sweetluis5g
Virgen
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Las Pilis
Mentiría si te dijera que no disfruté de todo aquello. Me convencí a mí misma que estaba equilibrando mi karma y con él, el de mi barrio, el de mi ciudad. Los malos estaban pagando y yo disfrutaba con ello. Quizás ahí hubiera podido cerrar mi etapa como asesina. Todo aquello era demasiado excitante e interesante para frenar en seco y olvidarme, pero tal vez lo hubiera conseguido si no hubieras sido por las Pilis. Lo cierto es que nadie había podido relacionarme con la muerte de Mari, ni con la desaparición de José Marchena. Fundamentalmente porque todos pensaba que el Chata seguía vivo y que era el asesino de la chica de las Veredillas. Es cierto que yo la conocía pero nadie me había visto hablar con ella el día que desapareció. Jaime y yo no habíamos llegado a ser novios, ni siquiera a salir juntos o a dirigirnos la palabra en los últimos días. Su propio interés en mantener la distancia conmigo jugó en su contra, nadie pudo relacionarme más allá de haber ido alguna vez a su tienda o compartir instituto con ella, pero si hubiera sido por eso, entonces hubieran tenido que sospechar de medio barrio.
Nadie me preguntó, nadie me consultó, ningún policía me entrevistó. Estaban perdidos, no tenían ni puta idea de por dónde buscar siquiera al sospechoso principal. Entonces mi madre decidió que yo tenía que retomar el instituto. O eso, o ponerme a trabajar, que ya estaba bien de hacer el vago todo el día, tenía que espabilarme.
- No estás inválida ni te han quitado un brazo ni una pierna - observó mi padre con brutal objetividad. No hay mucho tiempo en una familia pobre para dedicar a la pena ni al duelo, algo de cariño y de comprensión quizás hubiera ayudado, pero claro, eso era demasiado pedir a mi padre. A él lo habían criado entre bofetadas y jornadas de faena extenuante. Como trabajo para mí no había, me hicieron volver al instituto.
Odiaba ir. Desde el primer día todos me miraron raro. Hasta entonces había sido poco menos que invisible, lo cual me exasperaba a veces. Envidiaba a las chicas que destacaban, a las que llevaban la voz cantante, las que se llevaban a los chicos de calle. Sin embargo, ahora recibí una atención no deseada. Me sorprendía leyendo las miradas de todos los compañeros y compañeras con los que me cruzaba. Desde la pena y la lástima de la mayoría, al rechazo y la curiosidad morbosa de muchos. Ambos extremos me agobiaban. Créeme, no desees nunca saber lo que piensa la gente. Siempre te decepcionan.
Ni siquiera aquellas más cercanas, a las que podría considerar algo parecido a mis amigas, trataron de entenderme, de darme algo de apoyo. Casi podría decir que suspiraron con alivio cuando decidí incomunicarme en un rincón del patio durante el recreo. Apenas había faltado un mes y parecía que había estado un siglo alejada de todo aquello. No encajaba ya en ningún sitio.
Y hubo alguien para quién eso no pasó desapercibido: las Pilis. Todos las conocemos así aunque solo una de ellas se llama Pilar realmente. A lo largo de esta historia creo que ya ha salido a relucir que algunas chicas hacían determinadas cosas por dinero, incluso desde muy jovencitas. Pilar era una de ellas. Como siempre suele suceder, las cosas no empiezan de esa manera. Nadie se vuelve un yonki de repente, ni un atracador, ni una puta.
Todo empieza con la fiesta y el subidón que te dan las drogas hasta que dejas de controlarlas y son ellas las que te controlan a ti. También piensas que no pasa nada por dar un pequeño palo, un robo en un coche, un tirón a una señora pija o unos paquetes de cerveza de la despensa de un tendero, una pequeña propina y un subidón de adrenalina para divertirte, hasta que un día te ves disparando una recortada contra un pobre diablo, detrás de la barra de un estanco o tras el mostrador de la farmacia.
La Pili tuvo el éxito con los chicos que yo no tuve. No le faltó un chaval guapo del brazo desde prácticamente que empezó con la adolescencia. Los primeros, sin duda, por amor o quizás por el celo que provoca la química en las hormonas adolescentes. ¿A qué chica no le gusta que la quieran? ¿Quién le hace ascos al dulce sabor del sexo joven y apasionado? Y una vez roto el tabú, una vez que el sexo regalado se convierte en algo habitual ¿por qué no ir más lejos? Algunas aprenden muy pronto el poder que ejerce sobre los chicos eso que tienen entre las piernas.
De modo que aquello que empezó dando por amor y luego por placer, terminó dándolo por interés. Muchos hogares no estaban muy boyantes y desde luego, las chicas de las Veredillas no podíamos permitirnos caprichos. Aunque aquello que nosotros llamamos capricho era simple y pura necesidad en la mayoría de los hogares normales. Unos zapatos decentes, estrenar alguna vez ropa nueva, poder comprar productos de higiene femenina, tener unos pendientes que evitaran que se te cerrara el agujero de la oreja…El simple hecho de que un chico te paseara en su moto y te llevara a la playa del Palo a invitarte a un refresco era todo un lujo que casi todas ambicionábamos.
Pilar se dio cuenta de que podía tener todo eso y más. Y no precisamente trabajando. Y si además no tienes demasiados escrúpulos, y dejas de centrarte solo en aquellos que te gustan y amplias el límite de edad a hombres más mayores, no faltará quién te silbe al pasar.
Pili hacía tiempo que no iba por el instituto, sus intereses estaban en otro sitio. Básicamente, en el asiento de atrás de un coche, en cuartuchos, solares abandonados o cualquier rincón donde pudiera intercambiar sexo por favores.
