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Mi sobrino Ricardo - Capítulos 001 a 004
Mi sobrino Ricardo - Capítulo 001
Llevaba más de diez minutos hablando por teléfono con Gisela. La señal del celular no era muy buena, y a cada rato la voz de mi hermana se escuchaba entrecortada. El bamboleo del bote y lo alejado de la costa, hacían más difícil la comunicación entre las dos. En este país, nada funcionaba bien.
—Sí, hermanita, te escucho. No te preocupes, mándame a Ricardo mañana que yo lo espero —Del otro lado del móvil, mi querida hermana se extendía en explicaciones y recomendaciones de cómo debía atender a mi joven sobrino. Mi novio, desde la popa, me hacía señas de todo tipo para que cortara la llamada, decía que le alejaba los peces.
Junio era un mes espectacular para salir de pesca y disfrutar el paisaje de ensueño que ofrecían los islotes del parque nacional. La cava de plástico blanco, estaba llena de pargos y atunes, sin embargo Alex, mi novio, y Jesús su eterno acompañante, nunca estaban satisfechos.
Todos los fines de semana, religiosamente, Alex embarcaba seis u ocho turistas y los llevaba a pescar en las maravillosas aguas del Parque Natural. Claro, esto ocurría en tiempos normales, ahora con la pandemia, hacía varios meses que no percibía ingresos por ese concepto. Los domingos, aprovechaban para salir a pescar y yo los acompañaba para tomar el sol y salir del asfixiante encierro.
Tirada en la proa, sobre una toalla que colocaba encima del pequeño camarote del bote de 35 pies, pasaba horas exponiéndome al sol y viendo las discusiones acaloradas entre mis dos acompañantes, debido al tamaño de sus pescados. Cada hora me zambullía en las cristalinas aguas y volvía a mi rutina bajo el abrasante sol.
Generalmente, llevábamos una caja de cervezas y unos aperitivos para pasar el día. La dosis de sol dominical, era suficiente para mantener mi envidiable bronceado. Disfrutaba mucho de las miradas furtivas de Jesús cada vez que Alex se entretenía con sus capturas. Eso me gustaba. Ya, a las cinco de la tarde, regresamos a tierra firme a reposar del cansancio acumulado en la deliciosa pero agotadora jornada.
Alex, me dejó en el apartamento. Me di una relajante ducha fría y me tumbé en la cama a descansar una hora para reparar mi agotado cuerpo. Ya entrada la noche, me preparé una ensalada y me senté a organizar mi agenda para el inusual lunes que me esperaba. En mi móvil anoté:
-Llamar al señor del gas
-Buscar veinte litros de gasolina en la estación de servicio
-Salir a comprar alimentos y bebidas.
-A las 3:00 pm, buscar a mi sobrino al terminal de pasajeros.
-Cambiar 150 dólares.
Como ven, una agenda nada normal. Ah, me olvidaba:
-Llenar el depósito de agua a las 6:00 am.
-Recorrer varías farmacias para comprarle medicinas a mamá y enviárselas a Caracas.
Vivir en este país es un desastre, sobrevivir en esta pandemia, casi imposible.
“Por suerte”, vivo en una pequeña ciudad que es considerada una Burbuja. Es un territorio aislado y relativamente blindado, hasta ahora, de la inefable peste roja.
Bueno, no los fastidio más con mis carencias, aunque agregaría que vivo relativamente bien, gracias a la remesa que me envía mi papá desde Canadá. Mi padre, trabajó hace treinta y tantos años en las petroleras y se casó con mi vieja, con quien tuvo dos hijas: Mi hermana Gisela de treinta y ocho y yo de treinta y dos. Se marchó a su tierra luego de separarse de mi madre, pero gracias a Dios me ha metido la mano en esta larga cuarentena.
Desde hace cuatro meses no produzco un centavo. Me dedico a administrar dos restaurantes y se podrán imaginar cómo está ese negocio hoy día.
Luego de comer, caí rendida.
Temprano en la mañana, llené el depósito de agua y me di una ducha para salir a guerrear. Aprovechaba esa hora con el vital líquido y me relajaba por varios minutos bajo el agua tibia. Me gustaba tocarme. Acariciaba todo mi cuerpo con el suave jabón de almendras y Romero que nunca faltaba en mi tocador. Me consideraba una mujer ardiente pero fiel. Llevaba 6 años de novia con Alex y se puede decir que felizmente. Era un bohemio empedernido que no tenía entre sus prioridades el matrimonio.
