Mi nombre es Manuel, tengo 19 años, vivo con mi mamá Valeria, tiene 37 años. Ella es una mujer hermosa, con un cuerpo muy bien cuidado. Es delgada, de tez blanca, con senos promedio pero muy bien formados, un trasero tonificado y levantado, y unas piernas largas y muy sensuales que luce cada vez que puede con faldas cortas. Tiene el cabello ondulado de color castaño que cae en cascada sobre sus hombros, y ojos de un color almendrado. Usa lentes, cosa que la hace ver más sensual y misteriosa. Es una persona que le gusta mucho hacer deporte; hubo una época en que se dedicó mucho a la natación y al voleibol de salón. Acostumbra mucho arreglarse cuando anda fuera, con vestidos ajustados que resaltan sus curvas y maquillaje sutil que realza su belleza natural. En casa, viste muy casual, con playeras ajustadas que dejan poco a la imaginación, licras que moldean sus piernas perfectas, jeans que acentúan su figura y sudaderas que, aunque cómodas, no pueden ocultar su atractivo.
Mi madre se había separado de mi padre debido a una infidelidad de él con una vecina. Fue un gran golpe para ella, al punto de verla siempre deprimida y, en ocasiones, enojada. Afortunadamente, mi abuelo paterno, un hombre de 60 años llamado Rogelio, después de enterarse de la separación y el motivo de ella, nos apoyó económicamente. No solo eso, nos rentó un pequeño cuarto en una vecindad, mismo que nos ayudó a amueblar con dos camas separadas con una cortina de tela, un ropero, una estufa, un fregadero, un refrigerador pequeño y una mesa para comer que también ocupaba para hacer mis deberes del colegio. El baño era compartido entre otros inquilinos, así que estaba fuera.
Al principio, mi abuelo nos visitaba una o dos veces por semana. Es una persona de muy pocas palabras y tenía la fama de ser muy estricto y de carácter fuerte. Mi mamá comenzó a trabajar en una lavandería cercana, así que con lo poco que ella ganaba más lo que le ayudaba mi abuelo, podíamos cubrir los gastos de cada mes.
Mi abuelo se volvió muy posesivo con mi mamá cuando llegaba de visita. Si la veía platicando con algún hombre, él se molestaba y la regañaba diciendo cosas como: «¿Qué te crees, que puedes andar platicando con cualquiera? Eres una mujer separada y tienes un hijo que cuidar. Deberías estar más atenta a tu hijo que estar hablando con hombres». Mi madre solo respondía con un «Perdón, suegro, no es mi intención. No lo volveré a hacer». Se notaba que mi abuelo estaba hecho totalmente a la antigua.
Una tarde, mientras mi madre estaba trabajando, mi abuelo llegó de visita. Yo estaba en la mesa haciendo mis deberes cuando escuché la puerta abrirse. Levanté la mirada y vi a mi abuelo entrando con su expresión seria de siempre.
— ¿Dónde está tu madre? —preguntó sin saludar.
— Está trabajando, abuelo —respondí, tratando de mantener la calma.
Él asintió y se sentó en una de las sillas. — ¿Y tú, qué haces aquí solo? —preguntó, mirando a su alrededor.
— Estoy haciendo mis deberes —respondí, mostrando mis libros y cuadernos.
Mi abuelo se quedó en silencio por un momento, observándome. — Te pareces mucho a mí cuando tenía tu edad. Espero no hayas heredado la estupidez de tu padre. Recuerda, puedes tener las mujeres que quieras, pero no seas tan estúpido para que te descubran. ¿Entendido?
— Sí, abuelo —respondí, sintiendo una mezcla de vergüenza y enojo.
Horas después, llegó mi mamá. Nos preparó de comer a mi abuelo y a mí. Ambos charlaban, pero se notaba la autoridad que imponía mi abuelo. Una vez terminamos de comer, observé que mi abuelo le dio un sobre a mi mamá.
— Es lo de esta semana, Valeria —dijo mi abuelo.
— Gracias, suegro. Se lo agradezco —respondió mi mamá.
— Bueno, me paso a retirar —dijo mi abuelo.
Ya era algo tarde, así que mi mamá le pidió que se quedara. Mi abuelo se lo pensó y al final accedió. Mi mamá le dijo que él se quedara en su cama y ella dormiría conmigo.
— Nada de eso, Valeria —dijo mi abuelo con voz de mando. — Manuel, te quedas a dormir en el suelo y tu mamá se va a quedar en tu cama. ¿Entendido?
