Una Larga Carretera y una Madre con su Hijos 001

heranlu

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El movimiento de aquel largo apéndice comenzaba a resultar hipnótico por momentos. Su suave bamboleo parecía estar fuera de la realidad, suspendido en el tiempo y en el espacio de una forma etérea e irreal. Y si no fuese porque finalmente se acabó apartando del camino, creo que hasta me hubiese quedado dormido mirando el rabo de aquella vaca negra y blanca de pezones hipertrofiados.

—¡Al fin se apartan! —exclamó mi madre mientras soltaba las manos del volante y las levantaba clamando al cielo o, en este caso, al techo del coche.
—¡Y que lo digas! Ya pensé que íbamos a tener que hacer todo el camino a diez por hora. Asco de pueblo... —refunfuñé yo desde el asiento del copiloto.
—Bueno, venga, no empieces otra vez. ¿Mejor esto que nada, no? Además aquí vas a poder respirar aire puro, de verdad, no como el que tenemos allá —continuó mi madre mientras le daba vueltas a la manivela para bajar la ventanilla— ¿ves? —dijo entonces de forma totalmente sobreactuada, mientras aspiraba una gran bocanada de aire. Sin embargo, de nuevo comenzó a subir la ventana rápidamente.

—Bueno, mejor esperamos a dejar un poco atrás el aroma de las vacas.


Llegamos a la casa cuando ya la tarde llegaba a su fin, y la noche se preparaba para darle el relevo. Era un gran caserón de dos plantas de pura piedra, antiguo o rústico, que dirían ahora, aunque yo lo veía tan sólo viejo. Cierto es que de pequeño me encantaba ir allí de vacaciones con mis primos, jugar al fútbol y perseguir a los pobres gatos, pero desde luego ahora prefería estar en cualquier otro lugar.

De pronto mi madre pisó el freno en seco.

—¿Pero, qué porras? —protesté.
—Mira. Hay luz.

Y efectivamente había luz. Uno de los ventanucos del segundo piso estaba iluminado, y eso era ciertamente inquietante. Sobre todo porque se suponía que allí no iba a haber nadie.

—¿Pero no se supone que estaba vacía?
—Eso me dijo tu tía... —respondió mi madre—. ¡A ver si va a ser un caco!
—¿Un caco? Para robar qué, ¿el botijo? —respondí con una sonrisa ante mi propia ocurrencia, aunque mi madre me fulminó con la mirada.
—Va a ser mejor que vayas a ver.
—¿Cómo que vaya a ver? ¡Que puede ser un caco!
—Pues llevas un palo
—¿Un palo? ¡Pero mamá, que yo no le he dado con un palo nunca a nadie!!
—Pues no creo que tenga tanta ciencia! Pum, le das.
—¿Cómo que "pum"?? ¿Pero cómo vam...
—Vamos para abajo —sentenció mi madre mientras se bajaba del coche y empezaba a buscar por el suelo, posiblemente un palo.

Yo me bajé también, y comencé a rastrear por el suelo y por los alrededores en busca de una estaca lo suficientemente gorda como para abrirle la cabeza al supuesto ladrón. En mi mente intentaba formar un collage de todas las películas de Rambo, de Chuck Norris, hasta de Bruce Lee por si necesitaba también agilidad además de fuerza bruta. Pero por desgracia lo único que conseguía ver era mi propia imagen en la portada del periódico del día siguiente, con un titular debajo diciendo «Entró con un palo y salió apalizado».

—¡Aquí tengo uno! —exclamó de pronto mi madre. La verdad es que parecía un palo bastante consistente, y una vez que lo tuve entre las manos una cierta dosis de testosterona inundó mi torrente sanguíneo haciéndome achinar los ojos como Steven Seagal.
—Venga, vamos. Se van a enterar los puñeteros cacos —exclamé.
—No digas tacos.
—Voy a hacer una masacre!!

Empezamos a andar de forma sigilosa, con pasitos cortos y pisadas de ninja, pero tras llevar unos minutos así nos dimos cuenta de que aun faltaban muchos metros para llegar a la casa, y que a ese paso íbamos a tardar tres horas en alcanzar la puerta. Así que volvimos a andar normal hasta que llegamos al portalón trasero, y allí giramos el pomo. Estaba abierto.

Yo iba delante con mi fantástico palo en la mano, mientras que a corta distancia me seguía mi madre agarrándome de la camiseta y poniéndome de los nervios. Poco a poco íbamos avanzando por lo que antiguamente era una cuadra y ahora era un comedor con una gran mesa, hasta que finalmente llegamos a la puerta que daba al pasillo principal del piso de abajo. La comencé a abrir poco a poco, notando como la luz del otro lado se iba filtrando por la abertura hasta casi deslumbrarme.