Tan viejo como el mundo. Igual de antiguo que el tema de buscar la evasión rápida y placentera que provoca la droga o el alcohol, y que al final te vuelve esclava. Pili tenía un poco de todo eso pero no era muy distinta a nosotras, podía haber salido, podía haber cogido otro camino, pero ella eligió conscientemente lo sencillo, lo fácil. Eligió equivocarse. Y además arrastró a Conchi.
Conchi, moldeable y sin voluntad propia, pegada a ella como su sombra. Deseando emularla, pensando que el dinero te lo regala la vida solo por tener un cuerpo joven y apetecible. Tanto la imitaba que al final dejo de ser Conchi para que la conociéramos simplemente como la Pili 2, y de ahí, al final, el nombre de las Pilis, porque siempre iban juntas a todos lados y lo que hacía la una lo hacía la otra. Al seguirla con los ojos cerrados en todas sus movidas reforzaba su conducta. Perdieron cualquier rastro de honorabilidad que pudieran tener, y con ella, el respeto de los que las conocíamos, para luego acabar perdiéndoselo a sí mismas.
Esas dos eran como la protagonista de la canción La Negra Flor de Radio Futura. “Cuando hay más jaleo, te veo pasar”… allí donde había follón ellas estaban juntándose con lo mejorcito del barrio, fumando tabaco del bueno, manejando algún que otro billete, con ropa de marca y sin que le faltaran bebida ni costo de calidad.
Y allí se encontraba una de ellas esperándome. A la salida del instituto.
- Eleni ven, que tenemos que hablar.
- ¿Qué quieres?
- Aquí no.
Nos apartamos unos metros y cuando estuvimos a solas me preguntó a bocajarro:
- Eleni ¿tú quieres ganarte un dinerito?
- ¿Haciendo qué?
- Pasando un buen rato.
No me molesté en contestar. La mirada escéptica y dura hablaba por mí. Empezaba a intuir por dónde iba la propuesta y no me gustaba nada.
- Venga chica, no pongas esa cara: será divertido y te llevarás un dinero ¿no quieres tener unos vaqueros o unas botas como las mías?
- Si para eso tengo que abrirme de piernas, no.
- A ti ya te han abierto de piernas y bien abierta ¿Qué más te da? Sácale un poco de provecho porque otra cosa no te vas a llevar.
La fulminé con la mirada pero ella me ignoró. Demasiado estaba acostumbrada a que los reproches le resbalaran. Y siguió a lo suyo.
- No te enfades gorriona, que yo soy un poco bruta pero en el fondo lo que quiero es hacerte un favor.
- Pues ahórratelo.
- No entiendes de que va esto ¿verdad? Tú y yo ya no somos chicas normales: la gente habla. Nos va a costar mucho encontrar novio y desde luego no aquí, en el barrio, así que mientras emigramos ¿por qué no aprovecharnos? Benefíciate de la mala fama como he hecho yo.
Ahora ella era la que me taladraba con la vista. Dio una calada y echando el humo de lado me miró de arriba abajo.
- Oye, siento mucho lo que te pasó pero lo que yo te estoy proponiendo no es igual. Es gente que te trata bien. Incluso chicos guapos que te harán disfrutar. Puedes probar y luego si no te gusta...
- No necesito probar nada - le dije desabrida, casi escupiendo las palabras.
Ella me pilló el tono y esta vez sí pareció ofenderse un poco, o tal vez era simplemente que esperaba hacer negocio conmigo y le había fastidiado a los planes.
- Tú misma. Pero créeme si te digo algo, que de esto se mas que tú: los chicos son unos cabrones, eso no hace falta que te lo cuente porque tú misma lo has podido comprobar. Encontrar un tío que aquí te trate bien es un milagro, si no te la dan al principio te la dan al final. Puedes seguir siendo la pobrecita Elena y seguir preocupándote por una reputación que ya no tienes, o puedes empezar a aprovecharte tú de ellos. La Conchi y yo hacemos lo que nos da la gana, nadie nos obliga y no somos peores que aquellas que se dejan follar gratis por un novio que al final va acabar jodiéndolas igual.
Di medida vuelta y comencé a alejarme de ella: no quería seguir escuchándola.
- Si al final te decides estaré sobre las nueve en el cañaveral. He quedado con un chico, si vienes te lo presento. Te aseguro que te gustará.
Yo sería caminando sin volver la vista.
- Al final te joden Eleni, de una forma u otra te joden ¡sácale partido no seas tonta! - Fue lo último que me gritó antes de que girara la esquina y la perdiera de vista.
Esa tarde me encerré en mi cuarto sin comer. Una extraña fiebre se había apoderado de mí y me tenía revuelta. Hasta la cualquiera del barrio se pensaba mejor que yo ¿Es que acaso no veía la diferencia en que entre que te violen y que te abras de piernas al primero que llegue? Pero no, incluso la Pili se podía permitir mirarme desde arriba y levantarme la voz. El chico al que amaba había demostrado ser un perfecto capullo; su hermana una mala puta; la gente me señalaba sin que yo o hubiera hecho nada malo, solo era una víctima; y para colmo, mi familia parecía darles la razón mirándome como si estuviera loca, como si yo fuera incapaz de comprender que cuando la vida te marca, te tienes que dar por jodida y ya está.
Pues no, no estaba dispuesta: en una cosa tenía razón la Pili, y es que tendría que emigrar de aquel barrio de mierda, pero antes de irme haría una pequeña limpieza. Por culpa de tías como las Pilis había cerdos que pensaban que todas las chicas teníamos un precio. Eran un imán para los monstruos como el Chata, los atraían y luego pagábamos las que no teníamos culpa.
