Una mansión que acoge infinidad de orgías (caps. 15, 16)

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Episodio 15.

Vega inicia su jornada laboral en la mansión El Edén. Jorge se fue hará un par de horas, después de saludar a Vega con un piquito y despedirse de ella.


Vega aún sigue con el colgante circular plano color blanco. Le quedan muchas horas para conseguir subir a la categoría Amarillo. De 730 horas necesarias, habrá conseguido 200, como mucho. Vega está muy orgullosa de haberse inscrito en la Sociedad de los Regresados a El Edén.


Para ir subiendo de categoría, los hombres y las mujeres tienen diferentes cometidos y actividades (invito al lector a leer, si no lo hizo ya, el episodio 5, para saber más en detalle en qué consisten estas actividades). Como resumen diré que Vega, como mujer, tiene que sentarse en un sofá con dos pollones de madera de ébano atornillados. Debe clavarse uno en el culo y el otro en el coño. Este asiento tiene la peculiaridad de ir moviéndose, a modo de potro. Al ritmo que marque el sofá, Vega se deja follar, durante horas. Al mismo tiempo, le ponen unas pinzas en los pezones y le van soltando descargas eléctricas.


Vega, aunque acaba de empezar su periplo “estudiantil” en esta Sociedad, ya tiene el culo y el chocho bien ensanchados. Para ser una chica de 28 años (de poco más de metro y medio de altura y muy delgada, 40 kg de peso), con su melena rubia recogida en dos trencitas, engaña mucho. Parece que no rompió nunca un plato, pero en verdad es una auténtica loba, hambrienta de polla y sedienta de semen. Además, sabe defensa personal, y en su oficio de guarda de seguridad nadie le come el terreno ni se le suben a la chepa.


La segurata observa que en la entrada de la mansión están dos peculiares personajes: mi chica Sonia y el que escribe estas líneas, Jonathan. Desde que nos hablaron de la existencia de este lugar no podíamos perder la oportunidad de hacerle una visita. Yo pedí a dos amantes asiáticas y mi esposa, siguiendo en su línea, prefirió pedir a tres buenos empotradores congoleños. Las dos geishas asiáticas y los tres dioses africanos se nos presentan en el hall y nos acompañan hasta nuestras respectivas habitaciones. Mientras subimos las escaleras, los congoleños soban de lo lindo a mi esposa y le pegan unos buenos morreos. Las chicas asiáticas me palpan el paquete y me lamen las orejas. Me dicen cochinadas del estilo:


--Con nuestras boquitas de pichón intentaremos hacerte una garganta profunda. Tendremos muchas arcadas y te llenaremos la polla de babas. Esperemos que no te moleste, cariño.


--¿Molestarme? ¡Qué va! Me encanta que me llenen los huevos y el rabo de una cantidad ingente de babas. Es el mejor lubricante que se pueda usar para perforar chochos y ojetes.


Al llegar al rellano del segundo piso y dirigirnos a nuestras habitaciones, mi mujer me pega un morreo y me desea una hermosa velada con mis dos geishas. Yo le deseo lo mismo a ella, con sus tres machos de ébano. A Sonia la llevaron a la habitación n.º 38. A mí me hospedaron en la contigua anterior, en la habitación n.º 37.


--Tranquilo, colega. Te la vamos a dejar bien calmada y relajada para que no te moleste en los próximos tres días –me dice uno de los congoleños--. No hay hembra, por muy puta que sea, que no se quede rendida después de recibir por largas horas, pollones como los nuestros.


--Pues yo seré la excepción que rompa vuestras estadísticas, porque soy una ninfómana poseída por Satán. No hay polla que me llegue ni me llene –suelta la golfa de mi esposa.


Los tres congoleños entran con Sonia a sus aposentos. Yo hago otro tanto con mis dos asiáticas, entrando en mi dormitorio. Ya dentro, las chicas y yo nos desnudamos y nos metemos en un jacuzzi. Las chicas asiáticas son muy cariñosas y complacientes y no hacen más que besuquearme y pegarme unos buenos lametones por orejas y cuello. Me estaban poniendo a mil.


Después de chapotear y jugar en el jacuzzi por más de media hora, decidimos ir a la cama. Yo me tiendo boca arriba y las chicas, cada una a un costado de mi cuerpo, se predisponen a comerme la polla, al mismo tiempo que se dan lengua entre ellas. En ocasiones, se morrean con mi glande entre sus labios. Con sus boquitas pequeñas de pichón intentan practicarme una garganta profunda. Las arcadas con sus correspondientes babas inundan mi rabo y mi escroto. Las chicas lo sorben, hacen gárgaras con el emplasto de saliva y se lo tragan todo. Desde el perineo hasta la punta del capullo, me dejan todo bien limpito y sequito. Con cada arcada y cada chorreo de babas vuelven a hacer lo mismo. Practican un swapping, pasándose las babas de boca en boca, hasta que una de las dos decide tragarse todo el pastoso merengue.


Sus chupaditas en la punta de la polla, con sus correspondientes succiones, me elevan al Paraíso. ¡Estas furcias de ojos rasgados qué ganas le ponen! ¡Cómo disfrutan engullendo una buena verga occidental! Se nota que los chicos de su país la tienen delgada y pequeña en exceso, porque cuando tienen la oportunidad de follarse a un maromo de Europa se les hace la boca agua.


--¿Os habéis acostado con un africano alguna vez? --les pregunto, con mucha lascivia en los ojos.


--La verdad es que no. Nos da mucho miedo. Nos acabarían reventando. Tu mujer es muy osada. Debe de ser muy puta, la chamaca –comenta una de las chicas.


--La verdad es que me salió un poco puta, qué le voy a hacer. Todos tenemos nuestros defectillos. Yo también soy un buen puto. Si me pagaran por comer diez o quince bollos al día, sería el hombre más feliz de La Tierra… y el que tendría los labios cortados todo el año, también –asevero, arrancándoles unas carcajadas a las dos garotas asiáticas.


Ya no pude aguantar por más tiempo tanto chupetón en el glande y, sin avisar, les suelto en toda la cara unos buenos chorros de lechada. Al pillarlas desprevenidas, se echan a reír, perdiendo el ritmo de la gayola y dejando la paja a medias. Pero mi rabo siguió escupiendo esperma. Los últimos disparos los hizo con menos fuerza. Las chicas no dejaron que se perdiera ni una sola gota de leche. Sorben y sorben la punta de mi rabo, buscando las rezagadas gotas finales. Después, recogen con sus lenguas los chorros esparcidos por mi bajo vientre y por mis ingles. También, con sus deditos, recogen los escupitajos de semen que atesoran en sus caras y se los meten en sus bocas, chupándose los dedos. Hacen unas gárgaras y… todo pa’ dentro. Estas hembras no tienen déficit de calcio, pues este tipo de actividades las repiten varias veces al día, con diferentes maromos.


