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Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulo 001
Mi mujer estaba muy pesadita. Nos tenía a mí y sobre todo a mi hija un poquito hartos. Ana, mi esposa, era una persona muy nerviosa y vivaracha, daba gusto estar con ella porque siempre era entretenida, amena conversadora y, en general, lo pasabas muy bien en su compañía. Pero tanto nervio tenía su contrapartida. Era frecuente que padeciera problemas musculares o contracturas. El médico siempre la recomendaba masajes terapéuticos, y mi hija y yo la animábamos a que fuera a algún sitio para recibirlos. A esto ella alegaba que le daba vergüenza que cualquier desconocido la anduviera sobando y siempre se había negado.
No estoy del todo seguro, mi hija Leticia lo niega, pero creo que se decidió por estudiar fisioterapia viendo los habituales problemas de su madre. Desde que empezó a formarse Ana la pedía con frecuencia que le diera masajes, Leti se negaba aduciendo que no estaba preparada, que cuando se viera capaz sería la primera en pedírselo para ir practicando.
Ana tenía treinta y nueve años, bastante más joven que yo. Cuando tenía algo menos de veinte años nos enrollamos una noche sin apenas conocernos y tuvimos la “desgracia” de que se quedó embarazada. Asumí la responsabilidad. Ni ella ni yo fuimos capaces de decidirnos a abortar y nos casamos deprisa y corriendo. Yo ya tenía treinta años y era capaz de mantenernos, por lo que eso no fue problema. La “desgracia” que mencionaba finalmente resultó ser una bendición. Ambos estábamos orgullosos de nuestra hija y cuando llegamos a conocernos mejor nos enamoramos. Sé que el proceso fue al revés de lo normal, lo habitual es enamorarse antes de casarse, pero a nosotros nos pasó al contrario. Algunas veces nos reíamos diciendo que éramos como reyes feudales que se casaban por imposición de las familias sin apenas conocerse.
Leticia, nuestra hija, tuvo la suerte de salir a mi mujer en el físico. Como ella, era esbelta y delgada, preciosa de cara y con las curvas suficientes para llamar la atención. Sé que lo acabo de decir, pero es que estamos muy orgullosos de ella. Además de su físico privilegiado es una chica estupenda, amable y simpática. Su mayor defecto es el mismo que el de Ana. Tienen un pronto salvaje. Si se enfadan por algo dan un poco de miedo por lo feroces que se ponen. Por suerte, les dura poco tiempo. Tan pronto como se enfurecen se les pasa y como si no hubiera pasado nada.
Estábamos una noche cenando en la cocina cuando Ana volvió a sacar el tema.
—Oye, Leti, me duele mucho en el cuello cuando lo giro. Mira — movió la cabeza a los lados haciendo muecas de dolor —. ¿Ves? Casi no puedo mirar a los lados.
—Tómate un relajante muscular — respondió Leticia dando por zanjado el tema.
—¿Y no te crees capaz de hacerme un masajito? Ya llevas más de año y medio estudiando. Yo creo que ya deberías estar preparada. Además — Leti la miraba frunciendo el ceño. Se notaba que no le gustaba la proposición —, soy tu madre, no te voy a criticar si no lo haces bien, jajaja.
—Podrías probar, cariño — intervine al recibir una mirada penetrante de Ana pidiendo mi ayuda.
—Vaaaaaale. Está visto que no me vas a dejar en paz hasta que lo hagamos. Después de cenar te doy el masaje, pero no te quejes si te hago daño o no te sirve para nada.
—¡Qué bien! — exclamó mi mujer dando saltitos en la silla —. Venga, cenad deprisa. ¿Dónde lo hacemos, en la cama?
—No, mejor en una superficie más dura. Como no tengo camilla te lo puedo hacer en esta misma mesa. Ponle unas toallas para que sea más confortable.
—Genial. Voy a por ellas.
Tragó como un pavo el resto de su cena y se fue a buscar las toallas. Leti me miró con picardía.
—¿Quieres que nos riamos un poco de mamá?
—¿Qué tienes pensado? — sonreí. Ana tenía un gran sentido del humor y era muy receptiva a las bromas.
—Ya verás — dijo riéndose entre dientes —. Tú sígueme el rollo.
Ana volvió con la toallas y terminamos apresuradamente de cenar.
—Voy a por mis cosas — dijo Leti levantándose —. Desnúdate — le dijo a su madre —, y túmbate boca arriba.
—¿Cómo? ¿Desnuda?
—Claro, no te voy a dar el masaje con ropa. Quítate todo.
Leti se fue a por sus cosas y Ana me miró. Por educación o por lo que fuera, solía ser bastante remilgada en cuanto a lo de desnudarse. No le importaba que yo la viera, pero creo que llevaba muchos años sin mostrarse desnuda ante Leti.
—Venga, mujer. Haz caso a tu hija. Sabes que tiene razón — dije conteniendo una carcajada.
—Ya, pero…
—Pero nada, ¿te desnudas tú o lo hago yo? — me acerqué a ella extendiendo las manos.
—¡Quita! Ya lo hago yo. ¿Y tú tienes que estar aquí?