¿Qué mal había hecho yo para que me arrastraran a aquella infecta cabaña? Jamás había pensado en vender mi virtud, ni en entregarme a otro sino aquel a quién amara. Solo tuve la mala suerte de cruzarme en su camino, en el camino de un monstruo que venía buscando a una chica de las que regalan sus encantos, o de las que los cobran, y ese día (mira por donde), no la encontró y decidió raptarme a mí.
No se puede atraer a las alimañas habiendo ovejas sueltas. Si cebas a los lobos estos acaban haciendo presa en todo lo que se mueve. Y estás eran de las que le daban carnaza.
Tomé una decisión. Allí tumbada en la cama y mirando el techo: mientras revisaba el mapamundi que formaban los desconchones, supe que volvería a matar. Yo tenía un poder y debía emplearlo. Estaba sufriendo una metamorfosis dolorosa pero necesaria: había dejado de ser una víctima y ahora era una cazadora. Dejé de ser una de cría con la cabeza llena de pájaros, insegura y llena de miedos y ahora pisaba fuerte y con confianza. Yo decidía y ¿sabes qué? que empezó a gustarme la nueva Elena. Empecé aceptarme y pronto me gusté. Ahora yo era el lobo que había probado la sangre y ya no renunciaba a alimentarme.
Y mi alimento era eliminar el mal de mi alrededor.
Al anochecer me dirigí al cañaveral. Una idea alumbraba mi voluntad aunque todavía no le había dado forma. Pilar era un faro que atraía a lo peor de los hombres a nuestro barrio, pues bien: yo apagaría ese faro.
La muerte del Chata había eliminado al monstruo pero eso no lo sabía nadie, de la misma forma que tampoco sabía nadie por qué había muerto Mari. No podía darle publicidad sin delatarme, no podía explicar las verdaderas razones de la muerte de una, ni resolver el enigma del otro sin señalarme. Pero sin duda el castigo a Pili sí sonaría como una advertencia alta y clara para las chicas que se vendían.
Sabía que podría encontrarla en el cañaveral y si la suerte me acompañaba un poco, quizás sola. Antes, pasé por la casa abandonada donde había vuelto a esconder la pistola en otro agujero distinto, junto con las botas del Chata, una cazadora vieja verde militar que usaba y también la navaja que le había cogido. Me calcé las botas de media caña, apretando bien en el tobillo ya que me quedaban varios números más grandes, me eché la cazadora por encima y me guardé un trozo de cordel con la navaja en un bolsillo y la pistola en otro. Me colgué la mochila y salí en busca de la Pili.
No voy a tratar de explicarte a la transformación que obró en mí ese ritual y sentir sobre mis hombros las prendas del monstruo. Fue un subidón, ya no temía a los fantasmas, al contrario: los perseguía, tenía el poder y el miedo de mi parte. Era ira y fuego en movimiento. No te pido que lo entiendas, tú no eres yo. Jamás comprenderías lo que se siente, jamás entenderías mis motivos, somos distintos, tanto como lo es un tigre y su presa. Dos mundos diferentes que se encuentran pero no se comprenden.
Caminé hacia la acequia seca que conocemos como el cañaveral dando un rodeo por la parte de campo, evitando las calles y la pista de tierra que llevaba hasta ella. Se había hecho de noche y desde la muerte de Mari, el barrio se mantenía desierto a esa hora. La gente y (sobre todo las chicas), tenían todavía miedo de salir. Me sentí plena, satisfecha, porque sabía que era a mí a quién temían. El monstruo había salido a cazar de nuevo, pero era un monstruo distinto, diferente, justiciero y pletórico de su fuerza recién descubierta ¡Ahora sé cuánto me arriesgue y cuánta suerte tuve! Si me hubiera pillado la policía en esos momentos… todavía patrullaban y buscaban al Chata. Si me cogen con su chaqueta y botas hubiera acabado todo. Ahora es distinto, tengo método y experiencia además de buena suerte ¿sabes?
Bueno, como te he dicho, el cañaveral era un antiguo canal de riego seco y roto en varias partes, más allá de las últimas casas del barrio y solo llevaba agua cuando llovía. Se formaban pequeños charcos allí donde la acequia estaba quebrada y el agua se dispersaba. De día iban los chicos a jugar, a tratar de cazar ranas… de noche iban las parejitas buscando intimidad entre las cañas que allí crecían. Esa noche había una pareja, solo había alguien tan loco para aventurarse y yo sabía que era Pili.
Un coche pequeño, oscuro, con rayones a los lados y un bollo en la parte de atrás. Los cristales bajados porque era una noche un poco bochornosa, dos siluetas entrelazadas dentro, bailando una danza íntima como si fueran sombras chinescas proyectadas sobre una sábana. Me acerqué sin ser vista, ocultándome en el cañaveral que rodeaba el claro. Me percaté de que ella estaba arriba, recogido el pelo en una coleta, la barbilla levantada y sus pechos ofrecidos como el mascarón de proa de una embarcación que riela las olas.
Perdona que me ponga un poco poética, quizás ese lenguaje ahora está de más, pero es que todo era como un sueño: me veía a mí misma protagonista de en mi propia película. Entre tú y yo ya no hay mentira así que te seré sincera. Aquella visión me excitó. Por lo que veía y por lo que estaba a punto de pasar. La sangre me hervía y el cuerpo se me preparaba para matar, para alcanzar un nuevo orgasmo de placer y furia. Todavía no sabía cómo, pero sabía que esta noche habría sacrificio a la diosa de la justicia.