Vega mostró gran interés en una pareja tan extravagante como la nuestra y desde que nos vio entrar por la puerta de El Edén no nos perdió la pista. Desde su monitor iba cambiando, unas veces a la habitación 38 y otras veces a la habitación 37, para ver qué hacíamos Sonia y yo con nuestros respectivos amantes.


Mientras me recupero de la gran descarga de esperma que solté sobre las caras de estas dos zorras, me dedico a comerles la almeja. Las chavalas van colocando sobre mi rostro, de forma alterna, sus respectivos chuminos. Se colocan en cuclillas apretando su entrepierna contra mi nariz y boca. Una corrida por chocho me tragué, antes de recuperar la erección de mi picha, por segunda vez.


Una vez mi verga enhiesta, me siento en un sofá y una de las chicas se sienta sobre mí, de espaldas a mí. La otra fulana hace de mamporrera y se dedica a lamer huevos, polla y coño. En ocasiones, desengancha mi polla del chocho de su amiga, para pegarle unas fuertes chupadas. Pretende que la follada dure poco, haciéndome eyacular cuanto antes. Pero yo, cuando eyaculo la primera vez, en el segundo asalto aguanto mucho… y ya en el tercero, puedo estar toda la noche dando fuelle sin parar.


Las chicas se van turnando a la hora de montar en el tiovivo. A veces se colocan dándome la espalda y en otras ocasiones de cara, empitonándome con sus tetas. Me comen los pezones y yo chupeteo los de ellas.


Se colocan a cuatro patas, en paralelo, y yo me las voy zumbando, cambiando de chumino cada quince estocadas. También, al ser tan menudas y delgadas, no me cuesta nada el cabalgarlas de pie, ellas abrazadas a mí como koalas, primero una y después la otra, por supuesto. Tuvieron dos orgasmos más, cada una, en la hora y media de fuelle, en diferentes posturas del Kama Sutra. Me dicen que ya no pueden aguantar más, que les escuece el chocho, y decido correrme. Lo hago sobre sus caras. Se lamen y morrean entre ellas pasándose mi lefa de boca en boca, hasta que se lo tragan todo, a partes iguales.


Suenan unos toques en la puerta, es un botones que nos trae un tentempié. Abro la puerta y el camarero introduce un carro con comida y bebidas en el interior de la alcoba. Observo, que un chico cruza por el pasillo, dirección a la puerta de la habitación donde está mi mujer con sus tres amantes congoleños y golpea en la puerta. Este chico no lleva carro de comidas y bebidas. Le doy al botones una propina, el chico da las gracias y se retira. Antes de irse lo paro y le pregunto:


--¿Quién es ese chico que entró en la habitación de al lado?


--Es Johnny. Es el chico que se dedica, entre otros cometidos, a lamer a las chicas el esperma que sus amantes les dejan repartidos por todo su cuerpo y luego se lo traga. Es un cuckold que muchas hembras contratan, para humillar a un hombre y echar unas risas.


--Muchas gracias por la información –le digo al camarero, dándole un suplemento a mayores a la propina anterior.


Me dispongo a tomar el tentempié con mis dos fulanas asiáticas, cuando suena el teléfono.


--Hola soy Vega, la guarda de seguridad. Vente a la garita de control que me has puesto como una moto. ¡Vaya manera de comer bollos! Estoy deseando que me relamas y sorbas la concha. También, aprovechando que eyaculaste dos veces, quiero que me montes, durante horas. Supongo que aguantarás bien. Y ya de camino, te pongo el video de la habitación 38, para que veas en diferido la salvaje follada de tu mujer con sus tres fulanos.


Acepto la invitación y dejo a mis chicas asiáticas con su merecido aperitivo. Me despido dándoles unos severos morreos.


Mientras llego a la garita donde se ubica Vega, esta hace zapping a la habitación 24. Allí se encuentra un eunuco que se dedica a hacer masajes eróticos de cuerpo entero. El hombre, que se llama Luis, a este tipo de masajes los llama “Reflexología de Cuerpo Entero con Lengua”. Se los practica a mujeres y a hombres por igual. No hace discriminaciones.


Luis tiene 66 años. Su pensión no es muy grande y se saca un sobresueldo lamiendo cuerpos (desde el cuero cabelludo, incluido el cabello, hasta la punta de los pies, incluyendo una pedicura [con sus dientes les corta e iguala las uñas de las manos y de los pies a sus clientas y clientes]).


Sus sesiones duran 3 horas y las chicas y los chicos que asisten a ellas tienen la opción de aceptar un “Special Happy Ending with Tongue”, como remate de sesión. Luis oferta una gama muy variada de masajes eróticos y exóticos. Solo utiliza su lengua, ni manos, ni mucho menos su miembro viril (pues fue castrado para la ocasión [para no tener la tentación de practicar la prostitución como gigoló o como chapero, algo que repugna, por cuestiones morales y religiosas], y no tiene ni testículos ni pene).


En este momento se encuentra con un matrimonio. Tanto la mujer como el hombre están acostados boca abajo sobre unas camillas. Luis tardará unas 6 horas en recorrer con su lengua puntiaguda ambos cuerpos: pelambrera de ella y cráneo rapado de él, frente, ojos, nariz, orejas, mofletes, labios, pómulos, cuello, espalda, brazos, manos, nalgas, pubis (provocándoles a sus clientes unos intensos orgasmos), muslos, pantorrillas y pies. En el coño y en la polla, si sus clientes se lo piden, Luis se puede ayudar de sus manos. Pero si sus clientes no le dicen nada, el Eunuco Lengüetas (como le llaman por la mansión), tendrá que conseguir que sus clientes se corran, utilizando únicamente su lengua (ni labios, ni interior de la boca).


Vega se puso a tono viendo a este guarro dando miles de lenguaradas. El eunuco, para salivar, en ocasiones bebe de un vaso. Este contiene orina de sus clientes.


Por fin llego a la puerta de la garita. Toco tres veces. Me abre la segurata.


Vega me pareció una chica pizpireta. Es muy coqueta y presumida. Pronto descubrí que su apariencia de muñeca con trenzas rubias no tiene nada que ver con su verdadera personalidad. Es un zorrón verbenero de aúpa. Una guarra insaciable.


