Mi novio conducía bajo la incesante e imprevista lluvia de verano. El día había sido caluroso y durante buena parte de la tarde habíamos estado expuestos a un sol abrasador. Sin embargo, es lo que tiene el verano, en un visto y no visto las nubes taparon al sol por completo, dando paso a un tremendo aguacero.
Encontramos un sitio cerca de la casa de mis suegros, dónde nos dirigíamos a cenar. No era ninguna ocasión especial ni nada por el estilo, simplemente nos apetecía hacer algo diferente a lo habitual. Mientras mi maravilloso novio hacía las últimas maniobras, cerré el libro que estaba leyendo y lo dejé en la guantera.
Me lo prestó una amiga una semana atrás, era El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson. A cada página me gustaba más y mientras escuchaba el golpeteo de las gotas de agua contra la carrocería, sonreía por lo incrédula que siempre me dejaba. Me gustaba aquella idea de la dualidad en el ser humano y quizá sea cierto que en nuestro interior habita tanto el bien como el mal. Por mucho que lo reprimamos, ese yo interno siempre está ahí agazapado a la espera de que le dejen salir.
Sin embargo, poniéndome en mi piel, apenas me lo podía imaginar. Siempre había sido muy tímida, casi al extremo, e imaginarse a otra “yo opuesta”, guerrera, decidida y valiente, se me hacía imposible. Quizá no todos tuviéramos esa doble faceta en nuestra forma de ser.
Escuché el sonido del motor apagándose y vi a mi novio saliendo del coche con rapidez, evitando mojarse, tarea imposible. Dio la vuelta rodeando el vehículo, sabía de antemano cuál era su objetivo. Tenía la sudadera quitada y se dirigía hacia mi puerta para taparme todo lo que pudiera. Lo sentía como un caballero, como mi verdadero príncipe azul que siempre me cuidaba, mi chico no tenía otra cara, la de la bondad era la única.
Salí del coche con calma pese al aguacero y a que el frío cambio de temperatura me aguijoneaba mis piernas desnudas. Obviamente, solo me había puesto una falda, para que la brisa paliase un poco el calor, pero ahora se antojaba insuficiente. Aunque cierto era, que el dolor que sentía en mis piernas, no era exclusivamente debido al frío que me acariciaba la piel. También tenía parte de culpa, el precioso coito que me proporcionó mi perfecto novio, todavía me temblaban.
Siempre era tan cálido… tan placentero… tanto su compañía como nuestras relaciones privadas. No éramos de probar muchas posiciones, con las llamadas “básicas” nos servíamos y apenas habíamos innovado con alguna otra, ¿para qué? Con aquello estábamos realmente satisfechos.
Pegado a su pecho, corrimos hasta el portal donde conseguimos resguardarnos de la tormenta. Notaba su calor debajo de los brazos que levantaba para lograr taparnos todo lo que pudiera, en verdad me sentía protegida y afortunada. Siempre había sido así durante nuestros cuatro años de relación.
Comenzamos a subir en el ascensor, mientras me observaba en el espejo y me colocaba una perfecta coleta en mi pelo rubio. Prefiero llevarlo suelto y… poder taparme con el cuándo la vergüenza me asalta. Sin embargo, en casa de mis suegros es diferente, desde el primer día me recojo el pelo, por un lado, para que se me vea el precioso rostro y por otro, para que no noten mi extrema timidez. Aunque estoy segura de que me conocen a la perfección y nunca les conseguí engañar.
Entramos en casa de mis suegros y como siempre deje que él pasase primero. Cerré la puerta, con delicadeza, para no dar un golpe y seguí a mi amado a su espalda. Siempre lo hacía, me colocaba tras él y seguía sus pasos, tal vez suene muy tonto, pero aquello me hacía sentirme más segura.
Mis suegros me saludaron con dos besos y una sonrisa que no esconde nada más que afecto, igual de amables que mi pareja, no había dudas. Al final, me conocen desde hace cuatro años, es normal que me tengan cariño, la cosa es que yo no puedo quitarme la timidez de hablarles, espero que alguna vez se pase.
Nos sentamos a la mesa y la cena empezó de lo más normal. Hablamos del trabajo de mis suegros, de la universidad y de cómo teníamos pensado ciertos planes a largo plazo. Amo a mi novio y si llevo con él este tiempo es porque opino que será mi futuro marido, por eso trató de vencer a la dichosa vergüenza. Sufre cuando me ve así, aunque estoy segura de que algún día se pasara… o eso creo…
—Paula —se dirigió a mí la madre de mi chico—, ¿tienes planeado hacer prácticas en alguna empresa?
—Bueno, —la miré de forma fugaz y volví la vista al plato— sí. Estoy esperando a que me llamen dos empresas, parece que les convenció mi curriculum.
—Seguro que sí —añadió mi suegro, mientras mi novio me agarraba de la mano sabiendo lo que me costaba conversar—. Eres una chica muy válida, seguro que alguna de las dos empresas te quiere, si no son las dos.
Tanto la mujer como el hombre me sonrieron y yo agaché la cabeza por la vergüenza, tratando de llevarme un mechón del cabello detrás de la oreja. Sin embargo, me había hecho tan bien la coleta que no tenía ni uno suelto, se notaría mi rostro enrojecido a la legua.
Giré algo la cara al tiempo que sonría hacia mi izquierda, pasándome la mano por mi mejilla derecha y después agarrando mi cuello. Trataba de sonreír de forma que no quedara forzada y sin que mi labio inferior me temblara, no entendía por qué me imponían tanto mis suegros, al fin y al cabo eran dos personas normales.
No obstante, eso no lo fue importante. Lo realmente curioso estaba hacia el lugar donde miré. Mis ojos recayeron en la parte de la mesa donde estaba sentado mi suegro, que comía con calma mientras me seguía sonriendo. En el acto reflejo habitual de bajar la mirada, mis ojos azules se dirigieron a un sitio donde jamás se deberían haber posado. Su entrepierna.
Fue un instante, en el que mi mano apretaba con fuerza mi cuello mientras mis ojos seguían clavados en aquella zona. Mi suegro tenía un vaquero pegado, no era un pantalón especial ni mucho menos, pero al estar sentado, todo se marcaba. Un montículo surgía desde la base y reptaba por su pernera izquierda.
Con ser consciente de lo que te rodea, cualquiera hubiera sabido lo que la tela del vaquero escondía. Lo que mis ojos estaban mirando, era la polla de mi suegro.
Me quedé petrificada. Si hablarles me daba pudor, ver aquella protuberancia que en realidad era el pene del padre de mi novio, fue el sumun. Saqué fuerzas de donde no las tenía para levantar la vista, aunque quizá fue peor el remedio que la enfermedad, ya que el hombre con aquel gran bulto me estaba mirando sin dejar de sonreírme.
Detrás de sus gafas, sus ojos marrones me seguían observando como al entrar, con extrema dulzura, pero esta vez, sabían que le había observado su zona más íntima, me había pillado. Siguió masticando como si nada pasara y, por un momento, le miré realmente a los ojos, como nunca lo había hecho antes, quizá el shock pudo a mi vergüenza.
Sentí la cálida mano de mi novio apretando en mi muslo y acariciándolo. Gracias a dios, su cariño siempre estaba ahí y aquello hizo que volviera a mi consciencia. Fijé la vista en el plato mientras el calor me invadía, quería que la tierra me tragase porque sabía que mi suegro se percató con mucha claridad de mi mirada. Era tímida, no estúpida.
Pensé en el libro, en cómo me gustaría tener otra personalidad a la que no la importasen, el qué dirán y que se plantase delante de mis suegros sin tonterías. Simplemente, mirándoles a los ojos y devolviendo la amabilidad que ellos me daban. Sin embargo, no poseía esas cualidades, aunque lo que si tenía… era un móvil.
El teléfono me vibró en la mesa al de dos minutos. Me sentí aliviada por poder bajar la vista y quizá responder a alguno de mis padres o a mis amigas. Los truenos comenzaron a sonar detrás de nosotros tras la puerta del balcón y, por un momento, hizo que mi espalda se estremeciera por el repentino estruendo. Activé la pantalla del móvil sin separarlo de la mesa, aunque cuando vi quien me hablaba, lo cerré por puro pánico.
No podía ser cierto, no era real que aquello me pasase, sentí mi corazón cabalgar hasta el punto de que me diera un infarto y caerme encima del plato de carne totalmente inerte. Algo me pudo, un sentimiento interno que hizo que mi mano se moviera sola y desbloquease la pantalla de nuevo. Cogí el móvil con las dos manos y lo coloqué en mi regazo. Quería esconderlo, que nadie viera quien era el que me hablaba, porque su mensaje era del todo irracional.
—¿Te ha gustado?
La pregunta era la única cosa que aparecía en la conversación de WhatsApp de mi suegro. Sentí mi cuerpo helándose, casi petrificado al completo por culpa de la mirada de la propia medusa. Creo que si mi novio hubiera tenido la mano en mi pierna en ese preciso instante, hubiera notado el bajón de temperatura que estaba sufriendo, pero por suerte, estaba cortando la carne.
El fuego me invadió el rostro. Estuve a un palmo de quitarme la coleta y taparme todo el rostro con mi pelo rubio, haciendo un terrible contraste entre el rojo fuego y el rubio oro. Mis dedos tantearon el teclado, queriendo contestarle sin levantar la vista y mucho menos girando mi rostro para verle.
Era una pregunta inapropiada, en un momento inapropiado y hacia una persona inapropiada. ¿Cómo había podido decirme semejante cosa? No me lo podía creer.
—No vi nada.
Podría haberle contestado algo más cortante, o decírselo a Pablo… incluso a mi suegra. Pero el hombre, tal vez me conociera demasiado y quisiera quitar hierro al asunto. Sabría que me había incomodado y quizá fuera una broma… una muy pesada… pero una broma.
