Mi Familia

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,230
Likes Recibidos
2,491
Puntos
113
 
 
 
Dormí mal. Un inusitado sueño erótico me mantuvo inquieta toda la noche. No llegué a masturbarme, pero mi entrepierna estaba mojada cuando desperté. Era temprano. Me revolví en la cama un tanto perezosa, todavía inquieta. Mis pezones estaban duros y mi aliento caliente.

Estaba sorprendida; no era habitual que tuviera ese tipo de sueños e inquietudes. No soy mojigata; por el contrario, soy partidaria de la libre práctica de la sexualidad sin tener reticencias en torno a las supuestas aberraciones o perversiones sexuales. Y sin embargo, nunca he tenido el temperamento ardiente, tampoco me he lanzado al ejercicio de mi sexualidad; incluso, soy virgen. Mi virginidad se debe a que no he encontrado el sujeto para que sea mi desvirgador. No es que sea muy delicada en cuanto a los tipos o las características que deberá tener el que se encargue de retirar mi sello –aberrante, por supuesto– de garantía.

En ocasiones me he cuestionado si no será que prefiera la actividad lésbica y que, en el fondo, no me atreva a dar salida a este tipo de preferencia; pero he encontrado que no es eso, que las mujeres me son, en todo caso, tan atractivas como los hombres. Con aquellas no he llegado a tener acercamientos, y sí con varios galanes que se me han acercado. No pocas veces he permitido que me toquen todo, incluido mi sexo. Varias veces he tenido orgasmo provocados por bocas masculinas, y sin embargo nunca he considerado a estos que han lamido mi pucha, como los ideales para que me posean.

Creo que en este concepto es donde estriba mi negativa a permitir la penetración de nadie. Es decir: no deseo que nadie me posea, y menos que esa posesión se establezca por el simple hecho de haber permitido la introducción de una verga en mi vagina. Y no me arrepiento. Por el contrario, estoy satisfecha de conservar mi libertad, aún a costa de continuar siendo virgen.

Por lo demás, me considero atractiva, tal vez hasta bella. Soy esbelta, morena clara, con ojos de un color insólito, parecido al de las cerezas; mi pelo me gusta mucho. Es largo, ondulado, castaño claro que va muy bien con el color de mis ojos; mis senos son soberbios, creo que esculturales; es decir, ni grandes ni chicos, sino de una proporción escultural, con pezones sonrosados así como las areolas que los rodean, verdaderamente hermosos mis pechos.

Mis caderas son amplias, sin llegar a la exageración, y me precio de tener los muslos y las piernas más lindos que he visto, considerando incluso los de muchas de las modelos y artistas cinematográficas. Pero lo que realmente me subyuga, en mi tremenda vanidad narcisista, es la configuración del triángulo piloso que adorna y recubre de manera extraordinariamente bella, mi vagina.

Así que, vista desnuda, de frente o de perfil, soy hermosa. Y por esto es que tengo el montón de pretendientes y un sin número de propuestas para establecer relaciones amorosas, o de noviazgo formal. Todas las propuestas y pretendientes son rechazados con cierta rapidez. (nota: como ves, he cambiado; mi tendencia narcisista casi la he eliminado, lo mismo mis criterios en torno al hermoso ejercicio de la sexualidad y, debo decírtelo, gracias a la prestancia y acuciosidad amorosa de mis padre, los dos por igual)

Hice este recuento, ante la sorpresa de haber tenido el sueño mencionado, y la inquietud, francamente sexual, que provocó. ¿Será que estoy eludiendo tener la práctica sexual, escudada en tonterías como las dichas?, me dije ese día, y me contesté: no lo sé, pero en éste preciso momento y con toda sinceridad para conmigo misma, siento que no eludo nada, que mis apreciaciones y tendencias son claras, y que mi decisión de tener relaciones sexuales sólo con aquel que me atraiga y yo piense que dejará a salvo mi libertad y mi integridad individual, es correcta y que no existen razones para cambiar esta decisión.

¡Ya vendrá el tiempo y el sujeto!, fue la conclusión a la que llegué la mañana siguiente a mi sorprendente sueño erótico. Ese día…

Escuché ruidos en la cocina. Debía ser papá; siempre se levanta temprano, aun estando de vacaciones. Me fui al baño para vaciar mi vejiga, y peinar un poco mi largo pelo antes de bajar. Mientras estaba sentada en la taza, me sentí contenta. Como que la inquietud tenida se estaba yendo. Lo atribuí al sentimiento de plenitud que invadió al pensar en la singular familia que conformábamos mi padre, mi madre y yo. No es que fuera nada especial, solamente era que nos llevábamos muy bien y que siempre y en todos momento éramos alegres, divertidos, muy unidos y complacientes con los otros.

Como hija única, al crecer y hacerme adulta con padres muy jóvenes – mi padre tiene 40 y la misma edad tiene mi madre. Se casaron a muy temprana edad porque en el pueblo donde nacieron y se criaron, no había ninguna posibilidad de tener sexo sin estar casados, vamos, ni siquiera putas había en el pueblo serrano – me sentí como un adulto más que se integraba a los otros dos; es decir: dejé de sentirme hija, para pasar a la categoría de la tercera persona del grupo.

Creo que ese mismo sentimiento mantenían mis padres. Año con año, durante el período de vacaciones de papá, salíamos a diferentes lugares para disfrutar ese magnífico tiempo conviviendo y gozando de todo. En esta ocasión fuimos a la costa de Quintana Roo; nos alojamos en una cabaña situada en la playa, propiedad de uno de los jefes de mamá que se la prestó.

El precioso mar del caribe, la frondosa selva aledaña y el cielo azulísimo, nos hacían regodearnos en el placer del dulce far niente admirando la naturaleza y permaneciendo en traje de baño el día entero. En muchos kilómetros a la redonda, no había nada, excepto el mar, la vegetación, el calor y el hermosísimo cielo azul. Por supuesto, la playa y los alrededores, desiertos. Es decir, no había nadie más que nosotros en varios kilómetros a la redonda.

Con ese estado de ánimo bajé. Papá frente a la estufa, tal vez preparando algo para desayunar. Mi madre era la última en levantarse, casi siempre a medio día. Decía que sólo en este tiempo le era posible hacerlo, puesto que, debido a su trabajo, tenía que levantarse muy temprano para poder dejar preparada la comida, a más de tener todo listo para cuando nosotros bajábamos a desayunar. Y por eso nosotros, en vacaciones, la dejábamos estar en la cama hasta que le diera su regalada gana. Mi papá estaba sin camisa, descalzo, y con un delgado chort. Sin hacer ruido me fui acercando. Él me sintió, volteó, sonrió y dijo: “Buenos días, hija. ¿Qué tal dormiste?”. Lo besé en la mejilla y me situé a su lado. “Más o menos”.

Estuve algo inquieta. “¿Y tú?” “Pues muy bien. Ya sabes que duermo a pata tirante”. “¿Qué haces”, le dije, al tiempo que con mi mano lo tomaba de la cintura desnuda. “Vigilo los frijoles para que no se quemen. Freí unos pocos, ya sabes que a mamá le encanta desayunar sus frijolitos. Ya piqué la fruta y el café está listo. Solo faltabas tú para que desayunemos”, y entonces su mano me tomó de la cintura. Yo bajé con una blusita casi transparente, sin sostén y sin calzones, pero con un delgado chort, parecido al de papá. Ambos teníamos la vista fija en la cazuela de los frijoles y las manos del otro en nuestras respectivas cinturas. Me sentí tierna, y recliné mi cabeza sobre el hombro desnudo de papá.

Entonces él me besó en la frente con un beso muy tierno, que sentí húmedo. Suspiré y cerré los ojos. Mi relajamiento tenía mucho que ver con esa sensación de seguridad y cariño que emanaba del calorcito del cuerpo de mi padre, y también detecté el olor que se desprendía de su piel. Ya conocía ese olor, y sin embargo esa mañana, lo sentí especial, como si fuera un perfume que alertaba mis sentidos. Volteé a verlo sin despegar mi cabeza de su hombro. El perfil tan conocido, me pareció soberbio y muy bello. Usaba barba y bigote; la tenía revuelta, así como su pelo que también usaba un tanto largo.

Me estremecí sin saber, al principio, a que era debido ese inusual estremecimiento. Unos segundos después, comprendí que me estremecí al considerar sumamente guapo y atractivo a mi padre, al hombre que estaba a mi lado en cuyo hombro descansaba mi cabeza. Y volví a suspirar, sintiendo que mi sonrisa se ampliaba por la satisfacción que sentía al estar al lado de un hombre como aquél.

Y, sin pensar en nada, tomé la mano que estaba en mi cintura e hice que adelantara su posición para sentirla más en mi plano vientre. Los dedos se removieron haciendo una caricia, caricia que aumentó mi estremecimiento y mis suspiros. Papá volvió a besar mi frente, pero esta vez el beso se prolongó. El beso hizo que mi sensibilidad aumentara para las sensaciones que el beso despertaba y, al mismo tiempo, me hacía abandonar cualquier otra percepción.

Mi mano que estaba en la cintura de papá, apretó su cuerpo contra el mío, y la mano libre fue a acariciar el pecho robusto y con largos pelos de papá. Yo no pensaba, solo sentía. La mano de papá que estaba en mi estómago, aumentó el movimiento acariciador de los dedos y la otra acarició mi rostro con mucha suavidad y ternura, sin que el beso cesara. Sentí que mi aliento estaba más caliente y que mi respiración aumentaba de frecuencia. Se escuchaba el suave frote de las manos acariciando la piel del otro, y el tenue hervor de los frijoles.

Mi mano en el pecho velludo, empezó a jalar de esos pelos, y la mano de dedos ágiles hizo que uno de los dedos se metiera en mi ombligo, caricia que casi me hace saltar, pero que sí me hizo sonreír muy complacida, disfrutando la intimidad de las caricias mutuas. Sentí que el aliento y la respiración de papá se solidarizaran con los míos aumentando su calidez y la frecuencia de las respiraciones. La mano en mi rostro se apartó, lo que hizo que mis ojos se abrieran como para reclamar, con la vista, el abandono. Pero la mano sólo iba a apagar la estufa.

Cuando regresó esa mano, me tomó de la barbilla y obligó a mi rostro a levantarse, aunque continuaba con los ojos cerrados. Luego, la mano permitió que mi cara descendiera para volver a la calidez del hombro y al olor que anhelaban mis sentidos. Entonces mi mano ascendió para acariciar el rostro barbado, lo que me produjo nuevas y mas sentidas sensaciones. Sensaciones que se incrementaron, cuando mis dedos delinearon el contorno de la boca y los labios sensuales de mi padre, y se estremecían al sentir las asperezas de barba y bigote. Mi mente continuaba ausente, y mis sensaciones en ascenso. Mis suspiros eran jadeos y mis manos se humedecían.

Mis ojos continuaban cerrados, como no queriendo participar de nada para no impedir que el acercamiento tan hermoso e íntimo continuara. Sentí la punta de la lengua de papá saliendo de su boca fusionada a mi frente. Y quise sentir su boca en mi boca. Giré mi cabeza. La boca se fue, pero la mía fue en su busca. Mi boca la encontró apenas un poco más allá, y se prendió a los labios sentidos por mis dedos.

Papá suspiró fuerte, e hizo un movimiento para que nuestros cuerpos quedaran frente a frente, sin que su boca se retirara de la mía. Y sus fuertes brazos me rodearon, y yo hice lo mismo con los míos apretándolo para sentir su torso con mis senos, senos que sentí enhiestos, con pezones duros, calientes.

Fue entonces cuando la lengua de papá salió de su madriguera para ir a internarse en mi boca. Y yo apreté los labios abiertos de papá como para impedir que su suave y cálida lengua se fuera a arrepentir de sus intentos exploratorios y acariciantes. Mi lengua ya sentía la otra, sentía esa suavidad, esa humedad tan exquisita, y el filo de los dientes, y el dulzor de su saliva, y el aliento cálido que se mezclaba con el mío. Sus manos se metieron bajo mi largo pelo, y acariciaron mi espalda de una manera sensual, tenue, como no queriendo que las suaves yemas de los dedos fueran a dañar la tan delicada, sensible y tibia piel.

Mis uñas, inexplicablemente, se clavaron en la espalda enorme de mi padre, y mis palmas se estremecieron cuando sintieron los pelos de la cintura paterna. Y como los pelos bajaban más allá del límite de los calzones, mis manos se metieron hasta apresar las nalgas, nalgas que se contrajeron al sentir el contacto de mis manos como diciéndoles que estaba gozando, disfrutando la caricia. Mis dedos apretaron el preciado botín recién descubierto y atrajeron el cuerpo hasta pegarlo totalmente al mío.

Entonces sentí algo duro que presionaba mi vientre; estuve segura que no era una mano, tampoco un dedo, puesto que las manos andaban por mi espalda buscando la manera de llegar hasta la piel oculta por la blusa. Y por eso hice que mi lengua danzara frenética contra la otra y que mis dientes mordieran levemente los labios de la boca portadora de una lengua que tanto estaba excitando a mi propia lengua, todo mientras mi boca se frotaba contra la otra boca. Entonces las manos ajenas pudieron separar la blusa de la piel y recorrieron mi espalda, haciendo que el periplo de esas manos prodigiosas llegara hasta mis nalgas y las aprisionaran como las mías hacían con las otras nalgas.

Y esas manos me apretaron. Por esto la dureza que presionaba mi vientre, se hizo más evidente y más estremecedora. Las manos de papá, empezaron a acariciar con mucha dulzura mis nalgas, como no queriendo que esa caricia fuera a lastimar, sino que tuviera la intensidad suficiente para que las sensaciones que en oleadas de calor me recorrían de la raíz de mi pelo hasta las uñas de mis pies, se hicieran más intensas y más sensuales, y que al mismo tiempo me hicieran sentir el cariño, el amor que esa caricia implicaba. Pero yo ansiaba más y más sensaciones como las que hasta ese momento sentía, y por eso sentí la necesidad de frotar mis senos contra el potente tórax de papá. Y lo sentí espléndido, sabroso, excitante.

