Múltiples anécdotas para la reflexión

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El elefante del circo
Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa, me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de tajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, pregunté a algún maestro, a mi padre o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.
Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: "El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy pequeño". Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvía a probar, y también al otro y al que seguía... hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso no escapa porque cree que no puede. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquélla impotencia que se siente poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... Jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez... Cada uno de nosotros somos un poco como ese elefante: vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad. Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos hacer" simplemente porque alguna vez probamos y no pudimos. Grabamos en nuestro recuerdo "no puedo... no puedo y nunca podré", perdiendo una de las mayores bendiciones con que puede contar un ser humano: la fe.
 
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El equilibrista
En Nueva York se han construido dos rascacielos impresionantemente altos, a treinta metros de distancia uno del otro. Un famoso equilibrista tendió una cuerda en lo más alto de estos edificios gemelos con el fin de pasar caminando sobre ella. Antes dijo a la multitud expectante: -"Me subiré y cruzaré sobre la cuerda, pero necesito que ustedes crean en mí y tengan confianza en que lo voy a lograr"...
- "Claro que sí" - , respondieron todos al mismo tiempo. Subió por el elevador y ayudándose de una vara de equilibrio comenzó a atravesar de un edificio a otro sobre la cuerda floja. Habiendo logrado la hazaña bajó y dijo a la multitud que le aplaudía emocionada: -"Ahora voy a pasar por segunda ocasión, pero sin la ayuda de la vara. Por tanto, más que antes, necesito su confianza y su fe en mí". El equilibrista subió por el elevador y luego comenzó a cruzar lentamente de un edificio hasta el otro. La gente estaba muda de asombro y aplaudía. Entonces el equilibrista bajó y en medio de las ovaciones por tercera vez dijo: - "Ahora pasaré por última vez, pero será llevando una carretilla sobre la cuerda... Necesito, más que nunca, que crean y confíen en mí". La multitud guardaba un tenso silencio. Nadie se atrevía a creer que esto fuera posible... -"Basta que una sola persona confíe en mí y lo haré"-, afirmó el equilibrista. Entonces uno de los que estaba atrás gritó: -"Sí, sí, yo creo en ti; tú puedes. Yo confío en ti...".
El equilibrista, para certificar su confianza, le retó: -"Si de veras confías en mí, vente conmigo y súbete a la carretilla...".
 
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El mendigo y el rey

¿Recuerdas ese conocido cuento de Tagore sobre un mendigo que iba pidiendo de puerta en puerta? Un día vio aparecer a lo lejos del camino, acercándose, la carroza de un Rey... Y yo me preguntaba, maravillado, quién sería aquel Rey de reyes. Mis esperanzas volaron hasta el cielo, y pensé que mis días malos habían acabado. (...). La carroza se paró a mi lado. Me miraste y bajaste sonriendo. Sentí que la felicidad de la vida me había llegado al fin. Y de pronto tú me tendiste tu diestra diciéndome: ¿Puedes darme alguna cosa? ¡Ah, qué ocurrencia la de tu realeza! ¡Pedirle a un mendigo! Yo estaba confuso y no sabía qué hacer. Luego saqué despacio de mi saco un granito de trigo, y te lo di. Pero qué sorpresa la mía cuando, al vaciar por la tarde mi saco en el suelo, encontré un granito de oro en la miseria del montón. ¡Qué amargamente lloré de no haber tenido corazón para darle todo! (Gitanjali, 50)
 

