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Un Regalo de Cumpleaños muy Especial para Engracia
Engracia, a cuatro patas, sujetaba con sus manitas las sábanas y apretaba con fuerza los dientes, al mismo tiempo se movía acompasadamente siguiendo el ritmo que marcaba su amante. Jorge, por su parte, disfrutaba del momento. Tenía aquella puerca jamona a su merced y disfrutaba morbosamente viendo como su gordo culo temblaba como un flan a cada uno de los empujones con los que su polla entraba en el ojete de la cerda. Ésta lanzaba unos gruñidos muy apropiados a su condición. La putilla estaba disfrutando a base de bien. Nadie diría, viendo con que agilidad soportaba los meneos del joven, que tenía ya 50 años. De hecho, hoy era su cumpleaños y este polvo que le estaba echando Jorge era la primera parte de su regalo. La segunda iba a ser una sorpresa, tal y cómo le había anticipado el joven. Unos regalos que, como es lógico, iban a permanecer ocultos para su esposo y el resto de su familia.
La madura, observó de reojo el reloj de la mesita de noche. Eran casi las doce del mediodía. No quería meter prisa a Jorge, pero convenía que fuese pensando en culminar la jugada. A las trece treinta tendría que estar en el restaurante donde, con su esposo, el resto de familia y amigos, incluidos los padres de Jorge, el joven que se estaba esmerando en taladrarle el culo, viejos amigos de la familia, se iba a celebrar la fiesta de cumpleaños. No todos los días se cumple medio siglo, no…
Y todavía tenía que arreglarse un poco. Tampoco se trataba de acudir con el culo soltando leche a cascoporro o con la carita y el pelo llenos de grumos de esperma reseco… No estaría bien, el pobre cornudo no se lo merecía, después de la que había liado el hombre, llamando a todo el mundo para organizar aquella fiesta sorpresa. Sorpresa de la que se había enterado gracias a la filtración de Jorgito. Al chaval le hizo gracia darle un soplo para ponerla sobre aviso, de modo que se acercó aquella mañana a hacerle una visita y, de paso, echarle un polvete a su guarra para que fuese bien entonada al cumpleaños. Y ya que estaba, darle el mejor regalo del día, que tenía preparado a continuación.
Así que, tras atizarle un par de sonoras palmadas que marcaron sus cinco dedos en las nalgas de la cerdita, y a las que ésta respondió con un «¡Ay, no seas bruto!», tan poco convincente como siempre, sacó la tranca del ojete. Éste permaneció un segundo abierto antes de cerrarse. Parece mentira lo elástico que lo tenía todavía la muy guarra, eso que Jorge se la follaba por el culo varias veces por semana. Después, se colocó, polla en ristre, frente a su cara. Engracia, que permanecía mirando hacia el armario de la habitación, dejó espacio al joven. El cabroncete apuntó a la jeta de la jamona con la pringosa polla, meneándola con furia.
Engracia, con la boca bien abierta, tal y cómo le había enseñado su amante, en el decálogo que le hizo aprenderse para convertirse en una buena puta, permaneció bien atenta, jadeante, a la espera de ver regada su jeta con una buena ración de leche de macho.
—¡Muy bien, cerda, así me gusta! Ahora, mientras me corro, vas a recibir el regalo de cumpleaños que te hemos preparado…
«¿Hemos?», pensó Engracia. Pero no le dio tiempo a más. Al instante, notó unas fuertes manos que le sujetaban las nalgas y una polla, más gruesa y larga que la de Jorge, que entraba en su coño como un cuchillo en la mantequilla.
Tras un inicial gritito de sorpresa, la mujer, encantada con la intromisión, se dejó llevar y suspiró agradecida:
—¡Gracias, Jorgito, qué detalle! Un trío, con la ilusión que me hace…
—¡Tooooma, cerda…!—grito Jorge, regando la jeta de la guarra con espesos goterones de leche que dejaron su sudorosa carita hecha un cromo.
Mientras tanto, el amante sorpresa que se la follaba a cuatro patas, había trasladado una de sus manos al culo, introduciendo el pulgar en el ojete para sujetarla bien. Con la otra zarpa la agarró con fuerza de los pelos, levantando su cabeza para que Jorge le restregase bien el rabo por la cara.