Pero insuficiente. Insuficiente porque la tela de mi blusa impedía que el contacto de las pieles fuera eso precisamente, contacto de pieles. Y por primera vez mi cuerpo se separó un tanto y mis manos abandonaron sus tesoros, sólo para hacer saltar los botones que mantenían cerrada la blusa y luego, sin interrupción de los movimientos, lanzar la blusa al infinito. Y entonces sí, mis senos se regodearon frotándose contra ese tórax y contra los pelos que lo poblaban. Mis pezones casi estallan de placer, placer que se vio incrementado por los fuertes jadeos que la garganta de papá dejaba escapar casi sin interrupción.

Entonces las manos apretaron con fuerza, hasta producir dolor exquisito a mis nalgas. Y fueron estas las más audaces porque estiraron el elástico de la cintura para iniciar un rápido retiro de tan estorbosa prenda, retiro que mis piernas, autónomas, ayudaron a que se diera levantándose una primero y luego la otra.

Y mis manos, imitadoras, hicieron lo mismo con el elástico del otro calzón. Y las piernas ajenas y peludas hicieron los mismos movimientos que las mías para que el chort fuera expulsado. Y entonces, ¡lo sublime! Sentí en toda su extensión y dureza, la gran erección galopante que se apretaba contra mi terso vientre. Y al mismo tiempo sentí las contracciones de mi vagina, contracciones que llevaron a mi conciencia la presencia ya sentida, aunque no asumida, de mi enorme humedad, humedad que ya bañaba mis muslos haciéndolos viscosos y muy sensibles a los movimientos de uno contra el otro.

Aterrada, sentí que la boca soldada a la mía, me abandonaba, de allí mi pavor, pavor a que esa bendita boca se fuera para siempre. Pero no fue así, solo fue a lamer mis senos, a llenarlos de saliva, y luego a morder levemente mis pezones para después engullirlos hasta que la boca entera mamaba como si fuera la de un lactante. Yo no dejaba de jadear y gemir desde hacía eones, y cuando la boca mamaba entusiasmada, sentí un estremecimiento fantástico que mi mente ausente pudo interpretar como un enorme orgasmo, orgasmo que se acompañó de la expulsión de líquidos abundantes desde mi virginal vagina.

Y la boca se aplicó en la mamada, mientras las manos que andaban por mis nalgas las abandonaron para ir a hurgar entre mis pelos púbicos.

Yo tuve que echar hacia atrás mi cabeza, sacudida por un nuevo orgasmo de potencia inusitada, y tanto que casi hace que mis piernas se negaran a continuar sosteniéndome. Al hacer el que mi cabeza diera libre salida a mis gemidos orgásmicos, propicié que la erección me hiciera sentir su propia humedad. Por eso mis manos anhelaron sentir esa verga enhiesta. Autónomas, se dirigieron a la potente erección y ambas la tomaron con cierta fuerza, para después empezar a moverse con dulzura, con mucha ternura, sobre la larga extensión del grueso palo.

Papá suspiraba más y mejor, pero no podía, aún, igualar mis gemidos ni mis jadeos, ni mis suspiros, ni mis lágrimas de placer, ni mis sollozos atronadores. Y ya los dedos que antes se enredaban con mis pelos, incursionaban entre mis delicados labios verticales. Un fuerte orgasmo me sacudió cuando, sin saber porqué, vi cómo mi padre sacaba los dedos de mi raja y luego los chupaba con pasión, con enorme deleite. Y mis manos iban de delate atrás, haciendo que el suave prepucio se deslizara dejándome ver la brillante y enorme cabeza ciclópea.

La boca de papá continuaba mamando mis chichis, y yo me retorcía de placer sintiéndolas en su atronador esplendor, y por la superficie de mis perfectas, calientes y hermosas chichis, en este momento más que sensibles. Entonces, para mi sorpresa, papá me levantó en vilo, para depositarme sobre la cubierta de la mesa sin importarle tirar lo que había sobre ella.

Quedé boca arriba y con las piernas muy abiertas. Vi y sentí con enorme placer, cómo papá se extasiaba contemplando mis belleza más íntima. Luego percibí sus manos acariciando con gran ternura la piel de mis muslos, la del vientre, la de las piernas, para luego jalar levemente mis pelos, y con sus dedos recorres tanto la piel como la raja que rezumaba más y más jugos.

Tuve otro poderoso orgasmo, orgasmo que se prolongó al infinito cuando su boca fue a anidarse dentro de mi raja. Pero se anidó no para permanecer pasiva, sino para poner la lengua a lamer, a sus labios a chupar los finos labios y las delicadas ninfas, y a sus dientes a morder con infinita ternura lo mordible que se encuentra en mi pucha, en mi raja prodigiosa y por primera vez mamada por una boca sabia, tierna, cariñosa. Volé por las galaxias y por los dulces confines del universo con la soberbia, tremenda y amorosa mamada que papá me daba.

Fui y vine de un orgasmo a otro, de un lado del universo al opuesto en medio de grandes gritos de placer, de ese desmedido placer que la lengua, los labios y los dientes me estaban dando. Yo creo que mis gritos, sumados a las caricias que mis manos hacían sobre la verga hicieron que papá se encogiera al tener su primera eyaculación y sus primeros gritos francos, abiertos, plenos de placer.

Yo sentía que me derretía, que casi moría a cada nuevo lengüetazo, a cada nueva chupada, a cada nueva andanada de mamadas que la incansable lengua y boca de papá me daban. La verga apenas si perdió momentáneamente algo de su rigidez, porque mis manos continuaron acariciándola con ternura, con mucho amor. En segundos, la verga estaba tan dura como antes de la eyaculación, eyaculación que en ese momento sentí bañaba la piel del frente de mi cuerpo, desde mi rostro, hasta mis muslos, pasando por mis chichis, mis pelos y mi raja.

Durante ese tiempo y el sinnúmero de orgasmos tenidos, permanecimos sin decir palabras, solo nuestros gemidos y ayes de placer atronaban el espacio. Ni siquiera pensábamos en que mamá se podría despertar con tantas manifestaciones ruidosas de nuestra pasión y nuestro placer. Sin que mi último orgasmo se acallara, sentí que la verga abandonaba mis manos y era tomada por las manos de papá. Intrigada abrí los ojos para ver lo que pasaba.

Entonces vi, con enorme gusto y placer, que la verga se dirigía a mi pucha y, de inmediato, sentí la cabeza brillante y aún con una gota de semen asomando por el ojo único, apoyada en la entrada de mi vagina. Me estremecí, pero no de dolor o miedo, sino del enorme placer que sentía porque supe en ese preciado momento, que esa verga se iba a enterrar muy dentro de mi sagrada cueva.

Suspiré, gimiendo, para abrir la boca, sacar mi lengua y llamar con ella a la otra boca que estaba entreabierta y con la lengua lamiendo sus labios a falta de mis propios labios verticales. Y vino la boca mamadora para besarme con ternura, para hacer entrar su lengua que lamió con cariño, suavemente, mi lengua, al tiempo que las nalgas de papá empujaban lo que estaba adelante, a la verga tremenda que empezó a luchar por adentrarse profundamente en la gruta del placer que con tantas ganas se le ofrecía y que con tanto placer la esperaba para aprisionarla con los pliegues de mi vagina y darle así todo el amor de que era merecedor.

La verga se fue metiendo, yo sentía cómo avanzaba poco a poco, queriendo evitar el dolor, dolor que no se presentó en ningún momento. Fui sintiendo esos avances con pasión creciente y con el maravilloso orgasmo infinito incrementado. Era una tranca enorme, pero la pude alojar completa dentro de mi vagina, muy adentro de mi sagrada caverna.

Cuando sus huevos chocaron con mis nalgas y mis labios verticales, el empuje se suspendió y la verga permaneció estática, sin moverse, como queriendo disfrutar al máximo el placer de haber entrado a mi pucha que rezumaba jugos en abundancia. Y yo la sentía gruesa, plena, dura, tierna. Sensaciones que hacían que mi orgasmo se hiciera más patente, de mayor potencia, inacabable, inconmensurable.

Luego, poco a poco, como no queriendo apresurarse, inició el movimiento de sus nalgas que se acompañaba con un entrar y salir de la verga en mi vagina. Y fue el paraíso. El Nirvana del placer. La Gloria de la gloria de la cogida plena de amor y pasión.

No sé cuánto duró ese ir y venir de tan prodigiosa verga. Sí sentí varias veces que mi pucha se llenaba de la leche que en potentes eyaculaciones vertía la verga dentro de mi vagina. Estaba enervada, totalmente fusionada a la verga y al placer. Ocasionalmente escuchaba los gritos de papá como tratando de acallar los míos. Cuando la cara de papá se derrumbó sobre mi tórax y su boca encontró una de mis chichis, mi orgasmo ininterrumpido dio un último salto al paraíso ganado. Mi padre estaba exhausto.

Mi vagina se contraía llena de placer, casi con desesperación placentera. Y sentía la verga que se iba encogiendo al mismo tiempo la abundante leche derramada dentro de mí, salía de la cueva formando una cascada, catarata que tenía también la virtud de provocarme más placer, otro gran orgasmo. Y la sagrada boca de papá mamaba mi chichi, cosa que hacía que mi orgasmo continuara presente, permanente. Por fin mis nalgas se pararon sin estar cansadas de moverse, y todo movimiento cesó.

No sé cuánto tiempo pasó, para que nuestras respiraciones se calmaran y para que los gemidos dejaran de emitirse. Lo último que se apaciguó, fue la salida de la leche cálida que escurrió constante de mi pucha peluda desde que la verga, exhausta, salió de su guante amoroso. Mis manos acariciaban el torso liso y fuerte, y la boca de él no dejó la chichi ni un solo instante, como si quisiera conservarla para la eternidad.

Papá fue el primero que dio señales de vida. Levantó su rostro aún sudoroso, respiró profundo, con una de sus manos retiró el mechón de pelo que cubría en parte sus ojos, me miró con amor infinito, y dijo:

-¡Me diste el paraíso!

-Y tú me llevaste al Nirvana pasando por tu propio paraíso, padre.

-Fue… ¡divino!

-Estuve en la Gloria, por la gloria de tu amor.

-¿No te arrepientes?

-¿Se puede alguien arrepentir de gozar de y con Dios?

-¡Eres mi diosa!

-Y tú, padre, ¿te arrepientes?

-Nunca me había pasado nada celestial, ¿puedo arrepentirme de haber estado en el cielo teniendo y disfrutando el placer con la más bella de las diosas?

-¿Tuviste placer?

-Nada se puede comparar con el gozo, con el placer que me has dado.

-¿Sorprendido?

-Sorprendido y feliz.

-¿Me culpas?

-¿De qué puedes ser culpable? Dar amor, no es culpa; el amor es lo más maravilloso de la vida. Y tú, ¿me culpas?

-¿Cómo puedo culparte por darme lo más sublime de mi vida? No conocía el sexo, padre. Hoy, gracias a ti, lo conozco. Ahora entiendo el desperdicio que es la vida sin el amor que se expresa con el sexo.

-¿No importa que sea… tu padre?

-¿Te importa que sea tu hija? Además, eres hombre, y soy mujer. Lo demás, son estupideces.

-¡Me haces enormemente feliz!

-No tanto cómo tú me has hecho. ¿Sabes papá?, era virgen. Creo que no hay mujer mortal que pueda tener el orgullo, y el placer, de haber sido desvirgada por su amantísimo padre, ni que sea tan feliz por haberle entregado la virginidad, como yo lo soy.

-Lo supe cuando… me permitiste introducirme en tu virginal recinto. ¡Nunca había sentido tanto amor!. Amor recibido, y amor dado. Ambos manifiestos en tu apertura plena y placentera y en mi progresivo ingreso al Paraíso de tus entrañas.

-¡Soy feliz, padre!, y lo soy, porque tú estás aquí, y porque me diste infinito placer y amor.

-¿Y tú madre?

-Se perdió la Gloria.

-¿No sientes que la marginamos, que la traicionamos?

-No. Primero, no existe traición en este bello amor. En todo caso existe la incomprensión y la intolerancia; a más del egoísmo y la absurda posesión de las personas por otras personas. Segundo, fue un accidente que no haya estado; ¡ya estará compartiendo y compartiéndonos!. Esto lo puedo asegurar, así lo siento y así será; me lo dice tu amor, y el amor que siento en ella y que, por desgracia, no se ha manifestado como tu amor y mi amor. Pero ella es todo amor… y todo sexo, así lo creo, así lo siento. Mi alma me dice que nos dará, y le daremos, inmenso amor y placer con su sexo, con su cuerpo, con su espíritu.

-¿De dónde tu seguridad?

-Soy mujer, padre. La entiendo, como quizás tú no la entiendas. Tampoco conozco su cuerpo, como no conocía el tuyo; pero lo intuyo pleno, cálido, dispuesto al placer del sexo y el amor. Estoy segura que tú lo sabes, solo que nunca te has puesto a investigar el portentoso potencial amatorio que tiene mi madre en cuerpo y alma.

-¿Qué harías de presentarse ella en este momento?

-La invitaría a sumarse a nuestro amor. Iría a besarla con toda la ternura de los besos que tú me enseñaste. La desnudaría con el mismo cariño que tú pusiste al desnudarme. Besaría sus senos hermosos, y mordería sus pezones. En fin, repetiría el repertorio de ternuras que tú me enseñaste hace solo unos minutos y que tanto placer me han dado, y que tanto me han hecho sentir tu amor.

-Y ella, ¿aceptaría?

-No solo aceptaría, se prodigaría en dar y recibir caricias, sexo y amor.

-¿Estás dispuesta a… repetir la experiencia?

-Pero padre, no se trata de repetir, se trata de continuar. Nuestro amor será perdurable hasta la muerte de cualquiera.

-¡Eres hermosa, inteligente y espléndida en el amor… y en el sexo!.

-¿Vamos por mamá?

-Tengo temor.

-No temas, padre. Ella es toda amor. ¿Te gustaría que yo… la convenciera?

-Me harías enormemente feliz.

-Entonces, padre, espera un poco, pronto estará con nosotros sintiendo el placer de amarnos con su alma y con su cuerpo.

Estilando jugos por entre mis pelos, me levanté. Él me besó con toda la pasión de que es capaz puesta en ese beso. Yo, le entregué de nuevo mi cuerpo y mi alma en el beso recíproco.

