jaimefrafer
Pajillero
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CapÃ*tulo III
NO CREO QUE EN NINGUNA OTRA OCASIÓN haya tenido que sonrojarme con mayor motivo que en esta oportunidad. Y es que hasta una pulga tenÃ*a que sentirse avergonzada ante la proterva visión de lo que acabo de dejar registrado. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos. Una persona de frescura y belleza infinitas; una mente de llameante sensualidad convertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcán de lujuria.
Muy bien hubiera podido exclamar con el poeta de la antigüedad: ‘¡Oh, Moisés!�, o como el más práctico descendiente del patriarca: “¡Por las barbas del profeta!�
No es necesario hablar del cambio que se produjo en Bella después de las experiencias relatadas. Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.
Lo que pasó con su juvenil amante, lamas me he preocupado por averiguarlo, pero me inclino a creer que el padre Ambrosio no permanecÃ*a al margen de esos gustos irregulares que tan ampliamente le han sido atribuidos a su orden, y que también el muchacho se vio inducido poco a poco, al igual que su joven amiga, a darle satisfacción a los insensatos deseos del sacerdote.
Pero volvamos a mis observaciones directas en lo que concierne a la linda Bella.
Si bien a una pulga no le es posible sonrojarse, sÃ* puede observar, y me impuse la obligación de encomendar a la pluma y a la tinta la descripción de todos los pasajes amatorios que consideré pudieran tener interés para los buscadores de la verdad. Podemos escribir —por lo menos puede hacerlo esta pulga, pues de otro modo estas páginas no estarÃ*an bajo los ojos del lector— y eso basta.
Transcurrieron varios dÃ*as antes de que Bella encontrara la oportunidad de volver a visitar a su clerical admirador, pero al fin se presentó la ocasión, y ni qué decir tiene que ella la aprovechó de inmediato.
HabÃ*a encontrado el medio de hacerle saber a Ambrosio que se proponÃ*a visitarlo, y en consecuencia el astuto individuo pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su linda huésped como la vez anterior.
Tan pronto como Bella se encontró a solas con su seductor se arrojó en sus brazos, y apresando su gran humanidad contra su frágil cuerpo le prodigó las más tiernas caricias.
Ambrosio no se hizo rogar para devolver todo el calor de su abrazo, y asÃ* sucedió que la pareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos, y reclinada, cara a cara, sobre el cofre acojinado a que aludimos anteriormente.
Pero Bella no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, por experiencia sabÃ*a que el padre podÃ*a proporcionárselo.
Ambrosio no estaba menos excitado. Su sangre afluÃ*a rápidamente, sus negros ojos llameaban por efecto de una lujuria incontrolable, y la protuberancia que podÃ*a observarse en su hábito denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.
Bella advirtió la situación: ni sus miradas ansiosas, ni su evidente erección, que el padre no se preocupaba por disimular, podÃ*an escapársele. Pero pensó en avivar mayormente su deseo, antes que en apaciguarlo.
Sin embargo, pronto demostró Ambrosio que no requerÃ*a incentivos mayores, y deliberadamente exhibió su arma, bárbaramente dilatada en forma tal, que su sola vista despertó deseos frenéticos en Bella. En cualquiera otra ocasión Ambrosio hubiera sido mucho más prudente en darse gusto, pero en esta oportunidad sus alborotados sentidos habÃ*an superado su capacidad de controlar el deseo de regodearse lo antes posible en los juveniles encantos que se le ofrecÃ*an.
Estaba ya sobre su cuerpo. Su gran humanidad cubrÃ*a por completo el cuerpo de ella. Su miembro en erección se clavaba en el vientre de Bella, cuyas ropas estaban recogidas hasta la cintura.
Con una mano temblorosa llegó Ambrosio al centro de la hendidura objeto de su deseo; ansiosamente llevó la punta caliente y carmesÃ* hacia los abiertos y húmedos labios. Empujó, luchó por entrar.., y lo consiguió. La inmensa máquina entró con paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro.
Unas cuantas firmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Bella recibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. El estuprador yacÃ*a jadeante sobre ella, en completa posesión de sus más Ã*ntimos encantos.
Bella, dentro de cuyo vientre se habÃ*a acomodado aquella vigorosa masa, sentÃ*a al máximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.
Entretanto Ambrosio habÃ*a comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. Bella trenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernas enfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria.
—¡Qué delicia! —murmuró Bella, besando arrolladoramente sus gruesos labios—. Empujad más.., todavÃ*a más. ¡Oh, cómo me forzáis a abrirme, y cuán largo es! ¡Cuán cálido. cuan.., oh... oh!
Y soltó un chorro de su almacén, en respuesta a las embestidas del hombre, al mismo tiempo que su cabeza caÃ*a hacia atrás y su boca se abrÃ*a en el espasmo del coito.
El sacerdote se contuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciaban suficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y querÃ*a prolongar su placer hasta el máximo.
Bella comprimió el terrible dardo introducido hasta lo más intimo de su persona, y sintió crecer y endurecerse todavÃ*a más, en tanto que su enrojecida cabeza presionaba su juvenil matriz.
Casi inmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo, sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de su viscoso lÃ*quido.
—¡Oh, viene de vos! —gritó la excitada muchacha—. Lo siento a chorros. ¡Oh, dadme ....... más! ¡Derramadlo en mi interior.., empujad más, no me compadezcáis. . .! ¡Oh, otro chorro! ¡Empujad! –Desgarradme si queréis, pero dadme toda vuestra leche!
Antes hablé de la cantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de derramar, pero en esta ocasión se excedió a sÃ* mismo. HabÃ*a estado almacenado por espacio de una semana, y Bella recibÃ*a en aquellos momentos una corriente tan tremenda, que aquella descarga parecÃ*a más bien emitida por una jeringa, que la eyaculación de los órganos genitales de un hombre.
Al fin Ambrosio desmontó de su cabalgadura, y cuando Bella se puso de pie nuevamente sintió deslizarse una corriente de lÃ*quido pegajoso que descendÃ*a por sus rollizos muslos.
Apenas se habÃ*a separado el padre Ambrosio cuando se abrió la puerta que conducÃ*a a la iglesia, y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultaba imposible.
—Ambrosio —exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andarÃ*a entre los treinta y los cuarenta años—. Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestra orden, que disponen que toda clase de juegos han de practicarse en común.
—Tomadla entonces —refunfuñó el aludido—. TodavÃ*a no es demasiado tarde. Iba a comunicaros lo que habÃ*a conseguido cuando...
—. . . cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro —interrumpió el otro, apoderándose de la atónita Bella al tiempo que hablaba, e introduciendo su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos de ella.
—Lo he visto todo al través del ojo de la cerradura —susurró el bruto a su oÃ*do—. No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.
Bella recordó las condiciones en que se le habÃ*a ofrecido consuelo en la iglesia, y supuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto permaneció en los brazos del recién llegado sin oponer resistencia.
En el Ã*nterin su compañero habÃ*a pasado su fuerte brazo en torno a la cintura de Bella, y cubrÃ*a de besos las mejillas de ésta.
Ambrosio lo contemplaba todo estupefacto y confundido.
AsÃ* fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por no decir nada de la desbordante pasión de su posesor original. En vano miraba a uno y después a otro en demanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.
A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la habÃ*a reducido el astuto padre Ambrosio, se sentÃ*a en aquellos momentos invadida por un poderoso sentimiento de debilidad y de miedo hacia los nuevos asaltantes.
Bella no leÃ*a en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que la impasibilidad de Ambrosio la hacÃ*a perder cualquier esperanza de que el mismo fuera a ofrecer la menor resistencia.
Entre los dos hombres la tenÃ*an emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba su mano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de los redondeados cachetes de sus nalgas.
Entrambos, a Bella le era imposible resistir.
—Aguardad un momento —dijo al cabo Ambrosio—. SÃ* tenéis prisa por poseerla cuando menos desnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.
—Desnúdate, Bella —siguió diciendo—. Según parece, todos tenemos que compartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tu tarea no será en modo alguno una sinecura, asÃ* que será mejor que recuerdes en todo momento los privilegios que estás destinada a cumplir, y te dispongas a aliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar.
