Aquel día era ya la Nochevieja y mi abuela, mi madre y mi tía se habían esmerado en cocinar el cordero que mis tíos habían comprado a medias. Así que dispusieron una gran mesa llena de viandas y a ella nos sentamos los nueve, junto con mis primas y mi hermano.
Con gran jolgorio y algarabía mi abuela cantó villancicos y comimos y bebimos. Aquella sin duda fue la mejor Nochevieja de nuestras visas, para más inri Berta me cogía la mano bajo la mesa pues nos habíamos sentado juntos, como juntos habíamos consumado nuestro amor en la mañana. ¡Qué ganas tenía de consumarlo una vez más con ella!
Aún nos quedábamos hasta el día de los Reyes Magos, cuando ya partiríamos de nuevo para la ciudad así que aún nos quedaban suficientes días para consumar y hasta consumir nuestro amor. Yo la amaría para siempre y ella a mí, era el pensamiento que discurría por mi cabeza y del que estaba seguro de que también le pasaba a ella.
Cuando el vino había corrido por la mesa, los ánimos estaban ya muy caldeados. A nosotros nos dejaron mezclarlo con cola, así que tomamos calimocho, al que ya nos habíamos acostumbrado en esos días apartados en las cámaras de la casa, donde se guardaba el grano, en nuestros juegos calenturientos.
De pronto mi padre y mi tía se levantaron con la excusa de salir a fumar.
—Eso, ¡meteos el veneno en el cuerpo! —dijo mi abuela.
—De algo hay que morirse abuela, que si no es una cosa es la otra —dijo la nuera.
Vi como mi madre los miraba y su mirada no fue precisamente de aprobación. ¿Me ayudas a quitar la mesa y cortar los turrones Calixto?
—Ya te ayudo yo —dijo mi abuela.
—No hay problema Toribia, ya me ayuda él, usted descanse que bastantes horas llevamos ya de pie en la cocina —la excusó mi madre.
Yo sabía lo que pretendía, que no era otra cosa que el juego de la mujer despechada, mi padre se follaría a su cuñada y ella a su hermano, así todo quedaba en familia.
Mi abuela se quedó con nosotros en la mesa y nos cantó villancicos al ritmo del rascado de la botella de anís y nos divertimos con ella mientras yo sabía lo que se cocía en el pasillo y la cocina en aquellos mismos momentos. ¿Podría consumar en la madrugada con Berta?
Pero la tragedia romana estaba a punto de suceder, de pronto unos gritos alertaron a mi abuela, esta se levantó y maldijo lo que estaba sucediendo.
—¡Hay que ver que ni las fiestas se respetan ya! ¡Quedaos aquí mis niños! —dijo y se encaminó hacia el pasillo que daba al patio trasero.
Por supuesto que nos asomamos, como cotillas y así nos enteramos de que el pastel se había descubierto.
—¡Aída cómo has podido hacerme esto! —se oyó la voz de Calixto.
—¡Yo no he hecho nada que tú no hayas hecho con Gisela! ¡Qué bien le miras las tetas durante toda la noche! —replicó esta despechada.
—¡Vamos Aída que por suerte una tiene lo que tiene y a otras les falta! —dijo mi madre sin quedarse atrás.
—¡Venga mujeres esto sólo es fruto del vino! ¿Es que no lo veis? —dijo mi padre.
—¡Tú no lo verás al menos esta noche cariño! Vete con esta que no tiene ni chicha ni limoná —dijo mi madre.
—¡Qué pasa aquí! —dijo mi abuela apareciendo en escena—. Lo que os traigáis entre vosotros lo discutís fuera de mi casa, que aquí mando yo, ¡estamos! Si sois como adolescentes que no os sabéis contener en vuestros folleteos yo ya no tengo edad para aguantaros así que u os contenéis o tiráis cada uno por vuestro camino, ¡qué vergüenza con los niños en el salón! —dijo con rotundidad.
De repente las voces se callaron. Todos corrimos entonces a nuestros asientos y oímos cómo nuestros padres, malhumorados volvían de sus escarceos a donde nosotros estábamos.
—¡Vamos niñas que ya nos vamos! —dijo Gisela mi tía.