--Entra y mira a la puta de tu mujer cómo disfruta con sus tres superhombres de ébano, ¡cabrón consentidor! --me suelta Vega, mientras pone en la pantalla de plasma las imágenes del video donde mi chica se lo monta con tres negrazos.


Sonia, mi mujer, está de rodillas. De forma alterna va manducando aquellas tres cañas de chocolate. Todavía están algo morcillonas y consigue tragárselas enteras. Después de sacarles punta a los lápices de sus tres maromos, se coloca en la postura que más la excita (de pie, colgada del pescuezo de su amante y con las piernas envolviendo su cintura). Le encanta sentir que levita, como Santa Teresa de Jesús. Como a esta, quiere que también a ella la canonicen, o como a Santa Teresa de Calcuta. Si mientras está en esta postura, otro fulano se le acerca por detrás y se la calca por el culo (sujetándola por las caderas), para Sonia es el éxtasis total. Le chifla que unos buenos machos con desarrollados bíceps y tríceps la manejen como se merece. Mi mujer es de mediana estatura y con buenas carnes, no es fácil practicar con ella esta postura. Sonia disfruta con hombres macizos, rollizos, altos, que la empotren bien. Por eso le tiran más los africanos. El tercer chico espera su turno. Entonces Sonia le dice:


--Coge aquella mesa, acércala, súbete a ella y así podrás follarme la boca con tu agraciada y hermosa tranca.


Mi Sonia es un buen putón, no cabe duda. Me giro y observo que Vega está recostada sobre un sofá, desnuda y con el pelo suelto y revuelto (como una auténtica pelandrusca). Me dice:


--Acércate y hazme una comida de almeja de esas que sabes hacer tan bien. Engulle mi bollo chorretoso.


Me fijo en su colgante circular blanco y, mientras le como el chichi, me explica su significado. Imaginarme a esta chica tan menuda y delgada cabalgar sobre un potro de madera con dos pollones incrustados en su culo y chocho, me puso como una moto. Le comí con tal entusiasmo y devoción, a la ardiente hembra, el berberecho chorretoso, que le provoqué dos orgasmos en poco más de un cuarto de hora.


Le echo un vistazo a la pantalla de plasma y observo que mi esposa está montando un sándwich. Cada cinco minutos va cambiando de posición (recostando su dorso sobre el chico de abajo o mirando hacia él, y ofreciéndole los pezones para que se los lama). El tercero en discordia se la enchufa en la boca, para que no chille tanto.


Yo me decido a cabalgar a Vega de pie, con ella colgada de mi cuello. La sujeto con mis manos por debajo de sus nalgas y voy marcando el ritmo. Me la trajino, subiéndola y bajándola con mis brazos, a dos empellones por segundo. Vega jadea. Entre gemido y gemido me dice que soy un buen macho, que podría buscarme trabajo de puto o chapero en la mansión. Yo le contesto que no busco trabajo, que soy freelance.


Le echo un vistazo a la pantalla. Mi mujer está de rodillas recibiendo 27 descargas de leche por toda la cara, de sus tres machos africanos. Al poco rato, abren la puerta y entra el chico que vi en el pasillo. Se acerca a Sonia y comienza a lamerla. El cuckold se va tragando toda la lefa de aquellos superhombres. Mi mujer le escupe en la boca un considerable lapo (mitad saliva, mitad esperma), y suelta unas carcajadas. Luego le dice algo así como “Bébete el jugo recién exprimido de mis machos, maricón”.


Vega acerca su boca a mi oreja derecha y me suelta:


--Menuda puta tienes en casa. Podrás estar orgulloso de ella, cariño.


--La verdad es que sí que lo estoy. Me casé con ella justamente por ser una auténtica PGG (Puta-Golfa-Guarra). Yo también aspiro a ser un auténtico PGG (Puto-Golfo-Guarro).


Vega y yo llegamos al orgasmo al mismo tiempo. Cuando se baja de mi cuerpo, se coloca de pie, con las piernas un poco separadas y me dice:


--Colócate bajo palio y bébete los jugos vaginales mezclados con tu lechada que vayan saliendo de mi chumino, ¡asqueroso!


Obedezco. ¡Qué rico bollo adobado en crema! Cuando la dejo bien aseada, Vega me señala el monitor que enfoca al hall de la mansión. Sonia me estaba esperando, recién duchadita y maquillada. De repente, ocurre algo sorprendentemente positivo. Por la puerta entran Sara y Anthony, una pareja con la que tenemos una íntima y excelente amistad (sobre ellos escribí dos relatos, uno titulado “¿Qué es ser un o una PGG?”, y el otro “La mujer de mi amigo me folló a gusto”). Veo que Sonia los saluda. No sé lo que hablan, hay demasiado jolgorio en la entrada y no se oye bien. Me despido de Vega, pegándole un buen morreo y pasándole parte del sabor a semen y chocho de mi boca a la suya, y me dirijo al lugar donde está Sonia con nuestros amigos, para saludarlos… y para proponerles una idea muy picante. Pero eso mejor lo cuento en el siguiente episodio.
 

BitchOnTheBeach

Estrella Porno
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Episodio 15.

Vega inicia su jornada laboral en la mansión El Edén. Jorge se fue hará un par de horas, después de saludar a Vega con un piquito y despedirse de ella.


Vega aún sigue con el colgante circular plano color blanco. Le quedan muchas horas para conseguir subir a la categoría Amarillo. De 730 horas necesarias, habrá conseguido 200, como mucho. Vega está muy orgullosa de haberse inscrito en la Sociedad de los Regresados a El Edén.


Para ir subiendo de categoría, los hombres y las mujeres tienen diferentes cometidos y actividades (invito al lector a leer, si no lo hizo ya, el episodio 5, para saber más en detalle en qué consisten estas actividades). Como resumen diré que Vega, como mujer, tiene que sentarse en un sofá con dos pollones de madera de ébano atornillados. Debe clavarse uno en el culo y el otro en el coño. Este asiento tiene la peculiaridad de ir moviéndose, a modo de potro. Al ritmo que marque el sofá, Vega se deja follar, durante horas. Al mismo tiempo, le ponen unas pinzas en los pezones y le van soltando descargas eléctricas.


