Marisol (la guarda de seguridad con la que terminamos el episodio anterior), después de asearse y de arreglarse un poco, esperó la llegada de Lucas (el relevo en su puesto de trabajo). Cuando este llega, Marisol se despide de él muy cortésmente y le desea una buena guardia. La chica, mientras camina desde la puerta de la garita hasta donde tiene el coche, no pudo evitar el caminar separando un poco los muslos. Sentía algo de dolor en su trasero (por lo mucho que le habían horadado el culo sus tres amantes la noche anterior).
Lucas, al quedarse solo, no perdió ni un instante de tiempo para ver qué ocurría en la habitación -4. Allí suele trabajar Lourdes. Es una chica de 18 años que al terminar el bachillerato se tomó un año sabático antes de iniciar sus estudios en la Universidad. Se trasladó de su ciudad natal a la capital federal. Estuvo buscando algo de trabajo, y por casualidad, alguien le habló de esta mansión.
En la mansión El Edén buscaban a una chica con sus características físicas (una fulana con apariencia aniñada; con melena rubia recogida en dos trencitas; y algunas pecas repartidas por las mejillas).
Como uniforme de trabajo tendría que vestirse con una blusa blanca con transparencias, que dejara ver sus tetas con sus pezones tiesos como pitones. También llevaría una falda de colegiala, plisada y a cuadros, hasta las rodillas. Como trabajaba en una habitación dedicada al sadomaso el calzado lo elegiría a su gusto, según la función a desarrollar.
Lourdes ideó una sesión peculiar de sadomaso. Ata a la pared a sus clientes, a unas argollas, totalmente desnudos. Ella se dedica a darles patadas en su entrepierna. Primero descalza y luego cambiándose de calzado, desde el más suave (como unas alpargatas), hasta el más rudo (como zapatones o botas camperas con punta metálica). Les va pateando las pelotas y el nabo sin darles tregua. Lourdes se lo pasa pipa.
Pensar que le pagan una respetable suma de dinero por reventarle los huevos y la banana a un grupo de hombres, le parece un buen curro. Cuando vuelva a los estudios no dejará esta ocupación, ya que le reporta unos suculentos ingresos, y además, le deja mucho tiempo libre para dedicárselo a su carrera y al deporte.
Convirtió esa habitación en una sala de entrenamiento para chicas futbolistas. También se practica boxeo. Lourdes o alguna compañera, colocándose guantes de pelea o puños americanos, le pegan unos buenos derechazos e izquierdazos a los testículos y vergas de sus clientes. Alguno de ellos suplica en voz alta:
--Pégame unas patadas y puñetazos más fuertes, cariño. Estoy a punto de correrme.
Efectivamente, en una de las patadas con las camperas que Lourdes
le suelta en pleno perineo, el hombre comienza a soltar los escupitajos seminales de rigor, por una polla toda enrojecida (de tantos golpes que recibió). Lourdes continuó, por espacio de unos minutos, zurrándole (en sentido literal), la entrepierna al maromo.
La chica mira a la cámara y guiña un ojo. Sabe que del otro lado está Lucas. Ellos dos comenzaron, desde hace unas semanas, una relación sentimental.
Aunque Lucas le saca doce años, Lourdes tiene más tablas en la vida y le da mil vueltas en casi todos los temas… especialmente en sexo. Él tiene buena planta e intenta no desmerecer al lado de su diva. Lourdes le hace pagar muy caro el hecho de tener a su lado a una diosa insuperable e inalcanzable, como es ella. Lucas tiene buenas tragaderas y no pone ningún reparo a las condiciones que le impone Lourdes. Su amor por ella todo lo puede.