—Si, así aprendo y luego te los doy yo.
—Lo que me faltaba, con esas manos que son como panes.
Cogió una tolla y se fue a la habitación refunfuñando. Leti llegó y nos reímos bajito sin decir nada. No hacía falta. Nos pusimos serios en cuanto apareció cubierta con la toalla.
—Venga, dame esa toalla y ponte boca arriba — le dijo Leti.
Ana obedeció. Con el rostro rojo como un cangrejo descubrió su cuerpo completamente desnudo y la ayudé a tumbarse. Se quedó inmóvil como una estatua con los ojos cerrados y las manos unidas sobre su tripa.
—Voy a empezar por los pies para que te vayas relajando — le dijo Leti echándose unas gotas de aceite en las manos —. Tú no te preocupes por nada. Voy a irte explicando lo que hago para que no te sorprenda. Mírame, mami — Ana abrió los ojos y la miró —. Relájate y disfruta, no seas boba.
—Tienes razón, hija. Perdona.
—No hace falta que me pidas perdón — la cogió un pie frotando la planta —. Primero los pies. Dicen que es lo más relajante.
Me senté a su lado y contemplé como mi hija habilidosamente masajeaba los pies de Ana. Todavía seguía ruborizada, pero ya no apretaba tanto los puños.
—Uf, hija, qué bien.
Leti cambió de pie y luego empezó a subir por las piernas.
—Ahora las pantorrillas. Si te hago daño me lo dices.
Observé atento cómo trabajaba Leti los músculos de su madre. Cuando llegó a los muslos le separó un poco las piernas para tener mejor acceso. Ana de vez en cuando resoplaba de gusto. El masaje siguió por la cintura y de ahí pasó al cuello y los hombros, donde se detuvo más tiempo. Al fin y al cabo era la zona dolorida. Cuando terminó con esa zona, Leti me miró y me guiñó un ojo. Se aplicó algo más de aceite y sus manos se dirigieron a la base de los pechos de Ana haciendo que tensara el cuerpo por la sorpresa.
—Tranquila mamá, esto viene muy bien para el drenaje linfático.
Provocó mi sonrisa con otro guiño y amasó con movimientos circulares los estupendos pechos de Ana. El rubor volvió a su carita y se la notaba una expresión contenida. Yo sé que la estaba gustando, le encantaba que la magreara las tetas y entre el aceite y la habilidad de Leti, Ana tenía que hacer esfuerzos para no demostrarlo. El masaje en los pechos terminó con unos suaves apretones en los pezones, que ya estaban duros, seguro que para mayor vergüenza de mi mujer.
—Por aquí ya hemos terminado, date la vuelta, mami — dijo Leti.
—Yo creo que tengo bastante, ya no me duele el cuello — respondió Ana girando la cabeza.
—De eso nada, con lo que has insistido lo vamos a hacer hasta el final. Además, tengo que masajearte el cuello por la espalda para hacerlo bien. Si no, se te puede repetir enseguida.
—Vale, vale.
Ayudé a Ana a darse la vuelta. Leti enrolló una toalla y se la colocó bajo la cadera.
—Esto mejora la circulación durante el tratamiento — explicó mi hija.
Creo que por vergüenza apoyó la cabeza en la mesa mirando hacia el otro lado. Yo disfrutaba recorriendo su cuerpo desnudo. Su culito levantado quedó precioso.
—Ahora cuello, hombros y espalda. Relájate — informó Leti.
Se aplicó en el masaje provocando que Ana emitiera pequeños ruiditos de placer. Tengo que confesar que la cosa empezaba a calentarme. Me había hecho gracia ver cómo Leti la masajeaba las tetas, pero ahora en cambio verla desnuda intentando ocultar los gemiditos de gusto me había provocado una erección.
Las manos de Leti bajaron a los muslos de Ana y los masajearon de arriba a abajo. Luego separó un poco sus piernas y los frotó empezando en las rodillas subiendo hacia arriba. Otro nuevo guiño de mi hija me anunció que preparaba otra travesura. Esta vez sus manos llegaron arriba del todo, lo sé por el respingo que dio Ana. Sentado como estaba no podía verlo, pero supe que Leti rozaba la vagina de su madre cada vez que sus manos llegaban por los estremecimientos que notaba en su cuerpo.
Seguramente Ana no protestaba por vergüenza, y ante su pasividad Leti masajeó sus nalgas con fuerza.
—Esto viene muy bien para mantener firmes los glúteos — dijo Leti aguantando la risa —. Tengo que hacerlo fuerte, avísame si te molesta.
Le dio un sobo impresionante al trasero de Ana, que gemía casi imperceptiblemente. Al contrario que antes, ahora se la notaba relajada, disfrutando del masaje, abandonada a las manos de su hija. Leti dejó escapar una risita y llevó una mano a la parte interna de los muslos de Ana para culminar en su entrepierna. En vez de molestarse, mi pudorosa mujercita separó un poco más las piernas dejando salir un jadeo.
