo que quieras”. Tenía razón, los niños ya eran mayores y se cuidaban solos, además, no tenía que hacer la comida al día siguiente, para eso estaría Carlos y también… para soportar su resaca.
—¿Queréis algo? Voy a sacar otro cubata. —agitó su vaso en el aire prácticamente para que alguna la siguiera, pero de momento estaban servidas— Más para mí.
Salió del amorfo círculo en el que se había convertido su grupo, dirección a una barra que cada vez era más próxima. Miró alrededor, la proporción de mujeres y hombres se iba incrementando para el lado de estos últimos. Ninguna de sus amigas quería ligar, todas estaban comprometidas, pero sabía… que si algún que otro hombre apuesto… o no tan apuesto… venía a tirar algún piropo, lo escucharían. Por supuesto ella… también.
El chico joven de la barra le atendió según dio el cambio a otro hombre que había a su derecha. Elena le echó un vistazo rápido, ese hombre que cargaba dos cubatas, con un pelo… más que pobre, parecía su marido, y aunque Carlos había sido guapo, era evidente que iba cuesta abajo.
En cambio, el camarero, un chico quizá de la edad de su hijo mayor, año arriba año abajo, con músculos marcados, delgado y con un pelazo que los hombres de su edad ni soñaban. Eso era otra cosa.
—¿Qué te pongo?
—Cachonda.
El chico echó el rostro hacia atrás en señal de sorpresa, pero al ver la risa de la mujer a la que atendía, rápido entendió que entendió mal o que era una broma. ¿Qué iba a ser? Aunque Elena no mintiera en que aquel chico estaba bueno, podría ser su madre.
—Me la has puesto a huevo, tío. —volvió a reírse colocándose bien el sombrero que había adquirido a un vendedor ambulante senegalés bastante agradable. Tenía que ser rápida en la contestación y pasar a otra cosa, tampoco quería quedar como una vieja depravada— Ponme un ron cola, porfa, que la noche todavía está empezando.
—¡La noche es joven! —soltó el joven mientras iba a por las bebidas, mientras Elena pudo farfullar con ironía.
—Igualita que yo.
El joven volvió, poniéndole una ingente cantidad de hielos a los que la mujer, pesé a no salir mucho, ya estaba acostumbrada. Suspiró con ganas, sin que el chico la mirase, ¿por qué lo iba a hacer? Era un chico apuesto y joven, ese tipo de muchachos ya no la prestaban atención.
Le miró fijamente, quizá demasiado, pero el camarero estaba abriendo la botella de coca cola por lo que no le pudo incomodar. En otra época… ese chico seguro que la miraría con más deseo, tal vez diez años atrás, por la treintena, pero ahora… estaba “mayor”.
El tapón saltó, dejando en el aire ese inconfundible sonido del gas al liberarse de la botella de cristal. Se llevó el abrebotellas al bíceps donde una goma lo dejó sujeto hasta el siguiente uso. Elena quitó la vista del guapo muchacho, ya le había devorado lo suficiente con la mirada y aunque él no la viera, sabía que siempre hay más de un ojo mirando.
—¡Qué pena…! —susurró perdiéndose su hilo de voz entre el griterío de toda la gente.
—¿Decías? —contestó el joven ofreciéndole su vaso ya mezclado.
—¿Cuánto es?
—Seis.
Le tendió un billete de diez y volvió a guardar su cartera en el bolsillo, hoy no era día de bolso. En ese momento notó que unas manos rodeaban su cintura para agarrarla con cuidado. Le dio impresión imaginar que un desconocido la cogía así de improviso, no le hacía ni pizca de gracia, ni a ella ni a nadie. Sus ojos perdieron de vista el vaso, descendiendo a las manos que cada vez la agarraban con más fuerza. Se veían jóvenes y fuertes, al igual que el brazo, con una leve mata de vello que coronaba un bíceps bien formado.
“Buena sorpresa…” pensó con rapidez al ver los primeros atributos de ese hombre. Se giró al momento, con medio cuerpo hacia atrás y las piernas aún sin que hubieran dado un paso. La cara era guapa, con una pequeña capa de barba de quizá dos días, gruesos labios y unos ojos verdes de los más atrayentes.
—¡Joder, Iker! ¡Qué susto…! —volvió a girarse para recoger el cambio del camarero sin quitarse las manos de la cintura.