AsÃ* planteado el asunto, no quedaba alternativa.
Bella quedó de pÃ*e, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacÃ*a ellos.
Tan pronto como el que habÃ*a llevado la voz cantante de los recién llegados —el cual, evidentemente, parecÃ*a ser el Superior de los tres— advirtió la hermosa desnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió su sotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro, tomó en sus brazos a la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran cofre acojinado, brincó sobre ella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza de su rabioso campeón hacia el suave orificio de ella, empujó hacia adelante para hundirlo por completo hasta los testÃ*culos.
Bella dejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nueva y poderosa arma.
Para el hombre la posesión entera de la hermosa muchacha suponÃ*a un momento extático, y la sensación de que su erecto pene estaba totalmente enterrado en el cuerpo de ella le producÃ*a una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamente en sus jóvenes partes, pues no habÃ*a tomado en cuenta la lubricación producida por el flujo de semen que ya habÃ*a recibido.
El Superior, no obstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues dióse a atacar con tanta energÃ*a, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en su cálido temperamento, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.
Esto fue demasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrecha hendidura, que te quedaba tan ajustada como un guante, tan luego como sintió la cálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.
Bella disfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuanto pudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara su lujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.
Los sentimientos lascivos más fuertes de Bella se reavivaron con este segundo y firme ataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisito agrado la abundancia de lÃ*quido que el membrudo campeón habÃ*a derramado en su interior. Pero, por salaz que fuera, la jovencita se sentÃ*a exhausta por esta continua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusos que se disponÃ*a a ocupar el puesto recién abandonado por el superior.
Pero Bella quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecÃ*a ante ella. Aún no habÃ*a acabado de quitarse la ropa, y ya surgÃ*a de su parte delantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenÃ*a que ceder el paso.
De entre los rizos de rojo pelo emergÃ*a la blanca columna de carne, coronada por una brillante cabeza colorada, cuyo orificio parecÃ*a constreñido para evitar una prematura expulsión de jugos.
Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Bella, cuyo juvenil espÃ*ritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.
—¡Oh, padrecito ¡ ¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntó acongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mÃ*? Temo que me va a dañar terriblemente.
—Tendré mucho cuidado, hija mÃ*a. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos de los santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.
Bella tentó el gigantesco pene.
El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecÃ*an las de un Hércules.
La muchacha estaba poseÃ*da por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servÃ*a para acentuar su deseo sensual. Sus manos no bastaban para abarcar todo el grosor del miembro. Sin embargo, no lo soltaba; lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. ParecÃ*a una barra de acero entre sus suaves manos.
Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan excitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.
Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante la buena lubricación que ella habÃ*a recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.
Al cabo, con una furiosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Bella lanzó un grito de dolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguÃ*a penetrando.
Bella gritaba de angustia, y hacÃ*a esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvaje atacante.
Otra arremetida, otro grito de la vÃ*ctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior.
Bella se habÃ*a desmayado.
Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente asÃ* era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles.
Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y bella muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha.
El fornido padre habÃ*a descargado por dos veces en su interior antes de retirar su largo y vaporoso miembro, y el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.
Cuando por fin Bella se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacÃ*an del todo necesario.
CapÃ*tulo IV
SE SACARON ALGUNAS BOTELLAS DE VINO, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosa influencia Bella fue recobrando poco a poco su fortaleza.
Transcurrida una hora, los tres curas consideraron que habÃ*a tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar sÃ*ntomas de que deseaban volver a gozar de su persona.
Excitada tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, la jovencita comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembros de los tres curas. los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena, puesto que no daban muestra alguna de recato.
En menos de un minuto Bella tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos. Los besó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno, y manoseando aquellos enardecidos dardos con toda el ansia de una consumada Chipriota.
—Déjanos poderte —exclamó piadosamente el Superior, cuyo pene se encontraba en aquellos momentos en los labios de Bella.
—Amén —cantó Ambrosio.
El tercer eclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba al cielo.
Bella fue invitada a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió a Ambrosio, pero el Superior interfirió.
Entretanto, aseguradas las puertas, los tres sacerdotes se desnudaron, ofreciendo asÃ* a la mirada de Bella tres vigorosos campeones en la plenitud de la vida, armado cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgÃ*a enhiesto de su parte frontal, y que oscilaba amenazante.
—¡Uf! ;Vaya monstruos! —exclamó la jovencita, cuya vergüenza no le impedÃ*a ir tentando, alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.
A continuación la sentaron en el borde de la mesa, y uno tras otro succionaron sus partes nobles, describiendo cÃ*rculos con sus cálidas lenguas en torno a la húmeda hendidura colorada. en la que poco antes habÃ*an apaciguado su lujuria. Bella se abandonó complacida a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudo para agradecerlo.
—Sugiero que nos lo chupe uno tras otro —propuso el Superior.
—Bien dicho —corroboró el padre Clemente, el pelirrojo de temible erección—. Pero hasta el final. Yo quiero poseerla una vez mas.
—De ninguna manera, Clemente —dijo el Superior—. Ya lo hiciste dos veces; ahora tienes que pasar a través de su garganta, o conformarte con nada.
Bella no querÃ*a en modo alguno verse sometida a otro ataque de parte de Clemente, por lo cual cortó la conversación por lo sano asiendo su voluminoso miembro, e introduciendo lo más que pudo de él entre sus lindos labios.
La muchacha succionaba suavemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, haciendo pausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sus húmedos labios. Sus lindas manos se cerraban alrededor del largo y voluminoso dardo, y lo agarraban en un trémulo abrazo, mientras ella contemplaba cómo el monstruoso pene se endurecÃ*a cada vez más por efecto de las intensas sensaciones transmitidas por medio de sus toques.
No tardó Clemente ni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha.
Bella retiró la piel del dardo para facilitar la emisión del chorro basta la última gota.
El fluido de Clemente era tan espeso y cálido como abundante. y chorro tras chorro derramó todo el lÃ*quido en la boca de ella.
Bella se lo tragó todo.
—He aquÃ* una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mÃ*a —dijo el Superior cuando, a continuación, Bella aplicó sus dulces labios a su ardiente miembro.
—Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difÃ*ciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.
—Me someteré a todas las pruebas, padrecito —replicó la muchacha—. Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres.
—AsÃ* es, bija mÃ*a, y recibes por anticipado la bendición del cielo citando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.
Dicho esto, tomó a la muchacha entre sus robustos brazos y la llevó una vez más al cofre acojinado, colocándola de cara a él, de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas a los tres santos varones.
Seguidamente, colocándose entre los muslos de su vÃ*ctima, apuntó la cabeza de su tieso miembro hacÃ*a el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Bella, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio, de manera novedosa y antinatural.
—¡Oh, Dios! —gritó Bella—. No es ése el camino. Las–....... ¡Por favor...! ¡Oh, por favor...! ¡Ah...! ¡Tened piedad! ¡Oh, compadeceos de mÃ*! . . . ¡Madre santa! . . . ¡Me muero!
Esta última exclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raÃ*z. Bella sintió que se habÃ*a metido en el interior de su cuerpo hasta los testÃ*culos.
Pasando su fuerte brazo en torno a sus caderas, se apretó Contra su dorso, y comenzó a restregarse contra sus nalgas con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. Las palpitaciones de placer se hacÃ*an sentir a todo lo largo del henchido miembro y, Bella, mordiéndose los labios, aguardaba los movimientos del macho que bien sabÃ*a iban a comenzar para llevar su placer hasta el máximo.
Los otros dos sacerdotes vejan aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación.
El Superior, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, accioné en torno a las nalgas de Bella hasta que, con una embestida final, llenó sus entrañas con una cálida descarga. Después, al tiempo que extraÃ*a del cuerpo de ella, su miembro, todavÃ*a erecto y vaporizante, declaré que habÃ*a abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.
Ambrosio, cuyos sentimientos en aquellos momentos deben ser mejor imaginados que descritos, ardÃ*a de deseo.
El espectáculo del placer que habÃ*an experimentado sus cofrades le habÃ*a provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigÃ*a perentoria satisfacción.