Luego, con tristeza, me puse el precario chort, y recogí mi destrozada blusa. Después, me fui en busca de mi madre
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,230
Likes Recibidos
2,491
Puntos
113
 
 
 
Mamá no sospechaba nada. Papá y yo, seguimos amándonos por las mañanas mientras ella dormía. Mi recámara fue ahora el espacio para nuestro amor desbordado. Mi padre se mostró, como lo sentí la imborrable y feliz mañana que el Dios Cupido nos ayuntó, tierno, amoroso, potente, gozando y haciéndome gozar hasta el infinito. Yo, en cada encuentro, encontraba nuevas formas de satisfacerlo e inéditas formas de él para darme satisfacción. Papá no volvió a mencionar la participación de mamá, tampoco volvió a referirse a una presunta traición.

Sin embargo, estoy segura, sí lo pensaba, y se entristecía. Sin embargo, yo estaba segura: iba a lograr la aceptación consciente de mamá en el amor en construcción colectiva; él, lo escuché muchas noches, era poseedor de los encantos de mamá, se la cogía con la ternura y la excitación con que me cogía a mí. Y no en mí, confusión o miedo, no, no era eso.

Era que, el día venturoso de mi desfloración exquisita, decidí: mamá debería de tener la misma, o similar, experiencia a la de mi padre conmigo. Pensando así, esperaba el momento oportuno para seducirla. Sí, seducirla, era mi decisión. No pensaba que seduje a papá, no, para nada. Con papá fue Cupido quien intervino, al margen de mi voluntad y de la suya.

En esa ocasión fue el calor del ambiente, el olor de su cuerpo, la intranquilidad de mi cuerpo, y la lozanía de mi espíritu que solo deseaba dar y recibir amor, y amor que fue expresado tanto en lo anímico como con el sexo, sin mayores consideraciones filiales. Y fue maravilloso, espléndido, inigualable. No cambiaría por nada de este mundo esa divina experiencia, esa amorosa y mutua aproximación profunda y placentera, esa entrega de amor sincero, hermoso, perdurable, imperecedero.

Por la noche del último domingo de nuestra estancia en el paraíso tropical, papá dijo que iría al pueblo, al día siguiente temprano, en la mañana, a comprar víveres. Dormí tranquila sin pensar en nada, exhausta de tantas cogidas que durante esos días habíamos dado papá y yo.

Aprovechábamos cualquier momento, con mi madre ausente, para que él me acariciara, y yo respondía profundamente llevándome, y llevándolo siempre al goce feliz, a la cúspide del placer sexual sin dejar fuera ninguna de las caricias nacidas el primer día y otra más inventadas sobre la marcha del placer. Cientos de sublimes orgasmo me conmovieron, y me hicieron convulsionar no pocas veces de tanto placer; lo mismo a él.

Al despertar, extrañé el ruido de papá en la cocina. Entendí que ya se había ido. Estaba desnuda, sentí frío. Me cubrí con la sábana. Sentí uno de mis pezones, y sonreí al pensar que el pobre hoy no tendría las chupadas matutinas de la boca de mi padre. Mis manos acariciaban mis chichis con fruición, cuando escuché ruidos precisamente en la cocina, lugar donde no debería de haber ruidos. Recordé que mamá se levantaba tarde, por eso me levanté yo.

Escuché con más cuidado, y los ruidos se repitieron. Intrigada, me puse una batita transparente de tela muy delgada usada para cubrirme del sol cuando íbamos a la playa, y bajé de puntillas. Con sorpresa, vi que era mamá. Estaba parada frente a la estufa y movía su mano derecha como si estuviera moviendo algún guiso. Sonreí al recordar la mañana en que papá estaba en la misma actitud, y en la misma actividad que ahora tenía mamá.

Mi corazón latió presuroso, mis pezones se endurecieron. Mi alma me dijo: debes estar lista para el amor. Era diferente a la ocasión cuando fue mi padre el ocupante de la cocina. Aquella vez, no pensé nada. Mi mente estuvo ausente cuando me acerqué a papá, y gozó hasta que nuestros sexos se agotaron en el placer. Hoy, era diferente. Y era diferente; me acercaba con el claro propósito de acariciar y seducir a mi madre. No obstante, mis reflexiones, hoy tenía dudas. Y no era solo que fuera mi madre, además implicaba el hecho de que era mujer; es decir: la homosexualidad se sumaba al incesto.

Hoy, la intención era clara: seducir a mi progenitora; antes, con mi padre, fue la cercanía de los cuerpos y el amor de las almas que hasta ese momento se encontraron en situación propicia para el sexo amoroso; lo demás se dio porque la naturaleza así los dispuso. Creo que el amor se daría siempre así, de no impedirlo las tonterías que reprimen a la naturaleza por moralinas absurdas e inaceptables.

Me acerqué paso a paso, sonriendo, temblorosa, agitada, excitación creciente. Casi sin proponérmelo, mi mano izquierda fue a posarse en la cintura de mamá, cintura con la piel desnuda.

Mamá vestía una blusita suelta, y muy corta, que se ponía para dormir; abajo llevaba unos pantaloncitos de dormir de tela delgada, y nada más. “Buenos días hija”, dijo mamá al sentirme a su lado. “Buenos días, madre. ¿Qué haces?, ¿por qué levantada tan temprano?”, y mi mano acarició levemente la piel en la que reposaba. “Preparo la carne con chile que tanto le gusta a tu padre”, dijo, y volteó sonriente a verme. Yo recliné mi cabeza en su hombro, y ella pasó la cuchara del guiso a la mano izquierda; la derecha vino a sujetar mi cintura.

Mi respiración se agitaba momento a momento, mi respiración era cada vez más caliente y frecuente; la situación se estaba presentando similar al inicio de la bella relación con mi padre; mis pezones estaban tan duros que podrías ser rotos con el más mínimo golpe; y escurría, escurría como en los más álgidos momentos de excitación sexual. Madre sintió el calor de mi aliento, volteó, me vio, “¿Estas enferma?”, me dijo. “No mamá, estoy más sana que nunca, ¿por qué?”, “Tu respiración está agitada, además de caliente, como si tuvieras calentura”, dijo, mostrando un dejo de preocupación en la voz.

Me reí alegre, y dije: “Nada de eso madre. Lo que pasa es que… no sé, pero al acercarme a ti, sentí el olor de tu cuerpo recién levantado de la cama y… bueno, quiero absorber más de ese olor. Tal vez por eso respiro con mayor frecuencia y, por lo mismo, mi respiración ha de estar un poco más tibia”, dije tratando de no alarmarla con mi acercamiento. “Eso ha de ser”, dijo.

Sentí que la mente de mamá, sobre todo su cuerpo, le indicaba que algo más había para que mi respiración fuera así en ese momento. Incluso, hice esfuerzos por moderar mis claras manifestaciones, inútilmente. La mano de mamá apretaba mi cintura, cosa que más me agitaba. Pero yo deseaba más.

No debía acelerar los acontecimientos, pensé, la cercanía de los cuerpos estaba consumada, mamá reaccionaba con naturalidad, y su respiración también se agitaba, probablemente sin que ella lo sintiera así, y menos que tuviera una explicación para eso. Mi mano, en la piel desnuda, hizo los mismos movimientos que hacía la de mamá en mi cintura, tratando de ascender; sentí las costillas del esbelto tórax de mamá, y mi raja se inundó definitivamente.

Mamá, sonriente, volteó, me vio, suspiró, frunció el entrecejo, volvió a suspirar, y depositó un cálido, tierno, fugaz beso en mi frente. “Me gusta que estemos juntas, así, una al lado de la otra… y más, que te recargues en mí. ¡Hacía tanto tiempo que no te tenía tan cerca!”, yo tragué saliva, ella continuó. “Cuando eras más pequeña, con mucha frecuencia te gustaba venir a acurrucarte en mi regazo, a poner tu cabecita en mis muslos, a pedirme acariciara tu cara y tu pelo, pero… ¡creciste!, y te has alejado. ¿Ya no te gustan mis cariños?”, dijo con ese dejo de tristeza que descubrí desde las primeras palabras. “¡Ay, mamacita!, ¿cómo puedes pensar que no me gustan tus caricias?, enternecida.

Sin pensar ya en nada, besé a mamá en la mejilla, con un beso prolongado y húmedo. Y continué:

“Al contrario, madre, quisiera que tus caricias fueran muchas, y también, más… amorosas”. Y volví a besarla, esta vez, mi lengua salió, aunque solo la puntita, como para dejar constancia de estar allí, deseosa de acariciar. Madre besó de nuevo mi frente sin dejar de mover su mano derecha en mi cintura, y la izquierda moviendo la cuchara del guiso.

Mi mano en su cintura la apretó, y luego subió hasta sentir la raíz de los bellos senos de mamá. Sentí el estremecimiento de mamá, luego la escuché, decía: “¿Sientes que mis caricias no son amorosas?”, preguntó con mucha más tristeza en su voz. “No, madre, no es eso. Lo que quiero decir es… bueno, podemos acariciarnos más pródigamente, con más placer… creo Claro, con el cariño que siempre has puesto en tus caricias dirigidas a mí”.

La sentí confusa. Se estremeció. Los instintos le decían insistentes que se estaba planteando algo inusual. Volví a besarla, estaba vez abriendo mucho los labios, sin llegar a depositar saliva en su mejilla. La respiración de mamá se agitaba, su mano en mi cintura se estremecía, apretaba mi piel, un tanto involuntariamente, pensé. Y la mano del guiso se detuvo. “No te entiendo, cariño.

No te entiendo. ¿No te han dado nunca placer… mi caricias?, digo, las que siempre te he dado… Por mi parte siempre he tenido inmenso placer al darte caricias con todo mi amor. ¿No lo sientes así?. Mi boca, ansiosa, la besó de nuevo en la mejilla.

Este beso la hizo voltear con mirada aún más interrogante, en tanto su piel se ponía chinita y su mano en mi cintura pellizcaba mi carne. “No nos estamos entendiendo. Mira, madre, yo quiero decir… – no sabía si mostrarme cínica, o continuar guardando la ambigüedad – podríamos tener mayor placer, mayor demostración de nuestro amor, si nos prodigáramos en las caricias, si no las limitáramos, si pudiéramos besarnos… con libertad, con mayor profusión, en más sitios, en fin, madre, quiero decir… podríamos tenernos más afecto, más amor y también mayor placer al dar y recibir caricias y besos por doquier”. Yo escurría como venero derramándose.

Mi madre no apartaba la vista de mis ojos. Su frente estaba perlada de sudor y su respiración se entrecortaba; su agitación era más que evidente. Apagó la estufa. Me encaró de frente. Frunció la boca. Soltó mi cuerpo y llevó una de sus manos a su rostro como enjugándolo. Suspiró notoriamente; yo, me estremecía.

Percibía con claridad la enorme confusión de mamá, también vi los pezones tras la delgada tela, erguidos, soberbios, de un color café oscuro exquisito. Supe en ese momento que estábamos en la crisis; es decir, mamá titubeaba, aunque ya tenía más claridad en cuanto a mis eróticos planteamientos. Yo temblaba como gelatina; comprendí: mamá podría rechazar el intento de acercamiento amoroso, la no tan sutil intención seductora puesta en práctica por mí. Sentí el sufrimiento de mamá. Pensaba mi reclamo de escaso cariño y escasas caricias en el pasado, eso supe.

Pero también aprecié que, para mamá, estaba más o menos clara cuál era en realidad, mi demanda. El titubeo de mamá me hizo actuar. En fracciones de segundo, decidí jugarme el todo por el todo. Es decir: si el rechazo se iba a dar, lo mismo sería en este momento que en el siguiente a la acción decidida. Rodeé su cuello con mis manos, la atraje notando una cierta resistencia, y luego la besé en la boca, con mi boca abierta y mi lengua lamiendo sus labios que permanecieron cerrados, sorprendidos.

Froté mi boca contra la de ella. Respiré agitada. Suspiré y dije: “A estos besos me refiero, mamá. Besos que no por ser míos para ti, tienen menor contenido afectivo, amoroso, pasional…, erótico. Y las caricias… bueno, esas también te las puedo demostrar… si tú quieres, claro”, dije tratando de dar naturalidad a mi voz, y no solo, también alegría, cariño, hacerlas sonar amorosas como era en realidad su intención.

Mamá se agitaba. Estrujaba las manos, el sudor se hizo abundante, sus mejillas estaban arreboladas, sus pezones sumamente erguidos, y en sus ojos creí ver una lágrima que amenazaba con manifestarse abiertamente. “¡Hija, por Dios….!”, dijo en un intento de paralizar las acciones. Pero no se movió, tampoco apartó su mirada de mis ojos. Su tórax subía y bajaba indicando lo agitado de su respiración, y esta se tornaba anhelante. Entonces, volví a besarla. Esta vez decidida a vencer sus resistencias, o perecer en el intento. Con la punta de mi lengua metida entre sus labios, hice presión para abrir esa boca negada al beso franco, abierto, erotizante.

Mis manos la apretaban contra mi boca. Mis ojos estaban cerrados, sabía que ella los tenía abiertos con expresión casi aterrorizada. No obstante esas claras manifestaciones de resistencia, mi lengua sentía que los labios negados titubeaban. Percibí una leve apertura, y presioné con mayor cariño, con más amor. Sin verlos, sentí los ojos de mamá cerrarse, y sí escuché claramente el suspiro casi desgarrador; las manos de mamá salieron de su inmovilidad para tomarme de la cintura.

La apertura apenas como señal de los labios de mamá, permaneció así, sin dejar que se abrieran más. Luego, el rostro de mamá se alejó con brusquedad. Me veía entre atónita y aterrorizada. Una de las manos en sus labios, sin intentar limpiarlos del beso profano.

“¿Qué haces, hija?, ¡por Dios, no sigas!, pero su voz la traicionaba. Su razón moral la impelía a protestar, aún en contra de otro convencimiento, de otro deseo más real, solo como reacción automática a los preceptos, sin ser racional y sentida. Yo sonreí.