— Sí, abuelo. No hay problema —respondí, tratando de evitar más conflictos.
— No hace falta, suegro. Los dos cabemos en su cama —insistió mi mamá.
— Deja de consentirlo. Debe aprender a ser un hombre. No se va a morir por dormir en el suelo —respondió mi abuelo, molesto.
Mi mamá insistió, pero mi abuelo, cada vez más molesto, decidió intervenir. — Bueno, hagan lo que quieran —dijo finalmente, aunque su tono dejaba claro que no estaba contento.
Más tarde, cuando todos estábamos durmiendo mi mamá recibió una llamada, me despertó el tono del celular, ella se levantó deprisa y salió fuera del cuarto a contestar, no le di importancia y continué acostado tratando de volver a dormir mi abuelo se levantó de repente y encendió la luz. mi mamá volvió a entrar— Valeria, necesito hablar contigo —dijo con un tono serio mi abuelo.
Mi mamá, preocupada. — ¿Qué pasa, suegro?
— ¿Quién te marca a estas horas? —preguntó mi abuelo, su voz llena de enojo. — ¿Es algún hombre verdad?
Mi mamá palideció. — ¿Qué? No, suegro. No sé de dónde saca eso.
— No me mientas, Valeria —dijo mi abuelo, con su voz firme.
Mi mamá, desesperada, comenzó a suplicar. — Por favor, suegro. No es lo que piensas. Solo es un amigo del trabajo. No hay nada más.
— No me importa —respondió mi abuelo. — Si no puedes comportarte como una mujer decente, no puedo seguir apoyándote. Mañana mismo me devolverás el dinero que te di y te las arreglas sola.
Yo solo escuchaba del otro lado de la cortina. — Suegro, por favor, no sabe cuánto nos ayuda contar con ese dinero —suplicó mi mamá.
— Bueno, como te gusta ser una mujer indecente, a partir de hoy te voy a tratar de esa forma —dijo mi abuelo con una voz fría y dura.
— ¿Qué quiere decir, suegro? —preguntó mi mamá, con voz temblorosa. — Por favor, podemos resolver esto. Hablemos mañana con más calma.
— No hay nada que hablar, Valeria —respondió mi abuelo con voz de enojo. — Por favor, suegro —replicaba mi mamá, pero mi abuelo la interrumpió.
— Incínate, mujer indecente —ordenó mi abuelo.
— ¿Qué? —preguntó mi mamá, confundida.
— Que te inques —repitió mi abuelo con tono autoritario.
A través de la cortina, gracias a la luz que había encendido mi abuelo, podía ver la silueta de mi mamá obedeciendo lo que le decía mi abuelo. De igual forma, podía ver la silueta de mi abuelo, y por lo que parecía, estaba solo vestido con su ropa interior. De pronto, se la bajó.
— ¿Te gusta lo que ves, mujer? —preguntó mi abuelo con una voz llena de desprecio.
Mi mamá respondió con voz temblorosa: — Suegro, esto es demasiado.
— Ahora tómalo con tu mano —ordenó mi abuelo.
— ¿Qué? —preguntó mi mamá, horrorizada. — Que lo tomes con tu mano y comienza a moverla – Respondió mi abuelo
—Así muy bien más rápido —dijo mi abuelo. — Sientes cómo se agranda más. Más rápido, haz que me corra —escuche decir a mi abuelo con una voz llena de lujuria y enojo.
La escena era surrealista. Podía escuchar los sollozos de mi mamá mientras obedecía las órdenes de mi abuelo. La vergüenza y la humillación que sentía mi mamá eran evidentes, y yo estaba paralizado del otro lado de la cortina, sin saber qué hacer.
— Entiendes que esto es tu culpa, te quieres comportar como una cualquiera entonces te voy a tratar así—dijo mi abuelo.
Mi mamá solo respondió con un sí, suegro.
— Bien, ahora quítate la blusa. Quiero correrme en tus pechos —ordenó mi abuelo.
Una vez más, vi su silueta mientras se sacaba la camisa. — Ahora sostén mi pene de nuevo y mastúrbame hasta que me corra encima de ti —dijo mi abuelo con una voz llena de lujuria.
Finalmente, mi abuelo emitió un quejido de satisfacción. — ¿Ya terminó, suegro? —preguntó mi mamá con voz cortada.
— Definitivamente, mujer. Eres buena haciendo esto —respondió mi abuelo con satisfacción.
Mi mamá se levantó y le suplicó: — Por favor, ruego no comente nada de esto con alguien de la familia.