Como desde mi posición no veía nada me levanté. Lo había evitado para no mostrar la bragueta protuberante pero no pude evitarlo. Necesitaba saber lo que estaba pasando. Aluciné en colores al ver los aceitados dedos de Leti acariciando los labios vaginales de su madre. La miré estupefacto. Ella me devolvió una mirada brillante y divertida. Se lo estaba pasando bomba haciendo perrerías a su madre.
—Levanta un poco el trasero mamá. No llego bien — otro guiño de mi hija.
Para mi completo asombro Leti obedeció y levantó el culito. Vi cómo un dedo penetraba en su húmedo coñito. Yo miraba atónito a las dos mujeres de mi vida alternativamente sin acabar de creer lo que estaba pasando. ¡Mi hija estaba haciendo un dedo a su madre y ésta se dejaba! Mi pantalón iba a reventar.
Sin dejar de sacar y meter el dedo, Leti echó un chorrito de aceite en la hendidura del trasero de Ana y la recorrió con otro dedo. Mi mujer llevó un puño a su boca, pero era incapaz de ocultar los gemidos. Estaba disfrutando horrores, tanto que era incapaz de pedirle a su hija que se detuviera.
—Esto viene muy bien para la elasticidad y el riego sanguíneo — explicó Leti justo antes de introducir un dedo en el culo de Ana. Tenía la misma expresión de asombro que yo. Ninguno esperaba que su madre se plegara a cualquier cosa que su hija le hiciera.
Pasmado me quedé, y más aún cuando Ana emitió un largo gemido de placer, seguido por jadeos continuos. Mi hija estaba volviendo loca a su madre penetrando sus dos agujeros. Acudí a su lado cuando me hizo un gesto con la cabeza.
—¿Quieres que mamá te haga una mamada? — me susurró al oído sin detener sus manos.
—¿Qué? ¿Aquí? — susurré anonadado.
Leti solo me miró hasta que asentí con la cabeza.
—Ponte delante de ella y sácatela — me dijo mirando el bulto de mi pantalón.
La hice caso y en algo así como dos décimas de segundo tenía el miembro delante de mi mujer, casi tocando su cabeza ladeada. Yo no tenía el pudor de Ana, aunque tampoco me hubiera imaginado haciendo esto, pero estaba muy cachondo.
—Mami, levanta un poco más el culito, y mira hacia adelante, por favor.
Ana obedeció sumisamente. Levantó más las caderas poniendo el trasero en pompa y enderezó la cabeza. Al ver mi miembro justo delante de sus ojos abrió la boca sorprendida. Aproveché la oportunidad para meterle el glande en la boca.
—Papá también se merece un masaje — saltó Leti —, sé una buena esposa y dáselo, mami.
Yo alucinaba con toda la situación, pero no puse ninguna pega cuando Ana estiró el cuello para engullir algo más de la mitad de mi miembro. Al contrario que yo, Leti no parecía dudar de que su madre cumpliera sus instrucciones. Aún me puso más a tope observar cómo Ana me miraba con los ojos vidriosos de placer. No me pude contener de agarrar su cabeza, menear las caderas y follarla la boca.
—¿Te gustan mis masajes, mami?
Como no contestaba, quizá porque tenía la boca ocupada, Leti la dio un azote y la volvió a preguntar. Su madre gruñó y ambos entendimos que la estaba gustando mucho. Estaba descubriendo cosas de mis dos mujeres que no conocía. Mi hija Leti parecía tener una vena de humor perverso. Por su expresión se estaba divirtiendo. Mi mujer en cambio, demostraba una faceta sumisa que no había expuesto antes. Aunque Leti la había calentado poco a poco hasta excitarla en grado superlativo, tampoco es que la hubiera costado mucho trabajo. Con un simple masaje y tocarla en su intimidad había convertido a su madre en arcilla en sus manos.
Dejé para luego pensar en esas cosas y me dediqué a lo mismo que mi mujer. A disfrutar. Sin quitar ojo de su culo invadido follé su boca sin compasión. Ahora mis resoplidos acompañaban los incomprensibles ruiditos que hacía Ana. Estaba tan caliente que no iba a tardar nada en correrme.
—Avísame, papi — me dijo Leti como si ella fuera la receptora de mi inminente descarga.
Aguanté un par de minutos más dando empellones antes de dar la alarma.
—Ya, hija, ya no aguanto más.
—Adelante, papi.
Vi cómo metía un segundo dedo en el culito de Ana y hacía algo distinto que no puede ver en su coñito. Mi mujer arrancó con un gemido grave y prolongado que sabía era el preludio a su orgasmo. Sin resistir ni un segundo más me corrí en su boca por primera vez en nuestra vida.
Al tiempo que me vaciaba apretado por sus labios, Ana sufría un potentísimo orgasmo. Sus ojos seguían clavados en los míos sin verme realmente. Su gemido había subido de tono y su cuerpo se estremecía al ritmo que le marcaban los dedos de su hija. Fue algo impresionante de contemplar. El orgasmo se prolongó durante muchísimo tiempo y Ana no detenía su gemido ni el movimiento de su culito.