A veces me preguntaba si disfrutaba el sexo como yo. Cumplía con sus obligaciones, pero últimamente lo sentía distante y con poco fuego en su relación conmigo. En el último año, nuestros encuentros eran cada vez menos frecuentes y yo sentía que no se entregaba como otrora. Muchas veces, luego de estar con él, recurría a mi consolador para aplacar mis fuegos internos. Hasta me cuestiono yo misma: ¿Será que soy insaciable? Todos los días lo utilizo para vivir mis frecuentes e insólitas fantasías. He adquirido varios modelos de diferentes tamaños, por eso creo, que tal vez, el problema no sea Alex sino yo, pero gracias a mis aparatos nunca había sentido la necesidad de buscar el placer fuera de nuestra relación.
A mis treinta y dos años, soy la envidia de mis amigas. No soy, lo que se pueda llamar una belleza, pero mi cuerpo hace suspirar a todo el que me ve en la playa con mis diminutos bikinis. Me encanta ser auscultada por las miradas de hombres y mujeres. Siento un insano placer al ser desnudada por la vista de quienes me miran. Soy una mujer alta con piernas largas y caderas pronunciadas. Mi abdomen está bien conservado por los arduos trabajos en el gym. Mis senos son de tamaño normal, pero bien erguidos y bronceados como todo mi cuerpo. Mi piel hace tiempo que dejó de ser blanca. Mis amigas me dicen que tengo un parecido a Katerinne Fullop. Yo no me creo nada de eso, pero si sé que estoy bien buena, como dicen por acá.
Luego de hacer mis diligencias y prepararme un rápido y cetogénico almuerzo, descansé un poco y me fui a buscar a mi sobrino a la terminal de pasajeros. Su autobús tenía estipulado llegar a las 2:45 de la tarde.
Mi sobrino Ricardo, un muchachón de 18 años, era el orgullo de la familia. Había sido fichado por un equipo europeo y tenía vuelo para irse en marzo de este año, pero por las causas conocidas, estaba esperando se reabrieran para marcharse. Yo tenía como tres años que no lo veía personalmente, pero su papá me subía sus videos en YouTube, de sus juegos y ahí podía apreciar su buen físico y sus excelentes atributos para el futbol.
Las condiciones estrictas de confinamiento en la capital, le habían impedido entrenarse con comodidad. Mi cuñado estaba preocupado porque estaba ganando peso y decidió enviarlo a donde yo vivo. Aquí existe un centro de alto rendimiento que, gracias a Dios, todavía está operativo a pesar de la pandemia. Aquí estaría conmigo hasta que todo se normalice.
Lo reconocí inmediatamente. Se acercó a mi vehículo con dos bolsos deportivos a reventar. Le di un efusivo abrazo y le abrí el portaequipajes.
—Estás inmenso sobrino! Dios te bendiga! —Le dije.
—¡Hola, tía, tú estás preciosa! —me respondió apretándome fuertemente contra su desarrollado pecho.
En el trayecto al apartamento nos pusimos al día. Ricardo es un joven muy extrovertido y simpático. Platicamos sobre su plan de radicarse en España y de cómo debía intensificar su preparación física para llegar en forma al campamento. Me contó que era defensa central por su habilidad para parar todo lo que llegaba al área y por su nada despreciable altura de 1.90. De verdad, yo no le noté ningún sobrepeso, como decía mi cuñado, pero yo no era muy conocedora de las cualidades físicas que se necesitaban para ese deporte.
Mi apartamento, no es muy grande pero he tenido la suerte de decorarlo a mi gusto. Tenía dos habitaciones, dos baños, un espacioso salón integrado a la cocina, y lo que más me agradaba, un balcón –terraza, en donde tenía una parrillera portátil, una mesa de cuatro puestos y dos sillones en donde me deleitaba con la hermosa vista que dominaba la espectacular bahía. Frente al edificio de 15 pisos, se ubicaba la marina que albergaba decenas de embarcaciones de diferentes esloras. Lanchas deportivas, pequeños yates y motos de agua, descansaban apareadas en el muelle de madera, esperando el regreso del próximo fin de semana. Desde el piso 14, tenía el dominio completo del mar y los distintos islotes que parecían flotar en lontananza.
