Todo empezó cuando una tarde después de trabajar nos encontramos con Silvia, mi mujer, para ir a pasear a un Mall, ella a ver ropa y con la idea de ir a cenar afuera. Silvia tiene 30 años, es delgada, muy bonita, con un cuerpo armónico, medidas ideales, una sonrisa seductora. Hace cinco años que somos pareja. La conocí hace seis años, era la socia del abogado que llevó mi juicio de divorcio.
—Hola amor, que linda que estás. Le dije al verla con un vestido mini espectacular.
—Gracias amor.
—¿Qué te pasa? Estás demasiado seria.
—Después hablamos, en casa tranquilos.
—¿Trabajo o personal?
—Amor…
—Vamos a tomar un café y me contas.
Fuimos a un café dentro del Mall, nos sentamos y ella evitaba mirarme.
—Sil, amor, por favor.
—¿Te llamó Carla? Me preguntó.
Carla es mi hija, de mi primer matrimonio con Ana. Tiene 10 años, y por suerte una excelente relación con Silvia.
—No…
—Me imaginaba.
—¿Qué pasa?
—Lo de siempre. Hoy se va a lo de los abuelos, que la van a llevar al cine mañana, quiso llevar la ropa que le regalé y Ana no la dejó. Estaba furiosa.
—Me imagino.
—Amor, quiero comprarle ropa, y que la tenga en casa, porque a casa tampoco la deja traerla.
—Bueno, no hay problema.
—No quiero pelearme con Ana Martín, porque va a perjudicar a Carla, pero te juro que la haría mierda. No puede descargar su resentimiento en la nena.
—Lo sé, tranquilizate por favor.
—Es que…
—Lo sé.
Ana mi ex desde que supo que yo estaba saliendo con Silvia, no hace otra cosa que buscar molestarla, y por más que he hablado con ella, no para.
El sábado siguiente, salimos a pasear a la costa del río, y nos sentamos a tomar una gaseosa en la terraza de un bar.
—Lo que me faltaba… Ana… Dijo Silvia mirando a un costado.
—Hola Martín, hola Ana. ¿Paseando?
—Sí, paseando. Dije.
—Hola Ana. Dijo seria Silvia.
—Martín, ¿puedo sentarme que tengo que hablar con vos sobre Carla?
—Bueno, no hay problema. Dije y la mire a Silvia que la miraba de arriba abajo.
—Gracias. Martín, tenes que hablar con Carla. Está contestadora, el otro día me hizo una escena por la ropa para llevar a lo de mis padres.
—Ana, entiéndela, es mujer como vos, y ya entra en la edad que quiere elegir ella su ropa.
—Pero no me puede contestar, ella tiene que hacer lo que yo le digo. Y la ropa que quería llevar…
—¿Qué pasa con esa ropa? Preguntó Silvia.
—Nada, nada.
—¿Entonces? Repreguntó Silvia.
—Es muy colorinche, llamativa.
—Ah… pues la eligió ella, fuimos juntas a comprarla. No creo que sea mucho más colorinche que la remera floreada que vos tenes puesta.
—Pero soy una mujer mayor.
—Eso no lo dudo. Dijo Silvia sonriendo. Ana tiene 38 años.
—¿Me estás diciendo vieja?
—No, estoy aseverando lo que vos dijiste.
La sonrisa de Silvia era tremenda y la cara de Ana impagable. De pronto me comencé a sonreír pensando en un trio con ellas dos. Me imaginaba escenas donde Silvia la dominase a Ana. Me quedé pensando en eso y casi no las escuchaba.
—No entiendo tu sonrisa Martín. Dijo Ana.
—Nada, nada estaba ido pensando en otra cosa.
—Ah sí, ¿en qué?
—Nada, en serio.
—Martín, te estas burlando de mí entonces. Dijo Ana.
—No Ana, no.
—Habla amor. Dijo Silvia.
—Se van a enojar conmigo y no tengo ganas. Ana, hablo con Carla en la semana.
—¿Por qué nos vamos a enojar? ¿Las dos nos vamos a enojar? Pregunto Ana.
—Sí. Algo que se me cruzó, una locura.
—Te exijo que me digas. Dijo Ana enojada.
—Me imaginaba un trio con las dos. Los tres en la misma cama.
—Sos un cerdo. Me dijo Silvia sonriendo.
—Martín, ¿cómo decís eso? Preguntó Ana.