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El paquete de galletas

Cuando aquella tarde llegó a la vieja estación le informaron que el tren en el que ella viajaría se retrasaría aproximadamente una hora. La elegante señora, un poco fastidiada, compró una revista, un paquete de galletas y una botella de agua para pasar el tiempo. Buscó un banco en él anden central y se sentó preparada para la espera. Mientras hojeaba su revista, un joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario. Imprevistamente, la señora observó como aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano, agarraba el paquete de galletas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una, despreocupadamente. La mujer se molestó por esto, no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer como si nada hubiera pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y sacó una galleta, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a los ojos. Como respuesta, el joven tomó otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrió. La señora ya enojada, tomó una nueva galleta y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho. El dialogo de miradas y sonrisas continuó entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, y el muchacho cada vez más sonriente. Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan descarado", pensó mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas. Con calma el joven alargó la mano, tomó la última galleta, y con mucha suavidad, la partió en dos y ofreció la mitad de la última galleta a su compañera de banco. "¡Gracias!", dijo la mujer tomando con rudeza aquella mitad. "De nada", contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad. Entonces el tren anunció su partida... La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón. Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el anden y pensó: "¡Qué insolente, qué mal educado, qué será de este mundo con esta juventud!". Sin dejar de mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado. Abrió su bolso para sacar la botella de agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su paquete de galletas intacto
 

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El portal de oro

En una ciudad nacieron dos hombres, el mismo día, a la misma hora en el mismo lugar. Sus vidas se desarrollaron y cada uno vivió muchas experiencias diferentes. Al final de sus vidas ambos murieron el mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar. De acuerdo a la leyenda se dice que al morir tenemos que pasar por un gran portal de oro puro, donde allí un guardián, nos hace ciertas preguntas para permitirnos pasar. El primer hombre llegó y el guardián le pregunta: Qué fue de tu vida? El responde: "Conocí muchos lugares, tuve muchos amigos, hice negocios que produjeron grandes riquezas, mi familia tuvo lo mejor y trabaje duro". El guardián le pregunta: "¿Qué traes contigo?" Él responde: "Todo ha quedado allí, no traigo nada". Ante esto, el guardián responde: "Lo siento, no puedes pasar debido a que no traes nada contigo". Al escuchar estas palabras el hombre, llorando y con gran pena en su corazón, se sienta a un lado a sufrir el dolor de no poder entrar. El segundo hombre llegó y el guardián le pregunta: "¿Qué fue de tu vida?". Él responde: "Desde el momento en que nací, fui un caminante, no tuve riquezas, sólo busqué el amor en los corazones de todos los hombres, mi familia me abandonó y en realidad nunca tuve nada." El guardián le pregunta: "¿Encontraste lo que buscabas?". Él le responde: "Sí, ha sido mi único alimento desde que lo encontré". El guardián responde: "Muy bien, puedes pasar". Pero ante esta respuesta, el hombre dice: "El Amor que he encontrado es tan grande que lo quiero compartir con este hombre sentado al lado del portal, sufriendo por su fortuna". Dice la leyenda que su amor era tan grande que fue suficiente para que ambos pasaran por el portal. (Historia Sufí)
 

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El portero del botiquín

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del botiquín. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. Un día se hizo cargo del botiquín un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y después cito al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo: "A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe semanal donde registrará la cantidad de personas que entran día por día y anotará sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio". El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero..... "Me encantaría satisfacerlo, señor -balbuceo- pero yo... yo no sé leer ni escribir". "¡Ah! ¡Cuánto lo siento!". "Pero, señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida". No le dejó terminar: "Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte".

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. ¿Qué hacer? Recordó que en el botiquín, cuando se rompía una silla o una mesa, él, con un martillo y clavos lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que ésta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo. El problema es que sólo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Usaría parte del dinero para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da?, pensó, y emprendió la marcha. A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. De inmediato su vecino llamó a la puerta de su casa. Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme. Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería esta a dos días de mula. Hagamos un trato -dijo el vecino- Yo le pagaré los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece? Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula. Al regreso, otro vecino le esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Sí. Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, más una pequeña ganancia. Yo no dispongo de tiempo para el viaje. El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue. "No dispongo de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje arriesgó un poco más del dinero trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquiló un local para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el local se transformó en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos.... Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. Un día decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría, además de leer y escribir, las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, le abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que ponga su firma en la primera hoja del libro de honor de la nueva escuela.. El honor sería enorme -dijo el hombre-, pero yo no sé leer ni escribir. Soy analfabeto. ¿Usted?, dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creerlo. ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto..., ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar -respondió el hombre con calma-. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del botiquín! Las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar y adaptarse al cambio siempre será la opción más segura.
 