Lo instalé cómodamente en la habitación destinada para él. Le mostré el baño que utilizaría en sus días en mi casa y le serví un refrescante jugo verde para que se repotenciara. Conversamos un largo rato y luego me sumergí en una conversación telefónica con mi hermana, quien no dejaba de agobiarme con sus instrucciones sobre cómo cuidar a su “pequeño” muchacho. Antes de irme a descansar, le expliqué el engorroso mecanismo para ducharse con el balde de agua ubicado en mi baño. Solo para las duchas vespertinas podría usar el mío, mientras compraba otro balde para colocarlo en su ducha. Lo anoté en mi agenda.
En mi habitación, me puse cómoda con el pijama de algodón azul que me había regalado Alex y me tumbé unos minutos para reponer fuerzas para luego calentar la cena. Ya no prepararía cualquier cosa, como solía suceder, Gisela me encomendó enormemente que el niño comía como un desesperado. Lo necesitaba.
Pocos minutos habían transcurrido y estaba absorta en mis pensamientos, cuando escuché el toc, toc, en la puerta de mi habitación.
—Tía, tía, disculpa. ¿Estás despierta? —Se escuchó del otro lado.
—Sí, sí, pasa —Le dije con voz perezosa.
—Perdona, tía, quiero tomar una ducha, me siento sucio luego del viaje.
—Seguro, Ricardo. Pasa con toda confianza —Agregué.
Mi sobrino caminó lentamente al baño en suite de mi cuarto. Llevaba una toalla sobre su espalda y un diminuto short que permitía ver su abultado instrumento y sus desarrolladas y musculosas piernas. Parecía un gladiador romano. Cerró la puerta del baño y yo proseguí con mi leve descanso sin poder quitarme la imagen de mi sobrino de la cabeza. El ruido del agua que chorreaba desde la taza de plástico que tenía destinada para tal fin, me hacía pensar como era su recorrido por tan espectacular y juvenil cuerpo. Me estaba calentando, cosa que no era muy difícil en mí. Alex no estaba disponible para esta noche, tendría que recurrir a alguno de mis inseparables amigos que guardaba celosamente dentro de mi closet.
Más tarde, calenté una abundante cena para mi sobrino y retorné a mi cuarto a ducharme y prepararme para el nuevo día que se avecinaba. Bajo la incomodidad de la ducha nocturna, las imágenes de mi sobrino me pusieron cachonda. Ya en la cama, acompañado del último consolador que había comprado en Amazon, y el cual prometía un gran desempeño, me sumergí en mi ritual íntimo de auto complacencia.
Fui desenfundando el dildo azabache, cual armamento cuidadosamente guardado en su funda de gamuza. No era muy exagerado, media 8 pulgadas y estaba construido con una silicona de última generación que tenía cuatro velocidades y tres modos de vibración. Dentro de la caja, dos pequeños frascos con aceites aromáticos que facilitaban la penetración y el pequeño control remoto en forma de anillo. No necesitaba de ese aditamento rojizo, las ganas de que Alex me estuviera poseyendo y la imagen vaga de mi sobrino en su diminuto pantaloncillo, me tenían la vagina más que lubricada.
Apenas encendí el consolador, lo coloqué en mi depilada y ansiosa concha y comencé a entregarme en las fantasías más increíbles de mi fértil imaginación. Puse la velocidad al máximo, e introduje con frenesí aquel polímero imponente. Mi juego erótico duró muy poco, esa noche, me sentía más caliente que nunca. Alcancé el orgasmo rápidamente, con la escena impúdica de ser penetrada por Alex y mi sobrino. Quedé extenuada, no hubo tiempo para reprocharme el haber incluido a Ricardo en tan irreal escena.
Desde joven, descubrí que tocarme mis zonas intimas, me producía un placer inimaginable. Con el tiempo, mis fantasías fueron cada vez menos recatadas. La magia de mi imaginación, era capaz de recrear los guiones más osados e inverosímiles que puedan pensar. Mi creatividad sexual era infinita. Sin embargo, esto no desarrolló en mí, alguna conducta promiscua, que me llevara a entregarme al primero que me lo pidiera. En mi actividad sexual me considero bastante reservada y exigente. Suena contradictorio pero mi mente va por un lado y yo por otro. Antes de Alex, tuve solo tres novios que duraron muy poco en la relación. A veces pienso que debía ser más atrevida, darle un poco más de cabida a complacer mis deseos ocultos.
