Eran las diez de una noche estrellada. La luna estaba en cuarto menguante. Sentía cantar a los grillos y a las cigarras, chillar a los niños que corrían alrededor de la hoguera de san Pedro, maullar a los gatos al llegarle el olor a sardinas asadas y ladrar a los perros al oírlos maullar... Era una noche de bullicio en mi aldea, una aldea de unos doscientos habitantes donde las casas fueran todas hechas con piedras y barro, aunque algunas ya fueran revestidas y pintadas de blanco. Donde las que hoy en día son carreteras eran caminos de tierra. Donde en verano la gente se sentaba delante de sus puertas a tomar el fresco. Donde todos se conocían y donde todos querían tener más que el vecino. Si uno tenía seis gallinas el de enfrente quería tener doce. Si uno tenía un cerdo el otro quería tener dos. Donde si se tenía una huerta se querían tener más... Donde si se tenía un carro con dos vacas y un arado ya se era de clase alta, y donde muchos se fueran para Suiza y para Alemania para tener más propiedades, o simplemente para salir de la miseria. Donde, entre otras cosas, todas las mujeres iban de honradas y donde a la mitad de ellas les picaba el coño una cosa mala y lo de honradas les quedaba muy grande. Mi aldea, era una aldea más de las tantas que había en Galicia en los años setenta.
Aquella noche estaba sentado en un banco de piedra que había al lado de mi casa, Eva, mi primera novia, una chavala delgada, morena, de ojos color avellana, cabello castaño, largo y recogido en una coleta, con tetas cómo limas, culo redondo y pequeño, cintura fina, piernas perfectas y guapa, estaba sentada sobre mis rodillas metiendo un mordisco al bocadillo de chocolate que me estaba comiendo. Era mi comida favorita, y la suya, por ser el pretexto perfecto para poder sentarse sobre mis rodillas. No era la primera vez que lo hacía. Esa noche mi polla ya se había metido dentro de sus bragas y su raja empapada se movía sobre ella al mover el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás, cuando no había moros en la costa. Eva, gemía en bajito, me cogía las manos con las suyas, las llevaba a sus tetas y las sacaba al ver el peligro. Para disimular, además del bocadillo, nos contábamos historias. Aquella noche me contaba la historia de su tío Camilo, que estaba en la cárcel.
-... A mi tío Camilo, cómo era hijo de soltera y no se sabía quien era su padre, lo apodaban el hijo del viento. ¡Ooooooh, que bueno estás hoy, Quique -levantó un poco el culo, apartó las bragas para un lado, el glande se puso en la entrada de su coño, bajó el culo y la polla entró apretadita- Jesussssss que gusto. Estás cañón.
-¡Tú sí que estás buena! Sigue contando.
-A mi tío no le gustaba que le llamaran hijo del viento, y menos su peor enemigo, un tal Genaro...
Alicia, la madre de Eva, salió de su casa (vivíamos en el mismo corral), al llegar a nuestro lado, le dijo a la hija:
-Venga, vamos para la hoguera.
Intenté sacarnos las castañas del fuego.
-Deja que me acabe de contar la historia del hijo del viento.
Alicia, me dijo:
-Esa por un poco de chocolate no sabe que hacer, si un día os casáis va a acabar gorda cómo una vaca -Alicia se fijó en la cara de su hija- ¡Y se pone colorada la golosa al decirle que acabará gorda cómo una vaca! En cinco minutos te quiero conmigo en el campo. ¡¿Me oyes, tragona?!
Sentí cómo Eva bañaba mi polla con los jugos calentitos de una corrida. Vi cómo le metió un mordisco al bocadillo y cómo asintió con la cabeza. Alicia, se fue. Si llega a mirar para atrás vería a su hija sacudiéndose cómo si estuviera sufriendo un ataque epiléptico.
Cuando se recuperó, sacó la polla y frotó de nuevo con ella su coñito. Me dijo:
-¡Casi nos pilla! Se mascó la tragedia.
-Si, sigue contando la historia.
-Sabes, nunca me había sentido un gusto tan grande.
-Lo noté, sigue.
-¿Por dónde iba?
-Por el hijo del viento y su peor enemigo.
