Mi Madre me Salva

heranlu

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Nací en un pequeño pueblo de Corea en la época de la ocupación colonial japonesa. Mi madre se llamaba Ha Ok-ran, ella era la mayor de tres hijas de un matrimonio de lo que en la actualidad se podría calificar de clase media-baja, lo que los convertía en afortunados en un pueblo miserable donde casi todos vivían en la pobreza extrema y donde sólo había un par de familias que tenían más dinero que la de mi madre.

Precisamente mis abuelos maternos arreglaron el matrimonio de mi madre con el hijo de una de esas familias que tenían más fortuna que ellos, el hombre que sería mi padre. Mi padre era un absoluto sinvergüenza, un mujeriego empedernido, un bebedor, parrandero, apostador y un tanto vago, por lo que su familia estaba desesperada por casarlo para que sentara cabeza.

Así que a mi pobre madre la casaron con apenas 15 años de edad con el crápula de mi padre, que en ese momento tenía 26 años de edad. Menos de un año después nací yo, el hijo mayor de aquella joven pareja. Con los años mis padres tuvieron dos hijos más, otro niño y una niña.

Pero el matrimonio de mis padres fue infeliz, porque mi padre continuó con sus vicios, especialmente con la promiscuidad, siéndole infiel a mi madre con muchas mujeres. Pero precisamente eso fue la perdición de mi padre, porque se hizo amante de una joven coreana que era la concubina de un alto oficial de la policía secreta japonesa en Corea, y no es difícil imaginar lo que ocurrió, mi padre terminó siendo secuestrado, torturado brutalmente (incluso castrado) y asesinado, con su cuerpo descuartizado y abandonado en el campo.

Mi familia paterna tenía algunos contactos con políticos coreanos colaboracionistas con los japoneses y con oficiales japoneses, por lo que evitaron que hubiera más represalias contra el resto de nuestra familia. Pero para entonces ya había comenzado la Segunda Guerra Mundial y las cosas se tornaron muy difíciles, especialmente para mi madre, una viuda muy joven y con tres niños.

La guerra nos hizo conocer la miseria, pues mis abuelos maternos de clase media-baja y mis abuelos paternos de clase media-alta quedaron absolutamente arruinados, y conocimos el hambre. Para hacerlo todo más trágico, mi hermano menor murió por una enfermedad agravada por la desnutrición, lo que sumió a mi madre en una profunda depresión.

Después vino la derrota de Japón y la repartición de Corea en las dos zonas de ocupación, la ocupada por la Unión Soviética y la ocupada por los Estados Unidos. Nosotros quedamos en la zona de ocupación estadounidense, y nuestra situación mejoró levemente, pero seguimos siendo pobres. Mis abuelos fueron muriendo uno tras otro, tanto paternos como maternos, y el resto de la familia se tuvo que ir disgregando por las circunstancias. Con gran pena mi madre tuvo que entregar a mi hermana para que fuera criada por una hermana de mi padre, por mi tía, que se había casado con un hombre rico y se fue a vivir lejos. A ellos les hacía ilusión tener a mi hermana como sí fuera su hija, pero el lado negativo es que la mantenían alejada de mi madre y de mí.

Así que al final nos quedamos solos mi madre y yo, luchando por sobrevivir. Mi madre trabajaba de maestra en un par de escuelas humildes del campo, pero su salario no era muy bueno. También cocía por encargo para las vecinas, e incluso a veces ejercía de partera, pues lo había aprendido de una tía suya a la que asistía. Yo también desde niño trabajaba mientras continuaba mis estudios con la esperanza de algún poder darle a mi madre la vida que se merecía.

Y entonces de nuevo el destino nos maldijo y estalló la Guerra de Corea, cuando la Corea del Norte comunista invadió nuestro país, Corea del Sur. Como millones de personas más, mi madre y yo tuvimos que convertirnos en refugiados, huyendo del avance de las tropas norcoreanas.

