Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulos 001 al 003

heranlu

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Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulo 001


Mi mujer estaba muy pesadita. Nos tenía a mí y sobre todo a mi hija un poquito hartos. Ana, mi esposa, era una persona muy nerviosa y vivaracha, daba gusto estar con ella porque siempre era entretenida, amena conversadora y, en general, lo pasabas muy bien en su compañía. Pero tanto nervio tenía su contrapartida. Era frecuente que padeciera problemas musculares o contracturas. El médico siempre la recomendaba masajes terapéuticos, y mi hija y yo la animábamos a que fuera a algún sitio para recibirlos. A esto ella alegaba que le daba vergüenza que cualquier desconocido la anduviera sobando y siempre se había negado.

No estoy del todo seguro, mi hija Leticia lo niega, pero creo que se decidió por estudiar fisioterapia viendo los habituales problemas de su madre. Desde que empezó a formarse Ana la pedía con frecuencia que le diera masajes, Leti se negaba aduciendo que no estaba preparada, que cuando se viera capaz sería la primera en pedírselo para ir practicando.

Ana tenía treinta y nueve años, bastante más joven que yo. Cuando tenía algo menos de veinte años nos enrollamos una noche sin apenas conocernos y tuvimos la “desgracia” de que se quedó embarazada. Asumí la responsabilidad. Ni ella ni yo fuimos capaces de decidirnos a abortar y nos casamos deprisa y corriendo. Yo ya tenía treinta años y era capaz de mantenernos, por lo que eso no fue problema. La “desgracia” que mencionaba finalmente resultó ser una bendición. Ambos estábamos orgullosos de nuestra hija y cuando llegamos a conocernos mejor nos enamoramos. Sé que el proceso fue al revés de lo normal, lo habitual es enamorarse antes de casarse, pero a nosotros nos pasó al contrario. Algunas veces nos reíamos diciendo que éramos como reyes feudales que se casaban por imposición de las familias sin apenas conocerse.

Leticia, nuestra hija, tuvo la suerte de salir a mi mujer en el físico. Como ella, era esbelta y delgada, preciosa de cara y con las curvas suficientes para llamar la atención. Sé que lo acabo de decir, pero es que estamos muy orgullosos de ella. Además de su físico privilegiado es una chica estupenda, amable y simpática. Su mayor defecto es el mismo que el de Ana. Tienen un pronto salvaje. Si se enfadan por algo dan un poco de miedo por lo feroces que se ponen. Por suerte, les dura poco tiempo. Tan pronto como se enfurecen se les pasa y como si no hubiera pasado nada.

Estábamos una noche cenando en la cocina cuando Ana volvió a sacar el tema.

—Oye, Leti, me duele mucho en el cuello cuando lo giro. Mira — movió la cabeza a los lados haciendo muecas de dolor —. ¿Ves? Casi no puedo mirar a los lados.

—Tómate un relajante muscular — respondió Leticia dando por zanjado el tema.

—¿Y no te crees capaz de hacerme un masajito? Ya llevas más de año y medio estudiando. Yo creo que ya deberías estar preparada. Además — Leti la miraba frunciendo el ceño. Se notaba que no le gustaba la proposición —, soy tu madre, no te voy a criticar si no lo haces bien, jajaja.

—Podrías probar, cariño — intervine al recibir una mirada penetrante de Ana pidiendo mi ayuda.

—Vaaaaaale. Está visto que no me vas a dejar en paz hasta que lo hagamos. Después de cenar te doy el masaje, pero no te quejes si te hago daño o no te sirve para nada.

—¡Qué bien! — exclamó mi mujer dando saltitos en la silla —. Venga, cenad deprisa. ¿Dónde lo hacemos, en la cama?

—No, mejor en una superficie más dura. Como no tengo camilla te lo puedo hacer en esta misma mesa. Ponle unas toallas para que sea más confortable.

—Genial. Voy a por ellas.

Tragó como un pavo el resto de su cena y se fue a buscar las toallas. Leti me miró con picardía.

—¿Quieres que nos riamos un poco de mamá?

—¿Qué tienes pensado? — sonreí. Ana tenía un gran sentido del humor y era muy receptiva a las bromas.

—Ya verás — dijo riéndose entre dientes —. Tú sígueme el rollo.

Ana volvió con la toallas y terminamos apresuradamente de cenar.

—Voy a por mis cosas — dijo Leti levantándose —. Desnúdate — le dijo a su madre —, y túmbate boca arriba.

—¿Cómo? ¿Desnuda?

—Claro, no te voy a dar el masaje con ropa. Quítate todo.

Leti se fue a por sus cosas y Ana me miró. Por educación o por lo que fuera, solía ser bastante remilgada en cuanto a lo de desnudarse. No le importaba que yo la viera, pero creo que llevaba muchos años sin mostrarse desnuda ante Leti.

—Venga, mujer. Haz caso a tu hija. Sabes que tiene razón — dije conteniendo una carcajada.

—Ya, pero…

—Pero nada, ¿te desnudas tú o lo hago yo? — me acerqué a ella extendiendo las manos.

—¡Quita! Ya lo hago yo. ¿Y tú tienes que estar aquí?

—Si, así aprendo y luego te los doy yo.

—Lo que me faltaba, con esas manos que son como panes.

Cogió una tolla y se fue a la habitación refunfuñando. Leti llegó y nos reímos bajito sin decir nada. No hacía falta. Nos pusimos serios en cuanto apareció cubierta con la toalla.

—Venga, dame esa toalla y ponte boca arriba — le dijo Leti.

Ana obedeció. Con el rostro rojo como un cangrejo descubrió su cuerpo completamente desnudo y la ayudé a tumbarse. Se quedó inmóvil como una estatua con los ojos cerrados y las manos unidas sobre su tripa.

—Voy a empezar por los pies para que te vayas relajando — le dijo Leti echándose unas gotas de aceite en las manos —. Tú no te preocupes por nada. Voy a irte explicando lo que hago para que no te sorprenda. Mírame, mami — Ana abrió los ojos y la miró —. Relájate y disfruta, no seas boba.

—Tienes razón, hija. Perdona.

—No hace falta que me pidas perdón — la cogió un pie frotando la planta —. Primero los pies. Dicen que es lo más relajante.

Me senté a su lado y contemplé como mi hija habilidosamente masajeaba los pies de Ana. Todavía seguía ruborizada, pero ya no apretaba tanto los puños.

—Uf, hija, qué bien.

Leti cambió de pie y luego empezó a subir por las piernas.

—Ahora las pantorrillas. Si te hago daño me lo dices.

Observé atento cómo trabajaba Leti los músculos de su madre. Cuando llegó a los muslos le separó un poco las piernas para tener mejor acceso. Ana de vez en cuando resoplaba de gusto. El masaje siguió por la cintura y de ahí pasó al cuello y los hombros, donde se detuvo más tiempo. Al fin y al cabo era la zona dolorida. Cuando terminó con esa zona, Leti me miró y me guiñó un ojo. Se aplicó algo más de aceite y sus manos se dirigieron a la base de los pechos de Ana haciendo que tensara el cuerpo por la sorpresa.

—Tranquila mamá, esto viene muy bien para el drenaje linfático.

Provocó mi sonrisa con otro guiño y amasó con movimientos circulares los estupendos pechos de Ana. El rubor volvió a su carita y se la notaba una expresión contenida. Yo sé que la estaba gustando, le encantaba que la magreara las tetas y entre el aceite y la habilidad de Leti, Ana tenía que hacer esfuerzos para no demostrarlo. El masaje en los pechos terminó con unos suaves apretones en los pezones, que ya estaban duros, seguro que para mayor vergüenza de mi mujer.

—Por aquí ya hemos terminado, date la vuelta, mami — dijo Leti.

—Yo creo que tengo bastante, ya no me duele el cuello — respondió Ana girando la cabeza.

—De eso nada, con lo que has insistido lo vamos a hacer hasta el final. Además, tengo que masajearte el cuello por la espalda para hacerlo bien. Si no, se te puede repetir enseguida.

—Vale, vale.

Ayudé a Ana a darse la vuelta. Leti enrolló una toalla y se la colocó bajo la cadera.

—Esto mejora la circulación durante el tratamiento — explicó mi hija.