Dándole lentamente al culo siguió hablando.
-Pues eso, que un día mi tío, cómo no se hablaba con su peor enemigo, fue junto al cura y le dijo que le dijera que si se enteraba de que le llamaba otra vez hijo del viento le metía una hostia entre los ojos y lo dejaba tieso. El cura le dijo que debía saber perdonar a un ignorante. Que no era tan malo que le llamara aquello, y le hizo jurar que si se enteraba de que se lo llamaba iba a hacer oídos sordos. Paso el tiempo y un día le fueron a avisar al cura de que mi tío había matado de una hostia al Genaro. El cura fue corriendo y vio al Genaro muerto al lado de su bicicleta. Le reprochó a mi tío que le hubiera jurado que iba a pasar de él y no lo hiciera, y mi tío le dijo:
"Mire, don Faustino, yo le juré que iba a pasar de él si me enteraba que me llamaba hijo del viento, pero eso era una cosa, y otra muy distinta que me pidiera la polla para hinchar la rueda de la bicicleta."
Me dio la risa, pero se me cortó al sentir que me corría entre sus labios vaginales. Eva, dejó que acabara de correrme, volvió a levantar el culo, y mi polla volvió a entrar en su estrecho coño. Me folló moviendo el culo alrededor, hacia atrás y hacia delante... En menos de un minuto, volvió a morder el bocadillo, a sacudirse y a inundar mi polla con otra corrida.
Nada más correrse, Eva, sonriendo cómo una pícara que acaba de hacer una travesura, antes de irse para la hoguera, me dijo:
-La próxima vez te la chupo.
-Ya, y voy yo y me lo creo.
Era la tercera vez que me lo decía, pero al llegar el momento, de chupar, nada.
-Si, cochino, sí, puedes creerlo.
Si no se lo preguntaba, reventaba.
-¿Tú tío Genaro no está en la cárcel por robar?
-No, está en la cárcel por no saber robar.
-¿Y la historia?
-De algo había que hablar.
Al día siguiente, cayendo la tarde, Eva, estaba subiendo un muro y yo le empujaba el culo hacia arriba. Al llegar arriba se lo solté y le vi las piernas y sus bragas blancas. Después subí yo al muro que cerraba una huerta de ciruelas. Bajamos del muro y fuimos hasta uno de los árboles al que le llegaban casi al suelo las ramas cargadas de ciruelas maduras. Abrí tres botones de la camisa y comencé a llenarla de fruta. Eva abrió dos botones de su blusa e hizo otro tanto. Sentimos, una voz de mujer:
-¡Pilleivos, carallo!
Era señora Carmen, una vieja viuda de más de ochenta años, que siempre llevaba en la cabeza un pañuelo negro y un vestido del mismo color que le llegaba a los pies. Con su bastón en la mano, echó a correr hacia nosotros. Tenía una forma muy peculiar de correr, con una mano levantaba un poquito el vestido para no pisarlo, echaba un pie, levantaba el bastón hacia el aire, daba un salto, y ese pie le pedía permiso al otro para dar el siguiente salto. Era cómo si corriese a cámara lenta. Los cincuenta metros que nos separaban de ella tardaría una eternidad en recorrerlos. Seguimos llenando la camisa y la blusa de ciruelas, y esto aún la envenenó más. Nos djo
-¡Esperade, esperade que vos vou moer a paus!
Nos reímos al oír cómo nos decía que la esperáramos para que nos moliera a palos, luego, Eva, me dijo:
-Vámonos que igual se les sueltan las piernas, aún hay que subir el muro -se tocó la barriga-, y yo estoy preñada.
Le seguí la corriente.
-¿Quien te hizo el bombo?
Eva, que vestía una falda marrón que le daba por encima de las rodillas, una blusa azul, unos calcetines blancos y unas zapatillas deportivas marrones, sonriendo, me respondió:
-Un ciruelo.
Nos fuimos dejando a la vieja soltar barrabasadas. Hasta los pájaros salían escopetados de los árboles al oír tanto improperio.
En el monte, sentados debajo de un pino, y acabando de comer las ciruelas, le dije a Eva:
-Señora Carmen es lenta de movimientos, pero de lengua es rápida. Seguro que ya tu madre sabe que nos pilló robando sus ciruelas.
