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La Historia de Raquel - Capitulos 001
Raquel era una veinteañera que estaba más buena que el pan y que quiso desconectar de la rutina diaria, para lo que se fue quince días a la casa paterna, que ahora era una casa rural.
La casa era un caserón de dos plantas y estaba atendida por José, un cuarentón, separado, que tenía dos hijos, Pablo y Jacobo. Pablo trabajaba de albañil en la ciudad, Jacobo, que era el hijo más joven, trabajaba en casa, de barbero, cortándole el pelo a los niños y afeitando y cortando el pelo a los hombres de esa aldea, y de las vecinas.
Raquel, con una pequeña maleta en su mano derecha, llamó a la puerta de la casa. Le abrió su tío José, que al verla con la maleta en la mano se hizo a un lado, y le dijo:
-Pasa, Raquel, tu cuarto ya está preparado.
Raquel entró en la casa y vio en la sala a su primo Jacobo, al que hacía quince años que no veía, y que ahora era un mocetón, moreno, de ojos negros, alto, fuerte y que en aquel momento vestía unos vaqueros cortados y una camiseta de tiras. Pudo ver sus piernas y sus brazos de atleta, aunque el único ejercicio que hacía era el de cortar leña. José le dijo a su hijo:
-Cógele la maleta a tu prima, acompáñala a su cuarto y luego bajar que voy a cortar algo de jamón.
Jacobo, que era muy tímido con las mujeres, sin levantar la cabeza del piso, le cogió la maleta a Raquel, y le dijo:
-Sígueme.
Se fue hacia las escaleras, y luego, subiéndolas, Raquel, se fijó en el culo de Jacobo, un culo redondo y prieto, un culo que le encantó.
Al rato volvían a bajar. Merendando en la cocina, Raquel, puso al día a José de la vida de su hermano, de la de su cuñada y de su vida.
-... Y así es como nos va la vida, tío.
-Mejor que aquí en ninguna parte, para quien le guste el campo, claro.
Raquel se puso en pie, y le dijo:
-Y ese no es el caso de mi padre. Me voy a deshacer la maleta.
Raquel se instaló en la casa, donde aún no había huéspedes. Esa noche cenó con su tío y con sus primos Jacobo y Pablo. El tío era un bicharraco de hombre, alto, moreno... Era un Sansón de aldea. Pablo parecería gemelo de Jacobo, si no fuera porque le llevaba unos años.
Durante la cena, y mientras hablaban de esto y de aquello, Pablo no quitaba los ojos del escote de Raquel, un escote más que generoso, Jacobo no quitaba los ojos del plato, y José le miraba para las tetas a su sobrina cuando la muchacha no lo veía. Esto ocurrió el viernes por la noche, el sábado por la mañana, José y su hijo Pablo se fueron a la feria a vender una ternera. Raquel se quedó a solas en la casa con su primo Jacobo.
Eran las once y algo de la mañana cuando Raquel bajó y entró en la cocina. Jacobo, cabeza gacha, le preguntó:
-¿Te hago un par de huevos con panceta para desayunar?
Raquel, con el culo arrimado a la mesa, le respondió:
-No soy una clienta, primo, cuando quiera desayunar me haré yo el desayuno. He venido a preguntarte donde está la ducha.
Jacobo, que estaba de espaldas a la cocina de butano, le dijo:
-En el cobertizo, allí está la manguera.
Raquel no se esperaba aquella respuesta.
-¡¿Manguera?!
-Es una ducha rural. Al apretarle la rosca de la boquilla salen los chorros de agua como en una ducha normal.
-¡Lo que hay que oír! ¿Tú has visto alguna ducha?
-No, pero me dijeron como era. También tienes la cascada, con este tiempo es mejor que la manguera, pero hay que bañarse de noche.
-¡¿A qué llamas tú una cascada?!
-A una cascada... Agua que cae de arriba.
-Como si alguna agua cayese de abajo.
-Yo me entiendo.
-Levanta la vista del piso. ¿O es que has perdido algo?
Jacobo levantó la cabeza del piso, vio las piernas de Raquel, unas piernas largas y moldeadas que dejaban ver su pantalón corto. Vio el bulto de los pezones de sus grandes tetas que se marcaban en una camiseta blanca y ceñida al cuerpo, y en su pantalón se formó un tremendo bulto. Raquel lo vio, tapó la boca con una mano, sonrió. y le dijo:
-Al verme has reaccionado como si nunca hubieras visto a una mujer.
Jacobo tapó la erección con una mano.
-Como tú, no.
-¿Qué le pasa a las chicas de esta aldea?
