Casi como una obligación, cada verano, Blanca, Camila y yo hacíamos una escapada a la playa. Daba igual viajar por Europa, el rincón más exótico de Asia o el pueblo de al lado, no perdonábamos ningún año. Las prisas y la falta de tiempo para organizar nos llevaron este año a Punta Quemada, un pueblo bastante cercano del que todo el mundo hablaba muy bien pero en el que ninguna de las tres había estado. Playas vírgenes y naturistas, pubs y discotecas con muy buenas críticas, alojamientos baratos y preciosos, paisajes espectaculares... Pueda que fuera la necesidad de escapar de la ciudad y la rutina pero, en cuanto lo planteamos, ya estaba la mar de ilusionada.
-¡Tú lo que quieres es lucir esas pedazo de tetas nuevas que te has puesto! -Me dijo con sorna Blanca cuando recordamos lo de las playas nudistas en el coche.
-¡Con lo bonitas que han quedado y lo que me han costado, como para no enseñarlas! -respondí haciéndome la divina y despertando la risa de todas.
Hicimos el viaje con el bikini ya puesto, no había tiempo que perder. Blanca y Camila bajo la ropa y yo sin nada más por encima que un pareo por los hombros. Fuimos cantando e imaginando locuras y travesuras que haríamos estos días. Cuando llegamos al destino, me dolía la garganta de reír. No eran aún las cinco de la tarde cuando recogimos las llaves del piso que alquilamos. Tiramos las maletas, sin repartirnos las habitaciones siquiera, y bajamos corriendo a la playa.
No tardamos más de tres minutos, tres minutos nos bastaron para hacer el tonto como tres mocosas que salen sin sus padres por primera vez. Hacía un día estupendo, completamente despejado, con un sol que, a pesar de notar como ya me corría el sudor entre las tetas, calentaba pero no abrasaba. No fue nada difícil encontrar un buen sitio en el que plantar nuestro campamento y desprendernos de nuestras ropas. Mientras Camila preparaba su silla y se sentaba como una señorona y Blanca empezaba con su sesión de selfies para Instagram, yo me fui corriendo al agua sin pensarlo demasiado. En el primer contacto sentí como el frío me subía por los pies hacia todo el cuerpo y los pezones se me empitonaban en un mecanismo automático, mas no cesé en la carrera y me metí al agua de una zambullida (puede que no la más estética de la historia). Al volver a flote, abrí los brazos echándome el pelo hacia atrás y respiré el aire del mar. Cerré los ojos y escuché el suave sonido del romper de las olas cuando la mar está serena. Respiré profundamente y nadé unos metros hacia atrás dejándome envolver por la paz que me rodeaba. Ya estábamos aquí, sin estrés, libre y con unos días emocionantes por delante.
Satisfecha mi hambre de paz, salí del agua ajustándome la parte de arriba del bikini, tirando de sus escuetos triángulos todo lo que daban, en la ardua de tarea de que no se me viera nada, y después me subí el también escueto tanguita que lo acompañaba. Sobre el bikini ocre brillaban los rayos del sol, dejando destellos sobre el reflejo de mis pechos en las ondas del mar. Miré hacia atrás, viendo como mi culo gordo, casi al desnudo, salía con cierta violencia del agua, miré hacia adelante reposando las manos sobre mi pecho. Salí del agua sintiéndome una diosa
Al llegar a la sombrilla Blanca aún seguía pegada a su móvil y Camila no se había movido de su silla leyendo un libro.
-¿Tantas ganas de playa para esto? -dije con cierto enfado- ¿No os vais a bañar siquiera?
-Yo vine buscando esto. Solito y paz para relajarme leyendo un libro. Ya me bañaré en un rato -contestó Camila con toda la calma del mundo, sin levantar la vista de su novela pseudo erótica de nombre genérico. Blanca, sin embargo, me miró por encima de las gafas de sol y, refunfuñando como una adolescente a la que su madre ha regañado, metió el móvil en el bolso y se sentó mirando al mar.
-¿Perdona? ¿Habéis mirado dónde empieza la playa nudista? -preguntó a los pocos segundos con extrañeza.
-Ni idea. ¿Ya tienes ganar de ir a lucir tipín?
-Creo que no hace falta. Ya vino ella a nosotras. Mirad a aquellos viejos.
En efecto, a pocos metros, en dirección opuesta a nuestro piso de alquiler, varios grupos de señores y señoras de entre cincuenta y sesenta años se bañaban y tomaban el sol completamente desnudos.
-¡Qué fuerte! -fue lo primero que me salió del alma.
-¡Qué onda los viejitos todo arrugaditos! -continuó Camila con una ilusión no compartida.
-¿Sabéis qué? En mi casa siempre se ha dicho: a dónde fueres, haz lo que vieres. Así qué... - Blanca se desabrochó su apretado bikini de cebra dejando al aire sus redondeados pechos tiesos.