—¿Pero no nos quedamos a tomar las uvas? —protestó mi querida Berta.
—¡No Berta, nos las tomamos ya en casa! —dijo tajante su padre, Calixto.
Y así se despidieron, mientras en casa de mi abuela tampoco es que quedase en paz.
—¡Yo me voy a acostar ya! —dijo mi padre.
—¡Sí pero esta noche duermes en el sofá o con tu madre y que Martín duerma conmigo! —dijo mi malhumorada madre.
—¡Anda hijo métete en mi cama y tengamos la fiesta en paz! —dijo mi abuela.
La situación era tan extraña y los nervios estaba tan a flor de piel, que la tensión podría cortarse con un cuchillo como dice el dicho.
Así que mi hermano y yo optamos por irnos también a la cama mientras mi madre y mi abuela recogían la mesa, pues antes no era como ahora con el feminismo y todo eso.
Me metí en la cama de mis padres y esperé a mi madre, que no tardó mucho en subir con la cara trastocada.
Yo no dije nada, simplemente la observé con el rabillo del ojo cambiarse, ponerse el pijama y meterse en mi cama.
—¡Ay qué frio hace Martín! —me dijo acurrucándose y pegándose a mi espalda.
Al cambiarse no pude evitar ver su figura a la débil luz de la bombilla mortecina del dormitorio donde estaba la cama. Su cuerpo no era precisamente de modelo pero sus tetas y su culo tampoco aunque resultaba tremendamente sensual. No pude evitar acordarme de cuando Calixto la folló ante mi atónita mirada. Su gran raja penetrada por aquella larga herramienta como la de mi hermano, pues la mía era más bien gorda y más corta.
Estos zafios pensamientos hicieron que para cuando ella se metió entre las mantas yo ya estuviese empalmado. Encima sentir su abrazo desde atrás con sus pechos en mi espalda no ayudaron tampoco.
—Te puedo preguntar qué ha pasado mamá —le susurré tras meterse en la cama y estar los dos acurrucados.
—¡Vaya Martín! Veo que vuelves a llamarme así —dijo ella sorprendida.
—¿Cómo mamá?
—¡Sí cariño! Después de lo del pajar pensé que ya no me lo dirías nunca más —me explicó para mi sorpresa.
—¡Claro que sí mamá! Bueno lo del pajar estuvo bien, pero en estos años que nos has cuidado he aprendido a quererte aunque no seas realmente mi madre has cuidado de mi como si lo fueses.
—¡No sabes lo que me gusta oírte decir algo así! Como te dije yo siempre quise una familia pero no pudo ser y conocí a tu padre —me explicó abrazada a mi en la cama bajo las mantas, tan calentitos con el frío exterior.
—¿Bueno y qué ha pasado entonces mamá? —insistí una vez más.
Nada hijo, lo que tenía que pasar Calixto no se enteraba que tu tía se la pegaba con tu padre y ha insistido en ir a comprobar si fumaban o follaban. Yo he tratado de retenerlo pero él ya no me ha escuchado y ahí se ha liado parda como has podido comprobar.
—Pero, ¿y a ti no te importa que papá se lo haga con ella?
—Antes tal vez cariño, ahora ya no. Como te dije, el sexo con él no es lo que era, no hay riesgo —me comentó—. Así una pierde el interés y si yo le soy infiel puedo concebir que él tenga también sus aventuras.
—¡Oh vaya, no pensé que eso fuese posible en pareja! —dije yo sin comprender.
—Bueno, no pasa nada cariño. En su día nos quisimos y disfrutamos haciendo el amor pero la edad te cambia y tu cuerpo también lo hace, todo cambia cariño.
—¿Vaya, pero os vais a divorciar? —pregunté yo con inocencia.
—¡Divorciar, no por supuesto que no cariño! Donde íbamos a ir, tanto él como yo estamos hechos ya el uno al otro y hemos aprendido a soportarnos. Además os perdería a vosotros, que os considero ya de mi familia —dijo abrazandose a mi más fuerte.
Su pélvis estaba muy pegada a la mía y tenía su cara frente a mi, por lo que la excitación que vino a continuación fue inevitable.
