Vacaciones en Punta Quemada

dlacarne

Virgen
Registrado
Jul 9, 2025
Mensajes
5
Likes Recibidos
9
Puntos
3
Casi como una obligación, cada verano, Blanca, Camila y yo hacíamos una escapada a la playa. Daba igual viajar por Europa, el rincón más exótico de Asia o el pueblo de al lado, no perdonábamos ningún año. Las prisas y la falta de tiempo para organizar nos llevaron este año a Punta Quemada, un pueblo bastante cercano del que todo el mundo hablaba muy bien pero en el que ninguna de las tres había estado. Playas vírgenes y naturistas, pubs y discotecas con muy buenas críticas, alojamientos baratos y preciosos, paisajes espectaculares... Pueda que fuera la necesidad de escapar de la ciudad y la rutina pero, en cuanto lo planteamos, ya estaba la mar de ilusionada.

-¡Tú lo que quieres es lucir esas pedazo de tetas nuevas que te has puesto! -Me dijo con sorna Blanca cuando recordamos lo de las playas nudistas en el coche.

-¡Con lo bonitas que han quedado y lo que me han costado, como para no enseñarlas! -respondí haciéndome la divina y despertando la risa de todas.

Hicimos el viaje con el bikini ya puesto, no había tiempo que perder. Blanca y Camila bajo la ropa y yo sin nada más por encima que un pareo por los hombros. Fuimos cantando e imaginando locuras y travesuras que haríamos estos días. Cuando llegamos al destino, me dolía la garganta de reír. No eran aún las cinco de la tarde cuando recogimos las llaves del piso que alquilamos. Tiramos las maletas, sin repartirnos las habitaciones siquiera, y bajamos corriendo a la playa.

No tardamos más de tres minutos, tres minutos nos bastaron para hacer el tonto como tres mocosas que salen sin sus padres por primera vez. Hacía un día estupendo, completamente despejado, con un sol que, a pesar de notar como ya me corría el sudor entre las tetas, calentaba pero no abrasaba. No fue nada difícil encontrar un buen sitio en el que plantar nuestro campamento y desprendernos de nuestras ropas. Mientras Camila preparaba su silla y se sentaba como una señorona y Blanca empezaba con su sesión de selfies para Instagram, yo me fui corriendo al agua sin pensarlo demasiado. En el primer contacto sentí como el frío me subía por los pies hacia todo el cuerpo y los pezones se me empitonaban en un mecanismo automático, mas no cesé en la carrera y me metí al agua de una zambullida (puede que no la más estética de la historia). Al volver a flote, abrí los brazos echándome el pelo hacia atrás y respiré el aire del mar. Cerré los ojos y escuché el suave sonido del romper de las olas cuando la mar está serena. Respiré profundamente y nadé unos metros hacia atrás dejándome envolver por la paz que me rodeaba. Ya estábamos aquí, sin estrés, libre y con unos días emocionantes por delante.

Satisfecha mi hambre de paz, salí del agua ajustándome la parte de arriba del bikini, tirando de sus escuetos triángulos todo lo que daban, en la ardua de tarea de que no se me viera nada, y después me subí el también escueto tanguita que lo acompañaba. Sobre el bikini ocre brillaban los rayos del sol, dejando destellos sobre el reflejo de mis pechos en las ondas del mar. Miré hacia atrás, viendo como mi culo gordo, casi al desnudo, salía con cierta violencia del agua, miré hacia adelante reposando las manos sobre mi pecho. Salí del agua sintiéndome una diosa

Al llegar a la sombrilla Blanca aún seguía pegada a su móvil y Camila no se había movido de su silla leyendo un libro.

-¿Tantas ganas de playa para esto? -dije con cierto enfado- ¿No os vais a bañar siquiera?

-Yo vine buscando esto. Solito y paz para relajarme leyendo un libro. Ya me bañaré en un rato -contestó Camila con toda la calma del mundo, sin levantar la vista de su novela pseudo erótica de nombre genérico. Blanca, sin embargo, me miró por encima de las gafas de sol y, refunfuñando como una adolescente a la que su madre ha regañado, metió el móvil en el bolso y se sentó mirando al mar.

-¿Perdona? ¿Habéis mirado dónde empieza la playa nudista? -preguntó a los pocos segundos con extrañeza.

-Ni idea. ¿Ya tienes ganar de ir a lucir tipín?

-Creo que no hace falta. Ya vino ella a nosotras. Mirad a aquellos viejos.

En efecto, a pocos metros, en dirección opuesta a nuestro piso de alquiler, varios grupos de señores y señoras de entre cincuenta y sesenta años se bañaban y tomaban el sol completamente desnudos.

-¡Qué fuerte! -fue lo primero que me salió del alma.

-¡Qué onda los viejitos todo arrugaditos! -continuó Camila con una ilusión no compartida.

-¿Sabéis qué? En mi casa siempre se ha dicho: a dónde fueres, haz lo que vieres. Así qué... - Blanca se desabrochó su apretado bikini de cebra dejando al aire sus redondeados pechos tiesos.

-¡Ay, no! No se qué tipo de banda hay por acá. Mejor me espero a ver cómo está la cosa antes de enseñar pechotes -y, como si no estuviera con nosotras, volvió la mirada al libro y se olvidó de lo demás.

-Bueno... dije mirando al suelo haciendo morritos- Se sabía que yo me iba a quedar en tetas aunque no estuviéramos en la playa nudista -la hija de puta de Blanca asentía firmemente-. ¡Y tú también, zorra! ¡Lo estabas deseando! -le lancé el bikini a la cara y, detrás, fui yo.