Finalmente todo lo bueno se acaba. Leti sacó los dedos de su madre, recogió sus cosas y se marchó apresuradamente. Yo, sin siquiera limpiarme, guardé mi satisfecha polla en el pantalón. Ana, respirando sonoramente, volvió a reposar la cabeza en la mesa, bajó el trasero y cerró los ojos. A pesar de su sonrojo tenía una expresión tan complacida como la mía.
La consentí unos minutos antes de dar la vuelta a la mesa y mirarla.
—¿Qué tal el masaje, cariño? Parece que tu hija ha aprendido mucho, demasiado quizá — le dije con sonrisa socarrona.
—Creo que lo mejor es que no volvamos a hablar de esto — me respondió alargando una mano para que la ayudara a levantarse. La sostuve cuando le fallaron las rodillas.
—Bien, como quieras — dije como si tal cosa.
La mañana siguiente estaba preparando el desayuno cuando llegó Leti. Esperaba que, como con Ana, no mencionáramos el tema, pero tardó poco en sacarlo a colación.
—Parece que le gustó el masaje a mamá.
—Eh, sí, lo disfrutó bastante — me cohibía un poco hablarlo con mi hija, pero se me escapó una sonrisa que ella compartió.
—La verdad es que se me fue de las manos, solo pensaba hacer alguna diablura, cosquillas o algo así.
—¿Algo así? — dije con cachondeo.
—Jajaja, sí, algo así, pero mamá estaba tan receptiva y tú tan “animado”, que se calentó el masaje un poquito.
—Jajaja, sí, un poquito.
—La verdad es que esperaba que mamá me detuviera, hubo un momento en que se tensó que pensé que se levantaría y me daría un guantazo. Al final no fue ella la que se levantó — me dijo echando una mirada a mi bragueta.
—Pues mira, cariño. Aunque sí que fue excesivo, tengo que reconocer que fue muy morboso — nunca había hablado con mi hija de estos temas así con tanta naturalidad y me estaba gustando —. Tu madre desde luego se lo pasó bomba.
En ese momento entró Ana en la cocina. Leti y yo disimulamos y cortamos la conversación.
—Parece que os haya comido la lengua el gato — dijo sentándose a la mesa —. ¿De qué hablabais?
—De nada — contesté deprisa, quizá demasiado porque me miró con sospecha.
—Ayer te dije que no quería volver a hablar del tema — comentó mientras movía el azúcar en la taza —, pero os quiero confesar una cosa — nos miró a ambos con un ligero rubor —. Me cuesta mucho decirlo delante de ti, hija, pero el masaje de ayer fue una de las cosas más excitantes que he sentido nunca.
—Sí, mamá, perdona si me pasé. No pretendía hacerlo, pero una cosa llevó a la otra y, bueno, ya sabes.
—No tengo nada que perdonarte, al contrario, cariño. ¿Sabes? El masaje es lo primero en lo que he pensado al despertarme, y aunque ayer estaba muy avergonzada hoy lo veo de otra manera. De hecho, espero que lo repitamos cuando tenga alguna contractura o molestias en el cuello. Ya sabes que me pasa con frecuencia.
Leti y yo la mirábamos estupefactos. ¡Había nacido un monstruo! El silencio se prolongó mientras intentábamos asimilar sus palabras. ¿Quería decir lo que parecía que quería decir?
—¿Y a mí? — dije para romper el silencio —. Alguna vez también tengo dolores.
—A ti ni de coña — me sacó Leti la lengua con desparpajo provocando mi carcajada —. Vale con que te haya visto tu… cosa, pero no te voy a tocar ni con un palo.
—¡Qué injusticia! — exclamé con buen humor —. Las dos mujeres de mi casa contra mí.
—Creo recordar — dijo Ana con media sonrisa — que tú también te lo pasaste muy bien, no te hagas la víctima, cariñito.
—Eso — la apoyó Leti —, tenías que haber visto tu cara — hizo un gesto muy extraño que nos hizo reír a todos.
—Pues entonces hija, ¿cuento contigo para aliviar mis molestias?
—Claro mami, y si quieres, solo si te apetece, voy estirándote poco a poco cierta parte de tu anatomía para que la disfrutes luego con papá. Así él también gana algo.
—Mmm, puede ser una buena idea, déjame pensarlo.
Yo las miraba alucinado. Hablaban de esas cosas como si estuvieran comentando el tiempo o las subidas de impuestos. Mi familia se estaba volviendo loca. Manteniéndose la mirada de pronto las dos prorrumpieron en carcajadas. Me uní a ellas y entre risas terminamos el desayuno.
Le había costado ocho días a mi mujer alegar que le dolía la espalda y pedirle a nuestra hija otro masaje. Ahora yo contemplaba sentado en una de las camas gemelas de la habitación de invitados cómo Leti se ocupaba de la espalda de su madre sentada sobre su trasero. Ana miraba hacia la pared, creo que para no ver mi ostensible erección desde que entramos en la habitación. Las manos de mi hija amasaban de arriba abajo la espalda con fuerza, provocando algún gruñido. Cuando se encargó de los costados, se aventuraban ocasionalmente bajo el pecho de Ana, apretando sus tetas.
