Una Noche de Verano - Capítulos 001 a 002

heranlu

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Una Noche de Verano - Capítulos 001 a 002

Una Noche de Verano - Capítulo 001



La noche era ideal para salir, verano y una temperatura que por poco no alcanzaba los veinte grados. La música resonaba en los altavoces que estaban colocados por toda la calle y la gente andaba de un lado para otro cambiado de lugar para seguir bebiendo.

Elena había salido con sus amigas, eran siete y tenían su círculo bien montado, aunque ya no era como antes. Cuando eran jóvenes… en épocas remotas… siempre estaban bien pegadas para que ningún ligón de tres al cuarto las molestase, ahora como mucho se les arrimaba el aire.

—Vaya, morenazo… —dijo Ane observando a un chico al que seguramente doblaría en edad.

—¿Mejor que Manu, no? —preguntó Elena, mientras sorbía de la pajita que se adentraba en el líquido negro de su vaso de plástico.

Siguieron bailando entre risas, la noche acababa de empezar y la gente iba arremolinándose por momentos. El tiempo empezó a pasar entre jolgorio, bailes y vasos de plástico que parecían agujereados, el alcohol se bebía casi tan rápido como lo servían.

Elena ya llevaba unas copas de más, para las pocas veces que podían salir, ni ella ni sus amigas se contenían, al final tenían una edad para no hacerlo. Como su marido le decía, “mira, para una vez que podemos salir, bebe lo que quieras”. Tenía razón, los niños ya eran mayores y se cuidaban solos, además, no tenía que hacer la comida al día siguiente, para eso estaría Carlos y también… para soportar su resaca.

—¿Queréis algo? Voy a sacar otro cubata. —agitó su vaso en el aire prácticamente para que alguna la siguiera, pero de momento estaban servidas— Más para mí.

Salió del amorfo círculo en el que se había convertido su grupo, dirección a una barra que cada vez era más próxima. Miró alrededor, la proporción de mujeres y hombres se iba incrementando para el lado de estos últimos. Ninguna de sus amigas quería ligar, todas estaban comprometidas, pero sabía… que si algún que otro hombre apuesto… o no tan apuesto… venía a tirar algún piropo, lo escucharían. Por supuesto ella… también.

El chico joven de la barra le atendió según dio el cambio a otro hombre que había a su derecha. Elena le echó un vistazo rápido, ese hombre que cargaba dos cubatas, con un pelo… más que pobre, parecía su marido, y aunque Carlos había sido guapo, era evidente que iba cuesta abajo.

En cambio, el camarero, un chico quizá de la edad de su hijo mayor, año arriba año abajo, con músculos marcados, delgado y con un pelazo que los hombres de su edad ni soñaban. Eso era otra cosa.

—¿Qué te pongo?

—Cachonda.

El chico echó el rostro hacia atrás en señal de sorpresa, pero al ver la risa de la mujer a la que atendía, rápido entendió que entendió mal o que era una broma. ¿Qué iba a ser? Aunque Elena no mintiera en que aquel chico estaba bueno, podría ser su madre.

—Me la has puesto a huevo, tío. —volvió a reírse colocándose bien el sombrero que había adquirido a un vendedor ambulante senegalés bastante agradable. Tenía que ser rápida en la contestación y pasar a otra cosa, tampoco quería quedar como una vieja depravada— Ponme un ron cola, porfa, que la noche todavía está empezando.

—¡La noche es joven! —soltó el joven mientras iba a por las bebidas, mientras Elena pudo farfullar con ironía.

—Igualita que yo.

El joven volvió, poniéndole una ingente cantidad de hielos a los que la mujer, pesé a no salir mucho, ya estaba acostumbrada. Suspiró con ganas, sin que el chico la mirase, ¿por qué lo iba a hacer? Era un chico apuesto y joven, ese tipo de muchachos ya no la prestaban atención.

Le miró fijamente, quizá demasiado, pero el camarero estaba abriendo la botella de coca cola por lo que no le pudo incomodar. En otra época… ese chico seguro que la miraría con más deseo, tal vez diez años atrás, por la treintena, pero ahora… estaba “mayor”.

El tapón saltó, dejando en el aire ese inconfundible sonido del gas al liberarse de la botella de cristal. Se llevó el abrebotellas al bíceps donde una goma lo dejó sujeto hasta el siguiente uso. Elena quitó la vista del guapo muchacho, ya le había devorado lo suficiente con la mirada y aunque él no la viera, sabía que siempre hay más de un ojo mirando.

—¡Qué pena…! —susurró perdiéndose su hilo de voz entre el griterío de toda la gente.

—¿Decías? —contestó el joven ofreciéndole su vaso ya mezclado.

—¿Cuánto es?

—Seis.

Le tendió un billete de diez y volvió a guardar su cartera en el bolsillo, hoy no era día de bolso. En ese momento notó que unas manos rodeaban su cintura para agarrarla con cuidado. Le dio impresión imaginar que un desconocido la cogía así de improviso, no le hacía ni pizca de gracia, ni a ella ni a nadie. Sus ojos perdieron de vista el vaso, descendiendo a las manos que cada vez la agarraban con más fuerza. Se veían jóvenes y fuertes, al igual que el brazo, con una leve mata de vello que coronaba un bíceps bien formado.

“Buena sorpresa…” pensó con rapidez al ver los primeros atributos de ese hombre. Se giró al momento, con medio cuerpo hacia atrás y las piernas aún sin que hubieran dado un paso. La cara era guapa, con una pequeña capa de barba de quizá dos días, gruesos labios y unos ojos verdes de los más atrayentes.

—¡Joder, Iker! ¡Qué susto…! —volvió a girarse para recoger el cambio del camarero sin quitarse las manos de la cintura.

—¡Gracias, mamá! Yo también me alegro de verte.

—Si quieres sonrió cuando alguien me coge por sorpresa en medio de toda esta gente. —dio el primer trago a su cubata mediante la ayuda de una pajita con líneas amarillas y blancas. El sabor la disgustó, pero sabía que al siguiente sorbo estaría mejor— ¿Has visto a Sara?

—La acompañé al metro hace media hora, ha llamado a papá para avisarle de que iba a casa.

—Me parece perfecto.

El joven se hizo un hueco en la barra, dejando a su madre a la izquierda mientras esperaba para que llegase su turno. Tocó el gorro de Elena, después el colgante de flores que una de sus amigas les regaló a todas, quizá ni llegase a casa, ese tipo de cosas se perdían o se rompían con facilidad.

—¿Lo vais a dar todo hoy o qué? —la media sonrisa pícara de su hijo adolescente la conocía. Para Elena todos los chicos de 19 años o que rondan esa edad, que fueran medianamente guapos, sabían usar esa sonrisa.

—¿Y a ti…? ¿Qué te importa?

El camarero llegó, sirviéndole un minuto después otro brebaje de color similar al hijo de Elena que el joven pagó en el acto.

