Mi Tia en las Fiestas

heranlu

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Ago 31, 2007
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La mesa comenzó a disgregarse, ellas se levantaron para quitar los platos y ellos pasaron al sofá a mirar la tele y seguir discutiendo de futbol. Nosotros volvimos a la alfombra y pasados unos minutos ahora fui yo quien necesitó ir al baño.

Así que me levanté y fui. Y al volver, no pude sospechar la escena que contemplaría.

Estaba todo oscuro y no había luces en el pasillo de regreso, así que había que andar a tientas. Cuando me percaté que en el patio trasero, dos cigarros humeantes fumaban a pesar del frío imperante.

Intrigado me quedé pasmado mirando, y descubrí que eran mi padre y mi tía, los únicos fumadores de la familia, que habían salido a fumarse un pitillo a pesar del frío. Pero los vi muy acaramelados, uno junto al otro, ella contra la pared y él directamente encima suyo así que quedé intrigado y me quedé espiándolos.

—¡Qué frío hace aquí! —se quejó mi tía Aída.

—¿Frío? ¡Contigo a mi lado siento un calor abrasador! —dijo mi padre.

—¡Ay Danilo, no me arrimes tu cebolleta que no respondo de mí! —dijo Aída.

—Pues entonces, ¡te la arrimo! —dijo mi padre pegándose a su cuello y comiéndole la oreja por un lado echándose literalmente encima suyo.

—¡Oh Danilo, que me haces cosquillas! —dijo Aída de nuevo.

—¡Oh Aída, qué dura me la pones! ¿No la quieres?

—¡Quererla, si saco el chirri aquí se me congela! —protestó ella.

—¡Vamos será algo rápido! —dijo el hombre desesperado.

—Entremos y detrás de la puerta te habías como puedas—dijo mi tía tirando de la mano de mi padre.

Yo me sobresalte y di unos pasos atrás en el pasillo pensando que me verían, pero estaba cubierto por la más absoluta oscuridad y ellos tenían otras prioridades así que ni repararon en mí.

Mi padre puso de espaldas contra la pared a mi tía y bajándole el pantalón y supongo que las bragas, se sacó su cosa de su bragueta y se la estampó por detrás a ella, que relinchó como una yegua en celo.

—¡Ay Danilo, que gorda la tienes! —gimió ella.

—¡Ay Aída qué lubricada estás! —gruñó el a su espalda embistiéndola con más fuerza provocando un gemido en ella.

Comenzaron la follada improvisada, yo apenas veía nada en la penumbra pero intuía y me imaginaba lo que faltaba. Ella se echó hacia adelante para que le entrase más profundamente y él la cogió por la cintura y la espoleó como se espoleé a una hembra caliente, empujándola con más ganas y clavándosela lo más profundamente que se pueda.

Mi tía estaba descosida, gemía y trataba de ahogar sus gemidos y lamentos mordiéndose la ropa.

Mi padre estaba desatado, la empujaba con todas sus fuerzas mientras la sujetaba por la cintura.

La caliente follada improvisada estaba condenada a ser tan efímera como corta en duración, por lo que tras apenas unos minutos él gruñó más fuerte y se detuvo con ella dentro y la receptora se estremeció y vocalizó su orgasmo entre expresiones como de espanto: ¡Oh, ah, oh!

Sus respiraciones agitadas eran muy audibles desde mi posición apenas a unos metros en la oscuridad del fondo del pasillo, completamente inmóvil, completamente atónito ante la infidelidad del uno y del otro. Completamente excitado ante tal acto descarnado, ¡sexo improvisado!

—¡Dame tu pañuelo Danilo, no me voy a quedar con todo eso ahí dentro! —dijo mi tía a mi padre tras aplacar sus calores.

—¡Por supuesto, toma! —dijo él entregándoselo sin sacarla.

Entonces ella lo tomó e introduciéndolo entre sus piernas, se limpió con el pañuelo de tela, como los que se solían usar antes. Allí seguramente recogió el semen del semental que la había cubierto tan improvisada como calientemente.

—¡Toma, esto es tuyo! —le dijo la susodicha con una risita mal contenida.

—¡Claro dámelo, que tú ya lo has disfrutado! —rio el doblándolo y metiéndoselo en el bolsillo.

—¡No seas estúpido y deshazte de eso! No vaya a verlo tu mujer y descubra que es una cornuda.

—¡Tranquila, ahora lo tiraré al contenedor de la basura! —dijo él socarrón mientras ella se subía las bragas y se abrochaba el pantalón.

—Anda vuelve tú, que si volvemos los dos van a pensar que hemos echado un polvo —dijo mi tía.

—Está bien cariño, ¡has estado fantástica! —dijo mi padre dándole otro morreo en su boca antes de marcharse.

Y yo allí parado, sin poder decir nada pero, ¡con ganas de subirme a la grupa de mi tía y darle también su merecido!