En un momento dado se abrió la puerta y ella salió con una minifalda enrollada alrededor de la cintura, dejando ver sus largos y delgados muslos y la mata de pelo negro entre sus piernas. Junto con ella salió un chico moreno de unos veintitantos años, con aspecto agitanado. La luz del coche quedó encendida al dejar la puerta abierta y pude comprobar que el chaval era musculoso, con unos buenos pectorales y bíceps, piel oscura y no sé si guapo, no pude verle la cara. Entre las piernas le colgaba un buen badajo que se movía a un lado y a otro, como señalando a derecha e izquierda, como buscando de nuevo acomodo en la cavidad húmeda y palpitante que acababa de abandonar. No, no era mal ejemplar, tuve que reconocer. Ella intentó hacerle una caricia con la mano, atraerlo hacia sí misma para besarlo, pero el chico, con un movimiento hosco le sujetó la mano y la volteó, abrazándola por detrás. Desde esa postura le sobo las tetas mientras ella restregaba su culo contra la polla. Un beso intenso en el cuello la hizo gemir alto y claro, sin esconderse y sin vergüenza, aunque deberían suponer que no había nadie cerca. El segundo beso se transformó en mordisco, por lo que parece, porque ella dio un grito y se fajó del abrazo mientras intentaba dale una bofetada.
- ¡Gilipollas! ¡No me muerdas que me dejas marca!
El muchacho la tomó de los brazos y la empujó contra el capó.
- No te pongas ahora chulita que sé que te gusta – entonces, la forzó a darse la vuelta y sujetándole con un brazo la espalda, con el otro maniobró su verga hasta penetrarla desde atrás.
- Despacio que me haces daño.
- Cállate zorra, no me digas ahora que me pare después de haberme calentado - dijo mientras empezaba a culear.
Apreté un puño dentro de la chaqueta aferrando el revólver cuando oír gritar a la Pili. Negros recuerdos me asaltaron y estuve a punto de plantarme allí en dos pasos y volarle la cabeza al muy bestia. Por un momento, imaginar la piel blanca de la espalda de Pili llena de sangre de aquel idiota me produjo un subidón. Me contuve unos minutos, lo justo para comprobar que la chica aguantaba las embestidas más fastidiada que dolorida. Parecía poder con aquello. Miraba hacia atrás como desafiando al pavo, amortiguando cada vez más sus grititos que hacia coincidir con cada metida de polla. Y pronto, un relámpago de lujuria pura y dura atravesó su rostro. En qué momento la molestia se fue transformando en placer es algo difícil de determinar. Hubo un punto en el que yo no tenía claro si disfrutaba o sentía fatiga, pero poco después, ya no tuve dudas. Empinaba el culo para mejorar el ángulo de penetración y sentirla mejor. Su cuerpo estaba tenso y los grititos se habían transformado de nuevo en jadeos, altos y fuertes.
- Dame, dame, dameeeee…..- exigía gimiendo con voz rota por el placer.
El chico aumentó el ritmo de sus caderas mientras resoplaba como un venado en celo. Sus brazos se tensaron al agarrarla de la cintura e imprimir más fuerza a sus pollazos, haciendo que sus bíceps formaran bola y se marcaran sus venas. Es increíble con qué nivel de detalle podía ahora absorber toda la escena. Como a cámara lenta, veía desarrollarse el encuentro entre esos dos cuerpos, jóvenes, casi animales, en una danza de sexo y morbo. Podía incluso oler sus feromonas, sus fluidos, sentir cada pestañeo de Pili cuando la verga entraba hasta el fondo, cada contracción de la verga del muchacho que anticipaba su eyaculación, cada jadeo formándose en la garganta incluso antes de ser emitido. Que quieres que te diga, yo misma estaba cachonda pérdida. Me imaginé disparándoles a ambos justo en el momento de su orgasmo y una conmoción me recorrió entera. Por un momento me tambaleé a punto de caer, tropezando con algo duro que había en el suelo. Era un trozo de hierro, un mástil de unos cincuenta centímetros, posiblemente el mango de alguna herramienta. Lo tomé y lo puse a un lado. Si no fuera porque estaban en todo su apogeo, quizás me hubiesen oído. Pero ellos estaban a lo suyo… y yo a lo mío, que en ese momento era meter la mano entre el pantalón y mi vientre y masturbarme furiosamente, mientras a todo aquel cuadro de sexo y morbo añadía unas pinceladas rojas de sangre, imaginando mi irrupción en la escena.
- No me lo eches dentro, córrete fuera – consiguió articular Pilar – fuera, cabrón ¡sácala ya! – exigió entre golpeteos secos de carne contra carne de la pelvis del chico chocando contra sus nalgas.
Por un momento pareció que no iba a obedecer porque no aflojó ni el ritmo ni la intensidad. La tenía a su merced y a pesar de todo su genio y su descaro, Pili, no podía (o quizás no quería) revolverse. Un brazo torcido en su espalda, que el hombretón sujetaba con una mano y con la otra, dejando caer su peso sobre sus omoplatos, la forzaba a mantener la postura, sometida a su fuerza bruta. Pero en el último instante, el mocetón se separó, sacando la verga y masturbándose sobre el culo de ella. Si estaba aliviada no lo demostró en ese momento. Solo se dio la vuelta y se arrodilló frente a él, esperando recibir la descarga que llegó en forma de una lluvia de semen que le puso perdida la cara y las tetas. Esperó paciente a que el torrente amainara y justo cuando él estrujaba para sacar las últimas gotas, ella le cogió los testículos y cerró la boca sobre su glande, sorbiendo con avidez. El chico se dejó hacer: los muslos fuertes plantados en el suelo, acariciando su pelo mientras ella chupaba y lamía golosa. Finalmente se separó y se puso de pie, sacudiéndose las rodillas de tierra y hojas. Todavía se exhibió un poco más, provocadora, mostrando los restos de semen en sus tetas como si fueran condecoraciones.