—Aunque echaré de menos mis escarceos con Calixto y eso le quitará un poco de pimienta a mi vida —se lamentó de nuevo.
—Bueno mamá, siempre te quedaré yo —le dije introduciendo mi mano en sus bragas y acariciando su culo a flor de piel.
—¡Oh cariño! Follas muy bien, pero es que, ¡eres mi hijo!
—Vamos Gisela, te prometo que seré tu hijo después, ahora quiero ser otra cosa —le dije.
Y bajando mi cara buceé entre las sábanas hasta encontrar su concha y con mi lengua saboreé sus jugos llevándola al éxtasis con tan solo mis dedos y mis labios.
Sofocado necesité tomar el aire y cuando salí a la superficie de entre las sábanas me encontré con sus besos en la mejilla y su agradecimiento en forma de subida a caballito sobre mi pecho.
Extrajo mi verga de mi calzoncillo con maestría y con idéntico arte se la colocó en la entrada de su lubricado sexo y me cabalgó con gracia como una experimentada amazona. Con movimientos de cadera y pelvis me folló hasta que me corrí en su interior y luego, quedamos abrazados y casi dormidos, hasta que desperté y seguía teniéndola dura por lo que la encontré boca abajo y echándome sobre su espalda la colé entre sus cachetes y presionando desde tal posición la penetré desde atrás y gozamos una vez más de otro coito largo.
Su sexo estaba tan encharcado que su ojal se lubricó y en el mete saca mi glande se equivocaba de dirección y terminó penetrándola por el culo, en un delicioso coito anal, tan lento como apretadito y terminé corriéndome por segunda vez pero esta vez en su ano.
De nuevo quedamos dormidos, desnudos y abrazados en aquella fría noche de Navidad hasta la mañana siguiente, cuando nada más despertar me eché sobre ella y la cubrí en el misionero una vez más, con una caliente corrida en su interior, tras una larga follada mientras nos mirábamos a los ojos y ella me acariciaba las mejillas y admiraba la tensión en mis brazos mientras apoyado encima suyo la follaba y la penetraba profundamente.
Quedé encima suyo tras correrme y fundidos en un abrazo me pregunté qué prefería, tenerla como sólo como madre o sólo como amante y convine en que de ambas relaciones obtenía satisfacciones, amor de madre y placer del amante
Con gran jolgorio y algarabía mi abuela cantó villancicos y comimos y bebimos. Aquella sin duda fue la mejor Nochevieja de nuestras visas, para más inri Berta me cogía la mano bajo la mesa pues nos habíamos sentado juntos, como juntos habíamos consumado nuestro amor en la mañana. ¡Qué ganas tenía de consumarlo una vez más con ella!
Aún nos quedábamos hasta el día de los Reyes Magos, cuando ya partiríamos de nuevo para la ciudad así que aún nos quedaban suficientes días para consumar y hasta consumir nuestro amor. Yo la amaría para siempre y ella a mí, era el pensamiento que discurría por mi cabeza y del que estaba seguro de que también le pasaba a ella.
Cuando el vino había corrido por la mesa, los ánimos estaban ya muy caldeados. A nosotros nos dejaron mezclarlo con cola, así que tomamos calimocho, al que ya nos habíamos acostumbrado en esos días apartados en las cámaras de la casa, donde se guardaba el grano, en nuestros juegos calenturientos.
De pronto mi padre y mi tía se levantaron con la excusa de salir a fumar.
—Eso, ¡meteos el veneno en el cuerpo! —dijo mi abuela.
—De algo hay que morirse abuela, que si no es una cosa es la otra —dijo la nuera.
Vi como mi madre los miraba y su mirada no fue precisamente de aprobación. ¿Me ayudas a quitar la mesa y cortar los turrones Calixto?
—Ya te ayudo yo —dijo mi abuela.
—No hay problema Toribia, ya me ayuda él, usted descanse que bastantes horas llevamos ya de pie en la cocina —la excusó mi madre.
Yo sabía lo que pretendía, que no era otra cosa que el juego de la mujer despechada, mi padre se follaría a su cuñada y ella a su hermano, así todo quedaba en familia.
