jaimefrafer
Pajillero
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MEMORIAS
DE UNA
PRINCESA
RUSA
Primera parte
Lo que sigue es un resumen del diario que llevaba, de manera circunstancial y
detallada, la distinguida persona de cuya historia Ã*ntima trata. Aunque se verifica
cotidianamente, es curioso que -por necesario que parezca ocultar nuestros defectos y
debilidades a la vista de otros- a menudo se descubre que un relato completo de
nuestras acciones y nuestra conducta -escrito por la propia mano, inmutable e
innegable- permanece en forma de diario Ã*ntimo: en un registro de hechos, fantasÃ*as y
emociones que siempre tendrÃ*amos que haber estado ansiosos, y lo estábamos, por
enterrar en el olvido. Hay alguna camaraderÃ*a en la mera comunión de la pluma y el
papel? ¿Se alivian en cierta medida los pensamientos egoÃ*stas y acciones secretas
confiándolas al papel bajo la forma de un diario? Un diario que, naturalmente, será
destruido -¡siempre será destruido!-, cela va sans dire. ¿No ocurre que un algo secreto,
afÃ*n al orgullo y la satisfacción, brota en el individuo en el mismo devilment, e inspira
la sensación de que es una pena que no quede constancia de tanta astucia, de una
gratificación bien ganada, aunque sólo sea para nuestro uso futuro... y que luego será
entregado a las llamas? ¿Cuántos conocimientos debe el mundo a los diarios Ã*ntimos, y
cuántos de éstos estaban destinados a ver la luz? Esa serÃ*a una cuestión interesante
para analizar, aunque no es la que nos ocupa de momento. Baste decir que la
distinguida e influyente persona, de cuyas copiosas notas privadas he entresacado
audazmente lo que sigue, ya no existe, y que su diario Ã*ntimo, con otros documentos y
efectos familiares, quedó bajo la custodia del bibliotecario de uno de los Depósitos del
Patrimonio Ruso del gobierno de ***, cuyos raros manuscritos y papeles
meticulosamente reunidos he sido autorizado a estudiar.
El perÃ*odo en que ocurrieron los acontecimientos de que me ocupo fue el posterior al
final del reinado de Catalina B, mientras su hijo Pablo, tras suceder a la disoluta
soberana, permitÃ*a que su corte, ya contaminada por el descarado libertinaje de su
madre, se revolcara en los vicios sin restricciones que ella habÃ*a inculcado, y que
continuara --siguiendo su propio ejemplo y estÃ*mulo- la inmoralidad desenfrenada de
sus nobles; concretamente, los años 1796 y 1797.
Si el lector desea conocer sintetizadas en pocas palabras las costumbres de.la corte
rusa durante el reinado de Catalina II, puede leer el siguiente párrafo de un historiador
imparcial:
< No creemos que la historia de ningún otro pueblo presente, en los tiempos
modernos, una imagen de inmoralidad más completa y más odio sa que la del pueblo
ruso bajo el reinado de la notoria Catalina. Ni las abominaciones de un Tiberio, ni las
depravaciones de un Heliogábalo, ni las impuras tradiciones de la degenerada y
degradada Roma, sobrecogen con mayor asombro».
< San Petersburgo se habÃ*a convertido en una segunda Babilonia... sÃ*, diez mil veces
peor que Babilonia en los desenfrenados excesos en que sus habitantes de todas clases
-corte, nobleza y pueblo- se sumieron y se entregaron», escribe otro comentarista,
«instigados por el fatal ejemplo de la tan lisonjeada pero desvergonzada zarina.»
Estos eran los tiempos en que floreció la joven . dama rusa de quien trata este relato, y
cuyo diario he anotado, y cuyo début tuvo lugar en una sociedad del todo corrupta,
cuyas costumbres y ejemplos habrÃ*an sido peligrosos por sÃ* solos, aunque no hubiesen
estado ya en la joven esos fatales gérmenes de carácter y temperamento que por sÃ*
solos la habrÃ*an llevado a una vida impura, aun sin el estÃ*mulo del ejemplo
circundante.