-¡Ay, no! No se qué tipo de banda hay por acá. Mejor me espero a ver cómo está la cosa antes de enseñar pechotes -y, como si no estuviera con nosotras, volvió la mirada al libro y se olvidó de lo demás.
-Bueno... dije mirando al suelo haciendo morritos- Se sabía que yo me iba a quedar en tetas aunque no estuviéramos en la playa nudista -la hija de puta de Blanca asentía firmemente-. ¡Y tú también, zorra! ¡Lo estabas deseando! -le lancé el bikini a la cara y, detrás, fui yo.
Tumbada sobre ella, le agarré la muñeca derecha y, con la otra mano, traté de hacerle cosquillas. Debilitada por las risas, no pudo zafarse de mi tortura, pero si logró encoger los brazos y proteger sus costados, dificultándome la tarea. Me apoyé sobre ella, eché el pecho para delante y le golpeé con las tetas en la cara.
-¡Toma tetas! -me levanté un poco más y la agarré por sus pechos, moviéndolos de lado -¡Claro que estábamos deseando, si tenemos las tetas más lindas del mundo!
Al ir a poner en pie pude ver que ya no solo eran unas pocas parejas de cincuentones los que estaban desnudos; en muy corto espacio de tiempo ya habían llegado un buen número de jóvenes que se paseaban en pelotas por la playa. Inspirada por el descenso de la media de edad, me puse de rodillas, liberando por completo a Blanca, y agarré uno de los nudos del tanga del bikini.
-¿Sabéis qué os digo? -tiré del hilo- Tenía ganas de hacerlo en este viaje. ¿Para qué esperar? -y, con las mismas, desabroché los lazos de la parte inferior del bikini.
Conseguí que Camila apartara la mirada de su libro y dirigiera sus ojos por encima de las gafas de sol hacia mí, no se si juzgándome o aprobando mi acción. No puedo negar que sentí cierta vergüenza que me impidió levantarme en primera instancia. Apreté los dientes, me armé de valor y, de un salto, me puse en pie, dejando que el tanga cayera solo en la arena.
-¡Esa tía! -gritó Blanca cogiendo mi tanga y agitándolo al aire como una bufanda.
-Bueno, ¿qué? -dije luchando contra la tentación de taparme- ¿Quién se viene a jugar a las palas?
Nos pusimos en marcha no sin antes de que Blanca nos juntara para hacernos un selfie (o puede que más de diez) tapándonos los pezones y subirlos a las redes de inmediato. Ya en la orilla jugando a las palas, mi sonrisa desdibujada, la mirada baja y las manos apretadas delataban que no terminaba de sentirme cómoda. Quizás me había venido muy arriba, pensaba. Nunca había estado completamente desnuda en la playa y, mucho menos, dando saltos en la orilla, con todas las carnes meneándose con cada golpe de pala.
Aquello se me daba muy mal, no acertaba una. Aún así, corría de aquí para allá tratando de cazar todas, saltando y tirándome por los suelos. Camila me dejaba algo más de tregua, pero Blanca, que había jugado desde pequeña al tenis y era una zorra mala, no tenía piedad de mí. En una de tantas veces que no alcancé a devolverla, la pelota se perdió varias sombrillas más allá. Corrí a buscarla abriéndome pasó por el rompeolas, como una suerte de Pamela Anderson cutre y con menos ropa. Al ir a cogerla, meciéndose con el morir de las olas en la orilla, alguien se me adelantó: un chico negro, altísimo, de casi dos metros, la rescató y, con una sonrisa blanca impoluta y preciosa, me la ofrecía con la palma extendida. Invadida por un rubor repentino, recogí la pelota sin mediar palabra, titubeando y con la boca torcida. Mis dedos se tomaron su tiempo para deslizarse por su mano, dos veces la mía, rugosa, pero, de algún modo, también suave. Olvidando el transcurso del tiempo y el devolver respuesta alguna, lo escaneé de arriba a abajo, esforzándome en guardar su imagen para siempre. Además de alto era fuerte, de espalda ancha, pero no especialmente musculado; brazos largos, dignos de sus grandes manos y, bajo su vientre firme, un largo pene, digno de todo lo demás; aún estando en reposo, le llegaba a más de medio muslo, ¡qué exageración! Recordé entonces que yo estaba tan desnuda como él y salí de mi trance. Le di la gracias y, antes de terminar mis palabras, ya me había dado la vuelta para volver con mis amigas
Sin cortarse un pelo, Blanca hacia gestos con las manos que a todas luces señalaban el tamaño del pene de aquel chico. No emitía sonido alguno pero en sus labios se podían leer cosas como “menuda tranca”. Le mandé la pelota de vuelta para ver si así dejaba el tema. Blanca reaccionó a mi tiro con grandes reflejos y, con evidente intención, golpeó fuerte y en dirección al chico. Un lanzamiento imposible de parar. Al girarme una vez más, me alegré de no verlo en un principio pero, emergió como Poseidón de entre las aguas y corrió hacia la pelota antes de que yo llegara, balanceándose el pene con cada paso que dio en mi dirección.