—De acuerdo —grité—. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus.
—Di mejor que con placer legÃ*timo —repuso el Superior con una mueca sarcástica—. Sea como dices. Me placerá disfrutar nuevamente esta estrecha hendidura.
Bella yacÃ*a todavÃ*a sobre su vientre, encima del lecho improvisado, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva como consecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia habÃ*a sido derramado en su oscuro nicho habÃ*a salido del mismo, pero por debajo su raja destilaba todavÃ*a la mezcla de las emisiones de ambos sacerdotes.
Ambrosio la sujeté. Colocada a través de los muslos del Superior, Bella se encontré con el llamado del todavÃ*a vigoroso miembro contra su colorada vulva. Lentamente lo guié hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al fin entré totalmente, basta la raÃ*z.
Pero en ese momento el vigoroso Superior pasó sus brazos en torno a su cintura, para atraerla sobre sÃ* y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacÃ*a la ya bien humedecida abertura entre las dos lomas.
Hubo que vencer las mil dificultades que se presentaron, pero al cabo el lascivo Ambrosio se sintió enterrado dentro de las entrañas de su vÃ*ctima.
Lentamente comenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante del bien lubricado canal. Retardé lo más posible su desahogo. y pudo asÃ* gozar de las vigorosas arremetidas con que el Superior embestÃ*a a Bella por delante.
De pronto, exhalando un profundo suspiro, el Superior llegó al final, y Bella sintió su sexo rápidamente invadido por la leche.
No pudo resistir más y se vino abundantemente, mezclándose su derrame con los de sus asaltantes.
Ambrosio, empero, no habÃ*a malgastado todos sus recursos, y seguÃ*a manteniendo a la linda muchacha fuertemente empalada.
Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecÃ*a el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y se lanzó sobre el regazo de Bella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado de viscosos residuos.
Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Bella encontré la manera de recibirlo y durante unos cuantos de los minutos que siguieron no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.
En un momento dado sus movimientos se hicieron más agitados. Bella sentÃ*a como que cada momento era su último instante. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testÃ*culos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente echaba espuma de nuevo en el interior de su vagina.
La joven era sostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, y sustentada por la presión, ora del (rente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducÃ*an sus excitados miembros por sus respectivos orificios.
Cuando Bella estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenÃ*a delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.
—¡Ah...! ¡Me vengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Bella, con gran deleite de parte de ésta.
—¡A mÃ* también me llega! —gritó Ambrosio, alojando más adentro su poderoso miembro, al tiempo que lanzaba un chorro de leche dentro de los intestinos de Bella.
AsÃ* siguieron ambos vomitando el prolÃ*fico contenido de sus cuerpos en el interior del de Bella, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.
Cualquiera puede comprender que una pulga de inteligencia mediana tenÃ*a que estar ya asqueada de espectáculos tan desagradables como los que presencié y que creÃ* era mi deber revelarlos. Pero ciertos sentimientos de amistad y de simpatÃ*a por la joven Bella me impulsaron a permanecer aún en su compañÃ*a.
Los sucesos vinieron a darme la razón y, como veremos mas tarde, determinaron mis movimientos en el futuro.
No habÃ*an transcurrido más de tres dÃ*as cuando la joven, a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.
En esta oportunidad Bella habÃ*a puesto mucha atención en su “toiletteâ€�, y como resultado de ello aparecÃ*a más atractiva que nunca, vestida con sedas preciosas, ajustadas botas de cabritilla, y unos guantes pequeñÃ*simos que hacÃ*an magnÃ*fico juego con el resto de las vestimentas.
Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, y la recibieron tan calurosamente, que pronto su sangre juvenil le afluyó a] rostro, inflamándolo de deseo.
Se aseguró la puerta de inmediato, y enseguida cayeron al suelo los paños menores de Ion sacerdotes, y Bella se vio rodeada por el trÃ*o y sometida a las más diversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores.
El Superior fue el primero en adelantarse con intención de gozar de Bella.
Colocándose descaradamente frente a ella la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro.
Bella estaba tan excitada como él.
Accediendo a su deseo, la muchacha se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido,
sus medias de seda y sus lindos zapatitos de cabritilla. AsÃ* se ofreció a la admiración y al lascivo manoseo de los padres.
No pasó mucho antes de que el Superior, sumiéndose deliciosamente sobre su reclinada figura, se entregara por completo a sus juveniles encantos, y se diera a calar la estrecha hendidura, con resultados evidentemente satisfactorios.
Empujando, prensando, restregándose contra ella, el Superior inició deliciosos movimientos, que dieron como resultado despertar tanto su susceptibilidad como la de su compañera. Lo revelaba su pene, cada vez más duro y de mayor tamaño.
—¡Empuja! Oh, empuja más hondo! —murmuró Bella.
Entretanto Ambrosio y Clemente, cuyo deseo no admitÃ*a espera, trataron de apoderarse de alguna parte de la muchacha.
Clemente puso su enorme miembro en la dulce mano de ella, y Ambrosio, sin acobardarse, trepó sobre el cofre y llevó la punta de su voluminoso pene a sus delicados labios.
Al cabo de un momento el Superior dejó de asumir su lasciva posición.
Bella se alzó sobre el canto del cofre. Ante ella se encontraban los tres hombres, cada uno de ellos con el miembro erecto, presentando armas. La cabeza del enorme aparato de Clemente estaba casi volteada contra su craso vientre.
El vestido de Bella estaba recogido hasta su cintura, dejando expuestas sus piernas y muslos, y entre éstos la rosada y lujuriosa fisura, en aquellos momentos enrojecida y excitada por los rápidos movimientos de entrada y salida del miembro del Superior.
—¡Un momento! —ordenó éste—. Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nos tiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se viene como un asno, y llena de humo todas las regiones donde penetra, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente deberÃ*a ocupar el tercer lugar, ya que con su enorme miembro puede partir en dos a la muchacha, y echaremos a perder nuestro juego.
—La vez anterior yo fui el tercero —exclamó Clemente—. No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. Reclamo el segundo lugar.
—Está bien, asÃ* será —declaró el Superior—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.
—No estoy conforme —replicó el decidido eclesiástico....... Si tú vas por delante, y Clemente tiene que ser el segundo, pasando por delante de mÃ*, yo atacaré la retaguardia, y asÃ* verteré mi ofrenda por otra vÃ*a.
—¡Hacerlo como os plazca! —gritó Bella—. Lo aguantaré todo; pero, padrecitos, daos prisa en comenzar.
Una vez más el Superior introdujo su arma, inserción que Bella recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y recibió los chorros de su eyaculación con verdadera pasión extática de su parte.
Seguidamente se presentó Clemente. Su monstruoso instrumento se encontraba ya entre las rollizas piernas de la joven Bella. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y tras de varias tentativas violentas e infructuosas, consiguió introducir–se. y comenzó a profundizar en las partes de ella con su miembro de mulo.
No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Bella, como vano serÃ*a también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del padre Clemente.
Después de una lucha que se llevó diez minutos completos, Bella acabó por recibir aquella ingente masa hasta los testÃ*culos, que se comprimÃ*an contra su ano.
Bella se abrió de piernas lo más posible, y le permitió al bruto que gozara a su antojo de sus encantos.
Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora en poner fin a su goce por medio de dos violentas descargas.
Bella las recibió con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.
Apenas habÃ*a retirado Clemente su monstruoso miembro del interior de Bella, cuando ésta cayó en los también poderosos brazos de Ambrosio,
De acuerdo con lo que habÃ*a manifestado anteriormente, Ambrosio dirigió su ataque a las nalgas, y con bárbara violencia introdujo la palpitante cabeza de su instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.
En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraban de pie.
Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que en uno de sus ataques consiguió alojar la punta del pene en el delicioso orificio.
Una vigorosa sacudida consiguió hacerlo penetrar unos cuantos centÃ*metros más, y de una sola embestida el lascivo sacerdote consiguió enterrarlo hasta los testÃ*culos.