—Me has mirado la polla.
Leí esta palabra y levanté algo la vista, mi suegro dejaba el móvil mientras hablaba con su querida esposa que estaba a su izquierda, ¡justo en frente de mí!
¿Qué debía contestar? No era una pregunta, era una afirmación, me había pillado con total claridad y mis dedos temblaban. Aunque lo que más me sorprendió fue lo último. Aquella palabra que, nunca usaba con mi novio y que jamás había pensado escuchar en aquel hombre.
Le vi de nuevo, con sus gafas, su correcto peinado y una de sus tantas camisas bien colocadas y planchadas, era imposible que aquella persona me hubiera dicho tal cosa. Le respondí lo primero que mi mente decidió.
—Sí.
Cuando lo leí me escandalice. Tomé un trago del agua que mi suegra me había servido y miré a mi novio que hablaba con su padre de un tema que ya no me importaba. Algo había sucedido, una cosa dentro de mi cuerpo se agitaba con violencia.
En el centro de mi vientre una serpiente daba coletazos haciendo llegar un calor infernal a todo mi ser. Estaba en plena ebullición, en una situación sin igual, llena de una euforia que no podía dominar.
De fondo seguía escuchando a mi novio, como si estuviera en una pecera mientras sus padres le atendían. Por la mente solo se me pasó una petición. Quería que se callase, que cerrarse esa boca y dejase que su padre me… contestase.
Agarré con una mano el móvil apoyándolo en mi muslo y con la otra hice lo mismo en la falda. Sentía unos nervios incontrolables y la garganta estaba totalmente seca. Otro trago de agua no me sacio, necesitaba un lago para mí sola.
La conversación cesó y mi suegra tomó la palabra, algo le contestaba a su hijo, pero me daba lo mismo, porque algo llegaba a mi móvil. La vibración al recibir el mensaje, me hizo sentir muy extraña, era una cosa irreal para la situación que estaba viviendo. Aquel cosquilleo en mi pierna, me había dado placer.
—Te has puesto cachonda.
No preguntaba, lo afirmaba. Sus palabras, que me parecían de lo más soeces, no me cuadraban saliendo de un hombre al que consideraba tan pulcro.
Volví a poner las manos en el móvil sin querer contestarle, queriendo levantar la mirada y enseñarle a mi suegra lo que me escribía el sucio de su marido. Estaba a punto de hacerlo, mirando a mi novio pensé en como su padre podía ser tan guarro y, en cambio, él me parecía un ser de luz.
No obstante, volví a reflexionar sobre esa vibración, en ese leve cosquilleo al recibir el mensaje. No había sido un placer amoroso como el que mi pareja me había provocado horas atrás, sino que fue algo más rápido, salvaje, algo salido de un instinto animal.
Me mordí el labio, observando como hablaban mi suegra y mi futuro marido, ajenos a que mi cuerpo ardía mientras miraba el mensaje. Una conversación secreta con una persona que estaba allí mismo, a mi lado, tan tranquilo y sin dejar de comer. No me atreví a mirarle, ni siquiera a que entrase en mi campo visual, pero sí que escribí… algo tan rápido que fue como un parpadeo.
—Sí.
No levanté la vista, ni tampoco abrí la boca. Solo dejaba un resquicio entre mis labios para poder dejar pasar un aire furioso que lograba entrar para dar a mis pulmones la vida que necesitaban.
Estaba acelerada, alocada, no me reconocía. La vergüenza se me había pasado, aunque tampoco quería mirarles a los ojos, y únicamente podía beber agua para quitarme esa sensación de la garganta. Mi cuerpo se había tensado, si me movía cualquier músculo me dolería y sobre todo mi vientre, donde todo giraba como en el tambor de una lavadora.
—Paula —de pronto saltó mi suegro mirándome a los ojos—, ¿te ha contado Pablo que tengo una especie de pequeña bodega en el trastero? —¿cómo se atrevía a hablar? ¡Estaba loco!
—Pequeña bodega… —rio mi suegra mirándole con mucho amor— es el pequeño minibar de tu suegro, pero hace su función.
Los dos se sonrieron como adolescentes enamorados mientras su hijo, daba un buen trago de agua y seguía la conversación que sus progenitores detuvieron.
—Creo que alguna vez te lo comente, ¿no? —su voz, tan dulce como siempre, ya no me importaba, más relevancia tenía la información sobre su padre— A mi padre le gusta siempre tener un buen vino para alguna que otra ocasión especial.
—Me parece… —carraspeé porque mi voz era como la de un pequeño pajarito— que algo sí que me suena.
—Lo tengo todo muy bien colocado, la verdad que estoy orgulloso, todos los estantes los hice con mis manos. —su mirada era firme y directa. Por primera vez, no le quité la vista de sus ojos— ¿Te apetece verla?
No me importan lo más mínimo los vinos y tampoco me gusta su sabor. Cómo mucho, alguna vez lo he mezclado con un refresco aunque, sinceramente, no soy de beber alcohol. Sin embargo, era el momento perfecto para detener aquel estúpido sentimiento y dejar esa mirada libidinosa en nada.
Me pasé con discreción la lengua para humedecer mis labios y hablar con más claridad. Tragué toda la saliva que mi boca me permitía para que mi negación se escuchase de manera formal, pero contundente, que supiera que no estaba dispuesta a seguir con esas tonterías.
—Bien.
Contesté sin titubeos e incrédula de la palabra que atravesaba mis finos labios. No podía ser, no podía entender que me pasaba, estaba con un calor que me comenzaba a marear, como si el vino de su bodega me hubiera emborrachado.
Mi suegro se levantó sin que mi decisión perturbase lo más mínimo su rostro de amabilidad y bondad. Los otros dos participantes de la mesa siguieron tranquilamente su charla, ajenos a que el hombre más mayor de la cocina, tenía una erección bajo sus pantalones. Fui la única que me di cuenta de ello, porque… la miré.
—Es justo aquí arriba —añadió Pablo señalando con el dedo el techo de la cocina—. O sea que no os vais muy lejos.
Me pasó su mano por el brazo, acariciándome con ternura y pensando que mi timidez haría que pasase un mal rato o estuviera incómoda. Sin embargo, por una vez no la sentía, lo que bullía en mi interior eran… otros sentimientos.
—Es un momento —le contestó el padre al hijo—. En unos minutos, estamos de vuelta. Tampoco hay mucho que ver allí arriba.
Anduve directa hacia la puerta sin casi esperar a que saliera de la cocina, una fuerza en mi interior me impulsaba, algo que me animaba a subir a aquel trastero. El calor de mi vientre se estaba moviendo por todo el cuerpo y una electrizante sensación comenzaba a bajar desde mi cerebro hasta la parte más sensible de mi cuerpo.
Delante de la puerta de madera me quedé mirándola, era la última barrera que iba a atravesar. Tras de ella, el contacto con mi novio no existiría, era ahora o nunca, mi decisión tenía que ser en ese momento.
Una mano pasó a mi lado, después un brazo recubierto por la tela de una camisa. Miré hacia el cuerpo del hombre, era mi suegro, el mismo de siempre, que me abría la puerta con gentileza y me sonreía de la misma forma cordial, nada más.
Estuve tentada de esperar a que pasase, pero el camino no tenía pérdida y esta vez, quería ir por delante. Di los primeros pasos, sintiendo el frescor de la escalera debido a la tormenta.
Mi primer pensamiento fue que toda mi seguridad se quedaría en la casa, pero no era así. Lo que sí que dejé fue la cordura, pero me sentí más valerosa que ninguna otra vez. La puerta se cerró mientras recordaba las palabras que el hombre tan correcto me había escrito por el móvil, todavía no daba crédito y menos, a que hubiera accedido a estar a solas con él.
Las escaleras hacia el trastero las subí a buen ritmo, sabiendo que a mi espalda unos ojos escondidos tras unas pulcras gafas me observaban. En una posición más baja que la mía, pensé que con el simple hecho de fijarse en mis muslos, con un poquito de suerte, podría ver la ropa interior de debajo de mi falda.
Con sumo cuidado, poseída por una fuerza desconocida para mí, agarré la cintura de mi falda de color blanco. Mis manos casi en mi vientre comenzaron a subir levemente la tela mientras mis finas piernas no paraban de subir los escalones. A cada pasa unos milímetros se elevaban y mis muslos eran más visibles.
No estaba del todo segura, pero una voz en mi interior, una conciencia, pepito grillo o qué sé yo, me decía que me estaba mirando el trasero. Me la había subido lo suficiente como para que viera mi ropa interior rosa recién estrenada con su hijo. Apostaría cualquier cosa que sus ojos estaban fijos en mis nalgas y… lo mejor… o lo peor de todo aquello, es que yo estaba disfrutando.
El paseo hasta la puerta del trastero fue extraño. Sentía su presencia a mi espalda, junto con un escalofrío que no sabía identificar que era, quizá la adrenalina o el éxtasis de saber que ese hombre quería hacer más cosas que enseñarme sus botellas.
Seguimos en silencio, no hubimos dicho ni una palabra, ni falta que hacía. Ahora estábamos allí, delante de la vieja puerta del trastero, con una luz casi nula alumbrándonos. La tensión se respiraba en el ambiente y lo único que rompía el silencio que reinaba en la zona de los trasteros, era el leve tintineo de la lluvia que golpeaba en algún cristal perdido en aquel pasillo de puertas.
Mi suegro sacó las llaves, moviéndolas en el aire y haciendo que el sonido metálico me recordara a un sonajero. Abrió la puerta en un momento, con un grácil movimiento de muñeca. Se abrió ante mí un lugar desconocido que me recibía, tanto físicamente, como mentalmente.