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Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulo 001
Mi mujer estaba muy pesadita. Nos tenía a mí y sobre todo a mi hija un poquito hartos. Ana, mi esposa, era una persona muy nerviosa y vivaracha, daba gusto estar con ella porque siempre era entretenida, amena conversadora y, en general, lo pasabas muy bien en su compañía. Pero tanto nervio tenía su contrapartida. Era frecuente que padeciera problemas musculares o contracturas. El médico siempre la recomendaba masajes terapéuticos, y mi hija y yo la animábamos a que fuera a algún sitio para recibirlos. A esto ella alegaba que le daba vergüenza que cualquier desconocido la anduviera sobando y siempre se había negado.
No estoy del todo seguro, mi hija Leticia lo niega, pero creo que se decidió por estudiar fisioterapia viendo los habituales problemas de su madre. Desde que empezó a formarse Ana la pedía con frecuencia que le diera masajes, Leti se negaba aduciendo que no estaba preparada, que cuando se viera capaz sería la primera en pedírselo para ir practicando.
Ana tenía treinta y nueve años, bastante más joven que yo. Cuando tenía algo menos de veinte años nos enrollamos una noche sin apenas conocernos y tuvimos la “desgracia” de que se quedó embarazada. Asumí la responsabilidad. Ni ella ni yo fuimos capaces de decidirnos a abortar y nos casamos deprisa y corriendo. Yo ya tenía treinta años y era capaz de mantenernos, por lo que eso no fue problema. La “desgracia” que mencionaba finalmente resultó ser una bendición. Ambos estábamos orgullosos de nuestra hija y cuando llegamos a conocernos mejor nos enamoramos. Sé que el proceso fue al revés de lo normal, lo habitual es enamorarse antes de casarse, pero a nosotros nos pasó al contrario. Algunas veces nos reíamos diciendo que éramos como reyes feudales que se casaban por imposición de las familias sin apenas conocerse.
Leticia, nuestra hija, tuvo la suerte de salir a mi mujer en el físico. Como ella, era esbelta y delgada, preciosa de cara y con las curvas suficientes para llamar la atención. Sé que lo acabo de decir, pero es que estamos muy orgullosos de ella. Además de su físico privilegiado es una chica estupenda, amable y simpática. Su mayor defecto es el mismo que el de Ana. Tienen un pronto salvaje. Si se enfadan por algo dan un poco de miedo por lo feroces que se ponen. Por suerte, les dura poco tiempo. Tan pronto como se enfurecen se les pasa y como si no hubiera pasado nada.
Estábamos una noche cenando en la cocina cuando Ana volvió a sacar el tema.
—Oye, Leti, me duele mucho en el cuello cuando lo giro. Mira — movió la cabeza a los lados haciendo muecas de dolor —. ¿Ves? Casi no puedo mirar a los lados.
—Tómate un relajante muscular — respondió Leticia dando por zanjado el tema.
—¿Y no te crees capaz de hacerme un masajito? Ya llevas más de año y medio estudiando. Yo creo que ya deberías estar preparada. Además — Leti la miraba frunciendo el ceño. Se notaba que no le gustaba la proposición —, soy tu madre, no te voy a criticar si no lo haces bien, jajaja.
—Podrías probar, cariño — intervine al recibir una mirada penetrante de Ana pidiendo mi ayuda.
—Vaaaaaale. Está visto que no me vas a dejar en paz hasta que lo hagamos. Después de cenar te doy el masaje, pero no te quejes si te hago daño o no te sirve para nada.
—¡Qué bien! — exclamó mi mujer dando saltitos en la silla —. Venga, cenad deprisa. ¿Dónde lo hacemos, en la cama?
—No, mejor en una superficie más dura. Como no tengo camilla te lo puedo hacer en esta misma mesa. Ponle unas toallas para que sea más confortable.
—Genial. Voy a por ellas.
Tragó como un pavo el resto de su cena y se fue a buscar las toallas. Leti me miró con picardía.
—¿Quieres que nos riamos un poco de mamá?
—¿Qué tienes pensado? — sonreí. Ana tenía un gran sentido del humor y era muy receptiva a las bromas.
—Ya verás — dijo riéndose entre dientes —. Tú sígueme el rollo.
Ana volvió con la toallas y terminamos apresuradamente de cenar.
—Voy a por mis cosas — dijo Leti levantándose —. Desnúdate — le dijo a su madre —, y túmbate boca arriba.
—¿Cómo? ¿Desnuda?
—Claro, no te voy a dar el masaje con ropa. Quítate todo.
Leti se fue a por sus cosas y Ana me miró. Por educación o por lo que fuera, solía ser bastante remilgada en cuanto a lo de desnudarse. No le importaba que yo la viera, pero creo que llevaba muchos años sin mostrarse desnuda ante Leti.
—Venga, mujer. Haz caso a tu hija. Sabes que tiene razón — dije conteniendo una carcajada.
—Ya, pero…
—Pero nada, ¿te desnudas tú o lo hago yo? — me acerqué a ella extendiendo las manos.
—¡Quita! Ya lo hago yo. ¿Y tú tienes que estar aquí?