Cuando por fin encontramos refugio en la zona costera del sur del país y nos habíamos adaptado en la medida de lo posible, no pasó mucho tiempo antes de que yo fuera reclutado. Todos los varones de Corea del Sur, desde adolescentes casi niños hasta mayores casi ancianos estábamos siendo movilizados para defender la patria y yo no fui la excepción.

La angustia de mi madre fue insoportable cuando fui notificado de mi reclutamiento, y pasó días enteros llorando. Yo intentaba consolarla, pero también estaba muy asustado y deprimido, tenía mucho miedo de ir a la guerra y morir.

Cuando faltaban dos días para que yo fuera movilizado con el resto de mi unidad al frente de guerra, decidí disfrutar mi permiso con mi madre. Mi madre puso todo su esmero en mostrarse lo más feliz posible a pesar de la procesión que llevaba por dentro, pues ella quería alentarme y crear un hermoso y dulce recuerdo conmigo del que podría ser nuestro último encuentro en esta vida, y yo por mi parte hice lo mismo.

Caminábamos por las calles atestadas de gente y mugrientas de la ciudad, desayunamos en un café, echamos una ojeada a los productos que vendían en el mercado callejero, compramos algunos dulces a una simpática señora en su puesto callejero, charlábamos entre nosotros y nos reíamos. Estaba siendo una jornada encantadora y entrañable, hasta que en un momento dado mi madre decidió entrar a la tienda de una conocida suya para hablar de un tema de negocios y yo preferí esperarla afuera.

En ese momento pasaron dos amigos míos y compañeros reclutas en el Ejército, quienes al verme se pararon a hablar conmigo. Y rápidamente la conversación derivó hacia los planes de mis amigos que pensaban perder la virginidad esa noche con prostitutas.

Hay que decir que la ciudad estaba llena de prostitutas, una verdadera avalancha de mujeres que por necesidad, debido a la miseria, ofertaban sus servicios sexuales, especialmente a los soldados surcoreanos y estadounidenses. No había calle que no estuviera repleta de prostitutas de todas las edades, aspectos físicos y orígenes sociales, y los soldados parecían niños en una tienda de dulces. Mis amigos y yo llevábamos tiempo hablando de perder la virginidad con prostitutas, y ahora que faltaban menos de dos días para irnos al frente de guerra debíamos apurarnos a cumplir nuestros deseos.

Yo ya había pensado dejar sola a mi madre y salir aquella noche un rato para ir con mis amigos y buscar a una prostituta para estrenarme como hombre, y de eso estaba hablando con mis amigos entre risas, y bromas y comentarios subidos de tono propios de unos jóvenes llenos de hormonas e impacientes por gozar del sexo, hasta que de repente la cara de uno de mis amigos se sonrojó y se cubrió de un gesto de susto y seriedad. Y es que se dio cuenta de que mi madre estaba detrás de mí escuchando medio escondida con cara de pocos amigos.

Yo me di la vuelta y al ver a mi madre me sobresalte y me llené de vergüenza, y me puse a tartamudear de los nervios. Mis amigos, que conocían a mi madre y sabían que era muy simpática y encantadora por las buenas pero también era bastante temible por las malas, rápidamente se excusaron y se marcharon dejándome solo con ella.

Mi madre estaba evidentemente enfadada y guardó silencio por un par de minutos mientras volvíamos a caminar por la calle, mientras yo nervioso maldecía por dentro la mala suerte que había echado a perder el buen ambiente que había entre nosotros. De repente mi madre me dijo que la siguiera y me llevó a un callejón solitario y apartado para hablar conmigo sin que nos escuchara nadie.