Pasé a ese pequeño habitáculo donde si extendía las manos podía tocar ambas paredes y quizá en siete y ocho pasos lo recorría de una punta a otra. El padre de Pablo cerró la puerta tras de sí, quedando los dos encerrados en una pequeña estancia que justo se hallaba encima de las cabezas de mi novio y su madre.
Una única bombilla antigua colgaba del techo, seguramente tan antigua como el edificio, pero que seguía haciendo su trabajo de forma efectiva. El sitio… pese a todo… me resultó acogedor.
Vi que las botellas estaban a mi espalda, pero no las miraba, solo observaba como el hombre se acercaba a mí sin su sonrisa, portaba un gesto seria que nunca había visto en sus facciones.
Sin palabras, se colocó delante de mí. Sacándome una cabeza, alcé mis ojos sin dejar de mirar a los suyos que se escondían detrás del cristal. No tenía vergüenza, ni un ápice, mi rostro aunque rojo, ya no mostraba timidez, si no deseo.
Sus manos se posaron en el botón de su pantalón. Miré con descaro como sus ágiles dedos trataban de bajar la ropa con calma, como si el tiempo no corriera en nuestra contra. Pero… el tiempo para hacer... ¿Qué?
Esperé lo que me pareció un siglo, viendo primero como las perneras se deslizaban por sus muslos peludos y con ellas también lo hizo el calzoncillo. Hicieron el camino obvio, atravesando sus rodillas para dar a parar en unos tobillos a los cuales ni siquiera mire.
Un trueno sacudió el exterior con tremenda fuerza, pero no me inmute. En el reflejo de mis ojos se podía atisbar lo que me había hipnotizado. Llamarlo pene o pito hubiera sido un insulto, de mi mente, de un recóndito paraje donde guardo con llave las palabras que no me gusta decir, saltó una palabra que no lo dejaba en mal lugar. POLLA.
Sin embargo, aquello no era una polla, era un pedazo de miembro de semental, una cosa que apenas había visto en un video porno que una de mis amigas me mandó una vez. No podía saber cuántos centímetros tenía, pero colgaba dura de forma férrea como si mi suegro portara una espada.
Estábamos tan cerca que por poco me toca con ella, de dar un mínimo paso la tendría golpeando mi cadera… o mejor aún, mi sexo. Seguía quieta, tal vez esperando a que mi suegro hiciera algo, pero sí que notaba algo… o quizá ese fue el momento que me percaté de ello. Mi vagina estaba mojada.
No me dio tiempo para admirarla. Mientras todo lo del exterior se acallaba y prestaba mi máxima atención a lo que tenía delante de mis ojos, los labios de mi suegro se movieron.
—Chúpamela.
En mis oídos sonó de lo más normal. Lo escuché no como una petición, no como una exigencia, sino como quien comenta con toda tranquilidad que fuera está lloviendo.
Con lo normal que me resultaba la palabra, me arrodillé sin perder el tiempo. Apenas lo he practicado en contadas ocasiones con mi novio, pero no soy muy de hacer mamadas. Salvo que en ese momento, era mi anhelo, lo que más deseaba en el mundo, incluso sentí que en el interior de mi boca, empezaba a salivar.
La cogí entre mis finos y pequeños dedos. Una morcilla grande, dura y venosa que incluso me pesó. Apreté con delicadeza, como si aquella quinta extremidad de mi suegro se fuera a romper… abrí la boca todo lo que pude formando un círculo y escondí mis dientes.
La sentí dentro, muy dentro. Traté de mamarla entera, pero esa misión estaba perdida antes de empezar. La saqué de nuevo, sintiendo que al notarla tan dentro de mi boca había sido placentero. Por lo que la obviedad era volver a metérmela todo lo que pudiera. Antes de hacerlo gemí.
—¡Dios…! —suspiró el padre de mi novio cuando topó con mi garganta.
Otra vez la tuve fuera, viendo como una fina capa de mi abundante saliva la recubría. La chupé con mi lengua y la volví a meter, esta vez hasta que casi me dio una arcada. El que gimió en esta ocasión fue él, algo que hizo que en el interior de mi vagina algo palpitara de placer.
Puso su mano junto a la mía para que supiera como tenía que agarrar su tremendo pollón. Prefería la fuerza, quería sentir mis dedos aprisionando una verga que no abarcaban. Sujetándola como me pidió, volví a metérmela en la boca, mientras que el calor volvía a inundarme. Me dio la sensación que un cuchillo placentero había traspasado mis labios vaginales y se dedicaba a darme placer, era increíble. Era una tontería negarlo, nunca había estado tan cachonda.
Mi felación continuaba en un ritmo pausado, algo que era lo único que sabía hacer. Sin embargo, mi suegro me volvió a dar pautas para que mejorase, esta vez de forma más rudimentaria. Asió mi cabeza por la coleta y con un movimiento de cadera, introdujo su pene todo lo que pudo, en esta ocasión, traspasando mi garganta.
Abrí los ojos todo lo que pude y solté su miembro agarrándome en sus muslos para soportar aquello. La primera había sido normal, pero el siguiente movimiento de cadera hizo que mi garganta sintiera un golpe realmente poderoso.
Así llegó el tercero, el cuarto y… no paró. Su mano me impulsaba la cabeza hacia su cuerpo mientras su movimiento de cintura me clavaba sus innumerables centímetros en mi boca.
Sentía la carne, el calor, la dureza, incluso podía palpar con mi lengua los montículos que sus incontables venas llenas de sangre formaban. Las entradas y salidas se sucedían y yo trataba de abrir mis labios tanto como podía, porque realmente, me estaba follando la boca.
Me la metía cada vez con más fuerza, queriendo que me tragase todo lo que me ofrecía, pero era imposible, nadie en el mundo podría. Le miré con los ojos algo vidriosos, el placer me estaba inundando al sentir tanto poder contra mi garganta, no quería que se detuviera aunque me costase incluso respirar.
Pareció satisfecho después de un minuto haciéndole el amor a mi boca, aunque decir esto sería demasiado cortés. Apretó con fuerza mi coleta, la cual aguantó el agarre a saber cómo y no se soltó ninguna hebra de mi cabello. De nuevo volvió a introducirme todo lo que pudo en mi interior, con desmesuradas ganas.
Aparté mi lengua y escuché como gemía en el pequeño trastero. Su fuerza me aprisionaba, tanto por detrás de mi cabeza como con su ariete por delante. Su poder era algo que nunca había sentido y me sorprendí al ver que una de mis manos no estaba en su muslo, sino apretando mi clítoris por encima de mis bragas rosas.
Me sentí llena, totalmente rebosante, su polla de caballo había atravesado mi garganta con fuerza y una lágrima me salió de mis preciosos ojos azules debido al esfuerzo. Recorrió mi mejilla con rapidez hasta llegar a mi barbilla, justo cuando mi suegro me soltaba la coleta y sacó su rabo de todo de mi interior.
Tosí dos veces al liberarme y la saliva corrió junto a mi lágrima, cayendo en el suelo del trastero. Aunque solo había sido una pequeña muestra, puesto que la mayoría de mis fluidos se encontraban paseándose por la tremenda polla del hombre que me miraba expectante.
Me puse de pie con decisión, quitándome aquella estúpida vergüenza que me había atenazado toda la vida. La tormenta parecía desatarse en mi interior y esos truenos que estallaban de vez en cuando, no eran nada más que el descubrimiento de mi lujuria.
Estaba de frente a mi suegro, con su pene enorme, gordo y palpitante, rozando mi falda. No me demoré por más tiempo. Abajo nos esperaban y yo quería algo más. Apuntale los talones en el suelo y mi zapatilla giro rápidamente en el trastero.
Viré mi cuello, mirando que mi suegro tenía los ojos bien abiertos detrás de sus gafas. Su pecho subía y bajaba, estaba desatado, incluso más que yo si eso era posible. Por lo que no iba a dejarle con semejante calentón, primero me había follado la boca, ahora tocaba otro agujero.
Incliné un poco mi espalda, casi topando mi rostro contra la pared. Con ambas manos llegué al final de mi falda y en un gesto que rozaba lo infantil, me subí la falda dejando mis bragas rosas al aire. Le sonreí al salido de mi suegro que no paraba de mirarme.
—¿Te excita lo que ves?
Dejé de mirarle y apoyé las manos en la pared, sabía que con semejante fuerza me reventaría en cuestión de segundos, debía tener un punto de apoyo.
Sentí que se agachó, posicionando su rostro delante de mi culo. De forma dulce, algo que parecía que había olvidado, me acaricio ambas nalgas, gustándose de lo que veía, seguro que era el mejor culo que vio en su vida.
De pronto, lo noté. Su mano se había levantado y cayó sobre mi nalga con fuerza, cortando el aire y propinándome por primera vez un azote. No me moví, ni siquiera un pelo de mi cabeza, no le quería dar el gusto. Sin embargo, por dentro me mordí la lengua, me picó y supe que se me iba a poner rojo, pero que cachonda me había puesto.
Pasó esta vez sus manos por las dos nalgas con calma, primero por la que estaba enrojeciendo y después por la que estaba virgen de sus manotazos. Agarró con fuerza mi ropa interior rosa que horas atrás su hijo me había arrebatado con suma dulzura.
Las bajó al momento, llegando a estirarlas en mis rodillas y dejando que se quedaran allí. Por unos cuantos segundos observó mi sexo, pelado al completo y rosado debido a mi piel blanquecina. Seguramente se volvió loco al ver que unas pequeñas gotas ya rezumaban del interior, con la mamada que le había hecho, todo mi cuerpo había comenzado a carburar, era normal estar así.
No perdió más tiempo, debajo de nuestros pies, su mujer y su hijo nos esperaban. Agarró ambas nalgas, con una mano en cada una y las separó con fuerza. De allí emergieron mis dos agujeros, incluso noté como un pequeño aire golpeaba contra ellos, era el aliento caliente del salido de mi suegro.