— No te preocupes, nadie sabrá lo indecente que eres —respondió mi abuelo con desprecio.
Después de eso, mi abuelo apagó la luz. Escuché cómo abrieron la llave del fregadero; supuse que fue mi mamá y se estaba limpiando la corrida de mi abuelo.
Al día siguiente, mi mamá estaba preparando el desayuno. Llevaba puesto unos pants negros y una blusa amarilla. Mi abuelo no estaba; conocía su rutina, se había ido desde muy temprano. Mi mamá actuaba de una forma muy normal, como si todo hubiera sido un sueño. No había rastros de lo sucedido, ni un mínimo gesto de desagrado o tristeza en su cara.
Esa misma noche, me despertaron unos ruidos que provenían de la cama de mi mamá. Todo estaba oscuro, solo escuchaba la respiración de mi mamá agitada. A través de la cortina, podía ver la luz de su celular encendido. Con cuidado, me levanté y me asomé por la cortina. Vi a mi mamá sosteniendo con una mano su celular, viendo videos porno, y con su otra mano se masturbaba por debajo de sus pants. Era la primera vez que escuchaba a mi mamá hacer eso por las noches. se mordía los labios de una forma tan morbosa mientras se tocaba, dos noches continuas hizo lo mismo al parecer lo sucedido con mi abuelo despertó su deseo sexual.
Llegó el día en que mi abuelo nos visitaba, y como era de costumbre, llegó imponiendo su voluntad. Mi mamá estaba por lavar la ropa sucia en los lavaderos de la vecindad. En eso, mi abuelo llegó y, al ver a mi madre con una canasta de ropa sucia, me dijo: — Hey, despierta, malcriado. Ayuda a tu madre. No seas un flojo —me dijo enojado.
Tomé el cesto de la ropa y lo llevé hasta los lavaderos. Ese día, mi madre vestía un vestido blanco con flores rojas de tirantes, escotado.
— Dejá que el lave la ropa mujer —dijo mi abuelo.
— No, suegro. Yo ahorita la lavo rápido —respondió mi mamá.
— Que lo dejes a él. Entiende, carajo —le gritó mi abuelo.
Ven, vamos al cuarto —le ordeno a mi mamá. Luego me volteó a ver y me dijo: — Lava todo y bien, luego pones la ropa en los tendederos. ¿Entendido?
— Sí, abuelo. Está bien —respondí, tratando de evitar más conflictos.
Se fueron al cuarto, y yo comencé a lavar la ropa. Pasaron como 20 minutos y comencé a pensar en qué estarían haciendo, así que dejé de lavar y me dirigí a ver qué sucedía. Me asomé agachado por la ventana; afortunadamente, en la mañana mi mamá había abierto las cortinas y la ventana, así que pude ver dentro sin problema.
Mi abuelo estaba sentado en la cama de mi mamá, apoyado con sus manos, mientras mi mamá, con ambas manos, frotaba el pene de mi abuelo. Ella aún seguía vestida, pero mi abuelo ya estaba totalmente desnudo.
— Sigue así, mujer. No te detengas. Sigue —le decía mi abuelo.
— Suegro por favor puede entrar mi hijo en cualquier momento, —- Le dijo mi mamá
Se levantó, quedando de pie frente a mi mamá, y con ambas manos la tomó por la cabeza. e introdujo su pene en su boca. — Cállate zorra — Dijo mi abuelo. mi mamá comenzó a succionar el pene del abuelo —- Tu boca se siente mejor que tus manos —dijo mi abuelo.
Unos minutos después, mi abuelo levantó a mi mamá y la volteó, quedando a espaldas de ella. La abrazó por detrás y, con sus manos, le levantó el vestido de la parte de enfrente, dejando a la vista la ropa interior de mi mamá, la cual era blanca y tenía un pequeño moño adornándola. Comenzó a meterle mano en la entrepierna, al principio por encima de su ropa interior, pero poco después metió su mano por debajo de ella. Mientras con su otra mano apretaba uno de los senos de mi mamá.
—- Hija de la chingada que rica estas – Le dijo mi abuelo mientras continuaba manoseandola.
Cuando sacó su mano de su entrepierna, la llevó a la altura de la cara de ella, diciendo: — Mira mujer lo mojada que estás — y, acercándosela, metió sus dedos en la boca de mi mamá. — Vamos cerdita lamelos bien – Dijo mi abuelo. Luego los sacó y, de un tirón, le bajó el vestido, dejando sus senos expuestos.