-¡Aquí está otra vez! -dijo el chico- Me quedo cerca por si necesitáis a un recogepelotas -bromeó regalándome de nuevo su sonrisa.
-Con lo mala que soy no nos vendría mal. Seguro que en veinte segundos la he vuelto a perder.
-No se hable más. Me quedo aquí atento a vosotras. Toma, la pelota.
-¡Muchas gracias! Y perdona, que acabamos de llegar y no paramos de molestar.
-¡No pidas perdón por esa tontería, tranquila! Yo también acabo de llegar y estoy encantado con mi nuevo trabajo de recogepelotas.
-¿Tampoco eres de por aquí? Nosotras hemos llegado hace una hora como mucho. Nos quedamos unos días en un piso por aquí cerca.
-Yo vivo a una media hora, en la ciudad, y trato de venir un par de veces todos los veranos. De momento, nos quedamos el finde.
En ese momento, como el monstruo de una peli de miedo, Blanca apareció por detrás de mi hombro, cómo si hubiese estado escondida todo el tiempo, escuchando y esperando el momento más inoportuno.
-Venía ver si estabas bien, pero ya veo que sí. ¡Hola, qué tal! Yo soy Blanca, ¿y tú? ¿Lex? ¡Qué bonito! -dijo Blanca con voz de tonta y apretando los brazos contra su pecho- Bueno, ¿te vienes a jugar?
-Ahora voy. Toma -le puse la pelota sobre sus tetas apretadas-, juega con Camila mientras.
Cuando Blanca se fue, guiñándome un ojo, retomé la conversación con Lex.
-Así que Lex, ¿no? Yo soy Marta, encantada -puse mi mano sobre su hombro para coger impulso y llegar a darle dos besos. El apoyó su enorme mano en mi cintura para agacharse-. Supongo que nos veremos estos días si estás por aquí. Te dejo ya, que te estarán esperando tus amigos.
-No, no te preocupes. Creo que iban a jugar al volley ahora. Yo estaba pensando en darme un baño y dar un paseo por la orilla para relajarme un poco.
-¡Ah! Yo también estaba pensando en algo así. Eh... te importa... ¿te importa si te acompaño?
-¡Para nada! Iba a proponértelo yo ahora si no decías nada.
Su sonrisa se hizo aún más grande tras decir eso. La mía, también. Con un gesto, me invitó a iniciar el camino y así hice. Al pasar por al lado de mis amigas me despedí de ellas y le devolví el guiño de ojos a Blanca. Ambas me miraban boquiabiertas y hacían señas para que a la vuelta les contara.
Con la atención puesta en mantener una conversación trivial que tapara torpemente los silencios, caminamos y caminamos por la orilla. Al otro lado del paseo marítimo, se divisaban hoteles, discotecas y otros sitios que había visto por internet; nos habíamos adentrado de lleno en la zona nudista. La playa estaba mucho más aglomerada en esta zona y, aún así, no se veía ni un trozo de tela que no fuera de las toallas. Todo el mundo estaba desnudo y éramos nosotros a quienes miraban al pasar.
-Detrás de aquello hay unas calas pequeñitas chulísimas -dijo Lex señalando unas rocas escarpadas que cortaban brúscamente la orilla a unos metros de nosotros-. Ahí es donde la gente vergonzosa va a ponerse ropa.
Me hizo gracia aquel chiste y, al reírme me eché sobre él, agarrándolo del vientre y la espalda. Una teta se me quedó levantada sobre su torso y, al verlo, me aparté rápido. Fui consciente en ese momento de que su brazo, al echarme sobre él, rodeó furtivamente mi cadera y, ahora, se desprendía de mi cuerpo arrastrándose en una delicada caricia que me puso los pelos de punta.
Después de aquello nos venció el silencio hasta llegar a las rocas. Una escarpada montaña cortaba en seco la playa y se adentraba en el mar. En su parte más baja era al menos una cabeza más alta que yo y, aún así, Lex podía apoyarse para mirar por encima. Trepó buscando las rocas menos afiladas y me ayudó a subir. Andamos unos pocos metros por encima de la roca, haciéndome polvo los pies, y, al bordear una pared casi vertical, dimos con una pequeña cala de arena fina excavada en la formación rocosa de una belleza singular, acotada en el otro extremo por un saliente similar al que habíamos subido. Lex bajó a la arena de un salto y, aunque para mí la altura me pareciera un mundo, fui detrás de él. Me recogió en la caída entre sus brazos abiertos, como si me salvara de una muerte segura, pese a que la fina arena hubiese amortiguado cualquier daño.
Era diminuta apretada contra su pecho y rodeada por todo su cuerpo. No huí esta vez del contacto, sino que respondí con otro abrazo y contemplé la belleza del lugar apoyada sobre él.
-¡Me encanta esto! No hemos andado casi nada y hemos entrado a otro mundo. ¡Casi que ni se escucha a la gente!