—¡Disfruta, puta, disfruta…! —le gritó Jorge con rabia—. Ahora te voy a dejar, guapa. Me iré a ayudar al pamplinoso del cornudo y a los tontorrones que están preparando tu fiesta. Pero que sepas que te dejo en buenas manos…
Engracia, movía la boca como una desesperada tratando de atrapar aquel rabo que se deslizaba por su cara, extendiendo bien la cremita facial, pero la manaza que sujetaba sus cabellos impedía que pudiera obtener tan preciado trofeo.
Jorge, mientras tanto, limpió su tranca con las mínimas braguitas de lencería que la mujer tenía preparadas para ponerse y partió hacia la ducha antes de salir camino del restaurante.
En la cama, Engracia, trató de girarse un par de veces para ver quién se la estaba follando con tanta agresividad. No pudo hacerlo. La mano con el dedo en el culo y la fuerza con la que sujetaban su cabeza, se lo impidieron. Se pudo dar cuenta, eso sí, de que el tipo que se la estaba tirando era grande y fuerte. Más que Jorge, un chico delgado y no mucho más alto que ella, bastante bajita.
Engracia preguntó un par de veces, tratando de saber quién era la persona que le barrenaba el coño con tanto ímpetu, pero la respuesta consistió en fuertes tirones de pelo y violentos gruñidos. De modo que desistió finalmente y se dejó llevar. No nos engañemos, le estaba encantando.
Hasta que el tipo que la estaba penetrando, sacó el pulgar de su ojete y lo sustituyó por el capullo que pugnó por entrar en el culo de la madura. Ahí sí que Engracia notó la diferencia abismal entre la polla que habitualmente la sodomizaba, la de Jorge, más bien normalita, y aquella tranca tremenda, mucho más gruesa que la de su amante. Tampoco tenía, la buena mujer, mucha experiencia como para saber hasta qué punto era grande o no. Solo había follado con su pobre e infeliz marido (y hacía ya tiempo que habían dejado correr el asunto, el pobre estaba pitopausico) y con su joven amante, cuya juvenil tranca, la segunda que había probado en su vida, además de ser la primera que chupaba y masajeaba a gusto, había desvirgado su ojete. Poquita cosa para tener referencias, aunque con la presión que estaba sintiendo, tenía claro que el pollón que estaba entrando en sus entrañas era un muy buen ejemplar…
—¡Aaaaaaay! Noooo… —gritó una asustada Engracia al notar aquel intruso por su puerta trasera—. Bueno, sí… Pero despacito, por favor… Despacito…
—¡Calla, coño, no te quejes tanto!—respondió el tipo, rompiendo al fin el silencio.
Engracia se quedó de piedra, aquella voz…
—¡Dios mío!—dijo— Santi, ¿eres tú?
—Claro, mamá—respondió su hijo—, ¿qué te creías? ¿qué Jorge no me iba a decir nada? Somos amigos desde niños… Nos lo contamos todo. Hasta las puercas que nos follamos.
—¡Dios mío! —la pobre Engracia no puedo evitar un sollozo ahogado—Pero, esto, esto no está bien. Soy tu madre. No te puedes follar a tu madre… Debe ser hasta ilegal y todo…
—¿Ilegal? ¡Qué bueno, ja, ja, ja! Pues yo creo que sí puedo, ¡ja, ja, ja! —Y Santi, tras haber encajado el capullo en el estrecho agujerito anal, empujó fuerte metiendo la polla hasta la mitad. Un alarido de su madre lo frenó un instante. Después, otro arreón, otro berrido gutural de la puerca, con más de lamento animal que de persona, y ya estaba toda dentro.
En ese momento Santi empezó a moverse rítmicamente y fue notando como la resistencia materna cedía finalmente y la jamona se dejaba llevar por la excitación. Levantó su torso tirando con energía del cabello, le besuqueó el cuello y lamió su oreja, susurrándole palabras cariñosas, «¡Joder, cómo me pones, guarra! ¡Eres la puerca que me ha puesto más cachondo en mi vida! ¡Con este culazo y estas putas tetas! ¡Te voy a dar rabo hasta decir basta, cerdita! ¿Vas a ser mi guarra, eh, mamá? ¡Dilo, dilo de una puta vez!»
