memorias de una pulga 3

jaimefrafer

Pajillero
Registrado
Jun 23, 2008
Mensajes
706
Likes Recibidos
25
Puntos
48
 
CapÃ*tulo V



TRES DÃ�AS DESPUES DE LOS ACONTECIMIENTOS relatados en las páginas precedentes, Bella compareció tan sonrosada y encantadora como siempre en el salón de recibimiento de su tÃ*o.
En el Ã*nterin, mis movimientos habÃ*an sido erráticos, ya que en modo alguno era escaso mi apetito, y cualquier nuevo semblante posee para mÃ* siempre cierto atractivo, que me hace no prolongar demasiado la residencia en un solo punto.
Fue asÃ* como alcancé a oÃ*r una conversación que no dejó de sorprenderme algo, y que no vacilo en revelar pues está directamente relacionada con los sucesos que refiero.
Por medio de ella tuve conocimiento del fondo y la sutileza de carácter del astuto padre Ambrosio.
No voy a reproducir aquÃ* su discurso, tal como lo oÃ* desde mi posición ventajosa. Bastará con que mencione los puntos principales de su exposición, y que informe acerca de sus objetivos.
Era manifestó que Ambrosio estaba inconforme y desconcertado por la súbita participación de sus cofrades en la última de sus adquisiciones, y maquinó un osado y diabólico plan para frustrar su interferencia, al mismo tiempo que para presentarlo a él como completamente ajeno a la maniobra.
En resumen, y con tal fin, Ambrosio acudió directamente al tÃ*o de Bella, y le relató cómo habÃ*a sorprendido a su sobrina y a su joven amante en el abrazo de Cupido, en forma que no dejaba duda acerca de que habÃ*a recibido el último testimonio de la pasión del muchacho, y correspondido a ella.
Al dar este paso el malvado sacerdote presequÃ*a una finalidad ulterior. ConocÃ*a sobradamente el carácter del hombre con el que trataba, y también sabÃ*a que una parte importante de su propia vida real no era del todo desconocida del tÃ*o.
En efecto, la pareja se entendÃ*a a la perfección. Ambrosio era hombre de fuertes pasiones, sumamente erótico, y lo mismo suceda con el tÃ*o de Bella.
Este último se habÃ*a confesado a fondo con Ambrosio, y en el curso de sus confesiones habÃ*a revelado unos deseos tan irregulares, que el sacerdote no tenÃ*a duda alguna de que lograrÃ*a hacerle partÃ*cipe del plan que habÃ*a imaginado.
Los ojos del señor Verbouc hacÃ*a tiempo que habÃ*an codiciado en secreto a su sobrina. Se lo habÃ*a confesado. Ahora Ambrosio le aportaba pruebas que abrÃ*an sus ojos a la realidad de que ella habÃ*a comenzado a abrigar sentimientos de la misma naturaleza hacia el sexo opuesto.
La condición de Ambrosio se le vino a la mente. Era su confesor espiritual, y le pidió consejo.
El santo varón le dio a entender que habÃ*a llegado su oportunidad, y que redundarÃ*a en ventaja para ambos compartir el premio.
Esta proposición tocó una fibra sensible en el carácter de Verbouc, la cual Ambrosio no ignoraba. Si algo podÃ*a proporcionarle un verdadero goce sensual, o ponerle más encanto al mismo, era presenciar el acto de la cópula carnal, y completar luego su satisfacción con una segunda penetración de su parte, para eyacular en el cuerpo del propio paciente.
El pacto quedó asÃ* sellado. Se buscó la oportunidad que garantizara el necesario secreto (la tÃ*a de Bella era una minusválida que no salÃ*a de su habitación), y Ambrosio preparó a Bella para el suceso que iba a desarrollarse.
Después de un discurso preliminar, en el que le advirtió que no debÃ*a decir una sola palabra acerca de su intimidad anterior, y tras de informarle que su tÃ*o habÃ*a sabido, quién sabe por qué conducto, lo ocurrido con su novio, le fue revelando poco a poco los proyectos que habÃ*a elaborado. Incluso le habló de la pasión que habÃ*a despertado en su tÃ*o, para decirle después, lisa y llanamente, que la mejor manera de evitar su profundo resentimiento serÃ*a mostrarse obediente a sus requerimientos, fuesen los que fuesen.