-Yo aluciné en su día cuando me descubrieron este sitio. Me alegra que te haya gustado también.
-Es precioso...
Sin salir de su abrazo, giré mi cuerpo hacia él, rodeándolo yo también por la cintura. Me quedé mirándolo como una pava, sin saber que decir más, haciéndose el silencio. Un silencio, ahora, nada incómodo. Sentí entre mis muslos, casi en el pubis, su miembro desnudo, ese que había estado bailando al aire todo el camino junto a mí y no me atreví a mirarlo por vergüenza... quizás era ese contacto el que necesitaba para perderla. Lo besé.
Un beso espontaneo, sin pensamiento previo ni premeditación y, sin embargo, fue un beso que no causó sorpresa. En cuanto mis labios se intercalaron con los suyos, una de sus enormes manos y se dejó caer por mi cuello. Como buena aprendiza, la mía imitó a la suya. La mano que cayó por mi cuello, continuó su descenso hasta mi pecho, marcando su contorno con un dedo antes de agarrarlo. Mi lengua reaccionó y cambió mi boca por la suya. Dejé de sentir el pene que recaía sobre mi muslo para, poco después, notar un titánico trozo de carne duro presionándome la barriga. Miré de reojo, descuidando por momentos mi obligación con el beso, impresionada. Mi mano perdió el interés en el rostro y, como si hubiera ensayado cientos de veces el movimiento, agarró el pene con firmeza y propinó una amplia sacudida. Se me escapó un suspiro, a él una risa.
El beso continuaba, pero con la atención en otra parte. Con los ojos abiertos, nos limitábamos a tener los labios justos y a jadear. Desistí y fui a buscar lo que mi cuerpo pedía. Bajé la cara hasta la polla, que agarraba holgadamente con las dos manos. Sobrecogida por su tamaño, la medí de arriba a abajo con la lengua; no contenta con la medición, la metí en mi boca hasta donde pude. Con la mitad dentro y la mitad fuera, mamé de aquel rabo recto y duro con gozo e inquietud a partes iguales; con suavidad, sin prisa, disfrutando de aquel inesperado momento, de aquel inesperado cuerpo, como también lo hizo Lex del mío. Ahora, estirada a su lado, Lex me agarró del culo y en su cara pude ver extrañeza al comprobar que ni con una de sus amplias manos podía abarcar uno de mis cachetes. Estirando todo lo que pudo sus dedos, zarandeo mis carnes y la extrañeza de su rostro se convirtió en un golfo goce.
Su mano dejó de apretar mi culo en el momento en el que, sin soltarle la polla, mi boca bajó hasta sus huevos. Succionando uno de sus testículos, lo masturbé rápido y sin cesar, haciendo que cayera desplomado hacia atrás. Con mi recién conocido amante impedido en el suelo, gateé sobre carne y arena para que mi pecho quedara sobre su cadera; coloqué la polla negra entre mis dos tetas y las apreté con las manos. Escupí sobre el buen trozo de rabo que sobresalía y empecé a moverme. Lex gemía y yo no perdía ojo a mi trabajo. Estiraba la lengua para alcanzar el glande cada vez que bajaban mis tetas. Con cada contacto sentía como me subía la temperatura y ya notaba como estaba chorreando por entre las piernas.
Sin esperarlo, Lex se puso en pie con energías renovadas. Traté de seguirlo pero, solo alcancé a quedarme de rodillas cuando tuve ese espadón amenazando mi cara. Después de una rápida degustación para recordar su sabor, la volví a aprisionar contra mis tetas, pero esta vez fue él quien puso el movimiento. Sentía como si me apuñalara el pecho sin cesar. Si me puse este par de melones fue que me los follara una polla así.
-Quiero que te corras así -y la única respuesta que obtuve fue una puñalada más grande en mi pecho.
Absorta en aquello que acontecía entre mis pechos, volví a la realidad cuando los movimientos de Lex perdieron contundencia, llegando casi a frenarse. Contra todos mis deseos, aparté la vista para mirarlo a la cara. Sus ojos apuntaban al frente, confundido. Algo lo asustó y trató de hacerme un gesto. Sin entender que pasaba, me puse en pie por puro instinto. Me abracé a él preguntando qué pasaba, eso sí, sin soltar su enorme polla que, como en una irónica advertencia, señalaba al frente.
-¡Hola, chicos! ¿Qué hacéis? Os estábamos buscando.
La voz de Blanca me hizo dar un salto, girándome hacia ella y confiando que mi cuerpo pudiera tapar la erección de Lex. Aparecía por encima de las rocas con dos amigos de este, otros dos chicos negros bien guapos, uno más espigado, alto como Lex y otro más robusto y musculado. Los dos también bien dotados.
-¡Esto está chulísimo! -dijo Blanca tras saltar de la roca y revolcarse por la arena.- Escucha, Marta, hemos estado hablando y hemos quedado esta noche con ellos. Nos van a enseñar sitios chulos para tomar algo por aquí. Te tengo que contar un montón de cosas, tía. Creo que hemos elegido el mejor destino y lo vamos a pasar súper bien.