No había nadie, pero las luces estaban todas encendidas. Seguimos avanzando hasta la cocina y allí vimos un cazo al fuego con lo que parecía leche (posiblemente de vaca) en su interior. ¡El puñetero caco además de robar se estaba preparando la cena en la cocina de mi abuela! Noté la sangre hervir en mi interior, las venas del cuello se me empezaron a hinchar, el sudor frío de mi frente comenzó a evaporarse con el calor de mi cuerpo. ¡iba a acabar con aquel tipo!

—¡Pero bueno!

El palo se me cayó al suelo del susto. Noté como las fuerzas se me escapaban, como las piernas me empezaban a temblar y como mi rostro adquiría el tono blanquecino de un cadáver anémico.

—¡Pero Ana, si eras tú! —exclamó mi madre, más rápida de reacción que yo—. ¡Pero como es que no nos avisaste de que ibas a estar aquí?

Yo empecé a girarme lentamente, todavía bajo el influjo del susto mortal que me había dado mi prima. Ante mí poco a poco empezó a surgir su figura, sus redondeces, su sonrisa. El tiempo se detuvo mientras mis ojos recorrían su rubia melena que a cámara lenta se ondulaba como si una suave brisa la acunase. Sus firmes pechos se contenían en una pequeña camiseta blanca sin mangas, que dejaba al descubierto su discreto ombligo redondeado y perfecto, justo por encima de un pequeño pantaloncito rosa que la acariciaba hasta la mitad de sus morenos muslos. Las zapatillas con forma de león eran también irresistibles, aunque ya menos.

—¡Pero yo tampoco sabía que veníais vosotros! —rió mi prima.
—¡Pues vaya susto! Aquí tu primo ya venía preparado con un palo por si acaso había un ladrón o algo.
—Con qué palo, ¿con ese que está en el suelo? —volvió a reír mi pariente mientras señalaba la que había sido mi fiel arma y que ahora descansaba a mis pies.
—Si...con ese... —dije yo por fin.
—Anda primo, ven aquí. Que vaya policía estás tú hecho.

Mi prima se me acercó entonces, y yo también di un paso hasta ella para abrazarla y darle un par de besos. Un roce fugaz, pero que me permitió comprobar lo suave que era su piel, y lo bien que olía. Desde luego, nada que ver con las vacas del camino.

***

Durante la cena mi prima nos contó como ella también tenía unos días de vacaciones, y como había decidido pasarlos en la tranquilidad (absoluta, diría yo) de la casa del pueblo. Todo un mega-plan que por lo visto estaba de moda entre las féminas de mi familia, toda vez que mi madre había tenido la misma genial idea.

—¿Y entonces hasta cuando te quedas?
—Pues tenía pensado quedarme esta semana al menos. ¿Y vosotros?
—Nosotros también hasta el sábado, en principio. A menos que aquí Raúl se canse de la vida rural y se quiera ir antes...

Yo aguante las miradas de ambas de forma estoica, aunque no dije nada. Aquellas "vacaciones" es cierto que no me gustaban nada ni me causaban especial ilusión, pero claro, eso era antes de saber que íbamos a tener compañía. Mi relación con mi prima siempre había sido buena, casi cómplice. Aunque era unos años mayor que yo nos entendíamos muy bien, y de echo en casi todas las reuniones familiares nos acabábamos sentando juntos y riéndonos cuando alguna de nuestras tías se pasaba con la copa y empezaba a bailar aun en ausencia de cualquier tipo de ritmo melódico.

—Bueno, iremos a preparar las camas —dijo mi madre, cuando ya la noche estaba avanzada—. ¿Tú ya preparaste la tuya, Ana?
—Si, yo me puse en la habitación de las camas gemelas.
—Bien, entonces Ra para la del tío y yo a la de abajo.
—¿Para la del tío yo? —me quejé—. Pero si se notan todos los hierros...
—Tampoco será para tanto. Ya dormiste más veces ahí y no te pasó nada.
—No, que va. Sólo diré dos palabras: tirón muscular.
—Qué tirón ni que ocho cuartos. Anda, vamos para arriba a preparar las cosas.

Aquella fue una noche eterna. Además del calor propio del verano que lo inundaba todo, el ladrido de los perros, el cantar de las cigarras y el somier de ciento dos años de aquella maldita cama se aliaron para convertir mi cabeza en un volcán en erupción. Vueltas y más vueltas empapado en sudor hasta convertir las sábanas en un ovillo consiguieron lo perseguido: no dejarme pegar ojo y ponerme dos ojeras de medio metro.

—Primo, ¡que se te moja el churro!

Abrí los ojos sobresaltado. Delante de mi efectivamente uno de los churros congelados que había preparado mi madre se disolvía en una taza de leche antes caliente. Apenas podía mantener los ojos abiertos para desayunar, apenas sí conseguía enfocar la mirada en la taza.

—Vaya cara que tienes, parece que te hayan dado un par de palizas seguidas.
—Dice que no durmió nada —intervino mi madre—. Tiene el culo muy delicado para las camas "de pueblo".