-Son feas, tienen bigote, se tapan y tienen pocas...
Raquel rompió a reír.
-¿Y pocas, qué?
-Es qué...
-Dilo.
-Tienen pocas tetas, y además son feas.
-Las feas también son mujeres.
Volvió a bajar la cabeza.
-Si, pero no se dejan.
-No es que me importe, pero... ¿Eres virgen?
-No, vírgenes son ellas.
-Entonces ya lo has hecho.
-¿Hacer qué?
-Meter el ciruelo.
-No, aún no he fuchicado.
A Raquel le dio la risa de nuevo.
-¿Fuchi, qué?
-Fuchicar, hacer cochinadas.
-¿Así le decis aquí a chingar?
-Si, y también le decimos follar, joder...
-Ya, ya. ¿Y culo has follado alguno?
-Los culos dicen que los follan los raros.
Siguieron hablando mientras Raquel hizo su desayuno, y mientras desayunó. Después Jacobo la llevó a ver la cascada. Era una cascada de unos cinco metros de altura que por culpa de la sequía traía poca agua. Su torrente caía en un estanque. Al verla, le preguntó a su primo:
-¿Tiene mucha profundidad el estanque?
-No, no cubre, a la cascada se va andando.
Raquel, que llevaba puesto un pantalón corto y una camiseta, se descalzó al lado del estanque, fue andando hasta la cascada, allí se metió debajo del torrente de agua y le dijo:
-¡Ven!
Jacobo se descalzó, se metió en el estanque y caminando fue a su lado. Raquel, pasando las manos por su largo cabello negro, le dijo:
-Esta sensación es maravillosa.
Jacobo vio las tetas de Raquel pegadas a la camiseta (vio hasta el color de las areolas y de los pezones.) Su polla se puso dura. Ahora el bulto era tremendo. Echó las manos a la polla y la tapó. Raquel, al verlo con las manos dentro del agua, agua que les daba por la cintura, sonriendo, le preguntó:
-¿Ya estás empalmado otra vez?
Jacobo balbuceó.
-Es... Que...
-¡¿Qué?!
-No te lo puedo decir.
-Me estás poniendo nerviosa. Dilo de una vez.
-Es que estás tan buena que.. No me atrevo a decirlo.
-Qué me echarías un polvo ¿Es eso lo que quieres decir?
-Sí.
-¿Y sabrías cómo echarlo?
-No, pero...
-Mejor será que volvamos a casa.
Salieron del agua. En la hierba, Raquel, le dijo:
-Date la vuelta que voy a desnudarme para escurrir la ropa. ¡Y no mires que te voy a dar la espalda!
-Tranquila, soy un caballero.
Lo que era es un tramposo, pues lo primero que hizo después de darse la vuelta fue girar la cabeza y mirar. Quitando valor de su cobardía, la abrazó por detrás.
Raquel no se enfadó, pues si había quitado la ropa era para provocarlo, le dijo:
-Ahora no que pueden vernos, esta noche, sí, esta noche dejaré que juegues conmigo bajo la cascada.
Al rato se fueron para casa. A Jacobo las horas se le hicieron interminables, pero al fin llegó la noche. Raquel salió de la casa sin hacer ruido y poco después llegó a la cascada. La cascada, de día, ya era hermosa, pero de noche, ver caer el agua en el estanque bajo la luz de la luna, era algo espectacular.
Raquel se desnudó, dejó la ropa sobre la hierba y con una pastilla de jabón perfumado en su mano izquierda fue caminando por el pequeño estanque hasta ponerse debajo del agua de la cascada Allí se lavó, y desde allí vio llegar a Jacobo. Le dijo:
-Ven a enjabonarme.
Jacobo se desnudó y empalmado fue a su lado. Raquel le dio el jabón.
-Enjabona mi espalda, mis piernas, mi culo y mi espalda.
Jacobo le enjabono todo bien enjabonado, luego Raquel se dio la vuelta y le dijo:
-Ahora enjabona mi cuello, mis tetas y mi coño.
Jacobo, empalmado como un burro, enjabonó su cuello, sus tetas y luego, bajo el agua, le pasó el jabón por el coño. Raquel le echó la mano a la polla y le metió la lengua en la boca. Besándolo y masturbándolo se puso con él debajo de la cascada. Con el agua cayendo sobre sus cuerpos desnudos, Raquel, se agachó, metió su cabeza bajo el agua del estanque, metió la polla en la boca y se la mamó el tiempo que pudo aguantar la respiración, luego quitó la cabeza del agua, levantó la pierna izquierda, le cogió la polla, la frotó en el coño, metió la punta, le echó la mano al culo y tiró hacia ella para que la polla entrase hasta el fondo de su coño. Jacobo le agarró la pierna, y la folló. Al rato, Raquel, dejó de besarse con Jacobo y le dijo:
-Ni en mis sueños más locos imaginé un momento como este.
