jaimefrafer
Pajillero
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aqui los 2 primeros capitulos de esta obra maestra de la literatura erotica autor anonimo
INTRODUCCION
Es fácil comprender porqué esta contenciosa narración permanece en el anonimato. Escrita en tiempo en que el arte del simbolismo reemplazaba los peligros de las expresiones realistas, su autor se propuso, sin duda, transmitir a sus lectores el impulso sexual interior de un hombre, comparándolo con su aspecto exterior. A mi modo de ver, no cabe duda de que el narrador estaba tan lleno de sus descarriadas fantas�*as, que imaginó todas las situaciones sexuales concebibles, por muy irreales e incre�*bles que fuesen, con tal de dar satisfacción a su anormal lujuria.
El relato abarca un conjunto de perversiones o desviaciones sexuales comunes y anormales, y da comienzo con el despertar del deseo sexual de una jovencita por el sexo opuesto, y que continúa describiendo actos anormales, como aquel en el que el individuo encuentra placer sexual en ver cómo otros realizan el coito, o el exhibicionismo, en méritos del cual el hombre muestra sus órganos sexuales a una observadora del género femenino, y que encuentra satisfacción en el azoro con que reacciona ella ante el espectáculo, sintiendo que ha efectuado un desfloramiento ps�*quico.
El autor, al presentar esta extraña situación, sitúa este aspecto desviacionista en el marco de una situación no natural. El sadismo y el masoquismo están representados por tres hombres maduros que entablan relaciones sexuales con la muchacha por las v�*as vaginal, anal y bucal. Sin embargo, se introduce otro aspecto desviacionista cuando se presenta a la joven como siendo de tipo ninfoman�*aco, de deseos tan intensos que nunca pueden encontrar satisfacción completa, y cuya libido va in crescendo con cada nueva conquista. El incesto, es decir, las relaciones sexuales entre parientes próximos, se manifiesta cuando el t�*o de la muchacha la seduce también.
Por la palabra “s�*mbolo” entendemos que se sugiere algo por relación, asociación de ideas o mutuo convenio. Muchas de nuestras imágenes recordadas pueden ser realzadas y distorsionadas, hasta el punto de convertirlas en grotescas. Pero en realidad no son sino fantas�*as, o combinaciones de recuerdos varios. Durante los siglos XVII y XVIII, época en que se desarrolla la presente historia, se produjo en Europa central un movimiento popular de protesta contra los convencionalismos, llegándose al extremo de presentar a las figuras más astutas bajo extraños aspectos, en una tentativa por escapar a los l�*mites restrictivos. Thomas Paine dijo: “Lo sublime y lo rid�*culo se encuentran a menudo tan próximos, que es dif�*cil separar uno de otro. Un paso más arriba lo sublime se vuelve rid�*culo; un paso por encima de lo rid�*culo nos lleva a lo sublime”. El presente relato, de ribaldo simbolismo, se ajusta extraordinariamente a esta definición.
El narrador de nuestra novelita es una pulga común y corriente (O extraordinaria, por mejor decir, en el sentido del relato); una pulga que no es sino un insecto succionador de sangre, altamente capacitado para la vida parasitaria y con gran capacidad para deslizarse entre los pelos y las plumas. La pulga humana —Pulex Irritans— acecha al hombre como lo hace la nigua. Algunos seres humanos son inmunes a las picaduras de la pulga, y no experimentan efectos irritantes, aun cuando permanezcan por largo tiempo expuestos a las mismas. Esto explica por qué nuestro amigo —el señor Pulga— pudo viajar por todas partes, inspeccionarlo todo y contárnoslo todo. A t�*tulo de digresión, diremos que es notable la gran complejidad que pueden llegar a alcanzar los parásitos. Por ejemplo, en una determinada oruga pudieron descubrirse otras 23 variedades de insectos, cada uno de los cuales soportaba a otros 13, los que, a su vez, daban también albergue a dos o más cada uno.
Observada en este nivel tan bajo, la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser considerada en un nuevo aspecto. Tengo para m�* que el autor, con un caprichoso toque de sátira, se valió de la pulga como un s�*mbolo de los ojos humanos, que desean ver las cosas que no pueden observar abiertamente. De esta manera las visualiza mentalmente, con lo que. de paso, para provocar sus emociones, profundiza hasta lo más hondo de la marea sexual. Los necios son mi tema; dejad que la sátira sea mi canción”. Este pensamiento, tomado de English Bards and Scotch Reuiewers, suele ser aplicable cuando los hombres frustrados pugnan por desprenderse de sus inhibiciones.
Los motines iniciados al grito de “¡Abajo el papismo!”, desencadenados en 1780, revelan la inquietud en aquellos tiempos de un populacho soliviantado contra el autoritarismo y rebelándose para separar las leyes de la naturaleza de las de los hombres, al parecer diametralmente opuestas. El hombre, desde los albores de la humanidad, ha discrepado de las leyes de la naturaleza y las ha alterado para adaptarlas mejor a sus impulsos ego�*stas. Es a menudo cierto que aquellos individuos que más se ajustan a un código ético abrigan en su seno los deseos sexuales más heterodoxos e insatisfechos, aunque es este subconsciente el que los encamina hacia el campo opuesto.
De manera similar, en la misma época, en las colonias de Norteamérica los puritanos sujetaban al pueblo a leyes tan estrictas que, en realidad, constitu�*an la negación de una existencia normal. Las leyes matrimoniales significaron la separación de muchos enamorados, quienes, temerosos de disgustar a sus padres, recurrieron a entrevistas furtivas y a desahogos clandestinos.
El amor fue estigmatizado en todos sus aspectos por los teólogos puritanos como el más poderoso instrumento de Satanás, y hasta el simple idilio fue desaprobado, asociándolo con el pecado original. Con el más fútil pretexto los jóvenes eran clasificados entre la gente más baja, anatematizándolos con palabras en las que, lisa y llanamente, se proclamaba que “es práctica común en diversos lugares destinados a los jóvenes que éstos muestren sus malvados propósitos, y se acerquen a las doncellas con fines malévolos, por lo cual se ha desarrollado mucha maldad en torno a nosotros para menosprecio de Dios y daño de nuestras personas.
No hay que decir que en tales circunstancias los adolescentes, como es el caso de la juvenil Bella y de su admirador, se juntaran a escondidas para dar satisfacción a sus necesidades �*ntimas, En el caso de los puritanos, las leyes contra el galanteo secreto que acabamos de mencionar no aseguraron la moral, como lo prueba un simple examen de los registros judiciales de la época. En realidad, el vicio de una legislación excesiva tiende más bien a extender los males que trata de prevenir. Esta rara situación vino a agravarse con la costumbre del “enfardamiento”, que se hacia necesario cuando un joven hab�*a caminado mucho para ver a su amada, y no ten�*a ya tiempo para regresar a su hogar.
Se le permit�*a entonces quedarse en la casa de la familia de la novia, en la que dorm�*a junto con los familiares de ella, cubriéndose todos con mantas y pieles. De esto resultaba el coito entre el mozalbete y la doncella, y el acto, realizado tan cerca de él, sin duda estimulaba sexual–mente al padre, satisfecho de la parte que hab�*a tomado en la consumación de aquél. Por extraño que ello pueda parecer, ninguna joven era criticada por errores cometidos durante el “enfardamiento”, y éste no perjudicaba en nada las ulteriores posibilidades matrimoniales de la muchacha.
En esta misma época se promulgó una ley contra “la intemperancia, la inmoralidad y la irreverencia”, que prohib�*a en todo momento cualquier clase de música, tanto de cuerda como de viento, en las tabernas y casas públicas, as�* como cantar, bailar y hacer algazara en las mismas.
Para acentuar el resentimiento de la gente contra estas severas prohibiciones, fue ésta la era en que la brujer�*a comenzó a asomar su fea cabeza. Sus verdaderos comienzos hay que buscarlos en los escritos hebreos, donde encontramos a Bebemot, deidad monstruosa descrita por Job como “poderosa criatura de cola grande como un cedro, los tendones de sus piedras están atados juntos”. El vocablo latino para indicar la piedra es testiculus, con lo cual, según se cree, se pretende asociar la divinidad con los atributos sexuales, de la misma manera que el falo se ha tenido siempre como s�*mbolo representativo de la actividad creadora universal. Los sacerdotes de Baal siempre entraban desnudos a sus templos, y las mujeres exhib�*an su cuerpo ante la imagen adornada de un falo, a la que rend�*an pleites�*a.
En la edad media los hombres, atosigados por el cúmulo de normas y de leyes que les impon�*an tanto los gobernantes como los representantes de la religión, iban en busca de caminos descarriados para dar satisfacción lo mismo a su naturaleza espiritual como a la carnal. Siempre han existido dos principios de luz y sombra, en oposición y conflicto permanentes, Del centro de Europa partieron los adoradores de Satanás, oficiales de la misa negra, cuya creencia en el agnosticismo situó a la doctrina del conocimiento por encima de la fe, e incluso de la moral. A menudo se recurrió al racionalismo para acomodarse a los niveles religiosos del momento.
Tales gentes cre�*an en un Dios bueno, pero pensaban que el mundo material, en el que estaba incluido el cuerpo f�*sico, era creación de un esp�*ritu maligno. Siendo mala la materia prima, cre�*an que ésta no pod�*a ser el veh�*culo de la gracia divina. Otros cre�*an que la divinidad era el origen de todo —el bien y el mal— y que el hombre se inclinaba hacia la luz o hacia la sombra, siguiendo sus inclinaciones. En realidad, la brujer�*a es una forma de dualismo religioso que a menudo encuentra adeptos entre los confusos e ignorantes miembros de la ortodoxia organizada, quienes no pueden adaptarse a las r�*gidas normas a las que tienen que hacer frente.
Es en esta confusa era donde hay que buscar las ra�*ces de estas MEMORIAS DE UNA PULGA. El hombre, siempre reacio a someterse al conformismo y a la autoridad, pensó en poner al descubierto las fuerzas de la pasión sexual más crasa, la lujuria y la algolagnia (al causar o sufrir dolor para incrementar el placer sexual> que proporcionan tanto mayor satisfacción a su naturaleza sexual cuanto más alta es la categor�*a social de las personas de quienes se trata.
El barón Gules de Laval Rais, conocido como el “Barón Negro”, e �*ntimamente asociado con la iglesia, fue uno de los que fueron desenmascarados como cultivadores del satanismo. Después de su captura y enjuiciamiento confesó sus monstruosas actividades y sus cr�*menes sádicos, cometidos en niños a los que sacrificó al diablo, practicando incisiones en su garganta para sorberles la sangre por la yugular, además de vio–br�*os antes y después del sacrificio. Fue ahorcado y quemado y después de muerto se descubrieron en la torre de su castillo los esqueletos de alrededor de doscientas de sus v�*ctimas. Sin embargo, por extraño que parezca, cuando era conducido al suplicio rogó —y le fue permitido— que se le autorizara para arrodillarse a orar y pedir perdón a Dios y a los cientos de personas que se hab�*an congregado para presenciar su ejecución. Tanto poder hab�*a en su verbo, y tanto magnetismo irradiaba su personalidad, que más tarde fue erigida una estatua en el lugar donde se le ajustició y quemó, y por años las mujeres estériles acudieron al sitio del sacrificio para implorar el don de la maternidad.
Cabe en lo posible que una personalidad sumamente narcisista sea la autora de este librito, MEMORIAS DE UNA PULGA.
La autosexualidad, o el amor a s�* mismo, es tal vez la forma más trágica y perversa de amor sexual conocida, ya que nadie comparte con esta clase de enfermos los placeres del amor erótico. El mismo es su compañero en el acto sexual, excitado por escritos sensuales o por ideas de la naturaleza más erótica. Después que el narcisista llega al cl�*max de la masturbación se siente cada vez más solo y culpable, as�* como menos capacitado para competir con el mundo normal.
El autosexual. por lo común, es aquel a quien las circunstancias han negado el escape de la energ�*a sexual por conductos normales o irregulares, por cuya razón se evade hacia el mundo de la autosexualidad. Muy a menudo llega a este punto culminante sin experimentar placer alguno que valga la pena, denotando conflicto entre el Id. la disposición inconsciente y fundamental a partir de la cual se desarrollan el anhelo y el placer, y el Súper Ego, censor interno del Ego. la parte del inconsciente influenciado por los sentidos, habiendo tomado conciencia al contacto con la realidad, y con el placer asociado al acto.
El verdadero homosexual sólo encuentra placer sexual en la masturbación, durante cuyo acto puede ponerse a s�* mismo en relación a una situación erótica de su gusto.
LAS MEMORIAS DE UNA PULGA son un relato para mentes adultas, la expresión de una mente humana en busca de renunciar a lo anormal para encaminarse hacia lo normal, y caen dentro de un tipo de literatura que actualmente se reconoce como necesaria para el estudio de la conducta humana. Es cierto que cuando comenzamos a investigar los hechos �*ntimos y reales de la vida sexual del hombre tropezaremos con tantos modelos como individuos examinamos. Frecuentemente, demasiado frecuentemente, son aquellos que en apariencia parecen reprobar las manifestaciones sexuales quienes poseen una naturaleza más marcadamente erótica. En esta ambivalencia de sentimientos, en el experimentar dos sentimientos contrarios, tales como el amor y el odio, lo correcto y lo erróneo, se encuentran las ra�*ces mismas de la desviación y la variedad sexuales. En último término, diciéndolo con palabras de Freud:
¿quién puede decir, a fin de cuentas, qué es lo normal y qué es lo correcto.., o lo que puede ser anormal o erróneo? ¿Quién puede decirlo?
LEONARD A. LOWAG, Ph.D.
Cap�*tulo I
NACÍ, PERO COMO NO SABRÍA DECIR COMO, cuándo o dónde, y por lo tanto debo permitirle al lector que acepte esta afirmación m�*a y que la crea si bien le parece. Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida —o tal vez hubiera debido decir mi brinco por ella— estuve dotada de inteligencia, dotes de observación y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el vulgo, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todav�*a por los más avanzados cient�*ficos del mundo.
O�* decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesión. Pero mi creencia es que persigo objetivos más nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las contribuciones de los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original m�*o, y con un alma que está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalando alturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en el pináculo de la grandeza en el mundo de los insectos.
Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar al describir las escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenerme para exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y de discernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, al través de mis elucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia.
De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto, cuando se tienen en cuenta las compañ�*as que estoy acostumbrado a frecuentar, la familiaridad conque he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma en que trabé conocimiento con la mayor�*a de ellas, el lector no dudará en convenir conmigo que, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos.
Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en el interior de una iglesia. Hab�*a música, y se o�*an unos cantos lentos y monótonos que me llenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar la verdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahora como manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo general inexistente.
Estaba entregado a mi tarea profesional en la regordeta y blanca pierna de una jovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todav�*a recuerdo, as�* como el aroma de su... pero estoy divagando.
Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñas atenciones, la jovencita, as�* como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como es natural, decid�* acompañarla.
Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el o�*do, y pude ver cómo, en el momento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de la jovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo hab�*a percibido ya el nombre Bella, bordado en la suave med�*a de seda que en un principio me atrajo a m�*, y pude ver que también dicho nombre aparec�*a en el exterior de la carta de amor. Iba con su t�*a, una señora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad.
Bella era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante su juventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parec�*a de terciopelo. Bella sab�*a, desde luego, cuáles eran sus encantos, y ergu�*a su cabeza con tanto orgullo y coqueter�*a como pudiera hacerlo una reina. No resultaba dif�*cil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirig�*an los jóvenes, y a veces también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la linda Bella, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos.
Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los d�*as, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañ�*a de su t�*a, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la segu�*, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzar�*a sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñ�*simas botas de cabritilla.
Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus rollizas pantorrillas, Bella se quedó viendo la misiva plegada que yo advert�* que el joven hab�*a depositado secretamente en sus manos.
Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reun�*an con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color durazno, que apenas asomaba sus labios por entre las sombras.
De pronto Bella dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también.
“Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar”. Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer ten�*an un particular interés para ella. puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.
Se hab�*a despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de la interesante joven, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no sal�* del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.
Bella se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jard�*n que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella.
Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que ten�*a que encontrarse.
No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se hab�*a puesto en comunicación con mi deliciosa amiguita.
Se entabló una conversación que, s�* debo juzgar por la abstracción que en ella se hac�*a de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, ten�*a un interés especial para ambos.
Anochec�*a, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se manten�*a entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.
—No sabes cuánto te quiero, Bella –murmuró el joven, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que ella ofrec�*a.
—S�*, lo sé —contestó ella con aire inocente—. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de o�*r esa canción.
Bella agitaba inquietamente sus lindos pies, y se ve�*a meditabunda.
—¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me has hablado? —preguntó ella por fin, dirigiéndole una mirada, para volver luego a clavar la vista en el suelo.
—Ahora —repuso el joven—. Ahora, querida Bella, que estamos a solas y libres de interrupciones. ¿Sabes, Bella? Ya no somos unos chiquillos.
Bella asintió con un movimiento de cabeza.
—Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los amantes no sólo deben conocer, sino también practicar.
—¡Válgame Dios! —dijo ella, muy seria.
— S�* —continuó su compañero—. Hay entre los que se aman cosas secretas que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado.
—¡Dios m�*o! —exclamó Bella—. ¡Qué sentimental te has vuelto, Carlos! Todav�*a recuerdo cuando me dec�*as que el sentimentalismo no era más que una patraña.
—As�* lo cre�*a, hasta que me enamoré de ti —replicó el joven.
—¡Tonter�*as! —repuso Bella—. Pero sigamos adelante, y i cuéntame lo que me tienes prometido.
—No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño —contestó Carlos—. Los conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica.
—¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! —exclamó la muchacha, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas cre�*– descubrir que ten�*a perfecto conocimiento de la clase de instrucción que demandaba.
En su impaciencia hab�*a un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo el de la bella damita, acercó sus labios a los de ella y la besó embelesado.
Bella no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado.
Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparec�*an tras. la oscuridad, y extend�*an sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanec�*a.
De pronto Carlos se deslizó a un lado de ella y efectuó un ligero movimiento. Sin oposición de parte de Bella pasó su mano por debajo de las enaguas de la muchacha. No satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus medias de seda, intentó seguir más arriba, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las suaves y temblorosas carnes de los muslos de la muchacha.
El ritmo de la respiración de Bella se apresuró ante este poco delicado ataque a sus encantos. Estaba, empero, muy lejos de resistirse; indudablemente le plac�*a el excitante jugueteo.
–Tócalo –murmuró—. Te lo permito.
Carlos no necesitaba otra invitación. En realidad se dispon�*a a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo sus dedos más adentro.
La complaciente muchacha abrió sus muslos cuando él lo hizo, y de inmediato su mano alcanzó los delicados labios rosados de su linda rendija.
Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, olvidada de todo. Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella embriaguez de lascivia. Carlos sintió un delicado objeto que adquir�*a rigidez bajo sus ágiles dedos, y que sobresal�*a de un modo que le era desconocido.
En aquel momento Bella cerró sus ojos, y dejando caer su cabeza hacia atrás se estremeció ligeramente, al tiempo que su cuerpo deven�*a ligero y lánguido, y su cabeza buscaba apoyo en el brazo de su amado.
—¡Oh, Carlos! —murmuró—. ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué deliciosas sensaciones me proporcionas!
El muchacho no permaneció ocioso, pero habiendo ya explorado todo lo que le permit�*a la postura forzada en que se encontraba, se levantó, y comprendiendo la necesidad de satisfacer la pasión que con sus actos hab�*a despertado, le rogó a su compañera que le permitiera conducir su mano hacia un objeto querido, que le aseguró era capaz de producirle mucho mayor placer que el que le hab�*an proporcionado sus dedos.
Nada renuente, Bella se asió a un nuevo y delicioso objeto y, ya fuere porque experimentaba la curiosidad que simulaba, o porque realmente se sent�*a transportada por deseos recién nacidos, no pudo negarse a llevar de la sombra a la luz el erecto objeto de su amigo.
Aquellos de mis lectores que se hayan encontrado en una situación similar, podrán comprender rápidamente el calor puesto en empuñar la nueva adquisición, y la mirada de bienvenida con que acogió su primera aparición en público.
Era la primera vez que Bella contemplaba un miembro masculino en plena manifestación de poder�*o, y aunque no hubiera sido as�*, el que yo pod�*a ver cómodamente era de tamaño formidable. Lo que más le incitaba a profundizar en sus conocimientos era la blancura del tronco y su roja cabeza, de la que se retiraba la suave piel cuando ella ejerc�*a presión.
Carlos estaba igualmente enternecido. Sus ojos brillaban y su mano segu�*a recorriendo el juvenil tesoro del que hab�*a tomado posesión.
Mientras tanto los jugueteos de la manecita sobre el juvenil miembro con el que hab�*a entrado en contacto hab�*an producido los efectos que suelen observarse en circunstancias semejantes en cualquier organismo sano y vigoroso, como el del caso que nos ocupa.
Arrobado por la suave presión de la mano, los dulces y deliciosos apretones, y la inexperiencia con que la jovencita tiraba hacia atrás los pliegues que cubr�*an la exuberante fruta, para descubrir su roja cabeza encendida por el deseo, y con su diminuto orificio en espera de la oportunidad de expeler su viscosa ofrenda, el joven estaba enloquecido de lujuria, y Bella era presa de nuevas y raras sensaciones que la arrastraban hacia un torbellino de apasionada excitación que la hac�*a anhelar un desahogo todav�*a desconocido.
Con sus hermosos ojos entornados, entreabiertos sus húmedos labios, la piel caliente y enardecida a causa de los desconocidos impulsos que se hab�*an apoderado de su persona, era v�*ctima propicia para quienquiera que tuviese aquel momento la oportunidad. y quisiera lograr sus favores y arrancarle su delicada rosa juvenil.
No obstante su juventud. Carlos no era tan ciego como para dejar escapar tan brillante oportunidad. Además su pasión, ahora a su máximo, lo incitaba a seguir adelante, desoyendo los consejos de prudencia que de otra manera hubiera escuchado.
Encontró palpitante y bien húmedo el centro que se agitaba bajo sus dedos; contempló a la hermosa muchacha tendida en una invitación al deporte del amor, observó sus hondos suspiros, que hac�*an subir y bajar sus senos, y las fuertes emociones sensuales que daban vida a las radiantes formas de su joven compañera.
Las suaves y turgentes piernas de la muchacha estaban expuestas a las apasionadas miradas del joven.
A medida que iba alzando cuidadosamente sus ropas �*ntimas, Carlos descubr�*a los secretos encantos de su adorable compañera, hasta que sus ojos en llamas se posaron en los rollizos miembros rematados en las blancas caderas y el vientre palpitante.
Su ardiente mirada se posó entonces en el centro mismo de atracción, en la rosada hendidura escondida al pie de un turgente monte de Venus, apenas sombreado por el más suave de los vellos.
El cosquilleo que le hab�*a administrado, y las caricias dispensadas al objeto codiciado, hab�*an provocado el flujo de humedad que suele suceder a la excitación, y Bella ofrec�*a una rendija que antojábase un durazno, bien rociado por el mejor y más dulce lubricante que pueda ofrecer la naturaleza.
Carlos captó su oportunidad, y apartando suavemente la mano con que ella le as�*a el miembro, se lanzó furiosamente, sobre la reclinada figura de ella.
Apresó con su brazo izquierdo su breve cintura; abrazó las mejillas de la muchacha con su cálido aliento, y sus labios apretaron los de ella en un largo, apasionado y apremiante beso. Tras de liberar a su mano izquierda, trató de juntar los cuerpos lo más posible en aquellas partes que desempeñan el papel activo en el placer sensual, esforzándose ansiosamente por completar la unión.
Bella sintió por primera vez en su vida el contacto mágico del órgano masculino con los labios de su rosado orificio.
Tan pronto como percibió el ardiente contacto con la dura cabeza del miembro de Carlos se estremeció perceptiblemente, y anticipándose a los placeres de los actos venéreos, dejó escapar una abundante muestra de su susceptible naturaleza.
Carlos estaba embelesado, y se esforzaba en buscar la máxima perfección en la consumación del acto.
Pero la naturaleza, que tanto hab�*a influido en el desarrolló de las pasiones sexuales de Bella, hab�*a dispuesto, que algo ten�*a que realizarse antes de que fuera cortado tan fácilmente un capullo tan tempranero.
Ella era muy joven, inmadura —incluso en el sentido de estas visitas mensuales que señalan el comienzo de la pubertad— y sus partes, aun cuando estaban llenas de perfecciones y de frescura, estaban poco preparadas para la admisión de los miembros masculinos, aun los tan moderados como el que, con su redonda cabeza intrusa, se luchaba en aquel momento por buscar alojamiento en ellas.
En vano se esforzaba Carlos presionando con su excitado miembro hacia el interior de las delicadas partes de la adorable muchachita.
Los rosados pliegues del estrecho orificio resist�*an todas las tentativas de penetración en la m�*stica gruta. En vano también la linda Bella, en aquellos momentos inflamada por una excitación que rayaba en la furia, y semienloquecida por efecto del cosquilleo que ya hab�*a resentido, secundaba por todos los medios los audaces esfuerzos de su joven amante.
La membrana era fuerte y resist�*a bravamente. Al fin, en un esfuerzo desesperado por alcanzar el objetivo propuesto, el joven se hizo atrás por un momento, para lanzarse luego con todas sus fuerzas hacia adelante, con lo que consiguió abrirse paso taladrando en la obstrucción, y adelantar la cabeza y parte de su endurecido miembro en el sexo de la muchacha que yac�*a bajo él.
Bella dejó escapar un pequeño grito al sentir forzada la puerta que conduc�*a a sus secretos encantos, pero lo delicioso del contacto le dio fuerzas para resistir el dolor con la esperanza del alivio que parec�*a estar a punto de llegar.
Se ha dicho que ce n’est que le premier coup qui coute, pero cabe alegar que también es perfectamente posible que quelquejois il cauto trops, como puede inferir el lector conmigo en el caso presente.
Sin embargo. y por muy extraño que pueda parecer, ninguno de nuestros amantes ten�*a la menor idea al respecto, pues entregados por entero a las deliciosas sensaciones que se hab�*an apoderado de ellos, un�*an sus esfuerzos para llevar a cabo ardientes movimientos que ambos sent�*an que iban a llevarlos a un éxtasis.
Todo el cuerpo de Bella se estremec�*a de delirante impaciencia, y de sus labios rojos se escapaban cortas exclamaciones delatoras del supremo deleite; estaba entregada en cuerpo y alma a las delicias del coito. Sus contracciones musculares en el arma que en aquellos momentos la ten�*a ya ensartada, el firme abrazo con que sujetaba el contorsionado cuerpo del muchacho, la delicada estrechez de la húmeda funda, ajustada como un guante, todo ello excitaba los sentidos de Carlos hasta la locura.
Hundió su instrumento hasta la ra�*z en el cuerpo de ella, hasta que los dos globos que abastec�*an de masculinidad al campeón alcanzaron contacto con los firmes cachetes de las nalgas de ella. No pudo avanzar más, y se entregó de lleno a recoger la cosecha de sus esfuerzos.
Pero Bella, insaciable en su pasión, tan pronto como vio realizada la completa unión Que deseaba, entregándose al ansia de placer que el r�*gido y caliente miembro le proporcionaba, estaba demasiado excitada para interesarse o preocuparse por lo que pudiera ocurrir después. Pose�*da por locos espasmos de lujuria, se apretujaba contra el objeto de su placer y, acogiéndose a los brazos de su amado, con apagados quejidos de intensa emoción extática y grititos de sorpresa y deleite, dejo escapar una copiosa emisión que, en busca de salida, inundó los test�*culos de Carlos.
Tan pronto como el joven pudo comprobar el placer que le procuraba a la hermosa Bella, y advirtió el flujo que tan profusamente hab�*a derramado sobre él, fue presa también de un acceso de furia lujuriosa. Un rabioso torrente de deseo pareció inundarle las venas. Su instrumento se encontraba totalmente hundido en las entrañas de ella. Echándose hacia atrás, extrajo el ardiente miembro casi hasta la cabeza y volvió a hundirlo. Sintió un cosquilleo crispante, enloquecedor. Apretó el abrazo que le manten�*a unido a su joven amante, y en el mismo instante en que otro grito de arrebatado placer se escapaba del palpitante pecho de ella, sintió su propio jadeo sobre el seno de Bella, mientras derramaba en el interior de su agradecida matriz un verdadero torrente de vigor juvenil.
Un apagado gemido de lujuria satisfecha escapó de los labios entreabiertos de Bella, al sentir en su interior el derrame de fluido seminal. Al propio tiempo el lascivo frenes�* de la emisión le arrancó a Carlos un grito penetrante y apasionado mientras quedaba tendido con los ojos en blanco, como el acto final del drama sensual.
El grito fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. Entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que se situó de pie delante de los jóvenes amantes.
El horror heló la sangre de ambos.
Carlos, escabulléndose del que hab�*a sido su lúbrico y cálido refugio, y con un esfuerzo por mantenerse en pie, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente.
Por su parte la gentil Bella, tan pronto como advirtió la presencia del intruso se cubrió el rostro con las manos, encogiéndose en el banco que hab�*a sido mudo testigo de su goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa del temor, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse, a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.
No se prolongó mucho su incertidumbre.
Avanzando rápidamente hacia la pareja culpable, el recién llegado tomó al jovencito por el brazo, mientras con una dura mirada autoritaria le ordenaba que pusiera orden en su vestimenta.
—¡Muchacho imprudente! —murmuró entre dientes—. ¿Qué hiciste? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido padre? ¿Cómo apaciguarás su justo resentimiento cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber el daño causado por la mano de su único hijo?
Cuando terminó de hablar, manteniendo a Carlos todav�*a sujeto por la muñeca, la luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años, bajo, gordo y más bien corpulento. Su rostro, francamente hermoso, resultaba todav�*a más atractivo por efecto de un par de ojos brillantes que, negros como el azabache, lanzaban en torno a él adustas miradas de apasionado resentimiento. Vest�*a hábitos clericales, cuyo sombr�*o aspecto y limpieza hac�*an resaltar todav�*a más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonom�*a, Carlos estaba confundido por completo, y se sintió ego�*sta e infinitamente aliviado cuando el fiero intruso se volvió hacia su joven compañera de goces libidinosos.
—En cuanto a ti, infeliz muchacha, sólo puedo expresarte mi máximo horror y m�* justa indignación. Olvidándote de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, sin importarte el honor, has permitido a este perverso y presuntuoso muchacho que pruebe la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora? Escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu t�*o, tendrás que asociarte con las bestias del campo, y. como Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que...
El extraño hab�*a ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que Bella, abandonando su actitud encogida y levantándose, unió lágrimas y súplicas en demanda de perdón para ella y para su joven amante,
—No digas más —siguió, al cabo. el fiero sacerdote—. No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa. Mi mente no acierta a concretar cuál sea mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones me encaminar�*a directamente hacia tus custodios naturales para hacerlas saber de inmediato las infamias que por azar he descubierto.
—;Por piedad! ¡Compadeceos de m�*! —suplicó Bella, cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hac�*a poco hab�*an resplandecido de placer.
—¡Perdonadnos. padre! ¡Perdonadnos a los dos! Haremos cuanto esté en nuestras manos como penitencia. Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por nosotros, Se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engulfo, del que me hablabais el otro d�*a. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio si perdonáis a mi querida Bella.
El sacerdote impuso silencio con un ademán. Después tomó la palabra, a veces en un tono piadoso que contrastaba con sus maneras resueltas y su natural duro.