Lourdes telefonea a la habitación 11. En esta sala, a modo de sacristía, hay guardados unos ocho copones con unas quince hostias consagradas en cada uno. Pero a más del cuerpo de Cristo, estos ciborios también incluyen unas buenas descargas de esperma. Un grupo de monaguillos veinteañeros tienen el encargo de masturbarse y eyacular en el interior de estos recipientes. Se van rotando según se van corriendo, pasándose los copones de mano en mano. Todos los días, a primera hora, estos ciborios se reparten por las parroquias cercanas. Las beatas y santurrones del lugar ingieren estas hostias consagradas, bien encharcadas en lefa, en la misa de las 9 h. Las degustan con exquisita parsimonia, sin sospechar en qué consiste el ingrediente estrella. Don Pelayo, el arzobispo de la zona y presidente del Consejo Directivo de la mansión, está empeñado en ser canonizado. Si consigue que alguna de estas beatas (o incluso santurrones), se quede preñada, podría llegar a ser santo.
Antes de que hagan el reparto, Lourdes pide que un monaguillo le acerque uno de esos copones. Una vez recibido el pedido, le da a tomar las obleas (bien adobadas en esperma), a cada uno de sus clientes. Tocan a dos obleas por mancebo. A alguno de ellos le chorrea por la barbilla algo de líquido viscoso. Lourdes y sus compañeras se tronchan de la risa. Les encanta su profesión de Humilladoras de Hombres.
Lucas decide dejar a su novia y a su troupe (para que sigan pateándoles la entrepierna al resto de clientes), y cambia la pantalla de plasma al monitor n.º 21. En esta habitación hay un matrimonio haciendo el amor, pero con la peculiaridad de ser la mujer la que, con un arnés con polla de látex bien gorda y larga, penetra a su marido. El hombre está a cuatro patas y la chica se lo calza sin contemplaciones. Lo sujeta por la cintura y se la empurra a un ritmo de tres empellones por segundo. La fulana de vez en cuando se acerca al oído del marido y le dice:
--¿Disfrutas con las embestidas que te endiño, cariño? ¿Te empitono bien o quieres que lo haga con más brusquedad?
--Dame con más fuerza. Quiero sentirte jadear de cansancio. Quiero que sudes la gota gorda mientras me revientas el trasero, mi amor.
La mujer es muy hermosa. Lleva una melena negra con mechas coloradas en el flequillo. Se la ve bien tonificada de cuerpo. Tiene varios tatuajes repartidos por la espalda y el bajo vientre, de temática motera. El marido es fornido, con barba espesa. Choca verlo en una posición tan sumisa y servil. Los dos andarán en la treintena.
La hembra decide cambiar de postura y le pide al marido que se coloque en la postura del misionero. En esta posición la “polla” de su mujer no entra tan bien y completa, por el orificio anal de su esposo, como en la anterior postura. Están un buen rato follando en misionero, pero la fulana al comprobar que el marido no recibe todo el falo como debiera, decide cambiar a la postura del sofá. La hembra se sienta en un sillón y ordena al maromo que se siente sobre ella, dándole la espalda. El cabrón (o más bien habría que decir el cabestro), se somete a la fuerte estocada que su mujer le endosa en el trasero. Él se recuesta sobre los pechos de su esposa, son unas cómodas almohadillas. Ella no pierde comba y le peta con saña el conducto anal a su macho.
--¡Qué este culito respingón no pase hambre! --le dice la mujer a su marido, mientras con las manos, separa las nalgas para que el considerable consolador de látex entre bien y en cantidad en sus entrañas.
El hombre se masturba mientras su mujer le da caña de la buena por su trasero. El pubis de la manceba choca con fuerza contra las nalgas de su hombre. Él está en la gloria, su hembra le obsequia unas buenas arremetidas. A los pocos minutos comienza a correrse, llenando sus abdominales y pecho de una ingente cantidad de esperma. Se baja del potro y se acerca a su mujer para que le lama el pecho y el vientre. Ella recoge con su lengua los restos de lechada que su macho tiene esparcidos por el torso. En donde hay mucha cantidad de semen, la manceba lo sorbe. Luego le pega un morreo a su esposo y le pasa toda la carga de lefa que guarda en la boca. Su marido hace unas gárgaras y se traga todo.