—Con naturalidad. Aparte, siempre fue tu fantasía.
—Eh… bueno, pero…
—¿En serio Ana? preguntó Silvia sonriendo.
—Alguna vez… pero nunca quiso Martín.
—Ah… ¿Qué pasó que cambiaste de forma de pensar amor? Cuando estuvimos con Jazmín en la costa… Dijo Silvia mirándome a los ojos y sonriendo.
Le vi la intención en ese instante, nunca existió Jazmín, la estaba volviendo loca a Ana.
—Amor, la gente cambia, yo cambié. Dije.
—¿En serio estuvieron con una chica? Preguntó intrigada Ana.
—Con un par en realidad. ¿Vos cumpliste tu fantasía? Dijo Silvia sonriendo.
—Eh… no…
—Ah… Vos sos un cerdo, ni te pregunto. Ana, sé que te morís por ir a la cama con Martín otra vez. Te propongo algo, ¿Queres escuchar mi propuesta o arrugas de entrada?
—Eh… Martín…
—No tengo nada que ver, ni sé de que habla.
—Te escucho. Dijo Ana apretando las manos
—A la noche salimos los tres, vamos a tomar algo, y después vamos a un hotel, los tres. Vos te sacas las ganas de estar con Martín en una cama y de paso cumplís tu fantasía.
—¿Vos que decís Martín?
—Te juro que pago por estar. Dije sonriendo.
—Bueno… dejame pensarlo… me voy, los llamo en un rato.
—Como quieras Ana. Dijo Silvia mirándola seria.
Ana se fue casi corriendo y cuando estuvo lejos Silvia se largó a reír.
—Sos una hija de puta amor, lo que menos me esperaba era que salgas con eso.
—Vos sabes bien que en mi vida estuve con una mujer, pero a la tuya, te juro que la hago mierda…
—¿Pensas que va a agarrar viaje?
—No lo dudo.
—Yo sí, no creo que quiera ir.
—Veremos, pero si va, mando yo…
—Si va la vas a hacer mierda.
—No lo dudes amor, no lo dudes.
Un rato después estábamos caminando por una feria artesanal y me llamo Ana.
—Hola Martín.
—Hola Ana.
—¿Vos queres estar conmigo en una cama?
—Solos no. En un trio con Silvia, no tengo problema.
—Bueno, entonces salimos.
—Bueno, a las diez te pasamos a buscar. Esperá te quiere hablar Silvia.
—Hola Ana… dos cosas. Vale todo, no va “eso no lo hago”, “eso no me gusta”. ¿Entendido?
—Si.
—Otra cosa, ponete una mini bien mini.
—Silvia, no tengo, yo no uso…
—No me importa. Chau.
Silvia cortó y me miró sonriendo con malicia.
—La vas a hacer mierda en serio. Llega a ir con la mini…
—No lo dudes. Cuando volvemos quiero comprar algo.
Seguimos paseando y cuando volvíamos Silvia iba mirando algo en el celular y me dio una dirección para ir. Cuando vi que era un sex shop me largue a reír con todo. Entramos, Silvia fue recorriendo el local, tomó un arnés, un par de consoladores para ponerlos allí, un crema que no me mostró, y fuimos a casa. Comimos unos sándwiches, nos fuimos a bañar y cambiar y ella se puso otro de sus vestidos mini.
A las diez en punto la pasamos a buscar y cuando salió del edificio, nos miramos sonriendo al ver que estaba con una mini.
Una vez un conocido casado me había contado de un bar donde normalmente iba cuando salía con una “amiga”, “genial para esos momentos, nadie conoce a nadie” según él. Fuimos y nos sentamos en unos sillones circulares, la luz del local era bastante escasa, permitiendo que nadie vea con claridad.
Silvia pidió un whisky como yo, y Ana un Gin Tonic. Casi no hablábamos, Silvia estaba sentada entre Ana y yo. Casi veinte minutos después de llegar, Silvia dijo:
—Vamos al baño Ana.
Las dos fueron. Silvia después me contaría que ni bien entraron, puso a Ana contra la pared, y metiendo la mano por debajo de la mini, corrió la tanga y le metió dos dedos en la concha.
—Estas empapada hija de puta…
—Si… estoy muy caliente.
—Me doy cuenta. Sacate la tanga.
—Pero…
—Que te la saque boluda. Le dijo Silvia.