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Mi sobrino Ricardo - Capítulos 001 a 004
Mi sobrino Ricardo - Capítulo 001
Llevaba más de diez minutos hablando por teléfono con Gisela. La señal del celular no era muy buena, y a cada rato la voz de mi hermana se escuchaba entrecortada. El bamboleo del bote y lo alejado de la costa, hacían más difícil la comunicación entre las dos. En este país, nada funcionaba bien.
—Sí, hermanita, te escucho. No te preocupes, mándame a Ricardo mañana que yo lo espero —Del otro lado del móvil, mi querida hermana se extendía en explicaciones y recomendaciones de cómo debía atender a mi joven sobrino. Mi novio, desde la popa, me hacía señas de todo tipo para que cortara la llamada, decía que le alejaba los peces.
Junio era un mes espectacular para salir de pesca y disfrutar el paisaje de ensueño que ofrecían los islotes del parque nacional. La cava de plástico blanco, estaba llena de pargos y atunes, sin embargo Alex, mi novio, y Jesús su eterno acompañante, nunca estaban satisfechos.
Todos los fines de semana, religiosamente, Alex embarcaba seis u ocho turistas y los llevaba a pescar en las maravillosas aguas del Parque Natural. Claro, esto ocurría en tiempos normales, ahora con la pandemia, hacía varios meses que no percibía ingresos por ese concepto. Los domingos, aprovechaban para salir a pescar y yo los acompañaba para tomar el sol y salir del asfixiante encierro.
Tirada en la proa, sobre una toalla que colocaba encima del pequeño camarote del bote de 35 pies, pasaba horas exponiéndome al sol y viendo las discusiones acaloradas entre mis dos acompañantes, debido al tamaño de sus pescados. Cada hora me zambullía en las cristalinas aguas y volvía a mi rutina bajo el abrasante sol.
Generalmente, llevábamos una caja de cervezas y unos aperitivos para pasar el día. La dosis de sol dominical, era suficiente para mantener mi envidiable bronceado. Disfrutaba mucho de las miradas furtivas de Jesús cada vez que Alex se entretenía con sus capturas. Eso me gustaba. Ya, a las cinco de la tarde, regresamos a tierra firme a reposar del cansancio acumulado en la deliciosa pero agotadora jornada.
Alex, me dejó en el apartamento. Me di una relajante ducha fría y me tumbé en la cama a descansar una hora para reparar mi agotado cuerpo. Ya entrada la noche, me preparé una ensalada y me senté a organizar mi agenda para el inusual lunes que me esperaba. En mi móvil anoté:
-Llamar al señor del gas
-Buscar veinte litros de gasolina en la estación de servicio
-Salir a comprar alimentos y bebidas.
-A las 3:00 pm, buscar a mi sobrino al terminal de pasajeros.
-Cambiar 150 dólares.
Como ven, una agenda nada normal. Ah, me olvidaba:
-Llenar el depósito de agua a las 6:00 am.
-Recorrer varías farmacias para comprarle medicinas a mamá y enviárselas a Caracas.
Vivir en este país es un desastre, sobrevivir en esta pandemia, casi imposible.
“Por suerte”, vivo en una pequeña ciudad que es considerada una Burbuja. Es un territorio aislado y relativamente blindado, hasta ahora, de la inefable peste roja.
Bueno, no los fastidio más con mis carencias, aunque agregaría que vivo relativamente bien, gracias a la remesa que me envía mi papá desde Canadá. Mi padre, trabajó hace treinta y tantos años en las petroleras y se casó con mi vieja, con quien tuvo dos hijas: Mi hermana Gisela de treinta y ocho y yo de treinta y dos. Se marchó a su tierra luego de separarse de mi madre, pero gracias a Dios me ha metido la mano en esta larga cuarentena.
Desde hace cuatro meses no produzco un centavo. Me dedico a administrar dos restaurantes y se podrán imaginar cómo está ese negocio hoy día.
Luego de comer, caí rendida.
Temprano en la mañana, llené el depósito de agua y me di una ducha para salir a guerrear. Aprovechaba esa hora con el vital líquido y me relajaba por varios minutos bajo el agua tibia. Me gustaba tocarme. Acariciaba todo mi cuerpo con el suave jabón de almendras y Romero que nunca faltaba en mi tocador. Me consideraba una mujer ardiente pero fiel. Llevaba 6 años de novia con Alex y se puede decir que felizmente. Era un bohemio empedernido que no tenía entre sus prioridades el matrimonio.