Vega, aunque acaba de empezar su periplo “estudiantil” en esta Sociedad, ya tiene el culo y el chocho bien ensanchados. Para ser una chica de 28 años (de poco más de metro y medio de altura y muy delgada, 40 kg de peso), con su melena rubia recogida en dos trencitas, engaña mucho. Parece que no rompió nunca un plato, pero en verdad es una auténtica loba, hambrienta de polla y sedienta de semen. Además, sabe defensa personal, y en su oficio de guarda de seguridad nadie le come el terreno ni se le suben a la chepa.


La segurata observa que en la entrada de la mansión están dos peculiares personajes: mi chica Sonia y el que escribe estas líneas, Jonathan. Desde que nos hablaron de la existencia de este lugar no podíamos perder la oportunidad de hacerle una visita. Yo pedí a dos amantes asiáticas y mi esposa, siguiendo en su línea, prefirió pedir a tres buenos empotradores congoleños. Las dos geishas asiáticas y los tres dioses africanos se nos presentan en el hall y nos acompañan hasta nuestras respectivas habitaciones. Mientras subimos las escaleras, los congoleños soban de lo lindo a mi esposa y le pegan unos buenos morreos. Las chicas asiáticas me palpan el paquete y me lamen las orejas. Me dicen cochinadas del estilo:


--Con nuestras boquitas de pichón intentaremos hacerte una garganta profunda. Tendremos muchas arcadas y te llenaremos la polla de babas. Esperemos que no te moleste, cariño.


--¿Molestarme? ¡Qué va! Me encanta que me llenen los huevos y el rabo de una cantidad ingente de babas. Es el mejor lubricante que se pueda usar para perforar chochos y ojetes.


Al llegar al rellano del segundo piso y dirigirnos a nuestras habitaciones, mi mujer me pega un morreo y me desea una hermosa velada con mis dos geishas. Yo le deseo lo mismo a ella, con sus tres machos de ébano. A Sonia la llevaron a la habitación n.º 38. A mí me hospedaron en la contigua anterior, en la habitación n.º 37.


--Tranquilo, colega. Te la vamos a dejar bien calmada y relajada para que no te moleste en los próximos tres días –me dice uno de los congoleños--. No hay hembra, por muy puta que sea, que no se quede rendida después de recibir por largas horas, pollones como los nuestros.


--Pues yo seré la excepción que rompa vuestras estadísticas, porque soy una ninfómana poseída por Satán. No hay polla que me llegue ni me llene –suelta la golfa de mi esposa.


Los tres congoleños entran con Sonia a sus aposentos. Yo hago otro tanto con mis dos asiáticas, entrando en mi dormitorio. Ya dentro, las chicas y yo nos desnudamos y nos metemos en un jacuzzi. Las chicas asiáticas son muy cariñosas y complacientes y no hacen más que besuquearme y pegarme unos buenos lametones por orejas y cuello. Me estaban poniendo a mil.


Después de chapotear y jugar en el jacuzzi por más de media hora, decidimos ir a la cama. Yo me tiendo boca arriba y las chicas, cada una a un costado de mi cuerpo, se predisponen a comerme la polla, al mismo tiempo que se dan lengua entre ellas. En ocasiones, se morrean con mi glande entre sus labios. Con sus boquitas pequeñas de pichón intentan practicarme una garganta profunda. Las arcadas con sus correspondientes babas inundan mi rabo y mi escroto. Las chicas lo sorben, hacen gárgaras con el emplasto de saliva y se lo tragan todo. Desde el perineo hasta la punta del capullo, me dejan todo bien limpito y sequito. Con cada arcada y cada chorreo de babas vuelven a hacer lo mismo. Practican un swapping, pasándose las babas de boca en boca, hasta que una de las dos decide tragarse todo el pastoso merengue.


Sus chupaditas en la punta de la polla, con sus correspondientes succiones, me elevan al Paraíso. ¡Estas furcias de ojos rasgados qué ganas le ponen! ¡Cómo disfrutan engullendo una buena verga occidental! Se nota que los chicos de su país la tienen delgada y pequeña en exceso, porque cuando tienen la oportunidad de follarse a un maromo de Europa se les hace la boca agua.


--¿Os habéis acostado con un africano alguna vez? --les pregunto, con mucha lascivia en los ojos.


--La verdad es que no. Nos da mucho miedo. Nos acabarían reventando. Tu mujer es muy osada. Debe de ser muy puta, la chamaca –comenta una de las chicas.


--La verdad es que me salió un poco puta, qué le voy a hacer. Todos tenemos nuestros defectillos. Yo también soy un buen puto. Si me pagaran por comer diez o quince bollos al día, sería el hombre más feliz de La Tierra… y el que tendría los labios cortados todo el año, también –asevero, arrancándoles unas carcajadas a las dos garotas asiáticas.


Ya no pude aguantar por más tiempo tanto chupetón en el glande y, sin avisar, les suelto en toda la cara unos buenos chorros de lechada. Al pillarlas desprevenidas, se echan a reír, perdiendo el ritmo de la gayola y dejando la paja a medias. Pero mi rabo siguió escupiendo esperma. Los últimos disparos los hizo con menos fuerza. Las chicas no dejaron que se perdiera ni una sola gota de leche. Sorben y sorben la punta de mi rabo, buscando las rezagadas gotas finales. Después, recogen con sus lenguas los chorros esparcidos por mi bajo vientre y por mis ingles. También, con sus deditos, recogen los escupitajos de semen que atesoran en sus caras y se los meten en sus bocas, chupándose los dedos. Hacen unas gárgaras y… todo pa’ dentro. Estas hembras no tienen déficit de calcio, pues este tipo de actividades las repiten varias veces al día, con diferentes maromos.


Vega mostró gran interés en una pareja tan extravagante como la nuestra y desde que nos vio entrar por la puerta de El Edén no nos perdió la pista. Desde su monitor iba cambiando, unas veces a la habitación 38 y otras veces a la habitación 37, para ver qué hacíamos Sonia y yo con nuestros respectivos amantes.


Mientras me recupero de la gran descarga de esperma que solté sobre las caras de estas dos zorras, me dedico a comerles la almeja. Las chavalas van colocando sobre mi rostro, de forma alterna, sus respectivos chuminos. Se colocan en cuclillas apretando su entrepierna contra mi nariz y boca. Una corrida por chocho me tragué, antes de recuperar la erección de mi picha, por segunda vez.


Una vez mi verga enhiesta, me siento en un sofá y una de las chicas se sienta sobre mí, de espaldas a mí. La otra fulana hace de mamporrera y se dedica a lamer huevos, polla y coño. En ocasiones, desengancha mi polla del chocho de su amiga, para pegarle unas fuertes chupadas. Pretende que la follada dure poco, haciéndome eyacular cuanto antes. Pero yo, cuando eyaculo la primera vez, en el segundo asalto aguanto mucho… y ya en el tercero, puedo estar toda la noche dando fuelle sin parar.