—¡Sí, sí, sigue, cabrón! —Cedió finalmente Engracia— ¡Dame más fuerte! ¡Revienta a la puerca de tu madre!
Y eso hizo Santi. Aceleró las embestidas sujetando el cuerpo materno semi incorporado, sujetando sus enormes tetas, mientras la penetraba con violentas emboladas que desembocaron en una intensa corrida que dejó el culo de su madre rebosante de leche. Esta vez, cuando la polla salió, todavía semi erecta, del ojete materno, éste permaneció abierto unos segundos, mostrando una dilatación por la que fluía la leche a borbotones. Santi la recogió con los dedos y se la acercó a la boca de su puta madre. Esta, agradecida, sorbió hasta la última gota, mirando a su hijo con lágrimas en los ojos.
—¡Gracias, hijo, es el mejor regalo que me han hecho nunca! Jamás olvidaré este cumpleaños.
Santi, conmovido, se limitó a acercarle su polla para que Engracia pudiera saborearla bien y le pidió que no se lavase los dientes y mantuviera ese regusto hasta la hora de comer.
—Claro, cariño, tan solo daré besitos en la mejilla. Hasta a tu pobre padre que, por cierto, ya debe estar nervioso, esperando.
—Tranquila, que yo te llevo. He quedado así con él. El muy pringado me ha mandado a recogerte para que no llegases tarde.
—Pues nada, voy a ducharme, me visto y nos vamos para allá. Recoge un poco la habitación mientras, ¿vale?
—Por supuesto. Es lo menos que puedo hacer el día de tu cumpleaños, mamá.
Engracia, con una sonrisa de oreja a oreja y el ojete bien abierto se dirigió a la ducha moviendo su enorme culo gelatinoso. Se sentía entusiasmada con el regalo recibido y dispuesta a disfrutar de él muchas más veces. De hecho, ya tenía pensado darle alcohol sin tasa al pobre cornudo para que se quedase frito en cuanto llegasen a casa. De ese modo podría seguir disfrutando de su regalito mientras el viejo dormía la mona. Seguro que a Santi le encantaba la idea, no hacía falta ni preguntarle.
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Un Regalo de Cumpleaños muy Especial para Engracia
Engracia, a cuatro patas, sujetaba con sus manitas las sábanas y apretaba con fuerza los dientes, al mismo tiempo se movía acompasadamente siguiendo el ritmo que marcaba su amante. Jorge, por su parte, disfrutaba del momento. Tenía aquella puerca jamona a su merced y disfrutaba morbosamente viendo como su gordo culo temblaba como un flan a cada uno de los empujones con los que su polla entraba en el ojete de la cerda. Ésta lanzaba unos gruñidos muy apropiados a su condición. La putilla estaba disfrutando a base de bien. Nadie diría, viendo con que agilidad soportaba los meneos del joven, que tenía ya 50 años. De hecho, hoy era su cumpleaños y este polvo que le estaba echando Jorge era la primera parte de su regalo. La segunda iba a ser una sorpresa, tal y cómo le había anticipado el joven. Unos regalos que, como es lógico, iban a permanecer ocultos para su esposo y el resto de su familia.
La madura, observó de reojo el reloj de la mesita de noche. Eran casi las doce del mediodía. No quería meter prisa a Jorge, pero convenía que fuese pensando en culminar la jugada. A las trece treinta tendría que estar en el restaurante donde, con su esposo, el resto de familia y amigos, incluidos los padres de Jorge, el joven que se estaba esmerando en taladrarle el culo, viejos amigos de la familia, se iba a celebrar la fiesta de cumpleaños. No todos los días se cumple medio siglo, no…
Y todavía tenía que arreglarse un poco. Tampoco se trataba de acudir con el culo soltando leche a cascoporro o con la carita y el pelo llenos de grumos de esperma reseco… No estaría bien, el pobre cornudo no se lo merecía, después de la que había liado el hombre, llamando a todo el mundo para organizar aquella fiesta sorpresa. Sorpresa de la que se había enterado gracias a la filtración de Jorgito. Al chaval le hizo gracia darle un soplo para ponerla sobre aviso, de modo que se acercó aquella mañana a hacerle una visita y, de paso, echarle un polvete a su guarra para que fuese bien entonada al cumpleaños. Y ya que estaba, darle el mejor regalo del día, que tenía preparado a continuación.