-Sí, me espera una buena.
-¿Te pega muy fuerte cuando te da?
-Depende de lo enfadada que esté. A veces me pone el culo a arder.
-¿Te pone sobre sus rodillas?
-A veces, otras me larga con la escoba, otras con la mano abierta en la cara. ¡Cómo si ella fuera una santa!
-¿Por qué lo dices?
-Porque se toca por las noches. Siento sus jadeos cuando se corre.
Imaginé la escena y me puse cachondo.
-¿Y tú qué haces?
No me contestó a la pregunta. Me hizo otra.
-¿Tienes ganas, Quique?
-Siempre. ¿Te excita sentir sus gemidos?
-Claro.
-¿Y te tocas el coñito?
Me dio un empujón y sonrió.
-¡Haces unas preguntas!
-Sabes que yo hago pajas. Dijimos que no habría secretos entre nosotros.
Eva, se soltó.
-Sí, me toco el coñito y las tetas.
-¿Y te corres?
-¿Para qué se hace una paja, Quique?
Se quitó las bragas y las echó sobre la hierba, me quitó la polla empalmada y se sentó sobre mis rodillas... Mirándome a la cara comenzó a mover el culo y a frotar su almejita con mi polla. Fue inevitable que nos diéramos un beso, y otro, y otro y que perdiéramos la cuenta de los besos que nos dimos. Eva, cuando ya estaba colorada cómo un pimiento morrón, aplastó la polla con los labios mojados y volvió a mover el culo. Le abrí la blusa y vi sus tetas picudas. Las toqué y las chupé. Al rato, me decía:
-Me voy a correr, Quique.
Eva, besándome, levantó el culo y metió la polla dentro. Iba por la mitad cuando comenzó a temblar. Su coñito apretó mi polla y se corrió cómo si fuese el cañito de una pequeña fuente de aguas termales. Nada más quitarla le encharqué los labios de su coño de leche con una corrida espectacular. Yo, que siempre fui un guarrillo, hice que se pusiera en pie para comérselo. Eva, me dijo:
-¿No serás tan cochino?
Se la lamí.
-¡Qué cochino!
La miré y le dije:
-Voy a hacer que te corras en mi boca.
Le metí la lengua en la vagina y después le lamí el clítoris.
-Eres un... ¡Ayyyyy, que cochino eres!
Mi lengua y mis labios le lamieron y le chuparon el clítoris y le follaron el coñito, tal y cómo me enseñara una viuda (esa ya es otra historia). Eva no me aguantó nada. Con un tremendo temblor de piernas y echando la cabeza hacia atrás, descargó en mi boca, diciendo:
-¡Cochinoooooo!
Después de correrse cogió la polla mojada con dos dedos de la mano izquierda (era zurda) y sin menearla comenzó a pasarle la lengua al glande, y me dijo:
-Te dije que te la iba a chupar.
Tenía que ayudarla.
-Agárrala que no muerde.
Cómo no la agarraba, apreté su mano con la mía y se la moví de abajo a arriba y de arriba a abajo. Se la solté y siguió meneando, le dije:
-Chúpala.
La puso entre los labios y en vez de chupar el glande chupaba la puntita. Le mentí:
-Lo haces muy bien.
-¿De verdad?
-Sí. ¿Quieres beber mi leche?
-¿Sabe bien?
-Sabe a leche. Menea la polla más rápido.
Con la polla entre los labios me la meneó con rapidez... Sin avisar le llené la boca de leche... Con cara de asco, y escupiéndola, me dijo:
-¡Sabe a rayos!
-A mi no me sabe mal.
-¡Tú eres un cochino!
Me lancé.
-Ya que lo dices... ¿Probamos por el culo?
Mis palabras la desconcertaron.
-¡¿También te gustan los culos?!
-Los de las mujeres.
-Tiene que doler.
-También te dolió cuando te la metí en el chochito la primera vez y mira ahora.
Miró hacía las estrellas, y me dijo:
-Otro día, ya se hizo de noche.
-Deja por lo menos que conozca su sabor.
-¡¿Qué?! ¡Estás loco!