Creo que por vergüenza apoyó la cabeza en la mesa mirando hacia el otro lado. Yo disfrutaba recorriendo su cuerpo desnudo. Su culito levantado quedó precioso.

—Ahora cuello, hombros y espalda. Relájate — informó Leti.

Se aplicó en el masaje provocando que Ana emitiera pequeños ruiditos de placer. Tengo que confesar que la cosa empezaba a calentarme. Me había hecho gracia ver cómo Leti la masajeaba las tetas, pero ahora en cambio verla desnuda intentando ocultar los gemiditos de gusto me había provocado una erección.

Las manos de Leti bajaron a los muslos de Ana y los masajearon de arriba a abajo. Luego separó un poco sus piernas y los frotó empezando en las rodillas subiendo hacia arriba. Otro nuevo guiño de mi hija me anunció que preparaba otra travesura. Esta vez sus manos llegaron arriba del todo, lo sé por el respingo que dio Ana. Sentado como estaba no podía verlo, pero supe que Leti rozaba la vagina de su madre cada vez que sus manos llegaban por los estremecimientos que notaba en su cuerpo.

Seguramente Ana no protestaba por vergüenza, y ante su pasividad Leti masajeó sus nalgas con fuerza.

—Esto viene muy bien para mantener firmes los glúteos — dijo Leti aguantando la risa —. Tengo que hacerlo fuerte, avísame si te molesta.

Le dio un sobo impresionante al trasero de Ana, que gemía casi imperceptiblemente. Al contrario que antes, ahora se la notaba relajada, disfrutando del masaje, abandonada a las manos de su hija. Leti dejó escapar una risita y llevó una mano a la parte interna de los muslos de Ana para culminar en su entrepierna. En vez de molestarse, mi pudorosa mujercita separó un poco más las piernas dejando salir un jadeo.

Como desde mi posición no veía nada me levanté. Lo había evitado para no mostrar la bragueta protuberante pero no pude evitarlo. Necesitaba saber lo que estaba pasando. Aluciné en colores al ver los aceitados dedos de Leti acariciando los labios vaginales de su madre. La miré estupefacto. Ella me devolvió una mirada brillante y divertida. Se lo estaba pasando bomba haciendo perrerías a su madre.

—Levanta un poco el trasero mamá. No llego bien — otro guiño de mi hija.

Para mi completo asombro Leti obedeció y levantó el culito. Vi cómo un dedo penetraba en su húmedo coñito. Yo miraba atónito a las dos mujeres de mi vida alternativamente sin acabar de creer lo que estaba pasando. ¡Mi hija estaba haciendo un dedo a su madre y ésta se dejaba! Mi pantalón iba a reventar.

Sin dejar de sacar y meter el dedo, Leti echó un chorrito de aceite en la hendidura del trasero de Ana y la recorrió con otro dedo. Mi mujer llevó un puño a su boca, pero era incapaz de ocultar los gemidos. Estaba disfrutando horrores, tanto que era incapaz de pedirle a su hija que se detuviera.

—Esto viene muy bien para la elasticidad y el riego sanguíneo — explicó Leti justo antes de introducir un dedo en el culo de Ana. Tenía la misma expresión de asombro que yo. Ninguno esperaba que su madre se plegara a cualquier cosa que su hija le hiciera.

Pasmado me quedé, y más aún cuando Ana emitió un largo gemido de placer, seguido por jadeos continuos. Mi hija estaba volviendo loca a su madre penetrando sus dos agujeros. Acudí a su lado cuando me hizo un gesto con la cabeza.

—¿Quieres que mamá te haga una mamada? — me susurró al oído sin detener sus manos.

—¿Qué? ¿Aquí? — susurré anonadado.

Leti solo me miró hasta que asentí con la cabeza.

—Ponte delante de ella y sácatela — me dijo mirando el bulto de mi pantalón.

La hice caso y en algo así como dos décimas de segundo tenía el miembro delante de mi mujer, casi tocando su cabeza ladeada. Yo no tenía el pudor de Ana, aunque tampoco me hubiera imaginado haciendo esto, pero estaba muy cachondo.

—Mami, levanta un poco más el culito, y mira hacia adelante, por favor.

Ana obedeció sumisamente. Levantó más las caderas poniendo el trasero en pompa y enderezó la cabeza. Al ver mi miembro justo delante de sus ojos abrió la boca sorprendida. Aproveché la oportunidad para meterle el glande en la boca.

—Papá también se merece un masaje — saltó Leti —, sé una buena esposa y dáselo, mami.

Yo alucinaba con toda la situación, pero no puse ninguna pega cuando Ana estiró el cuello para engullir algo más de la mitad de mi miembro. Al contrario que yo, Leti no parecía dudar de que su madre cumpliera sus instrucciones. Aún me puso más a tope observar cómo Ana me miraba con los ojos vidriosos de placer. No me pude contener de agarrar su cabeza, menear las caderas y follarla la boca.

—¿Te gustan mis masajes, mami?

Como no contestaba, quizá porque tenía la boca ocupada, Leti la dio un azote y la volvió a preguntar. Su madre gruñó y ambos entendimos que la estaba gustando mucho. Estaba descubriendo cosas de mis dos mujeres que no conocía. Mi hija Leti parecía tener una vena de humor perverso. Por su expresión se estaba divirtiendo. Mi mujer en cambio, demostraba una faceta sumisa que no había expuesto antes. Aunque Leti la había calentado poco a poco hasta excitarla en grado superlativo, tampoco es que la hubiera costado mucho trabajo. Con un simple masaje y tocarla en su intimidad había convertido a su madre en arcilla en sus manos.

Dejé para luego pensar en esas cosas y me dediqué a lo mismo que mi mujer. A disfrutar. Sin quitar ojo de su culo invadido follé su boca sin compasión. Ahora mis resoplidos acompañaban los incomprensibles ruiditos que hacía Ana. Estaba tan caliente que no iba a tardar nada en correrme.

—Avísame, papi — me dijo Leti como si ella fuera la receptora de mi inminente descarga.

Aguanté un par de minutos más dando empellones antes de dar la alarma.

—Ya, hija, ya no aguanto más.

—Adelante, papi.

Vi cómo metía un segundo dedo en el culito de Ana y hacía algo distinto que no puede ver en su coñito. Mi mujer arrancó con un gemido grave y prolongado que sabía era el preludio a su orgasmo. Sin resistir ni un segundo más me corrí en su boca por primera vez en nuestra vida.

Al tiempo que me vaciaba apretado por sus labios, Ana sufría un potentísimo orgasmo. Sus ojos seguían clavados en los míos sin verme realmente. Su gemido había subido de tono y su cuerpo se estremecía al ritmo que le marcaban los dedos de su hija. Fue algo impresionante de contemplar. El orgasmo se prolongó durante muchísimo tiempo y Ana no detenía su gemido ni el movimiento de su culito.

Finalmente todo lo bueno se acaba. Leti sacó los dedos de su madre, recogió sus cosas y se marchó apresuradamente. Yo, sin siquiera limpiarme, guardé mi satisfecha polla en el pantalón. Ana, respirando sonoramente, volvió a reposar la cabeza en la mesa, bajó el trasero y cerró los ojos. A pesar de su sonrojo tenía una expresión tan complacida como la mía.

La consentí unos minutos antes de dar la vuelta a la mesa y mirarla.

—¿Qué tal el masaje, cariño? Parece que tu hija ha aprendido mucho, demasiado quizá — le dije con sonrisa socarrona.

—Creo que lo mejor es que no volvamos a hablar de esto — me respondió alargando una mano para que la ayudara a levantarse. La sostuve cuando le fallaron las rodillas.

—Bien, como quieras — dije como si tal cosa.

La mañana siguiente estaba preparando el desayuno cuando llegó Leti. Esperaba que, como con Ana, no mencionáramos el tema, pero tardó poco en sacarlo a colación.

—Parece que le gustó el masaje a mamá.

—Eh, sí, lo disfrutó bastante — me cohibía un poco hablarlo con mi hija, pero se me escapó una sonrisa que ella compartió.

—La verdad es que se me fue de las manos, solo pensaba hacer alguna diablura, cosquillas o algo así.