El señor Verbouc era un hombre sano y de robusta constitución, que rondaba los cincuenta años. Como tÃ*o suyo que era, siempre le habÃ*a inspirado profundo respeto a Bella, sentimiento en el que estaba mezclado algo de temor por su autoritaria presencia. Se habÃ*a hecho cargo de ella desde la muerte de su hermano, y la trató siempre, si no con afecto, tampoco con despego, aunque con reservas que eran naturales dado su carácter.
Evidentemente Bella no tenÃ*a razón alguna para esperar clemencia de su parte en una ocasión tal, ni siquiera que su pariente encontrara una excusa para ella.
No me explayaré en el primer cuarto de hora, las lágrimas de Bella, el embarazo con que recibió los abrazos demasiado tiernos de su tÃ*o, y las bien merecidas censuras.
La interesante comedia siguió por pasos contados, hasta que el señor Verbouc colocó a su hermosa sobrina sobre sus piernas, para revelarle audazmente el propósito que se habÃ*a formulado de poseerla.
—No debes ofrecer una resistencia tonta, Bella —explicó su tÃ*o—. No dudaré ni aparentaré recato. Basta con que este buen padre haya santificado la operación, para que posea tu cuerpo de igual manera que tu imprudente compañerito lo gozó ya con tu consentimiento.
Bella estaba profundamente confundida. Aunque sensual, como hemos visto ya, y hasta un punto que no es habitual en una edad tan tierna como la suya, se habÃ*a educado en el seno de las estrictas conveniencias creadas por el severo y repelente carácter de su pariente. Todo lo espantoso del delito que se le proponÃ*a aparecÃ*a ante sus ojos. Ni siquiera la presencia y supuesta aquiescencia del padre Ambrosio podÃ*an aminorar el recelo con que contemplaba la terrible proposición que se le hacÃ*a abiertamente.
Bella temblaba de sorpresa y de terror ante la naturaleza del delito propuesto. Esta nueva actitud la ofendÃ*a.
El cambio habido entre el reservado y severo tÃ*o, cuya cólera siempre habÃ*a lamentado y temido, y cuyos preceptos estaba habituada a recibir con reverencia, y aquel ardiente admirador, sediento de los favores que ella acababa de conceder a otro, la afectó profundamente, aturdiéndola y disgustándola.
Entretanto el señor Verbouc, que evidentemente no estaba dispuesto a concederle tiempo para reflexionar. y cuya excitación era visible en múltiples aspectos, tomó a su joven sobrina en sus brazos, y no obstante su renuencia, cubrió su cara y su garganta de besos apasionados y prohibidos.
Ambrosio, hacia el cual se habÃ*a vuelto la muchacha ante esta exigencia, no le proporcionó alivio; antes al contrario, con una torva sonrisa provocada por la emoción ajena, alentaba a aquél con secretas miradas a seguir adelante con la satisfacción de su placer y su lujuria.
En tales circunstancias adversas toda resistencia se hacÃ*a difÃ*cil.
Bella era joven e infinitamente impotente, por comparación. bajo el firme abrazo de su pariente. Llevado al frenesÃ* por el contacto y las obscenas caricias que se permitÃ*a, Verbone se dispuso con redoblado afán a posesionarse de la persona de su sobrina. Sus nerviosos dedos apresaban va el hermoso satÃ*n de sus muslos. Otro empujón firme, y no obstante que Bella sequÃ*a cerrándolos firmemente en defensa de su sexo, la lasciva mano alcanzó los rosados labios del mismo, y los dedos temblorosos separaron la cerrada y húmeda hendidura, fortificación que defendÃ*a su recato.

Hasta ese momento Ambrosio no habÃ*a sido más que un callado observador del excitante conflicto. Pero no llegar a este punto se adelantó también, y pasando su poderoso brazo izquierdo en torno a la esbelta cintura de la muchacha, encerró en su derecha las dos pequeñas manos de ella, las que, asÃ* sujetas, la dejaban fácilmente a merced de las lascivas caricias de su pariente.
—Por caridad —suplico ella, jadeante por sus esfuerzos—. ¡Soltadme! ¡Es demasiado horrible! ¡Es monstruoso! ¿Cómo podéis ser tan crueles? ¡Estoy perdida!