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Emilia Kaczorowska

Emilia Kaczorowska tiene casi cuarenta años. Vive en una modesta población de un país europeo. Emilia tiene un hijo y me cuenta de las dificultades a las que ella y su marido se enfrentan cada día para sacar adelante la familia. Sabe que yo tengo cierta intuición y buen criterio para aconsejarla y por eso acude a mí con frecuencia. Esta vez, hablando de los hijos, comentamos lo incierto que aparece el futuro para una familia como la de ellos. Yo sé que Emilia morirá en no más de diez años, y no sólo eso, sino que su marido morirá al poco de comenzar la guerra. Su hijo mayor morirá también. ¿La planificación familiar es una necesidad para ellos? ¿Qué futuro les puede esperar? Quizá sea mejor que no nazca... Además, Emilia tiene ya casi cuarenta años. A esa edad, puedes tener un hijo deforme... Puedes recurrir a diversos procedimientos para evitarlos. Serías insensata, inhumana, irresponsable... ¿Qué herencia les vas a dejar? Piensa en el mundo tan desastroso que verán tus hijos, contempla los días tan difíciles que viviremos después de la invasión de nuestro país. Emilia me escuchó con paciencia y atención; me dio las gracias y se despidió de mi. A los pocos meses Emilia me da la noticia de que está embarazada. Yo me indigno: "¡Estas mujeres ignorantes y necias que no saben hacer otra cosa que tener hijos!". Ella, callada, me escucha serena y continúa su pesado trabajo, y lleva con una amable sonrisa las dificultades propias del embarazo. Finalmente, Emilia da a luz a un hijo más. Mis predicciones fatalistas se cumplen una tras otra: Emilia muere dejando a su pequeño hijo de apenas 10 años; luego muere su hijo mayor; finalmente muere su esposo. Solo queda en el mundo el pequeño Karol. Hoy, más de sesenta años después, millones de hombres y mujeres de todas las razas y todas las condiciones sociales llaman a Karol de otra manera: le llaman Juan Pablo II
 

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Escoger entre diversas causas

Estaba charlando con mi capitán durante el servicio militar. Salieron diversos recuerdos de épocas anteriores. Me contó que hace unos años tuvo que ir al médico porque se encontraba fatal. El doctor le explicó enseguida las causas, que se referían a la vida que llevaba: "Esto es lo propio del estilo de vida que usted está llevando: el tabaco, el estrés, la responsabilidad..., en fin lo propio de la vida intelectual...". "En fin -concluyó el capitán, al final de su relato-, que tuve que dejarlo". "¿El qué, el tabaco?, pregunté. "No, lo intelectual
 
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Ese niño me enseñó a amar
En una ocasión, en Calcuta, no teníamos azúcar para nuestros niños. Sin saber cómo, un niño de cuatro años había oído decir que la Madre Teresa se había quedado sin azúcar. Se fue a su casa y les dijo a sus padres que no comería azúcar durante tres días para dárselo a la Madre Teresa. Sus padres lo trajeron a nuestra casa: entre sus manitas tenía una pequeña botella de azúcar, lo que no había comido. Aquel pequeño me enseñó a amar. Lo más importante no es lo que damos sino el amor que ponemos al dar. (Madre Teresa de Calcuta)
 