Tumbada sobre ella, le agarré la muñeca derecha y, con la otra mano, traté de hacerle cosquillas. Debilitada por las risas, no pudo zafarse de mi tortura, pero si logró encoger los brazos y proteger sus costados, dificultándome la tarea. Me apoyé sobre ella, eché el pecho para delante y le golpeé con las tetas en la cara.

-¡Toma tetas! -me levanté un poco más y la agarré por sus pechos, moviéndolos de lado -¡Claro que estábamos deseando, si tenemos las tetas más lindas del mundo!

Al ir a poner en pie pude ver que ya no solo eran unas pocas parejas de cincuentones los que estaban desnudos; en muy corto espacio de tiempo ya habían llegado un buen número de jóvenes que se paseaban en pelotas por la playa. Inspirada por el descenso de la media de edad, me puse de rodillas, liberando por completo a Blanca, y agarré uno de los nudos del tanga del bikini.

-¿Sabéis qué os digo? -tiré del hilo- Tenía ganas de hacerlo en este viaje. ¿Para qué esperar? -y, con las mismas, desabroché los lazos de la parte inferior del bikini.

Conseguí que Camila apartara la mirada de su libro y dirigiera sus ojos por encima de las gafas de sol hacia mí, no se si juzgándome o aprobando mi acción. No puedo negar que sentí cierta vergüenza que me impidió levantarme en primera instancia. Apreté los dientes, me armé de valor y, de un salto, me puse en pie, dejando que el tanga cayera solo en la arena.

-¡Esa tía! -gritó Blanca cogiendo mi tanga y agitándolo al aire como una bufanda.

-Bueno, ¿qué? -dije luchando contra la tentación de taparme- ¿Quién se viene a jugar a las palas?
Nos pusimos en marcha no sin antes de que Blanca nos juntara para hacernos un selfie (o puede que más de diez) tapándonos los pezones y subirlos a las redes de inmediato. Ya en la orilla jugando a las palas, mi sonrisa desdibujada, la mirada baja y las manos apretadas delataban que no terminaba de sentirme cómoda. Quizás me había venido muy arriba, pensaba. Nunca había estado completamente desnuda en la playa y, mucho menos, dando saltos en la orilla, con todas las carnes meneándose con cada golpe de pala.

Aquello se me daba muy mal, no acertaba una. Aún así, corría de aquí para allá tratando de cazar todas, saltando y tirándome por los suelos. Camila me dejaba algo más de tregua, pero Blanca, que había jugado desde pequeña al tenis y era una zorra mala, no tenía piedad de mí. En una de tantas veces que no alcancé a devolverla, la pelota se perdió varias sombrillas más allá. Corrí a buscarla abriéndome pasó por el rompeolas, como una suerte de Pamela Anderson cutre y con menos ropa. Al ir a cogerla, meciéndose con el morir de las olas en la orilla, alguien se me adelantó: un chico negro, altísimo, de casi dos metros, la rescató y, con una sonrisa blanca impoluta y preciosa, me la ofrecía con la palma extendida. Invadida por un rubor repentino, recogí la pelota sin mediar palabra, titubeando y con la boca torcida. Mis dedos se tomaron su tiempo para deslizarse por su mano, dos veces la mía, rugosa, pero, de algún modo, también suave. Olvidando el transcurso del tiempo y el devolver respuesta alguna, lo escaneé de arriba a abajo, esforzándome en guardar su imagen para siempre. Además de alto era fuerte, de espalda ancha, pero no especialmente musculado; brazos largos, dignos de sus grandes manos y, bajo su vientre firme, un largo pene, digno de todo lo demás; aún estando en reposo, le llegaba a más de medio muslo, ¡qué exageración! Recordé entonces que yo estaba tan desnuda como él y salí de mi trance. Le di la gracias y, antes de terminar mis palabras, ya me había dado la vuelta para volver con mis amigas

Sin cortarse un pelo, Blanca hacia gestos con las manos que a todas luces señalaban el tamaño del pene de aquel chico. No emitía sonido alguno pero en sus labios se podían leer cosas como “menuda tranca”. Le mandé la pelota de vuelta para ver si así dejaba el tema. Blanca reaccionó a mi tiro con grandes reflejos y, con evidente intención, golpeó fuerte y en dirección al chico. Un lanzamiento imposible de parar. Al girarme una vez más, me alegré de no verlo en un principio pero, emergió como Poseidón de entre las aguas y corrió hacia la pelota antes de que yo llegara, balanceándose el pene con cada paso que dio en mi dirección.

-¡Aquí está otra vez! -dijo el chico- Me quedo cerca por si necesitáis a un recogepelotas -bromeó regalándome de nuevo su sonrisa.

-Con lo mala que soy no nos vendría mal. Seguro que en veinte segundos la he vuelto a perder.

-No se hable más. Me quedo aquí atento a vosotras. Toma, la pelota.

-¡Muchas gracias! Y perdona, que acabamos de llegar y no paramos de molestar.

-¡No pidas perdón por esa tontería, tranquila! Yo también acabo de llegar y estoy encantado con mi nuevo trabajo de recogepelotas.

-¿Tampoco eres de por aquí? Nosotras hemos llegado hace una hora como mucho. Nos quedamos unos días en un piso por aquí cerca.

-Yo vivo a una media hora, en la ciudad, y trato de venir un par de veces todos los veranos. De momento, nos quedamos el finde.

En ese momento, como el monstruo de una peli de miedo, Blanca apareció por detrás de mi hombro, cómo si hubiese estado escondida todo el tiempo, escuchando y esperando el momento más inoportuno.