-Que te lo huela.
-¿Cómo los perros? ¡Estás muy loco!
Le rogué.
-Anda, se buena.
Puso las manos en la cintura, cara seria, y me dijo:
-¡¿Dónde metiste a mi Quique?!
Eva se hacía la escandalizada, pero se agachó para coger las bragas y dejó su culo a menos de un metro de mí boca. La ocasión la pintan calva. Me puse en pie. Le levanté la falda y le pasé la lengua desde el coño al ojete. Se quedó en la posición en que estaba, y me dijo:
-No hagas eso, cochino.
Hice círculos con la punta de la lengua en el ojete.
-¿Qué me haces?
-¿Te gusta?
-No, lo que me estás haciendo es asqueroso.
Decía que era asqueroso pero no se incorporaba. Ni siquiera cogiera las bragas. Le agarré las tetas y le metí y saqué varias veces la punta de la lengua del ojete.
-¡Para, para, para, guarro!
Paré, pero no me di por vencido.
-¿Sigo?
-¡Te gustan unas cosas!
Le lamí el periné y el ojete.
-¿Sigo o no?
-Haz lo que quieras.
-No quiero que...
Eva, no quería decirlo, pero se puso a cuatro patas, y lo dijo:
-Sigue, hombre, sigue.
Cogiéndola por la cintura le trabajé aquel ojete pequeñito con mi lengua, un ojete que no paraba de abrirse y de cerrarse... Cuando la tenía cachonda a más no poder, intenté meter mi polla en su culo. Al meter la puntita se puso de pie.
-¡Duele mucho!
No quise forzar.
-Vale, otro día lo intentamos.
La cogí en alto en peso. (era ligera cómo una pluma). Rodeó mi cuello con sus brazos. Nos besamos. Se la metí en el coñito. La follé despacito, al rato, me dijo:
-Así no me voy a correr.
La puse a cuatro patas sobre la hierba, la tomé por la cintura, se la clavé hasta el fondo, y después la ametrallé.
-¡Asíííííí, asíííííí, asíííííí sííííí!
Después le cogí las tetas y la follé más despacio .Se puso cómo loca.
-¡Más rápido, mas rápido, más rápido!
La volví a ametrallar.
-¡Más fuerte!
Nunca la viera con tantas ganas de correrse. Al ratito, se corrió diciendo:
-¡Me meo de gusto!
No mentía, antes de correrse soltó un chorro de meo, después jadeó y se sacudió cómo si tuviera el mal de San Víctor. Le giré la cara para besarla y vi sus ojos, uno miraba hacia un lado y el otro hacia el otro.
Cuando acabó, sintiendo su respiración acelerada, me corrí en la entrada de su ojete y por sus labios vaginales.
Aquella noche estaba sentado en un banco de piedra que había al lado de mi casa, Eva, mi primera novia, una chavala delgada, morena, de ojos color avellana, cabello castaño, largo y recogido en una coleta, con tetas cómo limas, culo redondo y pequeño, cintura fina, piernas perfectas y guapa, estaba sentada sobre mis rodillas metiendo un mordisco al bocadillo de chocolate que me estaba comiendo. Era mi comida favorita, y la suya, por ser el pretexto perfecto para poder sentarse sobre mis rodillas. No era la primera vez que lo hacía. Esa noche mi polla ya se había metido dentro de sus bragas y su raja empapada se movía sobre ella al mover el culo de atrás hacia delante y de delante hacia atrás, cuando no había moros en la costa. Eva, gemía en bajito, me cogía las manos con las suyas, las llevaba a sus tetas y las sacaba al ver el peligro. Para disimular, además del bocadillo, nos contábamos historias. Aquella noche me contaba la historia de su tío Camilo, que estaba en la cárcel.
-... A mi tío Camilo, cómo era hijo de soltera y no se sabía quien era su padre, lo apodaban el hijo del viento. ¡Ooooooh, que bueno estás hoy, Quique -levantó un poco el culo, apartó las bragas para un lado, el glande se puso en la entrada de su coño, bajó el culo y la polla entró apretadita- Jesussssss que gusto. Estás cañón.
-¡Tú sí que estás buena! Sigue contando.