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Estar al lado de un amigo

Lo más importante que he hecho en la vida tuvo lugar el 8 de octubre de 1990. Mi madre cumplía 65 anos, y yo había viajado a casa de mis padres en Massachusetts, para celebrarlo con la familia. Comencé el día jugando con un antiguo compañero de clase y amigo mío, al que no había visto en mucho tiempo. Entre jugada y jugada conversamos acerca de lo que estaba pasando en la vida de cada cual. Me contó que su esposa y el acababan de tener un bebé encantador. Mientras jugábamos, un coche se acercó a toda velocidad, se bajó un hombre que, consternado, le dijo que su bebé había dejado de respirar y lo habían llevado de urgencia al hospital. En un instante mi amigo subió al auto y se marchó dejando tras de sí una nube de polvo. Por un momento me quedé donde estaba, sin acertar a moverme, pero luego traté de pensar qué debía hacer: ¿Seguir a mi amigo al hospital? Mi presencia allí, me dije, no iba a servir de nada, pues la criatura seguramente estaría al cuidado de médicos y enfermeras, y nada de lo que yo hiciera o dijera iba a cambiar las cosas. ¿Brindarle mi apoyo moral? Bueno, quizás. Pero tanto él como su esposa provenían de familia numerosas y sin duda estarían rodeados de parientes que les ofrecerían consuelo y el apoyo necesario pasara lo que pasara. Lo único que haría sería estorbar. Además había planeado dedicar todo mi tiempo a mi familia, que estaba aguardando mi regreso. Así que decidí reunirme con ellos e ir más tarde a ver a mi amigo. Al poner en marcha el auto que había alquilado, me percaté que mi amigo había dejado su furgoneta, con las llaves puestas, estacionada junto a las canchas. Me vi entonces ante otro dilema: no podía dejar así el vehículo, pero si lo cerraba y me llevaba las llaves, ¿qué iba a hacer con ellas? Decidí pues ir al hospital y entregarle las llaves. Cuando llegué, me indicaron en qué sala estaban mi amigo y su esposa, como supuse, el recinto estaba lleno de familiares que trataban de consolarlos. Entré sin hacer ruido y me quedé junto a la puerta, tratando de decidir qué hacer. No tardó en presentarse un médico, que se acercó a la pareja y, en voz baja les comunicó que su hijo había fallecido, víctima del síndrome conocido como "muerte en la cuna". Durante lo que pareció una eternidad estuvieron abrazados, llorando, mientras todos los demás los rodeamos en medio del silencio y el dolor. Cuando se recuperaron un poco, el médico les preguntó si deseaban estar un momento con su hijo. Mi amigo y su esposa se pusieron de pie caminaron resignadamente hacia la puerta. Al verme allí, en un rincón, los dos se acercaron, y mi amigo me dio un abrazo y comenzó a llorar. "Gracias por estar aquí", me dijo. Durante el resto de la mañana, permanecí sentado en la sala de urgencias del hospital, viendo a mi amigo y a su esposa sostener en brazos a su hijo sin vida.

Aquella experiencia me dejo tres enseñanzas. La primera es que aquello ocurrió cuando no había absolutamente nada que yo pudiera hacer. Nada de lo que aprendí en la universidad, ni los seis años que llevaba ejerciendo mi profesión, me sirvió en tales circunstancias. A dos personas a las que yo estimaba les sobrevino una desgracia, y yo era impotente para remediarla. Lo único que pude hacer fue acompañarlos y esperar el desenlace. Pero estar allí en esos momentos en que alguien me necesitaba era lo principal. Lo que hice estuvo a punto de no ocurrir, debido a las cosas que aprendí en la Universidad y en mi vida profesional. En la facultad de Derecho me enseñaron a tomar los datos, analizarlos y organizarlos y después evaluar esta información sin apasionamiento. Esa habilidad es vital en los abogados. Cuando la gente acude a nosotros en busca de ayuda, suele estar angustiada y necesita que su abogado piense con lógica. Pero al aprender a pensar, casi me olvide de sentir. Hoy, no tengo duda alguna que debí haber subido al coche sin titubear y seguir a mi amigo al hospital. La tercera cosa que aprendí es que la vida puede cambiar en un instante. Intelectualmente, todos sabemos esto, pero creemos que las desdichas les pasan a otros. Así hacemos planes y concebimos nuestro futuro como algo tan real que pareciera que ya ocurrió. Pero dejamos de advertir todos los presentes que pasan junto a nosotros, y olvidamos que perder el empleo, sufrir una enfermedad grave, toparse con un conductor ebrio y miles de cosas más pueden alterar ese futuro en un abrir y cerrar de ojos. En ocasiones a uno le hace falta vivir una tragedia para volver a poner las cosas en perspectiva.
 