Las hermosas nalgas de Bella ejercÃ*an un especial atractivo sobre el lascivo sacerdote. Una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutales esfuerzos, se sintió excitado en grado extremo, Empujó el largo y grueso miembro hacia adentro con verdadero éxtasis, sin importarle el dolor que provocaba con la dilatación, con tal de poder experimentar la delicia que le causaban las contracciones de las delicadas y juveniles partes Ã*ntimas de ella.
Bella lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su breve cintura, y consiguió mantenerse en el interior del febricitante cuerpo de Bella, sin cejar en su esfuerzo invasor.
Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, sin que Ambrosio dejara de tenerla empalada por detrás.
Como es lógico. este lascivo espectáculo tenÃ*a que surtir efecto en los espectadores. Un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro, rojo y contraÃ*do, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.
Pero el espectáculo despertó. además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos. cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban satisfechos.
En su caminata, Bella habÃ*a llegado cerca del Superior, el cual la tomó en sus brazos, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a mover su miembro dentro de las entrañas de ella, cuyo intenso calor le proporcionaba el mayor de los deleites.
La posición en que se encontraban ponÃ*a los encantos naturales de Bella a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija.
Pero la excitación provocada de esta manera exigÃ*a un disfrute más sólido, por lo que, tirando de la muchacha para que se arrodillará, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.
AsÃ*, Bella se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en otra dirección.
Ambos nadaban en un mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su vÃ*ctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, tenÃ*a que soportar de la mejor manera posible sus excitados movimientos.
Pero todavÃ*a le aguardaba a la hermosa otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, se montó en la silla por detrás del Superior, y tomando la cabeza de la pobre Bella depositó su ardiente arma en sus rosados labios. Después avanzando su punta, en cuya estrecha apertura se apercibÃ*an ya prematuras gotas, la introdujo en la linda boca de la muchacha, mientras hacÃ*a goce con su suave mano le frotara el duro y largo tronco.
Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentÃ*a aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.
Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chaparrón en la garganta de la pequeña Bella.
Le siguió Ambrosio, que, echándose sobre sus espaldas, lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz.
AsÃ* rodeada, Bella recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.
NO CREO QUE EN NINGUNA OTRA OCASIÓN haya tenido que sonrojarme con mayor motivo que en esta oportunidad. Y es que hasta una pulga tenÃ*a que sentirse avergonzada ante la proterva visión de lo que acabo de dejar registrado. Una muchacha tan joven, de apariencia tan inocente, y sin embargo, de inclinaciones y deseos tan lascivos. Una persona de frescura y belleza infinitas; una mente de llameante sensualidad convertida por el accidental curso de los acontecimientos en un activo volcán de lujuria.
Muy bien hubiera podido exclamar con el poeta de la antigüedad: ‘¡Oh, Moisés!�, o como el más práctico descendiente del patriarca: “¡Por las barbas del profeta!�
No es necesario hablar del cambio que se produjo en Bella después de las experiencias relatadas. Eran del todo evidentes en su porte y su conducta.
Lo que pasó con su juvenil amante, lamas me he preocupado por averiguarlo, pero me inclino a creer que el padre Ambrosio no permanecÃ*a al margen de esos gustos irregulares que tan ampliamente le han sido atribuidos a su orden, y que también el muchacho se vio inducido poco a poco, al igual que su joven amiga, a darle satisfacción a los insensatos deseos del sacerdote.
Pero volvamos a mis observaciones directas en lo que concierne a la linda Bella.
Si bien a una pulga no le es posible sonrojarse, sÃ* puede observar, y me impuse la obligación de encomendar a la pluma y a la tinta la descripción de todos los pasajes amatorios que consideré pudieran tener interés para los buscadores de la verdad. Podemos escribir —por lo menos puede hacerlo esta pulga, pues de otro modo estas páginas no estarÃ*an bajo los ojos del lector— y eso basta.
Transcurrieron varios dÃ*as antes de que Bella encontrara la oportunidad de volver a visitar a su clerical admirador, pero al fin se presentó la ocasión, y ni qué decir tiene que ella la aprovechó de inmediato.
HabÃ*a encontrado el medio de hacerle saber a Ambrosio que se proponÃ*a visitarlo, y en consecuencia el astuto individuo pudo disponer de antemano las cosas para recibir a su linda huésped como la vez anterior.
Tan pronto como Bella se encontró a solas con su seductor se arrojó en sus brazos, y apresando su gran humanidad contra su frágil cuerpo le prodigó las más tiernas caricias.
Ambrosio no se hizo rogar para devolver todo el calor de su abrazo, y asÃ* sucedió que la pareja se encontró de inmediato entregada a un intercambio de cálidos besos, y reclinada, cara a cara, sobre el cofre acojinado a que aludimos anteriormente.
Pero Bella no iba a conformarse con besos solamente; deseaba algo más sólido, por experiencia sabÃ*a que el padre podÃ*a proporcionárselo.
Ambrosio no estaba menos excitado. Su sangre afluÃ*a rápidamente, sus negros ojos llameaban por efecto de una lujuria incontrolable, y la protuberancia que podÃ*a observarse en su hábito denunciaba a las claras el estado de sus sentidos.
Bella advirtió la situación: ni sus miradas ansiosas, ni su evidente erección, que el padre no se preocupaba por disimular, podÃ*an escapársele. Pero pensó en avivar mayormente su deseo, antes que en apaciguarlo.
Sin embargo, pronto demostró Ambrosio que no requerÃ*a incentivos mayores, y deliberadamente exhibió su arma, bárbaramente dilatada en forma tal, que su sola vista despertó deseos frenéticos en Bella. En cualquiera otra ocasión Ambrosio hubiera sido mucho más prudente en darse gusto, pero en esta oportunidad sus alborotados sentidos habÃ*an superado su capacidad de controlar el deseo de regodearse lo antes posible en los juveniles encantos que se le ofrecÃ*an.
Estaba ya sobre su cuerpo. Su gran humanidad cubrÃ*a por completo el cuerpo de ella. Su miembro en erección se clavaba en el vientre de Bella, cuyas ropas estaban recogidas hasta la cintura.
Con una mano temblorosa llegó Ambrosio al centro de la hendidura objeto de su deseo; ansiosamente llevó la punta caliente y carmesÃ* hacia los abiertos y húmedos labios. Empujó, luchó por entrar.., y lo consiguió. La inmensa máquina entró con paso lento pero firme. La cabeza y parte del miembro ya estaban dentro.
Unas cuantas firmes y decididas embestidas completaron la conjunción, y Bella recibió en toda su longitud el inmenso y excitado miembro de Ambrosio. El estuprador yacÃ*a jadeante sobre ella, en completa posesión de sus más Ã*ntimos encantos.
Bella, dentro de cuyo vientre se habÃ*a acomodado aquella vigorosa masa, sentÃ*a al máximo los efectos del intruso, cálido y palpitante.
Entretanto Ambrosio habÃ*a comenzado a moverse hacia atrás y hacia adelante. Bella trenzó sus blancos brazos en torno a su cuello, y enroscó sus lindas piernas enfundadas en seda sobre sus espaldas, presa de la mayor lujuria.
—¡Qué delicia! —murmuró Bella, besando arrolladoramente sus gruesos labios—. Empujad más.., todavÃ*a más. ¡Oh, cómo me forzáis a abrirme, y cuán largo es! ¡Cuán cálido. cuan.., oh... oh!
Y soltó un chorro de su almacén, en respuesta a las embestidas del hombre, al mismo tiempo que su cabeza caÃ*a hacia atrás y su boca se abrÃ*a en el espasmo del coito.
El sacerdote se contuvo e hizo una breve pausa. Los latidos de su enorme miembro anunciaban suficientemente el estado en que el mismo se encontraba, y querÃ*a prolongar su placer hasta el máximo.
Bella comprimió el terrible dardo introducido hasta lo más intimo de su persona, y sintió crecer y endurecerse todavÃ*a más, en tanto que su enrojecida cabeza presionaba su juvenil matriz.
Casi inmediatamente después su pesado amante, incapaz de controlarse por más tiempo, sucumbió a la intensidad de las sensaciones, y dejó escapar el torrente de su viscoso lÃ*quido.