Entonces mi madre dio rienda suelta a su disgusto. Ella me dijo que el día anterior había tenido una larga conversación con una amiga suya que era enfermera y trabajaba en un gran hospital de la ciudad, y en esa charla su amiga le había relatado como había una grave epidemia de enfermedades venéreas en la ciudad, principalmente gonorrea y sífilis, y particularmente entre los soldados. Era obvio que la mayor fuente de infección eran las prostitutas, y le dijo que la epidemia era tan grave que casi ya estaban muriendo más soldados por enfermedades de transmisión sexual que por la propia guerra, al menos en esa región. La amiga de mi madre todos los días tenía que atender a chicos como yo internados con casos graves de gonorrea, sífilis ú otras enfermedades causadas por acostarse con prostitutas. Por eso la mujer le había insistido a mi madre en que intentara que yo no fuera con prostitutas.

Por eso mi madre me echó un gran regaño, y furiosa me exigió que no fuera con prostitutas, y como no se fiaba de mí me dijo que no se iba a separar de mí hasta que me uniera a mi unidad para marchar al frente, y que especialmente esa noche no me iba a dejar salir de la casa y que permanecería despierta toda la noche a mi lado mientras yo durmiera para vigilarme.

Yo al principio la escuché controlándome, pero me fui enfureciendo a medida que me regañaba, y entonces exploté. Le grité molesto que no iba a hacerle caso, que iba a hacer lo que yo quisiera, que por supuesto que iba a ir con las prostitutas porque esa noche podía ser mi última oportunidad de perder la virginidad, y que no quería morir en la guerra sin haber probado el sexo con una mujer.

Mi madre reaccionó sorprendida al principio pues yo siempre fui más bien obediente y sumiso con ella, al menos respetuoso, y no era frecuente que yo le respondiera mal, y menos con aquel estallido de rabia. Pero la sorpresa se esfumó rápido y fue sustituida con una mayor cólera de mi madre, que incluso comenzó a ponerse histérica.

-¡¿No te das cuenta que puedes morir?! ¡¿Acaso quieres dejarme sola en el mundo?! - exclamó mi madre casi a gritos.

-¡Igual puedo morirme en la guerra y no quiero morirme siendo virgen! - repliqué también histérico.

La discusión siguió escalando y nos dijimos cosas hirientes de las que después nos arrepentimos. Mi madre llegó a echarme en cara que yo era igual a mi padre, un sinvergüenza vicioso que no le importaba herir a sus seres queridos por los vicios, especialmente la lujuria. Eso era algo especialmente ofensivo pues yo no guardaba un buen recuerdo de él, conmigo siempre fue un padre distante, frío y un poco déspota, que a pesar de mi corta edad (yo tenía unos 8 años de edad cuando lo asesinaron) siempre me mostró que se sentía algo decepcionado de mí porque yo era un "niño de mami".

Yo por mi parte también ofendí a mi madre, también herí sus sentimientos diciéndole que ahora entendía porque mi padre se aburría tanto con ella y que quizás esa era la razón por la que buscaba a otras mujeres hasta el punto de terminar muriendo por una de ellas. Ese fue un golpe especialmente bajo del que me arrepentí casi enseguida que salió de mi boca, pues vi en los ojos llenos de lágrimas de mi madre el dolor que le causó.

La discusión siguió haciéndose más dolorosa y agresiva hasta que en un arrebato de locura crucé los limites como nunca antes me planteé hacerlo.

-¡¿Y por qué usted no me la quita?! - exclamé desesperado y rabioso.

-¡¿El qué?!- preguntó mi madre desconcertada y sin saber a que me refería.

-¡¿Por qué usted no me quita la virginidad?! ¡¿Por qué usted no se acuesta conmigo en lugar de una prostituta?! - casi grité sin darme cuenta de la "barbaridad" que estaba escupiendo.

Mi madre me cruzó la cara con una fuerte bofetada que me dejó la marca de la palma de su mano en mi mejilla.

-¡Loco bastardo! ¡¿Como te atreves a decirle eso a tu madre?! - exclamó mi madre llorando y con una mirada cargada de ira.