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Explicaciones tontas y arriesgadas

Un día una niña estaba sentada observando a su mamá lavar los platos en la cocina. De repente notó que su mamá tenía varios cabellos blancos que sobresalían entre su cabellera oscura. Miró a su madre y le preguntó inquisitivamente, "Porqué tienes algunos cabellos blancos, mamá?". Ella le contestó: "Bueno, cada vez que haces algo malo y me haces llorar o me pones triste, uno de mis cabellos se pone blanco." La niña se quedó pensativa unos instantes, y luego dijo: "Mamá, entonces…, ¿por qué TODOS los cabellos de la abuelita están blancos?
 
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Hay un hoyo en mi acera

CAPÍTULO UNO. Bajo por una calle y hay un hoyo grande. Yo no lo veo y caigo en él. Es profundo y oscuro. Tardo mucho tiempo en lograr salir. No es mi defecto.

CAPÍTULO DOS. Bajo por la misma calle. Hay un hoyo grande y lo veo, pero caigo de nuevo en él. Es profundo y oscuro. Tardo mucho tiempo en lograr salir. Todavía no es mi defecto.

CAPÍTULO TRES. Bajo por una calle. Hay un hoyo grande, y lo veo, pero todavía caigo de nuevo en él. Ha llegado a ser un hábito. Pero ya voy aprendiendo a salir rápidamente del hoyo. Reconozco mi defecto.

CAPÍTULO CUATRO. Bajo por una calle. Hay un hoyo grande. Lo rodeo.

CAPÍTULO CINCO. Bajo por una calle diferente.
 

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Imaginación en momento crítico
Cuenta una antigua leyenda que, en la Edad Media, un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor era una persona muy influyente en el reino y, por eso, desde el primer momento se procuró un "chivo expiatorio", para encubrir al culpable.
El hombre fue llevado a juicio ya sabiendo que tendría escasas o nulas posibilidades de escapar a la horca. El juez, también implicado en la infamia, cuidó no obstante de dar todo el aspecto de un juicio justo. Siguieno una práctica de entonces, dijo al acusado: - "Conociendo tu fama de hombre justo y devoto de Dios, vamos a dejar en manos de Él tu destino: vamos a escribir en dos papeles separados las palabras "culpable" e "inocente". Tú escogerás y será la mano de Dios la que decida tu destino".
Por supuesto, el mal funcionario había preparado dos papeles con la misma leyenda: "CULPABLE". La pobre víctima se daba cuenta de que el sistema propuesto era una trampa. No había escapatoria. El juez conminó al hombre a tomar uno de los papeles doblados. Éste respiró profundamente, quedó en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y, cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, tomó uno de los papeles y llevándolo a su boca lo engulló rápidamente. Sorprendidos e indignados los presentes le reprocharon airadamente... - "Pero ¡¿qué hizo...?! Y ¿ahora...? ¿Cómo vamos a saber el veredicto...?!" - "Es muy sencillo, respondió el hombre: - "Es cuestión de leer el papel que queda, y sabremos lo que decía el que me tragué." Y no les quedó más remedio que liberar al acusado
 

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Jerry, el optimista

Jerry siempre estaba de buen humor, y siempre tenía algo positivo que decir. Cuando alguien le preguntaba cómo le iba, el respondía: -Si pudiera estar mejor, sería gemelos. Era gerente de un restaurante, y era un gerente único porque tenía varias meseras que lo habían seguido de restaurante en restaurante. La razón por la que las meseras seguían a Jerry era por su actitud: él era un motivador natural. Si un empleado tenía un mal día, Jerry estaba ahí para decirle al empleado cómo ver el lado positivo de la situación.

Este estilo realmente me causó curiosidad, así que un día fui a buscar a Jerry y le pregunté: - No lo entiendo... no es posible ser una persona positiva todo el tiempo, ¿cómo lo haces? Jerry respondió: - Cada mañana me despierto y me digo a mí mismo: "Jerry, tienes dos opciones hoy. Puedes escoger estar de buen humor o estar de mal humor". Escojo estar de buen humor. Cada vez que sucede algo malo, puedo escoger entre ser una víctima o aprender de ello. Escojo aprender de ello. Cada vez que alguien viene a mí para quejarse, puedo aceptar su queja o puedo señalarle el lado positivo de la vida. Escojo señalarle el lado positivo de la vida. - Sí, claro... pero no es tan fácil - protesté. - Sí lo es - dijo Jerry -. Todo en la vida es acerca de elecciones. Cuando quitas todo lo demás, cada situación es una elección. Tú eliges como reaccionas ante cada situación. Tú eliges como la gente afectará tu estado de ánimo. Tú eliges estar de buen humor o mal humor. En resumen: ¡tú eliges cómo vivir la vida!