Con mi mano derecha hice una tierna caricia en el rostro de mi madre, y dije: ¿Rechazas mis besos?, ¿no te demuestran cariño, amor, deseo de estar más cercana a ti?, ¿es mi boca algo asqueroso?, ¿no has sentido los besos amorosos aderezados de saliva untada con la lengua ajena antes que éste mío?, ¡estoy segura, conoces mucho del placer que dan los besos de amor… y deseo!, y mis besos, madre, quieren demostrarte eso, mi amor, mi deseo, mi inmensa dicha de poder allegarte placer y… ser correspondida por un amor y un deseo iguales. ¿Te doy asco?”, cesé; y me avergoncé del contenido chantajista de mi discurso.

Mamá sufría enormidades; sus contradicciones internas eran poderosas, casi insalvables, además con los sentimientos prensados por el chantaje que mi amor y erotismo pusieron en juego. Las lágrimas apenas entrevistas, se derramaron. Entre sollozos imponentes, con voz entrecortada por la emoción, mamá dijo:

“¿Cómo puedes decir semejantes cosas, hija?. ¿cómo puedes decir que me das asco, si eres la niña de mis ojos, la razón de mi vida, mi más preciado tesoro? Y sí, claro, conozco los besos… a los que tú te refieres…, de los que me has dado una muestra… ¡increíble!. ¡Ay, hija mía!, ¿no me entiendes?, porque, te seré franca, yo… apenas si empiezo a entenderte, en estas tan insospechadas e inesperadas manifestaciones de… cariño, según dices. ¿No sientes que está mal… digo, querer así, desear ese tipo de besos, de caricias inusuales que dices deseas?, me siento…, cuando menos, muy confundida.

Sé que tus deseos y tus besos… son sanos, son cariñosos, me demuestran mucho amor, pero… ¿por qué no te conformas con los besos… habituales entre madre e hija?, esto es lo que no entiendo y es lo que me tiene al borde del desquiciamiento. Perdona, no sé qué hacer, cómo actuar… qué decir de esto tan… increíble. Por favor, hija… ¡dime lo que piensas, y cómo lo piensas, y por qué lo piensas así, dímelo por favor, quiero entender… y entenderte para acercarme, para satisfacer tus… deseos, pero necesito… ¡entender!”, sollozaba a pausas, con las lágrimas escurriendo de sus bellos ojos. Sus pezones se habían escondido.

“Madre mía, no sufras. Si es tanto tu rechazo a una manifestación de amor más allá de las tonterías que siempre se han dicho respecto al amor entre las gentes sabias, me abstendré de hacer cualquier otra manifestación como las que nos han llevado a este momento de sufrimiento en lugar del placer que debemos tener cuando nos queremos, y cuando deberíamos besarnos y acariciarnos mutuamente sin tontas cortapisas.

Tranquilízate, madre. Si esa es tu decisión, hasta aquí llego. Esto no quiere decir que dejo de amarte; sigo queriéndote muchísimo, y mi deseo de caricias y besos continuará latente, sin manifestarse, muy dentro de mí… Ya mi amor, ya”, dije verdaderamente conmovida por la reacción de mamá. Ella enjugó las lágrimas, suspiró, sorbió los mocos que llenaban su nariz, suspendió los sollozos, y dijo con voz más segura, menos titubeante:

“No contestaste. No era mi intención alejarte y suspendieras tus inesperadas e insólitas manifestaciones amorosas hacia mí. Sólo quería, y quiero, me des una explicación a lo dicho y hecho por ti. Entiende, soy vieja, educada en un pueblo mojigato, incluso nos obligaron, a tu padre y a mí, a casarnos a muy temprana edad, y es… digo, es natural… me sea no solo sorprendente y asombroso, sino casi terrorífico… sentir y hacer cosas que desde siempre he considerado como aberrantes, degeneradas, perversas, degradantes y depravadas, prohibidas para todos y… condenadas por todos. Porque…, debo confesar, mi cuerpo y parte de mi espíritu, sientes el amor que me manifiestas con ese beso tan sorprendente y tan sentido por mi como algo muy especial y… la verdad, excitante.

Por favor, hija, dime las ideas que te mueven a… bueno, a no tener en cuenta lo que para mí, es obligado considerar. ¿Cómo puedo olvidar que eres mi hija, y yo tu madre?, ¿cómo puedo descartar que tu seas tan mujer como yo?, ¿cómo puedo aceptar algo que es condenado por todos, por la sociedad entera? ¿Me puedes hacer este favor, el favor de decirme tus ideas, la forma como tú descartas todo esto que yo, hija de mi alma y de mis entrañas, no puedo hacer… sin tu explicación?”

Yo estaba conmovida, con mi amor exaltado, mis deseos incrementados, con mi alegría retornando. “No creo que haga falta mucha explicación. Simplemente debes pensar en lo ya dicho, y dar respuesta a las interrogantes que te hice. Mas debes tratar que sea tu propia voz, que sean tu cuerpo, tu alma, tu espíritu y tu inteligencia los que hablen, y no otras voces, voces que incluso no sabemos de quién son, por qué dicen lo que dicen y para qué enfatizan… ¡la prohibición de amarse! Cierras tus oídos a esas voces fantasmales, y deja hablar a tu corazón, a tu cuerpo, a tus amores y deseos.

Nada más, pero también nada menos. Eso, creo, te puede resolver tus dudas, y pueden hacerte comprender… ¡lo que tú, con tu sabiduría quieras, sinceramente, comprender!”, dije con mucha tranquilidad a sabiendas de la dependencia, como estaba planteado, de mi madre, obstruyera el camino de las voces condenatorias, para abrir el paso a las voces propias.

Mi madre me escuchó con atención, rostro serio, no enojado, tampoco sufriente. Su boca mantenía el rictus del miedo, sus manos se habían tranquilizado. Me veía con ojos brillantes y pupilas dilatadas, haciendo un verdadero y gran esfuerzo por desechar las voces que la aterrorizaban. Las manos fueron al pelo, lo alisaron con suavidad intentando que los mechones que se iban al rostro, regresaran a la parte posterior de la cabeza. Yo sonreía sintiendo inmenso amor, una dicha enorme de tener esta explicación y acercamiento con mi madre. Casi me había olvidado de mis deseos eróticos.

El tiempo parecía detenido, el silencio era espectacular, el olor del guiso se había extinguido; a mi nariz solo llegaba el tenue aroma del cuerpo de mi madre, olor que mantenía mis deseos cálidos, lúbricos. Madre cerró los ojos, haciendo verdaderos esfuerzos por reflexionar en los cuestionamientos que estaban hechos, en las dudas que la atormentaban al tener conciencia de los deseos eróticos de su hija, al sentir que, por un lado, ansiaba amarme, y por otro había impedimentos fuertemente establecidos en su mente.

Comprendí. Mi ayuda era necesaria para que mamá se liberara, y ya no tanto para llegar a la seducción, seducción que no dejaba de estar en mi deseo. Entonces me acerqué hasta poder abrazarla, lo hice con suavidad, como intentando envolverla con mis brazos pero sin que esa envoltura fuera percibida, cuando menos no se sintiera como una reanudación de las caricias tan temidas. Madre me sintió, permaneció estática, sin realizar ningún movimiento, si acaso un ligero estremecimiento recorrió su cuerpo. Mi boca fue a las cercanías de su oído y, con todo el cariño y el amor de que soy capaz, empecé a murmurar:

“Comprende madre, el amor nunca ha sido malo, siempre ha sido la más clara y sublime manifestación de unos humanos para con otros humanos. Yo sé, tienes claro que las manifestaciones del amor son muy conocidas y esas hermosas manifestaciones nos proporcionan placer. Placer que las voces contrarias al amor tratan de negar, o impedir se den. – mi voz seguía siendo muy suave, apenas audible, preñada de afecto, de amor – piensa, madre, en todo el amor que le tienes a papá, y en cómo le haces patente ese amor. Piensa también, en todo el amor que él te tiene y en aquellas demostraciones de ese amor que él te hace, y en cómo y con qué te hace esas demostraciones de amor, de cariño, de afecto.

Estoy segura, si él se negara a realizar esas demostraciones, esas expresiones de amor, tú se las pedirías, las exigirías en un momento dado. Y también piensa en las cosas que haces y has hecho para hacerlo sentir tu amor, y él disfrute tu amor, para que él tenga placer con tu amor dicho en los besos y las caricias que le haces hasta que el grita su placer, sintiendo al máximo tu amor.

La respiración de mamá era más frecuente, sus narinas aleteaban; sentía caliente su aliento; su cuerpo estaba tranquilo. – Piensa madre, no hay diferencia entre papá y yo. Somos dos seres humanos que tienen esa misma necesidad de amor, de afecto, de caricias, de saber el amor tuyo con las caricias que nos haces y el placer que esas caricias nos proporcionan.

Placer que, además de ser emocional y espiritual, debe ser físico, claramente sentido como placer del cuerpo, como complemento de lo intangible del amor emocional. Y también hacértelo saber con esas mismas expresiones del amor, porque, madre, el amor no tiene otras expresiones que las palabras y los hechos y, siempre, si los hechos no corroboran las palabras, tenemos que dudar de la verdad dicha con esas palabras. Y el revés: si sientes los hechos, si los compruebas con los diferentes testimonios de las caricias y los besos, no importan las palabras para sentir el amor.

Como ves, madre, son más importantes los hechos a las palabras para todo, pero lo son más para demostrar el amor de una persona por otra. – Mis brazos ya la rodeaban y mis manos iban lenta y suavemente de la nuca a la cintura de mamá. Las extremidades de ella continuaban inertes pendiendo a sus costados – Piensa madre, no puede ser cierto que un beso mío sea, por fuerza, diferente a un beso de papá. No es posible pensar en una caricia mía pudiera despertar en ti otras sensaciones diferentes a las que despiertan en ti las de papá. Por supuesto, eso sucede cuando se niega la calidad de igualdad de un humano con otro; porque yo soy tan humana como papá, y como tú.

Que sea tu hija es solo un concepto que no agrega ni quita nada a mi cuerpo, a mi espíritu, a mis afectos, a mis apetencias de placer, a mis necesidades de dar y recibir mucho amor y placer de quienes amo, desde niña, entrañablemente, tan entrañablemente como ser producto de tus entrañas y la simiente de mi padre. ¿A quién podría amar más que a ti y a papá?, a nadie, y lo sabes. En todo caso se agregaría otro humano para quien las demostraciones de mi amor no tienen por qué ser diferente a las expresiones con las que les manifiesto a ti y a mi padre, mi amor. – Me acerqué más, hasta tener contacto con el cuerpo de mamá.

Sentía su aliento caliente en mi cuello y su respiración estaba más agitada, sus ojos continuaban cerrados y su boca ya no tenía el rictus de dolor y sufrimiento, por el contrario, se veía tranquilo, tal vez hasta contento.

–Los besos de hace un momento, ¿no fueron besos llenos de amor?, ¿cuál es la diferencia entre besarte en la mejilla o besarte en la boca?, no tiene por qué haber diferencia en cuanto a que ambos besos son expresiones de mi amor. ¿Por qué uno de ellos es permitido y el otro prohibido si revisten la misma calidad de manifestaciones de amor?, ¿por qué papá si puede, y debe según eso mismo, besarte en la boca, penetrar tu boca con su lengua y darte placer además de amor con ese beso, y yo no puedo hacer lo mismo?

¿No es tontamente impertinente negarte, negarnos ambas el placer de amarnos tú, él y yo de las misma manera y con las mismas expresiones y caricias de amor?, ¿sientes, crees que mi cuerpo es diferente al de papá en el sentido humano de la comparación, y no en el de género?, nuestros cuerpos son iguales, ¿no es verdad, y sí verdad que nuestros afectos y emociones son idénticas?, ¿verdad que para decirme tu amor sin palabras tienes que recurrir a caricias?, ¿por qué esas caricias tendrían que ser diferentes a las caricias que dedicas a papá?

Los brazos de mamá se movieron, yo sentía sus estremecimientos, sus ya evidentes jadeos, jadeos que podrían continuar siendo la expresión de sus miedos, pero mi intuición me decía, esos jadeos eran ya, la expresión de su excitación. Besé casi con un gesto, la oreja de madre, y sentí como sus brazos apresuraban el paso hasta hacer que me envolvieran; luego sentí las manos de mamá replicando la caricia que mis manos hacían en su espalda.

Su rostro se juntó al mío y la cadencia de su respiración adquirió un ritmo acelerado. Vinieron suspiros muy sentidos, muy expresivos, profundos. Su mejilla unida a la mía, se frotaba contra la mía. Enseguida escuché: ella decía con la misma tonalidad y suavidad de mi voz:

“Tienes razón hijita, lo que dices es cierto, es la verdad. He sido una estúpida que ha vivido pendiente del cumplimiento de las normas; bueno, no de todas, por fortuna. Mira que rechazar las bellas manifestaciones de tu amor, ¡caramba!, no tengo perdón de Dios. Tienes razón cuando dices que nuestros cuerpos son iguales y que solo es un concepto el que seas mi hija. Recuerdo que cuando eras pequeña, sí tenías un cuerpo diferente por inmaduro, y te besaba con mucho… ardor, con mucho deseo de que sintieras ricos mis besos, además eran besos que se extendían por todo tu cuerpo.

Para mi desgracia, y qué bueno que tú lo has superado, cuando tu cuerpo maduró y podría sentir esas caricias mías como la más clara y patente demostración de mi amor, suspendí, tontamente, esos besos tan sentidos que antes te daba.

Y no digamos las caricias, ese ir con mis manos por tu cuerpo me proporcionaba inmenso placer, placer que, otra vez tienes razón, no era solamente un placer emocional, para nada, era placer completamente identificado con lo corpóreo, con las mismas sensaciones que las caricias de tu padre despertaban en mí y que, seguramente, las mías despiertan en él. Pero no, no se podía continuar porque, ¡Dios mío, qué tontería, porque eras mi hija!. Una vez más tú expresas la verdad. ¿tu cuerpo era otro cuerpo solo porque había crecido?, ¡claro que no!, era el mismo cuerpo, solo que más bello, más lindo, despertaba más la necesidad y el deseo de acariciarlo, de besarlo intensa, pródigamente.

Pero había que suspender esas sublimes manifestaciones del amor porque eras mi hija, además, ¡caramba!, además eras… ¡mujer! – yo besaba tenuemente sus mejillas, su cuello, lamía su oreja, arrojaba mi aliento ardiente a su oído. Sentía la agitación en ascenso y sus manos, rodeándome, me apretaban con cariño y placer – Sí hija, sí, te amo más allá de cualquier consideración de estúpida moral. Te amo y deseo febrilmente hacértelo sentir con toda mi alma y con todo… ¡mi cuerpo!, te quiero hija, te quiero… ¡y ahora te deseo!, como deseo las caricias de tu padre, los besos de tu padre, el placer de tu padre.