Me quedé en silencio y agaché un poco la cabeza. Sabía que me había pasado mucho de la raya y quería pedir perdón, pero simplemente no encontraba las palabras y la voz no me salía, mientras mi cuerpo temblaba por los nervios.

Mi madre por su parte se dio la vuelta y me dio la espalda, y luego de unos instantes comenzó a caminar de una pared a otra del estrecho callejón donde estábamos, cosa que sólo hacía cuando estaba muy preocupada y necesitaba pensar profundamente sobre algo que la angustiaba, normalmente buscando alguna solución a un problema.

Yo seguía reuniendo fuerzas y tratando de serenarme e imponerme a la vergüenza y al remordimiento que sentía para poder hablar y pedirle perdón. Así estuvimos unos minutos que parecían eternos, hasta que cuando finalmente yo fui a abrir la boca mi madre me interrumpió.

-Sí... sí lo hacemos... ¿me prometes que no irás después con una prostituta? - preguntó mi madre.

-¿Qué? No entiendo, yo... - balbucee confundido como respuesta.

-Estoy dispuesta a hacerlo... voy a quitarte la virginidad - replicó mi madre de manera decidida y sincera, mientras me veía con un gesto duro y frío en su rostro, pero con sus mejillas muy sonrojadas.

M quede paralizado, sin dar crédito a lo que había escuchado, me parecía estar en un sueño surrealista. Y es que me daba cuenta de que mi madre estaba hablando totalmente en serio, no había ironía ni burla en sus palabras.

En nuestra época y en nuestro país que tiene una cultura tan conservadora y moralista aquello era impensable, casi inverosímil. Sin embargo, es cierto que mi madre era una persona muy particular, una "rara avis" para nuestra sociedad y nuestro tiempo.

Para empezar ella había sido educada de tal manera por mis abuelos que fue una auténtica niña mimada, y siempre tuvo un alma infantil, el alma de una niña viviendo en el cuerpo de una mujer. El matrimonio infeliz con mi padre sólo acentuó esa característica, pues ella se refugió más en su naturaleza infantil para aferrarse a la adolescencia que le arrebataron cuando la obligaron a casarse tan joven y como una evasión de su decepcionante relación con mi padre.

Pero paradójicamente ella también tenía una mente inquieta y desde niña le encantaba leer, por lo que devoraba libros de todo tipo y era bastante inteligente y culta. Eso generó en ella una mentalidad relativamente liberal o más bien pragmática, que le hacía cuestionar los dogmas y los fanatismos de cualquier tipo, y tener un sentido común exageradamente práctico por lo que no dudaba en buscar soluciones a menudo escandalosamente osadas para los problemas de la vida.

Esa extraña y contradictoria mezcla de un alma infantil o inmadura con una mentalidad práctica y desprejuiciada se tornó más compleja y enrevesada cuando se mezcló con el sufrimiento que ella padeció en los años recientes, particularmente la muerte de mi hermano y la separación de mi hermana. Eso creó en ella una obsesión irracional de evitar a toda costa nuevas tragedias en su vida, como sí eso fuera algo posible para cualquier ser humano.

-Sí la única manera de evitar que te acuestes con una prostituta que pueda producirte la muerte, es que yo, tu madre, me acueste contigo y te complazca ese deseo desesperado que tienes, estoy dispuesta a hacerlo... Después de todo soy una mujer que está "limpia" pues no he tenido intimidad con ningún hombre desde la muerte de tu padre hace ya más de 9 años, y por eso podemos estar seguros de que no te voy a transmitir ninguna enfermedad - dijo mi madre con pasmosa tranquilidad, como sí estuviera hablando de una solución práctica a un problema casero común y corriente.

Yo seguía estupefacto, sin poder creer lo que me estaba ocurriendo. Pero mi sorpresa comenzó a ser reemplazada por una excitación insólita para mí...