La mujer está muy salida y exige a su marido que le haga un buen cunnilingus. Ella de pie y él bajo palio se ponen manos a la obra. El hombre sabe cómo hacer gozar a su hembra. Lame y succiona cada centímetro de los labios mayores, labios menores, clítoris y paredes internas de la vagina. A los pocos segundos, un copioso squirt inunda la boca del maromo. El hombre bebe sin desperdiciar ni una sola gota. ¡Quince o veinte segundos saboreando los deliciosos chorros de líquido transparente, que van saliendo del interior del coño de su esposa! La hembra se sienta en la cara de su hombre. Le calca fuerte la entrepierna en la boca, para que él no tenga escusas y le relama bien en profundidad la almeja.
Lucas se puso tan cachondo que no pudo evitar sacarse la polla y pegarse una buena pelada. Tiene el miembro todo magullado y con cicatrices, seguro que su chica practica con él algo de fútbol y boxeo. Lucas antes de correrse coge una copa vacía. Eyacula en ella una buena descarga de esperma. Avisa para que la recojan y se la lleven a su novia. Lourdes al recibir la copa, como ya no le quedan obleas, embadurna con su contenido una tostada de pan de molde y se la da a comer al cliente que está más escuchimizado, para ver si así echa más cuerpo.
Es mediodía y Lucas saca el táper que se trajo. Las imágenes que estuvo consumiendo toda la mañana en los monitores de control, sin embargo, le abrieron otro tipo de apetitos.
Mientras come no puede evitar clavar los ojos en la pantalla de plasma. Cambia a la habitación 26 y observa que en ella se encuentran Martirio y Rafael con su hija, los vecinos de Jorge, su compañero de trabajo.
Jorge puso en sobreaviso al resto de guardas de seguridad y les pidió que si este matrimonio volvía a la mansión cuando él no estuviera trabajando, hicieran el favor de darle al REC, para pasarle después una copia del video.
En el episodio 3 de esta colección, Martirio y Rafael se reunieron con don Benedicto (el párroco de su zona), en la mansión El Edén para pedirle consejo espiritual sobre un tema crucial en sus vidas.
Su hija Ana, estudiante universitaria, les pidió un aumento en su paga semanal y también poder ir en verano de viaje con sus amigas a Las Vegas. A cambio, les ofreció practicar un trío con ellos. Pero lo más escandaloso del asunto es que don Benedicto les aconsejó lo siguiente: “Follaos a vuestra hija y dejadla preñada. La Biblia respalda el incesto”.
Pues bien, después de recapacitar durante un tiempo sobre las palabras del párroco, decidieron volver, esta vez con su hija, para ejecutar el consejo de su guía espiritual.
Lucas pone gran atención a la conversación que tiene el matrimonio y su hija en aquella habitación.
--Te hemos traído a esta mansión para darte la respuesta a la loca propuesta que nos hiciste. Siguiendo el consejo que nos dio don Benedicto, el cura de nuestra parroquia, hemos aceptado tus condiciones. Te subiremos la paga y permitiremos que te vayas con tus amigas a Las Vegas. Pero a cambio, te vas a convertir en nuestra putita. Te dejaré preñada, por golfa –suelta, todo acalorado, Rafael.
Ana es una chica peripuesta. Delgada pero con buenas peras, trabajadas cachas y desarrollados muslos. Lleva trencitas pelirrojas. Tiene muchas pecas por las mejillas y unos ojos azules que parecen dos luceros. De ropa lleva un top color rojo, un pantalón corto vaquero color negro muy ajustado y unos tenis blancos.
A Martirio y Rafael, aunque siguen siendo muy recatados y estirados, la experiencia sexual vivida con el párroco la vez anterior les hizo ver la vida con otros ojos. Pero de estética siguen vistiendo muy clasicones.
--Me parece bien –contesta Ana--. Pues empecemos cuanto antes.