—¡Oh, viene de vos! —gritó la excitada muchacha—. Lo siento a chorros. ¡Oh, dadme ....... más! ¡Derramadlo en mi interior.., empujad más, no me compadezcáis. . .! ¡Oh, otro chorro! ¡Empujad! –Desgarradme si queréis, pero dadme toda vuestra leche!
Antes hablé de la cantidad de semen que el padre Ambrosio era capaz de derramar, pero en esta ocasión se excedió a sÃ* mismo. HabÃ*a estado almacenado por espacio de una semana, y Bella recibÃ*a en aquellos momentos una corriente tan tremenda, que aquella descarga parecÃ*a más bien emitida por una jeringa, que la eyaculación de los órganos genitales de un hombre.
Al fin Ambrosio desmontó de su cabalgadura, y cuando Bella se puso de pie nuevamente sintió deslizarse una corriente de lÃ*quido pegajoso que descendÃ*a por sus rollizos muslos.
Apenas se habÃ*a separado el padre Ambrosio cuando se abrió la puerta que conducÃ*a a la iglesia, y aparecieron en el portal otros dos sacerdotes. El disimulo resultaba imposible.
—Ambrosio —exclamó el de más edad de los dos, un hombre que andarÃ*a entre los treinta y los cuarenta años—. Esto va en contra de las normas y privilegios de nuestra orden, que disponen que toda clase de juegos han de practicarse en común.
—Tomadla entonces —refunfuñó el aludido—. TodavÃ*a no es demasiado tarde. Iba a comunicaros lo que habÃ*a conseguido cuando...
—. . . cuando la deliciosa tentación de esta rosa fue demasiado fuerte para ti, amigo nuestro —interrumpió el otro, apoderándose de la atónita Bella al tiempo que hablaba, e introduciendo su enorme mano debajo de sus vestimentas para tentar los suaves muslos de ella.
—Lo he visto todo al través del ojo de la cerradura —susurró el bruto a su oÃ*do—. No tienes nada qué temer; únicamente queremos hacer lo mismo contigo.
Bella recordó las condiciones en que se le habÃ*a ofrecido consuelo en la iglesia, y supuso que ello formaba parte de sus nuevas obligaciones. Por lo tanto permaneció en los brazos del recién llegado sin oponer resistencia.
En el Ã*nterin su compañero habÃ*a pasado su fuerte brazo en torno a la cintura de Bella, y cubrÃ*a de besos las mejillas de ésta.
Ambrosio lo contemplaba todo estupefacto y confundido.
AsÃ* fue como la jovencita se encontró entre dos fuegos, por no decir nada de la desbordante pasión de su posesor original. En vano miraba a uno y después a otro en demanda de respiro, o de algún medio de escapar del predicamento en que se encontraba.
A pesar de que estaba completamente resignada al papel al que la habÃ*a reducido el astuto padre Ambrosio, se sentÃ*a en aquellos momentos invadida por un poderoso sentimiento de debilidad y de miedo hacia los nuevos asaltantes.
Bella no leÃ*a en la mirada de los nuevos intrusos más que deseo rabioso, en tanto que la impasibilidad de Ambrosio la hacÃ*a perder cualquier esperanza de que el mismo fuera a ofrecer la menor resistencia.
Entre los dos hombres la tenÃ*an emparedada, y en tanto que el que habló primero deslizaba su mano hasta su rosada vulva, el otro no perdió tiempo en posesionarse de los redondeados cachetes de sus nalgas.
Entrambos, a Bella le era imposible resistir.
—Aguardad un momento —dijo al cabo Ambrosio—. SÃ* tenéis prisa por poseerla cuando menos desnudadla sin estropear su vestimenta, como al parecer pretendéis hacerlo.
—Desnúdate, Bella —siguió diciendo—. Según parece, todos tenemos que compartirte, de manera que disponte a ser instrumento voluntario de nuestros deseos comunes. En nuestro convento se encuentran otros cofrades no menos exigentes que yo, y tu tarea no será en modo alguno una sinecura, asÃ* que será mejor que recuerdes en todo momento los privilegios que estás destinada a cumplir, y te dispongas a aliviar a estos santos varones de los apremiantes deseos que ahora ya sabes cómo suavizar.
AsÃ* planteado el asunto, no quedaba alternativa.
Bella quedó de pÃ*e, desnuda ante los tres vigorosos sacerdotes, y levantó un murmullo general de admiración cuando en aquel estado se adelantó hacÃ*a ellos.
Tan pronto como el que habÃ*a llevado la voz cantante de los recién llegados —el cual, evidentemente, parecÃ*a ser el Superior de los tres— advirtió la hermosa desnudez que estaba ante su ardiente mirada, sin dudarlo un instante abrió su sotana para poner en libertad un largo y anchuroso miembro, tomó en sus brazos a la muchacha, la puso de espaldas sobre el gran cofre acojinado, brincó sobre ella, se colocó entre sus lindos muslos, y apuntando rápidamente la cabeza de su rabioso campeón hacia el suave orificio de ella, empujó hacia adelante para hundirlo por completo hasta los testÃ*culos.
Bella dejó escapar un pequeño grito de éxtasis al sentirse empalada por aquella nueva y poderosa arma.
Para el hombre la posesión entera de la hermosa muchacha suponÃ*a un momento extático, y la sensación de que su erecto pene estaba totalmente enterrado en el cuerpo de ella le producÃ*a una emoción inefable. No creyó poder penetrar tan rápidamente en sus jóvenes partes, pues no habÃ*a tomado en cuenta la lubricación producida por el flujo de semen que ya habÃ*a recibido.
El Superior, no obstante, no le dio oportunidad de reflexionar, pues dióse a atacar con tanta energÃ*a, que sus poderosas embestidas desde largo produjeron pleno efecto en su cálido temperamento, y provocaron casi de inmediato la dulce emisión.
Esto fue demasiado para el disoluto sacerdote. Ya firmemente encajado en la estrecha hendidura, que te quedaba tan ajustada como un guante, tan luego como sintió la cálida emisión dejó escapar un fuerte gruñido y descargó con furia.
Bella disfrutó el torrente de lujuria de aquel hombre, y abriendo las piernas cuanto pudo lo recibió en lo más hondo de sus entrañas, permitiéndole que saciara su lujuria arrojando las descargas de su impetuosa naturaleza.
Los sentimientos lascivos más fuertes de Bella se reavivaron con este segundo y firme ataque contra su persona, y su excitable naturaleza recibió con exquisito agrado la abundancia de lÃ*quido que el membrudo campeón habÃ*a derramado en su interior. Pero, por salaz que fuera, la jovencita se sentÃ*a exhausta por esta continua corriente, y por ello recibió con desmayo al segundo de los intrusos que se disponÃ*a a ocupar el puesto recién abandonado por el superior.
Pero Bella quedó atónita ante las proporciones del falo que el sacerdote ofrecÃ*a ante ella. Aún no habÃ*a acabado de quitarse la ropa, y ya surgÃ*a de su parte delantera un erecto miembro ante cuyo tamaño hasta el padre Ambrosio tenÃ*a que ceder el paso.
De entre los rizos de rojo pelo emergÃ*a la blanca columna de carne, coronada por una brillante cabeza colorada, cuyo orificio parecÃ*a constreñido para evitar una prematura expulsión de jugos.
Dos grandes y peludas bolas colgaban de su base, y completaban un cuadro a la vista del cual comenzó a hervir de nuevo la sangre de Bella, cuyo juvenil espÃ*ritu se aprestó a librar un nuevo y desproporcionado combate.
—¡Oh, padrecito ¡ ¿Cómo podré jamás albergar tamaña cosa dentro de mi personita? —Preguntó acongojada—. ¿Cómo me será posible soportarlo una vez que esté dentro de mÃ*? Temo que me va a dañar terriblemente.
—Tendré mucho cuidado, hija mÃ*a. Iré despacio. Ahora estás bien preparada por los jugos de los santos varones que tuvieron la buena fortuna de precederme.
Bella tentó el gigantesco pene.
El sacerdote era endiabladamente feo, bajo y obeso, pero sus espaldas parecÃ*an las de un Hércules.