-Yo no abro los ojos, no vaya a ser que esté soñando.
-Es que con la música que nos acompaña todo esto parece un sueño.
La música a la que se refería Raquel la ponían los grillos y las cigarras cantando, las ranas croando, los mochuelo ululando y la polla chapoteando en el coño.
Jacobo le dijo:
-Yo ya me voy a correr, prima.
-¡Ni se te ocurra! Tienes que esperar por mí. Quiero correrme contigo. Saca la polla de mi coño.
La sacó. Raquel bajo su pierna y le dijo:
-Mete tu cabeza debajo del agua y pasa tu lengua por mi coño.
Con la cabeza bajo el agua, le echó las manos a las nalgas y le lamió el coño. Raquel le echó su mano derecha al pelo y movió su pelvis para que la lengua también lamiera su clítoris. Luego, cada quince o veinte segundos le fue quitando la cabeza para que respirara. Cuando el coño ya echaba por fuera, tiró de su pelo para que se incorporara, volvió a levantar la pierna izquierda, le cogió la polla, la puso en el ojete, y le dijo:
-Métela.
-¡¿En el culo?!
-Si, esta noche me apetece que me abras el culo.
Por el culo le dió. Ni un minuto tardó Jacobo en correrse. Raquel quería lo suyo.
-Ahora quitala y dame leña en el coño.
Le dio leña, y en nada, Raquel, se corrió. Sus gemidos fueron tan potentes que se callaron los grillos, las cigarras y los mochuelos. Cuando volvieron a cantar, unos, a croar, las otras y a ulular los mochuelos, del coño de la golfa salían jugos que se mezclaban con el agua. Raquel, rodeando el cuello de su primo con sus bazos, lo besó, y luego le dijo:
-¿Quieres seguir?
-Sí.
Se oyó el disparo de una rifle de caza y la noche se sumió en el silencio de nuevo. Raquel le preguntó a Jacobo.
-¡¿Qué fue eso?!
-El disparo de un cazador furtivo. Tenemos que irnos.
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La Historia de Raquel - Capitulos 001
Raquel era una veinteañera que estaba más buena que el pan y que quiso desconectar de la rutina diaria, para lo que se fue quince días a la casa paterna, que ahora era una casa rural.
La casa era un caserón de dos plantas y estaba atendida por José, un cuarentón, separado, que tenía dos hijos, Pablo y Jacobo. Pablo trabajaba de albañil en la ciudad, Jacobo, que era el hijo más joven, trabajaba en casa, de barbero, cortándole el pelo a los niños y afeitando y cortando el pelo a los hombres de esa aldea, y de las vecinas.
Raquel, con una pequeña maleta en su mano derecha, llamó a la puerta de la casa. Le abrió su tío José, que al verla con la maleta en la mano se hizo a un lado, y le dijo:
-Pasa, Raquel, tu cuarto ya está preparado.
Raquel entró en la casa y vio en la sala a su primo Jacobo, al que hacía quince años que no veía, y que ahora era un mocetón, moreno, de ojos negros, alto, fuerte y que en aquel momento vestía unos vaqueros cortados y una camiseta de tiras. Pudo ver sus piernas y sus brazos de atleta, aunque el único ejercicio que hacía era el de cortar leña. José le dijo a su hijo:
-Cógele la maleta a tu prima, acompáñala a su cuarto y luego bajar que voy a cortar algo de jamón.
Jacobo, que era muy tímido con las mujeres, sin levantar la cabeza del piso, le cogió la maleta a Raquel, y le dijo:
-Sígueme.
Se fue hacia las escaleras, y luego, subiéndolas, Raquel, se fijó en el culo de Jacobo, un culo redondo y prieto, un culo que le encantó.
Al rato volvían a bajar. Merendando en la cocina, Raquel, puso al día a José de la vida de su hermano, de la de su cuñada y de su vida.
-... Y así es como nos va la vida, tío.
-Mejor que aquí en ninguna parte, para quien le guste el campo, claro.
Raquel se puso en pie, y le dijo:
-Y ese no es el caso de mi padre. Me voy a deshacer la maleta.
Raquel se instaló en la casa, donde aún no había huéspedes. Esa noche cenó con su tío y con sus primos Jacobo y Pablo. El tío era un bicharraco de hombre, alto, moreno... Era un Sansón de aldea. Pablo parecería gemelo de Jacobo, si no fuera porque le llevaba unos años.