—Un placer verte, mamá. —no parecía sarcasmo— ¿Vas a estar por aquí?

—¿Quieres controlarme? ¿Eso no te lo debería preguntar yo?

—Podría ser… —dio un trago largo mientras Elena se fijaba en cómo se movía la garganta a la par que el líquido entraba a su cuerpo.

—¿Qué plan tienes? —era de las muy pocas veces que se encontraban de fiesta y la primera que habían intercambiado más de cuatro palabras. Le apetecía hablar más con él, a su lado se sentía más joven, mucho más que con sus amigas…

—Poca cosa, beber y poco más, estamos unos cuantos. Allí —señaló con el dedo el lado opuesto donde estaba ella con sus amigas— cerca de la otra barra. —desde el círculo de sus amigas si quería podría verle.

—¿Está Claudia? —esta vez la sonrisa pícara corría a cuenta de la madre, que sorbía la pajita aguantándose la risa.

—No te lo voy a decir.

—¡Vamos…! —sonó similar a una pequeña queriendo que le cuenten el secreto que todos saben— Quiero conocer a mi nuera.

—Ni de broma, capaz de decirla cualquier cosa.

—Agh… —le sacó la lengua todo lo que pudo, Iker se rio— Qué mal piensas de mí. Me voy con mis amigas, pero que sepas que me dejas triste.

—Seguro que sí… te veo tristísima…

—Anda… —se acercó a su pequeño, con los mofletes rojos y algo calientes debido al alcohol que ya nadaba por su organismo— Dale un besito a tu madre y te perdono.

—¡Ay…!

Hizo poca queja, sabía que a Elena había que tenerla feliz o podía ponerle en evidencia, ya había probado esa medicina cuando era más joven y trataba de dárselas de rebelde.

La dio el beso, dejando un leve rastro húmedo en la mejilla que Elena no se limpió. Se despidió con una sola mirada, volviendo a su círculo de amigas con ganas de seguir pasándolo bien. Pero también tenía ganas de conocer a Claudia, no mentía en eso, su hijo llevaba hablando de ella un mes, aunque en verdad, se había enterado de la relación algo más atrás gracias a su hija, y tenía curiosidad por saber cómo era.

De nuevo en el grupo la noche volvió a ser la de siempre, al menos había sido curioso encontrarse a su hijo. Aunque ese verano ya lo había hecho, con esta, en tres ocasiones, la primera le dio cierta impresión o vergüenza, sin embargo, verle ahora lo tomó con normalidad, como debía ser. Al final, era inevitable, eran fiestas de pueblos y ¿cómo no te vas a encontrar?

La noche fue adquiriendo un tono más borroso, culpa sobre todo de un chupito que no debería haber tomado, pero que la presión de grupo hizo que lo bebiera entero. Desde su círculo se colocó en la parte más alejada, pudiendo otear todo el lugar y sobre todo la parte que más curiosidad la daba, el grupo de Iker.

Allí estaba, justo con una chica que le rodeaba la cintura en la frontera de las nalgas. “Vaya, vaya… o sea que ahí está Claudia” la curiosidad la mataba, quería conocerla, así era ella, a veces demasiado directa… se lo había escuchado a su marido durante todo su matrimonio, algo de razón tendría el hombre.

—Ane, cielo. Lo siento —le cortó lo que le estaba contando que apenas había escuchado por mirar al grupo de Iker—. Voy un momento a saludar a mi hijo, que está aquí al lado. No os vayáis, ¿okey?

Antes de ver como su amiga asentía, se colocó mejor su gorro de cuatro euros y cubata en mano, caminó hasta el grupo de los amigos de su pequeño. En su mente parecía una buena idea, quizá con el pensamiento de reírse un poco y conocer a Claudia, seguro que a su marido, la anécdota le sacaba una sonrisa. Aunque la verdad, con el gorro, su colgante de flores estilo hawaiano y una leve mancha de cubata en su camiseta de color fucsia, no era tan buena idea.

Tocó la espalda de Iker, que con la mano un poco más debajo de la cintura de su chica seguía abrazándola como si se le fuera a escapar. Cuando su cuello se giró y vio cómo su madre le sonreía con dos mejillas hinchadas como manzanas, abrió los ojos de par en par. Se temía lo peor.

—¿Qué tal estás?

El muchacho no contestó, su madre solía hacer este tipo de cosas, pero las dos veces anteriores que la había visto de fiesta se mantuvieron alejados de sus respectivos grupos. Estaba seguro de que su madre respetaría ese momento, y no haría una de sus conocidas muestras de sinceridad absoluta. Se equivocaba.

—¿No nos vas a presentar? —debajo del gorro negro su madre seguía sonriendo mientras la pajita oscilaba de un lado a otro.

—Pero… joder…

—¡Qué parado es este chico…! Bueno, encantada. —le dio dos besos rápidos a la muchacha que apenas se había podido dar la vuelta, topando sus labios con algunos mechones rubios de la jovencita— Me llamo Elena y soy la… suggar mommy de Iker.

—¡Mamá! —Claudia miró a su novio, sin asimilar todavía muy bien quién era esa mujer.

—Nah…, soy solo su madre. Ya tenía ganas de conocerte, Iker no para de hablar de ti, está superenamorado. “Loco por tus huesos” se quedaría corta esa frase.

El joven se tapó el rostro sin remedio, su madre ya había soltado una de sus perlas sin saber ni lo que sentía por su novia. La chica rio con coquetería, sabiendo que su suegra estaba bromeando y le cayó bien al instante.

—Un buen comienzo… Si no quieres seguir poniendo en evidencia a tu único hijo varón, ¿podrías dejarnos? —sonó suave, pero en ese momento Iker no la quería cerca.

—Les das la vida y luego así te lo agradecen… bueno… solo venía a saludar a mi futura nuera, no a ti. —volvió a sacar la lengua como en la barra y la jovencita rio— Te dejo en paz. Si quieres puedes venir a saludarme, a mí no me avergüenzas. Espero no llorar… qué daño me haces… —ese dramatismo fingido lo hacía de maravilla.

—No digas esas cosas que luego vas a hacer que me sienta mal.

—Ya te vale… —dijo Claudia riéndose de su novio y siguiendo la broma.

—No le sigas el juego. Por favor, Claudia, tú también no…

Elena observó cómo su pequeño miraba a sus amigos a modo de auxilio, a todos les conocía desde que iban al colegio con tres añitos, y obviamente, todos la conocían. Uno de ellos se acercó, seguramente por ver los gestos de su amigo para que le ayudasen, Elena reconoció su sonrisa al instante.

—¿Qué, Sergio, vienes a salvar a tu amigo? —ambos se sonrieron.

—Eso parece, aunque no sé de qué.