Las chicas se van turnando a la hora de montar en el tiovivo. A veces se colocan dándome la espalda y en otras ocasiones de cara, empitonándome con sus tetas. Me comen los pezones y yo chupeteo los de ellas.


Se colocan a cuatro patas, en paralelo, y yo me las voy zumbando, cambiando de chumino cada quince estocadas. También, al ser tan menudas y delgadas, no me cuesta nada el cabalgarlas de pie, ellas abrazadas a mí como koalas, primero una y después la otra, por supuesto. Tuvieron dos orgasmos más, cada una, en la hora y media de fuelle, en diferentes posturas del Kama Sutra. Me dicen que ya no pueden aguantar más, que les escuece el chocho, y decido correrme. Lo hago sobre sus caras. Se lamen y morrean entre ellas pasándose mi lefa de boca en boca, hasta que se lo tragan todo, a partes iguales.


Suenan unos toques en la puerta, es un botones que nos trae un tentempié. Abro la puerta y el camarero introduce un carro con comida y bebidas en el interior de la alcoba. Observo, que un chico cruza por el pasillo, dirección a la puerta de la habitación donde está mi mujer con sus tres amantes congoleños y golpea en la puerta. Este chico no lleva carro de comidas y bebidas. Le doy al botones una propina, el chico da las gracias y se retira. Antes de irse lo paro y le pregunto:


--¿Quién es ese chico que entró en la habitación de al lado?


--Es Johnny. Es el chico que se dedica, entre otros cometidos, a lamer a las chicas el esperma que sus amantes les dejan repartidos por todo su cuerpo y luego se lo traga. Es un cuckold que muchas hembras contratan, para humillar a un hombre y echar unas risas.


--Muchas gracias por la información –le digo al camarero, dándole un suplemento a mayores a la propina anterior.


Me dispongo a tomar el tentempié con mis dos fulanas asiáticas, cuando suena el teléfono.


--Hola soy Vega, la guarda de seguridad. Vente a la garita de control que me has puesto como una moto. ¡Vaya manera de comer bollos! Estoy deseando que me relamas y sorbas la concha. También, aprovechando que eyaculaste dos veces, quiero que me montes, durante horas. Supongo que aguantarás bien. Y ya de camino, te pongo el video de la habitación 38, para que veas en diferido la salvaje follada de tu mujer con sus tres fulanos.


Acepto la invitación y dejo a mis chicas asiáticas con su merecido aperitivo. Me despido dándoles unos severos morreos.


Mientras llego a la garita donde se ubica Vega, esta hace zapping a la habitación 24. Allí se encuentra un eunuco que se dedica a hacer masajes eróticos de cuerpo entero. El hombre, que se llama Luis, a este tipo de masajes los llama “Reflexología de Cuerpo Entero con Lengua”. Se los practica a mujeres y a hombres por igual. No hace discriminaciones.


Luis tiene 66 años. Su pensión no es muy grande y se saca un sobresueldo lamiendo cuerpos (desde el cuero cabelludo, incluido el cabello, hasta la punta de los pies, incluyendo una pedicura [con sus dientes les corta e iguala las uñas de las manos y de los pies a sus clientas y clientes]).


Sus sesiones duran 3 horas y las chicas y los chicos que asisten a ellas tienen la opción de aceptar un “Special Happy Ending with Tongue”, como remate de sesión. Luis oferta una gama muy variada de masajes eróticos y exóticos. Solo utiliza su lengua, ni manos, ni mucho menos su miembro viril (pues fue castrado para la ocasión [para no tener la tentación de practicar la prostitución como gigoló o como chapero, algo que repugna, por cuestiones morales y religiosas], y no tiene ni testículos ni pene).


En este momento se encuentra con un matrimonio. Tanto la mujer como el hombre están acostados boca abajo sobre unas camillas. Luis tardará unas 6 horas en recorrer con su lengua puntiaguda ambos cuerpos: pelambrera de ella y cráneo rapado de él, frente, ojos, nariz, orejas, mofletes, labios, pómulos, cuello, espalda, brazos, manos, nalgas, pubis (provocándoles a sus clientes unos intensos orgasmos), muslos, pantorrillas y pies. En el coño y en la polla, si sus clientes se lo piden, Luis se puede ayudar de sus manos. Pero si sus clientes no le dicen nada, el Eunuco Lengüetas (como le llaman por la mansión), tendrá que conseguir que sus clientes se corran, utilizando únicamente su lengua (ni labios, ni interior de la boca).


Vega se puso a tono viendo a este guarro dando miles de lenguaradas. El eunuco, para salivar, en ocasiones bebe de un vaso. Este contiene orina de sus clientes.


Por fin llego a la puerta de la garita. Toco tres veces. Me abre la segurata.


Vega me pareció una chica pizpireta. Es muy coqueta y presumida. Pronto descubrí que su apariencia de muñeca con trenzas rubias no tiene nada que ver con su verdadera personalidad. Es un zorrón verbenero de aúpa. Una guarra insaciable.


--Entra y mira a la puta de tu mujer cómo disfruta con sus tres superhombres de ébano, ¡cabrón consentidor! --me suelta Vega, mientras pone en la pantalla de plasma las imágenes del video donde mi chica se lo monta con tres negrazos.


Sonia, mi mujer, está de rodillas. De forma alterna va manducando aquellas tres cañas de chocolate. Todavía están algo morcillonas y consigue tragárselas enteras. Después de sacarles punta a los lápices de sus tres maromos, se coloca en la postura que más la excita (de pie, colgada del pescuezo de su amante y con las piernas envolviendo su cintura). Le encanta sentir que levita, como Santa Teresa de Jesús. Como a esta, quiere que también a ella la canonicen, o como a Santa Teresa de Calcuta. Si mientras está en esta postura, otro fulano se le acerca por detrás y se la calca por el culo (sujetándola por las caderas), para Sonia es el éxtasis total. Le chifla que unos buenos machos con desarrollados bíceps y tríceps la manejen como se merece. Mi mujer es de mediana estatura y con buenas carnes, no es fácil practicar con ella esta postura. Sonia disfruta con hombres macizos, rollizos, altos, que la empotren bien. Por eso le tiran más los africanos. El tercer chico espera su turno. Entonces Sonia le dice:


--Coge aquella mesa, acércala, súbete a ella y así podrás follarme la boca con tu agraciada y hermosa tranca.