—¿Algo así? — dije con cachondeo.

—Jajaja, sí, algo así, pero mamá estaba tan receptiva y tú tan “animado”, que se calentó el masaje un poquito.

—Jajaja, sí, un poquito.

—La verdad es que esperaba que mamá me detuviera, hubo un momento en que se tensó que pensé que se levantaría y me daría un guantazo. Al final no fue ella la que se levantó — me dijo echando una mirada a mi bragueta.

—Pues mira, cariño. Aunque sí que fue excesivo, tengo que reconocer que fue muy morboso — nunca había hablado con mi hija de estos temas así con tanta naturalidad y me estaba gustando —. Tu madre desde luego se lo pasó bomba.

En ese momento entró Ana en la cocina. Leti y yo disimulamos y cortamos la conversación.

—Parece que os haya comido la lengua el gato — dijo sentándose a la mesa —. ¿De qué hablabais?

—De nada — contesté deprisa, quizá demasiado porque me miró con sospecha.

—Ayer te dije que no quería volver a hablar del tema — comentó mientras movía el azúcar en la taza —, pero os quiero confesar una cosa — nos miró a ambos con un ligero rubor —. Me cuesta mucho decirlo delante de ti, hija, pero el masaje de ayer fue una de las cosas más excitantes que he sentido nunca.

—Sí, mamá, perdona si me pasé. No pretendía hacerlo, pero una cosa llevó a la otra y, bueno, ya sabes.

—No tengo nada que perdonarte, al contrario, cariño. ¿Sabes? El masaje es lo primero en lo que he pensado al despertarme, y aunque ayer estaba muy avergonzada hoy lo veo de otra manera. De hecho, espero que lo repitamos cuando tenga alguna contractura o molestias en el cuello. Ya sabes que me pasa con frecuencia.

Leti y yo la mirábamos estupefactos. ¡Había nacido un monstruo! El silencio se prolongó mientras intentábamos asimilar sus palabras. ¿Quería decir lo que parecía que quería decir?

—¿Y a mí? — dije para romper el silencio —. Alguna vez también tengo dolores.

—A ti ni de coña — me sacó Leti la lengua con desparpajo provocando mi carcajada —. Vale con que te haya visto tu… cosa, pero no te voy a tocar ni con un palo.

—¡Qué injusticia! — exclamé con buen humor —. Las dos mujeres de mi casa contra mí.

—Creo recordar — dijo Ana con media sonrisa — que tú también te lo pasaste muy bien, no te hagas la víctima, cariñito.

—Eso — la apoyó Leti —, tenías que haber visto tu cara — hizo un gesto muy extraño que nos hizo reír a todos.

—Pues entonces hija, ¿cuento contigo para aliviar mis molestias?

—Claro mami, y si quieres, solo si te apetece, voy estirándote poco a poco cierta parte de tu anatomía para que la disfrutes luego con papá. Así él también gana algo.

—Mmm, puede ser una buena idea, déjame pensarlo.

Yo las miraba alucinado. Hablaban de esas cosas como si estuvieran comentando el tiempo o las subidas de impuestos. Mi familia se estaba volviendo loca. Manteniéndose la mirada de pronto las dos prorrumpieron en carcajadas. Me uní a ellas y entre risas terminamos el desayuno.

Le había costado ocho días a mi mujer alegar que le dolía la espalda y pedirle a nuestra hija otro masaje. Ahora yo contemplaba sentado en una de las camas gemelas de la habitación de invitados cómo Leti se ocupaba de la espalda de su madre sentada sobre su trasero. Ana miraba hacia la pared, creo que para no ver mi ostensible erección desde que entramos en la habitación. Las manos de mi hija amasaban de arriba abajo la espalda con fuerza, provocando algún gruñido. Cuando se encargó de los costados, se aventuraban ocasionalmente bajo el pecho de Ana, apretando sus tetas.

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Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulo 002

La actitud de mi mujer cambió en el mismo momento en que se tumbó para recibir el masaje. De ser una mujer normal y dicharachera, se convirtió en una hembra sumisa, obedeciendo cada una de las indicaciones de Leti sin poner ningún reparo. Por eso, cuando Leti dio por terminado el masaje en la espalda y retrocedió sobre su piernas ordenándola que las separara, lo hizo sin rechistar dejando su intimidad al descubierto.

Mi hija apenas si masajeó los muslos antes de internar los dedos en el coñito de su madre. Era lo que todos estábamos esperando. Sin esperar a recibir instrucciones, Ana levantó su precioso culito para facilitar la intrusión de los dedos que tanto placer le daban. Leti no tuvo contemplaciones. Con los dedos lubricados con el aceite que utilizaba para los masajes, la penetró sin contemplaciones, masturbándola hasta que con un gemido ronco y prolongado su madre se corrió en sus manos.

No pude evitar la decepción, había sido demasiado rápido y había esperado alguna oportunidad de jugar con mi mujercita. Sin embargo, parece que la cosa no iba a terminar tan rápido. Vi cómo mi hija introducía un dedo en el ano de su madre provocando que el gemido aumentara de volumen. Lo mantuvo dentro hasta que Ana terminó de correrse.

En cuanto volvió a relajarse empezó a follarla el culo añadiendo otro aceitado dedo.

—¿Te gustan mis masajes, mami? — preguntó Leti con sorna.

—Uf — respondió Ana sacándonos una risa.

—Mira a papá, como no le ayudes creo que va a reventar el pantalón.

Me hizo un gesto y me apresuré a bajarme los pantalones y acercar el miembro a la boca de mi mujercita. Sin dudarlo lo introdujo entre sus labios haciéndome una mamada. Al tiempo, nuestra hija seguía bombeando en su culo con los dedos.

—Estáis incómodos — dijo Leti dando un suave azote a su madre —,ponte a cuatro patas, mami.

Como siempre obedeció sin rechistar. Era glorioso verla con las tetas colgando, chupándome la polla y siendo sodomizada digitalmente. Emitió un quejido al notar un tercer dedo invadiendo su retaguardia. Leti separaba sus nalgas con una mano mientras la penetraba con la otra. Era muy morboso. Usé una de las manos que le sujetaban la cabeza par amasar sus tetas bamboleantes.

—¿Sabes, mami? Tienes el agujerito muy flexible — dijo después de unos minutos —. ¿Quieres que papá te lo dé más de sí?

Ana negó con un movimiento de cabeza y yo miré a Leti asombrado. No me lo esperaba. Me guiñó un ojo y azotó a su madre con más fuerza que antes.

—¿Seguro?, yo creo que lo estás deseando.

Ana volvió a agitar la cabeza y se ganó otro azote de su hija. Cada vez más fuerte.

—¿De verdad?

Le costó varios azotes ceder en su negativa. Tenía el culo rojo cuando accedió con un gesto.

—Sabía que tenías ganas. Cámbiame el sitio papi, y ocúpate antes de que se cierre.

Me apresuré a arrodillarme entre las piernas de mi mujer y observé el agujerito de su ano dilatado. Estaba muy bien lubricado así que sin demorarme le metí la polla despacito, dejando que se habituara al intruso. Tras unos momentos de quejidos por parte de Ana el movimiento empezó a fluir con facilidad y me encontré dando por culo a mi mujer por primera vez, al tiempo que nuestra hija le friccionaba los pezones y, con la mano que tenía entre sus piernas, supongo que le acariciaba el clítoris. Los gemidos de Ana se convirtieron en gritos entrecortados. Debía estar disfrutando horrores.

—¿No dirás que no te gustan los masajes de tu hija? — le preguntó Leti con cachondeo.

—Sí… sí…

—Si quieres paramos.

—No, por favor — jadeó Ana.

Leti se lo estaba pasando en grande. Al contrario que Ana y que yo no la notaba excitada. Lo suyo era diversión pura y dura. Lo que para nosotros era un momento de morbo y pasión para ella era simplemente jocoso. Le gustaba cachondearse de su madre excitándola y dejándome luego a mí para que calmara su calentura.

Ana llegó al orgasmo con un grito desgarrador que me asustó por un momento. Nunca la había oído explayarse tanto al correrse. Al tiempo que el cuerpo entero la temblaba de gozo las piernas la fallaron y terminó tumbada sin dejar de experimentar placer.