— Tus pezones están duros. De seguro los tienes muy sensibles —dijo mi abuelo para luego apretarlos. Mi mamá, resistiéndose, le dijo: — Por favor, suegro, deje de apretar así mis senos me lastima.
A mi abuelo no le importó y continuó manoseándolos. La volvió a girar, quedando de frente ambos. Mi abuelo se inclinó y comenzó a chupar uno de sus senos. — Tus tetas son más deliciosas de lo que pensaba, mujer. Se sienten tan bien apretarlas —decía mi abuelo sin detenerse.
Sentó a mi mamá en la orilla de la cama y se puso frente a ella. Comenzó a frotar su pene entre los senos de mi mamá, y ella, con ambas manos, lo presionó. — Así es, mujer. Así es como se hace. Se ve que tienes experiencia en esto, maldita mujer indecente —dijo mi abuelo.
De pronto, mi abuelo se terminó corriendo, disparando su semen en la cara y senos de mi mamá. Mi abuelo fue donde su ropa, la tomó y comenzó a vestirse. — Por el momento, estoy satisfecho, mujer. Hazme algo de comer en lo que tomo un descanso —dijo mi abuelo. Después de decir eso, se recostó en la cama de mi mamá mientras ella se arreglaba la ropa.
Regresé a terminar de lavar la ropa. Poco después, mi mamá se me acercó. — ¿Necesitas ayuda, hijo? —me preguntó.
— No, mamá. Ya estoy por terminar —respondí.
— Vale, ya hice la comida. Te espero para comer. Tu abuelo ya comió y está tomando una siesta —dijo mi mamá.
— De acuerdo, mamá —respondí.
Pasaron las horas y mi mamá me mandó a dormir mucho antes de lo que acostumbraba por la noche. Me metí en la cama, pero el sueño no llegaba. Comencé a escuchar susurros provenientes de la mesa de la cocina. Con curiosidad y un poco de miedo, me levanté sigilosamente y me acerqué a la cortina que separaba mi espacio del resto de la habitación.
A través de la cortina, pude ver a mi abuelo y a mi mamá sentados en la mesa. Mi mamá aún llevaba puesto el vestido blanco floreado, y mi abuelo estaba con una expresión de lujuria en su rostro. La escena era tensa y cargada de electricidad.
— Ven aquí, Valeria —dijo mi abuelo con una voz ronca y autoritaria.
Mi mamá, con ojos llenos de miedo y sumisión, se acercó a él. Mi abuelo la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. Podía ver cómo sus manos recorrían el cuerpo de mi madre, apretando sus senos y sus caderas con fuerza.
— Eres mía, Valeria —dijo mi abuelo con una sonrisa malvada. — Y harás lo que yo te diga.
Mi madre asintió, sus ojos. — Sí, suegro —respondió con voz sigilosa.
Mi abuelo la empujó hacia la mesa y la hizo acostarse boca abajo. Levantó su vestido, dejando al descubierto sus nalgas. — Eres una puta, Valeria —dijo mi abuelo, dándole una fuerte nalgada.
Mi madre gritó de dolor, pero mi abuelo no se detuvo. Se posicionó detrás de ella y, con un movimiento brusco, le bajó la ropa interior y, de un golpe, la penetró. Mi madre gritó de nuevo, pero mi abuelo comenzó a moverse con fuerza, sus embestidas rítmicas y brutales.
— Así, mujer. Así es como se hace —dijo mi abuelo, su voz llena de satisfacción.
Después de unos minutos, mi abuelo la hizo girar en la mesa y la puso boca arriba con las piernas abiertas, mientras su ropa interior colgaba de una de ellas. — Ahora quiero ver tu cara mientras te follo —dijo mi abuelo. De un jalón, sacó los senos de mi madre; se escuchó cómo se desgarró el vestido de la fuerza con que lo hizo.
Con un movimiento brusco, la penetró de nuevo y comenzó a moverse con más fuerza. Las manos de mi mamá apretaban con fuerza las orillas de la mesa mientras sus senos se movían con cada embestida que recibía de mi abuelo. — Eres mía, Valeria —repitió mi abuelo, su voz llena de lujuria.
— Sí, suegro —respondió mi madre, sus gemidos de dolor y placer mezclándose.
Mi abuelo comenzó a moverse con más fuerza, sus manos apretando los senos de mi madre con fuerza. — Eres mía, puta. Eres mi puta —repitió mi abuelo, su voz llena de posesión.
— Sí, suegro. Soy su puta —respondió mi madre.