—¡Gracias, mamá! Yo también me alegro de verte.
—Si quieres sonrió cuando alguien me coge por sorpresa en medio de toda esta gente. —dio el primer trago a su cubata mediante la ayuda de una pajita con líneas amarillas y blancas. El sabor la disgustó, pero sabía que al siguiente sorbo estaría mejor— ¿Has visto a Sara?
—La acompañé al metro hace media hora, ha llamado a papá para avisarle de que iba a casa.
—Me parece perfecto.
El joven se hizo un hueco en la barra, dejando a su madre a la izquierda mientras esperaba para que llegase su turno. Tocó el gorro de Elena, después el colgante de flores que una de sus amigas les regaló a todas, quizá ni llegase a casa, ese tipo de cosas se perdían o se rompían con facilidad.
—¿Lo vais a dar todo hoy o qué? —la media sonrisa pícara de su hijo adolescente la conocía. Para Elena todos los chicos de 19 años o que rondan esa edad, que fueran medianamente guapos, sabían usar esa sonrisa.
—¿Y a ti…? ¿Qué te importa?
El camarero llegó, sirviéndole un minuto después otro brebaje de color similar al hijo de Elena que el joven pagó en el acto.
—Un placer verte, mamá. —no parecía sarcasmo— ¿Vas a estar por aquí?
—¿Quieres controlarme? ¿Eso no te lo debería preguntar yo?
—Podría ser… —dio un trago largo mientras Elena se fijaba en cómo se movía la garganta a la par que el líquido entraba a su cuerpo.
—¿Qué plan tienes? —era de las muy pocas veces que se encontraban de fiesta y la primera que habían intercambiado más de cuatro palabras. Le apetecía hablar más con él, a su lado se sentía más joven, mucho más que con sus amigas…
—Poca cosa, beber y poco más, estamos unos cuantos. Allí —señaló con el dedo el lado opuesto donde estaba ella con sus amigas— cerca de la otra barra. —desde el círculo de sus amigas si quería podría verle.
—¿Está Claudia? —esta vez la sonrisa pícara corría a cuenta de la madre, que sorbía la pajita aguantándose la risa.
—No te lo voy a decir.
—¡Vamos…! —sonó similar a una pequeña queriendo que le cuenten el secreto que todos saben— Quiero conocer a mi nuera.
—Ni de broma, capaz de decirla cualquier cosa.
—Agh… —le sacó la lengua todo lo que pudo, Iker se rio— Qué mal piensas de mí. Me voy con mis amigas, pero que sepas que me dejas triste.
—Seguro que sí… te veo tristísima…
—Anda… —se acercó a su pequeño, con los mofletes rojos y algo calientes debido al alcohol que ya nadaba por su organismo— Dale un besito a tu madre y te perdono.
—¡Ay…!
Hizo poca queja, sabía que a Elena había que tenerla feliz o podía ponerle en evidencia, ya había probado esa medicina cuando era más joven y trataba de dárselas de rebelde.
La dio el beso, dejando un leve rastro húmedo en la mejilla que Elena no se limpió. Se despidió con una sola mirada, volviendo a su círculo de amigas con ganas de seguir pasándolo bien. Pero también tenía ganas de conocer a Claudia, no mentía en eso, su hijo llevaba hablando de ella un mes, aunque en verdad, se había enterado de la relación algo más atrás gracias a su hija, y tenía curiosidad por saber cómo era.
De nuevo en el grupo la noche volvió a ser la de siempre, al menos había sido curioso encontrarse a su hijo. Aunque ese verano ya lo había hecho, con esta, en tres ocasiones, la primera le dio cierta impresión o vergüenza, sin embargo, verle ahora lo tomó con normalidad, como debía ser. Al final, era inevitable, eran fiestas de pueblos y ¿cómo no te vas a encontrar?
La noche fue adquiriendo un tono más borroso, culpa sobre todo de un chupito que no debería haber tomado, pero que la presión de grupo hizo que lo bebiera entero. Desde su círculo se colocó en la parte más alejada, pudiendo otear todo el lugar y sobre todo la parte que más curiosidad la daba, el grupo de Iker.