Lo siguiente fue glorioso, aunque breve. Porque una humedad me recorrió ambos recovecos, picándome ligeramente la recién salida barba del padre de mi novio. Su lengua había pasado primero por mi vagina, llevándose unos cuantos fluidos, para después, acabar en mi virgen ano. Por allí se recreó un poco, unas milésimas de segundo nada más, pero sentir su músculo húmedo tratando de entrar por aquel agujero me volvió loca.
No me hizo esperar por lo que tanto necesitaba y en un movimiento rápido, se puso de pie a mi espalda. Sentí su capullo en la entrada de mi coño y, por un momento, me imaginé que me lo colocase más arriba, unos centímetros únicamente. “Si me da por el culo, literalmente me lo rompe” pensé de una forma que jamás había hecho.
Entró dentro de mí con fuerza, con rudeza, sin atisbo de la galantería con la que me solía tratar, era lo mismo que había hecho en mi boca. Suerte que la lubricación era excesiva entre mis fluidos y mi saliva… aquello resbaló como un suelo enjabonado. No fue dulce, no fue cortes, solo se empezó a mover mientras su polla se abría camino en mi interior.
Al de unos pocos segundos posó su mano en mi hombro y la otra en mi cintura, sujetándome con fuerza para meterme todo lo que, Dios o la genética, le habían colocado en la entrepierna.
Fue algo que no sé cómo describir, aquella verga carnosa y repleta de venas me había entrado a donde nadie jamás había conseguido llegar, haciéndose paso entre mi cuerpo y recolocándome las entrañas. Sentí un escozor que me hizo apretar los dientes mientras un trueno caía muy cerca de nosotros. Sin embargo, notar como mis músculos se abrían para apretar de nuevo todo lo que tenía aquel hombre, me produjo un placer insano.
El sexo comenzó y preferí cerrar los ojos para sentir con cada célula de mi cuerpo lo que mi suegro me daba con su polla de caballo. Las entradas eran duras y secas, tanto que sus genitales llenos de semen empezaron a golpear mi clítoris sin parar. No me pude contener, pensando en que mi novio y su madre estaban debajo hablando mientras el hombre de la casa me follaba como un poseso. Me puse muy cachonda.
—Te gusta ser una guarra, ¿verdad? —me soltó de pronto con un tono de voz muy diferente al habitual. Me hubiera gustado contestarle, pero en ese momento no podía más que gozar.
Empecé a lubricar demasiado y decidí mirar a mi suegro. Su cara ya no era dulce, sus ojos se perdían en el placer y sus dientes se apretaban con fuerza mientras disfrutaba como un niño con su juguete nuevo. El pene no paraba de poseerme, entraba en su totalidad y yo notaba como si me estuviera metiendo un martillo hidráulico.
Aquello en cualquier momento iba a terminar. Arañé con fuerza la pared, abrí la boca todo lo que pude, de la misma manera que cuando estaba agachada y chupándosela. No me pude contener, estaba en otro mundo, sacando una personalidad que nos sabía que existiera. De mi interior rugía una bestia con ganas de más, mucho más. Le miré con mis dulces ojos, mientras mi coleta se movía de un lado a otro debido al movimiento que provocaba su follada.
—Acaba de follarme, cabrón.
Mi voz sonó distorsionada, similar a si hubiera salido de lo más profundo de mi ser. Una voz nacida en el mismo infierno que me poseía apartando a un lado mi tímida alma.
El hombre que me embestía sin parar alzó de nuevo la mano y la depositó con fuerza en la nalga que todavía quedaba impoluta. Después del golpe, ambas estaban marcadas por mi suegro, su palma se veía roja a la perfección, ni un tatuador habría hecho mejor trabajo.
—¡Eso es, cabrón!
Al sentir una de las últimas entradas, grité. Estaba a punto, tanto que notaba un calor concentrado cerca de estallar. Las estrellas se estaban juntando, dejando todo su fulgor dentro de mi vagina, con unas ganas locas de hacerme vibrar.
—No grites tanto, que te van a oír —dijo entre dientes con visible excitación.
—Me da igual. —me veía pletórica, con una confianza absoluta y una sonrisa de oreja a oreja por conocer el verdadero placer— Tú haz lo que te he dicho. Fóllame bien, suegro.
El cabeza de familia apretó el ritmo y gemí sabedora que podrían escucharme y… me parece que en mi interior quería que fuera así. Antes de que consiguiera llegar al clímax, una última cosa avivó mi calor hasta límites insospechados.
Una última embestida hizo que todo el poder de mi suegro entrase dentro de mí. Solo sus genitales quedaron a la intemperie. Me agarró con fuerza, pegándome a su cuerpo y separándome de la pared. Apretó con una mano uno de mis pequeños senos y con el otro volvió a asir mi coleta con fuerza.
—Me co… me co… corro… —respiraba casi en mi oreja y sentí como sus labios topaban en mi frágil cuello. Entonces me dio un mordisco que me estremeció— eres una perra…
Su voz se había perdido y movió su cadera por si algo de su polla quedaba fuera. Era imposible, no me cabía nada más, pero con aquel último envite me puso de puntillas, incluso por unas décimas levité sostenida nada más que por su polla.
—Perra…
No pude terminar de hablar, únicamente gemí de placer al sentir la leche caliente que mi suegro depositaba en barriles industriales dentro de mi vagina. Me corrí a la par, sintiendo el paraíso en cada célula de mi cuerpo sin poder parar de vibrar. Sollocé, grité y me revolví como si estuviera poseída, logrando el mayor orgasmo de mi vida.
Su semen me completaba, rebosaba en mi interior, incluso con tal abundancia que sentía como por mis muslos corrían gotas traviesas.
Todavía pegada a él y con mis piernas tan palpitantes como su corazón, reí. Una carcajada mezclada con un placer extremo me envolvió sin poder remediarlo. No podía detenerla, era una risa sincera y abierta, casi demente, pero estaba feliz.
Saqué su tremendo pene de mi interior viendo que disminuía de fuerza y tamaño. Sentí las primeras carreras de gotas calientes, correr por mis muslos, ambos fluidos se habían juntado para crear uno solo.
Le miré a los ojos de nuevo, aquellos ojos que seguían produciendo fuego, pero que los notaba mucho más a mi altura que antes. Me volví a reír y sin saber por qué le negué con la cabeza, para apoyarme en la pared y descansar una décima de segundo.
Me coloqué las bragas deteniendo la hemorragia de semen y al tiempo que me colocaba de nuevo correctamente la coleta le dije sin parar de sonreír con amplitud.
—La perra será tu puta madre.
Sin dejar de mostrarle mi preciosa dentadura blanca y con los pómulos encendidos en el fuego del infierno, caminé a la puerta con las piernas debilitadas. Me giré mientras me apoyaba en el marco, en parte para ayudar a mis pies a que sostuvieran mi poco peso, y con una dulce voz volví a dirigirme a mi suegro.
—Vamos, cabrón. Tu mujer y tu hijo nos esperan abajo.
Se apartó de la pared mientras yo seguía mi camino y le escuché decir mi nombre para que le esperase. Sin embargo, yo caminaba con la cabeza bien alta y el coño bien caliente hacia la puerta donde me esperaba mi novio.
Cuando bajé las escaleras, en ese instante llegaba mi suegro con la lengua fuera y el pantalón medio puesto diciendo que le esperase. Me crucé de brazos sin parar de mirarle y le guiñé un ojo antes de que atravesásemos la puerta.
—No cuentes nada —me comentó de pronto, algo que me impresionó, porque de ninguna manera contaría algo como eso.
—Ya veremos… —le dije al lado de la puerta, colocando mi mano en la cerradura para que no abriera— si te portas bien y… —así con mi otra mano el pollón de mi suegro y se lo apreté con fuerza. Se inclinó ligeramente debido al dolor— me das de esto cuando te lo pida. Seré una nuerita buena y callada.
Entramos en silencio, mientras el eco de la conversación nos llegaba desde la cocina. No dijimos nada y entre la primera con una ligera coloración en el rostro mientras el hombre lo hacía con timidez.
Me senté junto a mi pareja mientras le tocaba su brazo y le dedicaba la mejor de mis sonrisas. Una dulce y de puro amor, no la que le había dado a mi suegro, esa no era para Pablo.
—¿Te gustó? —me preguntó mi príncipe azul mientras el guarro de su padre se sentaba sin mirar a nadie.
—¡Me encantó! Tal vez un día tome una copa de ese vino, parece bueno.
Se quedó sorprendido por mi verborrea delante de sus padres. Nunca había dicho una frase tan larga y con tanta sensación de seguridad. Pablo notó un cambio, algo que parecía haberme dado confianza. Mi amor me sonrió de felicidad.
Nos despedimos de la forma más normal, sin dar señales que todavía el semen de su padre seguía cayéndome a la braga, la cual echaría a lavar o quizá a la basura nada más llegar a casa.
Casualmente, el día había dado una tregua y el sol, aunque ya escondiéndose en el horizonte, todavía secaba las mojadas aceras. No hacía falta que mi futuro marido me tapara con su sudadera, aun así, me acompañó hasta el asiento del copiloto, las piernas aún me fallaban. Seguramente pensaría que era por él y en parte tenía razón, pero la mayor parte de culpa recaía en su progenitor y en su puta polla de caballo.
Me senté en el coche para que Pablo me llevara a casa. Dejé el móvil en la pierna esperando recibir un mensaje que seguro llegaría de mi suegro y volví a coger mi libro. Reí con ironía, podía ser posible que dentro de mí, sí que habitara un Señor Hyde… Señora en este caso.
Mostrar al Doctor Jekyll era lo que más me gustaba, esa faceta amable y buena que me caracterizaba. Pero me había fascinado mi contraparte más salvaje y antes de llegar a casa, justo cuando estaba en el portal y despedía a Pablo, mi otro “yo” sonrió, porque mi suegro me había hablado. Me parece que, de vez en cuando, voy a poder sacar a la bestia.