La princesa Vávara Softa, hija única del prÃ*ncipe Demetri ***, uno de los boyardos
más grandes y ricos del imperio, tenÃ*a apenas poco más de catorce años cuando se
ganó como débutante la admiración de la sociedad por su belleza y el raro encanto de
su manera de ser. Su madre habÃ*a muerto al darla a luz. No debe olvidarse que en
Rusia una niña de catorce años está tan adelantada como una mujer inglesa cuatro años
mayor. La educación de esa jovencita habÃ*a sido más amplia de lo habitual: era una
consumada poliglota, desde la cuna le habÃ*an enseñado a expresarse fluidamente en
alemán, francés e inglés; y una parisina, brillante aunque cuestionable modelo de
distinción, habÃ*a agregado el toque de gracia en todas las elegantes trivialidades que
dan el acabado para destacar en el grand monde.
Es fácil llegar a la conclusión de que, en semejante sociedad, la distinción -sumada a
los logros y a la extraordinaria belleza de la joven princesa- no tardó en atraer sobre
ella las murmuraciones llenas de envidia y denigración. Desconozco hasta qué punto,
en esa. época de su vida, ella habÃ*a contribuido a merecer los rumores que empezaban
a circular sobre su temperamento apasionado, su inclinación por el placer e incluso
sobre sus irregularidades. No era probable que escapara a ello una beldad mimada,
halagada y querida como la princesa Vávara, pero lo cierto es que el prÃ*ncipe, su
padre, nada sabÃ*a de tales calumnias, y para él era suficiente pensar que su hija -la
heredera de una docena de propiedades y cien mil siervos- era inmaculada par
nécessité, si no por elección.
He obtenido los anteriores pormenores de fuentes en nada relacionadas con el notable
diario mencionado, pues sólo más adelante, tal como ella misma admite, la joven
princesa comenzó sus anotaciones en las páginas cuya copia me proporcionó tan
interesante ocupación. No obstante, he considerado necesarias estas aclaraciones para
explicar el carácter y la posición social de la autora del diario secreto que procedo a
parafrasear en mi narración.
El prÃ*ncipe Demetri estaba a cargo, por favor especial del emperador Pablo, de la
Gobernación Militar de una de las provincias más grandes e importantes del Imperio
ruso, y en condición de tal tenÃ*a prácticamente el poder de la vida y la muerte sobre el
pueblo que gobernaba El prÃ*ncipe era de disposición vivaz y festiva, y, dada su
inmensa riqueza, sus entretenimientos y diversiones eran magnÃ*ficos. AsÃ*, los nobles
de su provincia llevaban una vida despreocupada y alegre, las consignas de su entorno
eran «Vive le badinage! Vive le plaisir! Vive la joie!». A este peligroso torbellino se
vio arrojada la joven princesa, sobre todo porque su padre se encontraba con
frecuencia ausente en San Petersburgo. Al parecer fue durante este perÃ*odo cuando la
princesa Vávara Softa empezó a redactar su diario.
Entre los criados destinados al servicio de la hija de tan ilustre noble, estaba su
doncella personal Proscovia, una jovencita muy poco mayor que su ama y que parece
haber gozado, como suele ocurrir en estos casos, de la confianza plena de la princesa.
El palacio en que residÃ*a el gobernador era un edificio de vasta superficie, incluso
comparado con instituciones de la misma naturaleza en Rusia, y la princesa disponÃ*a
de toda un ala separada. Adjunto a la persona del prÃ*ncipe, actuaba como aire de
campo un joven y apuesto oficial cuyo nombre era Petróvich; por pretencioso que
pueda considerarse, este joven oficial aspiraba al amor de la bella hija del gobernador.
Dicha pretensión no resultó del todo despreciable para la damita, y el aire de campo
encontró los medios -con asistencia de la criada- de entrar por la noche en los
aposentos de la princesa. PoseÃ*da por un temperamento como el suyo, la jovencita no
pudo resistirse, aunque tampoco lo intentó, a su apuesto galán, y por ende no sólo fue
en sus habitaciones, sino en su propia cama y en sus brazos donde satisfizo sus
fervientes instintos y los del ardiente amante. Petróvich, un joven sano y vigoroso de
unos veintitrés años de edad, encontró la forma de complacer todos los deseos de ella
en los brincos amorosos a que se entregaron, mientras la doncella Proscovia, siempre
vigilante, se ocupó de que los vagos y a medias sofocados sonidos expresivos del
placer, o el menor ruido ocasionado por la entrada y salida de él, no despertaran
sospechas. El riesgo era enorme: el knut y Siberia eran el castigo menos severo que
aguardaba al desafortunado Petróvich en caso de que el poco suspicaz gobernador lo
descubriera en tan nefanda transgresión.