—Si, así aprendo y luego te los doy yo.
—Lo que me faltaba, con esas manos que son como panes.
Cogió una tolla y se fue a la habitación refunfuñando. Leti llegó y nos reímos bajito sin decir nada. No hacía falta. Nos pusimos serios en cuanto apareció cubierta con la toalla.
—Venga, dame esa toalla y ponte boca arriba — le dijo Leti.
Ana obedeció. Con el rostro rojo como un cangrejo descubrió su cuerpo completamente desnudo y la ayudé a tumbarse. Se quedó inmóvil como una estatua con los ojos cerrados y las manos unidas sobre su tripa.
—Voy a empezar por los pies para que te vayas relajando — le dijo Leti echándose unas gotas de aceite en las manos —. Tú no te preocupes por nada. Voy a irte explicando lo que hago para que no te sorprenda. Mírame, mami — Ana abrió los ojos y la miró —. Relájate y disfruta, no seas boba.
—Tienes razón, hija. Perdona.
—No hace falta que me pidas perdón — la cogió un pie frotando la planta —. Primero los pies. Dicen que es lo más relajante.
Me senté a su lado y contemplé como mi hija habilidosamente masajeaba los pies de Ana. Todavía seguía ruborizada, pero ya no apretaba tanto los puños.
—Uf, hija, qué bien.
Leti cambió de pie y luego empezó a subir por las piernas.
—Ahora las pantorrillas. Si te hago daño me lo dices.
Observé atento cómo trabajaba Leti los músculos de su madre. Cuando llegó a los muslos le separó un poco las piernas para tener mejor acceso. Ana de vez en cuando resoplaba de gusto. El masaje siguió por la cintura y de ahí pasó al cuello y los hombros, donde se detuvo más tiempo. Al fin y al cabo era la zona dolorida. Cuando terminó con esa zona, Leti me miró y me guiñó un ojo. Se aplicó algo más de aceite y sus manos se dirigieron a la base de los pechos de Ana haciendo que tensara el cuerpo por la sorpresa.
—Tranquila mamá, esto viene muy bien para el drenaje linfático.
Provocó mi sonrisa con otro guiño y amasó con movimientos circulares los estupendos pechos de Ana. El rubor volvió a su carita y se la notaba una expresión contenida. Yo sé que la estaba gustando, le encantaba que la magreara las tetas y entre el aceite y la habilidad de Leti, Ana tenía que hacer esfuerzos para no demostrarlo. El masaje en los pechos terminó con unos suaves apretones en los pezones, que ya estaban duros, seguro que para mayor vergüenza de mi mujer.
—Por aquí ya hemos terminado, date la vuelta, mami — dijo Leti.
—Yo creo que tengo bastante, ya no me duele el cuello — respondió Ana girando la cabeza.
—De eso nada, con lo que has insistido lo vamos a hacer hasta el final. Además, tengo que masajearte el cuello por la espalda para hacerlo bien. Si no, se te puede repetir enseguida.
—Vale, vale.
Ayudé a Ana a darse la vuelta. Leti enrolló una toalla y se la colocó bajo la cadera.
—Esto mejora la circulación durante el tratamiento — explicó mi hija.
Creo que por vergüenza apoyó la cabeza en la mesa mirando hacia el otro lado. Yo disfrutaba recorriendo su cuerpo desnudo. Su culito levantado quedó precioso.
—Ahora cuello, hombros y espalda. Relájate — informó Leti.
Se aplicó en el masaje provocando que Ana emitiera pequeños ruiditos de placer. Tengo que confesar que la cosa empezaba a calentarme. Me había hecho gracia ver cómo Leti la masajeaba las tetas, pero ahora en cambio verla desnuda intentando ocultar los gemiditos de gusto me había provocado una erección.
Las manos de Leti bajaron a los muslos de Ana y los masajearon de arriba a abajo. Luego separó un poco sus piernas y los frotó empezando en las rodillas subiendo hacia arriba. Otro nuevo guiño de mi hija me anunció que preparaba otra travesura. Esta vez sus manos llegaron arriba del todo, lo sé por el respingo que dio Ana. Sentado como estaba no podía verlo, pero supe que Leti rozaba la vagina de su madre cada vez que sus manos llegaban por los estremecimientos que notaba en su cuerpo.
Seguramente Ana no protestaba por vergüenza, y ante su pasividad Leti masajeó sus nalgas con fuerza.
—Esto viene muy bien para mantener firmes los glúteos — dijo Leti aguantando la risa —. Tengo que hacerlo fuerte, avísame si te molesta.
Le dio un sobo impresionante al trasero de Ana, que gemía casi imperceptiblemente. Al contrario que antes, ahora se la notaba relajada, disfrutando del masaje, abandonada a las manos de su hija. Leti dejó escapar una risita y llevó una mano a la parte interna de los muslos de Ana para culminar en su entrepierna. En vez de molestarse, mi pudorosa mujercita separó un poco más las piernas dejando salir un jadeo.