La muchacha estaba poseÃ*da por una especie de locura erótica. La fealdad de aquel hombre sólo servÃ*a para acentuar su deseo sensual. Sus manos no bastaban para abarcar todo el grosor del miembro. Sin embargo, no lo soltaba; lo presionaba y le dispensaba inconscientemente caricias que incrementaban su rigidez. ParecÃ*a una barra de acero entre sus suaves manos.
Un momento después el tercer asaltante estaba encima de ella, y la joven, casi tan excitada como el padre, luchaba por empalarse con aquella terrible arma.
Durante algunos minutos la proeza pareció imposible, no obstante la buena lubricación que ella habÃ*a recibido con las anteriores inundaciones de su vaina.
Al cabo, con una furiosa embestida, introdujo la enorme cabeza y Bella lanzó un grito de dolor. Otra arremetida y otra más; el infeliz bruto, ciego a todo lo que no fuera darse satisfacción, seguÃ*a penetrando.
Bella gritaba de angustia, y hacÃ*a esfuerzos sobrehumanos por deshacerse del salvaje atacante.
Otra arremetida, otro grito de la vÃ*ctima, y el sacerdote penetró hasta lo más profundo en su interior.
Bella se habÃ*a desmayado.
Los dos espectadores de este monstruoso acto de corrupción parecieron en un principio estar prestos a intervenir, pero al propio tiempo daban la impresión de experimentar un cruel placer al presenciar aquel espectáculo. Y ciertamente asÃ* era, como lo evidenciaron después sus lascivos movimientos y el interés que pusieron en observar el más minucioso de los detalles.
Correré un velo sobre las escenas de lujuria que siguieron, sobre los estremecimientos de aquel salvaje a medida que, seguro de estar en posesión de la persona de la joven y bella muchacha, prolongó lentamente su gocé hasta que su enorme y férvida descarga puso fin a aquel éxtasis, y cedió el paso a un intervalo para devolver la vida a la pobre muchacha.
El fornido padre habÃ*a descargado por dos veces en su interior antes de retirar su largo y vaporoso miembro, y el volumen de semen expelido fue tal, que cayó con ruido acompasado hasta formar un charco sobre el suelo de madera.
Cuando por fin Bella se recobró lo bastante para poder moverse, pudo hacerse el lavado que los abundantes derrames en sus delicadas partes hacÃ*an del todo necesario.
CapÃ*tulo IV
SE SACARON ALGUNAS BOTELLAS DE VINO, de una cosecha rara y añeja, y bajo su poderosa influencia Bella fue recobrando poco a poco su fortaleza.
Transcurrida una hora, los tres curas consideraron que habÃ*a tenido tiempo bastante para recuperarse, y comenzaron de nuevo a presentar sÃ*ntomas de que deseaban volver a gozar de su persona.
Excitada tanto por los efectos del vino como por la vista y el contacto con sus lascivos compañeros, la jovencita comenzó a extraer de debajo las sotanas los miembros de los tres curas. los cuales estaban evidentemente divertidos con la escena, puesto que no daban muestra alguna de recato.
En menos de un minuto Bella tuvo a la vista los tres grandes y enhiestos objetos. Los besó y jugueteó con ellos, aspirando la rara fragancia que emanaba de cada uno, y manoseando aquellos enardecidos dardos con toda el ansia de una consumada Chipriota.
—Déjanos poderte —exclamó piadosamente el Superior, cuyo pene se encontraba en aquellos momentos en los labios de Bella.
—Amén —cantó Ambrosio.
El tercer eclesiástico permaneció silencioso, pero su enorme artefacto amenazaba al cielo.
Bella fue invitada a escoger su primer asaltante en esta segunda vuelta. Eligió a Ambrosio, pero el Superior interfirió.
Entretanto, aseguradas las puertas, los tres sacerdotes se desnudaron, ofreciendo asÃ* a la mirada de Bella tres vigorosos campeones en la plenitud de la vida, armado cada uno de ellos con un membrudo dardo que, una vez más, surgÃ*a enhiesto de su parte frontal, y que oscilaba amenazante.
—¡Uf! ;Vaya monstruos! —exclamó la jovencita, cuya vergüenza no le impedÃ*a ir tentando, alternativamente, cada uno de aquellos temibles aparatos.
A continuación la sentaron en el borde de la mesa, y uno tras otro succionaron sus partes nobles, describiendo cÃ*rculos con sus cálidas lenguas en torno a la húmeda hendidura colorada. en la que poco antes habÃ*an apaciguado su lujuria. Bella se abandonó complacida a este juego, y abrió sus piernas cuanto pudo para agradecerlo.
—Sugiero que nos lo chupe uno tras otro —propuso el Superior.
—Bien dicho —corroboró el padre Clemente, el pelirrojo de temible erección—. Pero hasta el final. Yo quiero poseerla una vez mas.
—De ninguna manera, Clemente —dijo el Superior—. Ya lo hiciste dos veces; ahora tienes que pasar a través de su garganta, o conformarte con nada.
Bella no querÃ*a en modo alguno verse sometida a otro ataque de parte de Clemente, por lo cual cortó la conversación por lo sano asiendo su voluminoso miembro, e introduciendo lo más que pudo de él entre sus lindos labios.
La muchacha succionaba suavemente hacia arriba y hacia abajo de la azulada nuez, haciendo pausas de vez en cuando para contener lo más posible en el interior de sus húmedos labios. Sus lindas manos se cerraban alrededor del largo y voluminoso dardo, y lo agarraban en un trémulo abrazo, mientras ella contemplaba cómo el monstruoso pene se endurecÃ*a cada vez más por efecto de las intensas sensaciones transmitidas por medio de sus toques.
No tardó Clemente ni cinco minutos en empezar a lanzar aullidos que más se asemejaban a los lamentos de una bestia salvaje que a las exclamaciones surgidas de pulmones humanos, para acabar expeliendo semen en grandes cantidades a través de la garganta de la muchacha.
Bella retiró la piel del dardo para facilitar la emisión del chorro basta la última gota.
El fluido de Clemente era tan espeso y cálido como abundante. y chorro tras chorro derramó todo el lÃ*quido en la boca de ella.
Bella se lo tragó todo.
—He aquÃ* una nueva experiencia sobre la que tengo que instruirte, hija mÃ*a —dijo el Superior cuando, a continuación, Bella aplicó sus dulces labios a su ardiente miembro.
—Hallarás en ella mayor motivo de dolor que de placer, pero los caminos de Venus son difÃ*ciles, y tienen que ser aprendidos y gozados gradualmente.
—Me someteré a todas las pruebas, padrecito —replicó la muchacha—. Ahora ya tengo una idea más clara de mis deberes, y sé que soy una de las elegidas para aliviar los deseos de los buenos padres.
—AsÃ* es, bija mÃ*a, y recibes por anticipado la bendición del cielo citando obedeces nuestros más insignificantes deseos, y te sometes a todas nuestras indicaciones, por extrañas e irregulares que parezcan.
Dicho esto, tomó a la muchacha entre sus robustos brazos y la llevó una vez más al cofre acojinado, colocándola de cara a él, de manera que dejara expuestas sus desnudas y hermosas nalgas a los tres santos varones.
Seguidamente, colocándose entre los muslos de su vÃ*ctima, apuntó la cabeza de su tieso miembro hacÃ*a el pequeño orificio situado entre las rotundas nalgas de Bella, y empujando su bien lubricada arma poco a poco comenzó a penetrar en su orificio, de manera novedosa y antinatural.
—¡Oh, Dios! —gritó Bella—. No es ése el camino. Las–....... ¡Por favor...! ¡Oh, por favor...! ¡Ah...! ¡Tened piedad! ¡Oh, compadeceos de mÃ*! . . . ¡Madre santa! . . . ¡Me muero!
Esta última exclamación le fue arrancada por una repentina y vigorosa embestida del Superior, la que provocó la introducción de su miembro de semental hasta la raÃ*z. Bella sintió que se habÃ*a metido en el interior de su cuerpo hasta los testÃ*culos.