-A mi tío no le gustaba que le llamaran hijo del viento, y menos su peor enemigo, un tal Genaro...
Alicia, la madre de Eva, salió de su casa (vivíamos en el mismo corral), al llegar a nuestro lado, le dijo a la hija:
-Venga, vamos para la hoguera.
Intenté sacarnos las castañas del fuego.
-Deja que me acabe de contar la historia del hijo del viento.
Alicia, me dijo:
-Esa por un poco de chocolate no sabe que hacer, si un día os casáis va a acabar gorda cómo una vaca -Alicia se fijó en la cara de su hija- ¡Y se pone colorada la golosa al decirle que acabará gorda cómo una vaca! En cinco minutos te quiero conmigo en el campo. ¡¿Me oyes, tragona?!
Sentí cómo Eva bañaba mi polla con los jugos calentitos de una corrida. Vi cómo le metió un mordisco al bocadillo y cómo asintió con la cabeza. Alicia, se fue. Si llega a mirar para atrás vería a su hija sacudiéndose cómo si estuviera sufriendo un ataque epiléptico.
Cuando se recuperó, sacó la polla y frotó de nuevo con ella su coñito. Me dijo:
-¡Casi nos pilla! Se mascó la tragedia.
-Si, sigue contando la historia.
-Sabes, nunca me había sentido un gusto tan grande.
-Lo noté, sigue.
-¿Por dónde iba?
-Por el hijo del viento y su peor enemigo.
Dándole lentamente al culo siguió hablando.
-Pues eso, que un día mi tío, cómo no se hablaba con su peor enemigo, fue junto al cura y le dijo que le dijera que si se enteraba de que le llamaba otra vez hijo del viento le metía una hostia entre los ojos y lo dejaba tieso. El cura le dijo que debía saber perdonar a un ignorante. Que no era tan malo que le llamara aquello, y le hizo jurar que si se enteraba de que se lo llamaba iba a hacer oídos sordos. Paso el tiempo y un día le fueron a avisar al cura de que mi tío había matado de una hostia al Genaro. El cura fue corriendo y vio al Genaro muerto al lado de su bicicleta. Le reprochó a mi tío que le hubiera jurado que iba a pasar de él y no lo hiciera, y mi tío le dijo:
"Mire, don Faustino, yo le juré que iba a pasar de él si me enteraba que me llamaba hijo del viento, pero eso era una cosa, y otra muy distinta que me pidiera la polla para hinchar la rueda de la bicicleta."
Me dio la risa, pero se me cortó al sentir que me corría entre sus labios vaginales. Eva, dejó que acabara de correrme, volvió a levantar el culo, y mi polla volvió a entrar en su estrecho coño. Me folló moviendo el culo alrededor, hacia atrás y hacia delante... En menos de un minuto, volvió a morder el bocadillo, a sacudirse y a inundar mi polla con otra corrida.
Nada más correrse, Eva, sonriendo cómo una pícara que acaba de hacer una travesura, antes de irse para la hoguera, me dijo:
-La próxima vez te la chupo.
-Ya, y voy yo y me lo creo.
Era la tercera vez que me lo decía, pero al llegar el momento, de chupar, nada.
-Si, cochino, sí, puedes creerlo.
Si no se lo preguntaba, reventaba.
-¿Tú tío Genaro no está en la cárcel por robar?
-No, está en la cárcel por no saber robar.
-¿Y la historia?
-De algo había que hablar.
Al día siguiente, cayendo la tarde, Eva, estaba subiendo un muro y yo le empujaba el culo hacia arriba. Al llegar arriba se lo solté y le vi las piernas y sus bragas blancas. Después subí yo al muro que cerraba una huerta de ciruelas. Bajamos del muro y fuimos hasta uno de los árboles al que le llegaban casi al suelo las ramas cargadas de ciruelas maduras. Abrí tres botones de la camisa y comencé a llenarla de fruta. Eva abrió dos botones de su blusa e hizo otro tanto. Sentimos, una voz de mujer:
-¡Pilleivos, carallo!