Mi abuela se quedó con nosotros en la mesa y nos cantó villancicos al ritmo del rascado de la botella de anís y nos divertimos con ella mientras yo sabía lo que se cocía en el pasillo y la cocina en aquellos mismos momentos. ¿Podría consumar en la madrugada con Berta?
Pero la tragedia romana estaba a punto de suceder, de pronto unos gritos alertaron a mi abuela, esta se levantó y maldijo lo que estaba sucediendo.
—¡Hay que ver que ni las fiestas se respetan ya! ¡Quedaos aquí mis niños! —dijo y se encaminó hacia el pasillo que daba al patio trasero.
Por supuesto que nos asomamos, como cotillas y así nos enteramos de que el pastel se había descubierto.
—¡Aída cómo has podido hacerme esto! —se oyó la voz de Calixto.
—¡Yo no he hecho nada que tú no hayas hecho con Gisela! ¡Qué bien le miras las tetas durante toda la noche! —replicó esta despechada.
—¡Vamos Aída que por suerte una tiene lo que tiene y a otras les falta! —dijo mi madre sin quedarse atrás.
—¡Venga mujeres esto sólo es fruto del vino! ¿Es que no lo veis? —dijo mi padre.
—¡Tú no lo verás al menos esta noche cariño! Vete con esta que no tiene ni chicha ni limoná —dijo mi madre.
—¡Qué pasa aquí! —dijo mi abuela apareciendo en escena—. Lo que os traigáis entre vosotros lo discutís fuera de mi casa, que aquí mando yo, ¡estamos! Si sois como adolescentes que no os sabéis contener en vuestros folleteos yo ya no tengo edad para aguantaros así que u os contenéis o tiráis cada uno por vuestro camino, ¡qué vergüenza con los niños en el salón! —dijo con rotundidad.
De repente las voces se callaron. Todos corrimos entonces a nuestros asientos y oímos cómo nuestros padres, malhumorados volvían de sus escarceos a donde nosotros estábamos.
—¡Vamos niñas que ya nos vamos! —dijo Gisela mi tía.
—¿Pero no nos quedamos a tomar las uvas? —protestó mi querida Berta.
—¡No Berta, nos las tomamos ya en casa! —dijo tajante su padre, Calixto.
Y así se despidieron, mientras en casa de mi abuela tampoco es que quedase en paz.
—¡Yo me voy a acostar ya! —dijo mi padre.
—¡Sí pero esta noche duermes en el sofá o con tu madre y que Martín duerma conmigo! —dijo mi malhumorada madre.
—¡Anda hijo métete en mi cama y tengamos la fiesta en paz! —dijo mi abuela.
La situación era tan extraña y los nervios estaba tan a flor de piel, que la tensión podría cortarse con un cuchillo como dice el dicho.
Así que mi hermano y yo optamos por irnos también a la cama mientras mi madre y mi abuela recogían la mesa, pues antes no era como ahora con el feminismo y todo eso.
Me metí en la cama de mis padres y esperé a mi madre, que no tardó mucho en subir con la cara trastocada.
Yo no dije nada, simplemente la observé con el rabillo del ojo cambiarse, ponerse el pijama y meterse en mi cama.
—¡Ay qué frio hace Martín! —me dijo acurrucándose y pegándose a mi espalda.
Al cambiarse no pude evitar ver su figura a la débil luz de la bombilla mortecina del dormitorio donde estaba la cama. Su cuerpo no era precisamente de modelo pero sus tetas y su culo tampoco aunque resultaba tremendamente sensual. No pude evitar acordarme de cuando Calixto la folló ante mi atónita mirada. Su gran raja penetrada por aquella larga herramienta como la de mi hermano, pues la mía era más bien gorda y más corta.
Estos zafios pensamientos hicieron que para cuando ella se metió entre las mantas yo ya estuviese empalmado. Encima sentir su abrazo desde atrás con sus pechos en mi espalda no ayudaron tampoco.
—Te puedo preguntar qué ha pasado mamá —le susurré tras meterse en la cama y estar los dos acurrucados.
—¡Vaya Martín! Veo que vuelves a llamarme así —dijo ella sorprendida.
—¿Cómo mamá?
—¡Sí cariño! Después de lo del pajar pensé que ya no me lo dirías nunca más —me explicó para mi sorpresa.