Entonces se separó un tanto de mí, tomó mi cara con sus dos manos, me sonrió arrobada y alegre, viéndome a los ojos con sus ojos brillando de amor, de afecto, de deseo. “Te amo”, dijo, para luego besarme con su boca abierta y su lengua penetrando a mi boca.

El beso se prolongó. Cuando nuestras bocas se separaron, ella dijo: ¡Te quiero mi niña, te quiero!, además… te deseo, deseo tus caricias… como caricias de una humana para otra humana, ¿no es así como tú las quieres? Por respuesta la besé con la pasión y el amor puestos en ese beso. Ya no había reticencia, no había sino manifestaciones de amor en el beso y las lamidas que la lengua de mamá empezó a darme por mi cara y mi cuello. Y sus manos fueron a mis nalgas desnudas, las acariciaron con suavidad, con un hermoso y sentido impulso erótico. La batita ya hacia rato estaba en el piso.

Mis manos hicieron esa misma caricia en las nalgas de mamá y ella jadeo excitada, caliente, deseosa de dar y recibir caricias. “déjame verte”, dijo mamá separándose para poder admirar mi cuerpo que ella ya sintió desnudo.

“Eres hermosa, demasiado bella. Y yo que me abstenía de admirarte. Tonta de mi, más que tonta. Deja que te vea, deja tener el placer de ver tu magnífico cuerpo”. Jadeaba totalmente excitada. Yo sonreía y realizaba movimientos para dar realce a mi belleza. “Yo también quiero admirarte, madre”, y le quité la ropa con suavidad, con toda la ternura que pude darle a mis acciones para desnudarla. “Eres mucho más bella que yo, madrecita linda” y fui a besarla con pasión, con mucho amor, en tanto mis manos se solazaban acariciando la piel a la que podían llegar. Y nuestros frentes desnudos se frotaron uno contra el otro.

Sus chichis eran una maravilla, una escultura viviente, sus pezones prietos y erguidos eran todo un regodeo de la belleza, sus nalgas se antojaban para lamerlas y admirarlas teniendo el inmenso placer de la vista.

Pero sus pelos del pubis eran en verdad lo más hermoso y sobresaliente de la hermosura de mamá, lindos pelos se arremolinaban sobre lo que debería ser una hermosa vagina, vagina que yo ansiaba conocer, lamer, mamar, sentir con mis dedos y con mi lengua, con mis labios, con toda mi boca y con una de mis chichis, o con las dos. Pero yo deseaba tener los senos preciosos, esculturales de mamá en mis manos, en mi boca.

Mis manos tomaron uno de los senos y lo acariciaron con ternura, con inmenso placer para ella y para mí. Y las manos de mamá se fueron a mis hermosas chichis y las acariciaron deteniéndose mucho, mucho tiempo acariciando mis pezones erguidos y duros como nunca. Y mamá me jaló de los pezones para poder metérselos a la boca casi simultáneamente.

Esa caricia la sentí más excitante y placentera que las que papá me hacía y vaya que papá me mamaba los senos de una manera exquisita. Yo no quise quedarme sin el placer de mi boca mamando los pechos de mi madre y, sin permitir que la boca de mamá se fuera de mis chichis, tomé uno de sus pezones con mis labios y sentí la gloria, gloria que no podía sentir con mi padre y que ahora era un intenso placer mamar los bellos pechos y los duros pezones de mamá.

Así duramos buen rato amándonos mutuamente las chichis, al tiempo que nuestras manos adquirían movilidad y caminaban por nuestros cuerpos. Las mías fueron las primeras en llegar al hermoso bosque de pelos de mamá. Suspiré y gemí de placer cuando mis manos sintieron la maravilla de esos pelos, y más cuando mis dedos se metieron en la raja anegada. Luego mi mano acarició toda la concha de mamá sintiendo un placer exquisito y hasta ese momento conocido, percibido en toda su intensidad. Madre llevó las manos de mis nalgas a mi pucha.

Suspiré, jadeé, sollocé de placer, cuando la mano de mamá imitaba a las mías aplastando con cariño y suavidad toda mi pucha, y más cuando los dedos, sabios dedos, se metieron en mi hendidura y empezaron a acariciar los labios grandes, los pequeños, para estacionarse con inmensa sabiduría en mi clítoris. En cuanto sentí el dedo en mi cabecita oculta, tuve mi primer maravilloso y potente orgasmo.

Grité como siempre gritaba mis orgasmos. Y mamá sollozó de placer y tuvo su propio orgasmo casi sin la participación de mis dedos. Jadeábamos y nuestras bocas y manos se tornaban más agresivas, más deseosas de dar caricias, de llegar a todos los rincones de nuestros cuerpo. Y eso hice, tratando de acallar mis jadeos por la continuación del orgasmo maravilloso que recorría todo mi cuerpo y daba inmenso placer a mi alma. Y volví a besar la boca de mamá. Beso que fue respondido con todo el amor y la lujuria de que era portadora mi madre.

Luego mis manos se fueron a las nalgas monumentales de mamá, las tomaron desde abajo para subirla, para cargarla y hacerla llegar a la cubierta de la mesa. Allí la deposité con todo cariño, dejándola de espaldas sobre la mesa. Ella entendió, y abrió sus muslos al máximo al tiempo que retraía sus talones para que su pucha quedara fantásticamente expuesta, abierta, escurriendo jugos que yo ansiaba beber.

Sin dilación, mi boca corrió a hundirse en la laguna que era ya la pucha de mamá. Sorbí los jugos y lamí los pelos negros, hermosos, excitantes de la pucha materna. Luego mis labios aprisionaron los labios verticales de la vulva expuesta y luego los chupé casi con desesperación. Y madre tuvo otro potente orgasmo que hizo salir demasiado líquidos de su vagina, líquidos que yo continué bebiendo sin saciarme. Y cuando la punta de mi lengua encontró el clítoris enhiesto y lo lamió, mi madre casi convulsiona de placer y sus maravillosos orgasmos.

Pero yo quería sentir ya, la lengua de mamá metida en mi pucha. Y recordé los fantásticos sesenta y nueves que mi padre y yo hacíamos cuando nos mamábamos mutuamente. Y eso hice. Me trepé a la mesa, recliné a mamá sobre su espalda, abrí los muslos por sobre su cabeza y bajé las nalgas para que la boca de mamá llegara con facilidad a mi pucha deseosa de las caricias de la que yo estaba segura era una sabia lengua para dar placer.

Mis dedos quisieron sentir la laguna de la rendija de mamá, y se metieron, pero se fueron hasta donde pudieron llegar dentro de la vagina. Y uno de mis dedos chocó con el culo de mamá y mi deseo fue penetrarla como penetraba en el culo de papá. Y eso hice, deseando que mamá fuera recíproca y me hiciera las mismas penetraciones que yo le hacía. Cuando sentí que dos de sus dedos se metían a mi vagina, estallé en un nuevo y poderoso orgasmo que me hizo llorar de tanto placer, placer que se prolongó e hizo más potente, cuando uno de los dedos de mamá, mojado en mi pucha, se metió sin consideración ni pérdida de tiempo a mi culo que tanto deseaba una penetración así.

Cuando los dedos de las dos metidos en las puchas y los culos de las dos, se empezaron a mover casi sincrónicamente, los estallidos manifestados en fuertes y estentóreos gritos de placer fantástico llenaron el ambiente y retumbaron por todos los corredores de la selva y acompañaron en su ir y venir a las olas del mar. Nuestro placer, nuestros orgasmos no cesaban. Nuestra bocas y nuestras lenguas continuaban extasiadas mamando a la otra y los dedos entraban y salían casi con desesperación de los agujeros que invadían.

No se cuanto tiempo y cuantas explosione después, mi madre gritó desesperada pidiéndome que dejara de mamarla, que le permitiera un respiro, que iba a morir si mi lengua continuaba dándole tanto placer. Yo estaba al borde de pedir lo mismo. Grité un sí madre como no, y me levanté solo para ir a abrazarla, para besarla, para lamer mis jugos y su saliva y para que ella hiciera los mismo, lamidas que dieron como resultado un nuevo, potente y simultaneo orgasmo que no cesó hasta mucho tiempo después de que nuestras bocas, soldadas en un beso interminable, solo emitían jadeos disminuidos de intensidad. Dormitamos tierna y suavemente abrazadas.

Al despertar, lamí los restos de mis jugos de la boca de mamá. Ella tenía los ojos cerrados y respiraba apaciblemente, con una gran sonrisa en sus labios. “¿Gozaste, mamá?, sé que es una pregunta idiota, pero quisiera que me lo dijeras”.

“¡Ay, hija de mi alma y de mis entrañas! ¡Nunca había tenido tanto placer como el que me has dado esta mañana!, tus besos en mi boca, en mis chichis, en mis pelos, en mis nalgas, sobre todo en mi pucha, ¡han sido una maravilla placentera!. He tenido todo el placer al que se puede aspirar, yo creo que el máximo placer que es posible sentir. Ha sido un placer inigualable, incomparable.

Ni siquiera el placer que las caricias de tu padre me dan, han sido, nunca, tan bellas, potentes, portentosas, como las que he sentido con esas amorosas manifestaciones de tu amor. Además, sentir tus chichis tan duras, bellas, erguidas, y esos pezoncitos tan hermosos en mi boca, no se puede comparar con nada, con ningún placer que se pudiera inventar.

Pero más, adentrarme con mi lengua entre tus pelos, sentir tus labios de abajo con mis labios de arriba, y luego sentir las ninfas celestiales, y después ese clítoris tan duro y grande que tienes, me llevaron a experimentar, repito, un placer divino, incomparable. Y más sintiendo que simultáneamente me mamabas igual que yo te mamaba. ¡Ay, hija!, el placer amoroso que me has dado, es superior al placer que siempre he tenido con los besos y las caricias de tu padre. Incluso puedo decir que ni siquiera las metidas de verga que tu padre me da, me proporcionan tanto placer como tu lengua, tus labios o tus dedos me lo proporcionan.

Y mira que tu padre tiene una verga en verdad buena para coger, grande y dura, gruesa y que me llena la vagina hasta que no puedo tener más de ella adentro. A propósito, ¿ya has sentido una verga en tu vagina? – yo reí alegre, dichosa, sintiendo un enorme placer por el elogio que de la verga de mi padre, hacía mi madre.

“Claro que sí madre, la he sentido muy metida, bueno, solo los huevos se han quedado afuera. Y tienes razón madre, papá tiene una verga maravillosa. Ella irguió la cabeza más que sorprendida, casi escandalizada, para luego estallar en carcajadas. – No lo puedo creer, no puedo concebir que… ya conozcas la verga de papá. ¿Es verdad?, ¿o es solo otra de tus argucias para calentarme de nuevo? – Es la pura verdad, madre. La verga de papá es la primera verga que perfora mi pucha y… me enorgullezco de eso.

Papá fue el que me quitó la horrorosa virginidad, otro más de los signos de opresión que casi nos están matando. ¿Te enoja… me haya cogido a papá?, dije un tanto preocupada. – Pero hija de mi alma, puchita de tu madre, ¿cómo puedes pensar que, después de amarnos como se deben de amar todos los humanos, pudiera enojarme que ames a tu padre como me amas a mí?, estoy segura que lo amas con el alma y, por lo que puedo sentir, con todo tu cuerpo, tus chichis y tu pucha, con todas tus nalgas como se decía en mis tiempos.

Estoy segura, y quiero ver que lo besas con esos besos tan hermosos y amorosos que tu boca sabe dar. Y también, seguramente, le mamas la verga cómo a él le gusta y cómo a mí me da más placer mamarla. ¿No te la ha metido por el culo? – preguntó un tanto curiosa y ya excitada. No mamá, no me la ha metido. Y es que apenas sin tenemos unos cuantos días amándonos como se debe amar. Ni siquiera habíamos pensado en eso… pero ahora, ¡caramba, madre!, que hermosa fantasía has planteado. ¿A ti, ya te la metió por el culo? – ¡Ay, hijita, no, no me la ha metido!

En varias ocasiones lo hemos intentado, pero la verga de tu padre es demasiado gruesa y larga y… me duele, me ha dolido mucho cuando lo hemos intentado. Claro que me pone bien caliente pensar que ese portento de verga me desflore el culo, ¡carajo!, el dolor es insoportable. Y él, tu maravilloso y amoroso padre, se ha negado a lastimarme.

Dice que el amor y la cogida es para dar placer, gusto, gozo, y no dolor. Y tiene razón. Consté que en ocasiones me nalguea de una exquisita manera que a mi me desquicia y me hace estallar en grandiosos orgasmos cuando me estoy viniendo y el me da nalgadas sonoras, fuertes, que me causan poco dolor y sí mucho placer. ¿A ti no te ha dado nalgadas?, bueno, pues la siguiente vez que te lo cojas, pídele nalgadas, verás que yo tengo razón y tendrás grandes y potentes orgasmos.

Pues yo sigo pensando en que quiero que me la meta por el culo. ¿No sentiste mis dedos dentro de tu culo?, porque yo sí sentí los tuyos yendo y viniendo dentro de mi culito. Sentí hermoso, mucho placer, placer que aumentaba el placer de sentí tu mamada en mi pucha y tus otros dedos dentro de mi vagina. Y claro que le pediré unas sonoras y fuertes nalgadas cuando me esté cogiendo desde atrás y yo en cuatro patas recibiendo su inmensa verga en mi pucha.

Y, pensando, creo que podríamos… dijéramos entrenar a nuestros culos para que reciban esa verga del amor de papá muy dentro de nuestro culo; creo que… (me reí alegremente imaginado lo que pensaba podría ser ese entrenamientos de los culos de mamá y el mío) si cuando te estoy mamando ricamente tu pucha meto mis dedos y los hago que hagan un círculo dentro de tu culo, este poco a poco se irá dilatando y bien podría irse ampliando hasta que pueda admitir esa verga que tanto queremos y que tanto nos hace gozar. ¿No crees que es factible que tu culo se dilate hasta soportar todo ese grueso leño de papá? -.¡ay hija de mi alma!, que cosas dices.