—Sigue papá. Creo que todavía puede con otro.

Hice caso y seguí sodomizando a mi mujer. No me había corrido todavía pero me faltaba poco. Leti le metió los dedos en la boca pidiéndola que probara su sabor, luego los dejó para que los chupara mientras yo seguía dándola por culo.

En cuanto me corrí estrangulado por su apretado ano, Ana tuvo otro orgasmo. Esta vez me tumbé sobre ella ansiando sentirla pegada a mí, quería sentirnos piel con piel. Cuando nos recuperamos descubrimos que Leti se había marchado. Ana y yo nos quedamos en la cama juntitos, arrullándonos y haciéndonos mimitos en silencio.

Capítulo 2.

Ana, mi preciosa mujer, no había vuelto a pedir masajes a nuestra hija. La última vez se dejó estrenar el culo y no estoy seguro de que estuviera preparada. Gozó, y mucho, pero quizá se arrepintió posteriormente. Su habitual ánimo exuberante y alegre, de vez en cuando se tornaba reflexivo, como si estuviera luchando en su interior, intentando discernir si lo que estaba ocurriendo era bueno o malo. Yo, por otro lado, me encontraba rejuvenecido. A mis cincuenta años no es que no follara con mi mujer, pero indudablemente no tenía la energía de la juventud. A partir de que mi hija despertara la lujuria en su madre siempre tenía ganas de acostarme con ella y hacerla el amor.

Ana compartía mi renovado entusiasmo, aunque creo que algo, quizá remordimientos o vergüenza, no la dejaban disfrutar del todo sin inhibiciones. No me había vuelto a conceder acceso a su culito, que tanto me atraía. Solo recordar cómo me apretaba la polla mientras gemía escandalosamente me la ponía dura en los momentos más inoportunos.

A pesar de la mejora de nuestra vida sexual, quería más. Necesitaba más. Me encantaba la actitud que tomó mi mujer cuando Leti la masajeaba, cuando despertaba en ella esa vena sumisa y complaciente, cuando conseguía eliminar sus reparos y sacaba de ella a la perrita lujuriosa y carnal en la que se convertía. Yo lo había intentado por mi cuenta para llegar a la conclusión de que no lo conseguiría por mí mismo. Así que pedí ayuda.

—Oye hija, ¿podemos hablar? — le dije un día en que estábamos solos en casa.

—Claro papá, dime.

—Siéntate, anda — le señalé el sofá a mi lado —. Es un poco difícil pedirte esto, entiende que no tienes ninguna obligación. Lo que pasa es que me vendría muy bien tu ayuda. No debería ni decírtelo.

—Al grano, papi, deja de dar vueltas — me dio una palmada en el brazo.

—Es que no sé — cuanto más hablaba peor idea me parecía. No debía mezclar más a mi hija entre Ana y yo —. Mejor olvídalo.

—Dime, no seas plasta — me detuvo del brazo cuando fui a levantarme.

—Vale, te lo digo, pero ya sabes que no tienes que hacer nada si no quieres — me miró expectante esperando a que arrancara —. Sabes que entre tu madre y yo ciertas cosas han mejorado mucho.

—¿El sexo? — me interrumpió.

—Eh, sí — confesé un poco cohibido —. El sexo.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—Es que no puedo olvidar la actitud de tu madre cuando le diste los masajes — la cara de Leti cambió para sonreír con picardía —, yo no he conseguido que lo repita. Ni que me deje hacer otras cosas, ya sabes.

—No, no sé. ¿El qué?

La muy capulla me sonreía con maldad sabiendo perfectamente a lo que me refería.

—El culo, hija, el culo — declaré exasperado —. No debería estar diciéndote esto — me levanté para irme. No podía seguir hablando estos temas con mi hija.

—Ven papi, siéntate — me cogió la mano y me hizo sentarme otra vez —. A ver si lo he entendido. No has logrado someter a mamá y no te deja darla por culo más veces. ¿Es eso?

—Joder hija, sí, es eso, pero no era necesario ser tan específica.

—Jajaja, ¿después de lo que os he visto hacer te va a dar corte? Dime qué necesitas. Si puedo te ayudaré.

—Quiero — confesé evitando su mirada — volver a tenerla sumisa en mis manos. Quiero que me deje usar su culito, y quiero probar con ella un montón de cosas que los matrimonios normales no hacen. ¡Ala! Ya te lo he dicho.

—¿No querrás meter a alguien más en vuestra relación, no?

—Por supuesto que no. Eso no está en el menú — solo pensar en compartir a Ana me sacaba de mis casillas.

—Pues entonces vale. Haré lo que pueda, pero solo para que disfrutéis los dos. Creo que mamá se lo pasa estupendamente cuando se suelta. Y pude apreciar que tú también, jajaja.

—¿Y cómo lo hacemos?

—Pues así de repente no se me ocurre nada. Como no la provoquemos una contractura no creo que me pida más masajes.

—Pues algo tenemos que hacer — ya veía a mi hija como cómplice de mi plan.

—¿Juguetes? — propuso.

—No creo que funcione, el caso es que si no estás tú a mí no me deja pasarme ni un pelo.

—Para terminar de romper sus inhibiciones hay que hacer algo drástico — Leti pensaba en voz alta —. ¿Y si la emborrachamos?

—Ya sabes que no bebe.

—Es verdad. Mira, lo mejor es que me dejes pensarlo. Seguro que algo se me ocurre.

—De acuerdo, cariño. Gracias por todo.

—Si me dicen hace un par de meses que me ibas a pedir convertir a mamá en una zorra no me lo hubiera creído.

—Hija, no es eso. Yo quiero muchísimo a tu madre — respondí un poco mosqueado.

—No quería ofenderte, papá. Aunque solo tú disfrutes de ella es lo que quieres hacer, ¿o no?

—Bueno, sí — reconocí.

—Pues eso. Yo pensaré en algo para que mamá te dé lo que quieres, pero si noto que no le gusta o que está forzada haré lo que pueda para detenerlo.

—Me parece perfecto. No se trata de que la viole, solo quiero que se suelte para que ambos disfrutemos más, solo eso.

—Tenemos un trato. Espero no arrepentirme.

—Gracias, hija. Eres un cielo.

—Jajaja, ya me compensarás si cumples tus deseos. ¿Has visto el iPhone nuevo? Jajaja.

Estuve con el alma en vilo unos días. De vez en cuando miraba a mi hija preguntándole con la mirada. La muy sinvergüenza se sonreía con picardía sin decirme nada. El sábado por la tarde, Leti convenció a su madre para ir de compras. Por supuesto me invitaron a ir con ellas al centro comercial. Estaba a punto de negarme como hacía habitualmente cuando una mirada de mi hija me impulsó a aceptar. Mi mujer se extrañó pero le pareció muy bien.

La tarde fue una tortura, evidentemente. De tienda en tienda, de probador en probador, para al final comprar un par de cosas. A ellas les resultaba divertido eso de probarse ropa aún sin tener deseos de comprarla. Para mí era lo más aburrido del mundo. Al final decidí esperarlas en una cafetería. Allí estaba enredando con el móvil para entretenerme cuando por fin llegaron.

—Ya hemos terminado — dijo Ana sentándose a mi lado —, ¿te enseñamos lo que hemos comprado?

—Mejor en casa — menudo rollo.

Pidieron algo de beber para recuperarse de la intensa deshidratación de una tarde de compras y lo tomamos charlando. Decidimos parar por el camino en un McDonald’s que nos pillaba bien y fuimos al parking a por el coche. Lo cierto es que iba un poco desilusionado, esperaba que nuestra hija hubiera hecho algún movimiento, pero la tarde pasó sin novedades. Me extrañó que, al entrar en el coche, Leti pidiera a su madre que la acompañara atrás. Decía estar un poco mareada y no encontrarse bien.

Haciendo de taxista conduje hacia el McDonald’s. Al poco de salir del centro comercial, me llegaron susurros y ruidos extraños desde atrás. Por el retrovisor solo veía sus cabezas y no parecía estar pasando nada. Sin embargo se escuchaban claramente ruidos como de ropa o de alguien fajándose. Lo descubrí cuando, intrigado, orienté el espejo más hacia abajo. Leti metía mano a su madre al tiempo que le murmuraba algo al oído. Alternando la atención entre el tráfico y el retrovisor conduje despacio, deseando ver cómo terminaba la cosa. Se me escapó una risa al lanzarme desde atrás unas braguitas.