A todas estas debo decir que mi madre era una mujer realmente muy bella. En aquel momento faltaba muy poco para que ella cumpliera 33 años de edad y aparentaba unos años menos de los que tenía. Ella tenía alrededor de 1,67 m de estatura, un poco más de la media de las mujeres coreanas. Tenía un hermoso cuerpo, relativamente delgado, un tanto voluptuoso, con bellas curvas. Poseía unas tetas más o menos grandes, duras y firmes. Tenía largas y esbeltas piernas, y un culo grande y divino. Sus manos y pies eran finos y bonitos. Su rostro era bastante hermoso, con delicadas facciones, con unos ojazos de color negro muy expresivos y un cabello liso de color marrón que llevaba más o menos largo. A pesar de que se veía obligada a vestir de manera sencilla por nuestra situación económica, aún así tenía cierto porte señorial.

En la convivencia con mi madre, particularmente desde que entré a la pubertad, para mí fue inevitable fijarme en su atractivo físico. Aunque por las normas conservadores de nuestra cultura y de nuestra época, y por el natural recato de mi madre, ella se cuidaba mucho de que yo no la viera desnuda a pesar del espacio tan estrecho en el que comenzamos a vivir desde que caímos en la pobreza. Pero aún así era inevitable que en ocasiones, en la intimidad de la convivencia, yo viera accidentalmente algo más de lo que debía ver, como mi madre en paños menores. En esas ocasiones yo no podía evitar cierta excitación, pero mi mente condicionada por el moralismo de mi entorno hacía que yo me forzara a mí mismo a reprimir esos pensamientos "perversos" y pecaminosos. Ponía toda mi fuerza de voluntad para evitar sentir deseo sexual por mi madre.

Pero cuando ella me propuso con sinceridad y determinación tener sexo conmigo me volví loco de deseo. Sabía que estaba mal, que debía pedirle perdón de rodillas y decirle que no aceptaba su sacrificio, que renunciaba a su oferta, y que como penitencia me condenaba a no tener sexo antes de marchar a la guerra, además para disipar su temor de que me contagiara de alguna enfermedad.

Pero no pude hacerlo, me dejé llevar por la lujuria, por el loco deseo de poseer el cuerpo de mi madre, gozar del sexo con ella.

-Muchas gracias, mamá... Muchas gracias, sé que no tengo derecho a decir esto y que soy muy desvergonzado al hacerlo, pero me has hecho muy feliz y me siento muy honrado de que tú seas la primera mujer que conozca íntimamente - dije sinceramente emocionado y tratando de ocultar mi felicidad.

Mi madre también contuvo su emoción, y luego de manera serena me propuso continuar nuestra jornada como la habíamos planeado originalmente hasta la tarde cuando debíamos buscar un sitio para nuestro encuentro sexual, pues vivíamos en una casa que compartíamos con dos familias más y ahí era imposible hacerlo sin que los demás se dieran cuenta.

Reiniciamos nuestro paseo por la ciudad y tratamos de volver a divertirnos, compartiendo una charla agradable y frívola y riéndonos con pequeñas bromas. Pero aunque tratáramos de obviarla, la tensión estaba allí presente, como el elefante en la habitación.

Después de almorzar en un restaurante y pasear un poco más, yo esperaba impaciente el momento en que mi madre cumpliría su promesa y buscaríamos el sitio para nuestro encuentro sexual. Pero ella me sorprendió de nuevo y como sí leyera mis pensamientos me dijo que antes debíamos ir a otro sitio.

Entonces la seguí confuso e intrigado, y mi sorpresa fue grande cuando me llevó a un templo budista. Nuestra familia era budista, pero mi madre no era especialmente devota.

Sin embargo, ante la enormidad de lo que estábamos a punto de hacer mi madre consideró oportuno ir al templo a rogar el perdón de los cielos antes de cometer el pecado, poniendo el parche antes de la herida. Una señal de que en el fondo tenía una crisis de conciencia por su decisión.