Mira, ya estoy caliente… ¡mama mi pucha, hija, quiero que me mames! – y jaló sin consideración mi cabeza para meterla entre sus muslos. Yo también estaba caliente, aunque no tanto como mamá. En cuanto sentí el olor super excitante de la pucha de pelos negros de mamá, me puse tan caliente como ella. Y así volvimos al fabuloso 69 que nos permite mamarnos mutuamente con todo el placer que eso agrega a las propias mamadas.

Y entonces empecé a meter un dedo que primero lamí, luego lo metí a la pucha de mamá, y después lo metí al culo cerrado y duro de mi madre. Y sentí que ella hacía lo mismo, además de mamarme con esa exquisita sabiduría de mamadora, metía su dedo en mi culito y dos más en mi pucha.

Conforme mi dedo circulaba el culo de mamá, se iba aflojando el esfínter y mi dedo tenía menor resistencia y mayor placer, placer que se me transmitía hasta mi coño, hasta mi clítoris que la lengua de mamá lamía como gran experta en la mamada. Cuando estallamos en tremendos orgasmos, estos se continuaron con el movimiento de los dedos de ella y el mío, dentro de nuestros respectivos culos, culos que ya pudieron admitir dos dedos y que, cuando nuestros orgasmos interminables llegaban a inundar totalmente nuestro ser, fueron tres los dedos que enterramos en cada uno de los culos, culos que gozaban ya sin la necesidad de sentir las caricias de las lenguas.

Entonces comprendí todo el potencial del culo para hacernos gozar teniendo una verga dentro de él. Fue mamá la que de nuevo no pudo más y pidió, a gritos destemplados, que sacara mis dedos, y no porque me duela o me estés haciendo daño, sino porque ya no puedo seguir gozando más, dijo entre sollozos de placer y gritos de gozo. Entonces chupé los dedos que se habían metido en mi culo, caricia que hizo estallar nuevamente a mamá porque, dijo, sentí esa caricia como una manifestación casi extrema del amor que me tienes.

Y ella a su vez lamió mis dedos que habían dilatado su culo y que le habían dado inmenso placer, y yo tuve las misma sensación de amor cuando sentía la lengua de mamá lamiendo los restos salidos de su culo. Dejé los muslos de mamá, para ir a anidarme entre las bellas chichis, chupando lenta y tiernamente uno de los preciosos y querendones pezones.

Cuando nuestras respiraciones recobraron la calma y el ritmo pausado, mamá pegó un brinco que casi la hace caer de la mesa. “Tu padre está por llegar”, dijo llena de angustia. Yo la besé con ternura, me reí, toqué con cariño sus pezones que tanto admiraba, que tanto me gustaban y que tanto placer me daba ver, oler, chupar y mamar. “Tranquila madre, no hay porqué angustiarse. Total, si llega mientras seguimos descansando nuestro tremendo y amoroso placer, pues simplemente que se sume y también se suba a la mesa.

No sé si cabemos los tres, si no, pues que él vea la forma de acomodarse, porque yo, madre, no quiero que este sublime momento en que hemos conocido todo el amor y todo el placer que nos podemos dar, se termine, cese, nada de eso; quiero, deseo ardientemente que el momento se prolongue lo más posible. Lástima que el tiempo no pueda ser detenido, porque si eso fuera posible, hace muchos minutos que ya lo hubiera detenido”. “Tienes, de nueva cuenta, toda la razón. Ven, bésame hasta que me hagas gozar con tu lengua en mi boca, conste, solo tu boca y tu lengua en mi boca con mi lengua como anfitriona. Y nos besamos.
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,230
Likes Recibidos
2,491
Puntos
113
 
 
 
Entre jadeos estentóreos, mamá intentó gritar, pero sólo le salió una voz entrecortada, fuerte sí, pero no como el grito de alegría y felicidad que quiso emitir. “Ven, amor, ven, quiero que… veas cómo… me coge tu hija, mi hija, nuestra hija… Dios, que intensidad de… placer, ven viejo lindo… dame tus besos, tus mamadas…”, sus gritos se mezclaban con los míos que decían a papá que viniera a sumarse, que viniera a completar nuestro amor y nuestro placer, que nos diera la ternura tan hermosa que sabe dar, en fin gritábamos, queríamos, necesitábamos la participación de papá.

Por mucho tiempo, papá permaneció viéndonos; veía, suspiraba, enrojecía de placer, placer en ese momento del mirón privilegiado viendo a sus más caros y cercanos amores cogiendo como locas; no se movía; estaba anonadado, completamente perplejo en el placer y en la inmovilidad que la divina visión le proporcionaba; mamá subida en la mesa, abierta de muslos y piernas, soberbiamente erguida, con los ojos cerrados, concentrada en el placer que tenía montando mi seno prodigioso que yo aguzaba con mi mano, con los labios verticales de su pucha perfectamente abiertos y la intromisión de mi pezón en su vagina, emitiendo gritos en cada orgasmo que se le presentaba, acezando, gimiendo, jadeando ininterrumpidamente.

Yo, sobre mi espalda y mis nalgas hermosas en el borde mismo de la mesa, con los talones sobre la mesa y los muslos abiertos a toda su capacidad, con lo que mis lindos pelos y mi hermosa cueva del placer se exponían en su inmensa belleza, acezando, gimiendo y jadeando como mamá y una de mis manos metida entre los pelos para que los dedos pudieran acariciar mi clítoris.

Por fin, papá inició los movimientos, movimientos que, primero, lo despojaron de toda la escasa ropa que vestía, y después empezó la caricia de la enorme erección que palpitaba, saltaba como otra loca más. Desnudo, agitado por la enorme excitación que lo tenía en el quicio del delirio, papá se acercó a la pareja que gritaba y gemía el placer, placer que solo el sexo puede proveer. Veía mi pucha abierta y expulsando abundantes líquidos. Sus ojos antecedían su avance.

Al llegar a la mesa de las delicias, primero besó y mamó las chichis de mamá que gritaba, ahora más, porque las mamadas estimularon sus orgasmos, más bien el orgasmo interminable que desde hacía eones la estremecía continuamente, en sus gritos decía:

“Sí, sí, papacito de las dos, mama, mama mis chichis, muerde mis pezones, ¡dame una nalgada!”, claro, papá la nalgueó, sin decir nada, no podía hablar de tan caliente que estaba, con cariño con ternura, mientras la besaba en los labios con beso de entrega total del amor; para, después, con una de las manos acariciar mi pelo, mi rostro; delineó mis labios para luego besarlos metiendo su lengua casi hasta mi garganta, y luego empezó a golpear mi rostro con su enorme erección, golpes que tuvieron la virtud de encender el cohete de mi enésimo orgasmo. Suspiré, casi con contrariedad, cuando la verga de papá dejó de golpear. Volteé, papá ya no estaba.

Pero, en segundos, sentí la boca, la lengua de papá luchando con mi mano, mano que de inmediato se retiró comprensiva y presurosa para dejar el campo a la boca deliciosa que besó apasionadamente mi pucha deseosa, y que agradeció la caricia, al tiempo que yo gritaba:

“Sí, papá, sí, papacito, mama, mámame, te lo ruego. Bebe mis jugos; mete tu lengua preciosa hasta que tu mentón se entierre en mi culo, mama, mama, Mamaaá”, y grité de nueva cuenta transportada por el orgasmo hasta el borde mismo de la galaxia. Mamá se retorcía gritando como loca al escuchar mis gritos extasiada por el hecho que papá me estaba mamando rico, muy rico.

“Mámala mi amor, mámala, mete la lengua hasta taladrarla…” gritó mamá por completo fuera de sí por el tremendo orgasmo que ahogaba cualquiera otra sensación. Ya no sabía que sentir, o las pucha de mamá, o la gran lengua del experto mamador que es papá; finalmente, mi cuerpo dio la respuesta: conectó uno con otro mis órganos que recibían caricias y fueron uno solo para proporcionarme el increíble, el inmenso placer del orgasmo doble; sí, doble, porque uno era el que mi pezón mojado, cogido por la pucha de mamá experimentaba, y otro, tal vez más potente, el que la divina lengua de nuestro macho producía en mi capullo que, de tantas mamadas, estaba en la posibilidad de desaparecer perdido entre tanto gozo.

Entonces, sentí que las nalgas de mamá volaban. Es que mamá se dio la vuelta, sin dejar su asiento en mi seno que ya estaba bien embarrado de jugos y viscosidades. Veía arrobada la cabeza de papá clavada entre mis maravillosos muslos, y se relamía los labios. Yo estaba desquiciada por sentir la lengua fabulosa de papá. Retiró su pucha de mi chichi, volteó risueña, me besó con lengua larga y bailadora, luego dijo:

“yo también quiero ser mamada, ¿no te opones?”, pero reía.

Adiviné que solo bromeaba para aumentar nuestra excitación. Yo sin poder decir nada, preñada como estaba mi boca de tantos y tantos gritos, solo atine a decirle con los ojos que adelante, que no se detuviera, que fuera en busca de la lengua que tanto deseaba. Se colocó sobre mi cuerpo, maniobra que bendije porque no quería perder la divina carga que era ese esplendoroso cuerpo de mamá. Se fue recorriendo hasta que sentir que su pucha chocaba con la cabeza de papá.

En ese momento, colocó sus dos manos en mis primorosas chichis, y apretó los pezones con sus dedos. Papá, enajenado en la mamada, sintió las nalgas sobre su cabeza, la levantó para enterarse de qué o quién se atrevía a sacarlo de tan sabroso deleite. Vio que eran las nalgas, los pelos de la vagina, la vagina misma, y el culo de mamá.

“También quieres mi lengua, ¿no es así madre de esta preciosidad que estoy mamando?, pues también te la mamo a ti”, dijo, y jaló las nalgas de mamá para que las puchas se emparejaran. “Qué maravilloso paisaje, amadas mías, que maravilloso. Pelos y más pelos, jugos a raudales, olores incontrolables, excitantes, lindamente cachondos…”, decía papá al tiempo que bajaba parsimonioso la cabeza para poder colocar su boca en la radiante pucha de mamá. Supe que la estaba mamando por los gritos, los gemidos increíbles que ella daba.

Sentí envidia y abandono, pero no celos, sabía que mamá gozaba lo mismo que yo… y que papá. Pero, luego de unos segundos, la lengua increíble regresó a mi sensible raja y mamó de nuevo mis almíbares que tanto le gustaban. Así estuvo, un minuto arriba – mamá – un minuto abajo – yo – otro arriba y otro abajo, hasta que las dos prorrumpimos en tremendos aullidos de placer expulsando líquidos abundantes que papá bebía como beduino del desierto a medio día en el Sahara.

Yo gritaba más, porque los sabios dedos de mamá no dejaban de acariciar mis pezones, sensación que, aunada a la de la lengua de papá, me llevaban a los aullidos de loba en celo; por supuesto mi manos estaban apretando los senos y los pezones de la autora de mis días. “Ora me las cojo, cabronas!”, gritó papá tratando de estimularnos también con la voz.

Las nalgas de mamá iniciaron un ,movimiento como para retirarse, pero papá la detuvo, y le dijo: “No te me muevas corazón porque la cogida, como la mamada, va a ser doble, doble… ¡carajo, doble!, si señor, una vagina arriba, otra abajo, ¡Carajo, que delicia!”, y, sin mayor tardanza, me la metió, y eso porque era la pucha que estaba mejor colocada. Sentí su verga hasta el pescuezo; me contorsioné de regocijo entrando en un orgasmo fantástico que no había de terminar hasta mucho después que la verga de papá se puso a descansar.

Nos cogió a las dos simultáneamente metiendo la verga en una y luego en la otra, como desde el inicio de la cogida que, sin descanso, nos dio por mucho tiempo, mucho, tal vez incontable. Mamá quedó despatarrada, sin moverse y sin permitir el menor movimiento de mi cuerpo apresado por el de ella que estaba arriba. Papá, con amor inmenso, la rodó para acomodarla a mi lado. Luego, con ternura exenta de erotismo, empezó a besar los senos de las dos, sin intentar parar los pezones.

Era de noche, cuando mamá recobró su conciencia y su alegría. Besó a papá que velaba su sueño, su descanso. Luego dijo:

“Viejito querido, ¡soy tremendamente feliz!, y lo soy porque eres todo un encanto, un cogedor incansable… ¡mamas como los merititos ángeles!, pero más que todo – volteó a besarme – porque te cogiste a… tu, mi, nuestra hija, esta hija endemoniadamente angelical que… chingada madre, ¡se cogió a su madre la muy cabrona, la muy puta! – era obvio para papá, y para mí, que sus palabrotas eran de elogio, no de insulto – esta hija como no hay dos y que… nos ha puesto a coger como Dios manda. ¡Carajo!, tanto tiempo perdido… digo, para coger entre los tres… ¡Que amor maravilloso!, ¡que cogidas tan sublimes!, ¡viva el amor!…., ¡viva la cogida y la mamada y los chupetes, y las lamidas… y todo lo que da goce sin pechicaterías!

Bueno, ahora a comer… y a descansar… por fortuna ya nada ni nadie nos puede impedir coger a mañana, tarde y noche, como las tandas del Principal.

Y menos ahora que tenemos todo el tiempo para dedicarlo, ¡madre mía, que rico!, a puro coger, si señor, sí, viejo lindo. Ni te asustes, cuando esa verga de maravilla y de acero, se doblegue, no importa, nosotras te daremos placer con nuestro amor, a besos y caricias, aunque tu verga este en el quinto sueño… o de mirón, viéndonos coger a mi sensacional hija… mi mejor amante, con la que te pongo los cuernos viejito lindo… ¿no sientes los semejantes cuernotes que te estoy viendo? – las carcajadas eran estruendosas, alegres, expresión de la felicidad total que nos embargaba, después de que papá nos había “envergado” tan conmovedora, tan gozosa, tan placenteramente.

Antes de cenar, nos metimos al mar, encuerados, para lavar nuestros sudores. Jugamos como adolescentes. Nos correteamos, tumbamos y besamos, a más de acariciarnos todo el cuerpo todos contra todos. Fue la plena felicidad, el disfrute del amor sin erotismo, como preparándonos para el amor pleno en los juegos y las caricias colmadas de sensualidad, lubricidad y lujuria desatada, incontenible, dichosa.