Ipso facto, Martirio se desprende de su blusa y su falda. Se tumba en la cama, boca arriba, y le dice a su hija:
--De este coño saliste hace 18 años y ahora quiero que vuelvas a entrar. ¡Hunde tu rostro en mi chocho, cacho guarra!
Ana también se despelota, lentamente y de forma sensual, después se acerca a su madre y poniéndose a cuatro patas hunde su cara en el chumino de su progenitora.
Rafael se estaba poniendo a tono y después de desvestirse, se acerca a su hija por detrás y le susurra al oído:
--¿Te gusta el sabor del coño de tu madre? Espero que sí porque te vas a pasar todo el trimestre lamiéndolo y sorbiéndolo.
Ana deja por un momento la faena en la que está enfangada y le suelta a su padre:
--Es la almeja más sabrosa que he probado en los últimos años. Espero que tu polla no me defraude y que, por lo menos, esté al mismo nivel que el chocho de la golfa de mi madre.
Rafael le acaricia el berberecho a su hija y, al comprobar que está chorretoso, acerca su rabo a la entrada de su vagina y muy suavemente le va introduciendo su barra de carne caliente.
Ana comienza a gemir, jadear y resoplar como una auténtica zorra en celo. Le come con más ímpetu el chocho a Martirio. Esta, a los pocos minutos no puede reprimir unos alaridos de placer, que ponen en sobreaviso a sus amantes sobre el hecho de que obtuvo un intensísimo orgasmo.
Rafael, agarrado a las caderas de su hija, le pega con saña unos buenos caderazos. Ana alcanza su orgasmo. Su cara es un poema. Bizquea y babea. Está como en trance. Su padre acelera las embestidas buscando correrse. Ya suda. Le cae un hilillo de agua caliente por la espalda. Por fin consigue su objetivo y berrea:
--¡Quédate preñada de tu padre, putón verbenero! ¡Toma descarga de lefa en tus entrañas!
Ana se carcajea y arenga a su padre a que le dé más duro, ya que está a punto de alcanzar el segundo orgasmo.
En esto que se abre la puerta del pasillo y asoma en el umbral don Benedicto.
--Vaya, parece que me hicieron caso y pusieron en práctica mis consejos. Me alegro –comenta el párroco.
Don Benedicto cierra la puerta y se acerca al trío.
--Ana, ¿no te dijeron tus padres que el otro día me los trajiné y me quedé en la Gloria?
--¿A mi padre también?
--Por supuesto, y debo decir que fue mejor puta que tu madre. Que te cuente ella. ¡Cómo me cabalgaba el muy cabrón!
--¡Me corro, joder! Las guarradas que me cuenta, don Benedicto, me han llevado al éxtasis –dice toda sofocada y acalorada, Ana.
--Don Benedicto tiene razón –asevera Martirio--. Y no solo él se folló a tu padre. Por si fuera poco, hizo unas llamadas y vinieron de otras habitaciones 7 enanitos con su peculiar Blancanieves y también tres chicas trans con pene y dos chicos trans con vagina. Aquello fue una locura. Desde entonces ya no somos los mismos.
--Repitamos hoy una locura parecida, añadiendo el ingrediente de vuestra hija –sugiere don Benedicto.
Ya descansados de su primera sesión de sexo guarro, se ponen en faena para su segunda sesión.
Don Benedicto sugiere:
--¿Por qué no montamos un castillo de tres pisos? Yo en la base. Sobre mí Rafael, envainándose mi sable. Y como guinda, Ana, montada sobre su padre. Martirio se colocaría enfrente y haría de mamporrera, lamiéndonos las entrepiernas.
Todos aceptaron.
Don Benedicto se desembaraza de la sotana en tres segundos. Está más seboso que la última vez. Habrá engordado unos 5 kg. Se sienta en un sofá y a una indicación suya, Rafael monta sobre él y se incrusta por el ano el pollón del sacerdote en dos asentadas.