—¡Basta! —dijo—. Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce e] pecado, pero que, sin experimentar el placer carnal de la copulación de los mortales, trajo al mundo al niño Jesús en el establo de Belén. Pasa a yerme mañana a la sacrist�*a, Bella. All�*, en el recinto adecuado, te revelaré cuál es la voluntad divina con respecto a tu pecado. En cuanto a ti, joven impetuoso, me reservo todo juicio y toda acción hasta el d�*a siguiente, en el que te espero a la misma hora.
Miles de gracias surgieron de las gargantas de ambos penitentes cuando el padre les advirtió que deb�*an marcharse ya.
La noche hac�*a mucho que hab�*a ca�*do, y se levantaba el relente.
—Entretanto, buenas noches, y que la paz sea con vosotros. Vuestro secreto está a salvo conmigo hasta que nos volvamos a ver —dijo el padre antes de desaparecer.
Cap�*tulo II
CURIOSA POR SABER EL DESARROLLO DE UNA aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella, me sent�* obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un ataque a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven.
No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacrist�*a, con el fin de decidir sobre el sino de la infortunada Bella.
Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquélla y llamó.
La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.
A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón.
Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos. El padre Ambrosio lo rompió al fin para decir:
—Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija m�*a. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino.
Al o�*r aquellas bondadosas palabras Bella cobró aliento y pareció descargarse de un peso que oprim�*a su corazón.
El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo coj�*n que cubr�*a una gran arca de roble.
—He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija m�*a. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer.
Hizo una pausa, y Bella, que sab�*a muy bien el severo carácter de su t�*o, de quien además depend�*a por completo, se echó a temblar al o�*r tales palabras.
Tomándola de la mano y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:
—Pero me dol�*a pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y ped�* a la Virgen Sant�*sima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrear�*a el que el hecho llegase a conocimiento de tu t�*o. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.
Bella, aliviada de su angustia al o�*r que hab�*a un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual.
La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojec�*a sus mejillas, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Sus manos temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su penitente, pero no perdió su compostura. Indudablemente su esp�*ritu estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con que pretend�*a evitar su cruel exposición.
El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia.
Bella reiteró la seguridad de que seria muy paciente, y de que obedecer�*a todo cuanto se le ordenara.
Entretanto resultaba evidente para m�* que el sacerdote era v�*ctima de un esp�*ritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios.
El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus rodillas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos.
—Y ahora, hija m�*a —siguió diciendo el santo varón— ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa. Hay esp�*ritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias que la mayor�*a de los siervos de la iglesia tienen prohibido confesar abiertamente, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.
Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descend�*an de los hombros de la muchacha hasta su cintura, el padre susurró:
—Para ti, que ya probaste el supremo placer de la copulación, está indicado el recurso a este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el pecado cometido, sino que se te permitirá disfrutar leg�*timamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que en todo momento encontrarás en los brazos de sus fieles servidores. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores il�*citos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor por la contemplación —o mejor dicho, Bella, por la participación en ellas— de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermosa persona tiene que provocar.
Bella oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer.
Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar?
El piadoso sacerdote acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios.
—Madre Santa —murmuró Bella, sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexuales—. ¡Es demasiado para que pueda soportarlo! Yo quisiera... me pregunto... ¡no sé qué decir!
—Inocente y dulce criatura. Es misión m�*a la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.
El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento Bella advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla.
También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba en la parte frontal de la sotana del padre santo.
El excitado sacerdote apenas se tomaba ya el trabajo de disimular su estado y sus intenciones.
Tomando a la hermosa muchacha entre sus brazos la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su voluminosa persona, y la atrajo fuertemente para entrar en contacto cada vez más �*ntimo con su grácil figura.
Al cabo, consumido por la lujuria, perdió los estribos, y dejando a Bella parcialmente en libertad, abrió el frente de su sotana y dejó expuesto a los atónitos ojos de su joven penitente y sin el menor rubor, un miembro cuyas gigantescas proporciones, erección y rigidez la dejaron completamente confundida.
Es imposible describir las sensaciones despertadas en Bella por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento.
Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo su asombro, pero descubriendo que en él no hab�*a mezcla alguna de alarma o de temor, lo colocó tranquilamente entre sus manos. El entablar contacto con tan tremenda cosa se apoderó de Bella un terrible estado de excitación.
Como quiera que hasta entonces no hab�*a visto más que el miembro de moderadas proporciones de Carlos, tan notable fenómeno despertó rápidamente en ella la mayor de las sensaciones lascivas, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas se acercó a él embargada por un deleite sensual verdaderamente extático.
—Santo Dios! ¡Esto es casi el cielo! —murmuró Bella—. ¡Oh, padre, quién hubiera cre�*do que iba yo a ser escogida para semejante dicha!
Esto era demasiado para el padre Ambrosio. Estaba encantado con la lujuria de su linda penitente y por el éxito de su infame treta. (En efecto, él lo hab�*a planeado todo, puesto que facilitó la entrevista de los jóvenes, y con ella la oportunidad de que se entregasen a sus ardorosos juegos, a escondidas de todos menos de él, que se agazapó cerca del lugar de la cita para contemplar con centelleantes ojos el combate amoroso).
Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven Bella, y colocándola sobre el coj�*n en el que estuvo sentado él momentos antes levantó sus rollizas piernas y separando lo más que pudo sus complacientes muslos, contempló por un instante la deliciosa hendidura rosada que aparec�*a debajo del blanco vientre. Luego, sin decir palabra, avanzó su rostro hac�*a ella, e introduciendo su impúdica lengua tan adentro como pudo en la húmeda vaina dióse a succionar tan deliciosamente, que Bella, en un gran éxtasis pasional, y sacudido su joven cuerpo por espasmódicas contracciones de placer, eyaculó abundantemente, emisión que el santo padre engulló cual si fuera un flan.
Siguieron unos instantes de calma.
Bella reposaba sobre su espalda. con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza ca�*da hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el lujurioso proceder del reverendo padre.
Su pecho se agitaba todav�*a bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanec�*an entornados en lánguido reposo.
El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenec�*a, no se hab�*an borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan violentos que ca�*an fuera de lo común, hab�*a aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.
Ya es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha.
El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaban con la imagen f�*sica y mental del sátiro de la antigüedad.
Pero Bella sólo lo conoc�*a como el padre santo que no sólo le hab�*a perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que pod�*a dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente ten�*a fijos en su juvenil imaginación.
El osado sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema que hab�*a puesto en sus manos lujuriosas una v�*ctima y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven, y el evidente deleite con que se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se dispon�*a en aquellos momentos a cosechar los frutos de su supercher�*a, y disfrutaba lo indecible con la idea de que iba a poseer todos los delicados encantos que Bella pod�*a ofrecerle para mitigar su espantosa lujuria.
Al fin era suya, y al tiempo que se retiraba de su cuerpo tembloroso, conservando todav�*a en sus labios la muestra de la participación que hab�*a tenido en el placer experimentado por ella, su miembro, todav�*a hinchado y r�*gido, presentaba una cabeza reluciente a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos.
Tan pronto como la joven Bella se hubo recuperado del ataque que acabamos de describir, inferido por su confesor en las partes más sensibles de su persona, y alzó la cabeza de la posición inclinada en que reposaba, sus ojos volvieron a tropezar con el gran tronco que el padre manten�*a impúdicamente expuesto.
Bella pudo ver el largo y grueso mástil blanco, y la mata de negros pelos rizados de donde emerg�*a, oscilando r�*gidamente hacia arriba, y la cabeza en forma de huevo que sobresal�*a en el extremo, roja y desnuda, y que parec�*a invitar el contacto de su mano.
Contemplaba aquella gruesa y r�*gida masa de músculo y carne, e incapaz de resistir la tentación la tomó de nuevo entre sus manos.
La apretó, la estrujó, y deslizó hacia atrás los pliegues de piel que la cubr�*an para observar la gran nuez que la coronaba. Maravillada, contempló el agujerito que aparec�*a en su extremo, y tomándolo con ambas manos lo mantuvo, palpitante, junto a su cara.
—¡Oh. padre! ¡Qué cosa tan maravillosa! —exclamó—. ¡Qué grande! ¡ Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!
El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, pero tomando la mano de ella con la suya le enseñó a la inocente muchacha cómo ten�*a que mover sus dedos de atrás y adelante en su enorme objeto.
Su placer era intenso, y el de Bella no parec�*a ser menor.
Siguió frotando el miembro entre las suaves palmas de sus manos, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto ten�*a qué seguir actuando tal como lo hac�*a.
Entretanto, el gran pene del padre Ambrosio engordaba y crec�*a todav�*a más por efecto del excitante cosquilleo al que lo somet�*a la jovencita.
—Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir —dijo por lo bajo—. Será mejor retardarlo todav�*a un poco.
—¿Se vendrá, padrecito? —inquirió Bella ávidamente—. ¿Qué quiere decir eso?
—¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! —exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder as�* envilecer�*a—. Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.
Bella recordó a Carlos y su éxtasis, y entendió enseguida a lo que el padre se refer�*a.
—¿Y este derrame le proporcionar�*a alivio, padre?
—Claro que s�*, hija m�*a, y por ello deseo ofrecerte la oportunidad de que me proporciones ese alivio bienhechor, como bendito sacrificio de uno de los más humildes servidores de la iglesia.
—¡Qué delicia! —murmuró Bella—. Por obra m�*a correrá esa rica corriente, y es únicamente a m�* a quien el santo varón reserva ese final placentero. ¡Cuánta felicidad me proporciona poderle causar semejante dicha!
Después de expresar apasionadamente estos pensamientos, inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume dif�*cil de definir. Depositó sus húmedos labios sobre su extremo superior, cubrió con su adorable boca el pequeño orificio, y luego besó ardientemente el reluciente miembro.
—¿Cómo se llama ese fluido? —preguntó Bella, alzando una vez más su lindo rostro.
—––Tiene varios nombres —replicó el santo varón—. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija m�*a, lo llamaremos leche.
—¿Leche? —repitió Bella inocentemente, dejando escapar el erótico vocablo por entre sus dulces labios, con una unción que en aquellas circunstancias resultaba natural.
—S�*, hija m�*a, la palabra es leche. Por lo menos as�* quisiera que lo llamaras tú. Y enseguida te inundaré con esta esencia tan preciosa.
—¿Cómo tengo que recibirla? —preguntó Bella, pensando en Carlos, y en la tremenda diferencia relativa entre su instrumento y el gigantesco pene que en aquellos instantes ten�*a ante s�*.
—Hay varios modos para ello, todos los cuales tienes que aprender. Pero ahora no estamos bien acomodados para el principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente debemos sustituirlo por otro medio más sencillo, as�* que en lugar de que descargue esta esencia llamada leche en el interior de tu cuerpo, teniendo en cuenta que la suma estrechez de tu hendidura provocar�*a que fluyera con extrema abundancia, empezaremos con la fricción por medio de tus obedientes dedos, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal m�*a tomarás entre tus labios lo más que quepa en ellos de la cabeza de este objeto. hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.
Bella, cuyo lujurioso instinto le hab�*a permitido disfrutar la descripción hecha por el confesor, y que estaba tan ansiosa como él mismo por llevar a cumplimiento el atrevido programa, manifestó rápidamente su voluntad de complacer.
Ambrosio colocó una vez más su enorme pene en manos de Bella.
Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que ten�*a asido entre ambas manos con verdadero deleite, la joven se dio a cosquillear. frotar y exprimir el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces.
No contenta con friccionarlo con sus delicados dedos, Bella, dejando escapar palabras de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza a sus rosados labios, y la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua la deliciosa eyaculación que deb�*a sobrevenir.
Esto era más de lo que el santo varón hab�*a esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una disc�*pula tan bien dispuesta para el irregular ataque que hab�*a propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se dispon�*a a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga.
Ambrosio comenzó a sentir que no tardar�*a en venirse, con lo que iba a terminar su placer.
Era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada. La superabundancia parec�*a estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos hab�*an sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente.
Fue en estas circunstancias que la dulce Bella hab�*a emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos torrentes que hasta el momento no hab�*a experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, y el derrame de leche del que le hab�*a hablado el buen padre.
El exuberante miembro engrosaba y se enardec�*a cada vez más, a medida que los excitantes labios de Bella apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio. Sus blancas manos lo privaban de su dúctil piel, o cosquilleaban alternativamente su extremo inferior.
Dos veces retira Ambrosio la cabeza de su miembro de los rosados labios de la muchacha, incapaz ya de aguantar los deseos de venirse al delicioso contacto de los mismos.
Al fin Bella, impaciente por el retraso, y habiendo al parecer alcanzado un máximo de perfección en su técnica, presionó con mayor energ�*a que antes el tieso dardo.
Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Sus piernas se abrieron ampliamente a ambos lados de su penitente. Sus manos se agarraron convulsivamente del coj�*n. Su cuerpo se proyectó hacia delante y se enderezó.
—¡Dios santo! ¡Me voy a venir! —exclamó al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente v�*ctima. Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su pene, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.
Bella, comprendiendo por los chorros que uno tras otro inundaban su boca y resbalaban garganta abajo, as�* como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella hab�*a provocado, siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semiasfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro.
–¡Madre santa! —exclamó Bella, cuyos labios y cara estaban inundados de la leche del padre—. ¡Qué placer me ha provocado! Y a usted, padre m�*o, ¿no le he proporcionado el preciado alivio que necesitaba?
El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar, atrajo a la gentil muchacha hacia sus brazos, y comprimiendo sus chorreantes labios los cubrió con húmedos besos de gratitud y de placer.
Transcurrió un cuarto de hora en reposo tranquilo, que ningún signo de turbación exterior vino a interrumpir.
La puerta estaba bajo cerrojo, y el padre hab�*a escogido bien el momento.
Mientras tanto Bella, terriblemente excitada por la escena que hemos tratado de describir, hab�*a concebido el extravagante deseo de que el r�*gido miembro de Ambrosio realizara con ella misma la operación que hab�*a sufrido con el arma de moderadas proporciones de Carlos.
Pasando sus brazos en torno al robusto cuello de su confesor, le susurró tiernas palabras de invitación, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el instrumento que adquir�*a ya rigidez entre sus piernas.
—Me dijisteis que la estrechez de esta hendidura —y Bella colocó la ancha mano de él sobre la misma, presionándola luego suavemente— os har�*a descargar una abundante cantidad de leche que poseéis. ¿Por qué no he de poder, padre m�*o, sentirla derramarse dentro de mi cuerpo por la punta de esta cosa roja?
Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven Bella, as�* como la inocencia e ingenuidad de su carácter, inflamaban el natural ya de por s�* sensual del sacerdote. Saberse triunfador, tenerla absolutamente impotente entre sus manos, la delicadeza y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y desenfrenados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible lujuria, y estaba lista a entregarse a la más desenfrenada sensualidad.
—¡Por Dios, esto es demasiado! —exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volv�*a a asaltarle violentamente ante tal solicitud—. Dulce muchachita, no sabes lo que pides. La desproporción es terrible, y sufrirás demasiado al intentarlo.
—Lo soportaré todo —replicó Bella— con tal de poder sentir esta cosa terrible dentro de m�*, y gustar de los chorros de leche.
—¡Santa madre de Dios! Es demasiado para ti, Bella. No tienes idea de las medidas de esta máquina, una vez hinchada, adorable criatura, nadar�*an en un océano de leche caliente.
—–Oh padrecito! ¡Qué dicha celestial!
—Desnúdate, Bella. Qu�*tate todo lo que pueda entorpecer nuestros movimientos, que te prometo serán en extremo violentos.
Cumpliendo la orden, Bella se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más m�*nima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo.