Me limité a asentir copiando la sonrisa de mi amiga, mientras Lex me agarraba por los hombros, escondiendo su polla aún dura tras mi espalda y notando como me chorreaban fluidos por los muslos.
CONTINUARÁ
-¡Tú lo que quieres es lucir esas pedazo de tetas nuevas que te has puesto! -Me dijo con sorna Blanca cuando recordamos lo de las playas nudistas en el coche.
-¡Con lo bonitas que han quedado y lo que me han costado, como para no enseñarlas! -respondí haciéndome la divina y despertando la risa de todas.
Hicimos el viaje con el bikini ya puesto, no había tiempo que perder. Blanca y Camila bajo la ropa y yo sin nada más por encima que un pareo por los hombros. Fuimos cantando e imaginando locuras y travesuras que haríamos estos días. Cuando llegamos al destino, me dolía la garganta de reír. No eran aún las cinco de la tarde cuando recogimos las llaves del piso que alquilamos. Tiramos las maletas, sin repartirnos las habitaciones siquiera, y bajamos corriendo a la playa.
No tardamos más de tres minutos, tres minutos nos bastaron para hacer el tonto como tres mocosas que salen sin sus padres por primera vez. Hacía un día estupendo, completamente despejado, con un sol que, a pesar de notar como ya me corría el sudor entre las tetas, calentaba pero no abrasaba. No fue nada difícil encontrar un buen sitio en el que plantar nuestro campamento y desprendernos de nuestras ropas. Mientras Camila preparaba su silla y se sentaba como una señorona y Blanca empezaba con su sesión de selfies para Instagram, yo me fui corriendo al agua sin pensarlo demasiado. En el primer contacto sentí como el frío me subía por los pies hacia todo el cuerpo y los pezones se me empitonaban en un mecanismo automático, mas no cesé en la carrera y me metí al agua de una zambullida (puede que no la más estética de la historia). Al volver a flote, abrí los brazos echándome el pelo hacia atrás y respiré el aire del mar. Cerré los ojos y escuché el suave sonido del romper de las olas cuando la mar está serena. Respiré profundamente y nadé unos metros hacia atrás dejándome envolver por la paz que me rodeaba. Ya estábamos aquí, sin estrés, libre y con unos días emocionantes por delante.
Satisfecha mi hambre de paz, salí del agua ajustándome la parte de arriba del bikini, tirando de sus escuetos triángulos todo lo que daban, en la ardua de tarea de que no se me viera nada, y después me subí el también escueto tanguita que lo acompañaba. Sobre el bikini ocre brillaban los rayos del sol, dejando destellos sobre el reflejo de mis pechos en las ondas del mar. Miré hacia atrás, viendo como mi culo gordo, casi al desnudo, salía con cierta violencia del agua, miré hacia adelante reposando las manos sobre mi pecho. Salí del agua sintiéndome una diosa
Al llegar a la sombrilla Blanca aún seguía pegada a su móvil y Camila no se había movido de su silla leyendo un libro.
-¿Tantas ganas de playa para esto? -dije con cierto enfado- ¿No os vais a bañar siquiera?
-Yo vine buscando esto. Solito y paz para relajarme leyendo un libro. Ya me bañaré en un rato -contestó Camila con toda la calma del mundo, sin levantar la vista de su novela pseudo erótica de nombre genérico. Blanca, sin embargo, me miró por encima de las gafas de sol y, refunfuñando como una adolescente a la que su madre ha regañado, metió el móvil en el bolso y se sentó mirando al mar.
-¿Perdona? ¿Habéis mirado dónde empieza la playa nudista? -preguntó a los pocos segundos con extrañeza.
-Ni idea. ¿Ya tienes ganar de ir a lucir tipín?
-Creo que no hace falta. Ya vino ella a nosotras. Mirad a aquellos viejos.
En efecto, a pocos metros, en dirección opuesta a nuestro piso de alquiler, varios grupos de señores y señoras de entre cincuenta y sesenta años se bañaban y tomaban el sol completamente desnudos.
-¡Qué fuerte! -fue lo primero que me salió del alma.
-¡Qué onda los viejitos todo arrugaditos! -continuó Camila con una ilusión no compartida.
-¿Sabéis qué? En mi casa siempre se ha dicho: a dónde fueres, haz lo que vieres. Así qué... - Blanca se desabrochó su apretado bikini de cebra dejando al aire sus redondeados pechos tiesos.
-¡Ay, no! No se qué tipo de banda hay por acá. Mejor me espero a ver cómo está la cosa antes de enseñar pechotes -y, como si no estuviera con nosotras, volvió la mirada al libro y se olvidó de lo demás.
-Bueno... dije mirando al suelo haciendo morritos- Se sabía que yo me iba a quedar en tetas aunque no estuviéramos en la playa nudista -la hija de puta de Blanca asentía firmemente-. ¡Y tú también, zorra! ¡Lo estabas deseando! -le lancé el bikini a la cara y, detrás, fui yo.