Me tuve que morder la lengua para no gritar: un orgasmo me sacudía y yo intentaba contenerlo para no hacer ruido ni delatarme. Mi cuerpo se sacudía entre convulsiones, fue largo, intenso… hubo un momento en que me abandoné. Hubieran podido sorprenderme y hacerme lo que hubieran querido porque no era capaz de reaccionar, solo dejarme recorrer por el placer. Al retirar la mano de mi entrepierna estaba chorreando. Un olor a sexo, mi propio sexo, me llegó hasta la nariz.
Cuando me pude recuperar vi que Pili ya estaba vestida y reñía con el chico. Había recobrado el aire chulesco y parecía encararse con él. Discutían por algo. Al final él metió la mano en el bolsillo y saco una cosa que brilló un instante: era una cadena con un colgante, parecía de plata. Ella sonrió satisfecha y la tomó con la mano sopesándola.
Luego se despidieron. Él se marchó y Pili se quedó sola, quizás esperando a otro “amigo”. Hay que reconocer que le echaba ovarios. Con un asesino suelto y ella allí de noche, expuesta a lo que viniera. Igual esta vez no iba a resultar tan fácil, me dije. No obstante, di unos pasos hacia ella, haciéndome visible. Llevaba el mango de hierro en la mano, colgando a mi costado.
- Hola Pili.
Ella se removió inquieta. Mi voz le resultaba familiar pero no mi aspecto, lo que la hizo recelar.
- ¿Quién eres?
- Soy Elena.
Me acerqué hasta que pudo reconocerme. Entonces suspiró tranquila:
- Vaya, de forma que al final te has decidido a venir… ¿De qué vas disfrazada?
- Prefiero que me confundan con un tío, no quiero más sustos. Traigo esto para defenderme – le aclaré al ver su mirada fija en el hierro.
- Así no te vas a comer una mierda chica. No vuelvas a venir con esa pinta. Hay que gustar a los hombres y una ropa provocativa es tener hecho un 80% del trabajo.
- Ya…
- ¿Me has visto con el gitano?
- Sí ¿De verdad es gitano?
- Solo medio, por parte de padre. Mira lo que me he ganado – indicó mostrándome con orgullo la cadena de plata – pesa bastante, debe valer una pasta. Y además me ha dado un buen trozo de chocolate ¿quieres que nos hagamos un peta?
- Prefiero no fumar. Estoy un poco nerviosa.
- Pues por eso, esto te relaja – dijo mientras comenzaba a liarse un porro.
- Tenias algo que proponerme ¿Era esto?
- Ya has visto que fácil es sacarse un dinerito ¿Te ha gustado el espectáculo?
- Me ha parecido interesante ¿Has disfrutado? - Pregunté contestando con otra pregunta.
- Ha estado bien, aunque esta vez no me he corrido. El Manolo es un poco bruto e impaciente. Pero hay otros que sí saben hacértelo – indicó con una sonrisa morbosa.
- Mira – continuó mientras daba una calada profunda – tenías que haberte mostrado antes. Esto era una prueba, quería verte follar con él.
- ¿Una prueba?
- Sí. No es aquí donde te quiero, haciéndome la competencia a mi o a Conchi. En el barrio nos bastamos solas y ya tenemos nuestros líos.
Tampoco somos putas de esquina ¿sabes? Elegimos con quien estamos y mejor que no te entrometas.
- Entonces ¿que querías de mí?
- Mira, a veces nos invitan a fiestas. Gente de pasta que conoce el Pelao. Ya sabes, les pasa costo y otras cosas. Fue él quien nos lo propuso. Tíos que manejan, de los que te recogen en el Muelle Uno con el barco y te dan una vuelta por la costa, o te llevan a una villa bonita con piscina y jardín, champagne y coca, nada de cerveza y canutos. Echas una buena tarde y te traes un buen pico. A veces también te hacen un regalito extra. A mí una vez me dieron un reloj bueno y en otra ocasión nos trajimos unos pendientes de oro.
- ¿Son jóvenes?
-Hay de todo.
- Y ¿que piden?
- Pues básicamente están hartos de pijas que ponen cara de asco para todo. Lo que quieren es una chavala apañada que le guste follar y no ponga pegas a nada. Pero no te preocupes, hay alguno un poco especialito pero la mayoría solo quieren disfrutar, no te van a pedir cosas raras ni te van a hacer daño.
- ¿Y por qué quieres que os acompañe?
- Por la variedad, chica, que no te enteras. Esa gente se aburre de ver siempre las mismas caras, tenemos que darles vidilla porque si no se buscan a otras. Chavalitas jóvenes de barrio dispuestas a dar marcha si eres generoso, abundan. Así que Conchi yo nos montamos el espectáculo pero hemos pensado que si te metemos a ti, será una novedad: las tres juntas podemos ganar bastante.
- ¿Las tres juntas? ¿tendría que...?
- Ya te acostumbrarás, solo es sexo. Simplemente nos acariciamos y jugamos un poco para ponerlos a tono, no pasa nada. Ni la Conchi ni yo somos lesbianas. Entonces ¿qué? ¿Te animas?
- Tengo que pensarlo.
- Pues no pienses mucho que este sábado tenemos guateque. Si tú no vienes buscamos otra.
- Mañana, cuando salga del instituto, te doy la respuesta.
- No te olvides de la prueba.
- ¿Qué prueba?
- No quiero movidas ni rollos una vez en faena. Nada de lloros ni de montar el espectáculo. Tengo que estar segura de ti. Tienes que gustarles, así que tengo que verte follar antes.
- ¿Por eso me citaste aquí? ¿Para que follara con el gitano?
- Me da igual aquí y con el gitano que en otro sitio y con otro. Si quieres funcionar con nosotras me tienes que demostrar que estás a la altura.
- ¿A la altura? ¿Que si yo estoy a tu altura? Jajajaa.