El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrec�*an a su vista. La amplitud de sus caderas, los capullos de sus senos, la n�*vea blancura de su piel, suave como el sat�*n, la redondez de sus nalgas y lo rotundo de sus muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y, por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose t�*midamente entre los rollizos muslos, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria.
Ambrosio atrapó a su v�*ctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa lengua prometió a la jovencita todos los goces del para�*so mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vulva.
Bella acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado estuprador la acostó sobre sus espaldas sent�*a ya la anchurosa y tumefacta cabeza del pene gigantesco presionando los calientes y húmedos labios de su orificio casi virginal.
El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los calientes labios de la vulva de Bella, comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina.
La pasión enfervorizaba a Bella. Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su rendija en lugar de disuadir�*a la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento.
Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollado pene, empujó resueltamente, y de un solo golpe introdujo la mitad de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha.
Tan pronto como Bella se sintió empalada por la entrada del terrible miembro en el interior de su tierno cuerpo, perdió el poco control que conservaba, y olvidándose del dolor que sufr�*a rodeó con sus piernas las espaldas de él, y alentó a su enorme invasor a no guardarle consideraciones.
—Mi tierna y dulce chiquilla —murmuró el lascivo sacerdote—. Mis brazos te rodean, mi arma está hundida a medias en tu vientre. Pronto serán para ti los goces del para�*so.
—Lo sé; lo siento. No os hagáis hacia atrás; dadme el delicioso objeto hasta donde podáis.
—Toma, pues. Empujo, aprieto, pero estoy demasiado bien dotado para poder penetrarte fácilmente. Tal vez te reviente. pero ahora ya es demasiado tarde. Tengo que poseerte... o morir.
Las partes de Bella se relajaron un poco, y Ambrosio pudo penetrar unos cent�*metros más. Su palpitante miembro, húmedo y desnudo, hab�*a recorrido la mitad del camino hacia el interior de la jovencita. Su placer era intenso, y la cabeza de su instrumento estaba deliciosamente comprimida por la vaina de Bella.
—Adelante, padrecito. Estoy en espera de la leche que me habéis prometido.
El confesor no necesitaba de este aliento para inducirlo a poner en acción todos sus tremendos poderes copulatorios. Empujó frenéticamente hacia adelante, y con cada nuevo esfuerzo sumió su cálido pene más adentro, hasta que, por fin, con un golpe poderoso lo enterró hasta los test�*culos en el interior de la vulva de Bella.
Esta furiosa introducción por parte del brutal sacerdote fue más de lo que su frágil v�*ctima, animada por sus propios deseos, pudo soportar.
Con un desmayado grito de angustia f�*sica, Bella anunció que su estuprador hab�*a vencido toda la resistencia que su juventud hab�*a opuesto a la entrada de su miembro, y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borro la sensación de placer con que en un principio hab�*a soportado el ataque.
Ambrosio lanzó un grito de alegr�*a al contemplar la hermosa presa que su serpiente hab�*a mordido. Gozaba con la v�*ctima que ten�*a empalada con su enorme ariete. Sent�*a el enloquecedor contacto con inexpresable placer. Ve�*a a la muchacha estremecerse por la angustia de su violación. Su natural impetuoso hab�*a despertado por entero. Pasare lo que pasare, disfrutar�*a hasta el máximo. As�* pues, estrechó entre sus brazos el cuerpo de la hermosa muchacha, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro.
—Hermosa m�*a, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré la leche de que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo. Bésame, Bella, y luego la tendrás. Y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo. ¡Aprieta. Bella! Déjame también empujar, chiquilla m�*a! Ahora entra de nuevo, ¡Oh...! ¡Oh...!
Ambrosio se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo a causa del cual la linda hendidura de Bella estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendida.
Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los cálidos pliegues de carne en los que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible. No era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios de la pobre Bella.
Por espacio de unos minutos no se oyó Otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo sacerdote se entregaba a darse satisfacción, y el glu–glu de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y sal�*a del sexo de la bella penitente.
No cabe suponer que un hombre como Ambrosio ignorara el tremendo poder de goce que su miembro pod�*a suscitar en una persona del sexo opuesto, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en la joven sobre la que estaba accionando.
Pero la naturaleza hac�*a valer sus derechos también en la persona de la joven Bella. El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del santo varón, y no tardaron los quejidos y lamentos de la linda chiquilla en entremezclarse con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.
—¡Padre m�*o! ¡Padrecito, mi querido y generoso padrecito! Empujad, empujad: puedo soportarlo. Lo deseo. Estoy en el cielo. ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente! ¡Oh, corazón m�*o! ¡Oh... oh! Madre bendita, ¿qué es lo que siento?
Ambrosio ve�*a el efecto que provocaba. Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando a Bella a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hund�*a hasta los rizados pelos que cubr�*an sus test�*culos.
Al cabo, Bella no pudo resistir más, y obsequió al arrebatado violador con una cálida emisión que inundó todo su r�*gido miembro.
Resulta imposible describir el frenes�* de lujuria que en aquellos momentos se apoderó de la joven y encantadora Bella. Se aferró con desesperación al fornido cuerpo del sacerdote, que agasajaba a su voluptuoso angelical cuerpo con toda la fuerza y poder�*o de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los test�*culos.
Pero ni aún en su éxtasis Bella perdió nunca de vista la perfección del goce. El santo varón ten�*a que expeler su semen en el interior de ella, tal como lo hab�*a hecho Carlos, y la sola idea de ello añadió combustible al fuego de su lujuria.
Cuando, por consiguiente, el padre Ambrosio pasó sus brazos en torno a su esbelta cintura, y hundió hasta los pelos su pene de semental en la vulva de Bella, para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, la excitada muchacha se abrió de piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en sus órganos vitales.
As�* permaneció él por espacio de dos minutos enteros, durante los que se iban sucediendo las descargas, cada una de las cuales era recibida por Bella con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones.
[FONT="]MEMORIAS DE
UNA PULGA[/FONT]
UNA PULGA[/FONT]
[FONT="]TOMO I[/FONT]
[FONT="]EDASA[/FONT]
[FONT="]Traducción por : Ramón Ricardo[/FONT]
[FONT="]7ª Reimpresión 1984[/FONT]
[FONT="]Impreso en México[/FONT]
[FONT="]Printed in México[/FONT]
[FONT="]Esta edición consta de 1000 ejemplares y se termino de imprimir el 20 de febrero de 1984 en los talleres de la Edasa México D.F[/FONT]
[FONT="]ÍNDICE[/FONT]
INTRODUCCION
Es fácil comprender porqué esta contenciosa narración permanece en el anonimato. Escrita en tiempo en que el arte del simbolismo reemplazaba los peligros de las expresiones realistas, su autor se propuso, sin duda, transmitir a sus lectores el impulso sexual interior de un hombre, comparándolo con su aspecto exterior. A mi modo de ver, no cabe duda de que el narrador estaba tan lleno de sus descarriadas fantas�*as, que imaginó todas las situaciones sexuales concebibles, por muy irreales e incre�*bles que fuesen, con tal de dar satisfacción a su anormal lujuria.
El relato abarca un conjunto de perversiones o desviaciones sexuales comunes y anormales, y da comienzo con el despertar del deseo sexual de una jovencita por el sexo opuesto, y que continúa describiendo actos anormales, como aquel en el que el individuo encuentra placer sexual en ver cómo otros realizan el coito, o el exhibicionismo, en méritos del cual el hombre muestra sus órganos sexuales a una observadora del género femenino, y que encuentra satisfacción en el azoro con que reacciona ella ante el espectáculo, sintiendo que ha efectuado un desfloramiento ps�*quico.
El autor, al presentar esta extraña situación, sitúa este aspecto desviacionista en el marco de una situación no natural. El sadismo y el masoquismo están representados por tres hombres maduros que entablan relaciones sexuales con la muchacha por las v�*as vaginal, anal y bucal. Sin embargo, se introduce otro aspecto desviacionista cuando se presenta a la joven como siendo de tipo ninfoman�*aco, de deseos tan intensos que nunca pueden encontrar satisfacción completa, y cuya libido va in crescendo con cada nueva conquista. El incesto, es decir, las relaciones sexuales entre parientes próximos, se manifiesta cuando el t�*o de la muchacha la seduce también.
Por la palabra “s�*mbolo” entendemos que se sugiere algo por relación, asociación de ideas o mutuo convenio. Muchas de nuestras imágenes recordadas pueden ser realzadas y distorsionadas, hasta el punto de convertirlas en grotescas. Pero en realidad no son sino fantas�*as, o combinaciones de recuerdos varios. Durante los siglos XVII y XVIII, época en que se desarrolla la presente historia, se produjo en Europa central un movimiento popular de protesta contra los convencionalismos, llegándose al extremo de presentar a las figuras más astutas bajo extraños aspectos, en una tentativa por escapar a los l�*mites restrictivos. Thomas Paine dijo: “Lo sublime y lo rid�*culo se encuentran a menudo tan próximos, que es dif�*cil separar uno de otro. Un paso más arriba lo sublime se vuelve rid�*culo; un paso por encima de lo rid�*culo nos lleva a lo sublime”. El presente relato, de ribaldo simbolismo, se ajusta extraordinariamente a esta definición.
El narrador de nuestra novelita es una pulga común y corriente (O extraordinaria, por mejor decir, en el sentido del relato); una pulga que no es sino un insecto succionador de sangre, altamente capacitado para la vida parasitaria y con gran capacidad para deslizarse entre los pelos y las plumas. La pulga humana —Pulex Irritans— acecha al hombre como lo hace la nigua. Algunos seres humanos son inmunes a las picaduras de la pulga, y no experimentan efectos irritantes, aun cuando permanezcan por largo tiempo expuestos a las mismas. Esto explica por qué nuestro amigo —el señor Pulga— pudo viajar por todas partes, inspeccionarlo todo y contárnoslo todo. A t�*tulo de digresión, diremos que es notable la gran complejidad que pueden llegar a alcanzar los parásitos. Por ejemplo, en una determinada oruga pudieron descubrirse otras 23 variedades de insectos, cada uno de los cuales soportaba a otros 13, los que, a su vez, daban también albergue a dos o más cada uno.
Observada en este nivel tan bajo, la vida, en cualquiera de sus manifestaciones, tiene que ser considerada en un nuevo aspecto. Tengo para m�* que el autor, con un caprichoso toque de sátira, se valió de la pulga como un s�*mbolo de los ojos humanos, que desean ver las cosas que no pueden observar abiertamente. De esta manera las visualiza mentalmente, con lo que. de paso, para provocar sus emociones, profundiza hasta lo más hondo de la marea sexual. Los necios son mi tema; dejad que la sátira sea mi canción”. Este pensamiento, tomado de English Bards and Scotch Reuiewers, suele ser aplicable cuando los hombres frustrados pugnan por desprenderse de sus inhibiciones.
Los motines iniciados al grito de “¡Abajo el papismo!”, desencadenados en 1780, revelan la inquietud en aquellos tiempos de un populacho soliviantado contra el autoritarismo y rebelándose para separar las leyes de la naturaleza de las de los hombres, al parecer diametralmente opuestas. El hombre, desde los albores de la humanidad, ha discrepado de las leyes de la naturaleza y las ha alterado para adaptarlas mejor a sus impulsos ego�*stas. Es a menudo cierto que aquellos individuos que más se ajustan a un código ético abrigan en su seno los deseos sexuales más heterodoxos e insatisfechos, aunque es este subconsciente el que los encamina hacia el campo opuesto.
De manera similar, en la misma época, en las colonias de Norteamérica los puritanos sujetaban al pueblo a leyes tan estrictas que, en realidad, constitu�*an la negación de una existencia normal. Las leyes matrimoniales significaron la separación de muchos enamorados, quienes, temerosos de disgustar a sus padres, recurrieron a entrevistas furtivas y a desahogos clandestinos.
El amor fue estigmatizado en todos sus aspectos por los teólogos puritanos como el más poderoso instrumento de Satanás, y hasta el simple idilio fue desaprobado, asociándolo con el pecado original. Con el más fútil pretexto los jóvenes eran clasificados entre la gente más baja, anatematizándolos con palabras en las que, lisa y llanamente, se proclamaba que “es práctica común en diversos lugares destinados a los jóvenes que éstos muestren sus malvados propósitos, y se acerquen a las doncellas con fines malévolos, por lo cual se ha desarrollado mucha maldad en torno a nosotros para menosprecio de Dios y daño de nuestras personas.
No hay que decir que en tales circunstancias los adolescentes, como es el caso de la juvenil Bella y de su admirador, se juntaran a escondidas para dar satisfacción a sus necesidades �*ntimas, En el caso de los puritanos, las leyes contra el galanteo secreto que acabamos de mencionar no aseguraron la moral, como lo prueba un simple examen de los registros judiciales de la época. En realidad, el vicio de una legislación excesiva tiende más bien a extender los males que trata de prevenir. Esta rara situación vino a agravarse con la costumbre del “enfardamiento”, que se hacia necesario cuando un joven hab�*a caminado mucho para ver a su amada, y no ten�*a ya tiempo para regresar a su hogar.
Se le permit�*a entonces quedarse en la casa de la familia de la novia, en la que dorm�*a junto con los familiares de ella, cubriéndose todos con mantas y pieles. De esto resultaba el coito entre el mozalbete y la doncella, y el acto, realizado tan cerca de él, sin duda estimulaba sexual–mente al padre, satisfecho de la parte que hab�*a tomado en la consumación de aquél. Por extraño que ello pueda parecer, ninguna joven era criticada por errores cometidos durante el “enfardamiento”, y éste no perjudicaba en nada las ulteriores posibilidades matrimoniales de la muchacha.
En esta misma época se promulgó una ley contra “la intemperancia, la inmoralidad y la irreverencia”, que prohib�*a en todo momento cualquier clase de música, tanto de cuerda como de viento, en las tabernas y casas públicas, as�* como cantar, bailar y hacer algazara en las mismas.
Para acentuar el resentimiento de la gente contra estas severas prohibiciones, fue ésta la era en que la brujer�*a comenzó a asomar su fea cabeza. Sus verdaderos comienzos hay que buscarlos en los escritos hebreos, donde encontramos a Bebemot, deidad monstruosa descrita por Job como “poderosa criatura de cola grande como un cedro, los tendones de sus piedras están atados juntos”. El vocablo latino para indicar la piedra es testiculus, con lo cual, según se cree, se pretende asociar la divinidad con los atributos sexuales, de la misma manera que el falo se ha tenido siempre como s�*mbolo representativo de la actividad creadora universal. Los sacerdotes de Baal siempre entraban desnudos a sus templos, y las mujeres exhib�*an su cuerpo ante la imagen adornada de un falo, a la que rend�*an pleites�*a.
En la edad media los hombres, atosigados por el cúmulo de normas y de leyes que les impon�*an tanto los gobernantes como los representantes de la religión, iban en busca de caminos descarriados para dar satisfacción lo mismo a su naturaleza espiritual como a la carnal. Siempre han existido dos principios de luz y sombra, en oposición y conflicto permanentes, Del centro de Europa partieron los adoradores de Satanás, oficiales de la misa negra, cuya creencia en el agnosticismo situó a la doctrina del conocimiento por encima de la fe, e incluso de la moral. A menudo se recurrió al racionalismo para acomodarse a los niveles religiosos del momento.
Tales gentes cre�*an en un Dios bueno, pero pensaban que el mundo material, en el que estaba incluido el cuerpo f�*sico, era creación de un esp�*ritu maligno. Siendo mala la materia prima, cre�*an que ésta no pod�*a ser el veh�*culo de la gracia divina. Otros cre�*an que la divinidad era el origen de todo —el bien y el mal— y que el hombre se inclinaba hacia la luz o hacia la sombra, siguiendo sus inclinaciones. En realidad, la brujer�*a es una forma de dualismo religioso que a menudo encuentra adeptos entre los confusos e ignorantes miembros de la ortodoxia organizada, quienes no pueden adaptarse a las r�*gidas normas a las que tienen que hacer frente.