Ana lo hizo y la guardó en la cartera.
—Ponete mirando la pared.
Sin dudar ni decir nada Ana lo hizo, le hizo separar las piernas y nuevamente le metió dos dedos en la concha y la empezó a pajear
—Hola amor, que linda que estás. Le dije al verla con un vestido mini espectacular.
—Gracias amor.
—¿Qué te pasa? Estás demasiado seria.
—Después hablamos, en casa tranquilos.
—¿Trabajo o personal?
—Amor…
—Vamos a tomar un café y me contas.
Fuimos a un café dentro del Mall, nos sentamos y ella evitaba mirarme.
—Sil, amor, por favor.
—¿Te llamó Carla? Me preguntó.
Carla es mi hija, de mi primer matrimonio con Ana. Tiene 10 años, y por suerte una excelente relación con Silvia.
—No…
—Me imaginaba.
—¿Qué pasa?
—Lo de siempre. Hoy se va a lo de los abuelos, que la van a llevar al cine mañana, quiso llevar la ropa que le regalé y Ana no la dejó. Estaba furiosa.
—Me imagino.
—Amor, quiero comprarle ropa, y que la tenga en casa, porque a casa tampoco la deja traerla.
—Bueno, no hay problema.
—No quiero pelearme con Ana Martín, porque va a perjudicar a Carla, pero te juro que la haría mierda. No puede descargar su resentimiento en la nena.
—Lo sé, tranquilizate por favor.
—Es que…
—Lo sé.
Ana mi ex desde que supo que yo estaba saliendo con Silvia, no hace otra cosa que buscar molestarla, y por más que he hablado con ella, no para.
El sábado siguiente, salimos a pasear a la costa del río, y nos sentamos a tomar una gaseosa en la terraza de un bar.
—Lo que me faltaba… Ana… Dijo Silvia mirando a un costado.
—Hola Martín, hola Ana. ¿Paseando?
—Sí, paseando. Dije.
—Hola Ana. Dijo seria Silvia.
—Martín, ¿puedo sentarme que tengo que hablar con vos sobre Carla?
—Bueno, no hay problema. Dije y la mire a Silvia que la miraba de arriba abajo.
—Gracias. Martín, tenes que hablar con Carla. Está contestadora, el otro día me hizo una escena por la ropa para llevar a lo de mis padres.
—Ana, entiéndela, es mujer como vos, y ya entra en la edad que quiere elegir ella su ropa.
—Pero no me puede contestar, ella tiene que hacer lo que yo le digo. Y la ropa que quería llevar…
—¿Qué pasa con esa ropa? Preguntó Silvia.
—Nada, nada.
—¿Entonces? Repreguntó Silvia.
—Es muy colorinche, llamativa.
—Ah… pues la eligió ella, fuimos juntas a comprarla. No creo que sea mucho más colorinche que la remera floreada que vos tenes puesta.
—Pero soy una mujer mayor.
—Eso no lo dudo. Dijo Silvia sonriendo. Ana tiene 38 años.
—¿Me estás diciendo vieja?
—No, estoy aseverando lo que vos dijiste.
La sonrisa de Silvia era tremenda y la cara de Ana impagable. De pronto me comencé a sonreír pensando en un trio con ellas dos. Me imaginaba escenas donde Silvia la dominase a Ana. Me quedé pensando en eso y casi no las escuchaba.
—No entiendo tu sonrisa Martín. Dijo Ana.
—Nada, nada estaba ido pensando en otra cosa.
—Ah sí, ¿en qué?
—Nada, en serio.
—Martín, te estas burlando de mí entonces. Dijo Ana.
—No Ana, no.
—Habla amor. Dijo Silvia.
—Se van a enojar conmigo y no tengo ganas. Ana, hablo con Carla en la semana.
—¿Por qué nos vamos a enojar? ¿Las dos nos vamos a enojar? Pregunto Ana.
—Sí. Algo que se me cruzó, una locura.
—Te exijo que me digas. Dijo Ana enojada.
—Me imaginaba un trio con las dos. Los tres en la misma cama.
—Sos un cerdo. Me dijo Silvia sonriendo.
—Martín, ¿cómo decís eso? Preguntó Ana.
—Con naturalidad. Aparte, siempre fue tu fantasía.
—Eh… bueno, pero…
—¿En serio Ana? preguntó Silvia sonriendo.
—Alguna vez… pero nunca quiso Martín.