-Venía ver si estabas bien, pero ya veo que sí. ¡Hola, qué tal! Yo soy Blanca, ¿y tú? ¿Lex? ¡Qué bonito! -dijo Blanca con voz de tonta y apretando los brazos contra su pecho- Bueno, ¿te vienes a jugar?

-Ahora voy. Toma -le puse la pelota sobre sus tetas apretadas-, juega con Camila mientras.

Cuando Blanca se fue, guiñándome un ojo, retomé la conversación con Lex.

-Así que Lex, ¿no? Yo soy Marta, encantada -puse mi mano sobre su hombro para coger impulso y llegar a darle dos besos. El apoyó su enorme mano en mi cintura para agacharse-. Supongo que nos veremos estos días si estás por aquí. Te dejo ya, que te estarán esperando tus amigos.

-No, no te preocupes. Creo que iban a jugar al volley ahora. Yo estaba pensando en darme un baño y dar un paseo por la orilla para relajarme un poco.

-¡Ah! Yo también estaba pensando en algo así. Eh... te importa... ¿te importa si te acompaño?

-¡Para nada! Iba a proponértelo yo ahora si no decías nada.

Su sonrisa se hizo aún más grande tras decir eso. La mía, también. Con un gesto, me invitó a iniciar el camino y así hice. Al pasar por al lado de mis amigas me despedí de ellas y le devolví el guiño de ojos a Blanca. Ambas me miraban boquiabiertas y hacían señas para que a la vuelta les contara.

Con la atención puesta en mantener una conversación trivial que tapara torpemente los silencios, caminamos y caminamos por la orilla. Al otro lado del paseo marítimo, se divisaban hoteles, discotecas y otros sitios que había visto por internet; nos habíamos adentrado de lleno en la zona nudista. La playa estaba mucho más aglomerada en esta zona y, aún así, no se veía ni un trozo de tela que no fuera de las toallas. Todo el mundo estaba desnudo y éramos nosotros a quienes miraban al pasar.

-Detrás de aquello hay unas calas pequeñitas chulísimas -dijo Lex señalando unas rocas escarpadas que cortaban brúscamente la orilla a unos metros de nosotros-. Ahí es donde la gente vergonzosa va a ponerse ropa.

Me hizo gracia aquel chiste y, al reírme me eché sobre él, agarrándolo del vientre y la espalda. Una teta se me quedó levantada sobre su torso y, al verlo, me aparté rápido. Fui consciente en ese momento de que su brazo, al echarme sobre él, rodeó furtivamente mi cadera y, ahora, se desprendía de mi cuerpo arrastrándose en una delicada caricia que me puso los pelos de punta.

Después de aquello nos venció el silencio hasta llegar a las rocas. Una escarpada montaña cortaba en seco la playa y se adentraba en el mar. En su parte más baja era al menos una cabeza más alta que yo y, aún así, Lex podía apoyarse para mirar por encima. Trepó buscando las rocas menos afiladas y me ayudó a subir. Andamos unos pocos metros por encima de la roca, haciéndome polvo los pies, y, al bordear una pared casi vertical, dimos con una pequeña cala de arena fina excavada en la formación rocosa de una belleza singular, acotada en el otro extremo por un saliente similar al que habíamos subido. Lex bajó a la arena de un salto y, aunque para mí la altura me pareciera un mundo, fui detrás de él. Me recogió en la caída entre sus brazos abiertos, como si me salvara de una muerte segura, pese a que la fina arena hubiese amortiguado cualquier daño.
Era diminuta apretada contra su pecho y rodeada por todo su cuerpo. No huí esta vez del contacto, sino que respondí con otro abrazo y contemplé la belleza del lugar apoyada sobre él.

-¡Me encanta esto! No hemos andado casi nada y hemos entrado a otro mundo. ¡Casi que ni se escucha a la gente!

-Yo aluciné en su día cuando me descubrieron este sitio. Me alegra que te haya gustado también.

-Es precioso...

Sin salir de su abrazo, giré mi cuerpo hacia él, rodeándolo yo también por la cintura. Me quedé mirándolo como una pava, sin saber que decir más, haciéndose el silencio. Un silencio, ahora, nada incómodo. Sentí entre mis muslos, casi en el pubis, su miembro desnudo, ese que había estado bailando al aire todo el camino junto a mí y no me atreví a mirarlo por vergüenza... quizás era ese contacto el que necesitaba para perderla. Lo besé.

Un beso espontaneo, sin pensamiento previo ni premeditación y, sin embargo, fue un beso que no causó sorpresa. En cuanto mis labios se intercalaron con los suyos, una de sus enormes manos y se dejó caer por mi cuello. Como buena aprendiza, la mía imitó a la suya. La mano que cayó por mi cuello, continuó su descenso hasta mi pecho, marcando su contorno con un dedo antes de agarrarlo. Mi lengua reaccionó y cambió mi boca por la suya. Dejé de sentir el pene que recaía sobre mi muslo para, poco después, notar un titánico trozo de carne duro presionándome la barriga. Miré de reojo, descuidando por momentos mi obligación con el beso, impresionada. Mi mano perdió el interés en el rostro y, como si hubiera ensayado cientos de veces el movimiento, agarró el pene con firmeza y propinó una amplia sacudida. Se me escapó un suspiro, a él una risa.