Es en esta confusa era donde hay que buscar las ra�*ces de estas MEMORIAS DE UNA PULGA. El hombre, siempre reacio a someterse al conformismo y a la autoridad, pensó en poner al descubierto las fuerzas de la pasión sexual más crasa, la lujuria y la algolagnia (al causar o sufrir dolor para incrementar el placer sexual> que proporcionan tanto mayor satisfacción a su naturaleza sexual cuanto más alta es la categor�*a social de las personas de quienes se trata.
El barón Gules de Laval Rais, conocido como el “Barón Negro”, e �*ntimamente asociado con la iglesia, fue uno de los que fueron desenmascarados como cultivadores del satanismo. Después de su captura y enjuiciamiento confesó sus monstruosas actividades y sus cr�*menes sádicos, cometidos en niños a los que sacrificó al diablo, practicando incisiones en su garganta para sorberles la sangre por la yugular, además de vio–br�*os antes y después del sacrificio. Fue ahorcado y quemado y después de muerto se descubrieron en la torre de su castillo los esqueletos de alrededor de doscientas de sus v�*ctimas. Sin embargo, por extraño que parezca, cuando era conducido al suplicio rogó —y le fue permitido— que se le autorizara para arrodillarse a orar y pedir perdón a Dios y a los cientos de personas que se hab�*an congregado para presenciar su ejecución. Tanto poder hab�*a en su verbo, y tanto magnetismo irradiaba su personalidad, que más tarde fue erigida una estatua en el lugar donde se le ajustició y quemó, y por años las mujeres estériles acudieron al sitio del sacrificio para implorar el don de la maternidad.
Cabe en lo posible que una personalidad sumamente narcisista sea la autora de este librito, MEMORIAS DE UNA PULGA.
La autosexualidad, o el amor a s�* mismo, es tal vez la forma más trágica y perversa de amor sexual conocida, ya que nadie comparte con esta clase de enfermos los placeres del amor erótico. El mismo es su compañero en el acto sexual, excitado por escritos sensuales o por ideas de la naturaleza más erótica. Después que el narcisista llega al cl�*max de la masturbación se siente cada vez más solo y culpable, as�* como menos capacitado para competir con el mundo normal.
El autosexual. por lo común, es aquel a quien las circunstancias han negado el escape de la energ�*a sexual por conductos normales o irregulares, por cuya razón se evade hacia el mundo de la autosexualidad. Muy a menudo llega a este punto culminante sin experimentar placer alguno que valga la pena, denotando conflicto entre el Id. la disposición inconsciente y fundamental a partir de la cual se desarrollan el anhelo y el placer, y el Súper Ego, censor interno del Ego. la parte del inconsciente influenciado por los sentidos, habiendo tomado conciencia al contacto con la realidad, y con el placer asociado al acto.
El verdadero homosexual sólo encuentra placer sexual en la masturbación, durante cuyo acto puede ponerse a s�* mismo en relación a una situación erótica de su gusto.
LAS MEMORIAS DE UNA PULGA son un relato para mentes adultas, la expresión de una mente humana en busca de renunciar a lo anormal para encaminarse hacia lo normal, y caen dentro de un tipo de literatura que actualmente se reconoce como necesaria para el estudio de la conducta humana. Es cierto que cuando comenzamos a investigar los hechos �*ntimos y reales de la vida sexual del hombre tropezaremos con tantos modelos como individuos examinamos. Frecuentemente, demasiado frecuentemente, son aquellos que en apariencia parecen reprobar las manifestaciones sexuales quienes poseen una naturaleza más marcadamente erótica. En esta ambivalencia de sentimientos, en el experimentar dos sentimientos contrarios, tales como el amor y el odio, lo correcto y lo erróneo, se encuentran las ra�*ces mismas de la desviación y la variedad sexuales. En último término, diciéndolo con palabras de Freud:
¿quién puede decir, a fin de cuentas, qué es lo normal y qué es lo correcto.., o lo que puede ser anormal o erróneo? ¿Quién puede decirlo?
LEONARD A. LOWAG, Ph.D.
Cap�*tulo I
NACÍ, PERO COMO NO SABRÍA DECIR COMO, cuándo o dónde, y por lo tanto debo permitirle al lector que acepte esta afirmación m�*a y que la crea si bien le parece. Otra cosa es asimismo cierta: el hecho de mi nacimiento no es ni siquiera un átomo menos cierto que la veracidad de estas memorias, y si el estudiante inteligente que profundice en estas páginas se pregunta cómo sucedió que en el transcurso de mi paso por la vida —o tal vez hubiera debido decir mi brinco por ella— estuve dotada de inteligencia, dotes de observación y poderes retentivos de memoria que me permitieron conservar el recuerdo de los maravillosos hechos y descubrimientos que voy a relatar, únicamente podré contestarle que hay inteligencias insospechadas por el vulgo, y leyes naturales cuya existencia no ha podido ser descubierta todav�*a por los más avanzados cient�*ficos del mundo.
O�* decir en alguna parte que mi destino era pasarme la vida chupando sangre. En modo alguno soy el más insignificante de los seres que pertenecen a esta fraternidad universal, y si llevo una existencia precaria en los cuerpos de aquellos con quienes entro en contacto, mi propia experiencia demuestra que lo hago de una manera notablemente peculiar, ya que hago una advertencia de mi ocupación que raramente ofrecen otros seres de otros grados en mi misma profesión. Pero mi creencia es que persigo objetivos más nobles que el de la simple sustentación de mi ser por medio de las contribuciones de los incautos. Me he dado cuenta de este defecto original m�*o, y con un alma que está muy por encima de los vulgares instintos de los seres de mi raza, he ido escalando alturas de percepción mental y de erudición que me colocaron para siempre en el pináculo de la grandeza en el mundo de los insectos.
Es el hecho de haber alcanzado tal esclarecimiento mental el que quiero evocar al describir las escenas que presencié, y en las que incluso tomé parte. No he de detenerme para exponer por qué medios fui dotada de poderes humanos de observación y de discernimiento. Séales permitido simplemente darse cuenta, al través de mis elucubraciones, de que los poseo, y procedamos en consecuencia.
De esta suerte se darán ustedes cuenta de que no soy una pulga vulgar. En efecto, cuando se tienen en cuenta las compañ�*as que estoy acostumbrado a frecuentar, la familiaridad conque he conllevado el trato con las más altas personalidades, y la forma en que trabé conocimiento con la mayor�*a de ellas, el lector no dudará en convenir conmigo que, en verdad, soy el más maravilloso y eminente de los insectos.
Mis primeros recuerdos me retrotraen a una época en que me encontraba en el interior de una iglesia. Hab�*a música, y se o�*an unos cantos lentos y monótonos que me llenaron de sorpresa y admiración. Pero desde entonces he aprendido a calibrar la verdadera importancia de tales influencias, y las actitudes de los devotos las tomo ahora como manifestaciones exteriores de un estado emocional interno, por lo general inexistente.
Estaba entregado a mi tarea profesional en la regordeta y blanca pierna de una jovencita de alrededor de catorce años, el sabor de cuya sangre todav�*a recuerdo, as�* como el aroma de su... pero estoy divagando.
Poco después de haber dado comienzo tranquila y amistosamente a mis pequeñas atenciones, la jovencita, as�* como el resto de la congregación, se levantó y se fue. Como es natural, decid�* acompañarla.
Tengo muy aguzados los sentidos de la vista y el o�*do, y pude ver cómo, en el momento en que cruzaba el pórtico, un joven deslizaba en la enguantada mano de la jovencita una hoja doblada de papel blanco. Yo hab�*a percibido ya el nombre Bella, bordado en la suave med�*a de seda que en un principio me atrajo a m�*, y pude ver que también dicho nombre aparec�*a en el exterior de la carta de amor. Iba con su t�*a, una señora alta y majestuosa, con la cual no me interesaba entrar en relaciones de intimidad.
Bella era una preciosidad de apenas catorce años, y de figura perfecta. No obstante su juventud, sus dulces senos en capullo empezaban ya a adquirir proporciones como las que placen al sexo opuesto. Su rostro acusaba una candidez encantadora; su aliento era suave como los perfumes de Arabia, y su piel parec�*a de terciopelo. Bella sab�*a, desde luego, cuáles eran sus encantos, y ergu�*a su cabeza con tanto orgullo y coqueter�*a como pudiera hacerlo una reina. No resultaba dif�*cil ver que despertaba admiración al observar las miradas de anhelo y lujuria que le dirig�*an los jóvenes, y a veces también los hombres ya más maduros. En el exterior del templo se produjo un silencio general, y todos los rostros se volvieron a mirar a la linda Bella, manifestaciones que hablaban mejor que las palabras de que era la más admirada por todos los ojos, y la más deseada por los corazones masculinos.
Sin embargo, sin prestar la menor atención a lo que era evidentemente un suceso de todos los d�*as, la damita se encaminó con paso decidido hacia su hogar, en compañ�*a de su t�*a, y al llegar a su pulcra y elegante morada se dirigió rápidamente a su alcoba. No diré que la segu�*, puesto que iba con ella, y pude contemplar cómo la gentil jovencita alzaba una de sus exquisitas piernas para cruzar�*a sobre la otra con el fin de desatarse las elegantes y pequeñ�*simas botas de cabritilla.
Brinqué sobre la alfombra y me di a examinarla. Siguió la otra bota, y sin apartar una de otra sus rollizas pantorrillas, Bella se quedó viendo la misiva plegada que yo advert�* que el joven hab�*a depositado secretamente en sus manos.
Observándolo todo desde cerca, pude ver las curvas de los muslos que se desplegaban hacia arriba hasta las jarreteras, firmemente sujetas, para perderse luego en la oscuridad, donde uno y otro se juntaban en el punto en que se reun�*an con su hermoso bajo vientre para casi impedir la vista de una fina hendidura color durazno, que apenas asomaba sus labios por entre las sombras.
De pronto Bella dejó caer la nota, y habiendo quedado abierta, me tomé la libertad de leerla también.
“Esta noche, a las ocho, estaré en el antiguo lugar”. Eran las únicas palabras escritas en el papel, pero al parecer ten�*an un particular interés para ella. puesto que se mantuvo en la misma postura por algún tiempo en actitud pensativa.
Se hab�*a despertado mi curiosidad, y deseosa de saber más acerca de la interesante joven, lo que me proporcionaba la agradable oportunidad de continuar en tan placentera promiscuidad, me apresuré a permanecer tranquilamente oculta en un lugar recóndito y cómodo, aunque algo húmedo, y no sal�* del mismo, con el fin de observar el desarrollo de los acontecimientos, hasta que se aproximó la hora de la cita.
Bella se vistió con meticulosa atención, y se dispuso a trasladarse al jard�*n que rodeaba la casa de campo donde moraba, fui con ella.
Al llegar al extremo de una larga y sombreada avenida la muchacha se sentó en una banca rústica, y esperó la llegada de la persona con la que ten�*a que encontrarse.
No pasaron más de unos cuantos minutos antes de que se presentara el joven que por la mañana se hab�*a puesto en comunicación con mi deliciosa amiguita.
Se entabló una conversación que, s�* debo juzgar por la abstracción que en ella se hac�*a de todo cuanto no se relacionara con ellos mismos, ten�*a un interés especial para ambos.
Anochec�*a, y estábamos entre dos luces. Soplaba un airecillo caliente y confortable, y la joven pareja se manten�*a entrelazada en el banco, olvidados de todo lo que no fuera su felicidad mutua.
—No sabes cuánto te quiero, Bella –murmuró el joven, sellando tiernamente su declaración con un beso depositado sobre los labios que ella ofrec�*a.
—S�*, lo sé —contestó ella con aire inocente—. ¿No me lo estás diciendo constantemente? Llegaré a cansarme de o�*r esa canción.
Bella agitaba inquietamente sus lindos pies, y se ve�*a meditabunda.
—¿Cuándo me explicarás y enseñarás todas esas cosas divertidas de que me has hablado? —preguntó ella por fin, dirigiéndole una mirada, para volver luego a clavar la vista en el suelo.
—Ahora —repuso el joven—. Ahora, querida Bella, que estamos a solas y libres de interrupciones. ¿Sabes, Bella? Ya no somos unos chiquillos.
Bella asintió con un movimiento de cabeza.
—Bien; hay cosas que los niños no saben, y que los amantes no sólo deben conocer, sino también practicar.
—¡Válgame Dios! —dijo ella, muy seria.
— S�* —continuó su compañero—. Hay entre los que se aman cosas secretas que los hacen felices, y que son causa de la dicha de amar y ser amado.
—¡Dios m�*o! —exclamó Bella—. ¡Qué sentimental te has vuelto, Carlos! Todav�*a recuerdo cuando me dec�*as que el sentimentalismo no era más que una patraña.
—As�* lo cre�*a, hasta que me enamoré de ti —replicó el joven.
—¡Tonter�*as! —repuso Bella—. Pero sigamos adelante, y i cuéntame lo que me tienes prometido.
—No te lo puedo decir si al mismo tiempo no te lo enseño —contestó Carlos—. Los conocimientos sólo se aprenden observándolos en la práctica.
—¡Anda, pues! ¡Sigue adelante y enséñame! —exclamó la muchacha, en cuya brillante mirada y ardientes mejillas cre�*– descubrir que ten�*a perfecto conocimiento de la clase de instrucción que demandaba.
En su impaciencia hab�*a un no sé qué cautivador. El joven cedió a este atractivo y, cubriendo con su cuerpo el de la bella damita, acercó sus labios a los de ella y la besó embelesado.
Bella no opuso resistencia; por el contrario colaboró devolviendo las caricias de su amado.
Entretanto la noche avanzaba; los árboles desaparec�*an tras. la oscuridad, y extend�*an sus altas copas como para proteger a los jóvenes contra la luz que se desvanec�*a.
De pronto Carlos se deslizó a un lado de ella y efectuó un ligero movimiento. Sin oposición de parte de Bella pasó su mano por debajo de las enaguas de la muchacha. No satisfecho con el goce que le causó tener a su alcance sus medias de seda, intentó seguir más arriba, y sus inquisitivos dedos entraron en contacto con las suaves y temblorosas carnes de los muslos de la muchacha.
El ritmo de la respiración de Bella se apresuró ante este poco delicado ataque a sus encantos. Estaba, empero, muy lejos de resistirse; indudablemente le plac�*a el excitante jugueteo.
–Tócalo –murmuró—. Te lo permito.
Carlos no necesitaba otra invitación. En realidad se dispon�*a a seguir adelante, y captando en el acto el alcance del permiso, introdujo sus dedos más adentro.
La complaciente muchacha abrió sus muslos cuando él lo hizo, y de inmediato su mano alcanzó los delicados labios rosados de su linda rendija.
Durante los diez minutos siguientes la pareja permaneció con los labios pegados, olvidada de todo. Sólo su respiración denotaba la intensidad de las sensaciones que los embargaba en aquella embriaguez de lascivia. Carlos sintió un delicado objeto que adquir�*a rigidez bajo sus ágiles dedos, y que sobresal�*a de un modo que le era desconocido.
En aquel momento Bella cerró sus ojos, y dejando caer su cabeza hacia atrás se estremeció ligeramente, al tiempo que su cuerpo deven�*a ligero y lánguido, y su cabeza buscaba apoyo en el brazo de su amado.
—¡Oh, Carlos! —murmuró—. ¿Qué me estás haciendo? ¡Qué deliciosas sensaciones me proporcionas!
El muchacho no permaneció ocioso, pero habiendo ya explorado todo lo que le permit�*a la postura forzada en que se encontraba, se levantó, y comprendiendo la necesidad de satisfacer la pasión que con sus actos hab�*a despertado, le rogó a su compañera que le permitiera conducir su mano hacia un objeto querido, que le aseguró era capaz de producirle mucho mayor placer que el que le hab�*an proporcionado sus dedos.