Mi Sonia es un buen putón, no cabe duda. Me giro y observo que Vega está recostada sobre un sofá, desnuda y con el pelo suelto y revuelto (como una auténtica pelandrusca). Me dice:


--Acércate y hazme una comida de almeja de esas que sabes hacer tan bien. Engulle mi bollo chorretoso.


Me fijo en su colgante circular blanco y, mientras le como el chichi, me explica su significado. Imaginarme a esta chica tan menuda y delgada cabalgar sobre un potro de madera con dos pollones incrustados en su culo y chocho, me puso como una moto. Le comí con tal entusiasmo y devoción, a la ardiente hembra, el berberecho chorretoso, que le provoqué dos orgasmos en poco más de un cuarto de hora.


Le echo un vistazo a la pantalla de plasma y observo que mi esposa está montando un sándwich. Cada cinco minutos va cambiando de posición (recostando su dorso sobre el chico de abajo o mirando hacia él, y ofreciéndole los pezones para que se los lama). El tercero en discordia se la enchufa en la boca, para que no chille tanto.


Yo me decido a cabalgar a Vega de pie, con ella colgada de mi cuello. La sujeto con mis manos por debajo de sus nalgas y voy marcando el ritmo. Me la trajino, subiéndola y bajándola con mis brazos, a dos empellones por segundo. Vega jadea. Entre gemido y gemido me dice que soy un buen macho, que podría buscarme trabajo de puto o chapero en la mansión. Yo le contesto que no busco trabajo, que soy freelance.


Le echo un vistazo a la pantalla. Mi mujer está de rodillas recibiendo 27 descargas de leche por toda la cara, de sus tres machos africanos. Al poco rato, abren la puerta y entra el chico que vi en el pasillo. Se acerca a Sonia y comienza a lamerla. El cuckold se va tragando toda la lefa de aquellos superhombres. Mi mujer le escupe en la boca un considerable lapo (mitad saliva, mitad esperma), y suelta unas carcajadas. Luego le dice algo así como “Bébete el jugo recién exprimido de mis machos, maricón”.


Vega acerca su boca a mi oreja derecha y me suelta:


--Menuda puta tienes en casa. Podrás estar orgulloso de ella, cariño.


--La verdad es que sí que lo estoy. Me casé con ella justamente por ser una auténtica PGG (Puta-Golfa-Guarra). Yo también aspiro a ser un auténtico PGG (Puto-Golfo-Guarro).


Vega y yo llegamos al orgasmo al mismo tiempo. Cuando se baja de mi cuerpo, se coloca de pie, con las piernas un poco separadas y me dice:


--Colócate bajo palio y bébete los jugos vaginales mezclados con tu lechada que vayan saliendo de mi chumino, ¡asqueroso!


Obedezco. ¡Qué rico bollo adobado en crema! Cuando la dejo bien aseada, Vega me señala el monitor que enfoca al hall de la mansión. Sonia me estaba esperando, recién duchadita y maquillada. De repente, ocurre algo sorprendentemente positivo. Por la puerta entran Sara y Anthony, una pareja con la que tenemos una íntima y excelente amistad (sobre ellos escribí dos relatos, uno titulado “¿Qué es ser un o una PGG?”, y el otro “La mujer de mi amigo me folló a gusto”). Veo que Sonia los saluda. No sé lo que hablan, hay demasiado jolgorio en la entrada y no se oye bien. Me despido de Vega, pegándole un buen morreo y pasándole parte del sabor a semen y chocho de mi boca a la suya, y me dirijo al lugar donde está Sonia con nuestros amigos, para saludarlos… y para proponerles una idea muy picante. Pero eso mejor lo cuento en el siguiente episodio.
Con que vicio cuentas los detalles 💘 a ver si narras uno de nuestros encuentros 😘 llámame Noemí 😂😂
 
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Episodio 16.

Cuando entro por la puerta de la mansión, mi mujer me pregunta:


--¿Cómo vienes del exterior si estábamos en el segundo piso?


--Es que la guarda de seguridad me reclamó para unos asuntillos –le contesto, con cierta ironía.


--Ya. No se te puede dejar solo. Y yo mientras, aquí colocada, como una imagen religiosa, esperando a ser sacada en andas. Menos mal que me encontré con Sara y Anthony.


Saludo a la pareja amiga y les comento lo siguiente:


--¿Por qué no os animáis a compartir una habitación con nosotros y montamos un intercambio de pareja?


--Justamente eso es lo que le estábamos comentando a Sonia –contesta Sara--. Anthony ya habló con la recepcionista y nos dieron la habitación n.º 12, en este mismo rellano, al fondo del pasillo.


--Estupendo. Vayamos allá entonces. Bueno, igual mi mujer se encuentra cansada de tanto folleteo con sus tres dioses africanos.


--Estoy estupendamente. Ya dije que les hundiría la estadística de machirulos. Muy poco disminuyeron mi fuego –suelta mi esposa, carcajeándonos los cuatro.


Ya describí en relatos anteriores que Sara es como Claudia Schiffer, pero con melena morena. Es un bellezón, una diosa egipcia. No me extraña que Anthony le consienta todos los caprichos, que le perdone todos sus escarceos extramatrimoniales. Mi colega tiene unas buenas tragaderas. Es un buen cornudo consentidor, ¡el muy cabrón!


Anthony intenta cuidarse pero la alopecia y la gota lo están envejeciendo. Aunque es un hombre de 1,75 m de altura y conserva una compresión corporal atlética, al lado de Sara desmerece mucho. Él se da cuenta y para no perderla y quedarse solo (pues es consciente de que a sus 54 años tiene difícil conseguir a otra diva como Sara), se ha convertido en su perrito faldero, hasta el extremo de tragarse el esperma de los amantes de su mujer… entre ellos el mío.


Ya frente a la puerta, Anthony se dispone a abrirla, sacando la llave del bolsillo. Entramos y nos vamos directamente al jacuzzi. Miro a las cámaras y les guiño un ojo, sé que Vega nos está observando. Encendemos unas velas aromáticas. Los manoseos bajo el agua burbujeante y los morreos son la nota general de nuestra estancia en el spa.