—En modo alguno estás perdida linda sobrina —replicó el tÃ*o—. Sólo despierta a los placeres que Venus reserva para sus devotos, y cuyo amor guarda para aquellos que tienen la valentÃ*a de disfrutadlos mientras les es posible hacerlo.
—He sido espantosamente engañada —gritó Bella, poco convencida por esta ingeniosa explicación—. Lo veo todo claramente. ¡Qué vergüenza! No puedo permitÃ*roslo. no puedo! ¡Oh, no de ninguna manera! ¡Madre santa! ¡Soltadme, tÃ*o! ¡Oh! ¡Oh!
—Estate tranquila, Bella, Tienes que someterte. SÃ* no me lo permites de otra manera, lo tomaré por la fuerza. AsÃ* que abre estas lindas piernas; déjame sentir el exquisito calorcito de estos suaves y lascivos muslos; permÃ*teme que ponga mÃ* mano sobre este divino vientre... ¡Estate quieta, loquita! Al fin eres mÃ*a. ¡Oh, cuánto he esperado esto, Bella!
Sin embargo, Bella ofrecÃ*a todavÃ*a cierta resistencia, que sólo servÃ*a para excitar todavÃ*a más el anormal apetito de su asaltante, mientras Ambrosio la seguÃ*a sujetando firmemente.
—¡Oh, qué hermosas nalgas! —exclamó Verbouc, mientras deslizaba sus intrusas manos por los aterciopelados muslos de la pobre Bella, y acariciaba los redondos mofletes de sus posaderas—. ¡Ah, qué glorioso coño! Ahora es todo para mÃ*, y será debidamente festejado en el momento oportuno.
—¡Soltadme! —gritaba Bella—. ;Oh. oh!
Estas últimas exclamaciones surgieron de la garganta de la atormentada muchacha mientras entre los dos hombres se la forzaba a ponerla de espaldas sobre un sofá próximo.
Cuando cayó sobre él se vio obligada a recostarse, por obra del forzudo Ambrosio, mientras el señor Verbouc, que habÃ*a levantado los vestidos de ella para poner al descubierto sus piernas enfundadas en medias de seda, y las formas exquisitas de su sobrina, se hacÃ*a para atrás por un momento para disfrutar la indecente exhibición que Bella se veÃ*a forzada a hacer.
—TÃ*o ¿estáis loco? –gritó Bella una vez más, mientras que con sus temblorosas extremidades luchaba en vano por esconder las lujuriosas desnudeces exhibidas en toda su crudeza—. ¡Por favor, soltadme!
—SÃ*, Bella, estoy loco, loco de pasión por ti, loco de lujuria por poseerte, por disfrutarte, por saciarme con tu cuerpo. La resistencia es inútil. Se hará mi voluntad, y disfrutaré de estos lindos encantos; en el interior de esta estrecha y pequeña funda.
Al tiempo que decÃ*a esto, el señor Verbouc se aprestaba al acto final del incestuoso drama. Desabrochó sus prendas inferiores, y sin consideración alguna de recato exhibió licenciosamente ante los ojos de su sobrina las voluminosas y rubicundas proporciones de su excitado miembro que, erecto y radiante, veÃ*a hacia ella con aire amenazador.
Un instante después se arrojó sobre su presa, firmemente sostenida sobre sus espaldas por el sacerdote, y aplicando su arma rampante contra el tierno orificio, trató de realizar la conjunción insertando aquel miembro de largas y anchas proporciones en el cuerpo de su sobrina.
Pero las continuas contorsiones del lindo cuerpo de Bella, el disgusto y horror que se habÃ*an apoderado de la misma, y las inadecuadas dimensiones de sus no maduras partes, constituÃ*an efectivos impedimentos para que el tÃ*o alcanzara la victoria que esperó conseguir fácilmente,
Nunca deseé más ardientemente que en aquellos momentos contribuir a desarmar a un campeón, y enternecida por los lamentos de la gentil Bella, con el cuerpo de una pulga, pero con el alma de una avispa, me lancé de un brinco al rescate.
Hundir mi lanceta en la sensible cubierta del escroto del señor Verbouc fue cuestión de un segundo, y surtió el efecto deseado. Una aguda sensación de dolor y comezón le hicieron detenerse. El intervalo fue fatal, ya que unos momentos después los muslos y el vientre de la joven Bella se vieron cubiertos por el lÃ*quido que atestiguaba el vigor de su incestuoso pariente.