Durante la cena, y mientras hablaban de esto y de aquello, Pablo no quitaba los ojos del escote de Raquel, un escote más que generoso, Jacobo no quitaba los ojos del plato, y José le miraba para las tetas a su sobrina cuando la muchacha no lo veía. Esto ocurrió el viernes por la noche, el sábado por la mañana, José y su hijo Pablo se fueron a la feria a vender una ternera. Raquel se quedó a solas en la casa con su primo Jacobo.
Eran las once y algo de la mañana cuando Raquel bajó y entró en la cocina. Jacobo, cabeza gacha, le preguntó:
-¿Te hago un par de huevos con panceta para desayunar?
Raquel, con el culo arrimado a la mesa, le respondió:
-No soy una clienta, primo, cuando quiera desayunar me haré yo el desayuno. He venido a preguntarte donde está la ducha.
Jacobo, que estaba de espaldas a la cocina de butano, le dijo:
-En el cobertizo, allí está la manguera.
Raquel no se esperaba aquella respuesta.
-¡¿Manguera?!
-Es una ducha rural. Al apretarle la rosca de la boquilla salen los chorros de agua como en una ducha normal.
-¡Lo que hay que oír! ¿Tú has visto alguna ducha?
-No, pero me dijeron como era. También tienes la cascada, con este tiempo es mejor que la manguera, pero hay que bañarse de noche.
-¡¿A qué llamas tú una cascada?!
-A una cascada... Agua que cae de arriba.
-Como si alguna agua cayese de abajo.
-Yo me entiendo.
-Levanta la vista del piso. ¿O es que has perdido algo?
Jacobo levantó la cabeza del piso, vio las piernas de Raquel, unas piernas largas y moldeadas que dejaban ver su pantalón corto. Vio el bulto de los pezones de sus grandes tetas que se marcaban en una camiseta blanca y ceñida al cuerpo, y en su pantalón se formó un tremendo bulto. Raquel lo vio, tapó la boca con una mano, sonrió. y le dijo:
-Al verme has reaccionado como si nunca hubieras visto a una mujer.
Jacobo tapó la erección con una mano.
-Como tú, no.
-¿Qué le pasa a las chicas de esta aldea?
-Son feas, tienen bigote, se tapan y tienen pocas...
Raquel rompió a reír.
-¿Y pocas, qué?
-Es qué...
-Dilo.
-Tienen pocas tetas, y además son feas.
-Las feas también son mujeres.
Volvió a bajar la cabeza.
-Si, pero no se dejan.
-No es que me importe, pero... ¿Eres virgen?
-No, vírgenes son ellas.
-Entonces ya lo has hecho.
-¿Hacer qué?
-Meter el ciruelo.
-No, aún no he fuchicado.
A Raquel le dio la risa de nuevo.
-¿Fuchi, qué?
-Fuchicar, hacer cochinadas.
-¿Así le decis aquí a chingar?
-Si, y también le decimos follar, joder...
-Ya, ya. ¿Y culo has follado alguno?
-Los culos dicen que los follan los raros.
Siguieron hablando mientras Raquel hizo su desayuno, y mientras desayunó. Después Jacobo la llevó a ver la cascada. Era una cascada de unos cinco metros de altura que por culpa de la sequía traía poca agua. Su torrente caía en un estanque. Al verla, le preguntó a su primo:
-¿Tiene mucha profundidad el estanque?
-No, no cubre, a la cascada se va andando.
Raquel, que llevaba puesto un pantalón corto y una camiseta, se descalzó al lado del estanque, fue andando hasta la cascada, allí se metió debajo del torrente de agua y le dijo:
-¡Ven!
Jacobo se descalzó, se metió en el estanque y caminando fue a su lado. Raquel, pasando las manos por su largo cabello negro, le dijo:
-Esta sensación es maravillosa.
Jacobo vio las tetas de Raquel pegadas a la camiseta (vio hasta el color de las areolas y de los pezones.) Su polla se puso dura. Ahora el bulto era tremendo. Echó las manos a la polla y la tapó. Raquel, al verlo con las manos dentro del agua, agua que les daba por la cintura, sonriendo, le preguntó:
-¿Ya estás empalmado otra vez?
Jacobo balbuceó.
-Es... Que...
-¡¿Qué?!
-No te lo puedo decir.
-Me estás poniendo nerviosa. Dilo de una vez.
-Es que estás tan buena que.. No me atrevo a decirlo.
-Qué me echarías un polvo ¿Es eso lo que quieres decir?