Intenté responder pero sólo me salió un bufido como el de un jabalí. No tenía fuerzas ni para contestar las puyas de mi madre.

—Bueno, tampoco me extraña. Que la cama esa está ya para el arrastre —mi prima, qué buena estaba. Quiero decir, que buena era—. Después te vienes conmigo hasta el río, ¿no? Y nos bañamos en la presa como en los viejos tiempos, que ya verás como te espabilas.
—Uy, no se yo. Tal como está, este se tira al agua y se va para el fondo como una piedra... ¿verdad, Ra?

Yo me encontraba ya en otro lugar. Mi mente estaba ocupada imaginando a mi prima en biquini, o sin el, mojada con la fresca agua del río, a mi lado. Sus bellos pechos apuntando con furia hacia delante tras ser tocados por el líquido elemento, su piel tersa aun más tersa bajo las gotas heladas.

—Si, mamá. Hasta el fondo...


Salí con mi prima cuando ya hacía bastante calor y el frescor mañanero daba sus últimos coletazos sólo en algún rincón a la sombra. Mi prima iba delante de mi dentro de una camisa larga que le hacía las veces de vestido, ya que le llegaba hasta un poco más arriba de las rodillas.

—Pero mira que andas despacito, ¿eh?—empezó a decir mientras se paraba unos segundos para que yo llegase a su altura.—Anda, vente para aquí que aun te me caerás dormido en mitad del camino.

Yo me acerque a ella y de pronto, cuando ya estábamos a la par, mi prima se me arrimó hasta pasar su brazo por mi cintura. Yo no sabía bien que hacer, así que seguí andando mientras disfrutaba de su contacto, que aunque sin ser nada del otro mundo pareció llamar la atención de mi amigo cabezón, sin duda sobresaltado como yo de la imprevista cercanía.

Más pronto que tarde llegamos al río, a la zona en la que solíamos bañarnos cuando ambos eramos unos niños. Una pequeña represa de agua transparente y fondo cubierto de arena dorada y piedras redondeadas en la que uno se podía tirar largos minutos de placentero baño. Aunque era eso y no más, ya que aun en el verano más tórrido el agua de aquella zona estaba siempre congelada y a cada instante que uno pasaba en ella aumentaban los riesgos de sufrir hipotermia.

—¿Qué bonito está, verdad? —habló mi prima.
—Si, casi parece Ibiza —contesté yo, mientras en la distancia un cuervo graznaba riéndose de mi chiste.
—Pero mira que eres cascarrabias. Con lo que te gustaba de pequeño venir aquí y ahora ya se te hace poca cosa...
—Hombre, ahora en dos brazadas llego al otro lado...
—Cuidadito con Mark Spis...
—Es Mark Spitz... —puntualicé alargando la zeta final hasta el infinito.
—Lo que sea.

Seguimos bajando hasta llegar a la misma orilla del río, y allí estiramos las toallas sobre una cama de innumerables piedras pulidas. Detrás nuestra dejamos las altas plantas que allí crecían sin freno, mientras que arriba las copas de los árboles pasaron a cubrirnos las cabezas filtrando la luz del sol. Si durante el camino había empezado a sudar, lo cierto es que aquel rincón al lado del agua era todo frescor, verdor, y casi cualquier otra cosa acabada en or. Quizás, y sólo quizás, no estaba tan mal aquel sitio.

—¿Qué, no piensas quitarte la camiseta hoy?

Levanté un poco la cabeza desde mi cómoda posición sobre la toalla, y vi a mi prima de pie a mi lado. Tenía sus manos en la nuca, como si se estuviese asegurando de que tenía bien atado el bikini, y me miraba con una gran sonrisa. De pronto, se agachó hasta atrapar su camiseta-vestido por su parte inferior y de un sólo golpe se la sacó. O casi. Su cabeza quedó atascada dentro de la prenda justo en el último momento, lo que me permitió durante unos segundos observar descaradamente su cuerpo recién descubierto. El bikini era blanco, de un brillo casi cegador. Sus grandes tetas sobrevivían como podían dentro de un par de copas de exigua tela amarradas por tan sólo unas finas tiras de cordón. Y su ombligo seguía siendo perfecto.

—¡Por Dios! —dijo mi prima una vez que consiguió librarse de la camiseta, al tiempo que yo desviaba la mirada—. Casi me asfixio ahí dentro. Y ya podía contar contigo , ¿eh? Que ni te moviste un milímetro para echarme una mano.
—Sabía que tú eras capaz de eso y de más —respondí con mi mejor sonrisa mientras imaginaba donde echarle las manos que hiciesen falta.
—Ya, ya. Y qué, ¿nos bañamos?
—Venga vamos —respondí yo, al tiempo que me levantaba de un salto. Agarré mi camiseta con un dibujo de Naranjito en la espalda y me la quité. Ya estaba preparado para el chapuzón.
—Caray, primo —comenzó a decir mi prima mientras se me acercaba poco a poco— se ve que nos cuidamos, ¿eh?