Después de estar casi una hora en el jacuzzi, nos dirigimos a unas camillas para masajes que hay cerca del espa. Sara y Sonia se tumban en ellas, cada una en la suya. Anthony y yo cogemos unos aceites de rosa mosqueta, de almendras y de romero, que hay en tres tarros en un armario, y comenzamos a masajear a las chicas (Anthony a mi mujer y yo a la suya, por supuesto). Les hacemos un buen masaje relajante de cuerpo entero. Nos pasamos dos horas amasando sus carnes. Desde el rostro hasta la punta de los pies, no queda ni un centímetro de piel por frotar y manipular.


Las chicas están muy encendidas y Sara me pide que me la calce a cuatro patas. Se baja de la camilla y se coloca en el suelo en dicha posición. Yo la agarro por la cintura y le clavo en su chocho pringoso, de una sola estocada, todo mi rabo duro, caliente y palpitante.


--Dame duro, cariño. A tres o cuatro empellones por segundo. Aguántame media hora a este ritmo para que yo pueda enlazar varios orgasmos seguidos –me dice Sara, como poseída por la diosa Lujuria.


--Tranquila, que este es el cuarto polvo que echo hoy y puedo aguantar el tiempo que me pidas –le comento en tono chulapo, mientras le regalo unos buenos caderazos.


Me fijo de soslayo en lo que hacen Sonia y Anthony. Sobre la camilla, en la postura del misionero, Anthony se está trajinando a buen ritmo a mi esposa. Esta gime y bufa como si llevara una semana sin follar. Es inagotable la muy furcia, ¡cómo me pone, la amo! Para ponerme más caliente, si cabe, Sonia le dice a Anthony:


--¡Qué bien follas, mi amor! Hacía años que no me tiraba a un amante tan fornido y tan bien dotado. Cuando te corras hazlo sobre mi pubis. Después te agachas y me lames y relames la concha hasta dejarla reluciente. Quien mancha debe limpiar después, es mi lema. Quiero ver cómo te tragas tu propio esperma.


Anthony estaba tan cachondo, que al ser la primera vez que se follaba a mi mujer (yo a Sara ya me la había trajinado más veces), no tardó mucho en decir:


--¡Me corro, joder! Mira, Jonathan, cómo le pringo de esperma el pubis a la guarra de tu mujer.


--Sí, cariño. Ahora bájate al pilón y déjame bien fresquita. Sórbeme el chocho –le suelta mi mujer.


Sara y yo habíamos cambiado de postura. Ahora estábamos en mi preferida: yo sentado en un sofá y Sara sentada sobre mí, dándome la espalda. Sara se había corrido una vez (cuando estuvo colocada a cuatro patas), y ahora al ver a su marido lamerle la almeja a Sonia y tragarse su propio esperma, se estaba corriendo por segunda vez. Me pide que me corra en sus entrañas, que quiere aplastarle el chocho en la cara a Anthony para que se trague sus jugos y mi lechada. Yo acelero las embestidas, buscando eyacular pronto. Observo, también, a Anthony cómo sorbe el coño de mi esposa y se traga sus fluidos mezclados con lechada. Esto me pone como una moto y aviso de que me corro. Le calco fuerte la polla en las entrañas a Sara, quería meterle el semen bien adentro para que tardara en salir unos 30 segundos, como mínimo (para darle tiempo a colocarse en cuclillas sobre la cara del chapero de su marido).


Efectivamente, cuando Sara intuye que mi picha ya vació toda la lefa que tenía que vaciar (que está bien exprimida), se desengancha de mí y a una indicación suya, Anthony se acuesta en el suelo (boca arriba). Ella se coloca sobre él y le hunde su coño en toda la boca.


--Trágate toda la leche de mi macho, cabrón, que sé que te gusta. No es la primera vez que la pruebas. ¡Maricón!


Por la uretra de mi polla asoman unas gotas. Me acerco a las tetas de Sara, sacudo mi rabo y le suelto cuatro o cinco gotas de leche en su pecho.


--Cuando Anthony acabe de succionarme y sorberme el higo, le digo que me lama estas últimas gotas de tu drenaje de huevos, que escupiste sobre mis pechos –me dice Sara, soltando unas carcajadas ella, Sonia y yo.


Nos tomamos un descanso para recuperar fuerzas. Vega, la segurata, se puso muy cachonda y aprovecha para ver lo que ocurre en la habitación n.º -10, en el sótano. Como todos sabemos a estas alturas, en el subterráneo las habitaciones están dedicadas al BDSM. En esta habitación hay dos chicos acostados boca abajo sobre unas camillas. Tienen las piernas colgando hacia el suelo. Las camillas están colocadas una en frente de la otra, dándose el trasero los chicos.


En medio de las camillas hay una chica sentada en una silla. El brazo derecho, hasta el codo, lo tiene introducido en el trasero del maromo que está a su costado derecho y el brazo izquierdo lo tiene introducido en el trasero del marica que está a su costado izquierdo. La chica parece que está expirando sus pecados en una cruz.


La dómina, para no aburrirse, hace la batidora con sus brazos en el interior de las entrañas de aquellos masoquistas radicales. También abre y cierra el puño intentando hacerles algún desgarro intestinal y provocarles una hemorragia interna. No es el primer masoca radical al que hay que trasladar en ambulancia al hospital. Pero el cliente es el que manda. Uno de ellos le dice a su Ama:


--Méteme el brazo hasta el fondo, hasta la axila. Agarra todo lo que pilles por el camino y arráncalo. Estoy a punto de llegar al orgasmo. ¡Joder, qué placer!


--Cállate, maricón, o te arranco el páncreas, el hígado y hasta un riñón. Estas son las pollas que te gustan, verdad, unos buenos brazos de hembra dominante –le contesta la Ama.


El chico ya no pudo contestar. Un orgasmo brutal y salvaje inunda su cuerpo. El chaval se desmaya. Algo de sangre sale por el esfínter anal. Cuando la dómina saca el brazo del culo del esclavo, lo tiene encharcado en sangre. Aprovecha que el otro chaval le pide más caña y le mete este segundo brazo por el culo.


Vega no podía creer lo que estaba viendo. Una hembra con sus dos brazos introducidos hasta la axila por el culo de un maromo muy vicioso. ¡Con qué estilo y ritmo mete y saca sus brazos del intestino grueso de este cabrón! ¡Mismo pareciera que está lavando ropa en un lavadero!


Cuando este segundo sarasa se corre, la hembra desacopla los brazos del ano del maromo y, sin ni siquiera lavarlos, telefonea a Urgencias. El chaval que se acaba de correr le pregunta:


--¿Tan grave es lo del compañero? ¿No estará exagerando?


--Quizás. Los hombres sois muy flojos. Pero algún desgarro debe de tener el muy marica, porque noté como que rasgué la tripa con una uña.