—Ah… ¿Qué pasó que cambiaste de forma de pensar amor? Cuando estuvimos con Jazmín en la costa… Dijo Silvia mirándome a los ojos y sonriendo.
Le vi la intención en ese instante, nunca existió Jazmín, la estaba volviendo loca a Ana.
—Amor, la gente cambia, yo cambié. Dije.
—¿En serio estuvieron con una chica? Preguntó intrigada Ana.
—Con un par en realidad. ¿Vos cumpliste tu fantasía? Dijo Silvia sonriendo.
—Eh… no…
—Ah… Vos sos un cerdo, ni te pregunto. Ana, sé que te morís por ir a la cama con Martín otra vez. Te propongo algo, ¿Queres escuchar mi propuesta o arrugas de entrada?
—Eh… Martín…
—No tengo nada que ver, ni sé de que habla.
—Te escucho. Dijo Ana apretando las manos
—A la noche salimos los tres, vamos a tomar algo, y después vamos a un hotel, los tres. Vos te sacas las ganas de estar con Martín en una cama y de paso cumplís tu fantasía.
—¿Vos que decís Martín?
—Te juro que pago por estar. Dije sonriendo.
—Bueno… dejame pensarlo… me voy, los llamo en un rato.
—Como quieras Ana. Dijo Silvia mirándola seria.
Ana se fue casi corriendo y cuando estuvo lejos Silvia se largó a reír.
—Sos una hija de puta amor, lo que menos me esperaba era que salgas con eso.
—Vos sabes bien que en mi vida estuve con una mujer, pero a la tuya, te juro que la hago mierda…
—¿Pensas que va a agarrar viaje?
—No lo dudo.
—Yo sí, no creo que quiera ir.
—Veremos, pero si va, mando yo…
—Si va la vas a hacer mierda.
—No lo dudes amor, no lo dudes.
Un rato después estábamos caminando por una feria artesanal y me llamo Ana.
—Hola Martín.
—Hola Ana.
—¿Vos queres estar conmigo en una cama?
—Solos no. En un trio con Silvia, no tengo problema.
—Bueno, entonces salimos.
—Bueno, a las diez te pasamos a buscar. Esperá te quiere hablar Silvia.
—Hola Ana… dos cosas. Vale todo, no va “eso no lo hago”, “eso no me gusta”. ¿Entendido?
—Si.
—Otra cosa, ponete una mini bien mini.
—Silvia, no tengo, yo no uso…
—No me importa. Chau.
Silvia cortó y me miró sonriendo con malicia.
—La vas a hacer mierda en serio. Llega a ir con la mini…
—No lo dudes. Cuando volvemos quiero comprar algo.
Seguimos paseando y cuando volvíamos Silvia iba mirando algo en el celular y me dio una dirección para ir. Cuando vi que era un sex shop me largue a reír con todo. Entramos, Silvia fue recorriendo el local, tomó un arnés, un par de consoladores para ponerlos allí, un crema que no me mostró, y fuimos a casa. Comimos unos sándwiches, nos fuimos a bañar y cambiar y ella se puso otro de sus vestidos mini.
A las diez en punto la pasamos a buscar y cuando salió del edificio, nos miramos sonriendo al ver que estaba con una mini.
Una vez un conocido casado me había contado de un bar donde normalmente iba cuando salía con una “amiga”, “genial para esos momentos, nadie conoce a nadie” según él. Fuimos y nos sentamos en unos sillones circulares, la luz del local era bastante escasa, permitiendo que nadie vea con claridad.
Silvia pidió un whisky como yo, y Ana un Gin Tonic. Casi no hablábamos, Silvia estaba sentada entre Ana y yo. Casi veinte minutos después de llegar, Silvia dijo:
—Vamos al baño Ana.
Las dos fueron. Silvia después me contaría que ni bien entraron, puso a Ana contra la pared, y metiendo la mano por debajo de la mini, corrió la tanga y le metió dos dedos en la concha.
—Estas empapada hija de puta…
—Si… estoy muy caliente.
—Me doy cuenta. Sacate la tanga.
—Pero…
—Que te la saque boluda. Le dijo Silvia.
Ana lo hizo y la guardó en la cartera.
—Ponete mirando la pared.
Sin dudar ni decir nada Ana lo hizo, le hizo separar las piernas y nuevamente le metió dos dedos en la concha y la empezó a pajear