Entonces mi tía salió al porche y se encendió un cigarrillo tras la follada de mi padre, yo la seguí y caliente como estaba tras verlos follar tuve una loca idea.

—¡Hola tía! ¿Qué frío para fumar, no? —le dije yo.

—¡Nada sobrino el vicio es lo que tiene! —sonrió ella.

—Si te pido una calada me guardas el secreto —me atreví a decirle.

—¿Tú fumas? —preguntó ella con sus labios rojos tras morrearse a mi padre.

—¡Yo no, pero quiero probarlo tía! —le dije envalentonado.

—¡Está bien! —dijo pasándome el cigarro.

Vi que el filtro tenía los labios marcados de rojo carmín así que pensé que aquello era como besarla en la boca así que apreté los míos mientras ella me sujetaba el cigarrillo en mi boca, le di una honda calada e inevitablemente pasó lo que tenía que pasar…

Comencé a toser como un descosido así que mi tía se sonrió y me dio unos golpecitos en la espalda.

—¡Tranquilo tigre! —me dijo—. No puedes chupar con tanta fuerza —se sonrió de nuevo.

—¡Tú sabes chupar mejor que yo tía! —le dije yo recuperándome de mi tos.

Ella se quedó parada por mis palabras, no lo dije a posta pero supe que no le gustaron. Entonces me acordé de cómo se había agachado para chupársela a mi padre en el pasillo.

—¡Perdona tía, no quería ofender! —me excusé.

—¡Oh claro sobrino, no pasa nada! —dijo ella recuperando su sonrisa.

Entonces me acerqué a su oído y le susurré…

—Lo cierto es que te he visto chupándosela a mi padre y ciertamente chupas con fuerza.

Ella se separó y me dio una fuerte bofetada y lo cierto es que me dolió tanto que se la devolví.

—¡Tía no, ese no es el camino correcto! Os he visto follar y ahora me la vas a chupar a mi o se lo contaré a todos! —le dije de nuevo pero esta vez en voz alta.

Ella puso cara de espanto al oír mis palabras.

—¡No te atreverás!

—¡Pues entonces ya sabes lo que has de hacer! —le dije desabrochándome el cinturón y bajándome la bragueta.

Mi tía dudó unos segundos enternos pero finalmente miró a un lado y a otro de la desierta calle y tirando de mi hacia dentro de la casa cerró la puerta tras de si y se agachó para buscar mi renovada erección y tragársela. ¡Qué piquito tenía mi tía!

Se la tragó hasta el fondo y a diferencia de Berta sus labios chupaban con más fuerza. Su mamada incluso podía superar a la de mi abuela y es que aquella gloriosa Navidad tuve con quien comparar.

Cuando me harté de que me la chupara la levanté y pegué mi boca a su oído.

—¡Ahora ponte de culo y ofréceme tu coño como has hecho con mi padre puta! —le dije tirando de su abrigo de bisón sintético.

—¡Pero sobrino eso no! —dijo ella despavorida.

Entonces la hice girarse y yo mismo le subí la falda y le bajé las bragas arañándole su culo de la fuerza con la que lo hice.

Sumisa como una corderita cuando la tuve de espaldas la incliné hacia adelante y empuñando mi erección la apunté hacia sus muslos y frotando con mi glande, lubriqué su raja y me propia polla antes de colársela dentro y follarla aferrándome con fuerza a sus caderas con la falda subida hasta la cintura.

A diferencia de Berta, ¡su culo estaba caliente! Así que esto no me cortó el rollo y pude follarla de forma muy caliente, además de que, ¡con los polvos que llevaba sentía que podía follarla tanto como quisiera sin correrme!

Ella se sentía vapuleada por mis fuertes envites y sujetándose a la pared trataba de controlar las penetraciones mientras jadeaba. Incluso me atreví a pensar que la puta estaba disfrutando de verdad de la segunda follada de la noche.

—¡Vamos sobrino, córrete ya que nos esperarán dentro! ¡Pero hazlo fuera por favor! —me dijo entre susurros y jadeos.

La follé con furia, sujetándola por los hombros con ambas manos y mientras esta estaba inclinada hacia adelante la apretaba con fuerza desde atrás hasta que la excitación fue tanta que no pude parar de follarla. ¡Me corrí en su interior para vergüenza y preocupación suya!

Mientras ella seguía jadeando y yo había terminado de gruñir a su espalda me acerqué y le susurré al oído…

—¡Lo siento tía! Tu cómo es tan caliente que no me he podido resistir… ¡Ah, no tengo pañuelo para que te limpies, si quieres súbete los pantis para que no te gotee —le sugerí.

Y tras esto me despedí de ella dejándola en el oscuro pasillo mientras me abrochaba el cinturón y retornaba a la mesa, donde todos ya estaban cantando villancicos frente a la lumbre y mi padre y mi querida Berta me miraban sin comprender dónde había estad todo ese tiempo.

Cuando mi tía entró detrás de mí y la vieron, no creo que se atrevieran a pensar lo que a todas luces sugería aquella casualidad
 
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