Entre los tres hicimos la cena, pusimos la mesa y abrimos tres botellas, una cada una – de aquí en delante, por acuerdo con papá, cuando se trata de artículos u otras formas gramaticales que implican género y machismo, nos expresaremos en femenino; aquí decimos “cada una, integrando a papá en ese una” – brindamos por nuestro amor, y papá nos besó a las dos, y nosotras nos besamos lúbricamente, y tanto que papá nos nalgueó a las dos, cosa que hizo aparecer el erotismo un tanto ausente hasta ese momento.

Mis manos fueron las primeras en reaccionar; fueron a las nalgas de mamá para aliviar su dolor – placer, y mamá, como ya nos entendíamos a la perfección hizo los mismo. Entonces, papá se carcajeó, y dijo:

“Ya, mujercitas, ya, no sean tan calientes… lo único caliente en este momento, debe ser la cena… tenemos toda la noche por delante. Vamos, siéntense… ¡no ven que estoy que me lleva la chingada de celos”, y sus carcajadas nos convencieron. Nos sentamos uno al lado de la otra en la parte más larga de la mesa; dejamos a papá en el centro porque eso nos facilitaba las caricias tiernas, un tanto lúbricas, que constantemente nos dimos todo el tiempo que duró la cena.

Pero lo principal fue el intercambio de sentimientos, de ideas, de pensamientos, de conceptos que estábamos descubriendo en ese mismo momento, todos relacionados con la maravillosa relación que esa noche, mejor esa misma tarde, habíamos inaugurado. Las dos me hacían la responsable del feliz acontecimiento, las dos me besaban, aunque mamá, mañosa como ella sola, aprovechaba que tenía que cruzar a papá para poder besarme, con una de sus manos se “apoyaba” en la verga de papá para poder hacer los movimientos; ¡claro, estábamos desnudos!, desnudez que nunca más nos abandonaría cuando estamos en la intimidad.

Las botellas se agotaron y todas nos sentíamos medio borrachas. Papá era el más sobrio; lo era, porque por tener las dos manos ocupadas, una en cada vagina y raja, acariciando tiernamente el contenido hermoso de ese lugar, no bebía igual a nosotras.

Mamá fue la primera en sentirse caliente al máximo. Besó frenética a papá, le mordió levemente los labios, se levantó de un salto, le jaló la barba a papá para levantarlo y lo besó con toda la pasión, la lujuria y la excitación que tenía. Yo, me levanté y tomé a papá desde atrás y él quedo apretado entre las dos. Su verga era ya un poste reluciente. Mamá, sorpresivamente, se separó del abrazó con los ojos muy abiertos; una de las manos llegó de inmediato a la pucha, la otra a los senos. Nosotras, papá y yo, recuerden el machismo, la veíamos extasiados pensando en que las hostilidades placenteras se reiniciaban.

Para una nueva y más desternillante sorpresa, mamá retiró las manos de los propios encantos, se arregló el desgreñado pelo y, casi gritando, dijo:

“Alto la música!”, gritó, se carcajeó, jadeando su excitación; levantó las manos en un gesto reforzador de su expresión verbal, y continuó, tenemos la noche por delante, queridas, y también el montón de cosas por hacer para subsistir… digo, con los arrestos suficientes para poder extenuarnos cogiendo, por tanto, hay que hacer la comida de mañana… porque no pienso que yo, ustedes, nosotras, tengamos ganas de perder el tiempo en pendejadas y dejar los placeres que podemos tener durante el día de mañana.

Por tanto, por decreto de las machas, el viejo tiene que hacer la comida en este preciso momento”, se carcajeaba, y tanto que su discurso duró eternidades porque se interrumpía para reír. Caminó a la cocina, tomó un delantal, se lo puso a papá, y dijo:

“por estar menos borracho, y por ser el único que gozó a dos el mismo tiempo, se le condena a freír lo que haya que freír”, y se remolineaba de gozo y alegría. Papá, feliz, reía como todas nosotras, se amarró el delantal, abrió el refrigerador, sacó muchas cosas de él, las colocó sobre el pretil y, rascándose la cabeza, nos dijo:

“Bien, mandonas, ¿qué se les antoja… ya sé que una buena mamada, pero no se trata de eso, digo, qué se les antoja de comer, comida por supuesto, no ¿otra cosa?”.

Se lo dijimos riendo alegremente. Pero cooperamos. Nosotras picamos lo que había picar, digo, las verduras, los jitomates, los chiles… vegetales, claro, bueno, lo necesario para hacer la comida, porque eso de picamos se presta a pensar en agujeros.

Nos sentamos a observarlo como chef internacional preparando guisos que tal vez comprobaríamos que eran incomibles – la verdad, guisó muy rico; al día siguiente comimos cuando nos dio la gana, pero comimos muy sabroso – yo me senté en los bellos muslos de mamá y ella me acariciaba mis senos portentosos, y yo hacía lo mismo con los de ella, pero eran caricias tendientes a darnos placer sin que nos moviera a dejar al pobre de papá solito y preparando con atingencia los sagrados alimentos; de vez en cuando íbamos a besarlo, a darle alguna caricia a la verga semidormida, a darle nalgaditas de cariño, en fin, a decirle que éramos justas y que no lo excluíamos de los placeres de la carne humana, no la que él cocinaba.

Sería la medianoche, cuando, agarradas cada una de lo que podía del cuerpo de las otras, subimos a la recámara… que por primera vez sería de las tres. En el umbral mismo de la recámara, mamá hizo que nos detuviéramos, nos besó por turnos, luego pidió que nos besáramos, y por fin se unió al beso para hacerlo a tres. Luego, bajó las manos; tomó la verga parada de papá, metió un dedo en mi vagina, y nos jaló al interior.

Adentró, volvió a abrazarnos a los dos, y nosotras la abrazamos. Enseguida, mordió y jaló los pelos del pecho de papá, y lamió mis tetas adorables, deteniéndose en morder mis pezones uno a uno. De plano, en ese momento, se dedicó a mi cuerpo, aunque de vez en cuando, una mano iba a la verga enhiesta y la acariciaba; papá acariciaba lo que podía poniendo enorme ternura en cada cariño que nos hacía. Mamá, con los dientes prendidos de uno de mis pezones, me jaló hasta que me hizo caer en la cama boca arriba.

Luego, sin dar tiempo a nada, se colocó para quedar en el celestial 69; nuestras conchas ya estaban inundadas, y nuestras bocas horizontales chuparon las verticales. Entre chupada y chupada, mamá pudo decir:

“Viejo lindo, tú eres el condimento de esta soberbia mamada que nos damos mi amorcito femenino y yo… ¡que esperas para condimentarnos!”, y siguió mamando. Papá dijo:

“te voy a encular, vieja; te la voy a meter toda en el culo”, pero era una broma que siempre se hacían entre ellos – luego me explicaron, porque las desfloración de nuestros culos sucedió tiempo después – se acercó a mamá que era la que estaba arriba, y empezó a lamer toda la parte posterior del maravilloso cuerpo de su esposa, para dejar la lengua por mucho tiempo entre las nalgas, lamiendo el culo – esto se lo hacía con frecuencia a ella, y a mí desde que nos amamos y nos mamamos, cada que pudo – y se alojó con la lengua profundamente en la concha de mamá.

Metió las manos entre los dos cuerpos y acarició mis senos, apretando mis pezones de una deliciosa manera. Así continuamos: él tras mamá, yo debajo de ella, y ella arriba de mí y delante de papá. Mamaba mi pucha era mamada por papá. Entonces, mamá se dio la vuelta con lo que ahora fui yo la que quedo arriba. Papá, sin tardanza, me besó en la boca horizontal, metió la lengua hasta mis amígdalas, y apretó mis chichis quitando las manos de ella que lucharon por no perder tan preciosas presas. Luego, papá me ofreció su verga, y yo la lamí primero, y luego le di una mamada monumental.

Cuando mi primer orgasmo de la sesión se presentó con la lengua de mamá matándome de placer, papá corrió al otro lado de la cama y me metió la verga tremenda en la concha. El mete y saca colosal que inició me hizo pegar de gritos, gritos que me hicieron suspender la mamada, momentáneamente, que daba a mamá, para, con gritos y todo, regresar a ella cuando la sentí que se estremecía a la llegada de su orgasmo; mi mamada fue tan eficaz, que mamá hasta brincó de placer, gritó como lo seguía haciendo yo.

Entonces sentí que papá se aferraba más férreamente a mis ingles y me jalaba, y yo recaudaba la eyaculación de papá, eyaculación que inundó mi raja, inundación desbordada que fue a parar a la boca de mamá, que ahora gritaba con el histerismo propio del placer multiplicado por mil. Papá se derrumbó. Nosotras continuamos en el 69 hasta que la leche de papá dejó de salir de mi chocho y el clítoris de mamá protestó emitiendo calambres eléctricos casi dolorosos de tanto placer tenido.

Enseguida quedamos mamá y yo en sólo 34.5 cada una del 69 divino, juntas lo hacíamos momentos antes. Luego de gemir y jadear nuestro enorme placer, fuimos por papá que estaba acezando como si estuviera tremendamente fatigado.

Lamimos, las dos al unísono, el cuerpo entero de papá, sin dejar de compartir sincrónicamente con nuestras boca la grandiosa verga. Lo alineamos a lo largo de la cama, y nos situamos una a un lado y otra al otro lado de él. Lo acariciamos tiernamente; nos alternábamos para besarlo y meterle la lengua profundamente en la boca, lamíamos una un lado de su rostro y la otra el opuesto. Mamá, que parecía querer convertirse en la guía del encuentro, le dio la vuelta al cuerpo yaciente, y ahora, ambas, lamimos el sudor del torso de papá. Pero mamá metió la lengua entre las nalgas, y no descansó hasta que, con mi ayuda desde luego, pudo besar amplia y glotonamente, el culo de papá.

Con esa caricia, el hombre ordenó a la verga que ya era tiempo de despertar, que ya había descansado demasiado, que se pusiera en acción – todo esto dicho en voz alta por él – y sí, empezó a besarnos con lujuria desatada, caliente, excitado. Fue él el que ahora se puso sobre mamá y le mamó la pucha. Mamá, se metió la descomunal verga en la boca, yo aplaudí frenética, excitada al ver ese maravilloso 69 reinstalado… con un nuevo actor en él. Pero mamá ya quería verga… no en su boca, sino en su vagina.

Tumbó a papá, lo levantó como loba hambrienta, se colocó con su frente hacia donde yo estaba sonriendo excitada, roja como sangre derramada, con una de sus manos apuntó el ojo único del palo a la cueva, y se sentó sobre él. Yo aplaudí con mayor frenesí, caliente como volcán en erupción. Cuando estuvo bien sentada y bien cogida, extendió los brazos invitándome a que me incorporara. Yo estilaba, mi corazón brincaba como loco, mis muslos temblaban cuando se abrieron para dejar la cabeza de papá entre ellos y, a mi vez, me senté sobre la lengua que estaba afuera de la boca, como esperando la pucha preciosa y llena de pelos anhelante de caricias linguales.

Cuando estuve bien sentada y la lengua dentro de mi raja, besé a mamá con uno de mis más fúricos y excitados besos: fue la primera vez que nos besábamos cuando estábamos una con la verga de papá adentro, y la otra con la lengua hasta donde podía llegar dentro de la espléndida vagina. Ella apretó mis pechos, yo acaricié con dulzura sus senos; ella apretó el beso y mis pezones, y yo pellizqué los suyos. Fue uno de los palos – polvo, dicen en España – más fabulosos que empezamos a conocer y que es uno de nuestros preferidos para alternarnos en la boca y en la verga de papá.

Los gritos de papá fueron acallados por mi conejito, los nuestros fueron gritados a todo pulmón, todos casi sincrónicos.

“Ay, amorcito, que caliente estás… mira que tu verga sigue dura a pesar de la ordeñada que le di”, decía mamá entrecortadamente entre suspiros, gemidos y grititos de placer. Y siguió:

“Soy una egoísta, mira que adueñarme de la única verga que tenemos… ¡carajo, no se vale!”.

Y entonces intercambiamos; yo fui a sentarme en la verga, ella en la lengua… y se reiniciaron los lúbricos movimientos de las seis nalgas, pero sólo la boca de papá comía: se alimentaba de la leche que escurría del chocho grandioso de la esposa. Y los besos entre nosotras, los agarrones de chichis y pezones, y yo inauguré los frotamientos en nuestros respectivos clítoris con nuestros ya sabios y ágiles dedos. Si la primera vez el orgasmo colectivo fue tremebundo, el que tuvimos después del cambio de palos para nuestras vaginas, fue terrorífico; casi nos desmayamos de placer… ¡los tres!

Mamá y yo caímos despatarradas a la cama, fundidas en un beso tierno e interminable, abrazadas dulcemente. Así permanecimos por quien sabe cuanto tiempo.

Fui yo, tal vez por mi juventud, la que reinició todo el juego y el placer. Del abrazo dulce, pasé a la caricia cachonda en las nalgas de mamá, misma que me vio con su sonrisa más expresiva de su amor, y también mandó sus manos a mis nalgas. Los pellizcos arrancaban suspiros de las dos; papá se reanimó, aunque la verga era solo recuerdo del poste terrible y cariñoso que se nos había metido hasta las entrañas mismas. El viejo descendió de la cama, se sentó en el piso, y tomó nuestros pies para besarlos, chuparlos todos: cada dedo, las plantas, los dorsos, para regresar a los dedos y metérselos a la boca uno por uno por mucho tiempo.

Nosotras nos mamábamos los senos, mordíamos los pezones, nos dábamos nalgaditas a cada tanto. Cuando papá vio que nuestros cuerpos se separaban un poco para dar paso a las manos que se dirigían a la pucha contraria, se carcajeó, y dijo:

“Míralas, ya van a hacerse dedo como buenas adolescentes… ya verán… las voy a enseñar”.