Como desde mi posición no veía nada me levanté. Lo había evitado para no mostrar la bragueta protuberante pero no pude evitarlo. Necesitaba saber lo que estaba pasando. Aluciné en colores al ver los aceitados dedos de Leti acariciando los labios vaginales de su madre. La miré estupefacto. Ella me devolvió una mirada brillante y divertida. Se lo estaba pasando bomba haciendo perrerías a su madre.
—Levanta un poco el trasero mamá. No llego bien — otro guiño de mi hija.
Para mi completo asombro Leti obedeció y levantó el culito. Vi cómo un dedo penetraba en su húmedo coñito. Yo miraba atónito a las dos mujeres de mi vida alternativamente sin acabar de creer lo que estaba pasando. ¡Mi hija estaba haciendo un dedo a su madre y ésta se dejaba! Mi pantalón iba a reventar.
Sin dejar de sacar y meter el dedo, Leti echó un chorrito de aceite en la hendidura del trasero de Ana y la recorrió con otro dedo. Mi mujer llevó un puño a su boca, pero era incapaz de ocultar los gemidos. Estaba disfrutando horrores, tanto que era incapaz de pedirle a su hija que se detuviera.
—Esto viene muy bien para la elasticidad y el riego sanguíneo — explicó Leti justo antes de introducir un dedo en el culo de Ana. Tenía la misma expresión de asombro que yo. Ninguno esperaba que su madre se plegara a cualquier cosa que su hija le hiciera.
Pasmado me quedé, y más aún cuando Ana emitió un largo gemido de placer, seguido por jadeos continuos. Mi hija estaba volviendo loca a su madre penetrando sus dos agujeros. Acudí a su lado cuando me hizo un gesto con la cabeza.
—¿Quieres que mamá te haga una mamada? — me susurró al oído sin detener sus manos.
—¿Qué? ¿Aquí? — susurré anonadado.
Leti solo me miró hasta que asentí con la cabeza.
—Ponte delante de ella y sácatela — me dijo mirando el bulto de mi pantalón.
La hice caso y en algo así como dos décimas de segundo tenía el miembro delante de mi mujer, casi tocando su cabeza ladeada. Yo no tenía el pudor de Ana, aunque tampoco me hubiera imaginado haciendo esto, pero estaba muy cachondo.
—Mami, levanta un poco más el culito, y mira hacia adelante, por favor.
Ana obedeció sumisamente. Levantó más las caderas poniendo el trasero en pompa y enderezó la cabeza. Al ver mi miembro justo delante de sus ojos abrió la boca sorprendida. Aproveché la oportunidad para meterle el glande en la boca.
—Papá también se merece un masaje — saltó Leti —, sé una buena esposa y dáselo, mami.
Yo alucinaba con toda la situación, pero no puse ninguna pega cuando Ana estiró el cuello para engullir algo más de la mitad de mi miembro. Al contrario que yo, Leti no parecía dudar de que su madre cumpliera sus instrucciones. Aún me puso más a tope observar cómo Ana me miraba con los ojos vidriosos de placer. No me pude contener de agarrar su cabeza, menear las caderas y follarla la boca.
—¿Te gustan mis masajes, mami?
Como no contestaba, quizá porque tenía la boca ocupada, Leti la dio un azote y la volvió a preguntar. Su madre gruñó y ambos entendimos que la estaba gustando mucho. Estaba descubriendo cosas de mis dos mujeres que no conocía. Mi hija Leti parecía tener una vena de humor perverso. Por su expresión se estaba divirtiendo. Mi mujer en cambio, demostraba una faceta sumisa que no había expuesto antes. Aunque Leti la había calentado poco a poco hasta excitarla en grado superlativo, tampoco es que la hubiera costado mucho trabajo. Con un simple masaje y tocarla en su intimidad había convertido a su madre en arcilla en sus manos.
Dejé para luego pensar en esas cosas y me dediqué a lo mismo que mi mujer. A disfrutar. Sin quitar ojo de su culo invadido follé su boca sin compasión. Ahora mis resoplidos acompañaban los incomprensibles ruiditos que hacía Ana. Estaba tan caliente que no iba a tardar nada en correrme.
—Avísame, papi — me dijo Leti como si ella fuera la receptora de mi inminente descarga.
Aguanté un par de minutos más dando empellones antes de dar la alarma.
—Ya, hija, ya no aguanto más.
—Adelante, papi.
Vi cómo metía un segundo dedo en el culito de Ana y hacía algo distinto que no puede ver en su coñito. Mi mujer arrancó con un gemido grave y prolongado que sabía era el preludio a su orgasmo. Sin resistir ni un segundo más me corrí en su boca por primera vez en nuestra vida.
Al tiempo que me vaciaba apretado por sus labios, Ana sufría un potentísimo orgasmo. Sus ojos seguían clavados en los míos sin verme realmente. Su gemido había subido de tono y su cuerpo se estremecía al ritmo que le marcaban los dedos de su hija. Fue algo impresionante de contemplar. El orgasmo se prolongó durante muchísimo tiempo y Ana no detenía su gemido ni el movimiento de su culito.