Tumbada sobre ella, le agarré la muñeca derecha y, con la otra mano, traté de hacerle cosquillas. Debilitada por las risas, no pudo zafarse de mi tortura, pero si logró encoger los brazos y proteger sus costados, dificultándome la tarea. Me apoyé sobre ella, eché el pecho para delante y le golpeé con las tetas en la cara.
-¡Toma tetas! -me levanté un poco más y la agarré por sus pechos, moviéndolos de lado -¡Claro que estábamos deseando, si tenemos las tetas más lindas del mundo!
Al ir a poner en pie pude ver que ya no solo eran unas pocas parejas de cincuentones los que estaban desnudos; en muy corto espacio de tiempo ya habían llegado un buen número de jóvenes que se paseaban en pelotas por la playa. Inspirada por el descenso de la media de edad, me puse de rodillas, liberando por completo a Blanca, y agarré uno de los nudos del tanga del bikini.
-¿Sabéis qué os digo? -tiré del hilo- Tenía ganas de hacerlo en este viaje. ¿Para qué esperar? -y, con las mismas, desabroché los lazos de la parte inferior del bikini.
Conseguí que Camila apartara la mirada de su libro y dirigiera sus ojos por encima de las gafas de sol hacia mí, no se si juzgándome o aprobando mi acción. No puedo negar que sentí cierta vergüenza que me impidió levantarme en primera instancia. Apreté los dientes, me armé de valor y, de un salto, me puse en pie, dejando que el tanga cayera solo en la arena.
-¡Esa tía! -gritó Blanca cogiendo mi tanga y agitándolo al aire como una bufanda.
-Bueno, ¿qué? -dije luchando contra la tentación de taparme- ¿Quién se viene a jugar a las palas?
Nos pusimos en marcha no sin antes de que Blanca nos juntara para hacernos un selfie (o puede que más de diez) tapándonos los pezones y subirlos a las redes de inmediato. Ya en la orilla jugando a las palas, mi sonrisa desdibujada, la mirada baja y las manos apretadas delataban que no terminaba de sentirme cómoda. Quizás me había venido muy arriba, pensaba. Nunca había estado completamente desnuda en la playa y, mucho menos, dando saltos en la orilla, con todas las carnes meneándose con cada golpe de pala.
Aquello se me daba muy mal, no acertaba una. Aún así, corría de aquí para allá tratando de cazar todas, saltando y tirándome por los suelos. Camila me dejaba algo más de tregua, pero Blanca, que había jugado desde pequeña al tenis y era una zorra mala, no tenía piedad de mí. En una de tantas veces que no alcancé a devolverla, la pelota se perdió varias sombrillas más allá. Corrí a buscarla abriéndome pasó por el rompeolas, como una suerte de Pamela Anderson cutre y con menos ropa. Al ir a cogerla, meciéndose con el morir de las olas en la orilla, alguien se me adelantó: un chico negro, altísimo, de casi dos metros, la rescató y, con una sonrisa blanca impoluta y preciosa, me la ofrecía con la palma extendida. Invadida por un rubor repentino, recogí la pelota sin mediar palabra, titubeando y con la boca torcida. Mis dedos se tomaron su tiempo para deslizarse por su mano, dos veces la mía, rugosa, pero, de algún modo, también suave. Olvidando el transcurso del tiempo y el devolver respuesta alguna, lo escaneé de arriba a abajo, esforzándome en guardar su imagen para siempre. Además de alto era fuerte, de espalda ancha, pero no especialmente musculado; brazos largos, dignos de sus grandes manos y, bajo su vientre firme, un largo pene, digno de todo lo demás; aún estando en reposo, le llegaba a más de medio muslo, ¡qué exageración! Recordé entonces que yo estaba tan desnuda como él y salí de mi trance. Le di la gracias y, antes de terminar mis palabras, ya me había dado la vuelta para volver con mis amigas
Sin cortarse un pelo, Blanca hacia gestos con las manos que a todas luces señalaban el tamaño del pene de aquel chico. No emitía sonido alguno pero en sus labios se podían leer cosas como “menuda tranca”. Le mandé la pelota de vuelta para ver si así dejaba el tema. Blanca reaccionó a mi tiro con grandes reflejos y, con evidente intención, golpeó fuerte y en dirección al chico. Un lanzamiento imposible de parar. Al girarme una vez más, me alegré de no verlo en un principio pero, emergió como Poseidón de entre las aguas y corrió hacia la pelota antes de que yo llegara, balanceándose el pene con cada paso que dio en mi dirección.
-¡Aquí está otra vez! -dijo el chico- Me quedo cerca por si necesitáis a un recogepelotas -bromeó regalándome de nuevo su sonrisa.
-Con lo mala que soy no nos vendría mal. Seguro que en veinte segundos la he vuelto a perder.