Mi abuelo parecía un animal descontrolado follando a mi mamá. La dejó de penetrar y, tomándola del cabello, la levantó de la mesa y la lanzó a la cama — ¡Depriza, puta! Ponte en cuatro patas. Te voy a follar como la perra que eres —dijo mi abuelo con voz autoritaria.
Mi madre trató de sacarse por completo el vestido, pero mi abuelo no podía esperar. Tomándolo con ambas manos, lo desgarró en dos y se lo quitó, lanzándolo al suelo. — ¡Vamos, puta! Te dije que te pusieras en cuatro —repitió mi abuelo.
Mi madre se había separado de mi padre debido a una infidelidad de él con una vecina. Fue un gran golpe para ella, al punto de verla siempre deprimida y, en ocasiones, enojada. Afortunadamente, mi abuelo paterno, un hombre de 60 años llamado Rogelio, después de enterarse de la separación y el motivo de ella, nos apoyó económicamente. No solo eso, nos rentó un pequeño cuarto en una vecindad, mismo que nos ayudó a amueblar con dos camas separadas con una cortina de tela, un ropero, una estufa, un fregadero, un refrigerador pequeño y una mesa para comer que también ocupaba para hacer mis deberes del colegio. El baño era compartido entre otros inquilinos, así que estaba fuera.
Al principio, mi abuelo nos visitaba una o dos veces por semana. Es una persona de muy pocas palabras y tenía la fama de ser muy estricto y de carácter fuerte. Mi mamá comenzó a trabajar en una lavandería cercana, así que con lo poco que ella ganaba más lo que le ayudaba mi abuelo, podíamos cubrir los gastos de cada mes.
Mi abuelo se volvió muy posesivo con mi mamá cuando llegaba de visita. Si la veía platicando con algún hombre, él se molestaba y la regañaba diciendo cosas como: «¿Qué te crees, que puedes andar platicando con cualquiera? Eres una mujer separada y tienes un hijo que cuidar. Deberías estar más atenta a tu hijo que estar hablando con hombres». Mi madre solo respondía con un «Perdón, suegro, no es mi intención. No lo volveré a hacer». Se notaba que mi abuelo estaba hecho totalmente a la antigua.
Una tarde, mientras mi madre estaba trabajando, mi abuelo llegó de visita. Yo estaba en la mesa haciendo mis deberes cuando escuché la puerta abrirse. Levanté la mirada y vi a mi abuelo entrando con su expresión seria de siempre.
— ¿Dónde está tu madre? —preguntó sin saludar.
— Está trabajando, abuelo —respondí, tratando de mantener la calma.
Él asintió y se sentó en una de las sillas. — ¿Y tú, qué haces aquí solo? —preguntó, mirando a su alrededor.
— Estoy haciendo mis deberes —respondí, mostrando mis libros y cuadernos.
Mi abuelo se quedó en silencio por un momento, observándome. — Te pareces mucho a mí cuando tenía tu edad. Espero no hayas heredado la estupidez de tu padre. Recuerda, puedes tener las mujeres que quieras, pero no seas tan estúpido para que te descubran. ¿Entendido?
— Sí, abuelo —respondí, sintiendo una mezcla de vergüenza y enojo.
Horas después, llegó mi mamá. Nos preparó de comer a mi abuelo y a mí. Ambos charlaban, pero se notaba la autoridad que imponía mi abuelo. Una vez terminamos de comer, observé que mi abuelo le dio un sobre a mi mamá.
— Es lo de esta semana, Valeria —dijo mi abuelo.
— Gracias, suegro. Se lo agradezco —respondió mi mamá.
— Bueno, me paso a retirar —dijo mi abuelo.
Ya era algo tarde, así que mi mamá le pidió que se quedara. Mi abuelo se lo pensó y al final accedió. Mi mamá le dijo que él se quedara en su cama y ella dormiría conmigo.
— Nada de eso, Valeria —dijo mi abuelo con voz de mando. — Manuel, te quedas a dormir en el suelo y tu mamá se va a quedar en tu cama. ¿Entendido?
— Sí, abuelo. No hay problema —respondí, tratando de evitar más conflictos.
— No hace falta, suegro. Los dos cabemos en su cama —insistió mi mamá.
— Deja de consentirlo. Debe aprender a ser un hombre. No se va a morir por dormir en el suelo —respondió mi abuelo, molesto.
Mi mamá insistió, pero mi abuelo, cada vez más molesto, decidió intervenir. — Bueno, hagan lo que quieran —dijo finalmente, aunque su tono dejaba claro que no estaba contento.