Así que, tras atizarle un par de sonoras palmadas que marcaron sus cinco dedos en las nalgas de la cerdita, y a las que ésta respondió con un «¡Ay, no seas bruto!», tan poco convincente como siempre, sacó la tranca del ojete. Éste permaneció un segundo abierto antes de cerrarse. Parece mentira lo elástico que lo tenía todavía la muy guarra, eso que Jorge se la follaba por el culo varias veces por semana. Después, se colocó, polla en ristre, frente a su cara. Engracia, que permanecía mirando hacia el armario de la habitación, dejó espacio al joven. El cabroncete apuntó a la jeta de la jamona con la pringosa polla, meneándola con furia.
Engracia, con la boca bien abierta, tal y cómo le había enseñado su amante, en el decálogo que le hizo aprenderse para convertirse en una buena puta, permaneció bien atenta, jadeante, a la espera de ver regada su jeta con una buena ración de leche de macho.
—¡Muy bien, cerda, así me gusta! Ahora, mientras me corro, vas a recibir el regalo de cumpleaños que te hemos preparado…
«¿Hemos?», pensó Engracia. Pero no le dio tiempo a más. Al instante, notó unas fuertes manos que le sujetaban las nalgas y una polla, más gruesa y larga que la de Jorge, que entraba en su coño como un cuchillo en la mantequilla.
Tras un inicial gritito de sorpresa, la mujer, encantada con la intromisión, se dejó llevar y suspiró agradecida:
—¡Gracias, Jorgito, qué detalle! Un trío, con la ilusión que me hace…
—¡Tooooma, cerda…!—grito Jorge, regando la jeta de la guarra con espesos goterones de leche que dejaron su sudorosa carita hecha un cromo.
Mientras tanto, el amante sorpresa que se la follaba a cuatro patas, había trasladado una de sus manos al culo, introduciendo el pulgar en el ojete para sujetarla bien. Con la otra zarpa la agarró con fuerza de los pelos, levantando su cabeza para que Jorge le restregase bien el rabo por la cara.
—¡Disfruta, puta, disfruta…! —le gritó Jorge con rabia—. Ahora te voy a dejar, guapa. Me iré a ayudar al pamplinoso del cornudo y a los tontorrones que están preparando tu fiesta. Pero que sepas que te dejo en buenas manos…
Engracia, movía la boca como una desesperada tratando de atrapar aquel rabo que se deslizaba por su cara, extendiendo bien la cremita facial, pero la manaza que sujetaba sus cabellos impedía que pudiera obtener tan preciado trofeo.
Jorge, mientras tanto, limpió su tranca con las mínimas braguitas de lencería que la mujer tenía preparadas para ponerse y partió hacia la ducha antes de salir camino del restaurante.
En la cama, Engracia, trató de girarse un par de veces para ver quién se la estaba follando con tanta agresividad. No pudo hacerlo. La mano con el dedo en el culo y la fuerza con la que sujetaban su cabeza, se lo impidieron. Se pudo dar cuenta, eso sí, de que el tipo que se la estaba tirando era grande y fuerte. Más que Jorge, un chico delgado y no mucho más alto que ella, bastante bajita.
Engracia preguntó un par de veces, tratando de saber quién era la persona que le barrenaba el coño con tanto ímpetu, pero la respuesta consistió en fuertes tirones de pelo y violentos gruñidos. De modo que desistió finalmente y se dejó llevar. No nos engañemos, le estaba encantando.
Hasta que el tipo que la estaba penetrando, sacó el pulgar de su ojete y lo sustituyó por el capullo que pugnó por entrar en el culo de la madura. Ahí sí que Engracia notó la diferencia abismal entre la polla que habitualmente la sodomizaba, la de Jorge, más bien normalita, y aquella tranca tremenda, mucho más gruesa que la de su amante. Tampoco tenía, la buena mujer, mucha experiencia como para saber hasta qué punto era grande o no. Solo había follado con su pobre e infeliz marido (y hacía ya tiempo que habían dejado correr el asunto, el pobre estaba pitopausico) y con su joven amante, cuya juvenil tranca, la segunda que había probado en su vida, además de ser la primera que chupaba y masajeaba a gusto, había desvirgado su ojete. Poquita cosa para tener referencias, aunque con la presión que estaba sintiendo, tenía claro que el pollón que estaba entrando en sus entrañas era un muy buen ejemplar…
—¡Aaaaaaay! Noooo… —gritó una asustada Engracia al notar aquel intruso por su puerta trasera—. Bueno, sí… Pero despacito, por favor… Despacito…
—¡Calla, coño, no te quejes tanto!—respondió el tipo, rompiendo al fin el silencio.