Era señora Carmen, una vieja viuda de más de ochenta años, que siempre llevaba en la cabeza un pañuelo negro y un vestido del mismo color que le llegaba a los pies. Con su bastón en la mano, echó a correr hacia nosotros. Tenía una forma muy peculiar de correr, con una mano levantaba un poquito el vestido para no pisarlo, echaba un pie, levantaba el bastón hacia el aire, daba un salto, y ese pie le pedía permiso al otro para dar el siguiente salto. Era cómo si corriese a cámara lenta. Los cincuenta metros que nos separaban de ella tardaría una eternidad en recorrerlos. Seguimos llenando la camisa y la blusa de ciruelas, y esto aún la envenenó más. Nos djo
-¡Esperade, esperade que vos vou moer a paus!
Nos reímos al oír cómo nos decía que la esperáramos para que nos moliera a palos, luego, Eva, me dijo:
-Vámonos que igual se les sueltan las piernas, aún hay que subir el muro -se tocó la barriga-, y yo estoy preñada.
Le seguí la corriente.
-¿Quien te hizo el bombo?
Eva, que vestía una falda marrón que le daba por encima de las rodillas, una blusa azul, unos calcetines blancos y unas zapatillas deportivas marrones, sonriendo, me respondió:
-Un ciruelo.
Nos fuimos dejando a la vieja soltar barrabasadas. Hasta los pájaros salían escopetados de los árboles al oír tanto improperio.
En el monte, sentados debajo de un pino, y acabando de comer las ciruelas, le dije a Eva:
-Señora Carmen es lenta de movimientos, pero de lengua es rápida. Seguro que ya tu madre sabe que nos pilló robando sus ciruelas.
-Sí, me espera una buena.
-¿Te pega muy fuerte cuando te da?
-Depende de lo enfadada que esté. A veces me pone el culo a arder.
-¿Te pone sobre sus rodillas?
-A veces, otras me larga con la escoba, otras con la mano abierta en la cara. ¡Cómo si ella fuera una santa!
-¿Por qué lo dices?
-Porque se toca por las noches. Siento sus jadeos cuando se corre.
Imaginé la escena y me puse cachondo.
-¿Y tú qué haces?
No me contestó a la pregunta. Me hizo otra.
-¿Tienes ganas, Quique?
-Siempre. ¿Te excita sentir sus gemidos?
-Claro.
-¿Y te tocas el coñito?
Me dio un empujón y sonrió.
-¡Haces unas preguntas!
-Sabes que yo hago pajas. Dijimos que no habría secretos entre nosotros.
Eva, se soltó.
-Sí, me toco el coñito y las tetas.
-¿Y te corres?
-¿Para qué se hace una paja, Quique?
Se quitó las bragas y las echó sobre la hierba, me quitó la polla empalmada y se sentó sobre mis rodillas... Mirándome a la cara comenzó a mover el culo y a frotar su almejita con mi polla. Fue inevitable que nos diéramos un beso, y otro, y otro y que perdiéramos la cuenta de los besos que nos dimos. Eva, cuando ya estaba colorada cómo un pimiento morrón, aplastó la polla con los labios mojados y volvió a mover el culo. Le abrí la blusa y vi sus tetas picudas. Las toqué y las chupé. Al rato, me decía:
-Me voy a correr, Quique.
Eva, besándome, levantó el culo y metió la polla dentro. Iba por la mitad cuando comenzó a temblar. Su coñito apretó mi polla y se corrió cómo si fuese el cañito de una pequeña fuente de aguas termales. Nada más quitarla le encharqué los labios de su coño de leche con una corrida espectacular. Yo, que siempre fui un guarrillo, hice que se pusiera en pie para comérselo. Eva, me dijo:
-¿No serás tan cochino?
Se la lamí.
-¡Qué cochino!
La miré y le dije:
-Voy a hacer que te corras en mi boca.
Le metí la lengua en la vagina y después le lamí el clítoris.
-Eres un... ¡Ayyyyy, que cochino eres!
Mi lengua y mis labios le lamieron y le chuparon el clítoris y le follaron el coñito, tal y cómo me enseñara una viuda (esa ya es otra historia). Eva no me aguantó nada. Con un tremendo temblor de piernas y echando la cabeza hacia atrás, descargó en mi boca, diciendo:
-¡Cochinoooooo!