Vega ya no podía aguantar más la calentura y se baja el pantalón del uniforme. Comienza a frotarse la panocha, con ímpetu. Cambia el monitor a la habitación de al lado, la n.º -9. En esta sala hay tres chicos en cuclillas (parecen, por su estética ñoña, pertenecer a una asociación de abogados católicos), y debajo de ellos (como si fueran mecánicos revisando el chasis de un coche), están el mismo número de hermosas chicas, mulatas, y su función consiste en ir introduciendo por el ano de los esclavos, un pequeño cactus de unos 13 cm de largo por 15 cm de perímetro. Pero el problema son las espinas.


Los abogados chaperos católicos sangran por el esfínter anal como si fuera una fuente del maná ofreciendo vino. Los cabrones chillan como terneros en el matadero. Otro grupo de dóminas les cepillan el glande con unos cactus de proporciones similares al que están recibiendo por el trasero.


--No os quejaréis. Os estamos dejando la polla, el escroto y el ano bien limpitos con estos cepillos naturales –les suelta con sorna la Dómina Superiora.


Vega comienza a sentir que se marea al ver a estos guarros y asquerosos abogados católicos prestarse a este tipo de prácticas sexuales tan viciosas y decide cambiar y volver a la habitación donde estamos Sara, Anthony, mi mujer y yo.


Nos encuentra, a mi mujer dándole por el culo a Anthony con un pollón de látex inmenso; y a mí, petándole el ano a Sara. Las dos parejas estamos en la postura de perra en celo.


Como no me dejé dar por culo ni tampoco accedí a tragarme el esperma de Anthony, a mi mujer le sentó muy mal. Está acostumbrada a que sus caprichos y antojos sean cumplidos sin ningún tipo de reparo por las personas más cercanas a su círculo social. Yo le corté el rollo y creo que ese fue el motivo de que unos meses más tarde, me pidiera un tiempo de impasse en la relación.


Pero volviendo a la situación de la orgía, el caso es que mi mujer le bombea el trasero con furia al chapero de mi amigo. Este chilla pidiendo compasión. Sonia se ríe y le da por culo con más saña. A su vez, Sara me pide que vaya cambiando la polla de orificio, cada cinco arremetidas pasar del culo al coño y viceversa.


--Me encanta pasar de tu retaguardia a tu vanguardia y volver a la retaguardia. ¡Qué conejo y ojete tan acogedores tienes, Sara! ¡Eres una buena puta! --le digo, en un momento de calentura total.


--Descarga una buena lechada, que a mi marido le gusta limpiarme y saborear el semen de mis machos.


--Es mi quinto polvo. Si consigo soltar cinco o seis gotas de leche date por contenta, mi amor –le comento a Sara, que pone los ojos en blanco de lo salida que está.


--Pues suéltalas en mi pubis, que Anthony las recogerá con su lengua una a una (como si fueran perlas del Caribe), y las engullirá como el buen maricón en el que se ha convertido.


Vega, la segurata, no pudo evitar orgasmar en tres o cuatro ocasiones viendo lo guarros que somos. Sonia se folló en todas las posturas el trasero de Anthony (perra, misionero, de lado, ella sentada y él sentado sobre ella [dándole la espalda o de cara], de pie en diferentes modalidades, etc.), a Anthony le quedó el ojete bien horadado y escocido. Yo también fui cambiando de posturas con Sara. ¡Cómo sudaba la cacho guarra! Tenía la espalda empapada en sudor. Su melena se notaba encrespada por la humedad del acaloramiento. Su bajo vientre y sus ingles también tenían su ración de sudor de tanto chasquear nuestros cuerpos.


En la postura del misionero decidí correrme. Saco la picha de su chocho, y como Sara bien me indicó, le descargo las siete u ocho gotitas viscosas por el pubis e ingles. A una señal de Sara, Anthony se desacopla del rabo de mi mujer y se acerca a la entrepierna de su esposa con la lengua fuera, imitando a un perrito. Sara le señala las gotitas de mi esperma y le dice:


--Recógelas muy despacio, para que nuestros amigos observen bien lo puta que es mi marido. Saboréalas con sumo placer. En la ingle derecha hay dos, no las dejes atrás.


Mi mujer, mientras Anthony limpia a su chica, a este le hace una gayola (estirándole con fuerza el rabo hacia afuera y metiendo el capullo en una copa). Cuando mi amigo chapero deja la entrepierna de su mujer reluciente, tragándose toda la lefa que recoge, yo no pude evitar meterle mi rabo en la boca para que me higienizara a mí, también, los bajos. Los lametones y chupetones que me regala, el muy maricón, no tienen nada que envidiar a los que podrían proporcionarme unas modelos escorts con bocas de mamonas tragasables, de las muchas que conocí a lo largo de mi vida.


Aprovechando que mi rabo está semiflácido, empujo su cabeza hacia mi vientre metiéndole todo mi paquete en su boca, incluido mis huevos. Anthony comienza a gemir fuerte. Me fijo en mi mujer y efectivamente, Sonia le está ordeñando una buena cantidad de leche. Le drena de tal forma los testículos que deja un tercio de la copa llena. Mi chica le exprime por más de cuarenta segundos la polla a Anthony, recogiendo hasta la última gota de lechada en aquella copa de coñac.


Sonia practica una agitación orbital con la copa, imitando a la cata de vinos. Después se acerca con cierta parsimonia la copa a la boca y vacía su contenido en su cavidad bucal. Se enjuaga la boca, hace gárgaras y después se acerca a Sara y le escupe toda la carga en su boca. Sara repite el mismo orden de guarradas que Sonia y después se acerca a su marido y le suelta la bola de esperma, mezclada con una buena cantidad de babas, en su garganta. Anthony no pierde el tiempo y se lo traga todo. Se relame.


La segurata no hace más que decir, en la soledad de su garita:


--Vaya cuarteto de guarros asquerosos. Solo me tiré a uno de ellos, pero no me importaría follarme al marica de Anthony y a las dos furcias que los acompañan. ¡Cómo me han encendido! Menos mal que dentro de una hora llega Julián, mi relevo, y me lo calzaré aprovechando que me ofreció sus servicios para que prospere en mis “clases” de Regresada a El Edén.


Sara, Anthony, mi mujer y yo abandonamos aquella mansión, con el propósito de volver, pero de momento eso no será posible. Mi mujer me metió en el “congelador” hasta que no me decida a comer el semen de sus amantes y a permitir que con un dildo me rompa el culo.
 
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