Nos descalzamos para entrar al templo y frente al altar nos pusimos de rodillas para orar. Mi madre duró un buen rato orando, para mi desesperación porque ya yo estaba impaciente por llegar al momento de tener sexo con ella. En un momento dado, mientras ella seguía inclinada hacia adelante de rodillas, con su rostro y sus brazos extendidos tocando el suelo, yo me quedé mirando sin disimulo su frondoso culo, cuya silueta se dibujaba debajo de su vestido ajustado al cuerpo. Ella se dio cuenta y me regañó, por lo que tuve que aburrirme rezando un rato más.

Al fin salimos a buscar un lugar para acostarnos, pero no fue tarea fácil. En ese momento como era normal había muchas parejas follando, no solamente soldados con prostitutas sino también parejas "normales", de novios, o amantes casuales; es lo que tienen las guerras, todo el mundo tiene más ganas de practicar el sexo como evasión. Por eso los moteles ú hostales estaban repletos. Otro problema adicional es que en algunos sitios nos pedían los documentos de identidad, lo que evidentemente nos podía llevar a situaciones incomodas.

Después de mucho caminar llegamos a un humilde hostal, donde la dueña al principio parecía querer ponernos pegas, pero mi madre lo supo manejar bien.

-¡Por favor, señora! Quiero darle un recuerdo que nunca olvide a este joven soldado que va a luchar por nuestra patria... Sería muy triste que este muchacho vaya al frente sin conocer las mieles del cuerpo de una mujer, ésta será su primera vez - le dijo mi madre a la dueña con voz y gesto sensuales, desvergonzados y pícaros como sí estuviera interpretando el papel de una prostituta de manera muy convincente, dejándome sorprendido - No te preocupes cariño, no dejaré que vayas a la guerra siendo virgen - agregó dirigiéndose a mí pero en frente de la dueña, mientras sin pudor restregaba su cuerpo al mío abrazándome y acariciándome el rostro haciendo que yo me sonrojara.

La dueña, de mediana edad, nos vio y finalmente sonrió con picardía y cierta compasión afectuosa hacia mí, pensando seguramente que tal vez en unos días mi cuerpo estaría destrozado en algún campo de batalla. Nos dijo que nos daría una habitación pero que primero debía asearla un poco, y llamó a una empleada para que lo hiciera. Mientras tanto esperamos en la pequeña sala que servía como recepción y en todo ese tiempo mi madre no dejó de apurruñarse conmigo interpretando el papel de ramera para que la dueña no sospechara nada.

Llegamos finalmente a la habitación que a pesar de haber sido aseada seguía pareciendo sucia y descuidada, pero que a mí me parecía una suite de un hotel lujoso por mi emoción. Mi madre, que ahora estaba seria y se la veía algo nerviosa, pasó primero al baño para asearse un poco. Luego de unos minutos salió y me dijo que mientras yo iba al baño ella se desnudaría y se metería en la cama, y que antes de salir del baño yo le preguntara sí ella estaba lista. También me dijo que saliera ya desnudo del baño, y resignado comprendí que era mucho pedir que ella se desnudara delante de mí o que quisiera ver cuando yo me desnudara.

No hay manera de describir lo nervioso que yo estaba en el baño cuando me quite mi uniforme de soldado y mi ropa interior, y luego me lavé. Estaba tan nervioso que apenas me salía la voz cuando a través de la destartalada puerta del baño le pregunté a mi madre sí ya podía salir.

Ella, con la voz algo quebrada por la emoción, me contestó que si. Al salir del baño, tapándome de la cintura para abajo con una toalla enrollada a la cintura, y con mi ropa bajo el brazo, vi a mi madre acostada en la cama boca arriba, cubierta del cuello para abajo con las sábanas. Cuando gire la cabeza hacia un lado vi la ropa de mi madre perfectamente doblada y arreglada sobre una silla, incluyendo su ropa interior. No pude evitar excitarme y sentir como mi polla se comenzaba a poner dura.