Mi situación no era envidiable. Oía gemidos de placer desde el asiento trasero y no podía volverme para disfrutar del espectáculo por miedo a una colisión. A pesar de eso, mi miembro me presionaba fuertemente contra la bragueta del pantalón. Y es que uno no es de piedra. Y se empezaban a escuchar perfectamente las órdenes que Leti le daba a Ana : “abre más las piernas”, “quítate el sujetador”, “chupa”. ¿Chupa? ¿Qué tenía que chupar? — pensé intrigado.

Al detenerme en un semáforo mi hija por fin se apiadó de mí.

—Sigue tú — le dijo a su madre —, y no te vayas a correr. Papá, rápido : cámbiame el sitio.

Aprovechando la luz roja ambos salimos del coche y nos cambiamos de asiento. Leti me dedicó una enorme sonrisa cuando nos cruzamos. Con prisa me zambullí en el asiento de atrás cerrando la puerta.

Morboso. Alucinante. Sublime. Mi mujer estaba recostada en el asiento con los ojos cerrados, con la blusa desabotonada mostrando los pechos y con la falda enrollada en la cintura haciéndose una paja. ¡Si la podía ver cualquiera! De todas formas mi paciencia había llegado al límite. Sacándome la polla por la bragueta aparté sus dedos de su precioso coño y se la clavé hasta el fondo de un solo golpe. Al grito que pegó le siguió la risita de Leti. Sin importarme si alguien nos veía la follé con ansia, casi con desesperación. Ana, con el cuello en un ángulo incómodo estaba tan caliente que me rodeó la cintura con sus piernas y movió sus caderas frenéticamente. A mí no me dio tiempo, pero ella se corrió en un par de minutos gimiendo como una perra.

Yo quería seguir, me apetecía follarla a cuatro patas, pero estaríamos demasiado expuestos. Me tumbé como pude en el asiendo doblando las piernas y la hice sentarse sobre mí e incrustarse en mi dura polla. Cabalgó como una amazona. Ahora, con Ana más serena, pude deleitarme con su cuerpo. Acaricié su cintura y sus pechos, froté su clítoris y clavé los dedos en su culo. A todo ello mi mujer me respondía gimiendo y meneando las caderas, frotando su interior con mi miembro.

—Llegamos al McDonald’s, ¿qué os pido? — preguntó Leti.

Mi mujer intentó escaparse de mí dejándome a punto de caramelo. No estaba dispuesto a consentirlo, iba a llenar su coño de semen aunque lo tuviera que hacer delante de todo el mundo.

—Mamá, no pares ahora — me auxilió Leti.

Al final me senté en el centro con la polla clavada en mi mujer que se apoyaba con las manos en los asientos delanteros.

No sé qué nos pidió de comer nuestra hija, estaba únicamente concentrado en bombear en el dulce coñito de mi mujer agarrando sus caderas, ella botaba enfebrecida sobre mi polla. La lujuria nos había embargado a ambos y no nos importaba nada que no fuera nuestro propio placer. Cuando llegamos a la ventanilla un adolescente con gorra y acné le preguntó algo que no entendí a Leti. Le contestó entre risas.

Las manos de Ana oscilaban entre cerrarse la blusa para no enseñar las tetas al chaval y sujetarse a los asientos para no darse con la cabeza contra ellos, pero todo esto sin dejar de menearse sobre mí. El chico alucinaba sin apartar sus ojos del espectáculo, tanto que al entregar la bolsa a mi hija la dejó caer entre el coche y la ventanilla. Dijo algo que no capté y al poco apareció fuera del coche recogiendo la bolsa. Cuando se la dio a Leti casi mete la cabeza por la ventanilla del coche para mirar con más detalle a Ana.

Por fin Leti se puso otra vez en marcha, Ana y yo redoblamos nuestros esfuerzos y, esta vez sí, nos corrimos a la vez llenando el coche de gemidos y jadeos.

—¡Cabrón! — me dijo Ana recostándose en mi pecho para recuperarse.

No la hice caso, acaricié lánguidamente sus pechos y sus muslos mientras recobraba el aliento.

—¿Te ha gustado, mamá? — preguntó mi hija mirando por el retrovisor.

—Yo no quería esto, desnuda en el coche y a la vista de cualquiera — dijo apartando mis manos de su cuerpo.

—Pero, ¿te ha gustado?

—Sí, joder, sí que me ha gustado — contestó de mala leche.

—Pues si quieres repetir cojo la ruta turística a casa.

Leti se partió de risa y yo no me resistí y me uní a ella. Ana nos asesinó con la mirada y el ceño fruncido, pero juraría que vi una sonrisa antes de que apartara la cara.

Esa fue la primera vez de varias fuera de casa. Follamos en el coche en un parking mientras la gente pasaba a nuestro lado, mi hizo una mamada y yo a ella en un cine, hasta echamos un polvo relámpago en el ascensor de casa. Lo que tuvieron en común todas las veces fue que mi hija Leti dirigía la función. Sin ella mi mujer se cerraba en banda y no había manera de llegar a nada. Follábamos, claro. En la cama y como dios manda. Pero si quería hacer algo morboso y atrevido necesitaba a nuestra hija. Con ella, Ana se convertía en una zorrita sumisa y lujuriosa dispuesta a obedecer todas sus instrucciones. Hasta ahora no se había resistido a nada que la ordenara. Creo que bastaba un gesto suyo para que a su madre se le empapara el coño.

Lo intenté hablar con ella un par de veces, pero se negaba a comentarlo. “No quiero hablar de eso”, me decía enrocándose en el silencio o cambiando de tema. Con Leti sí que lo discutí, aunque tampoco obtuve nada en claro. Ella se había dado perfecta cuenta de la actitud de su madre con ella, pero no tenía ni idea de qué lo motivaba. Estaba tan perdida como yo.

—De todas formas, estoy encantada. ¿Sabes cómo se puso conmigo cuando suspendí una asignatura? — me decía risueña —. Me echó una bronca que pensé que me iba a sacudir, así que tenerla tan dócil me parece genial. Es como si fuera una niña pequeña y yo su madre, jajaja. Por desgracia solo es así de blandita conmigo cuando estamos en… bueno, ya sabes.

—Entonces, ¿se comporta normal contigo fuera de… ya sabes?

—Que sí, pesado.

—Esto es muy raro.

—Lo sé, pero es tu mujer y si tú no la conoces, ¿qué voy a saber yo?

—Tienes razón. Creo que debemos seguir a ver a dónde nos lleva. Quizá descubramos lo que le pasa a tu madre.

—Ya, tú lo que quieres es que te la siga poniendo a huevo para hacer guarrerías. Te estás divirtiendo.

—Eso también — me reí.

—Si no fuera por lo que disfruta mamá no te ayudaría, pero la verdad es que se lo pasa genial. Aunque es un poco raro ver a tus padres follar da gusto lo bien que lo hacéis. Y eso que la sacas diez años.

—Gracias, cariño, y gran parte de ello es gracias a ti.

—Supongo, pero tú también estás muy bien, mamá tiene suerte. Ah, y si me lo quieres agradecer recuerda eso del iPhone.

La siguiente vez que Leti me di una de sus sorpresas fue en nuestra casa. Salía de la ducha por la noche cuando la oí llamarme desde el salón. Al entrar me quedé patidifuso. Ana estaba inclinada sobre la ventana, únicamente vestía una ajustada camiseta que dejaba ver que no llevaba sujetador. Gemía con las piernas separadas sacando el culito y Leti se lo penetraba con dos dedos. Aunque de perfil, pude ver la cara de placer de mi mujer.

—Ven papi, mami quiere que la des por culo en la ventana para que los vecinos vean lo mucho que le gusta.

La toalla que me cubría la cintura se cayó sola empujada por mi instantánea erección. Por un segundo pensé que mi hija se había vuelto muy traviesa, pero el culo en pompa de mi mujer despejó todos mis pensamientos. Me acerqué raudo.