Y tras decir esto llevo sus dedos a mi pecho, que aunque sin ser el de un culturista lo cierto es que no estaba mal del todo. Sí, yo mismo lo digo. Y tan pancho.

—Bueno, ya sabes —empecé a decir, un poco cortado— con el gimnasio al lado de casa y tal, pues...
—Ya veo ya —respondió mi prima mientras me lanzaba una mirada de arriba a abajo—. Bueno, pues venga, al agua patos.

El agua de aquella zona, definitivamente, estaba cerca de convertirse en nitrógeno líquido. A pesar de estar moviéndonos sin parar, empujándonos, nadando de una punta a la otra y haciendo el tonto de forma continua (eso más yo), era imposible entrar en calor. Ni siquiera con la magnifica vista que tenía delante.

Nada más entrar en el río, mi mirada de reojo (una de mis especialidades) se centró en la delantera de mi prima. El frescor del agua no sólo servía para entumecerme a mi los cataplines, sino que también tenía un efecto por todos conocido en los pechos de Ana. Dos grandes pezones se marcaban en el biquini como dos cacahuetes grandes, como dos uvas pequeñas. Y aunque era muy difícil apartar la vista de ellos, ya que parecían devolverte la mirada, tampoco era plan parecer un obseso delante de mi prima. Así que sólo de reojo podía verlos de vez en cuando.

—Bueno, yo salgo ya, que está helada —dijo de pronto mi prima mientras comenzaba a nadar hacia la orilla. Yo la verdad es que también tenía ganas de salir, pero antes de hacerlo quise montar la enésima chorrada.

Me metí bajo el agua, y pasando al lado de mi prima llegué hasta delante suya. Y entonces, como si fuese el mismísimo monstruo del pantano, salí dando un salto y gruñendo.

—Grrrrrrr!
—Buenooo... —respondió mi prima mientras se tapaba del agua salpicada—. Pero mira que te gusta hacer el tonto.
—No será para tanto —contesté yo mientras cruzada los brazos y levantaba la barbilla.
—Oye —dijo entonces mi prima en medio de una risa contenida— ten cuidado que casi se te ven las vergüenzas...

Sobresaltado separé los brazos y miré hacia abajo, donde aterrado comprobé que el bañador se me había bajado un poco al dar el salto fuera del agua y casi dejaba a la vista todo lo que es la zona paquetil. Me giré entonces rápidamente, y puse el bañador en su sitio. No se había bajado lo suficiente como para que mi prima me hubiese visto nada, pero poco le había faltado.

—Aunque, espera, espera —dijo entonces mi prima a mi espalda. Yo giré mi cabeza para ver que quería, pero ella empezó a andar hasta ponerse de nuevo delante de mi. El agua me llegaba por encima de las rodillas, y a ella casi le tocaba el borde inferior de su bikini entre las piernas. De pronto llevó una de sus manos a la cintura de mi bañador e hizo ademán de bajármelo, ante lo que yo reaccione agarrando con furia mi colorida prenda.
—Eh! ¿Qué haces?! —grite alarmado.
—Tranquilo hombre —dijo mi prima mientras se agachaba cerca de mi paquete— que no te quiero ver el pajarito —¿pajarito?—. Sólo quiero ver una cosa un momento.

Yo retiré un poco la mano y la dejé hacer, todavía sin saber que era lo que se proponía, o mejor dicho, que es lo que se traía entre manos. Poco a poco empezó a bajarme el bañador, y alarmado vi como no se detenía cuando los primeros pelillos de tan peliaguda zona comenzaban a aparecer. Si seguía bajando las cosas podrían ponerse tensas, en el sentido literal de la expresión, pero de pronto mi prima se detuvo.

—No me lo puedo creer —comenzó a decir mientras agarraba el elástico del bañador a una altura límite—. ¡Tienes la misma marca que yo!
—¿Marca? —respondí yo con un hilillo de voz.
—Si, tienes una marca aquí que es igual a una que tengo yo, pero clavada. Es increíble.
—Pues no se —empecé a hablar mientras que mi prima volvía a colocar mi bañador en su posición original— que yo sepa la tengo desde que nací.
—Si, yo también, que curioso.

Sin más, mi prima comenzó a andar hasta la toalla, que recogió del suelo para secarse. Yo la seguí todavía medio nervioso, y me envolví en mi propia toalla también.

—Y tú... —la voz me temblaba, no se si del frío o de lo que imaginaba— ¿también tienes la marca en el mismo sitio? —me atreví a decir finalmente, notando como se me ruborizaban un poco las mejillas. Mi prima me miro de reojo mientras sonreía desde dentro de la toalla que la rodeaba.
—No, primo. Yo la tengo en un sitio que no se puede enseñar. ¡Al menos no sin pagar un alto precio! —sentenció, mientras me guiñaba un ojo y se sentaba de nuevo sobre las piedras. Yo, aun de pie, comencé a notar entonces como una sola idea comenzaba a inundar todo mi cerebro hasta la última neurona. Y sí, es la misma que a ti.