—¡Pues de su madre! ¡Se avergüenza de ella! —se puso a su lado buscando un cómplice que sabía que encontraría. Colocó la mano en su hombro mientras los dos se sonreían, Sergio la conocía de muchos años y sabía que le encantaba bromear de esa forma— ¿Tú tratarías a si a tu madre? ¿A qué no?

—Para nada, incluso la invitaría a tomar algo si estuviera por aquí. ¡Iker, ya te vale, tío!

—Ten amigos para esto… —todos se rieron, salvo el hijo de Elena.

—Venga, ahora sí que marcho. Luego nos vemos, cariño, y qué bien haberte conocido, cielo, eres muy guapa. —Claudia sonrió algo sonrojada mientras Iker ni siquiera miraba a su madre. La mujer viro la cabeza para dirigirse al jovencito que tenía a su lado— Sergio, dale recuerdos a Mari que hace millones de años que no tomamos un café.

—Lo que digas, Elena.

La mujer se despidió de todos con la mano que no tenía el cubata y volvió al grupo de amigas con la extraña sensación de estar muy feliz, aunque ¿igual se había pasado? No lo creía.

Otra ve junto a sus amigas, no perdió de vista a su hijo que seguía junto a su novia. Lo que más la gustó, fue contemplar como de vez en cuando Claudia se reía de su novio mientras este mantenía un rostro serio, sabía que eso era su culpa y la encantaba.

Pasó una hora, el cansancio se empezaba a notar en unas mujeres poco acostumbradas a salir hasta tan tarde y las primeras se empezaron a marchar. Solo tres valientes resistieron las primeras escapadas y por supuesto, Elena era una de ellas.

Observó cómo su hijo iba acompañado a la barra de dos amigos y quiso acercarse, esta vez en son de paz, no iba a hacerle otra jugarreta, al menos con esa intención iba. Allí que se fue diciendo a sus amigas que le comentaría algo a Iker y volvería.

—¿A llenar el depósito? —comentó Elena al joven cuando se hizo un sitio a su lado.

—¿Vienes a darme más caña? —aunque tenía rostro serio, la mujer sabía que no estaba enfadado.

—Solo… si te portas mal. —los dos amigos tenían sus vasos listos, e Iker se iba a despedir de su madre cuando ella añadió— Quédate haciéndome compañía, que no quiero esperar sola.

—Id tirando —mencionó con cierta resignación aunque estar con su madre no le importaba—, ahora voy.

Elena sonrió, porque la verdad que no le gustaba pedir en soledad… se aburría mucho. Hizo una seña al camarero para que se acercase cuando pudiera mientras la gente se agolpaba en la barra, haciendo que los dos se quedaran muy pegados e Iker se pusiera como barrera por si los típicos empujones movían a su madre.

La mujer sintió algo, un golpe un poco más arriba de su nalga que la descolocó. Miró hacia atrás, su hijo en la montonera de gente había sido movido por la marea humana y chocó contra ella en el afán de protegerla. Lo que Elena no espera ver, era ese bulto tan prominente escondido en sus pantalones.

—Oye, —bajó una mano rápida, dándole un leve golpe en el pene que hizo que la cadera de Iker se moviera hacia atrás. Con una sonrisa de lo más maliciosa le añadió— Parece que Claudia te gusta mucho, ¿no?

—Perdona, es que con la gente… fue sin querer… —Iker no sabía qué más decir.

—No me importa, peores cosas me has hecho cuando eras bebe, como para que me importe que me golpees con tu polla.

Tal vez fue una frase demasiado directa y sincera, provocada por el elevado alcohol que ya corría por su cuerpo desde horas atrás. Aunque era cierto, su hijo y también su hija, la habían vomitado, cagado y meado encima… como para que eso la importase.

—Pues si no te importa, ¿puedo acercarme más? Que no paran de empujarme y me van a tirar el vaso.

—Dale.

Elena se acercó a la barra, haciéndole más hueco a su hijo que se puso a su espalda, evitando que el pene erecto de tanto beso con su novia, tocase a su madre. Una cosa era que sucediera de forma involuntaria, pero si podía evitarlo mejor.

Al tiempo que pedía al mismo chico joven de antes, la madre notó como su hijo estaba a su espalda, rodeándola con una mano la cintura, mientras con la otra sorbía del cubata. Algo le recorrió por dentro, tanto tiempo sin que la dieran una alegría… y ahora había tocado en un gesto inofensivo el pene de Iker… “La leche… que… que… que dura la tiene…”.

Algo malvado se le ocurrió, total, no era nada ilegal, ni satánico, solamente daría un paso hacia atrás, nada más. La barra de metal estando tan cerca la agobiaba, era normal querer separarse un poco. Así lo hizo, echándose para atrás y topando con Iker que seguía bebiendo, aunque lo que más buscaba Elena, no era notar el pecho en su espalda, no, ni siquiera notar que su pelo tocaba el rostro del joven, que va. Lo que quería era lo que notaba en su nalga derecha, el miembro duro de su hijo.

“Joder, es que la tiene durísima” pensó mientras un fuego volcánico la recorría el pecho hasta llegar al bajo vientre.

—¿Te importa, Iker? Es que estar así… tan cerca de la barra… me deja sin aire. ¡Anda! Agarra bien a tu madre, no la vayan a tirar con tanto movimiento.

—¿Así, mamá? —la mano del muchacho recorrió el vientre de la mujer hasta taparla el ombligo y allí se quedó.

—No, espera.

Cogiendo su mano, la apretó más fuerte, dando un paso ambos hacia la barra y borrando los pocos centímetros que la separaban. Los pechos le quedaron por encima de esta y debido al impulso, Iker se pegó totalmente. El pene la golpeó de nuevo una nalga y por extraño que pareciera sintió placer, un gozo que nacía de la abstinencia de a saber cuántos meses, y de lo monótono que se había vuelto el sexo.

—¿No estarás apretada?

—Que va… espera… —sin ninguna vergüenza, movió su trasero y con la mano maniobró el cuerpo de su hijo que seguía pegado a su espalda. Su trasero, que se mantenía duro y respingón por azares de la genética, sintió como algo la atravesaba a la mitad, el pene de Iker ya estaba donde ella quería— Ahora mucho mejor.

Se dio la vuelta dedicándole una dulce sonrisa que Iker devolvió de manera cortes. Allí siguieron mientras el camarero servía el trago y el gentío provocaba que debido a los movimientos el pene de Iker golpeara a su madre una y otra vez. Eran pequeños golpes, muy delicados, pero Elena los notaba.

—¿Estás a gusto? —le dijo ella con una sonrisa sin ocultar lo que le encantaba estar así.

—La verdad que muy bien. ¿Tú qué tal? —a la mujer le dio la sensación de que los dos estaban buscando lo mismo.

—Creo que me voy a quedar aquí contigo un ratito más.

—Será si yo quiero. —el joven la miró a los ojos, apretando la mano encima de su vientre.