—Ya está lubricado — nos dijo Leti —. ¡Ala!, a disfrutar — le dio una palmada en el trasero.

Apunté a su agujerito ayudándome con una mano y se la metí con cuidado. En cuanto la tuve enterrada me agarré a sus caderas y empecé a bombear mirando como mi polla entraba y salía de su culo
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heranlu

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Ana mi Esposa, mi Hija Leticia y Yo – Capítulo 003


Era glorioso. Ana tenía la cabeza caída sobre el pecho, no sé si de placer o evitando que se le viera la cara desde fuera, pero sus intensos gemidos me decían que estaba disfrutando tanto o más que yo. Para rematar la faena, Leti se empeñó y consiguió sacarla la camiseta. Ahora estaba expuesta, totalmente desnuda en la ventana mientras la daba por culo.

—Muy bien, mami — le decía nuestra hija —, que aprendan cómo se folla esos mirones.

Tanto Ana como yo oteamos intentando descubrir si realmente teníamos espectadores. No vi a nadie, aunque en caso de que los hubiera estaban recibiendo un gran espectáculo. Mi mujer tenía la boca abierta en una mueca de placer, sus tetas se bamboleaban al ritmo de mis embestidas y todo su cuerpo desnudo estaba brillante de sudor.

—¿Te gusta, mamá? — le preguntó Leti acunando su mejilla.

—Sí…

—¿Cuánto?

—Mucho…

—¿Te gusta que te miren, mami?

—No… eso no…

—¿Y por qué lo haces? — Leti intentaba llegar al fondo de la cuestión a la par que yo llegaba a otro fondo.

—Porque… porque… — dijo entre jadeos — porque me lo has pedido…

—Ya, pero ¿por qué me obedeces?

Me interesaba muchísimo la respuesta pero la naturaleza me impidió oírla. Justo en ese momento se agotó mi resistencia, solté sus caderas para estrujar sus tetas y me empecé a correr en lo más profundo del culo de Ana. Ésta, al sentir mi semen caliente, me acompañó en el placer y se corrió conmigo gritando.

—Aaggghhhhhhhh…

Me vacié por completo en su trasero y la abracé por la espalda, su cuerpo se estremecía pegado al mío. Estuvimos así unos momentos hasta que saqué mi miembro. Tuve que sostenerla mientras se recuperaba.

—Ahora duchaos — nos ordenó Leti — y esperadme en la cama, vamos a aclarar todo esto.

La ducha no fue divertida. Ana estaba callada y evitaba mi mirada. Se dejó enjabonar, pero su reticencia lo convirtió en algo incómodo. Salimos, nos pusimos el pijama y esperamos a Leti en la cama. Llegó enseguida también con pijama y se tumbó al lado de su madre. Por suerte la cama era muy grande y estábamos cómodos. Leti puso una pierna sobre su madre, una mano sobre su abdomen y la besó en la mejilla. Siguió dándole besitos hasta que se relajó, yo mientras la acariciaba el cuello y el hombro sobre el pijama.

—Bueno, mamá, cuéntame todo — le pidió Leti.

—¿El qué? No hay nada que contar — musitó Ana sin mirarnos.

—No, no, no, no me mientas — le puso un dedo en los labios —. Dime la verdad. Papá y yo hemos hablado, sabemos que te gusta lo que hacemos, que lo disfrutas mucho, pero no sabemos por qué haces todo lo que te pido. No es que me queje — se rio —, pero queremos saberlo.

Ana se quedó callada mirándose los pies al tiempo que un leve rubor cubría su rostro. Leti la animó con unas palmaditas cariñosas en la tripa.

—Venga, mamá, cuéntanos.

—No quiero — murmuró.

—¿Quieres que te persuada? Sabes que puedo hacerlo — deslizó una mano dirigiéndose a su pubis.

—¡No! — casi gritó, luego bajó el volumen de su voz —. Si os lo digo vais a odiarme, os quiero mucho y no quiero decepcionaros.

—No hay nada — intervine — que haga que no te queramos. Eres una persona sensacional, cariñosa y buena, no podría tener una mujer mejor y seguro que Leti piensa lo mismo de ti como madre.

—Desde luego, papá tiene razón — asintió.

Ana nos miró y volvió a su mutismo. La estaba costando horrores decidirse.

—Venga, mamá. Explícate, por favor — le dio más besitos.

—Vale, os lo contaré — dijo después de un enorme suspiro —. Pero por favor, no me odiéis — nos miró a ambos y siguió hablando —. Hasta que conocí a tu padre — le dijo a Leti — me acostaba tanto con hombres como con mujeres, me importaba más la persona que su sexo. Sé que ahora está muy de moda, pero hace unos años era distinto. El caso es que normalmente me gustaban más las mujeres que los hombres. Luego nos conocimos, me quedé embarazada y naciste tú. Papá y yo nos casamos — ahora me miró a mí —, y he sido muy feliz contigo. Te he sido siempre fiel y no he echado de menos nada. Te quiero, ¿lo sabes, verdad?

Asentí, la besé y la cogí de la mano.

—El caso es que cuando me diste el masaje la primera vez, hija, sentí la necesidad de estar con una mujer. Perdona, cariño — me miró con arrepentimiento —. Desde entonces he deseado cada momento que se repitiera. Luchaba conmigo misma intentando reprimir mis sentimientos, pero ha sido inútil. Si tengo que ser sincera os diré que he disfrutado de cada momento con vosotros. Ha sido una locura que me ha excitado más que nunca antes, y no creo que solo haya sido porque me hayáis hecho follar en cualquier sitio, que me ha encantado, creo que ha sido porque estabas tú, hija.

—¿Yo?

—Sí, me estáis obligando a contaros todo así que os lo voy a decir — nos miró a los dos con los ojos húmedos —: creo que te quiero, Leti.

—Ya sé que me quieres, eres mi madre — saltó. Estaba apoyada sobre un codo mirando a Ana.

—No me has entendido — la acarició la carita —, te quiero como no se debe querer a una hija. No es que esté enamorada de ti ni nada de eso, lo que pasa es que me traes recuerdos de una relación que tuve — Ana había abierto el grifo y estaba soltando todo —. Ella era una chica a la que no le gustaba el sexo convencional, le gustaba hacerlo en todas partes, aunque nos pillaran algunas veces. También era muy dominante, aunque era una chica dulce y cariñosa, cuando teníamos sexo se convertía en una persona distinta. Me ordenaba lo que tenía que hacer y me castigaba si no cumplía inmediatamente sus órdenes. Me gustaba mucho — murmuró bajando la cabeza avergonzada.

En cuanto soltó la bomba nos quedamos los tres tumbados mirando al techo. Ana estaría esperando nuestra reacción, y nosotros intentando asumir sus palabras. De vez en cuando las miraba, intentando descubrir en sus rostros impasibles alguna pista de lo que pensaban.

—Caray — dijo por fin Leti.

—Sí — dijo Ana.

—Joder — dije yo.

—Entonces — dijo Leti pasados un par de minutos —, ¿qué pasa con papá?

—Con papá no pasa nada, le quiero más que a nadie — su mano buscó la mía y la aferró con fuerza. Mi alivio fue evidente.

—Pero yo no te quiero de esa manera — explicó nuestra hija —, a ver, no me importa hacerte lo que sea ni ayudaros a desinhibiros. Para mí es muy divertido veros follar como salvajes.

—Ya — respondió Ana —. Lo sé, hija.

—Creo — intervine —, que lo que te pasa con tu hija es algo temporal. Ha despertado en ti el gusto por las mujeres y no creo que tenga demasiado importancia. Desde luego no es algo por lo que te vayamos a odiar ni a pensar mal de ti de ninguna manera. ¿Verdad, Leti? — busqué su apoyo y esperé a que lo confirmara —. Lo mejor es que te arranques la tirita de golpe y veamos qué pasa.

—¿Qué? — dijeron a la vez.

—Sí, si te reprimes vas a terminar insatisfecha sin tener claro si hiciste bien en casarte conmigo olvidando a las mujeres. Siempre tendrás esa espinita clavada. Temo que quieras probar por tu cuenta y tengas alguna “indiscreción”. Es mejor que lo solucionemos en casa.

Las chicas me miraron sorprendidas y desconcertadas.