***

Cuando llegamos a casa mi madre ya había preparado la comida, la cual despachamos sin demora tanto mi prima como yo. El sol del mediodía comenzaba a ser insoportable, y de echo todas las persianas de la casa estaban medio bajadas para impedir que la temperatura subiese demasiado en el interior.

—Bueno, creo que me voy a tirar un rato en la cama —dijo mi madre mientras dejaba sobre la mesa el envase vacío de un yogur de limón.
—Si, creo que yo también me voy a dormir la siesta —respondió mi prima— que con este calor no apetece nada moverse. ¿Y tú qué, primo, no será mejor que te acuestes un rato también?
—Paso —dije con desgana mientras apuraba mi petisui de fresa y plátano—. En esa cama es imposible dormir, es como un potro de tortura.
—Pero échate en una de las gemelas, hombre, que esas son blanditas. Que a mi con una me llega, la otra está libre.
—Pues no se... —respondí yo tanteando el terreno, pero ya con cierta inquietud ante la idea de dormir en la misma habitación que mi prima.
—¿Roncas?
—No que yo sepa.
—Pues entonces no hay problema.

Salí del servicio después de lavarme los dientes, y enfilé las escaleras que subían (o bajaban) hacía el segundo piso. A pesar del sueño acumulado que tenía, el nerviosismo que me embargaba hacía que mis ojos estuviesen abiertos como platos, como los de un lémur al que le hubiese tocado la lotería. Iba a dormir con mi prima, en la misma habitación, justo al lado de su cuerpo moreno y su marca de nacimiento en un lugar que no se podía enseñar. Desde luego aquello no se parecía en nada a un somnífero.

Toqué un par de veces en la puerta de la habitación de las camas gemelas, y la abrí de golpe tras escuchar un "Pasa" al otro lado. Y allí estaba. Justo enfrente de mi, mi prima se encontraba acostada sobre una de las camas mientras leía una revista. Llevaba puesta una camisa mas corta que la de antes, blanca también, pero que en esta ocasión no bajaba más allá de las caderas. Abajo seguía con el biquini blanco nuclear, dejando de esta forma vía libre para mostrar sus largas piernas de piel fina y seguro que suave. Era tan dulce...

—Hola —dije tímidamente.
—Hola, primo —dijo mi prima mientras movía un poco la revista hacia un lado—. Ya hacía tiempo que no nos veíamos, ¿eh? —añadió con una sonrisa.
—Si, bueno.

Yo seguía con mi bañador y mi camiseta de Naranjito, que aunque me daban bastante calor no me atrevía a quitar. Normalmente yo siempre duermo en calzoncillos, pero allí con mi prima al lado me daba cosa hacerlo. Por mucho que tan sólo unas horas antes ella me hubiese visto hasta dos dedos por encima de la chorra, seguíamos siendo familia. Y había que mantener las formas.

Me acosté en la cama despacio, aunque eso no impidió que chirriase como si la estuviesen matando. Finalmente acabé de tumbarme y me quedé con la mira fija en el techo. La persiana de la habitación estaba como las demás bajada casi por completo, aunque la luz entraba por los agujeros de la misma llenando de luminosidad toda la instancia. Era una luz cálida, densa, que casi se podía tocar.

—Puedes bajar del todo la persiana si quieres —dijo entonces mi prima, como si me leyese el pensamiento—. A mi no me molesta para dormir, pero a lo mejor a ti si.
—No, a mi no me importa tampoco.

Mi prima pareció contentarse y dejando en la mesilla la revista se giró dándome el trasero. Y que trasero. Fuera de la mirada de mi prima, era la mía propia la que tenía vía libre para deleitarse con las redondeces de su retaguardia, de sus muslos. La camiseta además se le había resbalado casi hasta la cintura, de forma que la curva de sus caderas aparecía ante mí totalmente descubierta permitiéndome apreciar su cuerpo de una manera inmejorable. Y casi sin darme cuenta ocurrió lo inevitable.

Mi pene comenzó a desperezarse poco a poco, intuyendo que algo pasaba a su alrededor. Pronto, como yo, apreció en la distancia el cuerpo de mi prima y quiso levantarse un poco para tener una mejor visión. Aun no era una erección absoluta, es cierto, pero la tienda de campaña que formaba mi bañador era ya lo suficientemente explícita como para provocarme el bochorno en caso de ser sorprendido.

Como quien no quiere la cosa, mi mano derecha empezó también a desperezarse, y con lentitud pero con decisión fue trepando por mi pierna hasta rozar "sin querer" mi paquete sublevado. Desde luego, el sueño se me había pasado de golpe. Pronto comencé a toquetearme un poco sobre el bañador, de forma que la erección comenzó a subir de intensidad y dureza. Tener a mi prima al lado me excitaba sobremanera, y empezaba a notar que perdía el control.