Pasando su fuerte brazo en torno a sus caderas, se apretó Contra su dorso, y comenzó a restregarse contra sus nalgas con el miembro insertado tan adentro del recto de ella como le era posible penetrar. Las palpitaciones de placer se hacÃ*an sentir a todo lo largo del henchido miembro y, Bella, mordiéndose los labios, aguardaba los movimientos del macho que bien sabÃ*a iban a comenzar para llevar su placer hasta el máximo.
Los otros dos sacerdotes vejan aquello con envidiosa lujuria, mientras iniciaban una lenta masturbación.
El Superior, enloquecido de placer por la estrechez de aquella nueva y deliciosa vaina, accioné en torno a las nalgas de Bella hasta que, con una embestida final, llenó sus entrañas con una cálida descarga. Después, al tiempo que extraÃ*a del cuerpo de ella, su miembro, todavÃ*a erecto y vaporizante, declaré que habÃ*a abierto una nueva ruta para el placer, y recomendó al padre Ambrosio que la aprovechara.
Ambrosio, cuyos sentimientos en aquellos momentos deben ser mejor imaginados que descritos, ardÃ*a de deseo.
El espectáculo del placer que habÃ*an experimentado sus cofrades le habÃ*a provocado gradualmente un estado de excitación erótica que exigÃ*a perentoria satisfacción.
—De acuerdo —grité—. Me introduciré por el templo de Sodoma, mientras tú llenarás con tu robusto centinela el de Venus.
—Di mejor que con placer legÃ*timo —repuso el Superior con una mueca sarcástica—. Sea como dices. Me placerá disfrutar nuevamente esta estrecha hendidura.
Bella yacÃ*a todavÃ*a sobre su vientre, encima del lecho improvisado, con sus redondeces posteriores totalmente expuestas, más muerta que viva como consecuencia del brutal ataque que acababa de sufrir. Ni una sola gota del semen que con tanta abundancia habÃ*a sido derramado en su oscuro nicho habÃ*a salido del mismo, pero por debajo su raja destilaba todavÃ*a la mezcla de las emisiones de ambos sacerdotes.
Ambrosio la sujeté. Colocada a través de los muslos del Superior, Bella se encontré con el llamado del todavÃ*a vigoroso miembro contra su colorada vulva. Lentamente lo guié hacia su interior, hundiéndose sobre él. Al fin entré totalmente, basta la raÃ*z.
Pero en ese momento el vigoroso Superior pasó sus brazos en torno a su cintura, para atraerla sobre sÃ* y dejar sus amplias y deliciosas nalgas frente al ansioso miembro de Ambrosio, que se encaminó directamente hacÃ*a la ya bien humedecida abertura entre las dos lomas.
Hubo que vencer las mil dificultades que se presentaron, pero al cabo el lascivo Ambrosio se sintió enterrado dentro de las entrañas de su vÃ*ctima.
Lentamente comenzó a moverse hacia atrás y hacia adelante del bien lubricado canal. Retardé lo más posible su desahogo. y pudo asÃ* gozar de las vigorosas arremetidas con que el Superior embestÃ*a a Bella por delante.
De pronto, exhalando un profundo suspiro, el Superior llegó al final, y Bella sintió su sexo rápidamente invadido por la leche.
No pudo resistir más y se vino abundantemente, mezclándose su derrame con los de sus asaltantes.
Ambrosio, empero, no habÃ*a malgastado todos sus recursos, y seguÃ*a manteniendo a la linda muchacha fuertemente empalada.
Clemente no pudo resistir la oportunidad que le ofrecÃ*a el hecho de que el Superior se hubiera retirado para asearse, y se lanzó sobre el regazo de Bella para conseguir casi enseguida penetrar en su interior, ahora liberalmente bañado de viscosos residuos.
Con todo y lo enorme que era el monstruo del pelirrojo, Bella encontré la manera de recibirlo y durante unos cuantos de los minutos que siguieron no se oyó otra cosa que los suspiros y los voluptuosos quejidos de los combatientes.
En un momento dado sus movimientos se hicieron más agitados. Bella sentÃ*a como que cada momento era su último instante. El enorme miembro de Ambrosio estaba insertado en su conducto posterior hasta los testÃ*culos, mientras que el gigantesco tronco de Clemente echaba espuma de nuevo en el interior de su vagina.
La joven era sostenida por los dos hombres, con los pies bien levantados del suelo, y sustentada por la presión, ora del (rente, ora de atrás, como resultado de las embestidas con que los sacerdotes introducÃ*an sus excitados miembros por sus respectivos orificios.
Cuando Bella estaba a punto de perder el conocimiento, advirtió por el jadeo y la tremenda rigidez del bruto que tenÃ*a delante, que éste estaba a punto de descargar, y unos momentos después sintió la cálida inyección de flujo que el gigantesco pene enviaba en viscosos chorros.
—¡Ah...! ¡Me vengo! —gritó Clemente, y diciendo esto inundó el interior de Bella, con gran deleite de parte de ésta.
—¡A mÃ* también me llega! —gritó Ambrosio, alojando más adentro su poderoso miembro, al tiempo que lanzaba un chorro de leche dentro de los intestinos de Bella.
AsÃ* siguieron ambos vomitando el prolÃ*fico contenido de sus cuerpos en el interior del de Bella, a la que proporcionaron con esta doble sensación un verdadero diluvio de goces.
Cualquiera puede comprender que una pulga de inteligencia mediana tenÃ*a que estar ya asqueada de espectáculos tan desagradables como los que presencié y que creÃ* era mi deber revelarlos. Pero ciertos sentimientos de amistad y de simpatÃ*a por la joven Bella me impulsaron a permanecer aún en su compañÃ*a.
Los sucesos vinieron a darme la razón y, como veremos mas tarde, determinaron mis movimientos en el futuro.
No habÃ*an transcurrido más de tres dÃ*as cuando la joven, a petición de ellos, se reunió con los tres sacerdotes en el mismo lugar.
En esta oportunidad Bella habÃ*a puesto mucha atención en su “toiletteâ€�, y como resultado de ello aparecÃ*a más atractiva que nunca, vestida con sedas preciosas, ajustadas botas de cabritilla, y unos guantes pequeñÃ*simos que hacÃ*an magnÃ*fico juego con el resto de las vestimentas.
Los tres hombres quedaron arrobados a la vista de su persona, y la recibieron tan calurosamente, que pronto su sangre juvenil le afluyó a] rostro, inflamándolo de deseo.
Se aseguró la puerta de inmediato, y enseguida cayeron al suelo los paños menores de Ion sacerdotes, y Bella se vio rodeada por el trÃ*o y sometida a las más diversas caricias, al tiempo que contemplaba sus miembros desvergonzadamente desnudos y amenazadores.
El Superior fue el primero en adelantarse con intención de gozar de Bella.
Colocándose descaradamente frente a ella la tomó en sus brazos, y cubrió de cálidos besos sus labios y su rostro.
Bella estaba tan excitada como él.
Accediendo a su deseo, la muchacha se despojó de sus prendas interiores, conservando puestos su exquisito vestido,
sus medias de seda y sus lindos zapatitos de cabritilla. AsÃ* se ofreció a la admiración y al lascivo manoseo de los padres.
No pasó mucho antes de que el Superior, sumiéndose deliciosamente sobre su reclinada figura, se entregara por completo a sus juveniles encantos, y se diera a calar la estrecha hendidura, con resultados evidentemente satisfactorios.
Empujando, prensando, restregándose contra ella, el Superior inició deliciosos movimientos, que dieron como resultado despertar tanto su susceptibilidad como la de su compañera. Lo revelaba su pene, cada vez más duro y de mayor tamaño.
—¡Empuja! Oh, empuja más hondo! —murmuró Bella.
Entretanto Ambrosio y Clemente, cuyo deseo no admitÃ*a espera, trataron de apoderarse de alguna parte de la muchacha.
Clemente puso su enorme miembro en la dulce mano de ella, y Ambrosio, sin acobardarse, trepó sobre el cofre y llevó la punta de su voluminoso pene a sus delicados labios.
Al cabo de un momento el Superior dejó de asumir su lasciva posición.