—¿Qué? — las dije —. ¿No estáis de acuerdo?

Ana miró a su hija tímidamente esperando su reacción. Ésta nos miraba a los dos alternativamente. Por su cara iban pasando expresiones de sorpresa, curiosidad y creo que aceptación.

—¿Pero te gusta actuar así?

—Sí, mucho — le costó unos momentos reconocerlo.

—Ah, vale — Leti parecía más intrigada que otra cosa.

Nos quedamos los tres como pasmarotes. Tumbados boca arriba casi sin tocarnos. Había sido divertido y excitante mientras Leti nos calentaba y obligaba a mi mujer a seguir sus instrucciones. Ahora, sabiendo todos que ella tenía que participar, nos parecía distinto, más difícil. Creo que todos estábamos de acuerdo en que iba a ser algo trascendental y nos imponía respeto. Podía quedarse en nada, algo banal si mi mujer se quitaba las ganas y descubría que no le interesaba seguir jugando con mujeres dominantes, aunque algo me decía que no sería nada de eso.

Con una risita provocada por nuestra timidez me levanté y me quité el pijama. Junto a la cama, desnudo y con el miembro flácido me las quedé mirando. Ana fue la primera en seguirme, levantó las caderas y se quitó el pantalón y las braguitas. Luego se sacó por la cabeza la parte de arriba. A Leti le costó más. Nos miró un rato hasta que se decidió y se levantó como yo para desnudarse. Hacía mucho que no veía a mi hija completamente desnuda y me descubrí mirándola con atención. Tenía un cuerpo igual de espectacular que el de su madre, más firme y lozano por la juventud. Para romper el hielo me tumbé junto a Ana y la atraje a mis brazos. La acaricié y besé siendo correspondido. Enseguida noté cómo Leti se acoplaba a su espalda y la acariciaba la tripa.

Seguí besándola, explorando su boca con la lengua un buen rato. Cuando pensé que estábamos todos relajados me separé y la hice volverse de cara a su hija.

—Bésala, Leti — le pedí.

Empezó con unos piquitos titubeantes, animándose al responder su madre con entusiasmo. Viendo cómo poco a poco se enzarzaban en una guerra de lenguas, me arrodillé a su lado y acaricié, o mejor dicho, magreé las tetas de Ana. Ver a ambas besándose me calentaba un montón, a lo que se sumaba el roce de las lindas tetas de mi niña en el dorso de mis manos. Me sorprendió Leti al apartarme y ocuparse ella misma de los pechos de su madre. Parece que le estaba cogiendo el gustillo.

Como no me daban mucha cancha y mi erección ya era importante, me situé a la espalda de Ana y metí la polla entre sus piernas, acariciando su coño sin llegar a meterla. Mientras yo me rozaba con ella, Leti bajó la cabeza para lamer los pezones de su madre. Se las veía excitadas, sin reparos a hacerse el amor. Una de las manos de mi hija se deslizó por el cuerpo de Ana hasta llegar a su coñito. No le importó que tuviera yo allí la polla, le metió un dedo provocando un gritito a su madre. Siguió masturbándola hasta que estaba a punto de caramelo.

—No te corras, mamá, no tienes permiso — le dijo deteniendo la paja y agarrándola de la barbilla. Se sentó en la cama apoyada en el cabecero —. Cómeme.

Al principio Ana gruñó frustrada, pero enseguida sumergió la cara entre los muslos de su hija y le aplicó la lengua al clítoris.

—Despacio, mami, no tenemos prisa. Me querías y me vas a tener. Mucho tiempo. Levanta el culito para que papá se entretenga contigo, anda.

Ana obedeció como siempre quedándose a cuatro patas, no tardé en colocarme tras ella dispuesto a follarla.

—Papi, si te vas a correr que sea en su culo, a lo mejor luego la como el coño y no quiero tus restos por ahí, puaj.

Se rio y yo con ella, lo que no me retrasó para meterle la polla en el coño. Como presentía que la cosa iba a durar y necesitaría fuerzas la follé despacio. Se la clavaba por completo pero con un ritmo sosegado. Mis ojos eran felices. No solo disfrutaban de la hermosa espalda y trasero de mi mujer, también contemplaban a la preciosidad de mi hija.

—Lo haces de fábula, mami — jadeó Leti —. Si llego a saber que me iba a gustar tanto no me lo hubiera pensado.

Ana levantó la cara con una sonrisa de oreja a oreja que le devolvió su hija antes de empujar su cabeza hacia abajo nuevamente. Enseguida reanudó su placentera tarea. Por poco que quisiera correr, la situación era tan excitante que me daba miedo correrme dentro del coño de Ana. Así que me detuve con la polla clavada hasta dentro y la metí un dedo en el culo. Luego fueron dos, y jugué con ellos hasta dilatar el agujerito. Escuché perfectamente el resoplido de Ana cuando cambié de agujero y la taladré el ano. Para mí, y creo que para ella también, había sido un descubrimiento. Nos habíamos estado perdiendo algo cojonudo. Ya no era el morbo de dar por culo a mi querida esposa y escucharla gritar de placer, sino que su culo apretaba tanto mi polla que el roce era simplemente fantástico, tanto que tuve que ir muy despacio para no terminar antes de tiempo. Al final, me corrí al tiempo que Leti. Cuando la vi poner los ojos en blanco y gritar a su madre lo bien que la comía agarrando su cabeza con las dos manos no pude resistirlo y me vacié en su culo. A nuestro orgasmo se sumó el de Ana. Al verla estremecerse gimiendo entrecortadamente todavía con su cara entre sus muslos, Leti la levantó la cabeza para mirarla. Comprobó que, efectivamente, se estaba corriendo.

—Tsch, tsch — la chistó —. Lo tenías prohibido. Ahora voy a tener que castigarte, mami —. La atrajo hasta que apoyó la cabeza contra su pecho dejando un ratito para que todos nos recuperáramos del orgasmo —. Para que veas que soy buena hija te doy a elegir : puedo irme y nos olvidamos de todo esto o puedo darte unos azotes de castigo. ¿Qué prefieres, mami querida?

Se lo estaba pasando bomba haciendo el papel de mala, mientras mi mujer contestaba mi hija me miraba sonriente.

—Prefiero que me pegues, cariño — contestó Ana.

—Te voy a poner el culo rojo, ¿de verdad lo prefieres? — insistió.

—Sí, hija.

—Vale, pues ponte boca abajo y chúpasela a papá mientras, ah, y ten cuidado de no morderle, jajaja.

Nos pusimos en posición y le aplicó el castigo. Aliviado me fijé en que no la golpeaba con fuerza, ni siquiera se le enrojecía la piel. Ana aguantaba apoyada en los codos lamiendo mi polla.

—Creo que te gusta que te zote, mami. ¿Es verdad? — como no contestó le dio un azote más fuerte que sonó como un disparo.

—¡Sí! Sí me gusta.

—Entonces realmente no es un castigo — siguió con los azotes algo más fuerte ahora —. ¿Qué podría hacer para que lamentaras haberme desobedecido? — me miró aguantando la risa, si su madre no estuviera haciéndome una mamada yo me hubiera carcajeado seguro —. ¡Ya sé! como te retuerces como una gatita cada vez que te azote maúlla un poco.

Ana la dedicó una mirada asesina. No le había gustado nada. Aun así aguantó la humillación y maulló diez o doce veces.

—Miau — exclamaba poniendo una carita preciosa.

Al final me entró la risa y a Leti también. Terminó por abrazar a su madre y llenarle la cabreada cara de besos.

—Como has sido tan buena gata si quieres te como el coñito y te dejo correrte otra vez — le dijo.

Ana asintió con la cabeza enérgicamente recuperando la sonrisa. Enseguida se colocó como antes había estado Leti y separó las piernas. Mientras Leti se encargaba de su madre me senté a su lado y le llevé la mano a mi miembro para que me acariciara suavemente. Disfruté horrores viéndolas a ambas y tuve que apartar su mano al final, cuando se corrió, para no culminar yo también. Quedamos los tres tendidos en la cama como al principio.

—¿Qué tal, chicas? — pregunté curioso por saber sus impresiones.

—Lo siento — me dijo mi mujer mirándome con cariño —, pero ha sido genial, la vez mejor de mi vida. Gracias por esto.