Encontramos un sitio cerca de la casa de mis suegros, dónde nos dirigíamos a cenar. No era ninguna ocasión especial ni nada por el estilo, simplemente nos apetecía hacer algo diferente a lo habitual. Mientras mi maravilloso novio hacía las últimas maniobras, cerré el libro que estaba leyendo y lo dejé en la guantera.
Me lo prestó una amiga una semana atrás, era El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde, de Robert Louis Stevenson. A cada página me gustaba más y mientras escuchaba el golpeteo de las gotas de agua contra la carrocería, sonreía por lo incrédula que siempre me dejaba. Me gustaba aquella idea de la dualidad en el ser humano y quizá sea cierto que en nuestro interior habita tanto el bien como el mal. Por mucho que lo reprimamos, ese yo interno siempre está ahí agazapado a la espera de que le dejen salir.
Sin embargo, poniéndome en mi piel, apenas me lo podía imaginar. Siempre había sido muy tímida, casi al extremo, e imaginarse a otra “yo opuesta”, guerrera, decidida y valiente, se me hacía imposible. Quizá no todos tuviéramos esa doble faceta en nuestra forma de ser.
Escuché el sonido del motor apagándose y vi a mi novio saliendo del coche con rapidez, evitando mojarse, tarea imposible. Dio la vuelta rodeando el vehículo, sabía de antemano cuál era su objetivo. Tenía la sudadera quitada y se dirigía hacia mi puerta para taparme todo lo que pudiera. Lo sentía como un caballero, como mi verdadero príncipe azul que siempre me cuidaba, mi chico no tenía otra cara, la de la bondad era la única.
Salí del coche con calma pese al aguacero y a que el frío cambio de temperatura me aguijoneaba mis piernas desnudas. Obviamente, solo me había puesto una falda, para que la brisa paliase un poco el calor, pero ahora se antojaba insuficiente. Aunque cierto era, que el dolor que sentía en mis piernas, no era exclusivamente debido al frío que me acariciaba la piel. También tenía parte de culpa, el precioso coito que me proporcionó mi perfecto novio, todavía me temblaban.
Siempre era tan cálido… tan placentero… tanto su compañía como nuestras relaciones privadas. No éramos de probar muchas posiciones, con las llamadas “básicas” nos servíamos y apenas habíamos innovado con alguna otra, ¿para qué? Con aquello estábamos realmente satisfechos.
Pegado a su pecho, corrimos hasta el portal donde conseguimos resguardarnos de la tormenta. Notaba su calor debajo de los brazos que levantaba para lograr taparnos todo lo que pudiera, en verdad me sentía protegida y afortunada. Siempre había sido así durante nuestros cuatro años de relación.
Comenzamos a subir en el ascensor, mientras me observaba en el espejo y me colocaba una perfecta coleta en mi pelo rubio. Prefiero llevarlo suelto y… poder taparme con el cuándo la vergüenza me asalta. Sin embargo, en casa de mis suegros es diferente, desde el primer día me recojo el pelo, por un lado, para que se me vea el precioso rostro y por otro, para que no noten mi extrema timidez. Aunque estoy segura de que me conocen a la perfección y nunca les conseguí engañar.
Entramos en casa de mis suegros y como siempre deje que él pasase primero. Cerré la puerta, con delicadeza, para no dar un golpe y seguí a mi amado a su espalda. Siempre lo hacía, me colocaba tras él y seguía sus pasos, tal vez suene muy tonto, pero aquello me hacía sentirme más segura.
Mis suegros me saludaron con dos besos y una sonrisa que no esconde nada más que afecto, igual de amables que mi pareja, no había dudas. Al final, me conocen desde hace cuatro años, es normal que me tengan cariño, la cosa es que yo no puedo quitarme la timidez de hablarles, espero que alguna vez se pase.
Nos sentamos a la mesa y la cena empezó de lo más normal. Hablamos del trabajo de mis suegros, de la universidad y de cómo teníamos pensado ciertos planes a largo plazo. Amo a mi novio y si llevo con él este tiempo es porque opino que será mi futuro marido, por eso trató de vencer a la dichosa vergüenza. Sufre cuando me ve así, aunque estoy segura de que algún día se pasara… o eso creo…
—Paula —se dirigió a mí la madre de mi chico—, ¿tienes planeado hacer prácticas en alguna empresa?
—Bueno, —la miré de forma fugaz y volví la vista al plato— sí. Estoy esperando a que me llamen dos empresas, parece que les convenció mi curriculum.
—Seguro que sí —añadió mi suegro, mientras mi novio me agarraba de la mano sabiendo lo que me costaba conversar—. Eres una chica muy válida, seguro que alguna de las dos empresas te quiere, si no son las dos.
Tanto la mujer como el hombre me sonrieron y yo agaché la cabeza por la vergüenza, tratando de llevarme un mechón del cabello detrás de la oreja. Sin embargo, me había hecho tan bien la coleta que no tenía ni uno suelto, se notaría mi rostro enrojecido a la legua.
Giré algo la cara al tiempo que sonría hacia mi izquierda, pasándome la mano por mi mejilla derecha y después agarrando mi cuello. Trataba de sonreír de forma que no quedara forzada y sin que mi labio inferior me temblara, no entendía por qué me imponían tanto mis suegros, al fin y al cabo eran dos personas normales.
No obstante, eso no lo fue importante. Lo realmente curioso estaba hacia el lugar donde miré. Mis ojos recayeron en la parte de la mesa donde estaba sentado mi suegro, que comía con calma mientras me seguía sonriendo. En el acto reflejo habitual de bajar la mirada, mis ojos azules se dirigieron a un sitio donde jamás se deberían haber posado. Su entrepierna.
Fue un instante, en el que mi mano apretaba con fuerza mi cuello mientras mis ojos seguían clavados en aquella zona. Mi suegro tenía un vaquero pegado, no era un pantalón especial ni mucho menos, pero al estar sentado, todo se marcaba. Un montículo surgía desde la base y reptaba por su pernera izquierda.
Con ser consciente de lo que te rodea, cualquiera hubiera sabido lo que la tela del vaquero escondía. Lo que mis ojos estaban mirando, era la polla de mi suegro.
Me quedé petrificada. Si hablarles me daba pudor, ver aquella protuberancia que en realidad era el pene del padre de mi novio, fue el sumun. Saqué fuerzas de donde no las tenía para levantar la vista, aunque quizá fue peor el remedio que la enfermedad, ya que el hombre con aquel gran bulto me estaba mirando sin dejar de sonreírme.
Detrás de sus gafas, sus ojos marrones me seguían observando como al entrar, con extrema dulzura, pero esta vez, sabían que le había observado su zona más íntima, me había pillado. Siguió masticando como si nada pasara y, por un momento, le miré realmente a los ojos, como nunca lo había hecho antes, quizá el shock pudo a mi vergüenza.
Sentí la cálida mano de mi novio apretando en mi muslo y acariciándolo. Gracias a dios, su cariño siempre estaba ahí y aquello hizo que volviera a mi consciencia. Fijé la vista en el plato mientras el calor me invadía, quería que la tierra me tragase porque sabía que mi suegro se percató con mucha claridad de mi mirada. Era tímida, no estúpida.
Pensé en el libro, en cómo me gustaría tener otra personalidad a la que no la importasen, el qué dirán y que se plantase delante de mis suegros sin tonterías. Simplemente, mirándoles a los ojos y devolviendo la amabilidad que ellos me daban. Sin embargo, no poseía esas cualidades, aunque lo que si tenía… era un móvil.
El teléfono me vibró en la mesa al de dos minutos. Me sentí aliviada por poder bajar la vista y quizá responder a alguno de mis padres o a mis amigas. Los truenos comenzaron a sonar detrás de nosotros tras la puerta del balcón y, por un momento, hizo que mi espalda se estremeciera por el repentino estruendo. Activé la pantalla del móvil sin separarlo de la mesa, aunque cuando vi quien me hablaba, lo cerré por puro pánico.
No podía ser cierto, no era real que aquello me pasase, sentí mi corazón cabalgar hasta el punto de que me diera un infarto y caerme encima del plato de carne totalmente inerte. Algo me pudo, un sentimiento interno que hizo que mi mano se moviera sola y desbloquease la pantalla de nuevo. Cogí el móvil con las dos manos y lo coloqué en mi regazo. Quería esconderlo, que nadie viera quien era el que me hablaba, porque su mensaje era del todo irracional.
—¿Te ha gustado?
La pregunta era la única cosa que aparecía en la conversación de WhatsApp de mi suegro. Sentí mi cuerpo helándose, casi petrificado al completo por culpa de la mirada de la propia medusa. Creo que si mi novio hubiera tenido la mano en mi pierna en ese preciso instante, hubiera notado el bajón de temperatura que estaba sufriendo, pero por suerte, estaba cortando la carne.
El fuego me invadió el rostro. Estuve a un palmo de quitarme la coleta y taparme todo el rostro con mi pelo rubio, haciendo un terrible contraste entre el rojo fuego y el rubio oro. Mis dedos tantearon el teclado, queriendo contestarle sin levantar la vista y mucho menos girando mi rostro para verle.
Era una pregunta inapropiada, en un momento inapropiado y hacia una persona inapropiada. ¿Cómo había podido decirme semejante cosa? No me lo podía creer.
—No vi nada.
Podría haberle contestado algo más cortante, o decírselo a Pablo… incluso a mi suegra. Pero el hombre, tal vez me conociera demasiado y quisiera quitar hierro al asunto. Sabría que me había incomodado y quizá fuera una broma… una muy pesada… pero una broma.
—Me has mirado la polla.