Hasta yo misma me estremecí con el tono de mi risa, que tenía un punto macabro como si anticipara lo que iba a suceder unos instantes después. Pilar me miró sorprendida, pareciera que por un momento hubiera atisbado quién era realmente yo, como si hubiese podido levantar por un instante la esquinita de uno de los velos que cubrían mi interior y se hubiera asomado a mi alma negra. No, no me importa definirme como un demonio, ni como una bruja, ni como una asesina… tú misma puedes llamarme lo que quieras que no me molestaré, incluso puede ser que me sienta halagada.
Como te decía, en ese momento Pilar se inquietó como si hubiera tenido un pequeño atisbo de comprensión de lo que tenía delante: el lobo bajo la piel de cordero.
- ¡Eh tranquila! - dijo – bueno, vámonos que aquí ya está todo el pescado vendido esta noche. No creo que se acerque nadie más - y empezó a caminar hacia las luces de las casas más cercanas
El primer golpe no la derrumbó pero la dejó tambaleante. Su cuerpo no llegó a caer pero su cerebro se desconectó por la fuerte sacudida y el dolor intenso. En una rápida sucesión le pegué tres o cuatro veces más, incluso mientras caía de rodillas, golpeándola las costillas y en la espalda. No pudo emitir ningún grito, solo un gemido sordo y apagado. La arrastré aún viva hasta un arbusto cercano y usando el cordel la estrangulé, apoyando el pie en el árbol y tirando de ella. Utilicé el hierro para penetrarla, tras dejarla desnuda, y luego la cubrí con la chaqueta del Marchena. Antes de irme, cogí la cadena que le habían regalado y la desplegué sobre su vientre, con el Cristo de Dalí justo en su pubis, lanzándole al cuerpo aún caliente unas últimas palabras a modo de epitafio:
- No te equivoques Pilar, tú y yo no somos iguales, de hecho no nos parecemos en nada aunque me haya excitado viéndote follar con el gitano.
Me largué de allí escabulléndome campo a través para que nadie me viera. Al día siguiente fue una conmoción cuando descubrieron su cadáver. Esta vez sí, la policía tomó el barrio, una auténtica locura, te puedes imaginar. Todo el mundo estaba convencido de que el Chata seguía suelto. Mi madre me prohibió salir a la calle y no se veía en cuanto caía la noche, a ninguna chica sola andar fuera de casa. Una vez más pasó que entrevistaron a medio barrio pero a mí me dejaron al margen. Parece que mi condición de víctima me eximía de toda sospecha.
Pasé una semana madurando que el trabajo estaba incompleto. Con el olor a sangre todavía impregnando mi olfato y el cuerpo pidiéndome dar otro escarmiento, debía completar la tarea con el cabo suelto que quedaba, que no era otro que Conchi, la otra Pili. El mensaje quedaría así enviado alto y claro. Pero ¿merecía Conchi morir? Ahora ya no tengo esos reparos. La misión y el placer de la caza están por encima de cualquier consideración moral. Pero entonces todavía arrastraba el lastre de cierta piedad, de algún vestigio de auto justificación, de algo de reparo a la hora de matar. Cuesta deshacerse de tu yo antiguo, no es tan fácil, aunque lo cierto es que la total ausencia de remordimientos ya me indicaba cuál era la dirección en que me encaminaba.
Decidí posponer la decisión hasta que me encontrara con ella. Lo cierto es que había desaparecido y no se la veía por ningún lado. Igual que su alter ego, la Pili, hacía ya meses que había dejado el instituto y si antes era relativamente fácil encontrártela por la calle, o en algún local del barrio socializando o pendoneando (según a quien le preguntaras), ahora llevaba varios días desaparecida. A pesar de las protestas de mi madre comencé a salir sola. Lo cierto es que el barrio era un hervidero de Policía y de vecinos que escrutaban a todo aquel, extraño o no, que resultara sospechoso.
Pero yo no. El diablo siempre escoge los mejores disfraces cuándo sale a trabajar. Hasta que no es demasiado tarde no notas el olor azufre. Así que podía moverme con total libertad evitando hacer preguntas directas pero poniendo oído, porque de todas formas no había otro tema de conversación. Al final se acababa una enterando de todos los rumores alocados, cambiantes e increíbles, que no añadían más que confusión a todo lo sucedido.
Tres tardes estuve saliendo hasta que me la crucé. Caminado con la mirada un poco perdida, parecía más desconcertada que asustada. Me acerqué a ella y le pregunté:
- Tía ¿estás bien?
Me miró con esos ojos de cabra que tenía (era un poco estrábica tenía los ojos algo saltones). Gastaba peor tipo que su amiga Pili (aunque sabía sacarse partido) y desde luego era bastante menos decidida e inteligente. Parecía una réplica del todo a cien, una versión mala y barata de la choni de barrio que había sido su amiga.
- ¿Eh? Si...
Conchi me tomo del brazo apretando muy fuerte, casi hasta hacerme daño.
- Eleni que alegría verte... Vaya palo, te has enterado ¿no?
- ¿Y quién no? ¿Hay alguien en toda Málaga que no lo sepa?
No parecía estar en la realidad. Asintió con gesto grave y luego vi cómo se descomponía su rostro y una lágrima recorría su mejilla. Empezó a moquear pero sin hacer el más mínimo intento de limpiarse la cara. Como si su cuerpo y su mente estuvieran disociados. Su cerebro parecía haberse ido de visita a otro mundo. Tras lo que parecieron un par de interminables minutos pareció volver en sí.
- ¡Qué puta mierda Elena, que puta mierda!
Me bastaron cinco minutos de charla para entender que Conchi se había quedado huérfana. Su norte y su guía había sido siempre Pili, creció a su sombra y sea como fuere que ella consideraba lo que era su vida, parecía sentirse dueña de la misma, satisfecha de sus manejos. Pero ahora, una vez caído el árbol que la cobijaba, estaba a merced de los elementos. El tema era más penoso y profundo de lo que yo pensaba: en todos estos días no había podido superar el shock y lo que es peor, se lanzó de cabeza a la corriente, dejándose llevar por la misma e incapaz de reaccionar ni de buscar un punto de salida.
