Placer de libertad
Fue en la madrugada, despidiendo bien a la noche, en el umbral de la llegada del alba.
En un impreciso momento, la Jefa Gamber dormía sosegada, ajena a mi presencia. Mi deseo, en cuclillas sobre el amplio alfeizar del ventanal, le ganaba el pulso a la prudencia…
Dormitaba plácidamente, y una cansada Luna, vigilante, la acariciaba con su pálida luz a través de las cortinas. Pero yo quise ser más que ésa luna y, además, podía permitírmelo. Levanté despacio la sabana. La contemplé durante un instante, de espaldas a mí. La mano, sin obedecer a las leyes nocturnas del descanso, me hizo tocarla por encima del liviano pijama. Sentí, en mis dedos, el calor de un precioso cuerpo que a mi mente llamaba
-¡Tómame, tómame ya! –Y, bueno, soy todo orejas…
Es como saberse dueño de una caja de golosinas y que, cuando quieres y apetece, puedes comerte una –ñam -, y la disfrutas por que sí, es darte el capricho de saborearlo -mmmh -, y precisamente eso es lo iba a hacer. Sin importarme si dormía o no. Sin importarme si interrumpía su descanso o no. Puro placer de libertad.
Deslicé mis manos (de vida propia) bajo su pijama, alcé la camiseta y rocé sus pechos, o quizás fuese las cumbres de su gloria. Los pezones, al instante respondieron, erizándose..., pareciome en aquel instante avistar su despertar, mas no. Seguí en mi turbado empeño, mi mente y sobre todo ahora mi cuerpo, alzaban imperiosos la llamada del gozar. Estiré de la cinturilla de su pantalón, haciéndolo bajar lentamente por las piernas, finalmente quedó a sus pies.
Estaba muy cerca de mi propósito, temía que, ella al despertarse, se sintiese incomoda y acabara por reprenderme, pidiéndome que la dejase con la placidez de su ensueño. Y no era esa la paz que yo trataba de alcanzar…
Su cuerpo estaba allí y, anhelaba disfrutarlo, ansiaba oír de nuevo cada jadeo suyo, cada suspiro vibrante y sostenido, los quería resonando en la estancia, rebotando su eco por las paredes, sin importarme quién o quienes podrían oírnos. Siendo ajenos al sonido de las agujas del tiempo.
Me pirraba, acariciar, rozar, tomar..., marcarla.
Ella, que hasta el momento no había puesto impedimento alguno, ya reaccionaba mansamente a mi propósito. Poco a poco iba sumándose, se unía al placentero concierto. Mi verga (también de vida propia) apuntaba, bien dispuesta, maneras recias.
Busque entre penumbras la ruta de su boca; me pone frenético la respuesta de sus labios, y la lengua de sierpe dentro de la mía, y sobre todo,
cuando ésta se ajusta a mi pene... ¡Qué húmeda calidez y qué sedosidad!
Y cuando la aurora anunciaba a un astro fisgón…
La volteé cara a la almohada, sus glúteos ante mi vista lucían ostentosos ¡Menuda invitación, para qué etiquetas! Su cuerpo se agitó al contacto de mis manos y de mil y un beso por su cuerpo. Clavé, famélico de sexo, caninamente mis dientes en su espalda y en su dura nalga.
Era pecado no tomarla ¡El peor! Menuda delicia, ¡Sólo para mí! ¡No pecaría! En esto, no…
Y sin más juego ¡al carajo la baraja! sin más preámbulo, acomodé la punta de mi pene (Nómbrelo “polla” quienes tengan complejo de ave), derecho al norte, al orto del goce. Comencé (“comenzón” diría Tip, el de Coll) a penetrar, sin apenas llamar a la puerta de los infiernos. Me recibió totalmente lubrificado ¡miel sobre hojuelas! ¡Qué gusto, qué placer! Ya discernía acoplándome a sus pliegues, a su calor, a su humedad. Cuánta la gana por poseerla, de folgar ¡Sí! Por el puro instinto animal escrito en la piel de mi rabo.
Me deslice ardiente hasta fondo, despacio, interrumpiendo su sueño... y, como premio, obtuve el runruneo de un suspiro prolongado...
-¿Qué, te gusta verdad? -Me preguntó, y añadió con voz ahíta de frenesí -Estás haciendo conmigo tu endemoniada voluntad. Pero ya no pares ¡Dale fuerte, que no me rompes y dámela toda, no seas tacaño!
Su cuerpo se fue arqueando del placer, empujándome, a su vez, para que siguiera embistiéndola. Eso hice, la inserte desde la punta, hasta el fondo. Esta vez de un golpe.
Estaba duro, caliente. Ella completamente húmeda, recibía mis golpes y mis asaltos contrayéndose, para que me sintiese aprisionado, para que sintiese bien la presión del abrazo su averno.
Sus gemidos dejaron de ser libres, para ahogarse contra la almohada, para quedar retorcidos entre las arrugas de unas sabanas que sus manos apretaban, y tiraba de ellas conforme yo la gozaba..
Me pedía -¡Más, más, más, más... Hasta el infinito y volver pasando por Francia!
Y fue, en ese preciso instante, en que mis sabios dedos se clavaban furiosos en sus nalgas, fundidos ya en un solo clamor de éxtasis, cuando la gloría, de todos los infiernos, nos recibió en su seno. Sin fuegos de artificio, ni coros angelicales. Ni puñetera falta…
Y mi placer se completó con la libertad que ella me ofrecía en ese preciso momento.
Firmado : Un Diablo Cojuelo
Pd. No adjunto imagen del evento, puesto que la mentada no quiso, por estar despeinada.