Puse mi ropa también sobre la silla, y me acerqué a la cama.

-Quítate la toalla y metete bajo las sábanas - dijo mi madre cerrando los ojos.

Así lo hice, me quedé totalmente desnudo y con cuidado levanté las sábanas para meterme, y aunque mi madre con sus manos se aferraba a ellas para no quedar descubierta, pude ver fugazmente la silueta de su cuerpo desnudo de perfil.

Me acosté boca arriba a su lado, y ella abrió los ojos al saber que ya no iba a verme desnudo de frente. Los dos nos quedamos en silencio un par de minutos, viendo al techo, mientras nos aferrábamos con las manos a las sábanas que nos cubrían totalmente desde el cuello hasta los pies.

-Bueno... - dijo mi madre y se interrumpió, tragando grueso, como sí le costara decir lo que iba a decir a continuación - Colócate … ponte encima de mí - agregó mi madre con voz vacilante, entrecortada por la emoción.

Despacio y de manera insegura y torpe, me di la vuelta dentro de las sábanas y me puse encima del cuerpo de mi madre, acostándome boca abajo sobre ella. Al sentir su cuerpo desnudo debajo de mí, al sentir sus tetas grandes apretadas contra mi pecho, al sentir su coño peludo (muy peludo, en una época que las mujeres no se depilaban) debajo de mi polla, inmediatamente tuve una gran erección.

El cuerpo de mi madre temblaba y el gesto de su rostro me conmovió porque reflejaba sentimientos encontrados, fundamentalmente nervios y vergüenza, como sí fuera su primera vez, como sí la virgen fuera ella.

Yo estaba muy cortado por los nervios y por eso no me atrevía a hacer más que estar acostado encima de ella, casi inmovilizado. Mi madre sabía que tendría que tomar la iniciativa, así que me besó los labios, suavemente al principio, después con algo más de pasión.

Luego ella abrió bien las piernas, brindándome un mejor acceso a su coño. Ella vio hacia abajo, debajo de las sábanas, y deslizó su mano temblorosa y con cierta indecisión agarró mi polla erecta.

-Métemela suavecito - dijo ella casi en un susurro.

Con alguna torpeza coloqué mi polla en la entrada de su coño peludo, y lentamente la penetré.

Un gesto de dolor cubrió el rostro de mi madre y apretó los dientes. Tuve miedo de haberla lastimado, y es que efectivamente mi madre no estaba lo suficientemente lubricada, y mi polla era grande y gruesa. Por eso le pedí disculpas alarmado.

-Tranquilo cariño, es sólo que la tienes muy grande... Sólo debes ser un poco delicado conmigo - me dijo mi madre dulcemente, con los ojos llenos de lágrimas.

Animado por mi madre, empujé dentro de ella. Con mi polla aprisionada dentro del cerrado coño de mi madre (sorprendentemente cerrado para ser una mujer que había dado a luz tres veces y había tenido sexo frecuentemente durante varios años con mi padre) arremetí una y otra vez, en un movimiento de mete y saca.

Como una danza torpe y brutal, con un movimiento rítmico, me follé a mi madre desesperado. La empalé, clavando mi verga en su cavidad vaginal, dándole caña, palo y palo.

Mi polla se abría paso gozosa, llenándola, taladrándola, y con cada embestida gane más confianza, y le fui dando con más energía, con más "furia". Me sentía en el cielo mientras la follaba, estando dentro de ella, metiendo mi pedazo de verga dentro de la vagina de la que salí al mundo.

Mientras seguía enterrándole mi polla, me atreví a agarrar sus tetas con mis manos y a mamarlas, a chupar sus ricos pezones, a lamerlos. Mi madre tenía los ojos cerrados, y su gesto seguía siendo de dolor, pero comenzó a emitir en voz baja quejidos de placer.