—Y… —Elena se acercó a su oído, estando demasiado cerca y moviendo su trasero para restregarlo con cierto descaro, pero evitando que nadie la viera— ¿De verdad te vas a querer ir y sepárate de tu mami?

Colocándose de nuevo el sombrero de la mejor forma posible, esperó a que el chico de la barra terminase y sacó de su bolsillo un billete para volver a pagar. De mientras, sentía los pequeños golpes que su hijo le provocaba en el trasero y que se habían vuelto más rítmicos que antes, parecían más intencionados. Lo eran.

—Oye… si le pago, nos tendremos que ir de aquí para hacer hueco —dijo la madre girando su cuello— ¿Quieres algo más?

—Pues… no sé… —apretó su pene con mucha intención contra la mujer, que tuvo que poner las manos en la barra para no aplastarse contra esta— Lo siento… me han empujado. —mentira, los dos lo sabían— Pídete unos chupitos… algo barato.

—Pon dos chupitos suaves, que no me apetece mañana tener ninguna laguna mental.

Elena se había puesto cachonda, no lo podía evitar, siempre había sido fogosa y pese a la edad y la poca actividad sexual, eso es algo que nunca se pierde. Ahora con la sorprendente acción de su hijo, sentir aquello en su trasero le estaba dando verdadero placer y la idea de que se terminase no la agradaba para nada.

Aunque tampoco quería… solo quedarse así… ella le había dado un toque normal en el pene, algo que hacía en casa para molestarle y… sentirla con sus nalgas no le bastaba. El camarero se fue, única persona que les prestaba atención en todo ese gentío que no paraban de moverse. Era curioso, porque entre tanta gente… Elena sentía que estuvieran solos.

—Creo que tengo algo de dinero en la parte de atrás del pantalón, ahora lo saco.

Pasó la mano hasta su trasero, buscando en un bolsillo trasero en el que sabía que no tenía nada. Aunque la intención no era esa, sino pasar por una de sus nalgas hasta donde ambas se separaban y… agarrar con fuerza lo que la estaba golpeando. Lo hizo.

—¿Los chupitos suaves? —dijo Iker mientras notaba como su madre la agarraba la polla con mucha fuerza— ¿O los prefieres duros?

—Siempre duros, —la mirada entre ambos no se desvanecía mientras el camarero esperaba a saber qué tipo de chupitos querían— pero… —volvió la vista al joven que no era su hijo y siguió— ahora mejor dos suaves. Lo que tú quieras, guapo. Me fio de ti.

Separó la mano del pene de su hijo, liberando la presión y dejando que creciera mucho más. Iker no se lo pensó y apretó a Elena contra su cuerpo, colocando de nuevo su polla entre medias de las dos nalgas.

—Qué cómodo estoy… —soltó visiblemente caliente en el oído de su madre.

—Creo que me va a sentar bien meterme algo frío en el cuerpo.

Tomaron la bebida sin dejar de mirarse, mientras Elena se veía no coqueteando con su hijo, sino más bien como si lo hiciera con el joven camarero. Era una sensación extraña, parecido a que fueran desconocidos en medio de la nada… y eso la gustaba.

—Tengo que volver allí. —señaló con los ojos a sus dos amigas e Iker asintió.

—Yo voy con estos también, ¿nos vemos en casa?

Ahora estaban de frente, cara a cara. La mano que Iker tenía libre y que se apoyaba en la cintura de Elena, empezó a descender por la camiseta de color fucsia hasta llegar al holgado pantalón. Pasó por su cadera, algo que aprovechó la mujer para ladearse un poco y dejar la situación más sencilla para el muchacho.

Los cinco dedos apretaron con fuerza la nalga, tanto que Elena se puso de puntillas y apretó los dientes sintiendo la presión, no sabía en qué momento había sucedido esa locura, pero como estaba de caliente.

—Me iré en nada, quizá en unos minutos. Tú no dejarías que tu mami se vaya sola, ¿verdad?

—No sé… aquí me lo paso bien… —la mano aflojó y volvió a apretar mientras Elena endurecía la nalga.

—A saber que me puede pasar por la calle a estas horas, una mujer así de guapa, solita… Necesitaría a mi buen hijo al lado. Además… ¿No te lo vas a pasar bien conmigo?

—Eso… —quitó el agarre de la nalga, separando su mano y bajándola con algo de fuerza para dar un azote íntimo a su madre que nadie vio— te lo diré después. Cuando te vayas me dices que te acompaño.

—Buen chico.

Acercó sus labios hasta su rostro, simulando un beso en los labios. Estaban muy cerca ya, demasiado, mientras su hijo volvía a sujetar su cintura con fuerza. En el último momento, viró el rumbo, dejando su boca muy cerca de la del joven, pero encima de una mejilla.

Volvió hacia atrás con una media sonrisa maligna que no ponía desde que estaba en el instituto, su hijo se la devolvió, con el tono chulesco que poseen todos los adolescentes. Ambos disfrutaban.

—Tira con tu novia y aprovecha el poco rato que te queda.

Elena se fue con rapidez, haciéndose hueco entre la gente con un cubata que iba derramando líquido sin que la importase, solo quería hacer tiempo para irse a casa. Llegando donde sus amigas miró el móvil, eran las cuatro menos diez, en diez minutos le mandaría un mensaje, no esperaría más.

—¿Queréis un poco del vaso? Es que apenas me apetece.

—¿Para qué te lo pides? —comentó Sandra pensando que su amiga ya habría bebido demasiado.

—Mira… pues… culpa de mi hijo la verdad, me ha metido mucha presión y he cedido.

Ninguna lo entendió, pero viendo que Elena comenzaba a reír, ambas la copiaron un tanto forzadas. Bueno… no estaba mintiendo, la presión estuvo… aunque únicamente en su culo.

Pasaron los diez minutos de una forma eterna, aunque en el noveno ya le había escrito un escueto, “nos vamos”. No era una pregunta, ni una sugerencia, era más una afirmación cercana a una orden. El joven al de un minuto la respondió que sí.

—Vete a la parada de taxi al lado de la iglesia, no vamos a ir andando. Me despido de las chicas y voy.

—Espera un momento, tengo que despedirme de estos, de Claudia…

—¡Vamos, ya¡




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Una Noche de Verano - Capítulo 002


Elena no quería tonterías, estaba que se subía por las paredes y después de dos besos con sus amigas salió del tumulto de gente. Miro rápidamente el grupo de los amigos de Iker, escudada en el sombrero que quitaba la posible visibilidad de su rostro, pudo ver a la guapa Claudia… sola. Le tentó ir donde ella y soltarle alguna frase sobre su hijo… no sabría el qué…, pero le apetecía muchísimo.

Sin embargo, desistió, porque a lo lejos vio a Iker que ya estaba muy cerca de la parada de taxis. Sin dudar aceleró el paso, viendo a personas muy borrachas para la hora que era y eso la alegraba, porque con ese último cubata habría acabado por los suelos muy similar a ellas, menos mal que sus amigas se lo quedaron.