Las maldiciones, dichas no en voz alta, pero sÃ* desde lo más hondo, siguieron a este inesperado contratiempo. El aspirante a violador tuvo que retirarse de su ventajosa posición e, incapaz de proseguir la batalla, retiró el arma inútil.
No bien hubo librado el señor Verbouc a su sobrina de la molesta situación en que se encontraba, cuando el padre Ambrosio comenzó a manifestar la violencia de su propia excitación, provocada por la pasiva contemplación de la erótica escena. Mientras daba satisfacción al sentido del acto, manteniendo firmemente asida con su poderoso abrazo a Bella, su hábito no pedÃ*a disimular por la parte delantera del estado de rigidez que su miembro habÃ*a adquirido. Su temible arma, desdeñando al parecer las limitaciones impuestas por la ropa, se abrió paso entre ellas para aparecer protuberante, con su redonda cabeza desnuda y palpitante por el ansia de disfrute.
—¡Ah! exclamó el otro, lanzando una lasciva mirada al distendido miembro de su confesor—. He aquÃ* un campeón que no conocerá la derrota, lo garantizo —y tomándolo deliberadamente en sus manos, dióse a manipularlo con evidente deleite.
— ;Qué monstruo! ¡Cuán fuerte es y cuán tieso se mantiene!
El padre Ambrosio se levantó, denunciando la intensidad de su deseo por lo encendido cÃ*e1 rostro, y colocando a la asustada Bella en posición más propicia, llevó su roja protuberancia a la húmeda abertura, y procedió a introducirla dentro con desesperado esfuerzo.
Dolor, excitación y anhelo vehemente recorrÃ*an todo el sistema nervioso de la vÃ*ctima de su lujuria a cada nuevo empujón.
Aunque no era esta la primera vez que el padre Ambrosio haba tocado entradas como aquélla, cubierta de musgo, el hecho de que estuviera presente su tÃ*o, lo indecoroso de toda la escena, el profundo convencimiento —que por vez primera se le hacÃ*a presente— del engaño de que habla sido vÃ*ctima por parte del padre y de su egoÃ*smo, fueron elementos que se combinaron para sofocar en su interior aquellas extremas sensaciones de placer que tan poderosamente se habÃ*an manifestado otrora.
Pero la actuación de Ambrosio no le dio tiempo a Bella para reflexionar, ya que al sentir la suave presión, como la de un guante, de su delicada vaina, se apresuró a completar la conjunción lanzándose con unas pocas vigorosas y diestras embestidas a hundir su miembro en el cuerpo de ella hasta los testÃ*culos.
Siguió un intervalo de refocilamiento bárbaro, de rápidas acometidas y presiones, firmes y continuas, hasta que un murmullo sordo en la garganta de Bella anunció que la naturaleza reclamaba en ella sus derechos, y que el combate amoroso habÃ*a llegado a la crisis exquisita, en la que espasmos de indescriptible placer recorren rápida y voluptuosamente el sistema nervioso; con la cabeza echada hacia atrás, los labios partidos y los dedos crispados, su cuerpo adquirió la rigidez inherente a estos absorbentes efectos, en el curso de los cuales la ninfa derrama su juvenil esencia para mezclarla con los chorros evacuados por su amante.
El contorsionado cuerpo de Bella, sus ojos vidriosos y sus manos temblorosas, revelaban a las claras su estado, sin necesidad de que lo delatara también el susurro de éxtasis que se escapaba trabajosamente de sus labios temblorosos.
La masa entera de aquella potente arma, ahora bien lubricada, trabajaba deliciosamente en sus juveniles partes. La excitación de Ambrosio iba en aumento por momentos, y su miembro, rÃ*gido como el hierro, amenazaba a cada empujón con descargar su viscosa esencia.
—¡Oh, no puedo aguantar más! ¡Siento que me viene la leche, Verbouc! Tiene usted que joderla. Es deliciosa. Su vaina me ajusta como un guante. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
Más vigorosas y más frecuentes embestidas —un brinco poderoso— una verdadera sumersión del robusto hombre dentro de la débil figurita de ella, un abrazo apretado, y Bella, con inefable placer, sintió la cálida inyección que su violador derramaba en chorros espesos y viscosos muy adentro de sus tiernas entrañas.