En esa época la princesa Vávara estaba en la etapa más deliciosa y con toda
probabilidad más fascinante de su belleza. En pleno desarrollo hacia su condición de
mujer, poseÃ*a atractivos que habÃ*an despertado ya la reiterada observación y
atenciones del mismÃ*simo emperador Pablo. He tenido el privilegio de ver un retrato
de ella que la pinta como una niña de encanto sin par, cuyos hermosos cabellos, tez
deslumbrante y piel marfileña reunÃ*an la perfección de una Hebe de la Antigüedad. Su
forma y su figura armonizaban con el resto de sus perfecciones, en tanto la gracia de
su porte y pose dejaban entrever por sÃ* mismos su noble cuna y linaje. Su carácter,
empero, no era del todo acorde con su estampa. Su temperamento, mimado y desatado,
era porfiado y autoritario, y no dudaba en golpear a los sirvientes con sus propios
puños, ni en dirigirse a ellos con un lenguaje que habrÃ*a dejado atónito a cualquiera
que no estuviese acostumbrado a la autocrática conducta de la poderosa nobleza rusa.
La princesa no toleraba negativas ni demoras, y en su caso desear acaba poseer: para
su naturaleza imperiosa, la satisfacción de un deseo o un capricho sólo era la exigencia
de un derecho, la adjudicación de algo que deseaba y estaba destinado a apropiarse.
La. aventura galante con Petróvich continuó durante un mes sin que ocurriese nada
que provocara alarma, hasta que se produjo una circunstancia que alteró la situación.
Proscovia tenÃ*a un hermano, un conductor de trineo que a menudo habÃ*a visto y
observado a la princesa; a este canalla -un voluminoso y malintencionado individuo,
que ocultaba su auténtica catadura bajo un exterior aparentemente honrado- no se le
habÃ*a pasado por alto cierta intimidad entre el aire de campo y su joven ama cada vez
que creÃ*an que nadie los veÃ*a. Impresionado por esta idea, y resentido desde tiempo
atrás con el galán, Iván trató de sonsacarle más a su hermana Proscovia, y las
respuestas con que ésta intentó desviarlo del tema sólo sirvieron para aumentar sus
sospechas. Vigiló como un gato, y por fin vio introducirse al feliz Petróvich en los
aposentos de la joven princesa bien entrada la noche. Con todas las medidas cautelares
necesarias, Iván logró hacer llegar al prÃ*ncipe una carta anónima cuyo contenido, fuere
cual fuese, bastó para que el potentado hirviera de furia y disgusto. A medias
incrédulo, a medias inclinado a dar crédito a la deshonrosa insinuación transmitida por
medios tan sucios, el prÃ*ncipe Demetri se precipitó a los aposentos de su hija.
Enfrentado a la vigilancia de la criada, se vio obligado a hacer una breve pausa antes
de invadir a toda prisa las habitaciones de la damita. Cuando por fin lo hizo, encontró
a su hija sentada ante una mesa, leyendo tranquilamente, y sólo ansiosa por conocer la
causa de tan inusual visita de su padre. TodavÃ*a incrédulo, el desconcertado prÃ*ncipe
registró las habitaciones, y con el pretexto de la posible existencia de ladrones,
asaltantes y otros intrusos de malas intenciones, registró el ala por los cuatro costados.
Por último, tras una infructuosa búsqueda, se retiró. La princesa, ocupándose antes de
atrancar todas las puertas, procedió a abrir con Procovia el macizo baúl en el que
habÃ*an encerrado al tembloroso aire de campo. Pero Petróvich se habÃ*a sentido al
parecer tan sobrecogido de terror que no podÃ*a moverse; lo tocaron, lo incorporaron,
pero sólo para descubrir que el desgraciado se habÃ*a asfixiado y que se le habÃ*a
extinguido la vida. Cualquier persona corriente habrÃ*a sucumbido de pánico en
semejante situación. ¡Que encontraran muerto al aire de campo del gobernador en los
aposentos de su hija! Impensable. No habÃ*a que perder un solo minuto. La princesa y
su criada reflexionaron. Enseguida Proscovia pensó en su hermano y salió corriendo a
buscarlo. No estaba lejos, por cierto. Entretanto, en lugar de llorar por la pérdida de su
amante, la princesa empezó a Pensar que al fin y al cabo el galán no estaba del todo a
su altura: de hecho, ya empezaba a cansarse de él cuando ocurrió el funesto accidente.