El beso continuaba, pero con la atención en otra parte. Con los ojos abiertos, nos limitábamos a tener los labios justos y a jadear. Desistí y fui a buscar lo que mi cuerpo pedía. Bajé la cara hasta la polla, que agarraba holgadamente con las dos manos. Sobrecogida por su tamaño, la medí de arriba a abajo con la lengua; no contenta con la medición, la metí en mi boca hasta donde pude. Con la mitad dentro y la mitad fuera, mamé de aquel rabo recto y duro con gozo e inquietud a partes iguales; con suavidad, sin prisa, disfrutando de aquel inesperado momento, de aquel inesperado cuerpo, como también lo hizo Lex del mío. Ahora, estirada a su lado, Lex me agarró del culo y en su cara pude ver extrañeza al comprobar que ni con una de sus amplias manos podía abarcar uno de mis cachetes. Estirando todo lo que pudo sus dedos, zarandeo mis carnes y la extrañeza de su rostro se convirtió en un golfo goce.

Su mano dejó de apretar mi culo en el momento en el que, sin soltarle la polla, mi boca bajó hasta sus huevos. Succionando uno de sus testículos, lo masturbé rápido y sin cesar, haciendo que cayera desplomado hacia atrás. Con mi recién conocido amante impedido en el suelo, gateé sobre carne y arena para que mi pecho quedara sobre su cadera; coloqué la polla negra entre mis dos tetas y las apreté con las manos. Escupí sobre el buen trozo de rabo que sobresalía y empecé a moverme. Lex gemía y yo no perdía ojo a mi trabajo. Estiraba la lengua para alcanzar el glande cada vez que bajaban mis tetas. Con cada contacto sentía como me subía la temperatura y ya notaba como estaba chorreando por entre las piernas.

Sin esperarlo, Lex se puso en pie con energías renovadas. Traté de seguirlo pero, solo alcancé a quedarme de rodillas cuando tuve ese espadón amenazando mi cara. Después de una rápida degustación para recordar su sabor, la volví a aprisionar contra mis tetas, pero esta vez fue él quien puso el movimiento. Sentía como si me apuñalara el pecho sin cesar. Si me puse este par de melones fue que me los follara una polla así.

-Quiero que te corras así -y la única respuesta que obtuve fue una puñalada más grande en mi pecho.

Absorta en aquello que acontecía entre mis pechos, volví a la realidad cuando los movimientos de Lex perdieron contundencia, llegando casi a frenarse. Contra todos mis deseos, aparté la vista para mirarlo a la cara. Sus ojos apuntaban al frente, confundido. Algo lo asustó y trató de hacerme un gesto. Sin entender que pasaba, me puse en pie por puro instinto. Me abracé a él preguntando qué pasaba, eso sí, sin soltar su enorme polla que, como en una irónica advertencia, señalaba al frente.

-¡Hola, chicos! ¿Qué hacéis? Os estábamos buscando.

La voz de Blanca me hizo dar un salto, girándome hacia ella y confiando que mi cuerpo pudiera tapar la erección de Lex. Aparecía por encima de las rocas con dos amigos de este, otros dos chicos negros bien guapos, uno más espigado, alto como Lex y otro más robusto y musculado. Los dos también bien dotados.

-¡Esto está chulísimo! -dijo Blanca tras saltar de la roca y revolcarse por la arena.- Escucha, Marta, hemos estado hablando y hemos quedado esta noche con ellos. Nos van a enseñar sitios chulos para tomar algo por aquí. Te tengo que contar un montón de cosas, tía. Creo que hemos elegido el mejor destino y lo vamos a pasar súper bien.

Me limité a asentir copiando la sonrisa de mi amiga, mientras Lex me agarraba por los hombros, escondiendo su polla aún dura tras mi espalda y notando como me chorreaban fluidos por los muslos.

CONTINUARÁ
 

dlacarne

Virgen
Registrado
Jul 9, 2025
Mensajes
5
Likes Recibidos
9
Puntos
3
No fue por ansiedad, ni por mono. Fue el castigo que me impuse, porque tengo interiorizado que es lo que toca en estos casos. Me supo como chupar una carretera, estaba fumando de nuevo.

Después de una larga temporada en la que, de un modo u otro, siempre que metía la polla terminaba metiendo la pata, decidí darme un respiro en esto de las relaciones sexo-afectivas. No me calenté la cabeza por nadie, ni hice que nadie se la calentara por mí. Estuvo genial... pero un día, los labios carnosos de una boquita de piñón pronunciaron mi nombre y, cuando me giré, toda la estupidez de mi adolescencia regresó a mis casi cuarenta años. Ivy era su nombre y había estado prendado por ella desde la primera vez que la vi. Una de esas personas que te hacen volver el cuello cuando las cruzas por la calle y no se borran de la memoria. Aunque tardara más, recorría de nuevo los lugares por donde la vi alguna vez con la esperanza de encontrármela. No sabía siquiera su nombre, pero un día, ella sí supo el mío... y me llamó. La chica de la que llevaba años pensando que tenía el mejor culo del mundo, con la que había fantaseado en mogollón de ocasiones, estaba en el mismo bar que yo y me estaba llamando. Le confesé mi atracción por ella y ella confesó haber tenido la misma fijación por mí. Fue un flechazo. Aquel invierno follamos todo lo que pudimos, tanto por cantidad como por guarros. La primavera y los horarios nos distanciaron algo e hicieron de nuestros encuentros algo esporádico y, al llegar el verano, volvimos a no saber nada el uno del otro.