Reflexioné en lo que Jerry me dijo. Poco tiempo después, dejé la industria de restaurantes para iniciar mi propio negocio. Perdimos contacto, pero con frecuencia pensaba en Jerry cuando tenía que hacer una elección en la vida. Varios años más tarde, me enteré que Jerry hizo algo que nunca debe hacerse en un restaurante. Dejó la puerta de atrás abierta una mañana, y fue asaltado por tres ladrones armados. Mientras trataba de abrir la caja fuerte, su mano, temblando por el nerviosismo, resbaló de la combinación. Los asaltantes sintieron pánico y le dispararon. Con mucha suerte, Jerry fue encontrado relativamente pronto y llevado de emergencia a una clínica. Después de 18 horas de cirugía y varias semanas de terapia intensiva, Jerry fue dado de alta aún con fragmentos de bala en su cuerpo.

Me encontré con Jerry seis meses después del accidente y, cuando le pregunté cómo estaba, me respondió: - Si pudiera estar mejor, tendría un gemelo. Le pregunté que pasó por su mente en el momento del asalto. Contestó: - Lo primero que vino a mi mente fue que debí haber cerrado con llave la puerta de atrás. Cuando estaba tirado en el piso, recordé que tenía dos opciones. Podía elegir vivir o podía elegir morir. Y elegí vivir. - ¿No sentiste miedo? - le pregunté. Jerry continuó: - Los médicos fueron geniales. No dejaban de decirme que iba a estar bien, pero cuando me llevaron al quirófano y vi las expresiones en sus caras y en las de las enfermeras, realmente me asusté... podía leer en sus ojos que era hombre muerto. Supe entonces que debía tomar acción... - ¿Y qué hiciste? - pregunté. - Bueno... uno de los médicos me preguntó si era alérgico a algo y, respirando profundo, grité: "¡Sí, a las balas!". Mientras reían, les dije: "Estoy escogiendo vivir... opérenme como si estuviera vivo, no muerto". Jerry vivió por la maestría de los médicos, pero sobre todo por su actitud.
 

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La importancia de un elogio

Yo enseñaba en el tercer año de primaria de la escuela Saint Mary's, en Morris, Minn. Mis 34 estudiantes eran queridos para mí, pero Mark Eklund era uno en un millón. Tenía muy buena presencia, y esa actitud "feliz-de-estar-vivo" que hasta hacía sus ocasionales mal comportamientos deliciosos. Mark hablaba incesantemente. Yo tenía que recordarle una y otra vez que hablar sin permiso no era aceptable. Sin embargo, lo que me impresionaba era su respuesta sincera cada vez que tenía que corregirlo por no portarse bien.

Al principio no sabía como comportarme, pero después de poco tiempo me acostumbré a escucharlo muchas veces al día. Una mañana en la que Mark hablaba demasiado, empecé a impacientarme y cometí un error de maestra novata. Miré a Mark y le dije: - Si dices una sola palabra más, te pondré cinta en la boca. No habrían pasado diez segundos cuando Chuck dijo: - Mark está hablando de nuevo. Yo no le había pedido a ningún alumno que me ayudara, pero como había anunciado el castigo frente a toda la clase, tenía que aplicarlo. Recuerdo la escena como si hubiese ocurrido esta mañana. Caminé hacia mi escritorio y abrí cada uno de los cajones hasta encontrar la cinta adhesiva. Sin decir una palabra, me acerqué al escritorio de Mark, corté dos piezas de cinta e hice una gran X sobre su boca. Despues regresé al frente del salón. Apenas miré de reojo a Mark, él me guiñó un ojo. ¡Con eso tuve suficiente...! Comencé a reír. La clase vitoreaba mientras yo caminaba hacia el escritorio de Mark. Le saqué la cinta y me encogí de hombros. Sus primeras palabras fueron: - ¡Gracias, hermana!