Pronto Proscovia dio con Iván y éste prometió de buena gana por razones personaleshacer
todo lo que estuviera en sus manos para librarlas de tan comprometedora carga.
Buscó sus caballos y su trineo, y condujo el vehÃ*culo sobre la nieve que caÃ*a
rápidamente, alzó el cadáver del desafortunado aire de campo y lo arrojó sobre el
trineo con pocos miramientos. Luego partió en plena noche al rÃ*o helado, cogió un
pico que llevaba consigo y practicó un agujero en el hielo, por el cual hizo descender
el cuerpo del joven Petróvich con una piedra atada a los pies. Luego amontonó la
nieve encima del boquete y dejó el cadáver allÃ* para que fuese devorado por los
grandes esturiones del Volga y con la certidumbre de que la cavidad volverla a
cerrarse con la helada.
La satisfacción de la princesa, al verse tan fácilmente liberada de las consecuencias de
su imprudencia, anuló de inmediato todo sentimiento de pena por la pérdida del
amante; la desaparición de Petróvich se explicó por su supuesta huida a consecuencia
de ciertas deudas de juego que no podÃ*a pagar, y por temor de que ello llegara a oÃ*dos
del gobernador, como por cierto parecÃ*a ser, según quedó confirmado por la
investigación que se llevó a cabo.
Iván pensó entonces en la importancia del secreto que poseÃ*a y en la forma de hacerlo
valer. AsÃ*, una noche se presentó audazmente ante la puerta de los aposentos de la
princesa Vávara y exigió a su hermana que lo llevara a presencia de la hermosa y
joven ama. He de consignar que este Iván, como muchos campesinos rusos criados en
servidumbre, era lúbrico y cruel en alto grado. Además era rapaz, y tan robusto y
ancho de hombros como cualquiera de los mujiks que estaban al servicio del prÃ*ncipe.
El sabÃ*a, naturalmente, qué habÃ*a llevado al desafortunado aire de campo a los
aposentos de la princesa; asÃ* fue como este ser jactancioso se consideró tan bueno
como aquél para dar satisfacción a la princesa, además de contar con ponerle las
manos encima a una buena suma de dinero por su silencio y discreción. En
consecuencia, cuando tuvo frente a sÃ* a la princesa, estas ideas empezaban a rondar por
su mente y exhibió una conducta tan imperturbable que su ama comprendió a primera
vista cuáles eran sus propósitos.
En consecuencia, Iván no rechazó el puñado de billetes de veinte rublos que la bella
jovencita puso en la palma de su mano musculosa, y aceptó la invitación a beber de su
propia petaca de plata llena de coñac. Gradualmente, mientras ella le sonreÃ*a, fue
incrementándose la confianza del individuo, y en concordancia la insolencia de sus
deseos. La princesa era lo bastante inteligente como para juzgarlo acertadamente de un
vistazo.
-Supongo, digna y noble señora, que ahora no tenéis galán -dijo Iván, con un amago de
sonrisa de complicidad.
-No, Iván... ninguno. Y en algunos momentos -agregó la princesa, sonriente- pienso
que debo encontrar otro.
Iván vio su oportunidad y con todo descaro sugirió:
-¿Qué os parece, Excelencia, si os lo busco?
Eso no servirÃ*a de nada, mi buen Iván, porque preferirÃ*a escogerlo personalmente. No
confÃ*o en que lo busque otra persona, por inteligente que sea.
- Será un hombre afortunado! -murmuró Iván.
-Quizás... eso dependerá de él; tiene que ser alto y ancho, fornido y de buena planta, lo
bastante fuerte para arrastrar a un hombre pesado por el hielo, Iván.
_¡Por todos los santos! Yo soy todo eso -sonrió Iván.