Leí esta palabra y levanté algo la vista, mi suegro dejaba el móvil mientras hablaba con su querida esposa que estaba a su izquierda, ¡justo en frente de mí!
¿Qué debía contestar? No era una pregunta, era una afirmación, me había pillado con total claridad y mis dedos temblaban. Aunque lo que más me sorprendió fue lo último. Aquella palabra que, nunca usaba con mi novio y que jamás había pensado escuchar en aquel hombre.
Le vi de nuevo, con sus gafas, su correcto peinado y una de sus tantas camisas bien colocadas y planchadas, era imposible que aquella persona me hubiera dicho tal cosa. Le respondí lo primero que mi mente decidió.
—Sí.
Cuando lo leí me escandalice. Tomé un trago del agua que mi suegra me había servido y miré a mi novio que hablaba con su padre de un tema que ya no me importaba. Algo había sucedido, una cosa dentro de mi cuerpo se agitaba con violencia.
En el centro de mi vientre una serpiente daba coletazos haciendo llegar un calor infernal a todo mi ser. Estaba en plena ebullición, en una situación sin igual, llena de una euforia que no podía dominar.
De fondo seguía escuchando a mi novio, como si estuviera en una pecera mientras sus padres le atendían. Por la mente solo se me pasó una petición. Quería que se callase, que cerrarse esa boca y dejase que su padre me… contestase.
Agarré con una mano el móvil apoyándolo en mi muslo y con la otra hice lo mismo en la falda. Sentía unos nervios incontrolables y la garganta estaba totalmente seca. Otro trago de agua no me sacio, necesitaba un lago para mí sola.
La conversación cesó y mi suegra tomó la palabra, algo le contestaba a su hijo, pero me daba lo mismo, porque algo llegaba a mi móvil. La vibración al recibir el mensaje, me hizo sentir muy extraña, era una cosa irreal para la situación que estaba viviendo. Aquel cosquilleo en mi pierna, me había dado placer.
—Te has puesto cachonda.
No preguntaba, lo afirmaba. Sus palabras, que me parecían de lo más soeces, no me cuadraban saliendo de un hombre al que consideraba tan pulcro.
Volví a poner las manos en el móvil sin querer contestarle, queriendo levantar la mirada y enseñarle a mi suegra lo que me escribía el sucio de su marido. Estaba a punto de hacerlo, mirando a mi novio pensé en como su padre podía ser tan guarro y, en cambio, él me parecía un ser de luz.
No obstante, volví a reflexionar sobre esa vibración, en ese leve cosquilleo al recibir el mensaje. No había sido un placer amoroso como el que mi pareja me había provocado horas atrás, sino que fue algo más rápido, salvaje, algo salido de un instinto animal.
Me mordí el labio, observando como hablaban mi suegra y mi futuro marido, ajenos a que mi cuerpo ardía mientras miraba el mensaje. Una conversación secreta con una persona que estaba allí mismo, a mi lado, tan tranquilo y sin dejar de comer. No me atreví a mirarle, ni siquiera a que entrase en mi campo visual, pero sí que escribí… algo tan rápido que fue como un parpadeo.
—Sí.
No levanté la vista, ni tampoco abrí la boca. Solo dejaba un resquicio entre mis labios para poder dejar pasar un aire furioso que lograba entrar para dar a mis pulmones la vida que necesitaban.
Estaba acelerada, alocada, no me reconocía. La vergüenza se me había pasado, aunque tampoco quería mirarles a los ojos, y únicamente podía beber agua para quitarme esa sensación de la garganta. Mi cuerpo se había tensado, si me movía cualquier músculo me dolería y sobre todo mi vientre, donde todo giraba como en el tambor de una lavadora.
—Paula —de pronto saltó mi suegro mirándome a los ojos—, ¿te ha contado Pablo que tengo una especie de pequeña bodega en el trastero? —¿cómo se atrevía a hablar? ¡Estaba loco!
—Pequeña bodega… —rio mi suegra mirándole con mucho amor— es el pequeño minibar de tu suegro, pero hace su función.
Los dos se sonrieron como adolescentes enamorados mientras su hijo, daba un buen trago de agua y seguía la conversación que sus progenitores detuvieron.
—Creo que alguna vez te lo comente, ¿no? —su voz, tan dulce como siempre, ya no me importaba, más relevancia tenía la información sobre su padre— A mi padre le gusta siempre tener un buen vino para alguna que otra ocasión especial.
—Me parece… —carraspeé porque mi voz era como la de un pequeño pajarito— que algo sí que me suena.
—Lo tengo todo muy bien colocado, la verdad que estoy orgulloso, todos los estantes los hice con mis manos. —su mirada era firme y directa. Por primera vez, no le quité la vista de sus ojos— ¿Te apetece verla?
No me importan lo más mínimo los vinos y tampoco me gusta su sabor. Cómo mucho, alguna vez lo he mezclado con un refresco aunque, sinceramente, no soy de beber alcohol. Sin embargo, era el momento perfecto para detener aquel estúpido sentimiento y dejar esa mirada libidinosa en nada.
Me pasé con discreción la lengua para humedecer mis labios y hablar con más claridad. Tragué toda la saliva que mi boca me permitía para que mi negación se escuchase de manera formal, pero contundente, que supiera que no estaba dispuesta a seguir con esas tonterías.
—Bien.
Contesté sin titubeos e incrédula de la palabra que atravesaba mis finos labios. No podía ser, no podía entender que me pasaba, estaba con un calor que me comenzaba a marear, como si el vino de su bodega me hubiera emborrachado.
Mi suegro se levantó sin que mi decisión perturbase lo más mínimo su rostro de amabilidad y bondad. Los otros dos participantes de la mesa siguieron tranquilamente su charla, ajenos a que el hombre más mayor de la cocina, tenía una erección bajo sus pantalones. Fui la única que me di cuenta de ello, porque… la miré.
—Es justo aquí arriba —añadió Pablo señalando con el dedo el techo de la cocina—. O sea que no os vais muy lejos.
Me pasó su mano por el brazo, acariciándome con ternura y pensando que mi timidez haría que pasase un mal rato o estuviera incómoda. Sin embargo, por una vez no la sentía, lo que bullía en mi interior eran… otros sentimientos.
—Es un momento —le contestó el padre al hijo—. En unos minutos, estamos de vuelta. Tampoco hay mucho que ver allí arriba.
Anduve directa hacia la puerta sin casi esperar a que saliera de la cocina, una fuerza en mi interior me impulsaba, algo que me animaba a subir a aquel trastero. El calor de mi vientre se estaba moviendo por todo el cuerpo y una electrizante sensación comenzaba a bajar desde mi cerebro hasta la parte más sensible de mi cuerpo.
Delante de la puerta de madera me quedé mirándola, era la última barrera que iba a atravesar. Tras de ella, el contacto con mi novio no existiría, era ahora o nunca, mi decisión tenía que ser en ese momento.
Una mano pasó a mi lado, después un brazo recubierto por la tela de una camisa. Miré hacia el cuerpo del hombre, era mi suegro, el mismo de siempre, que me abría la puerta con gentileza y me sonreía de la misma forma cordial, nada más.
Estuve tentada de esperar a que pasase, pero el camino no tenía pérdida y esta vez, quería ir por delante. Di los primeros pasos, sintiendo el frescor de la escalera debido a la tormenta.
Mi primer pensamiento fue que toda mi seguridad se quedaría en la casa, pero no era así. Lo que sí que dejé fue la cordura, pero me sentí más valerosa que ninguna otra vez. La puerta se cerró mientras recordaba las palabras que el hombre tan correcto me había escrito por el móvil, todavía no daba crédito y menos, a que hubiera accedido a estar a solas con él.
Las escaleras hacia el trastero las subí a buen ritmo, sabiendo que a mi espalda unos ojos escondidos tras unas pulcras gafas me observaban. En una posición más baja que la mía, pensé que con el simple hecho de fijarse en mis muslos, con un poquito de suerte, podría ver la ropa interior de debajo de mi falda.
Con sumo cuidado, poseída por una fuerza desconocida para mí, agarré la cintura de mi falda de color blanco. Mis manos casi en mi vientre comenzaron a subir levemente la tela mientras mis finas piernas no paraban de subir los escalones. A cada pasa unos milímetros se elevaban y mis muslos eran más visibles.
No estaba del todo segura, pero una voz en mi interior, una conciencia, pepito grillo o qué sé yo, me decía que me estaba mirando el trasero. Me la había subido lo suficiente como para que viera mi ropa interior rosa recién estrenada con su hijo. Apostaría cualquier cosa que sus ojos estaban fijos en mis nalgas y… lo mejor… o lo peor de todo aquello, es que yo estaba disfrutando.
El paseo hasta la puerta del trastero fue extraño. Sentía su presencia a mi espalda, junto con un escalofrío que no sabía identificar que era, quizá la adrenalina o el éxtasis de saber que ese hombre quería hacer más cosas que enseñarme sus botellas.
Seguimos en silencio, no hubimos dicho ni una palabra, ni falta que hacía. Ahora estábamos allí, delante de la vieja puerta del trastero, con una luz casi nula alumbrándonos. La tensión se respiraba en el ambiente y lo único que rompía el silencio que reinaba en la zona de los trasteros, era el leve tintineo de la lluvia que golpeaba en algún cristal perdido en aquel pasillo de puertas.
Mi suegro sacó las llaves, moviéndolas en el aire y haciendo que el sonido metálico me recordara a un sonajero. Abrió la puerta en un momento, con un grácil movimiento de muñeca. Se abrió ante mí un lugar desconocido que me recibía, tanto físicamente, como mentalmente.
Pasé a ese pequeño habitáculo donde si extendía las manos podía tocar ambas paredes y quizá en siete y ocho pasos lo recorría de una punta a otra. El padre de Pablo cerró la puerta tras de sí, quedando los dos encerrados en una pequeña estancia que justo se hallaba encima de las cabezas de mi novio y su madre.