Nada renuente, Bella se asió a un nuevo y delicioso objeto y, ya fuere porque experimentaba la curiosidad que simulaba, o porque realmente se sent�*a transportada por deseos recién nacidos, no pudo negarse a llevar de la sombra a la luz el erecto objeto de su amigo.
Aquellos de mis lectores que se hayan encontrado en una situación similar, podrán comprender rápidamente el calor puesto en empuñar la nueva adquisición, y la mirada de bienvenida con que acogió su primera aparición en público.
Era la primera vez que Bella contemplaba un miembro masculino en plena manifestación de poder�*o, y aunque no hubiera sido as�*, el que yo pod�*a ver cómodamente era de tamaño formidable. Lo que más le incitaba a profundizar en sus conocimientos era la blancura del tronco y su roja cabeza, de la que se retiraba la suave piel cuando ella ejerc�*a presión.
Carlos estaba igualmente enternecido. Sus ojos brillaban y su mano segu�*a recorriendo el juvenil tesoro del que hab�*a tomado posesión.
Mientras tanto los jugueteos de la manecita sobre el juvenil miembro con el que hab�*a entrado en contacto hab�*an producido los efectos que suelen observarse en circunstancias semejantes en cualquier organismo sano y vigoroso, como el del caso que nos ocupa.
Arrobado por la suave presión de la mano, los dulces y deliciosos apretones, y la inexperiencia con que la jovencita tiraba hacia atrás los pliegues que cubr�*an la exuberante fruta, para descubrir su roja cabeza encendida por el deseo, y con su diminuto orificio en espera de la oportunidad de expeler su viscosa ofrenda, el joven estaba enloquecido de lujuria, y Bella era presa de nuevas y raras sensaciones que la arrastraban hacia un torbellino de apasionada excitación que la hac�*a anhelar un desahogo todav�*a desconocido.
Con sus hermosos ojos entornados, entreabiertos sus húmedos labios, la piel caliente y enardecida a causa de los desconocidos impulsos que se hab�*an apoderado de su persona, era v�*ctima propicia para quienquiera que tuviese aquel momento la oportunidad. y quisiera lograr sus favores y arrancarle su delicada rosa juvenil.
No obstante su juventud. Carlos no era tan ciego como para dejar escapar tan brillante oportunidad. Además su pasión, ahora a su máximo, lo incitaba a seguir adelante, desoyendo los consejos de prudencia que de otra manera hubiera escuchado.
Encontró palpitante y bien húmedo el centro que se agitaba bajo sus dedos; contempló a la hermosa muchacha tendida en una invitación al deporte del amor, observó sus hondos suspiros, que hac�*an subir y bajar sus senos, y las fuertes emociones sensuales que daban vida a las radiantes formas de su joven compañera.
Las suaves y turgentes piernas de la muchacha estaban expuestas a las apasionadas miradas del joven.
A medida que iba alzando cuidadosamente sus ropas �*ntimas, Carlos descubr�*a los secretos encantos de su adorable compañera, hasta que sus ojos en llamas se posaron en los rollizos miembros rematados en las blancas caderas y el vientre palpitante.
Su ardiente mirada se posó entonces en el centro mismo de atracción, en la rosada hendidura escondida al pie de un turgente monte de Venus, apenas sombreado por el más suave de los vellos.
El cosquilleo que le hab�*a administrado, y las caricias dispensadas al objeto codiciado, hab�*an provocado el flujo de humedad que suele suceder a la excitación, y Bella ofrec�*a una rendija que antojábase un durazno, bien rociado por el mejor y más dulce lubricante que pueda ofrecer la naturaleza.
Carlos captó su oportunidad, y apartando suavemente la mano con que ella le as�*a el miembro, se lanzó furiosamente, sobre la reclinada figura de ella.
Apresó con su brazo izquierdo su breve cintura; abrazó las mejillas de la muchacha con su cálido aliento, y sus labios apretaron los de ella en un largo, apasionado y apremiante beso. Tras de liberar a su mano izquierda, trató de juntar los cuerpos lo más posible en aquellas partes que desempeñan el papel activo en el placer sensual, esforzándose ansiosamente por completar la unión.
Bella sintió por primera vez en su vida el contacto mágico del órgano masculino con los labios de su rosado orificio.
Tan pronto como percibió el ardiente contacto con la dura cabeza del miembro de Carlos se estremeció perceptiblemente, y anticipándose a los placeres de los actos venéreos, dejó escapar una abundante muestra de su susceptible naturaleza.
Carlos estaba embelesado, y se esforzaba en buscar la máxima perfección en la consumación del acto.
Pero la naturaleza, que tanto hab�*a influido en el desarrolló de las pasiones sexuales de Bella, hab�*a dispuesto, que algo ten�*a que realizarse antes de que fuera cortado tan fácilmente un capullo tan tempranero.
Ella era muy joven, inmadura —incluso en el sentido de estas visitas mensuales que señalan el comienzo de la pubertad— y sus partes, aun cuando estaban llenas de perfecciones y de frescura, estaban poco preparadas para la admisión de los miembros masculinos, aun los tan moderados como el que, con su redonda cabeza intrusa, se luchaba en aquel momento por buscar alojamiento en ellas.
En vano se esforzaba Carlos presionando con su excitado miembro hacia el interior de las delicadas partes de la adorable muchachita.
Los rosados pliegues del estrecho orificio resist�*an todas las tentativas de penetración en la m�*stica gruta. En vano también la linda Bella, en aquellos momentos inflamada por una excitación que rayaba en la furia, y semienloquecida por efecto del cosquilleo que ya hab�*a resentido, secundaba por todos los medios los audaces esfuerzos de su joven amante.
La membrana era fuerte y resist�*a bravamente. Al fin, en un esfuerzo desesperado por alcanzar el objetivo propuesto, el joven se hizo atrás por un momento, para lanzarse luego con todas sus fuerzas hacia adelante, con lo que consiguió abrirse paso taladrando en la obstrucción, y adelantar la cabeza y parte de su endurecido miembro en el sexo de la muchacha que yac�*a bajo él.
Bella dejó escapar un pequeño grito al sentir forzada la puerta que conduc�*a a sus secretos encantos, pero lo delicioso del contacto le dio fuerzas para resistir el dolor con la esperanza del alivio que parec�*a estar a punto de llegar.
Se ha dicho que ce n’est que le premier coup qui coute, pero cabe alegar que también es perfectamente posible que quelquejois il cauto trops, como puede inferir el lector conmigo en el caso presente.
Sin embargo. y por muy extraño que pueda parecer, ninguno de nuestros amantes ten�*a la menor idea al respecto, pues entregados por entero a las deliciosas sensaciones que se hab�*an apoderado de ellos, un�*an sus esfuerzos para llevar a cabo ardientes movimientos que ambos sent�*an que iban a llevarlos a un éxtasis.
Todo el cuerpo de Bella se estremec�*a de delirante impaciencia, y de sus labios rojos se escapaban cortas exclamaciones delatoras del supremo deleite; estaba entregada en cuerpo y alma a las delicias del coito. Sus contracciones musculares en el arma que en aquellos momentos la ten�*a ya ensartada, el firme abrazo con que sujetaba el contorsionado cuerpo del muchacho, la delicada estrechez de la húmeda funda, ajustada como un guante, todo ello excitaba los sentidos de Carlos hasta la locura.
Hundió su instrumento hasta la ra�*z en el cuerpo de ella, hasta que los dos globos que abastec�*an de masculinidad al campeón alcanzaron contacto con los firmes cachetes de las nalgas de ella. No pudo avanzar más, y se entregó de lleno a recoger la cosecha de sus esfuerzos.
Pero Bella, insaciable en su pasión, tan pronto como vio realizada la completa unión Que deseaba, entregándose al ansia de placer que el r�*gido y caliente miembro le proporcionaba, estaba demasiado excitada para interesarse o preocuparse por lo que pudiera ocurrir después. Pose�*da por locos espasmos de lujuria, se apretujaba contra el objeto de su placer y, acogiéndose a los brazos de su amado, con apagados quejidos de intensa emoción extática y grititos de sorpresa y deleite, dejo escapar una copiosa emisión que, en busca de salida, inundó los test�*culos de Carlos.
Tan pronto como el joven pudo comprobar el placer que le procuraba a la hermosa Bella, y advirtió el flujo que tan profusamente hab�*a derramado sobre él, fue presa también de un acceso de furia lujuriosa. Un rabioso torrente de deseo pareció inundarle las venas. Su instrumento se encontraba totalmente hundido en las entrañas de ella. Echándose hacia atrás, extrajo el ardiente miembro casi hasta la cabeza y volvió a hundirlo. Sintió un cosquilleo crispante, enloquecedor. Apretó el abrazo que le manten�*a unido a su joven amante, y en el mismo instante en que otro grito de arrebatado placer se escapaba del palpitante pecho de ella, sintió su propio jadeo sobre el seno de Bella, mientras derramaba en el interior de su agradecida matriz un verdadero torrente de vigor juvenil.
Un apagado gemido de lujuria satisfecha escapó de los labios entreabiertos de Bella, al sentir en su interior el derrame de fluido seminal. Al propio tiempo el lascivo frenes�* de la emisión le arrancó a Carlos un grito penetrante y apasionado mientras quedaba tendido con los ojos en blanco, como el acto final del drama sensual.
El grito fue la señal para una interrupción tan repentina como inesperada. Entre las ramas de los arbustos próximos se coló la siniestra figura de un hombre que se situó de pie delante de los jóvenes amantes.
El horror heló la sangre de ambos.
Carlos, escabulléndose del que hab�*a sido su lúbrico y cálido refugio, y con un esfuerzo por mantenerse en pie, retrocedió ante la aparición, como quien huye de una espantosa serpiente.
Por su parte la gentil Bella, tan pronto como advirtió la presencia del intruso se cubrió el rostro con las manos, encogiéndose en el banco que hab�*a sido mudo testigo de su goce, e incapaz de emitir sonido alguno a causa del temor, se dispuso a esperar la tormenta que sin duda iba a desatarse, para enfrentarse, a ella con toda la presencia de ánimo de que era capaz.
No se prolongó mucho su incertidumbre.
Avanzando rápidamente hacia la pareja culpable, el recién llegado tomó al jovencito por el brazo, mientras con una dura mirada autoritaria le ordenaba que pusiera orden en su vestimenta.
—¡Muchacho imprudente! —murmuró entre dientes—. ¿Qué hiciste? ¿Hasta qué extremos te ha arrastrado tu pasión loca y salvaje? ¿Cómo podrás enfrentarte a la ira de tu ofendido padre? ¿Cómo apaciguarás su justo resentimiento cuando yo, en el ejercicio de mi deber moral, le haga saber el daño causado por la mano de su único hijo?
Cuando terminó de hablar, manteniendo a Carlos todav�*a sujeto por la muñeca, la luz de la luna descubrió la figura de un hombre de aproximadamente cuarenta y cinco años, bajo, gordo y más bien corpulento. Su rostro, francamente hermoso, resultaba todav�*a más atractivo por efecto de un par de ojos brillantes que, negros como el azabache, lanzaban en torno a él adustas miradas de apasionado resentimiento. Vest�*a hábitos clericales, cuyo sombr�*o aspecto y limpieza hac�*an resaltar todav�*a más sus notables proporciones musculares y su sorprendente fisonom�*a, Carlos estaba confundido por completo, y se sintió ego�*sta e infinitamente aliviado cuando el fiero intruso se volvió hacia su joven compañera de goces libidinosos.
—En cuanto a ti, infeliz muchacha, sólo puedo expresarte mi máximo horror y m�* justa indignación. Olvidándote de los preceptos de nuestra santa madre iglesia, sin importarte el honor, has permitido a este perverso y presuntuoso muchacho que pruebe la fruta prohibida. ¿Qué te queda ahora? Escarnecida por tus amigos y arrojada del hogar de tu t�*o, tendrás que asociarte con las bestias del campo, y. como Nabucodonosor, serás eludida por los tuyos para evitar la contaminación, y tendrás que implorar por los caminos del Señor un miserable sustento. ¡Ah, hija del pecado, criatura entregada a la lujuria y a Satán! Yo te digo que...
El extraño hab�*a ido tan lejos en su amonestación a la infortunada muchacha, que Bella, abandonando su actitud encogida y levantándose, unió lágrimas y súplicas en demanda de perdón para ella y para su joven amante,
—No digas más —siguió, al cabo. el fiero sacerdote—. No digas más. Las confesiones no son válidas, y las humillaciones sólo añaden lodo a tu ofensa. Mi mente no acierta a concretar cuál sea mi obligación en este sucio asunto, pero si obedeciera los dictados de mis actuales inclinaciones me encaminar�*a directamente hacia tus custodios naturales para hacerlas saber de inmediato las infamias que por azar he descubierto.
—;Por piedad! ¡Compadeceos de m�*! —suplicó Bella, cuyas lágrimas se deslizaban por unas mejillas que hac�*a poco hab�*an resplandecido de placer.
—¡Perdonadnos. padre! ¡Perdonadnos a los dos! Haremos cuanto esté en nuestras manos como penitencia. Se dirán seis misas y muchos padrenuestros sufragados por nosotros, Se emprenderá sin duda la peregrinación al sepulcro de San Engulfo, del que me hablabais el otro d�*a. Estoy dispuesto a cualquier sacrificio si perdonáis a mi querida Bella.
El sacerdote impuso silencio con un ademán. Después tomó la palabra, a veces en un tono piadoso que contrastaba con sus maneras resueltas y su natural duro.
—¡Basta! —dijo—. Necesito tiempo. Necesito invocar la ayuda de la Virgen bendita, que no conoce e] pecado, pero que, sin experimentar el placer carnal de la copulación de los mortales, trajo al mundo al niño Jesús en el establo de Belén. Pasa a yerme mañana a la sacrist�*a, Bella. All�*, en el recinto adecuado, te revelaré cuál es la voluntad divina con respecto a tu pecado. En cuanto a ti, joven impetuoso, me reservo todo juicio y toda acción hasta el d�*a siguiente, en el que te espero a la misma hora.
Miles de gracias surgieron de las gargantas de ambos penitentes cuando el padre les advirtió que deb�*an marcharse ya.
La noche hac�*a mucho que hab�*a ca�*do, y se levantaba el relente.
—Entretanto, buenas noches, y que la paz sea con vosotros. Vuestro secreto está a salvo conmigo hasta que nos volvamos a ver —dijo el padre antes de desaparecer.
Cap�*tulo II
CURIOSA POR SABER EL DESARROLLO DE UNA aventura en la que ya estaba verdaderamente interesada, al propio tiempo que por la suerte de la gentil y amable Bella, me sent�* obligada a permanecer junto a ella, y por lo tanto tuve buen cuidado de no molestarla con mis atenciones, no fuera a despertar su resistencia y a desencadenar un ataque a destiempo, en un momento en el que para el buen éxito de mis propósitos necesitaba estar en el propio campo de operaciones de la joven.
No trataré de describiros el mal rato que pasó mi joven protegida en el intervalo transcurrido desde el momento en que se produjo el enojoso descubrimiento del padre confesor y la hora señalada por éste para visitarle en la sacrist�*a, con el fin de decidir sobre el sino de la infortunada Bella.
Con paso incierto y la mirada fija en el suelo, la asustada muchacha se presentó ante la puerta de aquélla y llamó.
La puerta se abrió y apareció el padre en el umbral.
A un signo del sacerdote Bella entró, permaneciendo de pie frente a la imponente figura del santo varón.
Siguió un embarazoso silencio que se prolongó por algunos segundos. El padre Ambrosio lo rompió al fin para decir:
—Has hecho bien en acudir tan puntualmente, hija m�*a. La estricta obediencia del penitente es el primer signo espiritual que conduce al perdón divino.
Al o�*r aquellas bondadosas palabras Bella cobró aliento y pareció descargarse de un peso que oprim�*a su corazón.