Más tarde, cuando todos estábamos durmiendo mi mamá recibió una llamada, me despertó el tono del celular, ella se levantó deprisa y salió fuera del cuarto a contestar, no le di importancia y continué acostado tratando de volver a dormir mi abuelo se levantó de repente y encendió la luz. mi mamá volvió a entrar— Valeria, necesito hablar contigo —dijo con un tono serio mi abuelo.
Mi mamá, preocupada. — ¿Qué pasa, suegro?
— ¿Quién te marca a estas horas? —preguntó mi abuelo, su voz llena de enojo. — ¿Es algún hombre verdad?
Mi mamá palideció. — ¿Qué? No, suegro. No sé de dónde saca eso.
— No me mientas, Valeria —dijo mi abuelo, con su voz firme.
Mi mamá, desesperada, comenzó a suplicar. — Por favor, suegro. No es lo que piensas. Solo es un amigo del trabajo. No hay nada más.
— No me importa —respondió mi abuelo. — Si no puedes comportarte como una mujer decente, no puedo seguir apoyándote. Mañana mismo me devolverás el dinero que te di y te las arreglas sola.
Yo solo escuchaba del otro lado de la cortina. — Suegro, por favor, no sabe cuánto nos ayuda contar con ese dinero —suplicó mi mamá.
— Bueno, como te gusta ser una mujer indecente, a partir de hoy te voy a tratar de esa forma —dijo mi abuelo con una voz fría y dura.
— ¿Qué quiere decir, suegro? —preguntó mi mamá, con voz temblorosa. — Por favor, podemos resolver esto. Hablemos mañana con más calma.
— No hay nada que hablar, Valeria —respondió mi abuelo con voz de enojo. — Por favor, suegro —replicaba mi mamá, pero mi abuelo la interrumpió.
— Incínate, mujer indecente —ordenó mi abuelo.
— ¿Qué? —preguntó mi mamá, confundida.
— Que te inques —repitió mi abuelo con tono autoritario.
A través de la cortina, gracias a la luz que había encendido mi abuelo, podía ver la silueta de mi mamá obedeciendo lo que le decía mi abuelo. De igual forma, podía ver la silueta de mi abuelo, y por lo que parecía, estaba solo vestido con su ropa interior. De pronto, se la bajó.
— ¿Te gusta lo que ves, mujer? —preguntó mi abuelo con una voz llena de desprecio.
Mi mamá respondió con voz temblorosa: — Suegro, esto es demasiado.
— Ahora tómalo con tu mano —ordenó mi abuelo.
— ¿Qué? —preguntó mi mamá, horrorizada. — Que lo tomes con tu mano y comienza a moverla – Respondió mi abuelo
—Así muy bien más rápido —dijo mi abuelo. — Sientes cómo se agranda más. Más rápido, haz que me corra —escuche decir a mi abuelo con una voz llena de lujuria y enojo.
La escena era surrealista. Podía escuchar los sollozos de mi mamá mientras obedecía las órdenes de mi abuelo. La vergüenza y la humillación que sentía mi mamá eran evidentes, y yo estaba paralizado del otro lado de la cortina, sin saber qué hacer.
— Entiendes que esto es tu culpa, te quieres comportar como una cualquiera entonces te voy a tratar así—dijo mi abuelo.
Mi mamá solo respondió con un sí, suegro.
— Bien, ahora quítate la blusa. Quiero correrme en tus pechos —ordenó mi abuelo.
Una vez más, vi su silueta mientras se sacaba la camisa. — Ahora sostén mi pene de nuevo y mastúrbame hasta que me corra encima de ti —dijo mi abuelo con una voz llena de lujuria.
Finalmente, mi abuelo emitió un quejido de satisfacción. — ¿Ya terminó, suegro? —preguntó mi mamá con voz cortada.
— Definitivamente, mujer. Eres buena haciendo esto —respondió mi abuelo con satisfacción.
Mi mamá se levantó y le suplicó: — Por favor, ruego no comente nada de esto con alguien de la familia.
— No te preocupes, nadie sabrá lo indecente que eres —respondió mi abuelo con desprecio.
Después de eso, mi abuelo apagó la luz. Escuché cómo abrieron la llave del fregadero; supuse que fue mi mamá y se estaba limpiando la corrida de mi abuelo.
Al día siguiente, mi mamá estaba preparando el desayuno. Llevaba puesto unos pants negros y una blusa amarilla. Mi abuelo no estaba; conocía su rutina, se había ido desde muy temprano. Mi mamá actuaba de una forma muy normal, como si todo hubiera sido un sueño. No había rastros de lo sucedido, ni un mínimo gesto de desagrado o tristeza en su cara.