Ambrosio retiro su vaporizante pene con evidente desgano, dejando expuestas las relucientes partes de la jovencita, de las cuales manaba una espesa masa de secreciones.
—Bien —exclamó Verbouc, sobre quien la escena habÃ*a producido efectos sumamente excitantes—. Ahora me llegó el turno, buen padre Ambrosio. Ha gozado usted a mi sobrina bajo mis ojos conforme lo deseaba, y a fe mÃ*a que ha sido bien violada. Ella ha compartido los placeres con usted; mis previsiones se han visto confirmadas; puede recibir y puede disfrutar, y uno puede saciarse en su cuerpo. Bien. Voy a empezar. Al fin llegó mi oportunidad; ahora no puede escapárseme. Daré satisfacción a un deseo largamente acariciado. Apaciguaré esa insaciable sed de lujuria que despierta en mÃ* la hija de mÃ* hermano. Observad este miembro; ahora levanta su roja cabeza. Expresa mi deseo por ti, Bella. Siente, mi querida sobrina, cuánto se han endurecido los testÃ*culos de tu tÃ*o. Se han llenado para ti.
Eres tú quien ha logrado que esta cosa se haya agrandado y enderezado tanto: eres tú la destinada a proporcionarle alivio. ¡Descubre su cabeza, Bella! Tranquila, mi chiquilla; permitidme llevar tu mano. ¡Oh, déjate de tonterÃ*as! Sin rubores ni recato. Sin resistencia. ¿Puedes advertir su longitud? Tienes que recibirlo todo en esa caliente rendija que el padre Ambrosio acaba de rellenar tan bien. ¿Puedes ver los grandes globos que penden por debajo, Bella? Están llenos del semen que voy a descargar para goce tuyo y mÃ*o. SÃ*, Bella, en el vientre de la hija de mi hermano.
La idea del terrible incesto que se proponÃ*a consumar ana–dÃ*a combustible al fuego de su excitación, y le provocaba una superabundante sensación de lasciva impaciencia, revelada tanto por su enrojecida apariencia, como por la erección del dardo con el que amenazaba las húmedas partes de Bella.
El señor Verbouc tomó medidas de seguridad. No habÃ*a, en realidad, y tal como lo habÃ*a dicho, escapatoria para Bella. Se subió sobre su cuerpo y le abrió las piernas, mientras Ambrosio la mantenÃ*a firmemente sujeta. El violador vio llegada la oportunidad. El camino estaba abierto, los blancos muslos bien separados, los rojos y húmedos labios del coño de la linda jovencita frente a él. No podÃ*a esperar más. Abriendo los labios del sexo de su sobrina, y apuntando la roja cabeza de su arma hacia la prominente vulva, se movió hacia adelante, y de un empujón y con un alarido de placer sensual la hundió en toda su longitud en el vientre de Bella.
—¡Oh, Dios! ¡Por fin estoy dentro de ella! —chillaba Verbouc—. ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué placer! ¡Cuán hermosa es! ¡Cuán estrecho! ¡Oh!
El buen padre Ambrosio sujetó a Bella más firmemente.
Esta hizo un esfuerzo violento, y dejó escapar un grito de dolor y de espanto cuando sintió entrar el turgente miembro de su tÃ*o que, firmemente encajado en la cálida persona de su vÃ*ctima, comenzó una rápida y briosa carrera hacia un placer egoÃ*sta. Era el cordero en las fauces del lobo, la paloma en las garras del águila. Sin piedad ni atención siquiera por los sentimientos de ella, atacó por encima de todo hasta que, demasiado pronto para su propio afán lascivo, dando un grito de placentero arrobo, descargó en el interior de su sobrina un abundante torrente de su incestuoso fluido.
Una y otra vez los dos infelices disfrutaron de su vÃ*ctima. Su fogosa lujuria, estimulada por la contemplación del placer experimentado por el otro, los arrastró a la insanÃ*a.