Reflexionó sobre qué hacer, como divertirse, pero su cerebro no le daba pistas, palpar la polla de Iker le había gustado tanto… menudo placer. No sabía cómo era, hacia años… muchísimos años que no se la veía, esperaba que tuviera buena talla y la supiera usar.

“Espera…” dijo su mente con rapidez, al tiempo que observaba la parada a escasos cincuenta metros, su conciencia añadió, “¿te lo vas a follar?”. Una risa cómica precedió una frase totalmente sincera.

—¡No…! Vamos solo a jugar un rato…

Su hijo estaba a lo lejos, más alto que ella y desde allí se veía enorme, con un cuerpo delgado y ese pelo que la encantaba. Se dio la vuelta como si supiera que estaba pensando en él, sonriendo a su madre y ampliando los labios hasta el límite de lo posible. Ella no le devolvió el gesto, sino que lanzó una mirada muy felina sabedora que los dos buscaban lo mismo.

Cuando llegó a su posición, ni siquiera le miró, tocó la ventanilla del taxi y con un gesto le preguntó si podía entrar. El hombre que rondaría más o menos su misma edad les hizo una seña para contestarla de forma afirmativa y ambos se metieron en la parte trasera.

El joven se metió primero detrás del conductor y Elena dio la vuelta mientras sonreía irónicamente, puesto que la primera vez que iba a engañar a su marido iba a ser con su hijo.

—Eso no cuenta… —comentó en voz baja antes de entrar.

La puerta se cerró con el sonido acolchado de un buen coche. Movió su trasero por los sillones, pasando de la derecha del auto, al sillón central, justo al lado de su hijo, que la miraba con cierto gesto interrogativo.

—¿Dónde vamos? —preguntó el hombre al que apenas le quedaban cuatro pelos en la nuca.

—Calle Lorca, 4.

—¿Los dos?

—Aunque no se lo crea, aquí donde nos ves somos madre e hijo. —Elena tiró de su desvergonzada lengua mientras una mano traviesa buscaba un pene que sí… estaba duro— Seguro que podrías confundirme con su hermana, ¿a que sí?

—Puede que sí. No es lo normal llevar de noche y menos de fiesta a una madre con su hijo.

La mano de Elena, mientras Iker se quedaba totalmente quieto, había optado por pasar de los calentones e ir directamente al plato gordo. Mientras el hombre miraba la carretera sin saber que pasaba justo detrás de él, la mujer sacaba la polla del muchacho, donde el líquido ya comenzaba a salir anegando la punta.

—Nos llevamos muy bien. Nuestra relación no es la más habitual, tenemos mucha complicidad, mucha ¡eh!

—Eso está muy bien. —el hombre ajeno a que la mano de Elena había comenzado a subir y bajar la piel de Iker, seguía conduciendo— Creo que si mis hijas me vieran saliendo por donde ellas lo hacen, escaparían.

La leve risa del conductor hizo que Elena le copiase y bajase con fuerza el pene del joven causando que se moviera en el coche de todo el placer.

—¿Qué años tienen? —la mujer parecía muy interesada, aunque más interés tenía en la polla dura como el hierro que tenía entre los dedos de su mano izquierda.

—Nueve hizo la pequeña este mes, y la otra trece.

—¡Menuda edad…! —seguía masturbándole sin que se notase nada, Iker apretaba los dientes sin poder emitir ni el más mínimo ruido— Yo tengo una pequeña, de dieciséis y este, que es el… —la palabra mayor no se adecuaba tanto a la conversación como otra— grande.

—Sí… estás dos me dan una guerra… —el hombre volvió a reírse y Elena hizo lo mismo.

—Pues aquí mi chico, era muy activo de pequeño, muchísimo. Le sacaba a la calle y le tenía que mover por todos lados, una vez y otra y otra… —decía mientras le seguía masturbando cada vez con más ganas— No podía parar de moverle para agotarle. Pero no veas como disfrutaba, ¿o no, Iker?

—Sí —solo pudo sacar eso de una garganta que quería gritar de placer.

Apretó con fuerza el coche con la mano izquierda, mientras la derecha se sumergía en la espalda de su madre llegando hasta el trasero donde lo cogió con fuerza.

—Las mías son iguales. No paran por la casa, todo el rato dando vueltas.

—Es una etapa. ¿Ahora sabes qué? La que no para, soy yo.

El conductor se contagió de la risa de Elena que siguió con más rapidez masturbando al muchacho que permanecía en un silencio más que costoso. El apretón en el trasero estaba siendo tremendo, signo inequívoco de que estaba a punto. Por su mente pasaron dos cosas… llegar al final o dejarle a medias. No podía ser tan cruel y ella… querría después la compensación.

—Por aquí y ya estamos, ¿no, señora?

—A la derecha y ya se acaba. —apretó más el ritmo, amarrando con mucha fuerza el contorno de la polla que iba a explotar— Lo de que no paran lo sé bien. Este porque se apuntó a atletismo, —era mentira— y ahora como corre… corre… y corre, está más tranquilo en casa.

El culo la comenzó a doler, sabía que tendría una marca de los dedos de Iker a la mañana siguiente, pero le daba lo mismo, por esa zona el único que podía asomarse era Carlos y casi nunca lo hacía. Sintió como giraba el coche, pasando por el portal anterior al suyo. Sin embargo, lo que más le gustó era notar en su mano el calor y el aumento de sangre que bullía como loca en Iker.

Estaba listo y la mujer no paró dándole unas últimas sacudidas en el preciso momento en el que el hombre pasaba por un paso de cebra elevado. Al frenar, la masturbación cesó, dejando a su hijo tranquilo, porque con el rabillo del ojo había visto el tremendo chorro salir de la punta.

El primero cayó en su mano, dejándola los dedos pringados y el siguiente sobre su pene resbalando con rapidez mientras el coche se detenía en seco.

—Pues ya está, son siete euros.

—¡Aahh…! —ahogó un grito de placer Iker como pudo.

—¿Está bien?

—Sí, sí —respondió el joven tan rápido como su boca le permitió—. Me ha dado un tirón, —jadeó sin poder evitarlo mientras se guardaba el miembro manchado con disimulo— el atletismo… voy al portal.

Salió por patas, tapándose el mástil erecto y metiéndolo como podía en el pantalón sin importarle lo mucho que se estaba ensuciando. Elena se quedó dentro, mirando al conductor y depositando el dinero en su mano, con la buena… la que no estaba llena de leche.

—Jóvenes… Muy amable, que pase una buena noche.

—Lo mismo, da gusto recoger a gente que no da nada de guerra.

Con una sonrisa de lo más cordial salió del coche, sacando de un bolsillo trasero un clínex y limpiando su mano mientras su hijo la esperaba en la puerta.