Una única bombilla antigua colgaba del techo, seguramente tan antigua como el edificio, pero que seguía haciendo su trabajo de forma efectiva. El sitio… pese a todo… me resultó acogedor.
Vi que las botellas estaban a mi espalda, pero no las miraba, solo observaba como el hombre se acercaba a mí sin su sonrisa, portaba un gesto seria que nunca había visto en sus facciones.
Sin palabras, se colocó delante de mí. Sacándome una cabeza, alcé mis ojos sin dejar de mirar a los suyos que se escondían detrás del cristal. No tenía vergüenza, ni un ápice, mi rostro aunque rojo, ya no mostraba timidez, si no deseo.
Sus manos se posaron en el botón de su pantalón. Miré con descaro como sus ágiles dedos trataban de bajar la ropa con calma, como si el tiempo no corriera en nuestra contra. Pero… el tiempo para hacer... ¿Qué?
Esperé lo que me pareció un siglo, viendo primero como las perneras se deslizaban por sus muslos peludos y con ellas también lo hizo el calzoncillo. Hicieron el camino obvio, atravesando sus rodillas para dar a parar en unos tobillos a los cuales ni siquiera mire.
Un trueno sacudió el exterior con tremenda fuerza, pero no me inmute. En el reflejo de mis ojos se podía atisbar lo que me había hipnotizado. Llamarlo pene o pito hubiera sido un insulto, de mi mente, de un recóndito paraje donde guardo con llave las palabras que no me gusta decir, saltó una palabra que no lo dejaba en mal lugar. POLLA.
Sin embargo, aquello no era una polla, era un pedazo de miembro de semental, una cosa que apenas había visto en un video porno que una de mis amigas me mandó una vez. No podía saber cuántos centímetros tenía, pero colgaba dura de forma férrea como si mi suegro portara una espada.
Estábamos tan cerca que por poco me toca con ella, de dar un mínimo paso la tendría golpeando mi cadera… o mejor aún, mi sexo. Seguía quieta, tal vez esperando a que mi suegro hiciera algo, pero sí que notaba algo… o quizá ese fue el momento que me percaté de ello. Mi vagina estaba mojada.
No me dio tiempo para admirarla. Mientras todo lo del exterior se acallaba y prestaba mi máxima atención a lo que tenía delante de mis ojos, los labios de mi suegro se movieron.
—Chúpamela.
En mis oídos sonó de lo más normal. Lo escuché no como una petición, no como una exigencia, sino como quien comenta con toda tranquilidad que fuera está lloviendo.
Con lo normal que me resultaba la palabra, me arrodillé sin perder el tiempo. Apenas lo he practicado en contadas ocasiones con mi novio, pero no soy muy de hacer mamadas. Salvo que en ese momento, era mi anhelo, lo que más deseaba en el mundo, incluso sentí que en el interior de mi boca, empezaba a salivar.
La cogí entre mis finos y pequeños dedos. Una morcilla grande, dura y venosa que incluso me pesó. Apreté con delicadeza, como si aquella quinta extremidad de mi suegro se fuera a romper… abrí la boca todo lo que pude formando un círculo y escondí mis dientes.
La sentí dentro, muy dentro. Traté de mamarla entera, pero esa misión estaba perdida antes de empezar. La saqué de nuevo, sintiendo que al notarla tan dentro de mi boca había sido placentero. Por lo que la obviedad era volver a metérmela todo lo que pudiera. Antes de hacerlo gemí.
—¡Dios…! —suspiró el padre de mi novio cuando topó con mi garganta.
Otra vez la tuve fuera, viendo como una fina capa de mi abundante saliva la recubría. La chupé con mi lengua y la volví a meter, esta vez hasta que casi me dio una arcada. El que gimió en esta ocasión fue él, algo que hizo que en el interior de mi vagina algo palpitara de placer.
Puso su mano junto a la mía para que supiera como tenía que agarrar su tremendo pollón. Prefería la fuerza, quería sentir mis dedos aprisionando una verga que no abarcaban. Sujetándola como me pidió, volví a metérmela en la boca, mientras que el calor volvía a inundarme. Me dio la sensación que un cuchillo placentero había traspasado mis labios vaginales y se dedicaba a darme placer, era increíble. Era una tontería negarlo, nunca había estado tan cachonda.
Mi felación continuaba en un ritmo pausado, algo que era lo único que sabía hacer. Sin embargo, mi suegro me volvió a dar pautas para que mejorase, esta vez de forma más rudimentaria. Asió mi cabeza por la coleta y con un movimiento de cadera, introdujo su pene todo lo que pudo, en esta ocasión, traspasando mi garganta.
Abrí los ojos todo lo que pude y solté su miembro agarrándome en sus muslos para soportar aquello. La primera había sido normal, pero el siguiente movimiento de cadera hizo que mi garganta sintiera un golpe realmente poderoso.
Así llegó el tercero, el cuarto y… no paró. Su mano me impulsaba la cabeza hacia su cuerpo mientras su movimiento de cintura me clavaba sus innumerables centímetros en mi boca.
Sentía la carne, el calor, la dureza, incluso podía palpar con mi lengua los montículos que sus incontables venas llenas de sangre formaban. Las entradas y salidas se sucedían y yo trataba de abrir mis labios tanto como podía, porque realmente, me estaba follando la boca.
Me la metía cada vez con más fuerza, queriendo que me tragase todo lo que me ofrecía, pero era imposible, nadie en el mundo podría. Le miré con los ojos algo vidriosos, el placer me estaba inundando al sentir tanto poder contra mi garganta, no quería que se detuviera aunque me costase incluso respirar.
Pareció satisfecho después de un minuto haciéndole el amor a mi boca, aunque decir esto sería demasiado cortés. Apretó con fuerza mi coleta, la cual aguantó el agarre a saber cómo y no se soltó ninguna hebra de mi cabello. De nuevo volvió a introducirme todo lo que pudo en mi interior, con desmesuradas ganas.
Aparté mi lengua y escuché como gemía en el pequeño trastero. Su fuerza me aprisionaba, tanto por detrás de mi cabeza como con su ariete por delante. Su poder era algo que nunca había sentido y me sorprendí al ver que una de mis manos no estaba en su muslo, sino apretando mi clítoris por encima de mis bragas rosas.
Me sentí llena, totalmente rebosante, su polla de caballo había atravesado mi garganta con fuerza y una lágrima me salió de mis preciosos ojos azules debido al esfuerzo. Recorrió mi mejilla con rapidez hasta llegar a mi barbilla, justo cuando mi suegro me soltaba la coleta y sacó su rabo de todo de mi interior.
Tosí dos veces al liberarme y la saliva corrió junto a mi lágrima, cayendo en el suelo del trastero. Aunque solo había sido una pequeña muestra, puesto que la mayoría de mis fluidos se encontraban paseándose por la tremenda polla del hombre que me miraba expectante.
Me puse de pie con decisión, quitándome aquella estúpida vergüenza que me había atenazado toda la vida. La tormenta parecía desatarse en mi interior y esos truenos que estallaban de vez en cuando, no eran nada más que el descubrimiento de mi lujuria.
Estaba de frente a mi suegro, con su pene enorme, gordo y palpitante, rozando mi falda. No me demoré por más tiempo. Abajo nos esperaban y yo quería algo más. Apuntale los talones en el suelo y mi zapatilla giro rápidamente en el trastero.
Viré mi cuello, mirando que mi suegro tenía los ojos bien abiertos detrás de sus gafas. Su pecho subía y bajaba, estaba desatado, incluso más que yo si eso era posible. Por lo que no iba a dejarle con semejante calentón, primero me había follado la boca, ahora tocaba otro agujero.
Incliné un poco mi espalda, casi topando mi rostro contra la pared. Con ambas manos llegué al final de mi falda y en un gesto que rozaba lo infantil, me subí la falda dejando mis bragas rosas al aire. Le sonreí al salido de mi suegro que no paraba de mirarme.
—¿Te excita lo que ves?
Dejé de mirarle y apoyé las manos en la pared, sabía que con semejante fuerza me reventaría en cuestión de segundos, debía tener un punto de apoyo.
Sentí que se agachó, posicionando su rostro delante de mi culo. De forma dulce, algo que parecía que había olvidado, me acaricio ambas nalgas, gustándose de lo que veía, seguro que era el mejor culo que vio en su vida.
De pronto, lo noté. Su mano se había levantado y cayó sobre mi nalga con fuerza, cortando el aire y propinándome por primera vez un azote. No me moví, ni siquiera un pelo de mi cabeza, no le quería dar el gusto. Sin embargo, por dentro me mordí la lengua, me picó y supe que se me iba a poner rojo, pero que cachonda me había puesto.
Pasó esta vez sus manos por las dos nalgas con calma, primero por la que estaba enrojeciendo y después por la que estaba virgen de sus manotazos. Agarró con fuerza mi ropa interior rosa que horas atrás su hijo me había arrebatado con suma dulzura.
Las bajó al momento, llegando a estirarlas en mis rodillas y dejando que se quedaran allí. Por unos cuantos segundos observó mi sexo, pelado al completo y rosado debido a mi piel blanquecina. Seguramente se volvió loco al ver que unas pequeñas gotas ya rezumaban del interior, con la mamada que le había hecho, todo mi cuerpo había comenzado a carburar, era normal estar así.
No perdió más tiempo, debajo de nuestros pies, su mujer y su hijo nos esperaban. Agarró ambas nalgas, con una mano en cada una y las separó con fuerza. De allí emergieron mis dos agujeros, incluso noté como un pequeño aire golpeaba contra ellos, era el aliento caliente del salido de mi suegro.
