Érase una vez, su primer beso.
Anochece, la casa reposa en completa calma. Solamente, y muy de tarde en tarde, el viejo frigorífico interrumpe el silencio dejando oír su asmática respiración.
Más allá, en el exterior, se escucha el tenue soplo del viento.
El desván, a través de los resquicios en la cubierta, quedó impregnado con las últimas fragancias del otoño.
Hasta el día de hoy, sus correrías y travesuras fuera del ático, siempre fueron rigurosamente tuteladas por madre que, en este preciso instante, está muy atareada alimentando a sus dos glotonas hermanitas
Está más que aburrida y, como sabe que en el resto de la morada en ese momento únicamente están ellos, toma la decisión de aventurase sola esta vez.
La planta baja respira la quietud de la penumbra. En el ambiente aún perdura el penetrante aroma del último café.
En el patio, meciéndose, un joven almendro proyecta la sombra su ramaje a través del ventanal, fundiéndola con el dibujo a ganchillo de la cortina, va perfilando nerviosas filigranas sobre el techo y la pared.
Ya en la cocina, permanece atenta, espectadora del caprichoso baile de las sombras.
La puerta que da a la corredera acristalada que enlaza la cocina con el almacén, permanece ligeramente entreabierta. Curiosa mira por la rendija, entre la hoja y el marco. Al final hay otra puerta que está completamente abierta, incluso, si afina un poco la vista, puede vislumbrar al fondo, en la oscuridad, alguna que otra forma.
La curiosidad la devora y, venciendo la núbil inseguridad que la oprime, se dirige, eso sí, con mucha cautela hacia allá. Va dispuesta a descubrir los enigmas, que seguramente se esconden en cada rincón. Qué gran placer siente al pensar que, por fin y por si misma, podrá explorarlo a sus anchas, cómodamente, y sin cortapisa alguno. ¡Cuántos tesoros! Y muy pronto todos ellos estarán a su alcance.
A mitad de la galería, un tenue gemido la paraliza... Despacio se gira, comprueba con alivio, que tan sólo es la fricción de una de las ramas del árbol contra el cristal.
–¡Ay, el castaño!
Las vainas ya se abrieron para ofrecer sus frutos. Al fin podrá degustar su carne deliciosa y tierna. Las únicas que hasta el día de hoy ha probado, son de la temporada anterior. Dulces y muy ricas, pero también muy duras. Madre le explicó que se llaman castañas pilongas.
Situada ya en el umbral del almacén contempla, con entusiasta curiosidad, su grandioso e incógnito espacio. En un instante, la retina fisgona, es capaz de distinguir las formas, pero nerviosa, no logra centrar la vista en un punto concreto. Mira a un lado y a otro, sin tener nada claro por dónde comenzar...
Mas, algo, un ligero movimiento en el techo llama su atención.
Despacito penetra en la oscuridad sin dejar de observarlo.
Colgando por los pies, de una viga de madera, hay una temblorosa y solitaria figura.
Si pensarlo dos veces, decidida, se encarama a lo más alto de las cajas apiladas.
Desde ese privilegiado observatorio, ahora sí que puede apreciarlo con todo detalle...
-¡Ah! ¿No tiene cabeza? ¿Y brazos...? -Se pregunta.
Le chista tímidamente varias veces... ¡Pero nada!
–¡Oye tú, cosa! -Esta vez gritándole.
El ser..., primero asoma su cabecita muy despacio... -¡Oooh! -Después nerviosamente, va desplegando, primero una y luego otra, unas magníficas alas -¡Qué maravilla! - Queda paralizada, contemplándolo con total arrobo.
El murciélago, agita varias veces sus alas, y de pronto se suelta dejándose caer. Ella continua sin poder apenas moverse, atenazada por la emoción. Casi a ras de suelo, retomando el vuelo, pasa tan cerca que, en sus labios, ella siente un tibio y húmedo roce.
La última imagen que ve de él, es su silueta de hermosas alas desplegadas, atravesando la ventana cenital, a contraluz con la luna llena.
Apenas recuperada de la sorpresa, de un sólo salto, se planta en el suelo.
Ya corre loca de contento, gritando y sollozando de alegría.
-¡Mami! ¡Mami! ¡Lo he visto! ¡Lo he visto! ¡Mamita, mí mamita!... ¡Oh, mamaíta, lo he visto!
Presa de júbilo y sin dejar de chillar, como una exhalación, cruza la galería, la cocina, y sube las escaleras a trompicones.
-¡Lo he visto! ¡Lo he visto!
Mamá Ratona que hasta ese momento no había reparado en la ausencia de Ratiña, al escuchar tamaño alboroto, se sobresaltó. Rápidamente acomodó entre unos papeles a sus crías que, satisfechas, ya dormían plácidamente.
Preocupada, se dirige presta al encuentro con su hija. Apenas tuvo tiempo de dar un par de pasos. Allí en la entrada, parada y jadeante ya estaba su hijita, totalmente radiante.
-Pero Ratiña, cariño mío, ¿A qué se debe tanto jaleo?
-Mamita, lo he visto ¡lo he visto! estaba allí, esperándome, en el almacén.
-Ven conmigo corazón, y dime qué es lo has visto… ¡estás tan alborozada!
Ratiña se acerco a su madre y mirándola fijamente a los ojos, henchida de gozo, le dijo:
-¡He visto un ángel!
Seguidamente se abrazó a ella y, al oído le musitó:
-Me ha dejado su beso...
Dedicado a los que saben de la oculta belleza,