Allí estaba, justo con una chica que le rodeaba la cintura en la frontera de las nalgas. “Vaya, vaya… o sea que ahí está Claudia” la curiosidad la mataba, quería conocerla, así era ella, a veces demasiado directa… se lo había escuchado a su marido durante todo su matrimonio, algo de razón tendría el hombre.
—Ane, cielo. Lo siento —le cortó lo que le estaba contando que apenas había escuchado por mirar al grupo de Iker—. Voy un momento a saludar a mi hijo, que está aquí al lado. No os vayáis, ¿okey?
Antes de ver como su amiga asentía, se colocó mejor su gorro de cuatro euros y cubata en mano, caminó hasta el grupo de los amigos de su pequeño. En su mente parecía una buena idea, quizá con el pensamiento de reírse un poco y conocer a Claudia, seguro que a su marido, la anécdota le sacaba una sonrisa. Aunque la verdad, con el gorro, su colgante de flores estilo hawaiano y una leve mancha de cubata en su camiseta de color fucsia, no era tan buena idea.
Tocó la espalda de Iker, que con la mano un poco más debajo de la cintura de su chica seguía abrazándola como si se le fuera a escapar. Cuando su cuello se giró y vio cómo su madre le sonreía con dos mejillas hinchadas como manzanas, abrió los ojos de par en par. Se temía lo peor.
—¿Qué tal estás?
El muchacho no contestó, su madre solía hacer este tipo de cosas, pero las dos veces anteriores que la había visto de fiesta se mantuvieron alejados de sus respectivos grupos. Estaba seguro de que su madre respetaría ese momento, y no haría una de sus conocidas muestras de sinceridad absoluta. Se equivocaba.
—¿No nos vas a presentar? —debajo del gorro negro su madre seguía sonriendo mientras la pajita oscilaba de un lado a otro.
—Pero… joder…
—¡Qué parado es este chico…! Bueno, encantada. —le dio dos besos rápidos a la muchacha que apenas se había podido dar la vuelta, topando sus labios con algunos mechones rubios de la jovencita— Me llamo Elena y soy la… suggar mommy de Iker.
—¡Mamá! —Claudia miró a su novio, sin asimilar todavía muy bien quién era esa mujer.
—Nah…, soy solo su madre. Ya tenía ganas de conocerte, Iker no para de hablar de ti, está superenamorado. “Loco por tus huesos” se quedaría corta esa frase.
El joven se tapó el rostro sin remedio, su madre ya había soltado una de sus perlas sin saber ni lo que sentía por su novia. La chica rio con coquetería, sabiendo que su suegra estaba bromeando y le cayó bien al instante.
—Un buen comienzo… Si no quieres seguir poniendo en evidencia a tu único hijo varón, ¿podrías dejarnos? —sonó suave, pero en ese momento Iker no la quería cerca.
—Les das la vida y luego así te lo agradecen… bueno… solo venía a saludar a mi futura nuera, no a ti. —volvió a sacar la lengua como en la barra y la jovencita rio— Te dejo en paz. Si quieres puedes venir a saludarme, a mí no me avergüenzas. Espero no llorar… qué daño me haces… —ese dramatismo fingido lo hacía de maravilla.
—No digas esas cosas que luego vas a hacer que me sienta mal.
—Ya te vale… —dijo Claudia riéndose de su novio y siguiendo la broma.
—No le sigas el juego. Por favor, Claudia, tú también no…
Elena observó cómo su pequeño miraba a sus amigos a modo de auxilio, a todos les conocía desde que iban al colegio con tres añitos, y obviamente, todos la conocían. Uno de ellos se acercó, seguramente por ver los gestos de su amigo para que le ayudasen, Elena reconoció su sonrisa al instante.
—¿Qué, Sergio, vienes a salvar a tu amigo? —ambos se sonrieron.
—Eso parece, aunque no sé de qué.
—¡Pues de su madre! ¡Se avergüenza de ella! —se puso a su lado buscando un cómplice que sabía que encontraría. Colocó la mano en su hombro mientras los dos se sonreían, Sergio la conocía de muchos años y sabía que le encantaba bromear de esa forma— ¿Tú tratarías a si a tu madre? ¿A qué no?
—Para nada, incluso la invitaría a tomar algo si estuviera por aquí. ¡Iker, ya te vale, tío!