Lo siguiente fue glorioso, aunque breve. Porque una humedad me recorrió ambos recovecos, picándome ligeramente la recién salida barba del padre de mi novio. Su lengua había pasado primero por mi vagina, llevándose unos cuantos fluidos, para después, acabar en mi virgen ano. Por allí se recreó un poco, unas milésimas de segundo nada más, pero sentir su músculo húmedo tratando de entrar por aquel agujero me volvió loca.
No me hizo esperar por lo que tanto necesitaba y en un movimiento rápido, se puso de pie a mi espalda. Sentí su capullo en la entrada de mi coño y, por un momento, me imaginé que me lo colocase más arriba, unos centímetros únicamente. “Si me da por el culo, literalmente me lo rompe” pensé de una forma que jamás había hecho.
Entró dentro de mí con fuerza, con rudeza, sin atisbo de la galantería con la que me solía tratar, era lo mismo que había hecho en mi boca. Suerte que la lubricación era excesiva entre mis fluidos y mi saliva… aquello resbaló como un suelo enjabonado. No fue dulce, no fue cortes, solo se empezó a mover mientras su polla se abría camino en mi interior.
Al de unos pocos segundos posó su mano en mi hombro y la otra en mi cintura, sujetándome con fuerza para meterme todo lo que, Dios o la genética, le habían colocado en la entrepierna.
Fue algo que no sé cómo describir, aquella verga carnosa y repleta de venas me había entrado a donde nadie jamás había conseguido llegar, haciéndose paso entre mi cuerpo y recolocándome las entrañas. Sentí un escozor que me hizo apretar los dientes mientras un trueno caía muy cerca de nosotros. Sin embargo, notar como mis músculos se abrían para apretar de nuevo todo lo que tenía aquel hombre, me produjo un placer insano.
El sexo comenzó y preferí cerrar los ojos para sentir con cada célula de mi cuerpo lo que mi suegro me daba con su polla de caballo. Las entradas eran duras y secas, tanto que sus genitales llenos de semen empezaron a golpear mi clítoris sin parar. No me pude contener, pensando en que mi novio y su madre estaban debajo hablando mientras el hombre de la casa me follaba como un poseso. Me puse muy cachonda.
—Te gusta ser una guarra, ¿verdad? —me soltó de pronto con un tono de voz muy diferente al habitual. Me hubiera gustado contestarle, pero en ese momento no podía más que gozar.
Empecé a lubricar demasiado y decidí mirar a mi suegro. Su cara ya no era dulce, sus ojos se perdían en el placer y sus dientes se apretaban con fuerza mientras disfrutaba como un niño con su juguete nuevo. El pene no paraba de poseerme, entraba en su totalidad y yo notaba como si me estuviera metiendo un martillo hidráulico.
Aquello en cualquier momento iba a terminar. Arañé con fuerza la pared, abrí la boca todo lo que pude, de la misma manera que cuando estaba agachada y chupándosela. No me pude contener, estaba en otro mundo, sacando una personalidad que nos sabía que existiera. De mi interior rugía una bestia con ganas de más, mucho más. Le miré con mis dulces ojos, mientras mi coleta se movía de un lado a otro debido al movimiento que provocaba su follada.
—Acaba de follarme, cabrón.
Mi voz sonó distorsionada, similar a si hubiera salido de lo más profundo de mi ser. Una voz nacida en el mismo infierno que me poseía apartando a un lado mi tímida alma.
El hombre que me embestía sin parar alzó de nuevo la mano y la depositó con fuerza en la nalga que todavía quedaba impoluta. Después del golpe, ambas estaban marcadas por mi suegro, su palma se veía roja a la perfección, ni un tatuador habría hecho mejor trabajo.
—¡Eso es, cabrón!
Al sentir una de las últimas entradas, grité. Estaba a punto, tanto que notaba un calor concentrado cerca de estallar. Las estrellas se estaban juntando, dejando todo su fulgor dentro de mi vagina, con unas ganas locas de hacerme vibrar.
—No grites tanto, que te van a oír —dijo entre dientes con visible excitación.
—Me da igual. —me veía pletórica, con una confianza absoluta y una sonrisa de oreja a oreja por conocer el verdadero placer— Tú haz lo que te he dicho. Fóllame bien, suegro.
El cabeza de familia apretó el ritmo y gemí sabedora que podrían escucharme y… me parece que en mi interior quería que fuera así. Antes de que consiguiera llegar al clímax, una última cosa avivó mi calor hasta límites insospechados.
Una última embestida hizo que todo el poder de mi suegro entrase dentro de mí. Solo sus genitales quedaron a la intemperie. Me agarró con fuerza, pegándome a su cuerpo y separándome de la pared. Apretó con una mano uno de mis pequeños senos y con el otro volvió a asir mi coleta con fuerza.
—Me co… me co… corro… —respiraba casi en mi oreja y sentí como sus labios topaban en mi frágil cuello. Entonces me dio un mordisco que me estremeció— eres una perra…
Su voz se había perdido y movió su cadera por si algo de su polla quedaba fuera. Era imposible, no me cabía nada más, pero con aquel último envite me puso de puntillas, incluso por unas décimas levité sostenida nada más que por su polla.
—Perra…
No pude terminar de hablar, únicamente gemí de placer al sentir la leche caliente que mi suegro depositaba en barriles industriales dentro de mi vagina. Me corrí a la par, sintiendo el paraíso en cada célula de mi cuerpo sin poder parar de vibrar. Sollocé, grité y me revolví como si estuviera poseída, logrando el mayor orgasmo de mi vida.
Su semen me completaba, rebosaba en mi interior, incluso con tal abundancia que sentía como por mis muslos corrían gotas traviesas.
Todavía pegada a él y con mis piernas tan palpitantes como su corazón, reí. Una carcajada mezclada con un placer extremo me envolvió sin poder remediarlo. No podía detenerla, era una risa sincera y abierta, casi demente, pero estaba feliz.
Saqué su tremendo pene de mi interior viendo que disminuía de fuerza y tamaño. Sentí las primeras carreras de gotas calientes, correr por mis muslos, ambos fluidos se habían juntado para crear uno solo.
Le miré a los ojos de nuevo, aquellos ojos que seguían produciendo fuego, pero que los notaba mucho más a mi altura que antes. Me volví a reír y sin saber por qué le negué con la cabeza, para apoyarme en la pared y descansar una décima de segundo.
Me coloqué las bragas deteniendo la hemorragia de semen y al tiempo que me colocaba de nuevo correctamente la coleta le dije sin parar de sonreír con amplitud.
—La perra será tu puta madre.
Sin dejar de mostrarle mi preciosa dentadura blanca y con los pómulos encendidos en el fuego del infierno, caminé a la puerta con las piernas debilitadas. Me giré mientras me apoyaba en el marco, en parte para ayudar a mis pies a que sostuvieran mi poco peso, y con una dulce voz volví a dirigirme a mi suegro.
—Vamos, cabrón. Tu mujer y tu hijo nos esperan abajo.
Se apartó de la pared mientras yo seguía mi camino y le escuché decir mi nombre para que le esperase. Sin embargo, yo caminaba con la cabeza bien alta y el coño bien caliente hacia la puerta donde me esperaba mi novio.
Cuando bajé las escaleras, en ese instante llegaba mi suegro con la lengua fuera y el pantalón medio puesto diciendo que le esperase. Me crucé de brazos sin parar de mirarle y le guiñé un ojo antes de que atravesásemos la puerta.
—No cuentes nada —me comentó de pronto, algo que me impresionó, porque de ninguna manera contaría algo como eso.
—Ya veremos… —le dije al lado de la puerta, colocando mi mano en la cerradura para que no abriera— si te portas bien y… —así con mi otra mano el pollón de mi suegro y se lo apreté con fuerza. Se inclinó ligeramente debido al dolor— me das de esto cuando te lo pida. Seré una nuerita buena y callada.
Entramos en silencio, mientras el eco de la conversación nos llegaba desde la cocina. No dijimos nada y entre la primera con una ligera coloración en el rostro mientras el hombre lo hacía con timidez.
Me senté junto a mi pareja mientras le tocaba su brazo y le dedicaba la mejor de mis sonrisas. Una dulce y de puro amor, no la que le había dado a mi suegro, esa no era para Pablo.
—¿Te gustó? —me preguntó mi príncipe azul mientras el guarro de su padre se sentaba sin mirar a nadie.
—¡Me encantó! Tal vez un día tome una copa de ese vino, parece bueno.
Se quedó sorprendido por mi verborrea delante de sus padres. Nunca había dicho una frase tan larga y con tanta sensación de seguridad. Pablo notó un cambio, algo que parecía haberme dado confianza. Mi amor me sonrió de felicidad.
Nos despedimos de la forma más normal, sin dar señales que todavía el semen de su padre seguía cayéndome a la braga, la cual echaría a lavar o quizá a la basura nada más llegar a casa.
Casualmente, el día había dado una tregua y el sol, aunque ya escondiéndose en el horizonte, todavía secaba las mojadas aceras. No hacía falta que mi futuro marido me tapara con su sudadera, aun así, me acompañó hasta el asiento del copiloto, las piernas aún me fallaban. Seguramente pensaría que era por él y en parte tenía razón, pero la mayor parte de culpa recaía en su progenitor y en su puta polla de caballo.
Me senté en el coche para que Pablo me llevara a casa. Dejé el móvil en la pierna esperando recibir un mensaje que seguro llegaría de mi suegro y volví a coger mi libro. Reí con ironía, podía ser posible que dentro de mí, sí que habitara un Señor Hyde… Señora en este caso.
Mostrar al Doctor Jekyll era lo que más me gustaba, esa faceta amable y buena que me caracterizaba. Pero me había fascinado mi contraparte más salvaje y antes de llegar a casa, justo cuando estaba en el portal y despedía a Pablo, mi otro “yo” sonrió, porque mi suegro me había hablado. Me parece que, de vez en cuando, voy a poder sacar a la bestia.