Bien pronto trató Ambrosio de atacar a Bella por las nalgas, pero Verbouc, que sin duda tenÃ*a sus motivos para prohibÃ*rselos, se opuso a ello. El sacerdote, empero. sin cohibirse, bajó la cabeza de su enorme instrumento para introducirlo por detrás en el sexo de ella. Verbouc se arrodilló por delante para contemplar el acto, al concluir el cual —con verdadero deleite— dióse a succionar los labios del bien relleno coño de su sobrina.
Aquella noche acompañé a Bella a la cama, pues a pesar de que mis nervios habÃ*an sufrido el impacto de un espantoso choque, no por ello habÃ*a disminuido mi apetito, y fue una fortuna que mi joven protegida no poseyera una piel tan irritable como para escocerse demasiado por mis afanes para satisfacer mi natural apetito.
El descanso siguió a la cena con que repuse mis energÃ*as, y hubiera encontrado un retiro seguro y deliciosamente cálido en el tierno musgo que cubrÃ*a el túmulo de la linda Bella, de no haber sido porque, a medianoche, un violento alboroto vino a trastornar mi digno reposo.
La jovencita habÃ*a sido sujetada por un abrazo rudo y poderoso, y una pesada humanidad apisonaba fuertemente su delicado cuerpo. Un grito ahogado acudió a los atemorizados labios de ella, y en medio de sus vanos esfuerzos por escapar, y de sus no más afortunadas medidas para impedir la consumación de los propósitos de su asaltante, reconocÃ* la voz y la persona del señor Verbouc.
La sorpresa habÃ*a sido completa, y al cabo tenÃ*a que resultar inútil la débil resistencia que ella podÃ*a ofrecer. Su tÃ*o, con prisa febril y terrible excitación provocada por el contacto con sus aterciopeladas extremidades, tomó posesión de sus más secretos encantos y presa de su odiosa lujuria adentró su pene rampante en su joven sobrina.
Siguió a continuación una furiosa lucha, en la que cada uno desempeñaba un papel distinto.
El violador, igualmente enardecido por las dificultades de su conquista, y por las exquisitas sensaciones que estaba experimentando, enterró su tieso miembro en la lasciva funda, y trató por medio de ansiosas acometidas de facilitar una copiosa descarga, mientras que Bella, cuyo temperamento no era lo suficientemente prudente como para resistir la prueba de aquel violento y lascivo ataque, se esforzaba en vano por contener los violentos imperativos de la naturaleza despertados por la excitante fricción, que amenazaban con traicionarÃ*a, hasta que al cabo, con grandes estremecimientos en sus miembros y la respiración entrecortada, se rindió y descargó su derrame sobre el henchido dardo que tan deliciosamente palpitaba en su interior.
El señor Verbone tenÃ*a plena conciencia de lo ventajoso de su situación, y cambiando de táctica como general prudente, tuvo buen cuidado de no expeler todas sus reservas, y provoco un nuevo avance de parte de su gentil adversaria.
Verbouc no tuvo gran dificultad en lograr su propósito, si bien la pugna pareció excitarlo hasta el frenesÃ*. La cama se mecÃ*a y se cimbraba: la habitación entera vibraba con la trémula energÃ*a de su lascivo ataque; ambos cuerpos se encabritaban y rodaban, convirtiéndose en una sola masa.
La injuria, fogosa e impaciente, los llevaba hasta el paroxismo en ambos lados. El daba estocadas, empujaba, embestÃ*a, se retiraba hasta dejar ver la ancha cabeza enrojecida de su hinchado pene junto a los rojos labios de las cálidas partes de Bella, para hundirlo luego hasta los negros pelos que le nacÃ*an en el vientre, y se enredaban con el suave y húmedo musgo que cubrÃ*a el monte de Venus de su sobrina, hasta que un suspiro entrecortado delató el dolor y el placer de ella.
De nuevo el triunfo le habÃ*a correspondido a él, y mientras su vigoroso miembro se envainaba hasta las raÃ*ces en el suave cuerpo de ella, un tierno, apagado y doloroso grito habló de su éxtasis cuando, una vez más, el espasmo de placer recorrió todo su sistema nervioso. Finalmente, con un brutal gruñido de triunfo, descargó una tórrida corriente de lÃ*quido viscoso en lo más recóndito de la matriz de ella.