Después de correrse cogió la polla mojada con dos dedos de la mano izquierda (era zurda) y sin menearla comenzó a pasarle la lengua al glande, y me dijo:
-Te dije que te la iba a chupar.
Tenía que ayudarla.
-Agárrala que no muerde.
Cómo no la agarraba, apreté su mano con la mía y se la moví de abajo a arriba y de arriba a abajo. Se la solté y siguió meneando, le dije:
-Chúpala.
La puso entre los labios y en vez de chupar el glande chupaba la puntita. Le mentí:
-Lo haces muy bien.
-¿De verdad?
-Sí. ¿Quieres beber mi leche?
-¿Sabe bien?
-Sabe a leche. Menea la polla más rápido.
Con la polla entre los labios me la meneó con rapidez... Sin avisar le llené la boca de leche... Con cara de asco, y escupiéndola, me dijo:
-¡Sabe a rayos!
-A mi no me sabe mal.
-¡Tú eres un cochino!
Me lancé.
-Ya que lo dices... ¿Probamos por el culo?
Mis palabras la desconcertaron.
-¡¿También te gustan los culos?!
-Los de las mujeres.
-Tiene que doler.
-También te dolió cuando te la metí en el chochito la primera vez y mira ahora.
Miró hacía las estrellas, y me dijo:
-Otro día, ya se hizo de noche.
-Deja por lo menos que conozca su sabor.
-¡¿Qué?! ¡Estás loco!
-Que te lo huela.
-¿Cómo los perros? ¡Estás muy loco!
Le rogué.
-Anda, se buena.
Puso las manos en la cintura, cara seria, y me dijo:
-¡¿Dónde metiste a mi Quique?!
Eva se hacía la escandalizada, pero se agachó para coger las bragas y dejó su culo a menos de un metro de mí boca. La ocasión la pintan calva. Me puse en pie. Le levanté la falda y le pasé la lengua desde el coño al ojete. Se quedó en la posición en que estaba, y me dijo:
-No hagas eso, cochino.
Hice círculos con la punta de la lengua en el ojete.
-¿Qué me haces?
-¿Te gusta?
-No, lo que me estás haciendo es asqueroso.
Decía que era asqueroso pero no se incorporaba. Ni siquiera cogiera las bragas. Le agarré las tetas y le metí y saqué varias veces la punta de la lengua del ojete.
-¡Para, para, para, guarro!
Paré, pero no me di por vencido.
-¿Sigo?
-¡Te gustan unas cosas!
Le lamí el periné y el ojete.
-¿Sigo o no?
-Haz lo que quieras.
-No quiero que...
Eva, no quería decirlo, pero se puso a cuatro patas, y lo dijo:
-Sigue, hombre, sigue.
Cogiéndola por la cintura le trabajé aquel ojete pequeñito con mi lengua, un ojete que no paraba de abrirse y de cerrarse... Cuando la tenía cachonda a más no poder, intenté meter mi polla en su culo. Al meter la puntita se puso de pie.
-¡Duele mucho!
No quise forzar.
-Vale, otro día lo intentamos.
La cogí en alto en peso. (era ligera cómo una pluma). Rodeó mi cuello con sus brazos. Nos besamos. Se la metí en el coñito. La follé despacito, al rato, me dijo:
-Así no me voy a correr.
La puse a cuatro patas sobre la hierba, la tomé por la cintura, se la clavé hasta el fondo, y después la ametrallé.
-¡Asíííííí, asíííííí, asíííííí sííííí!
Después le cogí las tetas y la follé más despacio .Se puso cómo loca.
-¡Más rápido, mas rápido, más rápido!
La volví a ametrallar.
-¡Más fuerte!
Nunca la viera con tantas ganas de correrse. Al ratito, se corrió diciendo:
-¡Me meo de gusto!
No mentía, antes de correrse soltó un chorro de meo, después jadeó y se sacudió cómo si tuviera el mal de San Víctor. Le giré la cara para besarla y vi sus ojos, uno miraba hacia un lado y el otro hacia el otro.
Cuando acabó, sintiendo su respiración acelerada, me corrí en la entrada de su ojete y por sus labios vaginales.