—Ten amigos para esto… —todos se rieron, salvo el hijo de Elena.
—Venga, ahora sí que marcho. Luego nos vemos, cariño, y qué bien haberte conocido, cielo, eres muy guapa. —Claudia sonrió algo sonrojada mientras Iker ni siquiera miraba a su madre. La mujer viro la cabeza para dirigirse al jovencito que tenía a su lado— Sergio, dale recuerdos a Mari que hace millones de años que no tomamos un café.
—Lo que digas, Elena.
La mujer se despidió de todos con la mano que no tenía el cubata y volvió al grupo de amigas con la extraña sensación de estar muy feliz, aunque ¿igual se había pasado? No lo creía.
Otra ve junto a sus amigas, no perdió de vista a su hijo que seguía junto a su novia. Lo que más la gustó, fue contemplar como de vez en cuando Claudia se reía de su novio mientras este mantenía un rostro serio, sabía que eso era su culpa y la encantaba.
Pasó una hora, el cansancio se empezaba a notar en unas mujeres poco acostumbradas a salir hasta tan tarde y las primeras se empezaron a marchar. Solo tres valientes resistieron las primeras escapadas y por supuesto, Elena era una de ellas.
Observó cómo su hijo iba acompañado a la barra de dos amigos y quiso acercarse, esta vez en son de paz, no iba a hacerle otra jugarreta, al menos con esa intención iba. Allí que se fue diciendo a sus amigas que le comentaría algo a Iker y volvería.
—¿A llenar el depósito? —comentó Elena al joven cuando se hizo un sitio a su lado.
—¿Vienes a darme más caña? —aunque tenía rostro serio, la mujer sabía que no estaba enfadado.
—Solo… si te portas mal. —los dos amigos tenían sus vasos listos, e Iker se iba a despedir de su madre cuando ella añadió— Quédate haciéndome compañía, que no quiero esperar sola.
—Id tirando —mencionó con cierta resignación aunque estar con su madre no le importaba—, ahora voy.
Elena sonrió, porque la verdad que no le gustaba pedir en soledad… se aburría mucho. Hizo una seña al camarero para que se acercase cuando pudiera mientras la gente se agolpaba en la barra, haciendo que los dos se quedaran muy pegados e Iker se pusiera como barrera por si los típicos empujones movían a su madre.
La mujer sintió algo, un golpe un poco más arriba de su nalga que la descolocó. Miró hacia atrás, su hijo en la montonera de gente había sido movido por la marea humana y chocó contra ella en el afán de protegerla. Lo que Elena no espera ver, era ese bulto tan prominente escondido en sus pantalones.
—Oye, —bajó una mano rápida, dándole un leve golpe en el pene que hizo que la cadera de Iker se moviera hacia atrás. Con una sonrisa de lo más maliciosa le añadió— Parece que Claudia te gusta mucho, ¿no?
—Perdona, es que con la gente… fue sin querer… —Iker no sabía qué más decir.
—No me importa, peores cosas me has hecho cuando eras bebe, como para que me importe que me golpees con tu polla.
Tal vez fue una frase demasiado directa y sincera, provocada por el elevado alcohol que ya corría por su cuerpo desde horas atrás. Aunque era cierto, su hijo y también su hija, la habían vomitado, cagado y meado encima… como para que eso la importase.
—Pues si no te importa, ¿puedo acercarme más? Que no paran de empujarme y me van a tirar el vaso.
—Dale.
Elena se acercó a la barra, haciéndole más hueco a su hijo que se puso a su espalda, evitando que el pene erecto de tanto beso con su novia, tocase a su madre. Una cosa era que sucediera de forma involuntaria, pero si podía evitarlo mejor.
Al tiempo que pedía al mismo chico joven de antes, la madre notó como su hijo estaba a su espalda, rodeándola con una mano la cintura, mientras con la otra sorbía del cubata. Algo le recorrió por dentro, tanto tiempo sin que la dieran una alegría… y ahora había tocado en un gesto inofensivo el pene de Iker… “La leche… que… que… que dura la tiene…”.