A fin de año me pidieron que enseñara matemáticas en tercer año de la secundaria. Los años volaron y, antes de que me diera cuenta, Mark estaba en mi clase de nuevo. Estaba más guapo que nunca e igual de educado. Pero debido a que tenía que escuchar atentamente mis instrucciones sobre la "nueva matemática", no habló tanto en 3° de secundaria como en 3° de primaria.

Un viernes, las cosas simplemente no se sentían bien. Habíamos estado trabajando en un nuevo concepto toda la semana, y yo sentía que los estudiantes no lo estaban entendiendo, frustrados consigo mismos y tensos uno con el otro. Tenía que detener eso antes de que se me fuera de las manos, así que le pedí a cada uno que hiciera una lista de los nombres de los otros estudiantes del salón en dos hojas de papel, dejando un espacio en blanco entre cada nombre. Después les dije que pensaran en la cosa más bonita que pudieran decir de cada uno de sus compañeros, y que la escribieran en los espacios correspondientes. Les tomó el resto de la clase cumplir con la consigna. Cuando se estaban yendo, me entregaron los papeles. Charlie sonrió, y Mark dijo: - Gracias, hermana. Que tenga un buen fin de semana.

Ese sábado escribí el nombre de cada uno de los alumnos en distintas hojas de papel, y listé lo que cada uno había dicho de ese individuo. El lunes le di a cada alumno su lista. Muy pronto todos los alumnos estaban sonriendo. - ¿De verdad? - escuché que susurraban. - No sabía que eso significaba algo para alguien. - No sabía que le agradaba tanto a los demás... Nunca nadie mencionó esos papeles en clase otra vez. Yo nunca supe si los discutieron después de clase o con sus padres, pero no importaba. La actividad había cumplido su propósito. Los estudiantes estaban contentos consigo mismos y con los demás de nuevo. Ese grupo de estudiantes siguió adelante con sus estudios.

Varios años más tarde, después de regresar de mis vacaciones, mis padres me encontraron en el aeropuerto. Mientras íbamos de regreso a casa, mamá me hizo las preguntas usuales acerca de mi viaje: el clima, mi experiencia en general. Hubo una pausa en la conversación. Mamá cruzó una mirada con papá y simplemente dijo: - ¿Papá? Mi padre se aclaró la garganta, como siempre lo hace antes de decir algo importante. - Los Eklund llamaron ayer en la noche - empezó. - ¿De veras? - dije. - ¡No he sabido nada de ellos en años! Me pregunto como estará Mark.

Papá respondió calladamente. - Mark murió en Vietnam. El funeral es mañana, y a sus padres les gustaría que fueras. Hasta este día aún puedo recordar exactamente el letrero I-494, donde papá me dijo lo de Mark. Yo nunca antes había visto a un soldado en un ataúd militar. Mark se veía tan guapo, tan maduro... todo lo que podía pensar en ese momento era: - Mark... yo daría toda la cinta adhesiva del mundo si tan sólo pudieras hablarme. La iglesia estaba llena, estaban todos los amigos de Mark. La hermana de Chuck cantó el himno de batalla de la República. ¿Por qué tenía que llover el día del funeral? Ya era suficientemente difícil con la grava. El pastor dijo las oraciones habituales y se tocó música. Uno por uno, los que amaron a Mark se acercaron al ataúd y lo rociaron con agua bendita. Yo fui la última en bendecir el ataúd.

Mientras estaba parada ahí, uno de los soldados se me acercó. - ¿Era usted la maestra de matemáticas de Mark? - me preguntó. Yo asentí, mientras continuaba mirando fijamente el ataúd. - Mark hablaba mucho de usted - me dijo. Después del funeral, la mayoría de los antiguos compañeros de clase de Mark fueron a la granja de Chuck, para almorzar.