Engracia se quedó de piedra, aquella voz…
—¡Dios mío!—dijo— Santi, ¿eres tú?
—Claro, mamá—respondió su hijo—, ¿qué te creías? ¿qué Jorge no me iba a decir nada? Somos amigos desde niños… Nos lo contamos todo. Hasta las puercas que nos follamos.
—¡Dios mío! —la pobre Engracia no puedo evitar un sollozo ahogado—Pero, esto, esto no está bien. Soy tu madre. No te puedes follar a tu madre… Debe ser hasta ilegal y todo…
—¿Ilegal? ¡Qué bueno, ja, ja, ja! Pues yo creo que sí puedo, ¡ja, ja, ja! —Y Santi, tras haber encajado el capullo en el estrecho agujerito anal, empujó fuerte metiendo la polla hasta la mitad. Un alarido de su madre lo frenó un instante. Después, otro arreón, otro berrido gutural de la puerca, con más de lamento animal que de persona, y ya estaba toda dentro.
En ese momento Santi empezó a moverse rítmicamente y fue notando como la resistencia materna cedía finalmente y la jamona se dejaba llevar por la excitación. Levantó su torso tirando con energía del cabello, le besuqueó el cuello y lamió su oreja, susurrándole palabras cariñosas, «¡Joder, cómo me pones, guarra! ¡Eres la puerca que me ha puesto más cachondo en mi vida! ¡Con este culazo y estas putas tetas! ¡Te voy a dar rabo hasta decir basta, cerdita! ¿Vas a ser mi guarra, eh, mamá? ¡Dilo, dilo de una puta vez!»
—¡Sí, sí, sigue, cabrón! —Cedió finalmente Engracia— ¡Dame más fuerte! ¡Revienta a la puerca de tu madre!
Y eso hizo Santi. Aceleró las embestidas sujetando el cuerpo materno semi incorporado, sujetando sus enormes tetas, mientras la penetraba con violentas emboladas que desembocaron en una intensa corrida que dejó el culo de su madre rebosante de leche. Esta vez, cuando la polla salió, todavía semi erecta, del ojete materno, éste permaneció abierto unos segundos, mostrando una dilatación por la que fluía la leche a borbotones. Santi la recogió con los dedos y se la acercó a la boca de su puta madre. Esta, agradecida, sorbió hasta la última gota, mirando a su hijo con lágrimas en los ojos.
—¡Gracias, hijo, es el mejor regalo que me han hecho nunca! Jamás olvidaré este cumpleaños.
Santi, conmovido, se limitó a acercarle su polla para que Engracia pudiera saborearla bien y le pidió que no se lavase los dientes y mantuviera ese regusto hasta la hora de comer.
—Claro, cariño, tan solo daré besitos en la mejilla. Hasta a tu pobre padre que, por cierto, ya debe estar nervioso, esperando.
—Tranquila, que yo te llevo. He quedado así con él. El muy pringado me ha mandado a recogerte para que no llegases tarde.
—Pues nada, voy a ducharme, me visto y nos vamos para allá. Recoge un poco la habitación mientras, ¿vale?
—Por supuesto. Es lo menos que puedo hacer el día de tu cumpleaños, mamá.
Engracia, con una sonrisa de oreja a oreja y el ojete bien abierto se dirigió a la ducha moviendo su enorme culo gelatinoso. Se sentía entusiasmada con el regalo recibido y dispuesta a disfrutar de él muchas más veces. De hecho, ya tenía pensado darle alcohol sin tasa al pobre cornudo para que se quedase frito en cuanto llegasen a casa. De ese modo podría seguir disfrutando de su regalito mientras el viejo dormía la mona. Seguro que a Santi le encantaba la idea, no hacía falta ni preguntarle.
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