Esa misma noche, me despertaron unos ruidos que provenían de la cama de mi mamá. Todo estaba oscuro, solo escuchaba la respiración de mi mamá agitada. A través de la cortina, podía ver la luz de su celular encendido. Con cuidado, me levanté y me asomé por la cortina. Vi a mi mamá sosteniendo con una mano su celular, viendo videos porno, y con su otra mano se masturbaba por debajo de sus pants. Era la primera vez que escuchaba a mi mamá hacer eso por las noches. se mordía los labios de una forma tan morbosa mientras se tocaba, dos noches continuas hizo lo mismo al parecer lo sucedido con mi abuelo despertó su deseo sexual.
Llegó el día en que mi abuelo nos visitaba, y como era de costumbre, llegó imponiendo su voluntad. Mi mamá estaba por lavar la ropa sucia en los lavaderos de la vecindad. En eso, mi abuelo llegó y, al ver a mi madre con una canasta de ropa sucia, me dijo: — Hey, despierta, malcriado. Ayuda a tu madre. No seas un flojo —me dijo enojado.
Tomé el cesto de la ropa y lo llevé hasta los lavaderos. Ese día, mi madre vestía un vestido blanco con flores rojas de tirantes, escotado.
— Dejá que el lave la ropa mujer —dijo mi abuelo.
— No, suegro. Yo ahorita la lavo rápido —respondió mi mamá.
— Que lo dejes a él. Entiende, carajo —le gritó mi abuelo.
Ven, vamos al cuarto —le ordeno a mi mamá. Luego me volteó a ver y me dijo: — Lava todo y bien, luego pones la ropa en los tendederos. ¿Entendido?
— Sí, abuelo. Está bien —respondí, tratando de evitar más conflictos.
Se fueron al cuarto, y yo comencé a lavar la ropa. Pasaron como 20 minutos y comencé a pensar en qué estarían haciendo, así que dejé de lavar y me dirigí a ver qué sucedía. Me asomé agachado por la ventana; afortunadamente, en la mañana mi mamá había abierto las cortinas y la ventana, así que pude ver dentro sin problema.
Mi abuelo estaba sentado en la cama de mi mamá, apoyado con sus manos, mientras mi mamá, con ambas manos, frotaba el pene de mi abuelo. Ella aún seguía vestida, pero mi abuelo ya estaba totalmente desnudo.
— Sigue así, mujer. No te detengas. Sigue —le decía mi abuelo.
— Suegro por favor puede entrar mi hijo en cualquier momento, —- Le dijo mi mamá
Se levantó, quedando de pie frente a mi mamá, y con ambas manos la tomó por la cabeza. e introdujo su pene en su boca. — Cállate zorra — Dijo mi abuelo. mi mamá comenzó a succionar el pene del abuelo —- Tu boca se siente mejor que tus manos —dijo mi abuelo.
Unos minutos después, mi abuelo levantó a mi mamá y la volteó, quedando a espaldas de ella. La abrazó por detrás y, con sus manos, le levantó el vestido de la parte de enfrente, dejando a la vista la ropa interior de mi mamá, la cual era blanca y tenía un pequeño moño adornándola. Comenzó a meterle mano en la entrepierna, al principio por encima de su ropa interior, pero poco después metió su mano por debajo de ella. Mientras con su otra mano apretaba uno de los senos de mi mamá.
—- Hija de la chingada que rica estas – Le dijo mi abuelo mientras continuaba manoseandola.
Cuando sacó su mano de su entrepierna, la llevó a la altura de la cara de ella, diciendo: — Mira mujer lo mojada que estás — y, acercándosela, metió sus dedos en la boca de mi mamá. — Vamos cerdita lamelos bien – Dijo mi abuelo. Luego los sacó y, de un tirón, le bajó el vestido, dejando sus senos expuestos.
— Tus pezones están duros. De seguro los tienes muy sensibles —dijo mi abuelo para luego apretarlos. Mi mamá, resistiéndose, le dijo: — Por favor, suegro, deje de apretar así mis senos me lastima.
A mi abuelo no le importó y continuó manoseándolos. La volvió a girar, quedando de frente ambos. Mi abuelo se inclinó y comenzó a chupar uno de sus senos. — Tus tetas son más deliciosas de lo que pensaba, mujer. Se sienten tan bien apretarlas —decía mi abuelo sin detenerse.