—¡Claro que sí mamá! Bueno lo del pajar estuvo bien, pero en estos años que nos has cuidado he aprendido a quererte aunque no seas realmente mi madre has cuidado de mi como si lo fueses.
—¡No sabes lo que me gusta oírte decir algo así! Como te dije yo siempre quise una familia pero no pudo ser y conocí a tu padre —me explicó abrazada a mi en la cama bajo las mantas, tan calentitos con el frío exterior.
—¿Bueno y qué ha pasado entonces mamá? —insistí una vez más.
Nada hijo, lo que tenía que pasar Calixto no se enteraba que tu tía se la pegaba con tu padre y ha insistido en ir a comprobar si fumaban o follaban. Yo he tratado de retenerlo pero él ya no me ha escuchado y ahí se ha liado parda como has podido comprobar.
—Pero, ¿y a ti no te importa que papá se lo haga con ella?
—Antes tal vez cariño, ahora ya no. Como te dije, el sexo con él no es lo que era, no hay riesgo —me comentó—. Así una pierde el interés y si yo le soy infiel puedo concebir que él tenga también sus aventuras.
—¡Oh vaya, no pensé que eso fuese posible en pareja! —dije yo sin comprender.
—Bueno, no pasa nada cariño. En su día nos quisimos y disfrutamos haciendo el amor pero la edad te cambia y tu cuerpo también lo hace, todo cambia cariño.
—¿Vaya, pero os vais a divorciar? —pregunté yo con inocencia.
—¡Divorciar, no por supuesto que no cariño! Donde íbamos a ir, tanto él como yo estamos hechos ya el uno al otro y hemos aprendido a soportarnos. Además os perdería a vosotros, que os considero ya de mi familia —dijo abrazandose a mi más fuerte.
Su pélvis estaba muy pegada a la mía y tenía su cara frente a mi, por lo que la excitación que vino a continuación fue inevitable.
—Aunque echaré de menos mis escarceos con Calixto y eso le quitará un poco de pimienta a mi vida —se lamentó de nuevo.
—Bueno mamá, siempre te quedaré yo —le dije introduciendo mi mano en sus bragas y acariciando su culo a flor de piel.
—¡Oh cariño! Follas muy bien, pero es que, ¡eres mi hijo!
—Vamos Gisela, te prometo que seré tu hijo después, ahora quiero ser otra cosa —le dije.
Y bajando mi cara buceé entre las sábanas hasta encontrar su concha y con mi lengua saboreé sus jugos llevándola al éxtasis con tan solo mis dedos y mis labios.
Sofocado necesité tomar el aire y cuando salí a la superficie de entre las sábanas me encontré con sus besos en la mejilla y su agradecimiento en forma de subida a caballito sobre mi pecho.
Extrajo mi verga de mi calzoncillo con maestría y con idéntico arte se la colocó en la entrada de su lubricado sexo y me cabalgó con gracia como una experimentada amazona. Con movimientos de cadera y pelvis me folló hasta que me corrí en su interior y luego, quedamos abrazados y casi dormidos, hasta que desperté y seguía teniéndola dura por lo que la encontré boca abajo y echándome sobre su espalda la colé entre sus cachetes y presionando desde tal posición la penetré desde atrás y gozamos una vez más de otro coito largo.
Su sexo estaba tan encharcado que su ojal se lubricó y en el mete saca mi glande se equivocaba de dirección y terminó penetrándola por el culo, en un delicioso coito anal, tan lento como apretadito y terminé corriéndome por segunda vez pero esta vez en su ano.
De nuevo quedamos dormidos, desnudos y abrazados en aquella fría noche de Navidad hasta la mañana siguiente, cuando nada más despertar me eché sobre ella y la cubrí en el misionero una vez más, con una caliente corrida en su interior, tras una larga follada mientras nos mirábamos a los ojos y ella me acariciaba las mejillas y admiraba la tensión en mis brazos mientras apoyado encima suyo la follaba y la penetraba profundamente.
Quedé encima suyo tras correrme y fundidos en un abrazo me pregunté qué prefería, tenerla como sólo como madre o sólo como amante y convine en que de ambas relaciones obtenía satisfacciones, amor de madre y placer del amante