Me tomé unos días con dos amigos que también sufrían de mal de amores. Hicimos botellón en la puerta de una discoteca en la playa para gente guapa y arreglada, por lo de la invasión del pavo de nuestra adolescencia tardía. Con la primera litrona nos pusimos a criticar e inventarnos historias de todo el que entraba y salía de aquel sitio pijo. Y, cuando mi mente ya estaba abstraída y anestesiada por la risa, allí apareció ella. Con unos shorts vaqueros y un body negro que dejaba ver sus costados, Ivy bajó de un coche acompañada de varios amigos y amigas. De entre todos ellos pude identificar a un chico, Josh, que conocía de las noches en los tugurios que frecuentaba; precisamente fue él quien se acerco a ella y la agarró por la cintura. Le pegué un buen trago a la cerveza y le pedí un cigarro a mis amigos. Estaba fumando de nuevo.

Me invadieron unos malos nervios y no podía pensar en otra cosa. Estaba tan fuera de mí que no me enteraba de nada de lo que decían mis amigos. Saqué el móvil en busca de fría evasión y deslicé por todas las redes sociales, mirando ansiosamente las historias sin ver nada. Y en esa desconexión lobotomizante, recaí en algo más malo que el tabaco. Pensando en que la mejor manera de olvidar el cuerpo de Ivy entre los brazos de Josh sería encontrar otro cuerpo al que abrazar, volví a instalar Tinder.

-Hola, chicos. ¿Tenéis fuego?

Ni siquiera levanté la cabeza cuando escuché aquello. Dejé que mis amigos se ocuparan de aquella desconocida, yo estaba concentrado en pensar alguna descripción ridícula para mi perfil.

-El mechero lo tienes tú, Jack, que has sido el último.

A regañadientes tuve que guardar el móvil y buscar entre mis bolsillos. Cuando lo encontré y puse la vista al frente casi pierdo el equilibrio. Con el cigarro entre unos labios gruesos pintados de rojo, estaba frente a mí una chica de carita redondeada y ojos sinuosos bien pintados. El pelo castaño repeinado, dejando ver dos buenos aros en sus orejas, estaba recogido en una cola larga y rizada que caía por uno de sus hombros desnudos. Y siguiendo los rizos de aquella cola encontré un torso grande y carnoso, moldeado con abruptas formas pero ejecutadas con dulzura, expuesto en todo el esplendor de su piel salvo por una escueta prenda negra que no terminaba de ser ni un bikini ni un top escotado que cubría con esfuerzo dos enormes pechos erguidos. Dejando al aire algo menos de medio vientre, sus pronunciadas y perfectas curvas continuaban hasta llegar a una minifalda ceñida de tiro bastante alto. Bajo la atenta mirada de los tres amigos, se encendió el cigarro, nos dio las gracias y se dio la vuelta. Como cascarones de mentes vacías, nos partimos el cuello siguiendo su paso, embobados con el enorme culo que se alejaba al ritmo de los pasos de los muslazos desnudos que aparecían bajo la minifalda negra.

Corroboramos que todos habíamos visto lo mismo con una retahíla de onomatopeyas de orangután. A los tres segundos estábamos de nuevo absortos en nuestros móviles, con nuestras penas.

Había tenido este sentimiento unas cuantas veces a lo largo de mi vida; hacía mucho tiempo ya desde la última vez. Lo creía superado y, sin embargo, me sentía incapacitado por el recuerdo de una amante y la certeza de saber que estaba disfrutando sin mí. Sabía que estaba mal, que todos esos males que comenzaban a azotar mi cabeza no tenían sentido, que todos los los demonios de mis subconsciente no tenían nada que ofrecerme y, aún así, aquí estaba, afrontándolo con poca dignidad. No por usar una aplicación de citas, sino por la necesidad imperiosa de encontrar a un clavo que sacara al otro clavo, de encontrar un cuerpo que me enloqueciera donde poder ocultar las otras locuras.

Era la primera noche de nuestras vacaciones y, por lo que reflejaban nuestros rostros y nuestra actitud, pareciera que deseáramos que fuera la última. Ni caso nos hacíamos. Aspirábamos a experimentar la escapada más lamentable de nuestra existencia hasta que...

-Chicos, perdonadme otra vez- de nuevo, esa voz-, me he quedado sin batería y no encuentro a mis amigas. ¿Me dejáis un teléfono para intentar dar con ellas?

Pegué un tirón de mi cara hundida y encontré entre nosotros a la misma chica de antes. Sin que saliera una palabra de mi boca y con los ojos abiertos como platos le ofrecí el mío antes de que mis amigos siquiera reaccionaran. Ella, muy contenta, me dio las gracias y, en lugar de cogerlo, vino hacia mí.

-No me se sus teléfonos de memoria pero, si tienes Instagram, les puedes mandar un mensaje. ¿Te parece?

-Claro -conteste con cierto titubeo-, búscalas tú misma.

La chica, a la que le sacaría poco menos de una cabeza de altura, cogió el móvil con entusiasmo y, bien pegadita a mí, se puso a buscar los perfiles de sus amigas. En primera instancia, por respetar su intimidad, aparté la mirada para que escribiera cómodamente, aquello no era de mi incumbencia. Pero, por el rabillo del ojo, vislumbré algo a no que no pude ignorar. Sus turgentes pechos se mostraban (aún más) imponentes desde mi posición. Un largo espacio de piel desnuda, salvo por los dos tirantes que aparecían bajo el precipicio, y la oscura y pronunciada grieta de su canalillo. Cuando me devolvió el teléfono, seguía como un pasmarote mirando. Al reaccionar, me dio vergüenza y pensé que podría molestarse, pues era evidente que estaba mirándole las tetas, sin embargo, solo encontré su rostro sonriente y nuevas palabras de agradecimiento.

-Gracias, chicos. Y, bueno... ¿os importa que me quede con vosotros hasta que contesten?