- Necesito que me hagas un favor. Llégate a donde el Pelao y pídele un gramo - dijo poniéndome un puñado de billetes arrugados en la mano - No le digas que es para mí ni tampoco que me has visto, llevo todos estos días escondida.
- ¿Un gramo? ¿De coca?
- ¡No, idiota! de caballo.
Me fijé en sus brazos y entonces caí en la cuenta. Distinguí varias picaduras en cada uno de ellos.
- No me jodas Conchi...
- Lo necesito, enróllate…
- Yo no voy a ir donde el Pelado y mucho menos a comprarle caballo.
Me miro con un cansado hastío, como confirmando que el mundo conspiraba contra ella y después, se apoyó contra la pared, como si le costara mantenerse en pie.
- Oye ¿y por qué estabas escondida?
- Le debo pasta, llevo pillándole desde que mataron a Pili pero no he podido hacer dinero para pagarle. Esto es lo último que he podido juntar pero solo da para una dosis.
- ¿Y por qué no te montas una fiesta de esas a las que ibais? Pili me dijo que sacabais un buen pellizco…
- ¿Habló contigo de eso? - contestó sorprendida.
- Sí, me propuso participar.
De repente sus ojos adquirieron vida y su expresión pareció volver a conectar con la realidad.
- Oye qué buena idea ¡Joder! Pili siempre iba por delante. Esa gente apenas nos llamaba ya, parecía que se habían aburrido de nosotras.
La mente de Conchi era toda confusión. Mirar en su interior era como tratar de leer un texto con las palabras desordenadas, pero de repente todo pareció aclararse y cada pieza del puzle encajó en el lugar que le correspondía. Pude ver con claridad lo que había sucedido.
- No vuelvas a venir por aquí con esta yonki de mierda - había espetado el Pelado después de la última orgía, señalando a una colocada Conchi, que parecía más una muñeca deslavazada que la jovencita descarada y fogosa que había hecho las delicias de los clientes, subiendo la apuesta con cada nueva guarrería que practicaba.
No diré que sentí pena por ella: a estas alturas ya había empezado a darme cuenta de que yo no era capaz de ponerme del todo en el lugar de los demás, no tenía (si es que alguna vez la había tenido), capacidad de empatizar, como correspondía a la buena psicópata en que me estaba descubriendo, pero sí tuve un pequeño punto de indecisión, de duda: la Conchi parecía más víctima que culpable. Te juro que estuve a punto de perdonarle la vida, pero hubo un momento de lucidez en su celebro, atormentado por el síndrome de abstinencia, y fue como si me lo gritara a la cara. Aunque no lo dijo, pude leer perfectamente que pensaba que yo era una puta, una guarra que quería entrar en el negocio, que todo lo que se hablaba de mí era cierto y aún más. Su mente no paraba de calcular posibilidades: presentarse donde el Pelao con una nueva pareja, ofreciéndole que concertara citas para pagar su deuda, incluso ya estaba pensando en negociarlo ella, dejándome a mí al margen y ofreciéndome una cantidad bastante inferior a lo que realmente iba a cobrar. Eso le daría tiempo a recobrarse, pensaba. Una primera cita donde disimulase su adicción, en la que yo sería la novedad y me ofrecería como carnaza para que me follaran por todos sitios y en todas posiciones. Hasta dentro de diez o quince días no habría una segunda sesión, lo cual le daría tiempo a recuperarse. Y también tiempo a que con la ayuda del Pelao y un par de buenas hostias (si hacía falta), me convencieran para seguir en el negocio.
Yo, haciendo un esfuerzo por comprenderla y ella allí, vendiéndome al peso como si fuera un trozo de carne ¿Ves lo que te digo? la lástima es un lastre que no nos podemos permitir. De modo que apreté el puño y me guardé el dinero en el bolsillo.
- Espérame en el solar de la calle vieja - le indiqué. Nadie parecía haber reparado en nosotras, la conversación apenas había durado unos minutos y estábamos fuera del paso.
Encontré al Pelado en el parque de la fuente, como siempre rodeado de su camarilla, porro de María en la mano (en esta ocasión tocaba hierba en vez de chocolate) y un litro de cerveza a sus pies. Le extrañó que me acercara y mucho más aún que le pidiera un gramo. Se fijó en mis brazos y luego en mi cara. Me conocía como conocía a todo el barrio y buena parte de Málaga, era un empresario que cuidaba su negocio y le extrañó sobremanera verme allí para pillar.
- ¿Para quién es?
- Para mí.
- Que mal mientes Eleni.
- Si no me quieres vender no pasa nada, ya encontraré quien me pase.
El Pelao curvó su sonrisa de cocodrilo y emitió una breve risita.
-Toma - Dijo alargándome una pequeña bolsita con un nudo - El primero es gratis si me dices para quién es.
Le solté el puñado de billetes que me había dado Conchi.
- No me gusta deberle nada a nadie.
- Excelente filosofía. Ya sabes dónde estoy.
Me di la vuelta y me marché con la papelina.
- ¡Eh Eleni! Ya hablaremos tú y yo - me gritó.
Yo no le contesté, seguí caminando y varias veces me fui dando la vuelta por si alguien había reparado en mí o me seguía, pero parecía que todo estaba controlado. Cuando llegué a la calle vieja esperé un momento a que nadie cruzara, y entonces, me metí en el solar de la casa abandonada. En una habitación al fondo, me esperaba la Conchi con los ojos vidriosos y la mirada anhelante.