Finalmente todo lo bueno se acaba. Leti sacó los dedos de su madre, recogió sus cosas y se marchó apresuradamente. Yo, sin siquiera limpiarme, guardé mi satisfecha polla en el pantalón. Ana, respirando sonoramente, volvió a reposar la cabeza en la mesa, bajó el trasero y cerró los ojos. A pesar de su sonrojo tenía una expresión tan complacida como la mía.
La consentí unos minutos antes de dar la vuelta a la mesa y mirarla.
—¿Qué tal el masaje, cariño? Parece que tu hija ha aprendido mucho, demasiado quizá — le dije con sonrisa socarrona.
—Creo que lo mejor es que no volvamos a hablar de esto — me respondió alargando una mano para que la ayudara a levantarse. La sostuve cuando le fallaron las rodillas.
—Bien, como quieras — dije como si tal cosa.
La mañana siguiente estaba preparando el desayuno cuando llegó Leti. Esperaba que, como con Ana, no mencionáramos el tema, pero tardó poco en sacarlo a colación.
—Parece que le gustó el masaje a mamá.
—Eh, sí, lo disfrutó bastante — me cohibía un poco hablarlo con mi hija, pero se me escapó una sonrisa que ella compartió.
—La verdad es que se me fue de las manos, solo pensaba hacer alguna diablura, cosquillas o algo así.
—¿Algo así? — dije con cachondeo.
—Jajaja, sí, algo así, pero mamá estaba tan receptiva y tú tan “animado”, que se calentó el masaje un poquito.
—Jajaja, sí, un poquito.
—La verdad es que esperaba que mamá me detuviera, hubo un momento en que se tensó que pensé que se levantaría y me daría un guantazo. Al final no fue ella la que se levantó — me dijo echando una mirada a mi bragueta.
—Pues mira, cariño. Aunque sí que fue excesivo, tengo que reconocer que fue muy morboso — nunca había hablado con mi hija de estos temas así con tanta naturalidad y me estaba gustando —. Tu madre desde luego se lo pasó bomba.
En ese momento entró Ana en la cocina. Leti y yo disimulamos y cortamos la conversación.
—Parece que os haya comido la lengua el gato — dijo sentándose a la mesa —. ¿De qué hablabais?
—De nada — contesté deprisa, quizá demasiado porque me miró con sospecha.
—Ayer te dije que no quería volver a hablar del tema — comentó mientras movía el azúcar en la taza —, pero os quiero confesar una cosa — nos miró a ambos con un ligero rubor —. Me cuesta mucho decirlo delante de ti, hija, pero el masaje de ayer fue una de las cosas más excitantes que he sentido nunca.
—Sí, mamá, perdona si me pasé. No pretendía hacerlo, pero una cosa llevó a la otra y, bueno, ya sabes.
—No tengo nada que perdonarte, al contrario, cariño. ¿Sabes? El masaje es lo primero en lo que he pensado al despertarme, y aunque ayer estaba muy avergonzada hoy lo veo de otra manera. De hecho, espero que lo repitamos cuando tenga alguna contractura o molestias en el cuello. Ya sabes que me pasa con frecuencia.
Leti y yo la mirábamos estupefactos. ¡Había nacido un monstruo! El silencio se prolongó mientras intentábamos asimilar sus palabras. ¿Quería decir lo que parecía que quería decir?
—¿Y a mí? — dije para romper el silencio —. Alguna vez también tengo dolores.
—A ti ni de coña — me sacó Leti la lengua con desparpajo provocando mi carcajada —. Vale con que te haya visto tu… cosa, pero no te voy a tocar ni con un palo.
—¡Qué injusticia! — exclamé con buen humor —. Las dos mujeres de mi casa contra mí.
—Creo recordar — dijo Ana con media sonrisa — que tú también te lo pasaste muy bien, no te hagas la víctima, cariñito.
—Eso — la apoyó Leti —, tenías que haber visto tu cara — hizo un gesto muy extraño que nos hizo reír a todos.
—Pues entonces hija, ¿cuento contigo para aliviar mis molestias?
—Claro mami, y si quieres, solo si te apetece, voy estirándote poco a poco cierta parte de tu anatomía para que la disfrutes luego con papá. Así él también gana algo.
—Mmm, puede ser una buena idea, déjame pensarlo.
Yo las miraba alucinado. Hablaban de esas cosas como si estuvieran comentando el tiempo o las subidas de impuestos. Mi familia se estaba volviendo loca. Manteniéndose la mirada de pronto las dos prorrumpieron en carcajadas. Me uní a ellas y entre risas terminamos el desayuno.
Le había costado ocho días a mi mujer alegar que le dolía la espalda y pedirle a nuestra hija otro masaje. Ahora yo contemplaba sentado en una de las camas gemelas de la habitación de invitados cómo Leti se ocupaba de la espalda de su madre sentada sobre su trasero. Ana miraba hacia la pared, creo que para no ver mi ostensible erección desde que entramos en la habitación. Las manos de mi hija amasaban de arriba abajo la espalda con fuerza, provocando algún gruñido. Cuando se encargó de los costados, se aventuraban ocasionalmente bajo el pecho de Ana, apretando sus tetas.
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