—Qué agradable el hombre, ¿no te parece? —Iker que estaba apoyado contra el portal con la mirada en blanco y los pantalones subidos, pero abiertos, no contestó. Elena se rio al ver la mancha que tenía en la parte del paquete, y todo… por su culpa— ¿Te vas a dormir ahora?

Entraron en el portal, parándose Elena a colocarse correctamente el gorro y el colgante de flores, se veía guapa con ello, quizá debido… a ir bastante borracha. Llamaron al ascensor, mientras el joven paraba de jadear y conseguía normalizarse poco a poco.

—Parece que estabas cargadito. ¿Claudia no hace bien su trabajo?

—Llevamos dos semanas sin hacer nada. No hemos tenido ni tiempo, ni sitio. —las puertas del ascensor se abrieron y los dos entraron, Iker pulsó el botón del último piso y los dos comenzaron a ascender hasta la casa.

La mujer no dijo nada, porque no era necesario, solamente se puso de cara al espejo, apoyándose con una mano en la pequeña barra que había. Metió la otra dentro de su pantalón y lo comenzó a bajar con rapidez. En un momento estos cayeron hasta los tobillos, dejándola apresada como una rea.

—Lo tengo muy sucio, empieza a limpiármelo.

Se inclinó levemente mientras el elevador subía. Con la cara en el cristal, abrió las piernas tanto como el pantalón se lo permitía y elevó su trasero todo lo posible. Iker lo entendió a la primera y escuchando esa frase, que sonaba igual a cuando le decía que subiera el pan, se arrodilló detrás de su madre.

La lengua fue rápida al orificio sexual, introduciéndola con descaro sin pensar en el parentesco familiar. Estaba mucho más cachondo que cuando lo hacía con Claudia, infinitamente más, ese morbo que sentía no lo podía detener.

Separó las nalgas con ambas manos, dejando su nariz justo en el orificio por donde Elena nunca había metido nada. Sin embargo, algo se iba a meter, porque mientras la lengua le daba mucho placer, ella jadeaba y el ascensor subía, el joven decidió cambiar el lugar.

El juguetón músculo húmedo se dirigió al ano después de una probada rápida de la vagina. Se introdujo con fuerza haciendo que la mujer diera un leve alarido de placer. “Voy a despertar a toda la escalera” supuso al escuchar semejante voz, pero es que… menudo placer le estaba dando.

—Dale al coño, cariño. Que estoy más cachonda que una coneja.

—¿No te gusta el culo?

—No es eso. —justo el ascensor llegaba a su destino, Elena pulsó el cero para bajar de nuevo— Es que necesito que me folles.

—¡Haberlo dicho antes, que ya la tengo dura otra vez!

—¡¿Ya?! —dio la vuelta a la cabeza observando que no mentía, seguía tan dura como en el coche— ¡Cariño! ¡Venga, dale a mamá esa alegría!

Con una mano separando sus nalgas para que sus labios se abrieran, Elena sintió como el pene de su hijo la atravesaba de una sentada. Era como meter un dedo en agua caliente, no había ninguna restricción que prohibiera el paso. Gimió contra el cristal, creyendo que su garganta se ahogaría en su propio placer.

—Estás mojadísima, pareces una piscina, mamá.

—Mojo más que la baba de caracol. —los movimientos ya eran rápidos y se notaba lo calientes que estaban, parecía que el pedal del acelerador iba apretado al máximo— Pero, mi vida, tú a follar, no pienses en eso.

—¿No te gusta que hable?

—Mientras me la sigas metiendo así de bien, como si te pones a cantar. ¡Dios, que puto placer! Necesitaba esto, Iker, lo necesitaba… Métemela más.

El joven la metía una y otra vez, parando únicamente para volver a dar al botón del último piso y que el ascensor volviera a subirles a casa. Los sonidos de la penetración se solapaban uno con el otro, acompañados de pequeños jadeos inevitables por parte de ambos.

—Me estás poniendo muy caliente, cielo. —trataba de susurrarlo, pero no podía— Es que estoy a punto de correrme. Estoy muy llena…

—¡Qué pasada!

Atónito al polvo más raro y placentero de su vida, Iker dio todo lo que tenía incrustando sus centímetros por completo dentro de su madre, la cual… necesitaba gritar. El ascensor volvió a pararse en el último piso, a escasos metros de su casa, no obstante ellos seguían a lo suyo.

Elena estaba muy cerca de terminar, tanto que no podía hablar y solo se dejaba hacer por el joven que la daba sin tregua. La saliva le comenzó a caer por los labios, pasando al espejo y resbalando por el cristal sin ninguna oposición. El sombrero se le movió, casi quedándose de lado y a punto de caer, mientras el colgante de flores se movía de sus pechos al cristal y viceversa.

La corrida estaba ahí, su hijo lo sentía y apretó aún más, levantando la mano y dándole un sonoro azote en un culo que ya le tenía enamorado.

—Dámelo todo, es el momento. ¡Dámelo todo! —esto último pudo haber despertado a alguien, sobre todo a los vecinos de ese piso, donde en una puerta vivían su marido y su hija.

Iker no paró, sino que la hizo caso y comenzando a hiperventilar, la metió y sacó con una pasión indomable. Una de sus manos llegó al colgante de flores, el cual cogió por la parte de la nuca y usó a modo de riendas para domar a una yegua que lo necesitaba.

El colgante no la llegaba a ahogar, es más, con un poco más de fuerza el muchacho lo hubiera roto, pero le daba lo justo para que fuera placentero. Tal fue el gran momento de pasión que ahogando un grito sordo en el cristal… acabó por correrse de manera abundante.

Movió su cadera, sacando de su interior el pene que le parecía de buen tamaño y sintió como varias gotas corrían por sus muslos, mientras estos vibraban como locos. Iker se quedó quieto, con una cara leonina al tiempo que la mujer le miraba jadeando sin control y con ojos vidriosos. El pene duro, mojado y enrojecido por la fricción seguía señalando a una víctima tan inesperada como placentera.

—Espero que no estés satisfecha, vuelvo a estar cachondo.

—Vamos a casa y seguimos follando un poco más. Estate callado.

Ambos con el pantalón subido, pero sin abrochar, entraron en la casa deslizándose por el piso. Estaban en lo más alto del edificio y para Elena, nunca había sido mejor la decisión de su marido de comprar ese dúplex, arriba estaban las habitaciones y abajo, la sala y la cocina, perfecto.

Cogió de la mano a su hijo, llevándole a la sala en silencio y sin encender ninguna luz. Le lanzó al sofá con ganas, dejándole sentado con los pies en el suelo. Iván se fue a tumbar, pero su madre le puso una mano en el pecho.

—¡Quieto ahí! —su voz era algo más que un susurro.

—¿Te pones encima o cómo? —Iván ya se estaba bajando los pantalones y Elena pudo ver la polla dura y humedecida por todos sus fluidos.