Es triste reconocer que solo nos alegró la noche la presencia de una tía cañón; me gustaría creer que soy algo menos básico, pero era una noche complicada y, al fin y al cabo, necesitábamos un agente externo que nos cambiara las cara de culo que teníamos. Marta era su nombre y no tenía nada que ver con nosotros: una pija de mucho cuidado, de un ambiente con muchas más luces que el nuestro; una de esas personas guapas y arregladas que estaban en la discoteca de al lado; pero era una tía cojonuda, muy graciosa, no nos juzgó y pimplaba cerveza (casi) a nuestro ritmo.

La gente comenzaba a marcharse del garit y sus amigas aún no daban señales. Cuando cortaron la música, que solo a Marta gustaba, nos pidió las llaves del coche para seguir escuchando aquella tortura. La acompañé para explicarle todos los trucos para conseguir que algo de nuestra antigualla funcionara. Se sentó directamente en el asiento del piloto buscando música en mi teléfono y, cuando conseguimos que se escuchara algo, el sonido de una notificación retumbó por los altavoces:

-¡Tienen que ser mis amigas! A ver... ¡Ah, no! Es una notificación de Tínder. ¡Has hecho match!

-¡Joder, qué vergüenza! -nos reímos los dos- Déjalo, ya mañana lo miro.

-¡De vergüenza nada! ¿No te da curiosidad ver quién es? ¿Y si está por aquí y terminas echando un polvazo?

-No, no es el momento -fue la mejor forma que se me ocurrió para decir que el polvazo me apetecía echarlo con ella.

-Vale, vale. Es cosa tuya. Bueno, Jack -cogió aire y miró a la nada- Creo que estoy alargando la noche de más. Me lo he pasado genial con vosotros pero ha sido un día intenso y estoy cansada. Hace un rato estábamos de viaje, luego en la playa, ahora bebiendo aquí un montón de horas... Y estoy preocupada por mis amigas. Seguramente ellas también lo estén. Pero no se muy bien cómo llegar al piso, ¿te importaría acercarme?

-¡Por supuesto, tía! Iba a decírtelo yo. Estamos relativamente cerca, no me cuesta nada.

Les dije a mis colegas que iba a llevarla a casa y ellos aprovecharon para hacer retirada también. El trayecto fue corto pero siguió mortificándome con aquellas canciones usando mi teléfono como cómplice. Cuando llegamos al destino, me asustó con un grito. Habían contestado sus amigas.

-No me lo puedo creer -dijo con indignación mientras aparcaba.- Dice Blanca que han estado allí toda la noche, que me han estado buscando hasta que Camila ha salido y me ha visto con unos tíos. ¡Serán zorras! ¿Y no me dicen nada? ¿Y antes de irme con vosotros dónde estaban? Porque yo las he estado buscando un buen rato.

-Joder. Allí siempre hay muchísima gente, con cualquier despiste te pierdes. Supongo que mañana podréis hablarlo mejor.

-Oye... te está escribiendo la chica de Tínder.

-Bueno, ya mañana...

-Dice que qué tal, que te ha visto con tus amigos en la puerta de la discoteca y que le has parecido muy guapo.

-¡¿Lo has abierto?! No me hagas esto, ahora tengo que contestarle y no tengo la cabeza para pensar. Estoy deseando mear y acostarme.

-Pues sube y mea en mi casa, que yo te ayudo a pensar algo. Voy a hacer que eches un señor polvo, ya verás.

Sin pensarlo demasiado, seguí a Marta cuando salió del coche. El piloto automático de mi cuerpo decidía por mí, sabiendo lo que me convenía. Cierto es que el hecho de que Marta se llevara mi móvil sin preguntar no me dejó mucho margen de maniobra.

Nos montamos en el ascensor viendo el perfil de la chica. Se llamaba Lucía, tenía un par de años menos que yo y, por lo que veía en las fotos, era otro cañonazo. Media melena teñida de rojo intenso, unos ojos verdes grandísimos y dos buenos morros. Un cuerpo voluptuoso, quizás no tan escultural como aquel que me acompañaba en el ascensor, pero espectacular igualmente. Casi todas sus fotos eran en la playa, posando luciendo una prominente delantera o enseñando un culo bien gordo sin la parte de arriba del bikini, calculando el ángulo exacto para que no se viera nada. Estaba regodeándome con aquello que veía cuando Marta rompió el silencio:

-Tetas operadas. Créeme, que de eso entiendo -remató agarrándose un pecho con firmeza

-Ah... pues no me había fijado -mentí como un bellaco-. Muy lindas, sea como sea.

-¿Te refieres a las mías o a las suyas?

-Eh... -casi me ahogo- me refería a las tuyas. Pero ella también, muy linda en general.

-Muchas gracias -se achuchó contra mí en gesto de afecto.- La verdad que sí, se le ve muy mona.

Al arrimarse, la agarré instintivamente por la cintura. Ella, sin dejar de pasar las fotos, dejó caer la cabeza contra mi hombro. Mis labios quedaron junto a su cabello y podía olor su perfume ligeramente dulzón.

-Tenemos que pensar algo gracioso y un poquito picantón para entrarle -continuó mientras veíamos una foto de Lucía en top deportivo, con los ojos bien abiertos mirando a cámara, una amplia sonrisa y las tetas apunto de rebosar.

-Primero un “hola” o algo así, ¿no?

-¡Claro! -contestó dándome un golpecito en la nariz y salimos del ascensor-. Pero no seas un soso. ¿Estás viendo a esta tía? Tiene cientos de pretendientes y tú una sola oportunidad.