A veces me preguntaba si disfrutaba el sexo como yo. Cumplía con sus obligaciones, pero últimamente lo sentía distante y con poco fuego en su relación conmigo. En el último año, nuestros encuentros eran cada vez menos frecuentes y yo sentía que no se entregaba como otrora. Muchas veces, luego de estar con él, recurría a mi consolador para aplacar mis fuegos internos. Hasta me cuestiono yo misma: ¿Será que soy insaciable? Todos los días lo utilizo para vivir mis frecuentes e insólitas fantasías. He adquirido varios modelos de diferentes tamaños, por eso creo, que tal vez, el problema no sea Alex sino yo, pero gracias a mis aparatos nunca había sentido la necesidad de buscar el placer fuera de nuestra relación.
A mis treinta y dos años, soy la envidia de mis amigas. No soy, lo que se pueda llamar una belleza, pero mi cuerpo hace suspirar a todo el que me ve en la playa con mis diminutos bikinis. Me encanta ser auscultada por las miradas de hombres y mujeres. Siento un insano placer al ser desnudada por la vista de quienes me miran. Soy una mujer alta con piernas largas y caderas pronunciadas. Mi abdomen está bien conservado por los arduos trabajos en el gym. Mis senos son de tamaño normal, pero bien erguidos y bronceados como todo mi cuerpo. Mi piel hace tiempo que dejó de ser blanca. Mis amigas me dicen que tengo un parecido a Katerinne Fullop. Yo no me creo nada de eso, pero si sé que estoy bien buena, como dicen por acá.
Luego de hacer mis diligencias y prepararme un rápido y cetogénico almuerzo, descansé un poco y me fui a buscar a mi sobrino a la terminal de pasajeros. Su autobús tenía estipulado llegar a las 2:45 de la tarde.
Mi sobrino Ricardo, un muchachón de 18 años, era el orgullo de la familia. Había sido fichado por un equipo europeo y tenía vuelo para irse en marzo de este año, pero por las causas conocidas, estaba esperando se reabrieran para marcharse. Yo tenía como tres años que no lo veía personalmente, pero su papá me subía sus videos en YouTube, de sus juegos y ahí podía apreciar su buen físico y sus excelentes atributos para el futbol.
Las condiciones estrictas de confinamiento en la capital, le habían impedido entrenarse con comodidad. Mi cuñado estaba preocupado porque estaba ganando peso y decidió enviarlo a donde yo vivo. Aquí existe un centro de alto rendimiento que, gracias a Dios, todavía está operativo a pesar de la pandemia. Aquí estaría conmigo hasta que todo se normalice.
Lo reconocí inmediatamente. Se acercó a mi vehículo con dos bolsos deportivos a reventar. Le di un efusivo abrazo y le abrí el portaequipajes.
—Estás inmenso sobrino! Dios te bendiga! —Le dije.
—¡Hola, tía, tú estás preciosa! —me respondió apretándome fuertemente contra su desarrollado pecho.
En el trayecto al apartamento nos pusimos al día. Ricardo es un joven muy extrovertido y simpático. Platicamos sobre su plan de radicarse en España y de cómo debía intensificar su preparación física para llegar en forma al campamento. Me contó que era defensa central por su habilidad para parar todo lo que llegaba al área y por su nada despreciable altura de 1.90. De verdad, yo no le noté ningún sobrepeso, como decía mi cuñado, pero yo no era muy conocedora de las cualidades físicas que se necesitaban para ese deporte.
Mi apartamento, no es muy grande pero he tenido la suerte de decorarlo a mi gusto. Tenía dos habitaciones, dos baños, un espacioso salón integrado a la cocina, y lo que más me agradaba, un balcón –terraza, en donde tenía una parrillera portátil, una mesa de cuatro puestos y dos sillones en donde me deleitaba con la hermosa vista que dominaba la espectacular bahía. Frente al edificio de 15 pisos, se ubicaba la marina que albergaba decenas de embarcaciones de diferentes esloras. Lanchas deportivas, pequeños yates y motos de agua, descansaban apareadas en el muelle de madera, esperando el regreso del próximo fin de semana. Desde el piso 14, tenía el dominio completo del mar y los distintos islotes que parecían flotar en lontananza.