- Gracias tía, no sabes lo que te lo agradezco - me comentó mientras se cogía el antebrazo con una goma, frotándose hasta que se le marcó una vena. Calentó en una cuchara la pasta hasta que se volvió líquida y sacando una jeringuilla roñosa, aspiró la masa marrón. Vi cómo se inyectaba el chute. Estuvo quince minutos con los ojos en blanco sin responder a ningún estímulo. Cuando por fin recuperó la consciencia, su primer pensamiento fue “¿Qué hace esta zorra aquí?”. Luego, poco a poco, su mente fue recuperando la memoria.
- Eleni, tengo algo proponerte. Mira, puedes ganar mucha pasta si haces lo que yo te diga, esa gente maneja billetes y tú en tu situación, deberías aprovecharte.
- ¿Cuál es mi situación, Conchi?
- Ya sabes a lo que me refiero, no sé cuánto te pagaba el Chata, pero esto es otro nivel.
- El Chata no me pagaba nada, Conchi: me violó.
- Bueno, vale lo que tú digas, pero el caso es que puedo buscar un buen apaño que nos saque del apuro a las dos. Yo hablo con el Pelao y cierro una cita. Una noche por todo lo alto, ya verás, no nos va a faltar de nada. Esa gente sabe montar una fiesta. Eso sí, al principio, hasta que demuestras que vales para esto, no ganarás tanta pasta, pero no te preocupes que todas hemos pasado por eso: en un mes o dos, acabaras trayéndote un buen fajo de billetes para casa.
Mira tú la lista, la que manejaba… no sabía que yo iba por delante de ella tres pueblos: ¿qué me cuentas, Conchi? Mi mano rebuscó en el bolso y encontró la navaja y el par de guantes del Chata. Deslicé mi mano dentro de uno y abrí la hoja. En ese momento fue como si yo misma hubiera recibido el chute de caballo, era fuego lo que corría por mis venas y sentía una extraña sensación que ya no me era desconocida. No fue nada preparado, llegue allí sin saber el papel que iba a jugar Conchi, si el de víctima o el de indultada, pero en ese momento ya no tuve dudas. Me senté a su lado pasándole el brazo por los hombros. Ella me miró con expresión sorprendida por mi gesto solidario, aunque en el fondo pude ver como pensaba: “ya tengo en el bote a la zorra esta”. Entonces, mi brazo se cerró sobre su cuello, mi mano le tapó la boca y la otra emergió del bolso con la navaja que se enterró a la altura de su corazón, una, dos, hasta cinco veces.
Estaba demasiado débil o demasiado colocada para reaccionar. Sentí sus manos tirar de mi brazo hacia abajo débilmente, en un infructuoso intento respirar o de gritar, quizá pidiendo ayuda, aunque solo un gorgoteo salía de su garganta. Demasiado enfermiza para oponerse, una de las puñaladas debió hacer diana en el corazón, porque rápidamente perdió su fuerza y desfalleció, perdiendo el conocimiento. Las heridas eran mortales y supe que ya estaba todo hecho. Había sido rápida y eficaz y ahora tenía que salir de allí sin que nadie me viera, sin que nadie me relacionara con ella. Pero aunque el barrio estuviera lleno de patrullas y de gente a esa hora, no podía irme sin cumplir al menos una parte del ritual: le baje los pantalones y le acuchillé el coño, los muslos, el vientre, dejándola recostada contra la pared. Yo me retiré una esquina y con las manos aún manchadas de sangre me masturbé. Un placer vivo que me recordaba el que había sentido al hacer lo mismo con la Pili y con Mari. Una intensa sensación que ya se iba convirtiendo en habitual y que mi cuerpo reclamaba. Dejé allí uno de los guantes con la navaja y luego salí con cuidado, esperando un momento en que la calle estuviera desierta. Sobre el suelo quedaron las huellas de las botas del Chata, las que me había acostumbrado a calzar cuando salía a buscar mis presas.
Llegué a casa sin contratiempos. Aprendí a moverme sin destacar, sin llamar la atención. Creo que has podido comprobarlo tú misma. Intuías que alguien te seguía pero nunca me descubriste. Ni siquiera me hubieras percibido si yo no hubiese querido. Pero eso forma parte del juego, es más divertido si provoco inquietud, si avanzo una sombra para poner en tensión a mi objetivo. Resulta tan poco estimulante matar fácilmente…
Al llegar a casa vi que tenía la manga de la camiseta manchada de sangre. Era lo más evidente, aunque el pantalón de mi chándal también tenía alguna salpicadura disimulada por el color oscuro. Me quité toda la ropa y la metí en una bolsa. Luego, fui al cuarto de baño mientras mi madre me llamaba para comer.
- Que ya vooooooooy.
- Si luego está frio no protestes. Que no sé para qué me molesto. Esto parece un hotel en el que cada uno come cuando le da la gana.
Cosas de madre, ya sabes, pero yo en ese momento me miraba al espejo. No había gas porque la botella de butano o la poníamos en la cocina o en el baño, y ahora no tocaba ducharse, pero aun así decidí lavarme entera.
- ¿Pero qué haces ahora ahí?
- Ya voy mamá, que me ha venido la regla y tengo que lavarme.
- Pues no tardes.
Miré mi reflejo en el cristal, tratando de descubrir un atisbo de culpa o remordimiento en mi rostro, pero no pude encontrar ninguno. Mi sexo, rubio y con poco pelo aparecía rojizo. Restos de la sangre de la Conchi, que había dejado al tocarme. De nuevo el subidón y el latir de mis sienes, al que mi cuerpo sigue, despertándose y preparándose para el placer más animal que puedas imaginar. Solo sentimientos primarios en estado puro. Ira, furia, deseo, placer…tuve que volver a masturbarme bajo el agua fría, mientras una marea roja jugaba con mis pies y se colaba por el sumidero.