—Oye, Ana —me atreví a susurrar, con mi mano todavía de lleno sobre mi herramienta—. ¿Duermes?
—Aun no —respondió mi prima sin girarse—. ¿Qué quieres?
—Nada, era solo que... ¿Donde decías que tenías tú esa marca de nacimiento?

Sin duda nunca me hubiese atrevido a preguntárselo si no fuese porque la excitación me había dado las suficientes alas, pero tras hacerlo sentí inmediatamente el pánico. No sabía como iba a reaccionar mi prima, y si se iba a pensar cualquier cosa por mi insistencia. De pronto, cuando noté que se movía en su cama, el pánico se convirtió en terror.

Quité mi mano de encima de mi pene como si estuviese encima de un cartucho de dinamita encendido, y de un golpe me giré para quedar de lado mirando a mi prima. Eché el culo hacia atrás todo lo que pude para ocultar mi erección, que sin embargo con el susto parecía ocultarse ya por propia voluntad. Mi prima giró sobre si misma, y se quedó al igual que yo de lado pero mirándome directamente a los ojos, con una media sonrisa en sus labios.

—Te intriga, ¿eh?
—No... bueno, sólo por curiosidad —respondí yo notando como la sangre pasaba de mi entrepierna a mis mejillas.
—¿Pero no sabes tú eso de que la curiosidad mató al gato?
—Yo siempre fui más de perros —estaba lanzado.
—¿De verdad quieres saber donde la tengo?
—No se, por saber...
—No me vale, ¿sí o no?
—Pues, si.
—Bien, veamos —empezó entonces mi prima mientras se ponía boca arriba sobre la cama—, entonces, ¿que dices que me das a cambio de decírtelo?
—¿Darte a cambio?
—Si, ya te dije antes en el río que para ver mi marca de nacimiento había que pagar un alto precio —respondió mientras giraba su cabeza para mirarme directamente.
—Pues no se... tengo cinco duros con agujero de cuando había pesetas y no se si..
—Tu te entrenas para payaso, ¿verdad?
—Si.
—El precio no es en dinero. La marca está en una parte un poco íntima, así que el precio debería ser algo también íntimo —el corazón comenzó a palpitarme con brío.
—Pues no se...
—Está bien, este va a ser el trato. Si pasas una serie de pruebas que yo te pondré, te enseñaré mi marca de nacimiento.
—¿Qué pruebas?
—Bueno, unas pruebas que se me ocurran. Si no las consigues completar, te quedas sin verla, si las completas, te la enseño.
—Es que sin saber de que van las pruebas...
—Ah..tienes que arriesgarte...

Durante un par de segundos me quedé callado sin saber que hacer. Conocía a mi prima y sabía que no iba a ponerme ninguna prueba que pusiese en peligro mi vida, ni mucho menos, pero si que era probable que me hiciese pasar un mal rato con alguna de sus gracias. Claro que del otro lado estaba la posibilidad de ver aquella marca en un sitio íntimo. Y íntimo no iban a ser los pies, se supone.

—Vale, de acuerdo.—respondí finalmente.
—Muy bien—respondió mi prima al tiempo que se ponía de rodillas sobre la cama y me tendía la mano.—Venga ese apretón de manos para sellar el trato.

Yo me senté en el borde de la cama, y estirando mi propio brazo apreté su mano contra la mía. Y entonces, sin soltarme y aguantándose la risa, mi prima habló.

—Prueba primera: tienes que quitarte la camiseta.

Acto seguido me soltó la mano, reclinándose de nuevo de lado sobre su cama y apoyando su cabeza sobre su brazo doblado. Yo seguía sentado en el borde de la cama, con una mueca extraña sobre la cara. Mi prima me miraba sin dejar de aguantarse la risa, por lo que no sabía si de verdad quería que me quitase la camiseta para Dios sabe qué o si tan sólo me estaba tomando el pelo para ver si era capaz de hacerlo.

—¿Para que quieres que me quite la camiseta?
—Ah, shsss —dijo mi prima mientras llevaba su dedo índice a sus labios—. Tú no puedes preguntar, sólo hacer la prueba o rendirte.

Resignado, y tras considerar que la prueba no tenía especial dificultad amén de permitirme después estar más fresco (iluso de mi) me puse de pie y me quité la camiseta. Mi prima no dejaba de mirarme, y cuando al acabar de retirar la prenda se la lancé la atrapó sin inmutarse.

—Bien —empezó a hablar ella- Ya ves que no son muy difíciles las pruebas...
—Si —contesté mientras me volvía a sentar en el borde de la cama, ahora con el pecho descubierto.
—Pues bien, llega el turno de la Prueba segunda: tienes que contarme cuales son las cosas que más te excitan. Sexualmente hablando, claro.

