Lucia.
Entrada en carnes, mas de buena figura (ahora diríamos “gordibuena”). Buenos pechos que pujaban por saltar libremente.
Cabellos ensortijados y azabaches, contrastaban con el tono de su piel lechosa.
Ojos color turquesa, siempre sonrientes.
De trato agradable, aunque poco comunicativa.
En conjunto resultaba muy atractiva. No pasaba inadvertida
Nos conocíamos, apenas unos meses.
Entonces yo contaba con poco más de diecisiete años, trabajaba de 7 de la mañana a 3 de la tarde en una fábrica y lo compaginaba con estudios de Maestría Industrial, por la tarde noche.
Lucía era once años mayor. Anteriormente había trabajado en Suiza cuatro años. En ocasiones, pocas, hablando sobre la sexualidad se mostraba bastante más avanzada que el resto.
Éramos un grupo organizado en un comité obrero en la clandestinidad. En las reuniones, en la calle, casi siempre se me “pegada” sentía su calor y me alteraba un tanto “Qué buena está” me decía, pero aguantaba. Ella era muy buena persona, y no quería pasarme de oportunista.
En una ocasión, regresando de una reunión, íbamos varios en el “metro”, el vagón se movía mucho, y ella, que no llegaba a la barra que colgaba del techo, se pegaba aún más.
En uno de esos achuchones, me llamo la atención con su la mirada, sonriendo la bajo a sus pechos…
El primer botón se había soltado ¡Maravillosa visión voluptuosa! No se lo abrochó, sencillamente se me pego.
Esa noche apenas pude conciliar el sueño. Algo así como el pasaje de la película Amarcod de Fellini, en el que la estanquera estruja entre sus poderosos pechos al joven Titta. En mi caso no me produjo fiebres, pero sí una erección incontrolable.
De tal manera pasaban los días. Los compañeros ya tomaban nota: “Juer chavalin ni a Felipe II se las ponían tan fácil”, era el más joven del grupo. Pero intentaba mostrarme estoico, como si no fuese conmigo. Ni por asomo quería creérmelo.
Los calentones iban en aumento, la imaginaba desnuda, a medio vestir… y aquellos pechos…
En ocasiones nos reuníamos en la casa de un compañero casado.
Era una pareja solidaría y generosa, pues la casa también la cedían a alguna pareja para follar.
Un domingo de mañana tuve que ir urgentemente a por unos documentos a la casa de la pareja. Después de la reunión. La mujer le dijo a su pareja “Paco, estoy un poco hartita, se están pasando. Ayer estuvieron Lucia y Manoliño (dos años mayor que yo) les dejé toallas, pues nada, dejaron la colcha llena de lamparones…”
Paco la miró fijamente a los ojos y despué a mí…¡ejem!
Ella, encogiéndose de hombros, suspiro, apenas un susurro. Me miro: -Ay, pobre, disculpa…
No, no eran imaginaciones. Marché cabreado conmigo mismo. Todavía me dura.
Maldito sentido de la ética. Mi culpa, mi culpa. ¡Gilipollas del carajo! “Ni a Felipe II” me repetía.
Volví a encontrarme varias veces con Lucia, ella seguía igual de atenta y cariñosa conmigo. Mañoliño retiraba la mirada…
Al mes se organizó una huelga de varios días en centro de trabajo. A la semana, en navidades, estábamos todos los del comité en la calle.
Después nuestros caminos marcharon por diferentes derroteros..
No fue amor, era simplemente pura y dura atracción sexual. Permanente calentón por mi parte. Quizá sana necesidad por la suya.
Siempre la recordaré con cariño.
Lucía, lo que pudo ser…