El padre Ambrosio siguió hablando, al tiempo que se sentaba sobre un largo coj�*n que cubr�*a una gran arca de roble.
—He pensado mucho en ti, y también rogado por cuenta tuya, hija m�*a. Durante algún tiempo no encontré manera alguna de dejar a mi conciencia libre de culpa, salvo la de acudir a tu protector natural para revelarle el espantoso secreto que involuntariamente llegué a poseer.
Hizo una pausa, y Bella, que sab�*a muy bien el severo carácter de su t�*o, de quien además depend�*a por completo, se echó a temblar al o�*r tales palabras.
Tomándola de la mano y atrayéndola de manera que tuvo que arrodillarse ante él, mientras su mano derecha presionaba su bien torneado hombro, continuó el padre:
—Pero me dol�*a pensar en los espantosos resultados que hubieran seguido a tal revelación, y ped�* a la Virgen Sant�*sima que me asistiera en tal tribulación. Ella me señaló un camino que, al propio tiempo que sirve a las finalidades de la sagrada iglesia, evita las consecuencias que acarrear�*a el que el hecho llegase a conocimiento de tu t�*o. Sin embargo, la primera condición necesaria para que podamos seguir este camino es la obediencia absoluta.
Bella, aliviada de su angustia al o�*r que hab�*a un camino de salvación, prometió en el acto obedecer ciegamente las órdenes de su padre espiritual.
La jovencita estaba arrodillada a sus pies. El padre Ambrosio inclinó su gran cabeza sobre la postrada figura de ella. Un tinte de color enrojec�*a sus mejillas, y un fuego extraño iluminaba sus ojos. Sus manos temblaban ligeramente cuando se apoyaron sobre los hombros de su penitente, pero no perdió su compostura. Indudablemente su esp�*ritu estaba conturbado por el conflicto nacido de la necesidad de seguir adelante con el cumplimiento estricto de su deber, y los tortuosos pasos con que pretend�*a evitar su cruel exposición.
El santo padre comenzó luego un largo sermón sobre la virtud de la obediencia, y de la absoluta sumisión a las normas dictadas por el ministro de la santa iglesia.
Bella reiteró la seguridad de que seria muy paciente, y de que obedecer�*a todo cuanto se le ordenara.
Entretanto resultaba evidente para m�* que el sacerdote era v�*ctima de un esp�*ritu controlado pero rebelde, que a veces asomaba en su persona y se apoderaba totalmente de ella, reflejándose en sus ojos centelleantes y sus apasionados y ardientes labios.
El padre Ambrosio atrajo más y más a su hermosa penitente, hasta que sus lindos brazos descansaron sobre sus rodillas y su rostro se inclinó hacia abajo con piadosa resignación, casi sumido entre sus manos.
—Y ahora, hija m�*a —siguió diciendo el santo varón— ha llegado el momento de que te revele los medios que me han sido señalados por la Virgen bendita como los únicos que me autorizan a absolverte de la ofensa. Hay esp�*ritus a quienes se ha confiado el alivio de aquellas pasiones y exigencias que la mayor�*a de los siervos de la iglesia tienen prohibido confesar abiertamente, pero que sin duda necesitan satisfacer. Se encuentran estos pocos elegidos entre aquellos que ya han seguido el camino del desahogo carnal. A ellos se les confiere el solemne y sagrado deber de atenuar los deseos terrenales de nuestra comunidad religiosa, dentro del más estricto secreto.
Con voz temblorosa por la emoción, y al tiempo que sus amplias manos descend�*an de los hombros de la muchacha hasta su cintura, el padre susurró:
—Para ti, que ya probaste el supremo placer de la copulación, está indicado el recurso a este sagrado oficio. De esta manera no sólo te será borrado y perdonado el pecado cometido, sino que se te permitirá disfrutar leg�*timamente de esos deliciosos éxtasis, de esas insuperables sensaciones de dicha arrobadora que en todo momento encontrarás en los brazos de sus fieles servidores. Nadarás en un mar de placeres sensuales, sin incurrir en las penalidades resultantes de los amores il�*citos. La absolución seguirá a cada uno de los abandonos de tu dulce cuerpo para recompensar a la iglesia a través de sus ministros, y serás premiada y sostenida en tu piadosa labor por la contemplación —o mejor dicho, Bella, por la participación en ellas— de las intensas y fervientes emociones que el delicioso disfrute de tu hermosa persona tiene que provocar.
Bella oyó la insidiosa proposición con sentimientos mezclados de sorpresa y placer.
Los poderosos y lascivos impulsos de su ardiente naturaleza despertaron en el acto ante la descripción ofrecida a su fértil imaginación. ¿Cómo dudar?
El piadoso sacerdote acercó su complaciente cuerpo hacia ella, y estampó un largo y cálido beso en sus rosados labios.
—Madre Santa —murmuró Bella, sintiendo cada vez más excitados sus instintos sexuales—. ¡Es demasiado para que pueda soportarlo! Yo quisiera... me pregunto... ¡no sé qué decir!
—Inocente y dulce criatura. Es misión m�*a la de instruirte. En mi persona encontrarás el mejor y más apto preceptor para la realización de los ejercicios que de hoy en adelante tendrás que llevar a cabo.
El padre Ambrosio cambió de postura. En aquel momento Bella advirtió por vez primera su ardiente mirada de sensualidad, y casi le causó temor descubrirla.
También fue en aquel instante cuando se dio cuenta de la enorme protuberancia que descollaba en la parte frontal de la sotana del padre santo.
El excitado sacerdote apenas se tomaba ya el trabajo de disimular su estado y sus intenciones.
Tomando a la hermosa muchacha entre sus brazos la besó larga y apasionadamente. Apretó el suave cuerpo de ella contra su voluminosa persona, y la atrajo fuertemente para entrar en contacto cada vez más �*ntimo con su grácil figura.
Al cabo, consumido por la lujuria, perdió los estribos, y dejando a Bella parcialmente en libertad, abrió el frente de su sotana y dejó expuesto a los atónitos ojos de su joven penitente y sin el menor rubor, un miembro cuyas gigantescas proporciones, erección y rigidez la dejaron completamente confundida.
Es imposible describir las sensaciones despertadas en Bella por el repentino descubrimiento de aquel formidable instrumento.
Su mirada se fijó instantáneamente en él, al tiempo que el padre, advirtiendo su asombro, pero descubriendo que en él no hab�*a mezcla alguna de alarma o de temor, lo colocó tranquilamente entre sus manos. El entablar contacto con tan tremenda cosa se apoderó de Bella un terrible estado de excitación.
Como quiera que hasta entonces no hab�*a visto más que el miembro de moderadas proporciones de Carlos, tan notable fenómeno despertó rápidamente en ella la mayor de las sensaciones lascivas, y asiendo el inmenso objeto lo mejor que pudo con sus manecitas se acercó a él embargada por un deleite sensual verdaderamente extático.
—Santo Dios! ¡Esto es casi el cielo! —murmuró Bella—. ¡Oh, padre, quién hubiera cre�*do que iba yo a ser escogida para semejante dicha!
Esto era demasiado para el padre Ambrosio. Estaba encantado con la lujuria de su linda penitente y por el éxito de su infame treta. (En efecto, él lo hab�*a planeado todo, puesto que facilitó la entrevista de los jóvenes, y con ella la oportunidad de que se entregasen a sus ardorosos juegos, a escondidas de todos menos de él, que se agazapó cerca del lugar de la cita para contemplar con centelleantes ojos el combate amoroso).
Levantándose rápidamente alzó el ligero cuerpo de la joven Bella, y colocándola sobre el coj�*n en el que estuvo sentado él momentos antes levantó sus rollizas piernas y separando lo más que pudo sus complacientes muslos, contempló por un instante la deliciosa hendidura rosada que aparec�*a debajo del blanco vientre. Luego, sin decir palabra, avanzó su rostro hac�*a ella, e introduciendo su impúdica lengua tan adentro como pudo en la húmeda vaina dióse a succionar tan deliciosamente, que Bella, en un gran éxtasis pasional, y sacudido su joven cuerpo por espasmódicas contracciones de placer, eyaculó abundantemente, emisión que el santo padre engulló cual si fuera un flan.
Siguieron unos instantes de calma.
Bella reposaba sobre su espalda. con los brazos extendidos a ambos lados y la cabeza ca�*da hacia atrás, en actitud de delicioso agotamiento tras las violentas emociones provocas por el lujurioso proceder del reverendo padre.
Su pecho se agitaba todav�*a bajo la violencia de sus transportes, y sus hermosos ojos permanec�*an entornados en lánguido reposo.
El padre Ambrosio era de los contados hombres capaces de controlar sus instintos pasionales en circunstancias como las presentes. Continuos hábitos de paciencia en espera de alcanzar los objetos propuestos, el empleo de la tenacidad en todos sus actos, y la cautela convencional propia de la orden a la que pertenec�*a, no se hab�*an borrado por completo no obstante su temperamento fogoso, y aunque de natural incompatible con la vocación sacerdotal, y de deseos tan violentos que ca�*an fuera de lo común, hab�*a aprendido a controlar sus pasiones hasta la mortificación.
Ya es hora de que descorramos el velo que cubre el verdadero carácter de este hombre. Lo hago respetuosamente, pero la verdad debe ser dicha.
El padre Ambrosio era la personificación viviente de la lujuria. Su mente estaba en realidad entregada a satisfacerla, y sus fuertes instintos animales, su ardiente y vigorosa constitución, al igual que su indomable naturaleza, lo identificaban con la imagen f�*sica y mental del sátiro de la antigüedad.
Pero Bella sólo lo conoc�*a como el padre santo que no sólo le hab�*a perdonado su grave delito, sino que le habla también abierto el camino por el que pod�*a dirigirse, sin pecado, a gozar de los placeres que tan firmemente ten�*a fijos en su juvenil imaginación.
El osado sacerdote, sumamente complacido por el éxito de una estratagema que hab�*a puesto en sus manos lujuriosas una v�*ctima y también por la extraordinaria sensualidad de la naturaleza de la joven, y el evidente deleite con que se entregaba a la satisfacción de sus deseos, se dispon�*a en aquellos momentos a cosechar los frutos de su supercher�*a, y disfrutaba lo indecible con la idea de que iba a poseer todos los delicados encantos que Bella pod�*a ofrecerle para mitigar su espantosa lujuria.
Al fin era suya, y al tiempo que se retiraba de su cuerpo tembloroso, conservando todav�*a en sus labios la muestra de la participación que hab�*a tenido en el placer experimentado por ella, su miembro, todav�*a hinchado y r�*gido, presentaba una cabeza reluciente a causa de la presión de la sangre y el endurecimiento de los músculos.
Tan pronto como la joven Bella se hubo recuperado del ataque que acabamos de describir, inferido por su confesor en las partes más sensibles de su persona, y alzó la cabeza de la posición inclinada en que reposaba, sus ojos volvieron a tropezar con el gran tronco que el padre manten�*a impúdicamente expuesto.
Bella pudo ver el largo y grueso mástil blanco, y la mata de negros pelos rizados de donde emerg�*a, oscilando r�*gidamente hacia arriba, y la cabeza en forma de huevo que sobresal�*a en el extremo, roja y desnuda, y que parec�*a invitar el contacto de su mano.
Contemplaba aquella gruesa y r�*gida masa de músculo y carne, e incapaz de resistir la tentación la tomó de nuevo entre sus manos.
La apretó, la estrujó, y deslizó hacia atrás los pliegues de piel que la cubr�*an para observar la gran nuez que la coronaba. Maravillada, contempló el agujerito que aparec�*a en su extremo, y tomándolo con ambas manos lo mantuvo, palpitante, junto a su cara.
—¡Oh. padre! ¡Qué cosa tan maravillosa! —exclamó—. ¡Qué grande! ¡ Por favor, padre Ambrosio, decidme cómo debo proceder para aliviar a nuestros santos ministros religiosos de esos sentimientos que según usted tanto los inquietan, y que hasta dolor les causan!
El padre Ambrosio estaba demasiado excitado para poder contestar, pero tomando la mano de ella con la suya le enseñó a la inocente muchacha cómo ten�*a que mover sus dedos de atrás y adelante en su enorme objeto.
Su placer era intenso, y el de Bella no parec�*a ser menor.
Siguió frotando el miembro entre las suaves palmas de sus manos, mientras contemplaba con aire inocente la cara de él. Después le preguntó en voz queda si ello le proporcionaba gran placer, y si por lo tanto ten�*a qué seguir actuando tal como lo hac�*a.
Entretanto, el gran pene del padre Ambrosio engordaba y crec�*a todav�*a más por efecto del excitante cosquilleo al que lo somet�*a la jovencita.
—Espera un momento. Si sigues frotándolo de esta manera me voy a venir —dijo por lo bajo—. Será mejor retardarlo todav�*a un poco.
—¿Se vendrá, padrecito? —inquirió Bella ávidamente—. ¿Qué quiere decir eso?
—¡Ah, mi dulce niña, tan adorable por tu belleza como por tu inocencia! ¡Cuán divinamente llevas a cabo tu excelsa misión! —exclamó Ambrosio, encantado de abusar de la evidente inexperiencia de su joven penitente, y de poder as�* envilecer�*a—. Venirse significa completar el acto por medio del cual se disfruta en su totalidad del placer venéreo y supone el escape de una gran cantidad de fluido blanco y espeso del interior de la cosa que sostienes entre tus manos, y que al ser expelido proporciona igual placer al que la arroja que a la persona que, en el modo que sea, la recibe.
Bella recordó a Carlos y su éxtasis, y entendió enseguida a lo que el padre se refer�*a.
—¿Y este derrame le proporcionar�*a alivio, padre?
—Claro que s�*, hija m�*a, y por ello deseo ofrecerte la oportunidad de que me proporciones ese alivio bienhechor, como bendito sacrificio de uno de los más humildes servidores de la iglesia.
—¡Qué delicia! —murmuró Bella—. Por obra m�*a correrá esa rica corriente, y es únicamente a m�* a quien el santo varón reserva ese final placentero. ¡Cuánta felicidad me proporciona poderle causar semejante dicha!
Después de expresar apasionadamente estos pensamientos, inclinó la cabeza. El objeto de su adoración exhalaba un perfume dif�*cil de definir. Depositó sus húmedos labios sobre su extremo superior, cubrió con su adorable boca el pequeño orificio, y luego besó ardientemente el reluciente miembro.
—¿Cómo se llama ese fluido? —preguntó Bella, alzando una vez más su lindo rostro.
—––Tiene varios nombres —replicó el santo varón—. Depende de la clase social a la que pertenezca la persona que lo menciona. Pero entre nosotros, hija m�*a, lo llamaremos leche.
—¿Leche? —repitió Bella inocentemente, dejando escapar el erótico vocablo por entre sus dulces labios, con una unción que en aquellas circunstancias resultaba natural.
—S�*, hija m�*a, la palabra es leche. Por lo menos as�* quisiera que lo llamaras tú. Y enseguida te inundaré con esta esencia tan preciosa.
—¿Cómo tengo que recibirla? —preguntó Bella, pensando en Carlos, y en la tremenda diferencia relativa entre su instrumento y el gigantesco pene que en aquellos instantes ten�*a ante s�*.
—Hay varios modos para ello, todos los cuales tienes que aprender. Pero ahora no estamos bien acomodados para el principal de los actos del rito venéreo, la copulación permitida de la que ya hemos hablado. Por consiguiente debemos sustituirlo por otro medio más sencillo, as�* que en lugar de que descargue esta esencia llamada leche en el interior de tu cuerpo, teniendo en cuenta que la suma estrechez de tu hendidura provocar�*a que fluyera con extrema abundancia, empezaremos con la fricción por medio de tus obedientes dedos, hasta que llegue el momento en que se aproximen los espasmos que acompañan a la emisión. Llegado el instante, a una señal m�*a tomarás entre tus labios lo más que quepa en ellos de la cabeza de este objeto. hasta que, expelida la última gota, me retire satisfecho, por lo menos temporalmente.