-No se hable más. Me quedo aquí atento a vosotras. Toma, la pelota.
-¡Muchas gracias! Y perdona, que acabamos de llegar y no paramos de molestar.
-¡No pidas perdón por esa tontería, tranquila! Yo también acabo de llegar y estoy encantado con mi nuevo trabajo de recogepelotas.
-¿Tampoco eres de por aquí? Nosotras hemos llegado hace una hora como mucho. Nos quedamos unos días en un piso por aquí cerca.
-Yo vivo a una media hora, en la ciudad, y trato de venir un par de veces todos los veranos. De momento, nos quedamos el finde.
En ese momento, como el monstruo de una peli de miedo, Blanca apareció por detrás de mi hombro, cómo si hubiese estado escondida todo el tiempo, escuchando y esperando el momento más inoportuno.
-Venía ver si estabas bien, pero ya veo que sí. ¡Hola, qué tal! Yo soy Blanca, ¿y tú? ¿Lex? ¡Qué bonito! -dijo Blanca con voz de tonta y apretando los brazos contra su pecho- Bueno, ¿te vienes a jugar?
-Ahora voy. Toma -le puse la pelota sobre sus tetas apretadas-, juega con Camila mientras.
Cuando Blanca se fue, guiñándome un ojo, retomé la conversación con Lex.
-Así que Lex, ¿no? Yo soy Marta, encantada -puse mi mano sobre su hombro para coger impulso y llegar a darle dos besos. El apoyó su enorme mano en mi cintura para agacharse-. Supongo que nos veremos estos días si estás por aquí. Te dejo ya, que te estarán esperando tus amigos.
-No, no te preocupes. Creo que iban a jugar al volley ahora. Yo estaba pensando en darme un baño y dar un paseo por la orilla para relajarme un poco.
-¡Ah! Yo también estaba pensando en algo así. Eh... te importa... ¿te importa si te acompaño?
-¡Para nada! Iba a proponértelo yo ahora si no decías nada.
Su sonrisa se hizo aún más grande tras decir eso. La mía, también. Con un gesto, me invitó a iniciar el camino y así hice. Al pasar por al lado de mis amigas me despedí de ellas y le devolví el guiño de ojos a Blanca. Ambas me miraban boquiabiertas y hacían señas para que a la vuelta les contara.
Con la atención puesta en mantener una conversación trivial que tapara torpemente los silencios, caminamos y caminamos por la orilla. Al otro lado del paseo marítimo, se divisaban hoteles, discotecas y otros sitios que había visto por internet; nos habíamos adentrado de lleno en la zona nudista. La playa estaba mucho más aglomerada en esta zona y, aún así, no se veía ni un trozo de tela que no fuera de las toallas. Todo el mundo estaba desnudo y éramos nosotros a quienes miraban al pasar.
-Detrás de aquello hay unas calas pequeñitas chulísimas -dijo Lex señalando unas rocas escarpadas que cortaban brúscamente la orilla a unos metros de nosotros-. Ahí es donde la gente vergonzosa va a ponerse ropa.
Me hizo gracia aquel chiste y, al reírme me eché sobre él, agarrándolo del vientre y la espalda. Una teta se me quedó levantada sobre su torso y, al verlo, me aparté rápido. Fui consciente en ese momento de que su brazo, al echarme sobre él, rodeó furtivamente mi cadera y, ahora, se desprendía de mi cuerpo arrastrándose en una delicada caricia que me puso los pelos de punta.
Después de aquello nos venció el silencio hasta llegar a las rocas. Una escarpada montaña cortaba en seco la playa y se adentraba en el mar. En su parte más baja era al menos una cabeza más alta que yo y, aún así, Lex podía apoyarse para mirar por encima. Trepó buscando las rocas menos afiladas y me ayudó a subir. Andamos unos pocos metros por encima de la roca, haciéndome polvo los pies, y, al bordear una pared casi vertical, dimos con una pequeña cala de arena fina excavada en la formación rocosa de una belleza singular, acotada en el otro extremo por un saliente similar al que habíamos subido. Lex bajó a la arena de un salto y, aunque para mí la altura me pareciera un mundo, fui detrás de él. Me recogió en la caída entre sus brazos abiertos, como si me salvara de una muerte segura, pese a que la fina arena hubiese amortiguado cualquier daño.
Era diminuta apretada contra su pecho y rodeada por todo su cuerpo. No huí esta vez del contacto, sino que respondí con otro abrazo y contemplé la belleza del lugar apoyada sobre él.
-¡Me encanta esto! No hemos andado casi nada y hemos entrado a otro mundo. ¡Casi que ni se escucha a la gente!
-Yo aluciné en su día cuando me descubrieron este sitio. Me alegra que te haya gustado también.
-Es precioso...
Sin salir de su abrazo, giré mi cuerpo hacia él, rodeándolo yo también por la cintura. Me quedé mirándolo como una pava, sin saber que decir más, haciéndose el silencio. Un silencio, ahora, nada incómodo. Sentí entre mis muslos, casi en el pubis, su miembro desnudo, ese que había estado bailando al aire todo el camino junto a mí y no me atreví a mirarlo por vergüenza... quizás era ese contacto el que necesitaba para perderla. Lo besé.