No nos despegamos durante el camino que hicimos lentamente desde el ascensor a la puerta de la casa. Abrió la puerta con las llave que llevaba en la mano, encendió una luz y nos quedamos de pie continuando nuestra tarea.

-¿Ves que tiesas? Lo que yo te decía, operadas seguro.

En la foto que me enseñaba, aparecía Lucía tumbada de costado con un bikini negro. Le di la razón sin fijarme demasiado ya que los grandes pechos de Marta se interponían entre el móvil y yo y, la verdad, que estaban llevándose la mayor parte de la atención.

-Bueno, pero ¿qué le digo gracioso y picantón? Para esto soy muy malo, no le voy a decir que quiero hundir la cara entre sus tetas y comerle el coño.

-Pues podrías.

Entre la risa y el susto ante la posibilidad de que lo escribiera, me encogí dando un gritito y pegué un tirón de la mano con la que la sujetaba por la cintura. El tacto de sus caderas y la frontera de su inmenso culo me dio un vuelco al corazón. Marta, usando ese tirón, dio la media vuelta con viveza, como si bailara un tango, quedando frente a mí. Vientre con vientre, sus pechos apoyados sobre el mío, su cadera bajo mi abrazo.

-O podrías hacérmelo a mí.

Me tiró de la camiseta y yo me dejé tirar. Juntamos nuestras bocas abiertas en un beso guarro. Mis manos sobre sus caderas se volvieron inquietas y, deseosas, no desperdiciaron este inesperado arrebato para explorar el inmenso culo al que me daban acceso. Impresionado, hinqué los dedos en la carne y la levanté. Al dejarla caer, Marta rompió el beso, me miró jadeando y, con el deseo dibujado en sus labios, se lanzó a por mí de nuevo con más fuerza.

Dimos vueltas por el salón mezclando nuestros cuerpos. Tiré algo al suelo al apoyarla contra una cómoda. Su lengua y sus manos me pidieron que me olvidara y siguiera con nuestra fusión. Me rodeó con sus piernas y me olvidé el resto de su cuerpo para deleitarme en caricias con sus muslos. Se pararon en la frontera de su falda hasta que la mano que me agarró el paquete me dio permiso. Me temblaban los dedos por debajo de la tela al contacto con aquella carne. Prieta, abundante, obscena. Quiso Marta, viendo mi gozo, conocer mi piel también y se adentró en mis ropas. O eso intentó, ya que el manoseo en mi paquete hizo que, en el intento de desabrochar mi pantalón, mi polla dura y todo lo gorda posible asomara primero. Nos agarramos bien, nos mordimos. Sabíamos que nos íbamos a devorar.

-Entonces, ¿quieres que te lo haga a ti?

-Por supuesto.

Levanté su corta falda, se apoyó contra la pared y me arrodillé ante ella. Besé sus bragas negras de encaje con motivos florales y transparencias. Las aparté a un lado abriéndome camino y mi lengua se lanzó desesperada por los surcos de aquel coño rasurado, haciendo que Marta entonara el primero de los gemidos. A pesar del sudor de la fiesta de toda una noche de verano su sabor era suave y quedaban restos de su perfume ligeramente dulzón. Abrió sus piernas y las subió con agilidad al mueble para hacerme cómodo el trabajo. Hundí mi cara en su coño, mi barbilla reposada sobre lo que le rebosaba de culo. Escribí en su clítoris todos los versos que supe y los repliqué con mis manos por su cuerpo. Marta gemía y me agarraba del pelo, pero dudo que lo estuviera disfrutando más que yo descubriendo el sabor de su gloriosa carne. Alcé la vista para verla boquiabierta, con los ojos cerrados, agarrándose las tetas. Se ve que me entretuve pues abrió un ojillo y me pilló fisgoneando. Cerró sus piernas, atrapándome entre sus voluminosos muslos y su babeado coño, la mejor de las prisiones. ¡Qué pena no haberme ahogado allí!

Me liberó y se puso en pie, me levantó del suelo y caminó amenazante empujándome hasta un silloncito que había al lado. Tropecé y caí sentado. Con rabia me desabrochó el pantalón y lo mandamos a tomar por culo, tomó la misma posición que tuve yo minutos antes y lamió mi polla de abajo a arriba. La cabeza se me fue para atrás entre quejidos cuando se la metió en la boca y empezó a mamar, pero recuperé la compostura, quería presenciar aquel momento. Trabajaba con dedicación y constancia. Se colocaba el pelo con naturalidad y seguía estando divina, salvo por los restos de saliva que brotaban de cada una de sus sonoras tragantadas.
Se la sacó de la boca, dejando tras de sí un reguero de babas que fue a perderse entre sus tetas.
Queriendo ser también testigo, un pezón asomó por el pequeño top que estaba apunto de estallar, conteniendo sus tetas como buenamente podía, cuando pasó a pajearme con su mano derecha. Sin soltarme la polla, nos aguantamos la mirada, desafiantes, hasta que se dio cuenta de que los ojos se me iban y supo rápido a dónde. Su mano me liberó para agarrarse las dos tetas y dejarlas caer sobre mí como dos pesados sacos. Cayeron a plomo pero con precisión, quedado mi pene atrapado entre los dos pechos y el estrecho trozo de tela que unía las dos piezas que intentaban taparlos. Hizo fuerza y comenzó a moverse arriba y abajo. Resoplé. La corta tela negra quedaba arrugada entre sus manos y en cada sacudida dejaba ver alguna región aún no avistada por mí. Cuando subía, mi polla quedaba enterrada; cuando bajaba, el glande afloraba entre su carne y con la lengua trataba de alcanzarlo. Finalmente, sus pechos pararon y, con mi miembro aún entre ellos, hincó la cabeza para devorarlo de nuevo. Dejándome abatido ante las artes de su cuerpo, se puso en pie, se quitó el tanga y me lo lanzó a la cara. Se remangó la falda y, sin dejarme recuperar, se sentó sobre mí.