Algo malvado se le ocurrió, total, no era nada ilegal, ni satánico, solamente daría un paso hacia atrás, nada más. La barra de metal estando tan cerca la agobiaba, era normal querer separarse un poco. Así lo hizo, echándose para atrás y topando con Iker que seguía bebiendo, aunque lo que más buscaba Elena, no era notar el pecho en su espalda, no, ni siquiera notar que su pelo tocaba el rostro del joven, que va. Lo que quería era lo que notaba en su nalga derecha, el miembro duro de su hijo.
“Joder, es que la tiene durísima” pensó mientras un fuego volcánico la recorría el pecho hasta llegar al bajo vientre.
—¿Te importa, Iker? Es que estar así… tan cerca de la barra… me deja sin aire. ¡Anda! Agarra bien a tu madre, no la vayan a tirar con tanto movimiento.
—¿Así, mamá? —la mano del muchacho recorrió el vientre de la mujer hasta taparla el ombligo y allí se quedó.
—No, espera.
Cogiendo su mano, la apretó más fuerte, dando un paso ambos hacia la barra y borrando los pocos centímetros que la separaban. Los pechos le quedaron por encima de esta y debido al impulso, Iker se pegó totalmente. El pene la golpeó de nuevo una nalga y por extraño que pareciera sintió placer, un gozo que nacía de la abstinencia de a saber cuántos meses, y de lo monótono que se había vuelto el sexo.
—¿No estarás apretada?
—Que va… espera… —sin ninguna vergüenza, movió su trasero y con la mano maniobró el cuerpo de su hijo que seguía pegado a su espalda. Su trasero, que se mantenía duro y respingón por azares de la genética, sintió como algo la atravesaba a la mitad, el pene de Iker ya estaba donde ella quería— Ahora mucho mejor.
Se dio la vuelta dedicándole una dulce sonrisa que Iker devolvió de manera cortes. Allí siguieron mientras el camarero servía el trago y el gentío provocaba que debido a los movimientos el pene de Iker golpeara a su madre una y otra vez. Eran pequeños golpes, muy delicados, pero Elena los notaba.
—¿Estás a gusto? —le dijo ella con una sonrisa sin ocultar lo que le encantaba estar así.
—La verdad que muy bien. ¿Tú qué tal? —a la mujer le dio la sensación de que los dos estaban buscando lo mismo.
—Creo que me voy a quedar aquí contigo un ratito más.
—Será si yo quiero. —el joven la miró a los ojos, apretando la mano encima de su vientre.
—Y… —Elena se acercó a su oído, estando demasiado cerca y moviendo su trasero para restregarlo con cierto descaro, pero evitando que nadie la viera— ¿De verdad te vas a querer ir y sepárate de tu mami?
Colocándose de nuevo el sombrero de la mejor forma posible, esperó a que el chico de la barra terminase y sacó de su bolsillo un billete para volver a pagar. De mientras, sentía los pequeños golpes que su hijo le provocaba en el trasero y que se habían vuelto más rítmicos que antes, parecían más intencionados. Lo eran.
—Oye… si le pago, nos tendremos que ir de aquí para hacer hueco —dijo la madre girando su cuello— ¿Quieres algo más?
—Pues… no sé… —apretó su pene con mucha intención contra la mujer, que tuvo que poner las manos en la barra para no aplastarse contra esta— Lo siento… me han empujado. —mentira, los dos lo sabían— Pídete unos chupitos… algo barato.
—Pon dos chupitos suaves, que no me apetece mañana tener ninguna laguna mental.
Elena se había puesto cachonda, no lo podía evitar, siempre había sido fogosa y pese a la edad y la poca actividad sexual, eso es algo que nunca se pierde. Ahora con la sorprendente acción de su hijo, sentir aquello en su trasero le estaba dando verdadero placer y la idea de que se terminase no la agradaba para nada.
Aunque tampoco quería… solo quedarse así… ella le había dado un toque normal en el pene, algo que hacía en casa para molestarle y… sentirla con sus nalgas no le bastaba. El camarero se fue, única persona que les prestaba atención en todo ese gentío que no paraban de moverse. Era curioso, porque entre tanta gente… Elena sentía que estuvieran solos.
—Creo que tengo algo de dinero en la parte de atrás del pantalón, ahora lo saco.
Pasó la mano hasta su trasero, buscando en un bolsillo trasero en el que sabía que no tenía nada. Aunque la intención no era esa, sino pasar por una de sus nalgas hasta donde ambas se separaban y… agarrar con fuerza lo que la estaba golpeando. Lo hizo.