PoseÃ*do por el frenesÃ* de un deseo recién renacido y todavÃ*a no satisfecho con la posesión de tan linda flor, el brutal Verbouc dio vuelta al cuerpo de su semidesmayada sobrina, para dejar a la vista sus atractivas nalgas. Su objeto era evidente, y lo fue más cuando, untando el ano de ella con la leche que inundaba su sexo, empujó su Ã*ndice lo más adentro que pudo.
Su pasión habÃ*a llegado de nuevo a un punto febril. Encaminó su pene hacia las rotundas nalgas, y encimándose sobre su cuerpo recostado, situó su reluciente cabeza sobre el pequeño orificio, esforzándose luego por adentrarse en él. Al cabo consiguió su propósito, y Bella recibió en su recto, en toda su extensión, la vara de su tÃ*o. La estrechez de su ano proporcionó al mismo el mayor de los placeres, y siguió trabajando lentamente de atrás hacÃ*a adelante durante un cuarto de hora por lo menos, al cabo de cuyo lapso su aparato habla adquirido la rigidez del hierro, y descargó en las entrañas de su sobrina torrentes de leche.
Ya habÃ*a amanecido cuando el señor Verbouc soltó a su sobrina del abrazo lujurioso en que habÃ*a saciado su pasión, logrado lo cual se deslizó exhausto para buscar abrigo en su trÃ*o lecho. Bella, por su parte, ahÃ*ta y rendida, se sumió en un pesado sueño, del que no despertó hasta bien avanzado el dÃ*a.
Cuando salió de nuevo de su alcoba. Bella habÃ*a experimentado un cambio que no le importaba ni se esforzaba en lo más mÃ*nimo por analizar. La pasión se habÃ*a posesionado de ella para formar parte de su carácter; se habÃ*an despertado en su interior fuertes emociones sexuales, y les habÃ*a dado satisfacción. El refinamiento en la entrega a las mismas habÃ*a generado la lujuria, y la lascivia habÃ*a facilitado el camino hacia la satisfacción de los sentidos sin comedimiento, e incluso por vÃ*as no naturales.
—Bella —casi una chiquilla inocente hasta bacÃ*a bien poco— se habÃ*a convertido de repente en una mujer de pasiones vio–. lentas y de lujuria incontenible.

CapÃ*tulo VI


NO HE DE INCOMODAR AL LECTOR CON EL relato de cómo sucedió que un dÃ*a me encontré cómodamente oculto en la persona del buen padre Clemente; ni me detendré a explicar cómo fue que estuve presente cuando el mismo eclesiástico recibió en confesión a una elegante damita de unos veinte años de edad.
Pronto descubrÃ*, por la marcha de su conversación, que aunque relacionada de cerca con personas de rango, la dama no poseÃ*a tÃ*tulos, si bien estaba casada con uno de los más ricos terratenientes de la población.
Los nombres no interesan aquÃ*. Por lo tanto suprimo el de esta linda penitente.
Después que el confesor hubo impartido su bendición tras de poner fin a la ceremonia por medio de la cual habÃ*a entrado en posesión de lo más selecto de los secretos de la joven señora, nada renuente, la condujo de la nave de la iglesia a la misma pequeña sacristÃ*a donde Bella recibió su primera lección de copulación santificada.
Pasó el cerrojo a la puerta y no se perdió tiempo. La dama se despojó de sus ropas, y el fornido confesor abrió su sotana para dejar al descubierto su enorme arma, cuya enrojecida cabeza se alzaba con aire amenazador. No bien se dio cuenta de esta aparición, la dama se apoderó del miembro, como quien se posesiona a como dé lugar de un objeto de deleite que no le es de ninguna manera desconocido.
Su delicada mano estrujó gentilmente el enhiesto pilar que constituÃ*a aquel tieso músculo, mientras con los ojos lo devoraba en toda su extensión y sus henchidas proporciones.
—Tienes que metérmelo por detrás —comentó la dama—. En leorette. Pero debes tener mucho cuidado, ¡es tan terriblemente grande!
Los ojos del padre Clemente centelleaban en su pelirroja cabezota, y en su enorme arma se produjo un latido espasmódico que hubiera podido alzar una silla.
Un segundo después la damita se habÃ*a arrodillado sobre la silla, y el padre Clemente, aproximándose a ella, levantó sus finas y blancas ropas interiores para dejar expuesto un rechoncho y redondeado trasero, bajo el cual, medio escondido entre unos turgentes muslos, se veÃ*an los rojos labios de una deliciosa vulva, profusamente sombreada por matas de pelos castaños que se rizaban en torno a ella.