Un beso espontaneo, sin pensamiento previo ni premeditación y, sin embargo, fue un beso que no causó sorpresa. En cuanto mis labios se intercalaron con los suyos, una de sus enormes manos y se dejó caer por mi cuello. Como buena aprendiza, la mía imitó a la suya. La mano que cayó por mi cuello, continuó su descenso hasta mi pecho, marcando su contorno con un dedo antes de agarrarlo. Mi lengua reaccionó y cambió mi boca por la suya. Dejé de sentir el pene que recaía sobre mi muslo para, poco después, notar un titánico trozo de carne duro presionándome la barriga. Miré de reojo, descuidando por momentos mi obligación con el beso, impresionada. Mi mano perdió el interés en el rostro y, como si hubiera ensayado cientos de veces el movimiento, agarró el pene con firmeza y propinó una amplia sacudida. Se me escapó un suspiro, a él una risa.
El beso continuaba, pero con la atención en otra parte. Con los ojos abiertos, nos limitábamos a tener los labios justos y a jadear. Desistí y fui a buscar lo que mi cuerpo pedía. Bajé la cara hasta la polla, que agarraba holgadamente con las dos manos. Sobrecogida por su tamaño, la medí de arriba a abajo con la lengua; no contenta con la medición, la metí en mi boca hasta donde pude. Con la mitad dentro y la mitad fuera, mamé de aquel rabo recto y duro con gozo e inquietud a partes iguales; con suavidad, sin prisa, disfrutando de aquel inesperado momento, de aquel inesperado cuerpo, como también lo hizo Lex del mío. Ahora, estirada a su lado, Lex me agarró del culo y en su cara pude ver extrañeza al comprobar que ni con una de sus amplias manos podía abarcar uno de mis cachetes. Estirando todo lo que pudo sus dedos, zarandeo mis carnes y la extrañeza de su rostro se convirtió en un golfo goce.
Su mano dejó de apretar mi culo en el momento en el que, sin soltarle la polla, mi boca bajó hasta sus huevos. Succionando uno de sus testículos, lo masturbé rápido y sin cesar, haciendo que cayera desplomado hacia atrás. Con mi recién conocido amante impedido en el suelo, gateé sobre carne y arena para que mi pecho quedara sobre su cadera; coloqué la polla negra entre mis dos tetas y las apreté con las manos. Escupí sobre el buen trozo de rabo que sobresalía y empecé a moverme. Lex gemía y yo no perdía ojo a mi trabajo. Estiraba la lengua para alcanzar el glande cada vez que bajaban mis tetas. Con cada contacto sentía como me subía la temperatura y ya notaba como estaba chorreando por entre las piernas.
Sin esperarlo, Lex se puso en pie con energías renovadas. Traté de seguirlo pero, solo alcancé a quedarme de rodillas cuando tuve ese espadón amenazando mi cara. Después de una rápida degustación para recordar su sabor, la volví a aprisionar contra mis tetas, pero esta vez fue él quien puso el movimiento. Sentía como si me apuñalara el pecho sin cesar. Si me puse este par de melones fue que me los follara una polla así.
-Quiero que te corras así -y la única respuesta que obtuve fue una puñalada más grande en mi pecho.
Absorta en aquello que acontecía entre mis pechos, volví a la realidad cuando los movimientos de Lex perdieron contundencia, llegando casi a frenarse. Contra todos mis deseos, aparté la vista para mirarlo a la cara. Sus ojos apuntaban al frente, confundido. Algo lo asustó y trató de hacerme un gesto. Sin entender que pasaba, me puse en pie por puro instinto. Me abracé a él preguntando qué pasaba, eso sí, sin soltar su enorme polla que, como en una irónica advertencia, señalaba al frente.
-¡Hola, chicos! ¿Qué hacéis? Os estábamos buscando.
La voz de Blanca me hizo dar un salto, girándome hacia ella y confiando que mi cuerpo pudiera tapar la erección de Lex. Aparecía por encima de las rocas con dos amigos de este, otros dos chicos negros bien guapos, uno más espigado, alto como Lex y otro más robusto y musculado. Los dos también bien dotados.
-¡Esto está chulísimo! -dijo Blanca tras saltar de la roca y revolcarse por la arena.- Escucha, Marta, hemos estado hablando y hemos quedado esta noche con ellos. Nos van a enseñar sitios chulos para tomar algo por aquí. Te tengo que contar un montón de cosas, tía. Creo que hemos elegido el mejor destino y lo vamos a pasar súper bien.
Me limité a asentir copiando la sonrisa de mi amiga, mientras Lex me agarraba por los hombros, escondiendo su polla aún dura tras mi espalda y notando como me chorreaban fluidos por los muslos.
CONTINUARÁ