Sentó a mi mamá en la orilla de la cama y se puso frente a ella. Comenzó a frotar su pene entre los senos de mi mamá, y ella, con ambas manos, lo presionó. — Así es, mujer. Así es como se hace. Se ve que tienes experiencia en esto, maldita mujer indecente —dijo mi abuelo.
De pronto, mi abuelo se terminó corriendo, disparando su semen en la cara y senos de mi mamá. Mi abuelo fue donde su ropa, la tomó y comenzó a vestirse. — Por el momento, estoy satisfecho, mujer. Hazme algo de comer en lo que tomo un descanso —dijo mi abuelo. Después de decir eso, se recostó en la cama de mi mamá mientras ella se arreglaba la ropa.
Regresé a terminar de lavar la ropa. Poco después, mi mamá se me acercó. — ¿Necesitas ayuda, hijo? —me preguntó.
— No, mamá. Ya estoy por terminar —respondí.
— Vale, ya hice la comida. Te espero para comer. Tu abuelo ya comió y está tomando una siesta —dijo mi mamá.
— De acuerdo, mamá —respondí.
Pasaron las horas y mi mamá me mandó a dormir mucho antes de lo que acostumbraba por la noche. Me metí en la cama, pero el sueño no llegaba. Comencé a escuchar susurros provenientes de la mesa de la cocina. Con curiosidad y un poco de miedo, me levanté sigilosamente y me acerqué a la cortina que separaba mi espacio del resto de la habitación.
A través de la cortina, pude ver a mi abuelo y a mi mamá sentados en la mesa. Mi mamá aún llevaba puesto el vestido blanco floreado, y mi abuelo estaba con una expresión de lujuria en su rostro. La escena era tensa y cargada de electricidad.
— Ven aquí, Valeria —dijo mi abuelo con una voz ronca y autoritaria.
Mi mamá, con ojos llenos de miedo y sumisión, se acercó a él. Mi abuelo la tomó por la cintura y la acercó a su cuerpo. Podía ver cómo sus manos recorrían el cuerpo de mi madre, apretando sus senos y sus caderas con fuerza.
— Eres mía, Valeria —dijo mi abuelo con una sonrisa malvada. — Y harás lo que yo te diga.
Mi madre asintió, sus ojos. — Sí, suegro —respondió con voz sigilosa.
Mi abuelo la empujó hacia la mesa y la hizo acostarse boca abajo. Levantó su vestido, dejando al descubierto sus nalgas. — Eres una puta, Valeria —dijo mi abuelo, dándole una fuerte nalgada.
Mi madre gritó de dolor, pero mi abuelo no se detuvo. Se posicionó detrás de ella y, con un movimiento brusco, le bajó la ropa interior y, de un golpe, la penetró. Mi madre gritó de nuevo, pero mi abuelo comenzó a moverse con fuerza, sus embestidas rítmicas y brutales.
— Así, mujer. Así es como se hace —dijo mi abuelo, su voz llena de satisfacción.
Después de unos minutos, mi abuelo la hizo girar en la mesa y la puso boca arriba con las piernas abiertas, mientras su ropa interior colgaba de una de ellas. — Ahora quiero ver tu cara mientras te follo —dijo mi abuelo. De un jalón, sacó los senos de mi madre; se escuchó cómo se desgarró el vestido de la fuerza con que lo hizo.
Con un movimiento brusco, la penetró de nuevo y comenzó a moverse con más fuerza. Las manos de mi mamá apretaban con fuerza las orillas de la mesa mientras sus senos se movían con cada embestida que recibía de mi abuelo. — Eres mía, Valeria —repitió mi abuelo, su voz llena de lujuria.
— Sí, suegro —respondió mi madre, sus gemidos de dolor y placer mezclándose.
Mi abuelo comenzó a moverse con más fuerza, sus manos apretando los senos de mi madre con fuerza. — Eres mía, puta. Eres mi puta —repitió mi abuelo, su voz llena de posesión.
— Sí, suegro. Soy su puta —respondió mi madre.
Mi abuelo parecía un animal descontrolado follando a mi mamá. La dejó de penetrar y, tomándola del cabello, la levantó de la mesa y la lanzó a la cama — ¡Depriza, puta! Ponte en cuatro patas. Te voy a follar como la perra que eres —dijo mi abuelo con voz autoritaria.
Mi madre trató de sacarse por completo el vestido, pero mi abuelo no podía esperar. Tomándolo con ambas manos, lo desgarró en dos y se lo quitó, lanzándolo al suelo. — ¡Vamos, puta! Te dije que te pusieras en cuatro —repitió mi abuelo.