Los padres de Mark estaban ahí, obviamente esperándome. - Queremos enseñarle algo - dijo su padre, sacando una billetera de su bolsillo. - Le encontraron esto a Mark cuando murió, pensamos que a lo mejor lo reconocería. Abriendo la billetera, sacó cuidadosamente dos piezas de una libreta que obviamente había sido sacada, pegada y doblada muchas veces. Yo sabía, sin mirar, que los papeles eran aquellos en los que yo había listado todas las cosas buenas que cada uno de los compañeros de Mark había dicho de él. - Muchas gracias por haber hecho eso - dijo la mama de Mark. - Como puede ver, Mark lo valoraba.

Los compañeros de Mark se empezaban a reunir alrededor de nosotros. Charlie sonrió, y dijo: - Yo todavía tengo mi lista. Está en el cajón de arriba, en el escritorio de mi casa. La esposa de Chuck dijo: - Chuck me pidió que pusiera la suya en nuestro álbum de bodas. - Yo también tengo la mía - dijo Marilyn. - Está en mi diario. Entonces Vicki, otra compañera, sacó la billetera de su cartera y mostró su ya vieja lista al grupo. - Siempre cargo con esto - dijo Vicki. - Creo que todos aún tenemos nuestras listas. Ahí fue cuando yo finalmente me senté y lloré. Lloré por Mark y por todos sus amigos, que nunca lo verían de nuevo. Algunas veces la cosa mas pequeña puede significar mucho para otra persona
 

Jugodevida

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El helado de vainilla
La historia comienza cuando en una división de coche de la Pontiac de GM de los EUA recibió una curiosa reclamación de un cliente. Y esto es lo que él escribió: "Esta es la segunda vez que les envío una carta y no los culpo por no responder. Puedo parecerles un loco, mas el hecho es que tenemos una tradición en nuestra familia que es el de tomar helado después de cenar. Repetimos este hábito todas las noches, variando apenas el sabor del helado; y yo soy el encargado de ir a comprarlos. Recientemente compre un nuevo Pontiac y desde entonces las idas a la heladería se han transformado en un problema. Siempre que compro helado de vainilla, cuando me dispongo a regresar a casa, el coche no funciona. Si compro cualquier otro sabor, el coche funciona normalmente. Pensarán que estoy realmente loco y no importa que tan tonta pueda parecer mi reclamación, el hecho es que estoy muy molesto con mi Pontiac modelo 99".
La carta generó tanta gracia entre el personal de Pontiac que el presidente de la compañía acabó recibiendo una copia de la reclamación. Él decidió tomarlo en serio y mando a un ingeniero a entrevistarse con el autor de la carta. El empleado y el "demandante" fueron juntos a la heladería en el infeliz Pontiac. El ingeniero sugirió sabor vainilla para verificar la reclamación; y el coche efectivamente no funcionó. Un empleado de GM volvió en los días siguientes, a la misma hora, he hizo el mismo trayecto, y solo varió el sabor del helado. Nuevamente el auto solo funcionaba de regreso cuando el sabor elegido no era vainilla. El problema acabó volviéndose una obsesión para el ingeniero, que acabo haciendo experiencias diarias anotando todos los detalles posibles, y después de dos semanas llegó al primer gran descubrimiento: cuando escogía vainilla el comprador gastaba menos tiempo porque ese tipo de helado estaba bien enfrente. Examinando el coche, el ingeniero hace un nuevo descubrimiento: como el tiempo de compra era muy reducido en caso de la vainilla en comparación con el tiempo de otros sabores, el motor no llegaba a enfriar. Con eso, los vapores del combustible no se disipaban, impidiendo que un nuevo arranque del motor fuese instantáneo. A partir de ese episodio, el Pontiac cambió el sistema de alimentación de combustible e introdujo una alteración en todos los modelos a partir de la línea 99. El autor de la reclamación obtuvo un coche nuevo, además del arreglo del que no funcionaba con el helado de vainilla. La GM distribuyó un comunicado interno, exigiendo que sus empleados lleven en serio hasta las reclamaciones mas extrañas, "porque puede ser que una gran innovación, este por detrás de un helado de vainilla", decía el comunicado de GM
 
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