Clemente no esperó mayores incentivos. Escupiendo en la punta de su miembro, colocó su cálida cabeza entre los húmedos labios y después, tras muchas embestidas y esfuerzos, consiguió hacerlo entrar hasta los testÃ*culos.
Se adentró más... y más.., y más, hasta que dio la impresión de que el hermoso recipiente no podrÃ*a admitir más sin peligro de sufrir daño en sus órganos vitales, Entre tanto el rostro de ella reflejaba el extraordinario placer que le provocaba el gigantesco miembro.
De pronto el padre Clemente se detuvo. Estaba dentro hasta los testÃ*culos. Sus pelos rojos y crispados acosaban los orondos cachetes de las nalgas de la dama. Esta habÃ*a recibido en el interior de su cuerpo, en toda su longitud, la vaina del cura. Entonces comenzó un encuentro que sacudÃ*a la banca y todos los muebles de la habitación.
Asiéndose con ambos brazos en torno al frágil cuerpo de ella, el sensual sacerdote se tiraba a fondo en cada embestida, sin retirar más que la mitad de la longitud de su miembro, para poder adentrarse mejor en cada ataque, hasta que la dama comenzó a estremecerse por efecto de las exquisitas sensaciones que le proporcionaba un asalto de tal naturaleza. A poco, con los ojos cerrados y la cabeza caÃ*da hacia adelante, derramé sobre el invasor la cálida esencia de su naturaleza,
El padre Clemente, entretanto, seguÃ*a accionando en el interior de la caliente vaina, y a cada momento su arma se endurecÃ*a más, hasta llegar a asemejarse a una barra de acero sólido.
Pero todo tiene su fin, y también lo tuvo el placer del buen sacerdote, ya que después de haber empujado, luchado, apretado y batido con furia, su vara no pudo resistir más, y sintió alcanzar el punto de la descarga de su savia, llegando de esta suerte al éxtasis.
Llego por fin. Dejando escapar un grito hundió hasta la raÃ*z su miembro en el interior de la dama, y derramé en su matriz un abundante chorro de leche. Todo habÃ*a terminado, habÃ*a pasado el último espasmo. habÃ*a sido derramada la última gota, y Clemente yacÃ*a como muerto.
El lector no imaginará que el buen padre Clemente iba a quedar satisfecho con sólo este único coup que acababa de asestar con tan excelentes efectos, ni tampoco que la dama, cuyos licenciosos apetitos habÃ*an sido tan poderosamente apaciguados, no deseaba ya nuevos escarceos. Por el contrarÃ*o, esta cópula no habÃ*a hecho más que despertar las adormecidas facultades sensuales de ambos, y de nuevo sintieron despertar la llama del deseo.
La dama yacÃ*a sobre su espalda; su fornido violador se lanzó sobre ella, y hundiendo su ariete hasta que se juntaron los pelos de ambos, se vino de nuevo, llenando su matriz de un viscoso torrente.
TodavÃ*a insatisfecha, la lasciva pareja continué en su excitante pasatiempo. Esta vez Clemente se recosté sobre su espalda, y la damita, tras de juguetear lascivamente con sus enormes órganos genitales, tomó la roja cabeza de su pene entre sus rosados labios, al tiempo que lo estimulaba con toquecitos enloquecedores hasta conseguir el máximo de tensión, todo ello con una avidez que acabé por provocar una abundante descarga de fluido espeso y caliente, que esta vez inundé su linda boca y corrió garganta abajo.
Luego la dama, cuya lascivia era por lo menos igual a la de su confesor, se colocó sobre la corpulenta figura de éste, y tras de haber asegurado otra gran erección, se empalé en el palpitante dardo hasta no dejar a la vista nada más que las grandes bolas que colgaban debajo de la endurecida arma. De esta manera succionó hasta conseguir una cuarta descarga de Clemente. Exhalando un fuerte olor a semen, en virtud de las abundantes eyaculaciones del sacerdote, y fatigada por la excepcional duración del entretenimiento, dióse luego a contemplar cómodamente las monstruosas proporciones y la capacidad fuera de lo común de su gigantesco confesor.

 
Arriba Pie