Bella se alzó sobre el canto del cofre. Ante ella se encontraban los tres hombres, cada uno de ellos con el miembro erecto, presentando armas. La cabeza del enorme aparato de Clemente estaba casi volteada contra su craso vientre.
El vestido de Bella estaba recogido hasta su cintura, dejando expuestas sus piernas y muslos, y entre éstos la rosada y lujuriosa fisura, en aquellos momentos enrojecida y excitada por los rápidos movimientos de entrada y salida del miembro del Superior.
—¡Un momento! —ordenó éste—. Vamos a poner orden en nuestros goces. Esta hermosa muchacha nos tiene que dar satisfacción a los tres: por lo tanto es menester que regulemos nuestros placeres permitiéndole que pueda soportar los ataques que desencadenemos. Por mi parte no me importa ser el primero o el segundo, pero como Ambrosio se viene como un asno, y llena de humo todas las regiones donde penetra, propongo pasar yo por delante. Desde luego, Clemente deberÃ*a ocupar el tercer lugar, ya que con su enorme miembro puede partir en dos a la muchacha, y echaremos a perder nuestro juego.
—La vez anterior yo fui el tercero —exclamó Clemente—. No veo razón alguna para que sea yo siempre el último. Reclamo el segundo lugar.
—Está bien, asÃ* será —declaró el Superior—. Tú, Ambrosio, compartirás un nido resbaladizo.
—No estoy conforme —replicó el decidido eclesiástico....... Si tú vas por delante, y Clemente tiene que ser el segundo, pasando por delante de mÃ*, yo atacaré la retaguardia, y asÃ* verteré mi ofrenda por otra vÃ*a.
—¡Hacerlo como os plazca! —gritó Bella—. Lo aguantaré todo; pero, padrecitos, daos prisa en comenzar.
Una vez más el Superior introdujo su arma, inserción que Bella recibió con todo agrado. Lo abrazó, se apretó contra él, y recibió los chorros de su eyaculación con verdadera pasión extática de su parte.
Seguidamente se presentó Clemente. Su monstruoso instrumento se encontraba ya entre las rollizas piernas de la joven Bella. La desproporción resultaba evidente, pero el cura era tan fuerte y lujurioso como enorme en su tamaño, y tras de varias tentativas violentas e infructuosas, consiguió introducir–se. y comenzó a profundizar en las partes de ella con su miembro de mulo.
No es posible dar una idea de la forma en que las terribles proporciones del pene de aquel hombre excitaban la lasciva imaginación de Bella, como vano serÃ*a también intentar describir la frenética pasión que le despertaba el sentirse ensartada y distendida por el inmenso órgano genital del padre Clemente.
Después de una lucha que se llevó diez minutos completos, Bella acabó por recibir aquella ingente masa hasta los testÃ*culos, que se comprimÃ*an contra su ano.
Bella se abrió de piernas lo más posible, y le permitió al bruto que gozara a su antojo de sus encantos.
Clemente no se mostraba ansioso por terminar con su deleite, y tardó un cuarto de hora en poner fin a su goce por medio de dos violentas descargas.
Bella las recibió con profundas muestras de deleite, y mezcló una copiosa emisión de su parte con los espesos derrames del lujurioso padre.
Apenas habÃ*a retirado Clemente su monstruoso miembro del interior de Bella, cuando ésta cayó en los también poderosos brazos de Ambrosio,
De acuerdo con lo que habÃ*a manifestado anteriormente, Ambrosio dirigió su ataque a las nalgas, y con bárbara violencia introdujo la palpitante cabeza de su instrumento entre los tiernos pliegues del orificio trasero.
En vano batallaba para poder alojarlo. La ancha cabeza de su arma era rechazada a cada nuevo asalto, no obstante la brutal lujuria con que trataba de introducirse, y el inconveniente que representaba el que se encontraban de pie.
Pero Ambrosio no era fácil de derrotar. Lo intentó una y otra vez, hasta que en uno de sus ataques consiguió alojar la punta del pene en el delicioso orificio.
Una vigorosa sacudida consiguió hacerlo penetrar unos cuantos centÃ*metros más, y de una sola embestida el lascivo sacerdote consiguió enterrarlo hasta los testÃ*culos.
Las hermosas nalgas de Bella ejercÃ*an un especial atractivo sobre el lascivo sacerdote. Una vez que hubo logrado la penetración gracias a sus brutales esfuerzos, se sintió excitado en grado extremo, Empujó el largo y grueso miembro hacia adentro con verdadero éxtasis, sin importarle el dolor que provocaba con la dilatación, con tal de poder experimentar la delicia que le causaban las contracciones de las delicadas y juveniles partes Ã*ntimas de ella.
Bella lanzó un grito aterrador al sentirse empalada por el tieso miembro de su brutal violador, y empezó una desesperada lucha por escapar, pero Ambrosio la retuvo, pasando sus forzudos brazos en torno a su breve cintura, y consiguió mantenerse en el interior del febricitante cuerpo de Bella, sin cejar en su esfuerzo invasor.
Paso a paso, empeñada en esta lucha, la jovencita cruzó toda la estancia, sin que Ambrosio dejara de tenerla empalada por detrás.
Como es lógico. este lascivo espectáculo tenÃ*a que surtir efecto en los espectadores. Un estallido de risas surgió de las gargantas de éstos, que comenzaron a aplaudir el vigor de su compañero, cuyo rostro, rojo y contraÃ*do, testimoniaba ampliamente sus placenteras emociones.
Pero el espectáculo despertó. además de la hilaridad, los deseos de los dos testigos. cuyos miembros comenzaron a dar muestras de que en modo alguno se consideraban satisfechos.
En su caminata, Bella habÃ*a llegado cerca del Superior, el cual la tomó en sus brazos, circunstancias que aprovechó Ambrosio para comenzar a mover su miembro dentro de las entrañas de ella, cuyo intenso calor le proporcionaba el mayor de los deleites.
La posición en que se encontraban ponÃ*a los encantos naturales de Bella a la altura de los labios del Superior, el cual instantáneamente los pegó a aquellos, dándose a succionar en la húmeda rendija.
Pero la excitación provocada de esta manera exigÃ*a un disfrute más sólido, por lo que, tirando de la muchacha para que se arrodillará, al mismo tiempo que él tomaba asiento en su silla, puso en libertad a su ardiente miembro, y lo introdujo rápidamente dentro del suave vientre de ella.
AsÃ*, Bella se encontró de nuevo entre dos fuegos, y las fieras embestidas del padre Ambrosio por la retaguardia se vieron complementadas con los tórridos esfuerzos del padre Superior en otra dirección.
Ambos nadaban en un mar de deleites sensuales: ambos se entregaban de lleno en las deliciosas sensaciones que experimentaban, mientras que su vÃ*ctima, perforada por delante y por detrás por sus engrosados miembros, tenÃ*a que soportar de la mejor manera posible sus excitados movimientos.
Pero todavÃ*a le aguardaba a la hermosa otra prueba de fuego, pues no bien el vigoroso Clemente pudo atestiguar la estrecha conjunción de sus compañeros, se sintió inflamado por la pasión, se montó en la silla por detrás del Superior, y tomando la cabeza de la pobre Bella depositó su ardiente arma en sus rosados labios. Después avanzando su punta, en cuya estrecha apertura se apercibÃ*an ya prematuras gotas, la introdujo en la linda boca de la muchacha, mientras hacÃ*a goce con su suave mano le frotara el duro y largo tronco.
Entretanto Ambrosio sintió en el suyo los efectos del miembro introducido por delante por el Superior, mientras que el de éste, igualmente excitado por la acción trasera del padre, sentÃ*a aproximarse los espasmos que acompañan a la eyaculación.
Empero, Clemente fue el primero en descargar, y arrojó un abundante chaparrón en la garganta de la pequeña Bella.
Le siguió Ambrosio, que, echándose sobre sus espaldas, lanzó un torrente de leche en sus intestinos, al propio tiempo que el Superior inundaba su matriz.
AsÃ* rodeada, Bella recibió la descarga unida de los tres vigorosos sacerdotes.