-Sí.
-¿Y sabrías cómo echarlo?
-No, pero...
-Mejor será que volvamos a casa.
Salieron del agua. En la hierba, Raquel, le dijo:
-Date la vuelta que voy a desnudarme para escurrir la ropa. ¡Y no mires que te voy a dar la espalda!
-Tranquila, soy un caballero.
Lo que era es un tramposo, pues lo primero que hizo después de darse la vuelta fue girar la cabeza y mirar. Quitando valor de su cobardía, la abrazó por detrás.
Raquel no se enfadó, pues si había quitado la ropa era para provocarlo, le dijo:
-Ahora no que pueden vernos, esta noche, sí, esta noche dejaré que juegues conmigo bajo la cascada.
Al rato se fueron para casa. A Jacobo las horas se le hicieron interminables, pero al fin llegó la noche. Raquel salió de la casa sin hacer ruido y poco después llegó a la cascada. La cascada, de día, ya era hermosa, pero de noche, ver caer el agua en el estanque bajo la luz de la luna, era algo espectacular.
Raquel se desnudó, dejó la ropa sobre la hierba y con una pastilla de jabón perfumado en su mano izquierda fue caminando por el pequeño estanque hasta ponerse debajo del agua de la cascada Allí se lavó, y desde allí vio llegar a Jacobo. Le dijo:
-Ven a enjabonarme.
Jacobo se desnudó y empalmado fue a su lado. Raquel le dio el jabón.
-Enjabona mi espalda, mis piernas, mi culo y mi espalda.
Jacobo le enjabono todo bien enjabonado, luego Raquel se dio la vuelta y le dijo:
-Ahora enjabona mi cuello, mis tetas y mi coño.
Jacobo, empalmado como un burro, enjabonó su cuello, sus tetas y luego, bajo el agua, le pasó el jabón por el coño. Raquel le echó la mano a la polla y le metió la lengua en la boca. Besándolo y masturbándolo se puso con él debajo de la cascada. Con el agua cayendo sobre sus cuerpos desnudos, Raquel, se agachó, metió su cabeza bajo el agua del estanque, metió la polla en la boca y se la mamó el tiempo que pudo aguantar la respiración, luego quitó la cabeza del agua, levantó la pierna izquierda, le cogió la polla, la frotó en el coño, metió la punta, le echó la mano al culo y tiró hacia ella para que la polla entrase hasta el fondo de su coño. Jacobo le agarró la pierna, y la folló. Al rato, Raquel, dejó de besarse con Jacobo y le dijo:
-Ni en mis sueños más locos imaginé un momento como este.
-Yo no abro los ojos, no vaya a ser que esté soñando.
-Es que con la música que nos acompaña todo esto parece un sueño.
La música a la que se refería Raquel la ponían los grillos y las cigarras cantando, las ranas croando, los mochuelo ululando y la polla chapoteando en el coño.
Jacobo le dijo:
-Yo ya me voy a correr, prima.
-¡Ni se te ocurra! Tienes que esperar por mí. Quiero correrme contigo. Saca la polla de mi coño.
La sacó. Raquel bajo su pierna y le dijo:
-Mete tu cabeza debajo del agua y pasa tu lengua por mi coño.
Con la cabeza bajo el agua, le echó las manos a las nalgas y le lamió el coño. Raquel le echó su mano derecha al pelo y movió su pelvis para que la lengua también lamiera su clítoris. Luego, cada quince o veinte segundos le fue quitando la cabeza para que respirara. Cuando el coño ya echaba por fuera, tiró de su pelo para que se incorporara, volvió a levantar la pierna izquierda, le cogió la polla, la puso en el ojete, y le dijo:
-Métela.
-¡¿En el culo?!
-Si, esta noche me apetece que me abras el culo.
Por el culo le dió. Ni un minuto tardó Jacobo en correrse. Raquel quería lo suyo.
-Ahora quitala y dame leña en el coño.
Le dio leña, y en nada, Raquel, se corrió. Sus gemidos fueron tan potentes que se callaron los grillos, las cigarras y los mochuelos. Cuando volvieron a cantar, unos, a croar, las otras y a ulular los mochuelos, del coño de la golfa salían jugos que se mezclaban con el agua. Raquel, rodeando el cuello de su primo con sus bazos, lo besó, y luego le dijo:
-¿Quieres seguir?
-Sí.
Se oyó el disparo de una rifle de caza y la noche se sumió en el silencio de nuevo. Raquel le preguntó a Jacobo.
-¡¿Qué fue eso?!
-El disparo de un cazador furtivo. Tenemos que irnos.
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