—Espera. —se dio la vuelta, dejándole de nuevo el trasero a la vista y volvió a bajar la ropa hasta los tobillos— Paso de hacerlo como siempre, con tu padre no salgo de lo habitual. Cógela y levántala bien que me voy a sentar.

Elena se llevó las manos a las nalgas separándolas todo lo que pudo, y empezó a bajar hasta sentir la punta ardiente de su hijo. La gran boca que creó con su vagina sorbió los primeros centímetros que la saludaron con efusividad, sacando en ella una sonrisa de satisfacción que aumentaba cada vez que sentía más en su interior.

—Menuda buena polla que tienes. Claudia tiene que estar encantada.

—No se queja… —su madre se sentó del todo, consumiendo el pene de su hijo por completo. Tuvo que ponerse la mano en la boca para no gritar— Tienes un culo que no me lo creo.

—¿Me lo habías mirado? —los primeros botes se hacían presentes y las manos de Iker agarraron con fuerza la cadera de la mujer. El muchacho no podía contestar— Dime, ¿has mirado antes el culo de tu madre?

—Alguna vez. —le costaba seguir la conversación, ver aquel trasero botar con fuerza y sentir todo el calor que le rodeaba el miembro le nublaba el juicio.

La penetración se iba incrementando y el jadeo de Elena que trataba de ser bajo casi no podía controlarlo. En la sala, con el silencio nocturno, sumado a la poca visibilidad, lo erótico del momento la estaba calentando muchísimo.

Delante de ellos estaba el televisor, una pantalla plana de más de cuarenta pulgadas con la misma negrura que el fondo de un pozo. Ahora, en mitad de la hora más oscura de la madrugada, no daba ningún programa, sino que reflejaba una escena que sumaba locura y sensualidad.

Elena no perdía detalle de como montaba a su hijo en el monitor, como sus manos apoyadas en las rodillas que la permitían balancearse sobre un mástil que la llegaba tan profundo como nunca notó.

—Qué capullo… —dijo sacando una sonrisa maliciosa— Venga, Iker… ¡Joder qué polla tienes…! Suelta la verdad… —no podía contenerse con todo ese placer— ¿Te la has machacado pensando en mí?

—Un par de veces. —Iker sentía que su pene rozaba muchísimo, inmensamente más que con Claudia— Lo tienes muy prieto, no sé si me correré otra vez.

—Claro que te vas a correr otra vez, te lo aseguro. —se giró sin parar de botar, mirando por debajo del sombrero a su hijo que tenía un rostro contraído debido al placer. Se detuvo por un momento, dejando todo en su interior y sintiendo que las tripas se le movían haciendo hueco a ese obelisco— ¿Cuéntame esas veces?

—¿De verdad?

—Si no me las cuentas, paro de follarte ahora mismo.

—Una, fue después de verte tocarte en la cama.

—¡Espía, cabrón! —botó con fuerza sacando y metiendo todo lo que pudo. La sorpresa había sido enorme, aunque la gustó… tanto como ver a su hijo llevarse la mano a la boca para acallar un gemido. Elena aprovechó, sacándose con maña la braga que tenía enredada en las piernas para guardarla en su mano, sabía que luego la necesitaría— ¡¿Qué viste, cuéntamelo ya?!

—Llegué de clase, fue hace años. —según él relataba, Elena volvía a follarle poco a poco— Solo estabas tú en casa, papá estaba trabajando y supongo que Sara estaba en balonmano, no sé.

—¡Sigue!

—Entré en casa y no dije nada, —le escuchaba lo justo, mientras su cuerpo se mecía a la par que el colgante de flores— subí arriba para decirte que había llegado… y te oí gemir. Pensé que te dolía algo o así.

—Espera… échate más para atrás.

El joven se recostó contra el sofá, topando su espalda con el respaldo y Elena dejó caer su cuerpo más atrás. Se deshizo del pantalón, estaba tan cachonda que si su marido bajase por las escaleras, le gritaría que esperase a terminar, no podía parar. Colocó las piernas en los cojines del sofá y su espalda en el pecho de su hijo. Cogió una de las manos de Iker mientras abría las piernas y la dirigió a su clítoris que estaba duro y humeante.

—Tócamelo mientras me lo cuentas. —el joven empezó a hacer círculos en el lugar exacto, a la par que movía la cadera para seguir metiendo y sacando su polla. Elena se sentía en la gloria, estaba tumbada, mientras se la metían, la masturbaban y le narraban una buena historia. “Mejor que una reina” pensó felizmente.

—Estabas tirada en la cama… —su respiración agitada le hacía hablar lento y entrecortado— con las piernas abiertas.

—Sí.

—Habías dejado la puerta entreabierta y yo llegué sin hacer ruido.

—Mirón. —el placer la empezaba a inundar de nuevo.

—Tenías la mano como yo ahora, masajeándote el coño y gimiendo en voz baja. Me quedé en la puerta mirándote. Estabas muy cachonda y se me puso dura.

—Muy dura… sigue… y no… no pares de follarme.

El gorro se cayó soltando su pelo moreno que le llegaba hasta la nuca. La otra mano del joven voló hasta un pecho y por encima de la ropa lo agarró con ganas. Elena empezó a moverse también mientras una y otra vez ese pene la llevaba al cielo.

—Entonces gimiendo te diste la vuelta. Tumbada en la cama boca abajo. Elevando el culo y dejándomelo a la vista. Te metías un dedo a cuatro patas y seguías gimiendo. ¿Sabes lo que hice?

—¡Cuéntamelo, ya! ¡Qué me voy a correr! —una mano fue a su boca para parar un chillido que hubiera despertado al vecindario.

—Me la saqué mientras te miraba, no sé ni cuantos años tenía…. Me empecé a pajear como loco mientras te miraba.

—Mi pequeño conejo, sigue follándome. Dame golpecitos en el clítoris, no más masaje. —Iker hizo lo que le decían, como si pulsara un botón con todos los dedos juntos, pequeñas palmadas que hacían gemir a su madre— ¡Eso es…! ¡Eso es…! ¿Querías follarme mientras me mirabas?

—Claro… ¡Dios, córrete! Que no aguanto mucho más.

—Ahora me vas a follar todo lo que te diga, me vas a tener bien servida.

El ritmo ya era frenético y las palmadas en el clítoris se habían convertido en algo más fuertes. La mujer giró el rostro, observando a su hijo y metiéndose su propia braga en la boca. Posó su rostro contra el de Iker y empezó a jadear sin control mientras su cadera se mecía a un lado y a otro, poseída por el placer.

El joven paró los golpes y las entradas cuando su madre vibraba con los ojos cerrados. En la imagen del televisor las piernas de Elena se abrían y cerraban como un acordeón mientras su trasero temblaba a cada milésima.