La sensación de su coño atrapando mi polla fue increíble, pero más increíble fue el sentir todos los rincones de aquel indecente cuerpo cabalgando sobre el mío. Nunca se donde poner las manos, lo quiero tocar todo, pero esta vez fue algo más. Quería introducirme a través de su piel, que aquella maravilla se introdujera a través de la mía. Entre temblores, agarré sus muslos; ya los conocía del acto anterior, pero ahora, desde mi posición, su grandeza era mayor. Se endurecían con su cabalgar. Gordos, fuertes y suaves, eran algo que no debía existir. Imprudente, cegado por los placeres que aún podía descubrir, seguí avanzando hasta dar con un culo irreal. Botaba incontrolable, difícil de atrapar. Abriendo bien mis manos, sus glúteos se posaron sobre ellas. Tragué saliva y miré al cielo. Encontré de nuevo la lasciva mirada de Marta, satisfecha por efecto de su embrujo en mi persona.

Sus pechos me golpeaban el cuello. Con mis manos pegadas a su culo, retocé mi cara en ellos. Traté, con torpeza, cazar el top para ver que había por debajo. Despegué una de mis manos y tomé con ella una de sus tetas, gorda, fuerte y suave como sus muslos. Apreté y, tomada por el culo con una mano y en el pecho la otra, creía tener controlada a la bestia. Inocente de mí, ya que solo le di razones para galopar más rápido y profundo. Respiraba con dificultad y trataba de encogerme de algún modo, buscando la manera de resistir un poco más ante aquella salvajada, cuando aminoró la marcha para quitarse el top y mostrar por vez primera dos pezones oscuros, no muy grandes, que me apuntaban de frente. Por puro instinto, mis dos manos se fueron a ellas para estrujarlas. Saqué de algún lado fuerzas y levanté mi cadera con rabia, clavándole la polla bien dentro. Hecha un ovillo, prendida por las tetas, se pegó a mí y dejó que la penetrara con fuerza hasta que me faltó el aliento.

Aprovechamos para respirar los dos, cubiertos de sudor. Recuperada tras unos segundos de tregua, se puso en pie y yo fui tras ella sin dudar. La abracé desde atrás y no perdí un momento para manosearla todo lo que pude. Se dirigía al sofá, pero yo quería tocar más. De pie, apoyados en la parte trasera, mordí de arriba a abajo, sofocando mis instintos de devorarla. Se agachó cuando descendía por su cadera y mis dedos vieron la oportunidad de adentrarse en su coño. Se deslizaron con facilidad por sus paredes bien lubricadas y sus profundos gemidos que me excitaron aún más. Acerqué mi cara para recordar su sabor y ella lo facilitó, al igual que antes, levantando una pierna y apoyándola contra el sofá. Tras impregnar de nuevo mi boca con su gusto, mordí su culo y, al verla en perfectos noventa grados, tuve claro el siguiente paso.

Asido por sus caderas, con la visión de su enorme culo carnoso en primera instancia, la penetré con entusiasmo. Nuestras respiraciones se sincronizaron con el chasquido de mis mulos golpeando contra los suyos. Sus carnes vibraban. Nuestros fluidos gorgoteaban con el roce de nuestros sexos. Con una sola mano, se sacó la falda engurruñida por arriba. La diferencia era sutil, pero ver su cuerpo completamente desnudo, ese cuerpo, me hizo alejarme un poco de aquí. ¿Cómo era posible que existiera alguien así? He mezclado carne con personas maravillosas e increíbles y, aún así, no había forma de explicar lo que tenía delante, agarrado por las caderas. Debía de estar poniendo cara de subnormal mientras la penetraba, jadeando como un toro moribundo pero ansioso por dar pelea cuando, de repente, un ruido. Un ruido me sacó de la tontuna y me puso los pies en la tierra. La puerta de la calle, alguien pasando por el pasillo quizás. No sé, no estaba de cuerpo presente para responder a aquella pregunta, pero tenía pinta de que alguien había pasado por la puerta del salón. Alguna de sus compañeras seguramente, no lo se; alguien nos había visto sí o sí. Marta también parecía haberse dado cuenta.

-No vayas a parar ahora. Da igual -me dijo.

Y yo, como buen amante, obedecí. Tras mi regreso, eché el torso sobre su espalda y, desde atrás, le agarré las tetas, con regodeo, y follé con todo lo que me quedaba. No pasó mucho tiempo hasta que la vi echarse la mano al clítoris antes de ponerse a gritar dando rienda suelta a su orgasmo. Yo, que me contenía como podía esperando a que ella se correría, dejé mi precaución a un lado y terminé por pajearme apretando mi polla contra su culo.

Aunque lentamente, todavía se masajeaba el clítoris con todos los dedos de la mano cuando mi semen corría por uno de sus glúteos buscando el camino a su muslo. Descasamos jadeando unos minutos y volvimos a besarnos, guarro como al principio, pero con con calma. Rebuscó entre su ropa y me llevó de la mano hasta el sofá. Nos tumbamos apretados y me ofreció un piti. Le dije que no. Por lo que sea, ya no me apetecía fumar.

CONTINUARÁ
 
Arriba Pie