Y ahí si que me puse colorado hasta las orejas. No sabía si mirar para el techo o para el suelo, o directamente lanzarme por la ventana y acabar con mi sufrimiento.

—No te pongas así, hombre —rió entonces mi prima, viendo lo azorado que yo estaba—. Si te da menos vergüenza puedes darte la vuelta y mirar hacia la ventana mientras me cuentas.
—No, si no.. si no me da vergüenza —mentí.
—Pues que fácil lo tienes entonces —volvió a reírse ella—. Venga va, cuenta, que no sale de aquí.

Yo respiré hondo e intenté concentrarme. Los pensamientos se me amontonaban en el cerebro, el bien y el mal, el futuro, mi madre entrando por la puerta sin avisar, pero decidí dejarlo todo de lado. No podría hacer la prueba sin centrarme un poco, y me auto convencí de que eso sería lo que haría: cumplir la prueba, y después ya si eso pensar sobre lo que estaba ocurriendo.

—Pues a ver... —comencé titubeante— no se, supongo que como a todos...
—Venga, tienes que decirme cosas concretas, si no no vale —respondió mi prima, que cualquiera diría tenía un interés especial en mis respuestas.
—Pues ver chicas desnudas me excita...
—Y si no están desnudas, ¿no?
—Bueno, si tienen poca ropa pues...
—Y que parte te excita más de las chicas.
—Pues, el culo, supongo...
—¿Supones? Uy, que me da que esta prueba no la vas a pasar...
—Pues el culo. También las tetas. Las caderas. Los muslos.
—Casi tendría que preguntarte qué partes no te excitan, ¿eh? —rió ella—. Pero sigues sin concretarme demasiado... A ver, ¿qué tipo de porno te gusta más?.
—¿Porno? Yo no veo porno...
—Prueba no superada en 3,2...
—De chicas con chicas me gusta. También cuando es así por detrás y tal.
—¿Qué es eso de "por detrás" ?—preguntó entonces mi prima, con una media sonrisa que la delataba.
—Pues ya sabes...
—Yo que voy a saber.
—Pues sexo anal.
—Cuidado con el técnico —volvió a reírse mi prima, que sin duda se lo estaba pasando mejor que bien.
—También me gustan en las que f... —me mordí la lengua— en las que lo hacen al aire libre, y tal.
—¿ah si? Sigue por ahí, a ver.
—Pues eso, en las pelis en las que están haciéndolo al aire libre, que los puede ver alguien y demás. Esas me excitan bastante.
—Mira tú...
—Bueno, y creo que eso es lo más importante...
—Bien, vamos a dar la prueba por correcta —yo sonreí como si me fuesen a dar una medalla o algo—. Pero te advierto que la próxima será algo más complicada...
—Tampoco te pases, ¿eh? —respondí indignado.
—Prueba tercera: tienes que bajar y traerme un vaso de agua de la cocina —sonrisa.

Yo levanté una ceja, seguro de que ahora sí me estaba tomando el pelo. El juego de decir lo que me excitaba había conseguido hacer lo propio, pero hacerle de mayordomo ya no me hacía tanta gracia.

—No voy a hacerte de camarero...
—Pues nada, prueba no superada —dijo mi prima mientras se encogía de hombros.
—Anda que... —refunfuñé mientras me levantaba—. Vaya morro que tienes.

Pero de pronto, cuando ya me disponía a abrir la puerta, un carraspeo me hizo detenerme.

—Ah, primo, se me olvidaba. Tienes que dejar el bañador aquí antes de bajar.

Me quedé helado. Game over, pensé. Mi mente iba previsualizando paso a paso el desarrollo de aquella "prueba". Quitarme el bañador, quedarme en pelotas delante de mi prima. ¿Que me viese el instrumento? Ni hablar. Y aunque lo hiciese. ¿Bajar desnudo hasta la cocina, con mi madre despertándose de la siesta en medio del viaje? Eso si que no, me moriría de vergüenza.

—Tú...flipas —respondí—. No voy a bajar en pelotas hasta la cocina.
—Pues nada. Se acabó el juego entonces —y diciendo esto se giró hasta quedar boca abajo y comenzó a hacer como que dormía.

Yo me resistía a dar un paso tan grande, pero al mismo tiempo ver aquella marca de nacimiento me obsesionaba. Además notaba como el calor, tanto externo como interno había hecho mella en mí, y mis pensamientos se difuminaban en un mar de testosterona. Así no podía calibrar bien los riesgos, la adrenalina me estaba jugando una mala pasada. Hasta que caí.

—Bueno —comencé, tras aspirar una bocanada de aire enorme. Mi prima giró su cabeza y por encima del hombro me miró—. Lo haré.

Sin decir nada, ella se giró sobre la cama hasta quedarse tendida aun sobre la misma, pero boca arriba y ligeramente erguida con sus brazos sobre la colcha. Yo hice lo propio y me puse de espaldas a ella. No sólo por la vergüenza que sentía al pensar en mostrarle el pene y lo demás a mi prima, si no porque además, e incomprensiblemente, notaba como este se endurecía por momentos. El miedo que sentía de ser sorprendido en pleno viaje nudista era superado por la excitación, por el sexo.