En la posición de misionero seguimos fornicando durante varios minutos, un rato más largo de lo esperado en un hombre virgen en su primera vez como yo. Cada vez que sentía que me iba a correr, que iba a acabar, hacía un esfuerzo, pensando en cualquier cosa para contenerme y no terminar todavía, porque quería eternizar ese momento, ese momento en que estaba dentro de mi madre, enterrándole mi polla en su rico coño.

Más y más, más duro y más rápido, me la follé, empotrándola contra la cama, como sí quisiera reventarla. Hasta que no pude aguantar más y me corrí, eyaculé un buen chorro de leche dentro del coño de mi madre.

Me quedé exhausto yaciendo sobre ella unos instantes, y después me rodé hacia un lado dejándome caer boca arriba a su lado, y al hacerlo arrastré la sábana conmigo y la dejé descubierta parcialmente. Pero ella no intentó cubrirse, así que pude contemplar bien su hermoso cuerpo desnudo, sus tetas y aquel coño apetitoso cubierto de un tupido arbusto de vello púbico negro y rizado.

Nos quedamos en silencio un par de minutos, mientras yo seguía viéndola con lascivia, hasta que reuní fuerzas para hablar.

-Muchas gracias, mamá... eres muy bella, y lo más preciado para mí... Nunca olvidaré este día - dije emocionado, y mi madre soltó un pequeño llanto con un puchero como una niña.

Luego extendí mi mano y me atreví a tocar su coño, haciendo que ella se sobresaltara un poco, pero no me apartó la mano ni cerro las piernas. Confiado introduje mis dedos abriéndome paso entre sus labios vaginales y palpé su interior, jugando un poco.

Sentí que mi polla se ponía dura de nuevo y entonces rodé para volver a colocarme encima de mi madre. Esta vez ella me abrazó y me besó en los labios con ternura y pasión, y casi de inmediato le volví a enterrar mi polla en su coño, la clavé, y nos unimos en una sola piel.

Con un mete y saca duro y frenético me la follé de nuevo, arremetí sin piedad mientras la empalaba, mi verga horadando su interior, rozando con su clítoris. Nos besábamos en la boca y yo le estrujaba las tetas con mis manos, mientras no cesaba de penetrarla, y ella se quejaba de placer. Y por segunda vez acabé dentro de ella llenándola con mi leche.

Esa noche, al salir del hostal, caminamos de vuelta a casa agarrados de la mano como dos enamorados, y nos dormimos abrazados como una pareja recién casada. Al día siguiente al atardecer mi madre me despidió entre lágrimas cuando partí para la guerra, abrazados y refrenando las ganas de besarnos en la boca, pues estábamos ante mis compañeros y sus familias.

Sufrí mucho durante aquellas primeras semanas de mi experiencia en la guerra, pero cuando tuve mi primer permiso el rostro sonriente de mi madre al recibirme de vuelta me hizo olvidar momentáneamente mi experiencia traumática. Y en ese primer permiso volvimos a tener sexo, porque una vez roto el tabú era algo que ambos deseábamos.

Mi madre comenzó a comportarse como mi mujer y cada vez que nos veíamos en uno de mis permisos durante la guerra, hacíamos el amor hasta la extenuación. Y antes de acabar mi servicio mi madre se quedó embarazada de mí.

Al acabar la guerra buscamos refugio en un sitio apartado del país donde nadie nos conocía y vivimos como sí fuéramos una pareja casada, con los hijos que tuvimos. Tuvimos muchas dificultades obviamente, pues lo que hacíamos no sólo era un pecado sino incluso delictivo. Pero logramos mantener nuestro secreto incluso cuando nuestros hijos se hicieron adultos, y hasta que mi madre murió a una edad avanzada, y ahora pronto me reuniré con ella, pues soy muy viejo.
 
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