Entonces, se levantó, me jaló de los pies hasta hacer que quedara alineada en sentido contrario al cuerpo de mamá, para luego jalarla a ella igualmente de los pies, levantar un muslo de ella, otro mío, para luego hacer que nuestros pelos se acercaran y nuestros jadeos ya eran tan ruidosos como una discoteca. Él se encargaba de juntar nuestros chochos, nosotras nos veíamos con excitación creciente, sabíamos lo que papá deseaba hacer y nos complacía… era algo que queríamos intentar desde los primeros besos: juntar nuestros pelos, nuestras rajas, nuestros jugos, nuestras baba viscosas, y papá hizo el deseo realidad.

Cuando sentí los pelos y la humedad de la pucha materna, me fui a la gloria de la gloriosa sensación inédita, tan cachonda, tan excitante y también enormemente placentera… esa sensación de sentir otra pucha con la propia es, en definitiva, uno de los mayores placeres que se puede obtener en el amor sexual… vamos, ni siquiera la metida de verga gruesa, larga, es comparable con esta fantástica sensación. Más, cuando se inicia el frotamiento de un chocho contra el otro, de un hociquito de un conejito, contra el otro conejito que solo movía las naricitas, que ahora las degustaba aportando los jugos propios para el placer del otro conejo.

Luego, papá hizo que cada una tomara la pierna de la otra y jalara a esta contra sí misma para apretarse una concha contra la otra y aumentar así el frotamiento de pelos, pliegues y vaginas. Cuando nos dejó bien ocupadas en el cachondo movimiento circular de nuestras nalgas y puchas, él se puso a mamar todo lo que podía mamar, desde nuestros heroicos seno, hasta nuestros coños apretados uno contra el otro y, por eso, llenos de jugos que bañaban totalmente los pelos para deleite de la boca de papá.

Es posible que esos jugos tuvieron algo sustancioso, porque papá mismo se sorprendió con la tremenda erección que surgió entre los gritos de nosotras y las miradas arrobas que papá gozaba viéndonos en la espectacular “tijera” que él mismo había forjado. Gritó de orgullo, satisfacción y placer, cuando con la mano comprobó la dureza de la verga, y las palpitaciones que la hacían saltar. Entonces mamá la pidió, pidió la verga para mamarla, para chuparla con mayor fruición que si fuera un caramelo de donde obtendría la vida eterna.

Así estuvieron por varios minutos, él viendo como mamá se tragaba la verga, y ésta jalando desesperada mis piernas porque ya le veía el orgasmo, y yo gritando sacudida por el placer de las estrellas salidas de mi pucha.

Entonces mamá dijo, entre suspiros precursores de sus orgasmos, “no seamos egoístas, mi amor, dale verga a nuestra niña inocente que también debe querer adorar con la boca al falo de nuestra dicha”, y sí, se acercó y me metió la verga en mi boca, con algún trabajo porque la boca estaba apretada por los efectos del tremendo e interminable orgasmo que estaba teniendo y que, con la verga ya metida hasta mis amígdalas, se hizo como trueno de las erupciones volcánicas que aturden anunciando la salida de la lava hirviente. La excitación de papá era ya exuberante.

Nos veía, miraba nuestros pelos revueltos, los muslos tensos y bañados de tantos jugos, y quiso sentir nuestros pliegues vaginales, con su tremenda tranca. Pero en la posición en que estábamos mamá y yo eso era imposible; simplemente la verga no se podía meter a ningún lado que no fueran las boca de las dos. Sin embargo, la calentura sexual despierta el ingenio. Papá se subió a la cama, se colocó sobre nuestras puchas fusionadas con sus piernas abierta y, forzando la pegadura de nuestros coños, metió la verga entre los dos conejos, entre las dos rajas abiertas al máximo para poder sentirse mutuamente, y entonces nuestras hendiduras sintieron al mismo tiempo el poste clavado entre las dos.

No cesaron nuestros movimientos a pesar que ahora el contacto directo se había roto, pero no nos importaba puesto que el contacto continuaba por intermedio de la verguísima de papá. No cogía a las dos por los húmedos precipicios tan juntos. Así tuvimos el movimiento de la verga de papá estrujando nuestros clítoris de una sensacional y lujuriosa manera.

Estallamos al unísono los tres… la leche de papá, con un ágil movimiento de su dueño, nos bañó a las dos. Cuando los hermosos estertores del placer se aplacaron un tanto, y la verga de papá volvió al punto del nacimiento, se puso a lavar con la lengua las superficies bañadas con leche, lamidas que contribuyeron a que nuestras puchas volvieran al movimiento, al frotamiento mutuo, mientras la lengua iba de los rostros a las chichis, y de estas a los ombligos llenos de leche, y de estos, a los pelos lindísimos que tenemos mamá y yo.

Al terminar papá la tarea, mamá aflojó mi pierna; no pudo continuar agotada como estaba de tanto y tanto placer y tanto esfuerzo para jalar mis piernas y empujar y mover las nalgas para que el placer nos inundara. Yo solté las bellas piernas de mamá y, desfalleciente, cerré los ojos. Creo que mis padres y amantes hicieron lo mismo… y dormimos el sueño de los justos saturados de placer sexual. Mamá fue la que me despertó con besos tiernos, lentos, sensuales. Después se agregó papá a esa tierna manifestación de amor de ellos para mí. Me sentí en la gloria por la adoración que estaba recibiendo. Lloré de emoción, de alegría, de amor.

“Nuestro querido querubín, nuestro ángel maravilloso, nuestra niña que nos sacó lo rancio, para llevarnos a la resurrección de nuestras glorias”,

decía mamá llena de amor. Así estuvimos, ellas besándome como expresión de todo el amor que sentían, y yo respondiendo al los besos con igual ternura y mismo amor.

Papá se fue a preparar el desayuno, mamá pasó de los besos tiernos, a los besos pasionales, lujuriosos, inacabables. Mi cuerpo respondía alegre, dichoso, con el alma saturada de amor. Claro, yo también lamía y mordía pezones y nalgas. De un momento a otro estábamos ya, en nuestro insustituible 69; nos mamábamos como desesperadas, yo con los ojos cerrados para concentrarme en las sensaciones de mi boca horizontal y mi lengua de esa cueva, y más en la boca vertical y la lengüita escondida entre ninfas que mamá golpeteaba tiernamente con su lengua.

Cuando mi primer orgasmo venía, abrí los ojos y vi el ojo negro de mamá que estaba a unos centímetros. Mi orgasmo aumento la velocidad, la intensidad y el estruendo ante la divina visión. Yo creo que recordé la broma de papá – “te voy a encular, vieja” – porque mi imaginación ordenó que uno de mis dedos explorara el culo fantástico de mamá que por primera vez veía con ojos de lujuria. Puse el dedo, mamá respingó, continuó moviendo las nalgas, como que el orgasmo venía. Empujé el dedo tratando de meterlo, mamá suspendió los movimientos pero no la mamada que me daba el cielo, la gloria del placer y frunció el culo, como oponiéndose a la penetración del dedo impertinente.

Mis gritos hicieron que abandonara la concha que mamaba, no el intento de meter mi dedo. El circulo del culo estaba mojado de jugos y saliva, por eso, cuando el orgasmo de mamá estalló, un poco aflojó el culo y mi dedo se metió, solo una falange. Mamá entre los sollozos del placer, decía:

“No hija, no, eso no, te lo ruego…”, entrecortadamente. Pero yo estaba decidida a “culearla” y empujé. Mamá respingó, sus nalgas brincaron de la cama y el culo se apretó en un vano intento de expulsar el dedo invasor. No le sirvió; mi dedo continuó avanzando, mientras yo regresaba a la mamada; me apliqué al clítoris tan sensible de mamá, pero lamiéndolo tiernamente sobre el capullo, no directamente, que no protestara. Mamá, que salía del orgasmo, sintió la mamada y las nalgas, sin su voluntad consciente, empezaron a moverse y mi dedo a avanzar dentro del culo.

“No hija, no, en el culo no, por Dios, el culo no…”, gritaba mamá al mismo tiempo que las nalgas aumentaban el ritmo de los movimientos. Sonreí para mis adentros pensando en las muchas hipócritas que dicen no y abren las piernas para que se las metan; así pensé que estaba haciendo mi adorada madre. Por eso fue que di un empujón soberbio hasta que mi dedo se metió todo y empecé a moverlo circularmente al tiempo que metía dos dedos de la otra mano a la pucha de mama.

Mamá ya no me mamaba, como que se concentraba en desentrañar el placer de la caricia desconocida, sentí que apretaba los dientes de placer y que sus nalgas se movían como queriendo que la penetración de todos los dedos fuera mayor. Entonces, sin dejar de lamer el clítoris de mis desvelos y placeres, intenté insertar un nuevo dedo en el culo que ya no sentía duro, lo percibía relajado, gozando. El dedo segundo, inició la invasión del culo. Poco a poco se fue metiendo y las nalgas de mamá se movían con una rapidez y una intensidad inédita; entonces metí un tercer dedo en la vagina y completé la introducción del segundo en el culo. Mamá ya no pudo permanecer en silencio, gritó:

“Así hija, así, méteme todos los dedos, mételos por tu madre que tanto te quiere, mételos hasta los nudillos… ¡los del culo te estoy diciendo!”, enfurecida de placer.

Como pude, metí el tercer dedo en el culo y aumenté los círculos y el mete y saca con más brío, con más frecuencia en el ir y venir… mi madre ya enardecida, movía las nalgas como salvaje en el momento del parto… pero no quería parir los dedos, al contrario, quería retenerlos hasta el fondo de la vagina y del culo. Me vino el orgasmo de solo pensar en que mamá hiciera lo mismo con mi culo, pero no quise pedírselo porque quería que por si misma deseara replicar la caricia que la estaba llevando al máximo placer.

Ya mis dedos entraban y salían del culo como Pedro por su casa, cosa que me hacía sentir la delicia de meterlos y sacarlos sin ninguna resistencia y sí demasiado placer hasta ese momento inédito.

Fueron tanto los gritos de mamá, que papá subió presuroso, más por curiosidad que por preocupación: eran claros gritos de éxtasis placentero. Gritábamos las dos, yo con el orgasmo del placer de mi boca horizontal y mis dedos llenos de jugos unos, y de mierda otros. Escuché que papá subía, por eso saqué los dedos, no sin la protesta de mamá que entre sollozos decía que no, pero ahora que ¡no los sacara!; no quise que papá se enterara que era desplazado en su deseo de ser el primero de desvirgar el bello culito de mamá.

Nos reprendió, dijo que éramos unas perras calientes, que se nos iban a raspar las puchas, que no fuéramos ingratas que también él quería participar, pero que en ese momento había que comer… claro, estaba feliz de vernos en el sempiterno 69 estilando de las puchas, gimiendo como verdaderas perras después de la metida de la verga del perro. Nos nalgueó a las dos entre risas alegres y cariñosas, nosotras incrementamos nuestros desfallecientes orgasmos y expulsamos jugos que papá se apresuró a sorber, pero sin intentar nada más. Cuando la boca no pudo recoger más líquidos, se levantó, y dijo:

“Ya mis amadas mujercitas, ya. Hay que comer, porque si no, se me mueren y luego que hago…”, se carcajeaba, cuando logró terminar: “las espero abajo, cabronas, perras calientes, putas”.

Desayunamos alegremente, entre ternuras generalizadas, con besitos leves y dándonos unas a otras alimentos en la boca. Reíamos haciendo remembranzas de los laces del día y la noche anteriores. Expresábamos cómo fue la obtención nuestro placer y cómo lo habíamos dado a las otras. No dejamos de tocar nuestros cuerpos, hasta en momentos lamíamos donde se nos antojaba lamer. Pero todo era expresión de amor, de ternura, de un afecto maravilloso. Lavamos los trastes, y nos fuimos al mar.

Pasamos ese día entre arrumacos de amor, entre besos de afecto, con contactos pensados y sentidos como manifestación amorosa solamente. En ningún momento, ninguna de las tres, sentimos la necesidad de la lujuria. Y no porque estuviéramos agotadas, sino porque el amor había sustituido fabulosamente toda la lujuria del día anterior, y los de más atrás, que fueron toda una fiebre de sensualidad, lujuria y sexo. Era el último día que pasábamos en el paraíso donde nuestro amor verdadero se expresó con la intensidad, con toda la alegría y la sinceridad que solo el amor completado con el placer del sexo puede hacer patente, cierto, abierto y fuerte.

Esa noche, la ternura amorosa imperó. Con papá en el centro, las caricias, los besos, las palabras susurradas de todas para todas, nos arrullaron hasta que nos quedamos dormidas con brazos, muslos, piernas y pies entrelazados en una milagrosa maraña de amor.

Regresamos. Cuando entramos a casa, las tres nos apretamos en un beso ardoroso que dejaba a un lado la exclusiva ternura. Tiramos las maletas, y nos encueramos. En el triple abrazo, nuestros cuerpos se calentaron, se excitaron de fábula Allí, sobre la alfombra de la sala de estar, nos dimos al placer de la lujuria, repitiendo todas las maravillosas caricias que nos habíamos prodigado desde que descubrimos que podíamos coger todas contra todas. Papá nos cogió sin descanso, y nosotras nos mamábamos todo el cuerpo, cayendo siempre en el 69 insustituible.

Posición que acabo por ser la preferida de papá porque así podía cogerse a una y luego a la otra, bastaba con dar la vuelta a la cama o a los cuerpos para ensartar a la otra. Nos llenó las puchas de leche, leche que luego, como avaro, succionó, lamió, bebió y trago sin permitir que ninguna de nosotras le robara ni la más mínima gota del lácteo atole. Cuando la verga de papá quedó convertida en una astillita, obtuvo placer de vernos en el inacabable 69, en la intermitente “tijera”, y en los besos de amor que dábamos en nuestras puchas cuando los clítoris se ponían eléctricos. Entre postreros jadeos de las dos, papá vino a meterse entre nosotras y, con besos tiernos acalló nuestra fatiga amorosa. Luego nos dormimos. Desde esa noche, papá duerme entre las dos, y nosotras siempre dormimos agarradas con una mano de la verga de papá, y con la otra mano acariciando la chichi del cuerpo del otro lado.

La tarde del día siguiente, juntas las tres, fuimos a comprar una recámara con una inmensa cama. En la noche la inauguramos amándonos intensa, frenética, interminable y amorosamente; y, también, iniciamos nuestra vida en el amoroso coloquio de almas y cuerpos funcionando como una sola.
 
Arriba Pie