Agarré lentamente la cintura del bañador, asegurándome por última vez de lo que iba a hacer. Y lentamente comencé a bajarlos. Tenia la polla totalmente erguida, dura, debido sin duda a su carencia de cerebro para pensar un poco en lo que estaba ocurriendo. Pronto el bañador llegó a mis rodillas, y de ahí al suelo. Quité uno de mis pies por la abertura y después el otro. Hasta quedar totalmente desnudo.

—Un vaso de agua sólo, ¿no? —pregunté sin girarme.
—Si, gracias —contestó mi prima—. Y por cierto, tienes que tomar más el sol desnudo que tienes un culo blanquísimo.

Y entonces abrí la puerta. Ante mi se abrió un pasillo larguísimo, mucho más de lo que lo recordaba. Mis pies desnudos tantearon la madera del suelo con temor, mientras el aire cálido se colaba por cualquier pliegue de mi cuerpo activándome los cinco sentidos. Mi pene desnudo daba golpecitos en el aire, ansioso por comenzar el camino. Mi corazón encogido estaba pendiente de mi oído, atento a cualquier mínimo ruido que indicase el despertar de mi madre. Sin embargo, sólo se escuchaba el silencio.

Llegué al comienzo de las escaleras, y despacito comencé a bajarlas. Estaba sudando, y todo mi cuerpo emanaba un calor mercuriano. Los testículos se movían arriba y abajo con cada paso, a pesar de lo lento que era cada uno de ellos. Alcancé entonces en lugar en donde estaba la habitación en la que mi madre dormía. Con el corazón a cien arrimé la oreja, pero no oí nada. Mi polla notó la tensión y rebajó un poco su erección, de forma que ya morcillona reposaba colgando sobre sus dos amigos. De nuevo comencé a andar, y pronto llegue a la cocina.

Cogí un vaso y abrí el grifo, pero con tanta fuerza que el agua salio a presión salpicándolo todo en medio de un gran estruendo. Era un horror, todo mi cuerpo estaba en tensión. Como pude cerré el grifo, y arranqué de nuevo hacia arriba con el vaso lleno, por decir algo, con dos dedos agua. Esta vez pase más rápido por el pasillo, seguro de que en cualquier momento mi madre saldría y me vería, pero por fortuna no lo hizo. Y al empezar a subir las escaleras una súbita sensación de tranquilidad me invadió.

Empecé a disfrutar de la situación, seguro como estaba de que mi madre ya no podría pillarme en mitad de la faena. La calidez del ambiente me arropaba como nunca había sentido, con toda la piel de mi cuerpo expuesta al suave aire. Mi pene de nuevo comenzaba a levantarse, y no pude evitar agarrarlo con la mano que tenia libre. Lo sacudí un par de veces hasta ver con una sustancia pegajosa asomaba por su punta enrojecida. Sin duda aquello me estaba poniendo malo.

Abrí la puerta de la habitación despacio, de lado, de forma que mi prima no me descubriese en pleno esplendor. Con cuidado de no tirar el vaso acabé empujando la puerta con el trasero y entrando marcha atrás. Dejé el recipiente en el suelo y agarré el bañador, que fui subiendo lentamente hasta cubrir con dificultad mis vergüenzas. Pero no era posible.

Sin camiseta y con semejante erección una buena porción de mi pene asomaba por encima del bañador, de una forma ridícula. Por más que intentaba colocarlo hacia un lado el dolor de la erección me lo impedía, así que intenté pensar en algo horroroso para intentar calmarme. Nada funcionaba.

—Eh, ¿que pasa con mi vasito de agua? —escuché decir de pronto a mi prima a mi espalda—. La prueba acaba cuando me lo acercas a la mano, no vale dejarlo por ahí...
—Ahora voy —respondí entre sudores. No se me ocurría como salir de aquella situación con un mínimo de dignidad, sin dar un espectáculo dantesco, así que finalmente me tapé la cabeza del pene con una mano y cogí el vaso con la otra. Y de esa guisa me giré hacia mi prima.

Llegué a su altura y puse le alcancé el vaso, mientras ella me miraba la otra mano todavía acostada. Una vez que lo sostuvo, yo me tumbé rápidamente en la cama de espaldas a ella.

—No me voy a sobre hidratar, no... —comentó de nuevo riéndose.
—Te aguantas.
—Bueno, de nuevo prueba superada —exclamó mi prima, quedándose entonces callada durante unos segundos.
—¿Y qué, ya me vas a enseñar eso? —pregunté yo entonces.
—Si cumples todas las pruebas, sí. Pero ahora hay que dormir la siesta, ya seguiremos después.

No hace falta decir que tardé muchos minutos en conseguir cerrar un ojo.


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