—No me pidas perdón, amor, y menos me des las gracias. Mejor espera al final — le señalé mi pene erecto. ¿Y tú, hija?

—Mejor de lo que esperaba, un poco raro, pero también creo que ha sido genial.

—Bien, me gusta oíros decir eso. Ahora, ¿cómo seguimos?

Estuvimos un par de horas más deleitándonos con el sexo. Leti ordenó a su madre que la chupara el culito y se corrió otra vez. Luego tuvo otro orgasmo sentada en su cara. Las dos veces Ana disfrutó de su sumisión obedeciendo las instrucciones de su hija. Yo me corrí en la boca de mi mujer y, para terminar, en su coño. Era raro que me pudiera correr tantas veces, pero la situación lo propiciaba y estaba tan excitado de ver jugar a mis dos mujeres que parecía Superman. Terminamos abrazados los tres durmiendo con nuestros miembros enredados.

Pasaron unos días sin novedades, salvo las miradas asesinas de mi mujer cuando la llamaba “gatita”. Mi propuesta fue que Ana se quitara la espinita y eso hizo, así que no esperaba, aunque lo deseara enormemente, repetir la jugada. Por eso me sorprendió gratamente un día en que al volver a casa no encontré a Ana y entré a la habitación de Leti a preguntarla. Estaba estudiando tranquilamente en su mesa.

—No me extraña que no la encuentres — respondió entre risas volviendo la cabeza —. Está aquí abajo. Saluda a papá, mami.

Escuché un gruñido y me acerqué a investigar. Leti tenía los pantalones y las braguitas por los tobillos y su madre estaba sin camisa arrodillada entre sus piernas lamiendo con lujuria su intimidad.

—¿Sin mí? — fue lo único que pude decir.

—No te preocupes, papi, sabíamos que llegabas ahora y hemos querido darte una sorpresa. En cuanto acabe con sus deberes, mamá sigue contigo.

Me quité los pantalones y me acaricié viendo a Leti llegar poco a poco al orgasmo, luego me follé a mi mujer a cuatro patas sobre la cama de mi hija.

Pocos días después, se me cayó la mandíbula al suelo al entrar y ver a las dos desnudas. Ana tumbada en el suelo y mi hija sentada en su cara gozando de su lengua al tiempo que se follaba a su madre con los dedos. Lo que más me sorprendió fue escuchar los insultos que dedicaba a su madre.

—Qué bien lo comes, zorra — le decía entre jadeos de placer —. Cómo me gusta que seas tan puta, mamá.

—¡Pero hija! — exclamé escandalizado.

—No te ralles, papi. Me lo ha pedido ella. Tu mujercita se pone cachonda con estas cosas.

—¿Es verdad, Ana? — le pregunté.

—Sí — dijo levantando las nalgas de su hija para poder hablar.

—No pares, puta, o tendré que castigarte — le ordenó Leti.

Con un gemido ronco Ana siguió lamiendo. No estaba seguro si me gustaba la deriva que iba tomando la situación, que mis chicas tuvieran sexo sin contar conmigo. En cualquier caso era todo tan morboso que cuando terminaron obligué a mi mujer a que me hiciera una mamada y se tragara toda mi leche.

Durante un tiempo todo fue ¿empeorando? Cierto que follaba más que nunca y disfrutaba mucho con las notas de perversión que acompañaban el sexo, pero me iba sintiendo un poco excluido. Era como si yo me acoplara a sus juegos en vez de al revés, como si fuera un invitado en su relación. El colmo pasó cuando, una noche, mi mujer se negó a que folláramos. Leti le había impuesto el castigo de estar una semana sin correrse y ella se negaba a desobedecerla. Me consoló haciéndome una cubana y permitiendo que me corriera en su cara. Aun así, no acababa de convencerme el nuevo escenario. De ser el alfa de la casa, había pasado a ser un comparsa dependiendo de los deseos de mi hija, que insospechadamente se había erigido en la dueña de nuestro sexo.

Por fin pasó la semana y volvió la nueva normalidad. Como empezaba a ser costumbre mi hija dirigió la función. En mi cama tumbó a mi mujer completamente desnuda y la vendó los ojos.

—Adelante, papi. Esta zorrita tiene muchas ganas de correrse — se rio mi hija —. ¿Verdad que eres una perrita caliente, mami?

—Sí, hija, por favor, hazme lo que quieras.

Entre los dos la dimos dos orgasmos solo con los dedos, se la notaba ávida y necesitada. Luego la pusimos de lado y se la metí por el culo mientras mi hija la penetraba el coño con los dedos. Se corrió antes que yo, pero era tanta mi necesidad que la coloqué boca arriba y me pajeé sobre ella. Aquí ocurrió una cosa curiosa que me dio que pensar. Al tiempo que me derramaba sobre mi mujer, Leti la magreaba las tetas a conciencia. Eso ocasionó que parte de mi semen cayera en sus manos. Esperaba que le diera asco o expresara su desagrado. En vez de eso se lo recogió con los dedos y se lo dio de comer a Ana. Por un momento pensé que mi hija había vencido la reticencia que tenía conmigo. No es que fuera importante, me bastaba y sobraba con mi mujer, pero revelaba posibilidades por descubrir.

Después de eso la follé a cuatro patas mientras le comía el coño a Leti. Se corrió otras dos veces. Seguimos y seguimos provocándola orgasmos. Nuestra hija estaba desaforada y la hacía correrse una y otra vez.

—Por favor — suplicó Ana —, no puedo más. No me quiero correr más.

—No estoy cansada todavía — respondió con una risita Leti —, y papá parece que tampoco — miró mi notoria erección.

—Déjame descansar, por favor.

—Vaaaale, te doy cinco minutos. Luego quiero tu culito.

Permanecimos tumbados con los miembros enredados. Mi polla estaba muy cerca de la mano de Leti y me atreví a cogérsela y llevarla hasta ella. Primero me miró sorprendida, luego se sonrió, me guiñó el ojo y me la rodeó con los dedos suavemente haciéndome una paja.

—¿Papi está juguetón? — me dijo risueña.

—Por tu culpa he estado una semana sin follar — le dije muy digno aunque interiormente alucinaba con mi hija.

—Y ahora quieres que te compense — su mano no paraba de masturbarme —. Mami, papá quiere que le haga una paja. ¿Tienes algún problema?

Ana levantó la cabeza y vio lo que estaba pasando.

—Tú mandas, haz lo que quieras — respondió sumisa.

—Así se habla, perrita — Leti acunó la mejilla de su madre con la mano libre.

Yo no dejaba de asombrarme de la jerarquía entre ellas y las contemplaba encantado. Ahora que nuestra hija también me prodigaba sus favores nuestra relación me parecía más equilibrada. Tendría que ser de piedra para no desear el magnífico cuerpo de Leti y, además, cualquier reparo por ser mi hija, había desaparecido en cuanto se folló a su madre. Mi pequeña me masturbó dulcemente durante unos minutos antes de ordenar a su madre que me la mamara. Me decepcionó dejar de sentir su manita, tanto que me atreví a cometer lo que podría ser una locura, pero no pude resistirme.

Mientras Ana devoraba mi polla alargué una mano para acariciar las preciosas tetas de Leti. Al principio lo hice de forma dubitativa esperando su reacción. Ella, con una leve sonrisa en su carita, cubrió mis manos con las suyas y apretó fuerte, haciéndome amasarlas con ganas.

—Uf, papi, estoy cachonda.

Ese fue el primer día en que me follé a mi propia hija. Luego vendrían muchos más. Entre los tres establecimos un equilibrio y nadie se sintió excluido. Fuera del sexo, conseguimos mantener una relación normal. Ana se imponía sobre Leti como había hecho siempre y yo seguía siendo el cabeza de familia. El mejor cambio a mi parecer fue que mi mujer dejó de necesitar la presencia de su hija para disfrutar del sexo sin inhibiciones. Aunque seguía sin someterse a mí como a ella, sí que conseguíamos los dos solos gozar de forma divertida y morbosa en cualquier parte. Ahora solo echo en falta una cosa que estoy seguro que no tardaré en conseguir, y es que estoy empecinado en conquistar el culo de mi hija.
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