Lo instalé cómodamente en la habitación destinada para él. Le mostré el baño que utilizaría en sus días en mi casa y le serví un refrescante jugo verde para que se repotenciara. Conversamos un largo rato y luego me sumergí en una conversación telefónica con mi hermana, quien no dejaba de agobiarme con sus instrucciones sobre cómo cuidar a su “pequeño” muchacho. Antes de irme a descansar, le expliqué el engorroso mecanismo para ducharse con el balde de agua ubicado en mi baño. Solo para las duchas vespertinas podría usar el mío, mientras compraba otro balde para colocarlo en su ducha. Lo anoté en mi agenda.
En mi habitación, me puse cómoda con el pijama de algodón azul que me había regalado Alex y me tumbé unos minutos para reponer fuerzas para luego calentar la cena. Ya no prepararía cualquier cosa, como solía suceder, Gisela me encomendó enormemente que el niño comía como un desesperado. Lo necesitaba.
Pocos minutos habían transcurrido y estaba absorta en mis pensamientos, cuando escuché el toc, toc, en la puerta de mi habitación.
—Tía, tía, disculpa. ¿Estás despierta? —Se escuchó del otro lado.
—Sí, sí, pasa —Le dije con voz perezosa.
—Perdona, tía, quiero tomar una ducha, me siento sucio luego del viaje.
—Seguro, Ricardo. Pasa con toda confianza —Agregué.
Mi sobrino caminó lentamente al baño en suite de mi cuarto. Llevaba una toalla sobre su espalda y un diminuto short que permitía ver su abultado instrumento y sus desarrolladas y musculosas piernas. Parecía un gladiador romano. Cerró la puerta del baño y yo proseguí con mi leve descanso sin poder quitarme la imagen de mi sobrino de la cabeza. El ruido del agua que chorreaba desde la taza de plástico que tenía destinada para tal fin, me hacía pensar como era su recorrido por tan espectacular y juvenil cuerpo. Me estaba calentando, cosa que no era muy difícil en mí. Alex no estaba disponible para esta noche, tendría que recurrir a alguno de mis inseparables amigos que guardaba celosamente dentro de mi closet.
Más tarde, calenté una abundante cena para mi sobrino y retorné a mi cuarto a ducharme y prepararme para el nuevo día que se avecinaba. Bajo la incomodidad de la ducha nocturna, las imágenes de mi sobrino me pusieron cachonda. Ya en la cama, acompañado del último consolador que había comprado en Amazon, y el cual prometía un gran desempeño, me sumergí en mi ritual íntimo de auto complacencia.
Fui desenfundando el dildo azabache, cual armamento cuidadosamente guardado en su funda de gamuza. No era muy exagerado, media 8 pulgadas y estaba construido con una silicona de última generación que tenía cuatro velocidades y tres modos de vibración. Dentro de la caja, dos pequeños frascos con aceites aromáticos que facilitaban la penetración y el pequeño control remoto en forma de anillo. No necesitaba de ese aditamento rojizo, las ganas de que Alex me estuviera poseyendo y la imagen vaga de mi sobrino en su diminuto pantaloncillo, me tenían la vagina más que lubricada.
Apenas encendí el consolador, lo coloqué en mi depilada y ansiosa concha y comencé a entregarme en las fantasías más increíbles de mi fértil imaginación. Puse la velocidad al máximo, e introduje con frenesí aquel polímero imponente. Mi juego erótico duró muy poco, esa noche, me sentía más caliente que nunca. Alcancé el orgasmo rápidamente, con la escena impúdica de ser penetrada por Alex y mi sobrino. Quedé extenuada, no hubo tiempo para reprocharme el haber incluido a Ricardo en tan irreal escena.
Desde joven, descubrí que tocarme mis zonas intimas, me producía un placer inimaginable. Con el tiempo, mis fantasías fueron cada vez menos recatadas. La magia de mi imaginación, era capaz de recrear los guiones más osados e inverosímiles que puedan pensar. Mi creatividad sexual era infinita. Sin embargo, esto no desarrolló en mí, alguna conducta promiscua, que me llevara a entregarme al primero que me lo pidiera. En mi actividad sexual me considero bastante reservada y exigente. Suena contradictorio pero mi mente va por un lado y yo por otro. Antes de Alex, tuve solo tres novios que duraron muy poco en la relación. A veces pienso que debía ser más atrevida, darle un poco más de cabida a complacer mis deseos ocultos.
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