—¿Los chupitos suaves? —dijo Iker mientras notaba como su madre la agarraba la polla con mucha fuerza— ¿O los prefieres duros?
—Siempre duros, —la mirada entre ambos no se desvanecía mientras el camarero esperaba a saber qué tipo de chupitos querían— pero… —volvió la vista al joven que no era su hijo y siguió— ahora mejor dos suaves. Lo que tú quieras, guapo. Me fio de ti.
Separó la mano del pene de su hijo, liberando la presión y dejando que creciera mucho más. Iker no se lo pensó y apretó a Elena contra su cuerpo, colocando de nuevo su polla entre medias de las dos nalgas.
—Qué cómodo estoy… —soltó visiblemente caliente en el oído de su madre.
—Creo que me va a sentar bien meterme algo frío en el cuerpo.
Tomaron la bebida sin dejar de mirarse, mientras Elena se veía no coqueteando con su hijo, sino más bien como si lo hiciera con el joven camarero. Era una sensación extraña, parecido a que fueran desconocidos en medio de la nada… y eso la gustaba.
—Tengo que volver allí. —señaló con los ojos a sus dos amigas e Iker asintió.
—Yo voy con estos también, ¿nos vemos en casa?
Ahora estaban de frente, cara a cara. La mano que Iker tenía libre y que se apoyaba en la cintura de Elena, empezó a descender por la camiseta de color fucsia hasta llegar al holgado pantalón. Pasó por su cadera, algo que aprovechó la mujer para ladearse un poco y dejar la situación más sencilla para el muchacho.
Los cinco dedos apretaron con fuerza la nalga, tanto que Elena se puso de puntillas y apretó los dientes sintiendo la presión, no sabía en qué momento había sucedido esa locura, pero como estaba de caliente.
—Me iré en nada, quizá en unos minutos. Tú no dejarías que tu mami se vaya sola, ¿verdad?
—No sé… aquí me lo paso bien… —la mano aflojó y volvió a apretar mientras Elena endurecía la nalga.
—A saber que me puede pasar por la calle a estas horas, una mujer así de guapa, solita… Necesitaría a mi buen hijo al lado. Además… ¿No te lo vas a pasar bien conmigo?
—Eso… —quitó el agarre de la nalga, separando su mano y bajándola con algo de fuerza para dar un azote íntimo a su madre que nadie vio— te lo diré después. Cuando te vayas me dices que te acompaño.
—Buen chico.
Acercó sus labios hasta su rostro, simulando un beso en los labios. Estaban muy cerca ya, demasiado, mientras su hijo volvía a sujetar su cintura con fuerza. En el último momento, viró el rumbo, dejando su boca muy cerca de la del joven, pero encima de una mejilla.
Volvió hacia atrás con una media sonrisa maligna que no ponía desde que estaba en el instituto, su hijo se la devolvió, con el tono chulesco que poseen todos los adolescentes. Ambos disfrutaban.
—Tira con tu novia y aprovecha el poco rato que te queda.
Elena se fue con rapidez, haciéndose hueco entre la gente con un cubata que iba derramando líquido sin que la importase, solo quería hacer tiempo para irse a casa. Llegando donde sus amigas miró el móvil, eran las cuatro menos diez, en diez minutos le mandaría un mensaje, no esperaría más.
—¿Queréis un poco del vaso? Es que apenas me apetece.
—¿Para qué te lo pides? —comentó Sandra pensando que su amiga ya habría bebido demasiado.
—Mira… pues… culpa de mi hijo la verdad, me ha metido mucha presión y he cedido.
Ninguna lo entendió, pero viendo que Elena comenzaba a reír, ambas la copiaron un tanto forzadas. Bueno… no estaba mintiendo, la presión estuvo… aunque únicamente en su culo.
Pasaron los diez minutos de una forma eterna, aunque en el noveno ya le había escrito un escueto, “nos vamos”. No era una pregunta, ni una sugerencia, era más una afirmación cercana a una orden. El joven al de un minuto la respondió que sí.
—Vete a la parada de taxi al lado de la iglesia, no vamos a ir andando. Me despido de las chicas y voy.
—Espera un momento, tengo que despedirme de estos, de Claudia…
—¡Vamos, ya¡
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