Antes de acoplarse Ana, don Benedicto prefiere romperle el culo a Rafael sin más sobrepeso encima, durante unos minutos.
Cuando el cura ya tiene la polla bien alojada y acomodada en las entrañas de Rafael, le pide a Ana que se suba al “andamio”. Ana se inserta el falo de su padre de una sola clavada y comienzan a follar los tres a buen ritmo.
Martirio se acerca y le pega buenos lametazos al conejo de su hija. También lame, llenándolo de saliva, el cacho de carne de la polla de su marido que asoma y desaparece, en cuestión de milésimas de segundo, por el coño de Ana.
--¡Cómo echaba de menos el trasero de este maricón! El placer que me provoca su estrecho esfínter es único –comenta don Benedicto, mientras separa las nalgas de su amante para entrar más en profundidad con su mástil.
El sacerdote comienza a jadear, a resoplar. A los pocos minutos suelta:
--Me corro, joder, ¿notas mi leche calentita regar tus entrañas?
--Sí, joder. Me escuece el ano. Menos mal que se corrió ya. Ahora me toca a mí –dice Rafael, que sujetándose fuerte a las caderas de su hija le pega unos buenos caderazos--. ¡Toma, puta! De aquí sales preñada de tu padre, sí o sí.
Don Benedicto suelta unas carcajadas al comprobar que su discípulo ha progresado mucho en los últimos días en la asignatura de “Depravación moral y perversión sexual”.
También su alumna Martirio está muy adelantada en esta asignatura. Cuando su marido acabó de descargar su lefa en el chumino de Ana, Martirio los desengancha y chupetea y succiona la almeja de su hija con pasión, hasta provocarle el esperado éxtasis. Se traga todo el jugo que su hija le suelta en la boca, mezclado con el esperma de su marido.
--¡Eres muy guarra, cacho puta! --le suelta Ana a su madre--. ¡Cómo me lame, relame y sorbe el chocho, esta golfa!
A Martirio le supieron a poco aquellos caldos y se dirige a los rabos de Rafael y de don Benedicto, para recoger las últimas gotas de lechada que van soltando. Los paladea y se los traga con un intenso “mmmm”.
--Don Benedicto, ¿por qué no hace una de sus llamadas y amplía la orgía? ¡Estoy desatada, joder! --le sugiere Ana al cura.
El párroco le toma la palabra y telefonea a la habitación 36. Allí hay cuatro mocetones de casi 1,90 m de altura, muy musculados y marcando tableta. Son unos atractivos gays que están practicando el trenecito. Aceptan unirse a la orgía con la condición de que las hembras presentes se vistan con ropas masculinas.
Después, don Benedicto, telefonea a la habitación n.º 40, donde hay un matrimonio de recién casados, veinteañeros, practicando sexo de forma muy insípida y les aconseja que bajen a la habitación 26 para asistir a un cursillo intensivo de sexo del bueno. Los amateurs también se unen a la fiesta.
Lucas, el guarda, tenía los ojos como platos, por lo que estaba viendo. La bragueta le pedía liberar a la Bestia. Se saca la polla y comienza a hacerse una gayola a un ritmo frenético. En esto que entra por la puerta de la garita su novia, Lourdes, de la que hablamos en el capítulo anterior. Ella, como saben, se dedica a practicar sesiones de sadomaso, que consisten en pegarle patadas y puñetazos en los genitales a sus clientes, en esta misma mansión. Al ver a su chico pajearse mientras mira aquella orgía desenfrenada, le dice a Lucas:
--Ponte de pie, contra la pared y mirando hacia mí, que te voy a hacer una masturbación de las mías.
Lucas la obedece. Lourdes le pega unas diez buenas patadas en la polla con sus botas camperas. Consigue su objetivo. Lucas comienza a eyacular mientras berrea de placer.
El segurata le pega un morreo a su chica y le da las gracias por haber llegado en el momento oportuno para aliviarle un poco la tensión acumulada, por tantas horas de visionado de sexo duro.