Unos líquidos más que considerables, corrieron rápidos y ardientes por el pene de Iker que sintió unas cosquillas muy agradables cuando le atravesaron los genitales. Que poco le quedaba para correrse… aunque no sabía sí podrían seguir, su madre estaba en el nirvana respirando con agitación y no quería sacarla de allí. Al de un minuto, la mano de Elena fue a su boca y se sacó la braga con claro sabor a sus fluidos.

—Qué polvo rico… Gracias, cariño. Tienes que decirle a Claudia que te reservas también para mí. Vas a tener a tu mamá satisfecha, ¿no?

—Lo que me pidas, pero ¿y yo? ¿También lo estaré?

—Bueno…

Se levantó a duras penas, limpiando con la mano unos muslos manchados de líquido y miró a su hijo. Estaba tumbado con las piernas todavía apoyadas en el suelo y con un mástil duro, rojo y con venas que borboteaban sangre. Era de lo más apetecible.

Elena encontró el pantalón, poniéndoselo y quedando como si nada, parecía que hubiera llegado ahora de la calle y no hubiera tenido un apasionado sexo con su hijo en el sofá. La cara de Iker se iba contrayendo, pensando en si le dejaría con semejante calentón, pero su madre no era tan mala.

—Por contarme que me viste masturbándome te debería castigar, pero como has sido tan bueno, te doy un regalo.

Se inclinó sobre él, dándole un beso en la frente y cogiendo el sombrero que cayó en el sofá, con una mano asió la braga que se había caído al sofá al sacarla de su boca.

—Abre la boquita, no queremos que nadie se entere.

El joven la abrió y sintió como la tela se la llenaba por completo dándole un sabor muy especial que claramente era de su madre. No tuvo que pasar la lengua, ni siquiera moverla, la tela que rozaba en todas sus papilas gustativas le daban una cena o… un desayuno, viendo la hora que era, de lo más delicioso.

Elena se arrodilló con parsimonia, como si en esa casa no hubiera nadie y su marido y su hija no estuvieran durmiendo a unos metros de ellos. Estaba tan cerca del pene del muchacho… lo vio grande y gordo, era increíblemente bello. Sus fosas nasales recibieron el aroma inconfundible al semen a punto de salir, mezclado con sus propios líquidos que creaban un perfume que la llamaba a la mamada.

Agarró con fuerza ese mango ardiente que era la espada recién sacada de la fragua del mejor herrero. Le bajó la piel, desnudando un prepucio hinchado como había hecho en el taxi. No se lo pensó y después de notar la impaciencia de Iker, se la metió en la boca.

Sorbía como si fuera una pajita, degustando con la lengua todos los centímetros y haciendo que su mano deslizara la piel con rapidez. Los gemidos de Iker se oyeron sin tardanza, mientras la cabeza de la mujer subía y bajaba, los tapados sollozos de su hijo, aumentaban.

Las piernas del muchacho del todo tensas hacían presagiar lo que sucedería y Elena notando la gran hinchazón que aumentaba en su boca, sacó aquello de su interior. Lo siguió pajeando con sus propias babas, mientras con la otra mano apretaba los genitales hasta el límite del dolor. Iker no dijo nada, porque le encantaba.

—Más… más… —logró decir el muchacho con la braga en la boca y los ojos cerrados.

—Tienes los huevos que queman. ¡Sácalo ya!

—¡Allá va! ¡Ya sale…, Ya…, ya…! ¡Ah…! ¡Mamá…! ¡SÍÍÍ!

El chorro salió mientras Elena se sorprendía, era bastante y voló a una altura de quince o veinte centímetros, cayendo con potencia en el vientre del joven y dejando una laguna de semen. El siguiente fue más débil aunque igual de caliente, para coronar con un tercero que salió un poco más y se quedó pegado a la mano de la mujer.

Elena sonreía tratando de no reírse por la cara y el placer de su hijo, que trataba de mirarla con un ojo cerrado y el pecho que explotaba a cada aspiración. No podía contener su placer y su madre paró la masturbación entre leves risas de sorpresa.

—¿Cómo puedes sacar tanto? ¡Es la segunda vez que te corres! —la braga rodó al momento que Iker abrió la boca, cayendo hasta su pecho. Casi llegó al vientre, pero por poco no topó con el gran charco.

—Me… pones… mucho.

—Lo entiendo, sigo estando buena.

Llevada por un calentón momentáneo, sacó la lengua lamiendo la punta del pene de su hijo que empezaba a disminuir. Siguió su tarea mientras Iker se movía como una anguila, parecía que estuviera en la silla eléctrica y eso, la hacía gracia. Sorbió la punta con sus labios, metiéndose el final de los líquidos de su pequeño como si estuviera sorbiendo la taza de café caliente.

Tiró el pene que empezaba a estar flácido contra el vientre de Iker, casi al lado de la mancha. Recogió su braga, mirando después al joven y tirándosela mientras se ponía de pie.

—Tómala. De recuerdo. —cogió un clínex, limpiándose la mano y tirándole otro al joven que yacía moribundo.

—Estuvo… bien…

—Claro que estuvo bien. —sus labios mostraban una mueca de superioridad— Otro día repetimos. ¡Ay, cariño, que contenta me vas a tener!

No dijo nada más e Iker tampoco, porque no podía hablar. Elena anduvo hacia arriba, con la entrepierna dolorida después de tanta inactividad, subir las escaleras la mataba.

Entró en su habitación, desnudándose con calma y dejando tanto el sombrero como el colgante en su mesilla, le traerían buenos recuerdos, no le cabía ninguna duda. Iker tenía su braga para recordar esa primera vez y ella, esos dos objetos. Detrás escuchó un murmullo, que casi se asemejaba a un ronquido animal, giró el rostro y vio que su marido se movía.

—¿Es tarde? —estaba más dormido que despierto.

—Solo un poco, pero no te preocupes, volví con Iker.

—Me pareció oír algo, sí… me imaginé… —parecía que en cualquier momento se dormiría, si no es que estaba hablando en sueños.

—Sí, estábamos en la cocina comiendo algo. Duerme, cariño. —le dio un tierno beso en la frente, prefería no dárselo en los labios… después de chupar una polla que no era la suya… no estaba muy bien, ¿no?

—Sí… sí… dormir…

—Me acabo de comer una salchicha con mucha mayonesa y no veas como me ha llenado.

Su marido asintió prácticamente dormido. Elena se levantó, caminando con piernas temblorosas a buscar unas nuevas bragas. Una vez lista, se metió en la cama junto a su marido a descansar de la gran noche.

Pensó por un momento en sí Iker ya estaría en su cuarto o se habría dormido en el sofá. La imagen del chico allí tirado, con semen seco y el pene fuera, siendo despertado por su marido… no sabía por qué… pero le hacía demasiada gracia.

“Iker, mi amor… ¡Qué bien nos lo vamos a pasar juntos…!” fue el último pensamiento antes de dormirse, a la par que sus labios dibujaban la mayor sonrisa que había tenido… tal vez… en diez años.
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