Bella, cuyo lujurioso instinto le hab�*a permitido disfrutar la descripción hecha por el confesor, y que estaba tan ansiosa como él mismo por llevar a cumplimiento el atrevido programa, manifestó rápidamente su voluntad de complacer.
Ambrosio colocó una vez más su enorme pene en manos de Bella.
Excitada tanto por la vista como por el contacto de tan notable objeto, que ten�*a asido entre ambas manos con verdadero deleite, la joven se dio a cosquillear. frotar y exprimir el enorme y tieso miembro, de manera que proporcionaba al licencioso cura el mayor de los goces.
No contenta con friccionarlo con sus delicados dedos, Bella, dejando escapar palabras de devoción y satisfacción, llevó la espumeante cabeza a sus rosados labios, y la introdujo hasta donde le fue posible, con la esperanza de provocar con sus toques y con las suaves caricias de su lengua la deliciosa eyaculación que deb�*a sobrevenir.
Esto era más de lo que el santo varón hab�*a esperado, ya que nunca supuso que iba a encontrar una disc�*pula tan bien dispuesta para el irregular ataque que hab�*a propuesto. Despertadas al máximo sus sensaciones por el delicioso cosquilleo de que era objeto, se dispon�*a a inundar la boca y la garganta de la muchachita con el flujo de su poderosa descarga.
Ambrosio comenzó a sentir que no tardar�*a en venirse, con lo que iba a terminar su placer.
Era uno de esos seres excepcionales, cuya abundante eyaculación seminal es mucho mayor que la de los individuos normales. No sólo estaba dotado del singular don de poder repetir el acto venéreo con intervalos cortos, sino que la cantidad con que terminaba su placer era tan tremenda como desusada. La superabundancia parec�*a estar en relación con la proporción con que hubieran sido despertadas sus pasiones animales, y cuando sus deseos libidinosos hab�*an sido prolongados e intensos, sus emisiones de semen lo eran igualmente.
Fue en estas circunstancias que la dulce Bella hab�*a emprendido la tarea de dejar escapar los contenidos torrentes de lujuria de aquel hombre. Iba a ser su dulce boca la receptora de los espesos y viscosos torrentes que hasta el momento no hab�*a experimentado, e ignorante como se encontraba de los resultados del alivio que tan ansiosa estaba de administrar, la hermosa doncella deseaba la consumación de su labor, y el derrame de leche del que le hab�*a hablado el buen padre.
El exuberante miembro engrosaba y se enardec�*a cada vez más, a medida que los excitantes labios de Bella apresaban su anchurosa cabeza y su lengua jugueteaba en torno al pequeño orificio. Sus blancas manos lo privaban de su dúctil piel, o cosquilleaban alternativamente su extremo inferior.
Dos veces retira Ambrosio la cabeza de su miembro de los rosados labios de la muchacha, incapaz ya de aguantar los deseos de venirse al delicioso contacto de los mismos.
Al fin Bella, impaciente por el retraso, y habiendo al parecer alcanzado un máximo de perfección en su técnica, presionó con mayor energ�*a que antes el tieso dardo.
Instantáneamente se produjo un envaramiento en las extremidades del buen padre. Sus piernas se abrieron ampliamente a ambos lados de su penitente. Sus manos se agarraron convulsivamente del coj�*n. Su cuerpo se proyectó hacia delante y se enderezó.
—¡Dios santo! ¡Me voy a venir! —exclamó al tiempo que con los labios entreabiertos y los ojos vidriosos lanzaba una última mirada a su inocente v�*ctima. Después se estremeció profundamente, y entre lamentos y entrecortados gritos histéricos su pene, por efecto de la provocación de la jovencita, comenzó a expeler torrentes de espeso y viscoso fluido.
Bella, comprendiendo por los chorros que uno tras otro inundaban su boca y resbalaban garganta abajo, as�* como por los gritos de su compañero, que éste disfrutaba al máximo los efectos de lo que ella hab�*a provocado, siguió succionando y apretujando hasta que, llena de las descargas viscosas, y semiasfixiada por su abundancia, se vio obligada a soltar aquella jeringa humana que continuaba eyaculando a chorros sobre su rostro.
–¡Madre santa! —exclamó Bella, cuyos labios y cara estaban inundados de la leche del padre—. ¡Qué placer me ha provocado! Y a usted, padre m�*o, ¿no le he proporcionado el preciado alivio que necesitaba?
El padre Ambrosio, demasiado agitado para poder contestar, atrajo a la gentil muchacha hacia sus brazos, y comprimiendo sus chorreantes labios los cubrió con húmedos besos de gratitud y de placer.
Transcurrió un cuarto de hora en reposo tranquilo, que ningún signo de turbación exterior vino a interrumpir.
La puerta estaba bajo cerrojo, y el padre hab�*a escogido bien el momento.
Mientras tanto Bella, terriblemente excitada por la escena que hemos tratado de describir, hab�*a concebido el extravagante deseo de que el r�*gido miembro de Ambrosio realizara con ella misma la operación que hab�*a sufrido con el arma de moderadas proporciones de Carlos.
Pasando sus brazos en torno al robusto cuello de su confesor, le susurró tiernas palabras de invitación, observando, al hacerlo, el efecto que causaban en el instrumento que adquir�*a ya rigidez entre sus piernas.
—Me dijisteis que la estrechez de esta hendidura —y Bella colocó la ancha mano de él sobre la misma, presionándola luego suavemente— os har�*a descargar una abundante cantidad de leche que poseéis. ¿Por qué no he de poder, padre m�*o, sentirla derramarse dentro de mi cuerpo por la punta de esta cosa roja?
Era evidente lo mucho que la hermosura de la joven Bella, as�* como la inocencia e ingenuidad de su carácter, inflamaban el natural ya de por s�* sensual del sacerdote. Saberse triunfador, tenerla absolutamente impotente entre sus manos, la delicadeza y refinamiento de la muchacha, todo ello conspiraba al máximo para despertar sus licenciosos instintos y desenfrenados deseos. Era suya, suya para gozarla a voluntad, suya para satisfacer cualquier capricho de su terrible lujuria, y estaba lista a entregarse a la más desenfrenada sensualidad.
—¡Por Dios, esto es demasiado! —exclamó Ambrosio, cuya lujuria, de nuevo encendida, volv�*a a asaltarle violentamente ante tal solicitud—. Dulce muchachita, no sabes lo que pides. La desproporción es terrible, y sufrirás demasiado al intentarlo.
—Lo soportaré todo —replicó Bella— con tal de poder sentir esta cosa terrible dentro de m�*, y gustar de los chorros de leche.
—¡Santa madre de Dios! Es demasiado para ti, Bella. No tienes idea de las medidas de esta máquina, una vez hinchada, adorable criatura, nadar�*an en un océano de leche caliente.
—–Oh padrecito! ¡Qué dicha celestial!
—Desnúdate, Bella. Qu�*tate todo lo que pueda entorpecer nuestros movimientos, que te prometo serán en extremo violentos.
Cumpliendo la orden, Bella se despojó rápidamente de sus vestidos, y buscando complacer a su confesor con la plena exhibición de sus encantos, a fin de que su miembro se alargara en proporción a lo que ella mostrara de sus desnudeces, se despojó de hasta la más m�*nima prenda interior, para quedar tal como vino al mundo.
El padre Ambrosio quedó atónito ante la contemplación de los encantos que se ofrec�*an a su vista. La amplitud de sus caderas, los capullos de sus senos, la n�*vea blancura de su piel, suave como el sat�*n, la redondez de sus nalgas y lo rotundo de sus muslos, el blanco y plano vientre con su adorable monte, y, por sobre todo, la encantadora hendidura rosada que destacaba debajo del mismo, asomándose t�*midamente entre los rollizos muslos, hicieron que él se lanzara sobre la joven con un rugido de lujuria.
Ambrosio atrapó a su v�*ctima entre sus brazos. Oprimió su cuerpo suave y deslumbrante contra el suyo. La cubrió de besos lúbricos, y dando rienda suelta a su licenciosa lengua prometió a la jovencita todos los goces del para�*so mediante la introducción de su gran aparato en el interior de su vulva.
Bella acogió estas palabras con un gritito de éxtasis, y cuando su excitado estuprador la acostó sobre sus espaldas sent�*a ya la anchurosa y tumefacta cabeza del pene gigantesco presionando los calientes y húmedos labios de su orificio casi virginal.
El santo varón, encontrando placer en el contacto de su pene con los calientes labios de la vulva de Bella, comenzó a empujar hacia adentro con todas sus fuerzas, hasta que la gran nuez de la punta se llenó de humedad secretada por la sensible vaina.
La pasión enfervorizaba a Bella. Los esfuerzos del padre Ambrosio por alojar la cabeza de su miembro entre los húmedos labios de su rendija en lugar de disuadir�*a la espoleaban hasta la locura, y finalmente, profiriendo un débil grito, se inclinó hacia adelante y expulsó el viscoso tributo de su lascivo temperamento.
Esto era exactamente lo que esperaba el desvergonzado cura. Cuando la dulce y caliente emisión inundó su enormemente desarrollado pene, empujó resueltamente, y de un solo golpe introdujo la mitad de su voluminoso apéndice en el interior de la hermosa muchacha.
Tan pronto como Bella se sintió empalada por la entrada del terrible miembro en el interior de su tierno cuerpo, perdió el poco control que conservaba, y olvidándose del dolor que sufr�*a rodeó con sus piernas las espaldas de él, y alentó a su enorme invasor a no guardarle consideraciones.
—Mi tierna y dulce chiquilla —murmuró el lascivo sacerdote—. Mis brazos te rodean, mi arma está hundida a medias en tu vientre. Pronto serán para ti los goces del para�*so.
—Lo sé; lo siento. No os hagáis hacia atrás; dadme el delicioso objeto hasta donde podáis.
—Toma, pues. Empujo, aprieto, pero estoy demasiado bien dotado para poder penetrarte fácilmente. Tal vez te reviente. pero ahora ya es demasiado tarde. Tengo que poseerte... o morir.
Las partes de Bella se relajaron un poco, y Ambrosio pudo penetrar unos cent�*metros más. Su palpitante miembro, húmedo y desnudo, hab�*a recorrido la mitad del camino hacia el interior de la jovencita. Su placer era intenso, y la cabeza de su instrumento estaba deliciosamente comprimida por la vaina de Bella.
—Adelante, padrecito. Estoy en espera de la leche que me habéis prometido.
El confesor no necesitaba de este aliento para inducirlo a poner en acción todos sus tremendos poderes copulatorios. Empujó frenéticamente hacia adelante, y con cada nuevo esfuerzo sumió su cálido pene más adentro, hasta que, por fin, con un golpe poderoso lo enterró hasta los test�*culos en el interior de la vulva de Bella.
Esta furiosa introducción por parte del brutal sacerdote fue más de lo que su frágil v�*ctima, animada por sus propios deseos, pudo soportar.
Con un desmayado grito de angustia f�*sica, Bella anunció que su estuprador hab�*a vencido toda la resistencia que su juventud hab�*a opuesto a la entrada de su miembro, y la tortura de la forzada introducción de aquella masa borro la sensación de placer con que en un principio hab�*a soportado el ataque.
Ambrosio lanzó un grito de alegr�*a al contemplar la hermosa presa que su serpiente hab�*a mordido. Gozaba con la v�*ctima que ten�*a empalada con su enorme ariete. Sent�*a el enloquecedor contacto con inexpresable placer. Ve�*a a la muchacha estremecerse por la angustia de su violación. Su natural impetuoso hab�*a despertado por entero. Pasare lo que pasare, disfrutar�*a hasta el máximo. As�* pues, estrechó entre sus brazos el cuerpo de la hermosa muchacha, y la agasajó con toda la extensión de su inmenso miembro.
—Hermosa m�*a, realmente eres incitante. Tú también tienes que disfrutar. Te daré la leche de que te hablaba. Pero antes tengo que despertar mi naturaleza con este lujurioso cosquilleo. Bésame, Bella, y luego la tendrás. Y cuando mi caliente leche me deje para adentrarse en tus juveniles entrañas, experimentarás los exquisitos deleites que estoy sintiendo yo. ¡Aprieta. Bella! Déjame también empujar, chiquilla m�*a! Ahora entra de nuevo, ¡Oh...! ¡Oh...!
Ambrosio se levantó por un momento y pudo ver el inmenso émbolo a causa del cual la linda hendidura de Bella estaba en aquellos momentos extraordinariamente distendida.
Firmemente empotrado en aquella lujuriosa vaina, y saboreando profundamente la suma estrechez de los cálidos pliegues de carne en los que estaba encajado, empujó sin preocuparse del dolor que su miembro provocaba, y sólo ansioso de procurarse el máximo deleite posible. No era hombre que fuera a detenerse en tales casos ante falsos conceptos de piedad, en aquellos momentos empujaba hacia dentro lo más posible, mientras que febrilmente rociaba de besos los abiertos y temblorosos labios de la pobre Bella.
Por espacio de unos minutos no se oyó Otra cosa que los jadeos y sacudidas con que el lascivo sacerdote se entregaba a darse satisfacción, y el glu–glu de su inmenso pene cuando alternativamente entraba y sal�*a del sexo de la bella penitente.
No cabe suponer que un hombre como Ambrosio ignorara el tremendo poder de goce que su miembro pod�*a suscitar en una persona del sexo opuesto, ni que su tamaño y capacidad de descarga eran capaces de provocar las más excitantes emociones en la joven sobre la que estaba accionando.
Pero la naturaleza hac�*a valer sus derechos también en la persona de la joven Bella. El dolor de la dilatación se vio bien pronto atenuado por la intensa sensación de placer provocada por la vigorosa arma del santo varón, y no tardaron los quejidos y lamentos de la linda chiquilla en entremezclarse con sonidos medio sofocados en lo más hondo de su ser, que expresaban su deleite.
—¡Padre m�*o! ¡Padrecito, mi querido y generoso padrecito! Empujad, empujad: puedo soportarlo. Lo deseo. Estoy en el cielo. ¡El bendito instrumento tiene una cabeza tan ardiente! ¡Oh, corazón m�*o! ¡Oh... oh! Madre bendita, ¿qué es lo que siento?
Ambrosio ve�*a el efecto que provocaba. Su propio placer llegaba a toda prisa. Se meneaba furiosamente hacia atrás y hacia adelante, agasajando a Bella a cada nueva embestida con todo el largo de su miembro, que se hund�*a hasta los rizados pelos que cubr�*an sus test�*culos.
Al cabo, Bella no pudo resistir más, y obsequió al arrebatado violador con una cálida emisión que inundó todo su r�*gido miembro.
Resulta imposible describir el frenes�* de lujuria que en aquellos momentos se apoderó de la joven y encantadora Bella. Se aferró con desesperación al fornido cuerpo del sacerdote, que agasajaba a su voluptuoso angelical cuerpo con toda la fuerza y poder�*o de sus viriles estocadas, y lo alojó en su estrecha y resbalosa vaina hasta los test�*culos.
Pero ni aún en su éxtasis Bella perdió nunca de vista la perfección del goce. El santo varón ten�*a que expeler su semen en el interior de ella, tal como lo hab�*a hecho Carlos, y la sola idea de ello añadió combustible al fuego de su lujuria.
Cuando, por consiguiente, el padre Ambrosio pasó sus brazos en torno a su esbelta cintura, y hundió hasta los pelos su pene de semental en la vulva de Bella, para anunciar entre suspiros que al fin llegaba la leche, la excitada muchacha se abrió de piernas todo lo que pudo, y en medio de gritos de placer recibió los chorros de su emisión en sus órganos vitales.
As�* permaneció él por espacio de dos minutos enteros, durante los que se iban sucediendo las descargas, cada una de las cuales era recibida por Bella con profundas manifestaciones de placer, traducidas en gritos y contorsiones.