-Si asÃ* es, Iván, acércate, durak --«tonto»- y déjame ver con mis propios ojos qué clase
de hombre eres.
Después de estas palabras, la joven princesa hizo señas a Iván para que se despojara de
algunas prendas de su vestimenta, orden que el meritorio no vaciló en obedecer, pues
entendió los ademanes de Vávara.
Tras unos segundos empleados en aflojar cuerdas y hebillas, pues la naturaleza grosera
del siervo ruso carecÃ*a de reservas, Iván dejó caer esas prendas y quedó a medias
expuesta su desnudez a la mirada de la jovencita.
La princesa, cuya naturaleza lasciva se despertó deprisa, en cuanto percibió las
musculosas proporciones de los miembros del mujik se inflamó de deseo, a pesar del
aspecto sucio de aquél y sus vestiduras de campesino confeccionadas con pieles
grasientas. El astuto Iván habÃ*a dejado a la vista lo suficiente para que la procaz
princesa ansiara ver más, y mientras ella lo contemplaba con la respiración acelerada y
las mejillas ardientes, él sintió que los encantos de tan selecto y delicioso bocado,
inspeccionándolo con tal desfachatez, avivaban su apetito carnal hasta un punto casi
irresistible. AsÃ*, las facultades mentales transmitieron rápidamente sus impresiones a
la carne, provocando que desplegara su virilidad de una manera muy simple e
inconfundible.
-Eres un hombre portentoso, Iván, tu enamorada deberÃ*a estar orgullosa de ti, pero al
mismo tiempo eres terrible... Déjame ver de inmediato, durar el instrumento con el que
haces el amor.
Entonces Iván se quitó de buena gana los restantes obstáculos que impedÃ*an que la
princesa lo viera por completo, desnudando las partes secretas de su cuerpo y dando
asÃ* testimonio instantáneo de su disposición y su vigor.
El astuto mujik estaba erecto y sonreÃ*a con desfachatez. En cuanto a la princesa, ésta
se mostró encantada con la exposición, y dada su ignorancia de las proporciones
ocultas bajo el grosero exterior de un rústico, fijó su mirada con asombro y deleite en
lo que él puso de relieve. Iván, que a toda velocidad se estaba volviendo loco de ardor,
apenas podÃ*a contener el ansia de satisfacer sus deseos.
Por fin ella, dejando de lado cualquier consideración pudorosa, le hizo señas de que se
aproximara más, y con gran excitación -mientras sus bellos pechos se movÃ*an con la
irregularidad de su respiración y sus ojos delataban la pasión que la consumÃ*a- rodeó
con su pequeña y fina mano el miembro, haciendo hormiguear la carne de él e
hinchando sus partes, que se enardecieron más que nunca ante el excitante contacto de
esos dedos.
Con su acostumbrada astucia, Iván comprendió el estado en que se hallaba la princesa,
y gozó con los toques indelicados y el examen a que ahora ella lo sometÃ*a Por ende le
facilitó la investigación y descaradamente quitó hasta el último vestigio de su
vestimenta sin que ella se lo ordenara.
El mujik era, de ello no cabe duda, un hombre portentoso... en este sentido la princesa
habÃ*a dicho la pura verdad. Con más de metro ochenta de estatura, un cuerpo bien
formado, ancho, muchos músculos en sus fuertes miembros, Iván era un modelo para
un artista, y su rostro, dotado de mucho pelo como el resto de su cuerpo, aunque de
carácter taimado y de expresión brutal, no carecÃ*a de encanto.
Una vez que la princesa cogió literalmente el toro por los cuernos, avivada plenamente
su naturaleza lasciva, no pensaba conformarse con fruslerÃ*as. Percibió el efecto de su
acto voluptuoso en el mujik, lo que sirvió para encender su sangre y transportar sus
sentidos más allá del freno de la razón. Con los labios jadeantes musitó, al tiempo que
sus caricias se volvÃ*an más y más pronunciadas:
-Mujik, ¡,puedo confiar en ti, eres capaz de guardar un secreto?
-¡Seguro! ¡.Acaso no poseo ya uno?
La princesa sonrió mientras atraÃ*a el cuerpo de él hacia el suyo.
-i Sé discreto, Iván, muchacho! ¿Me oyes? Te tomaré como amante, harás conmigo lo
que tu alma quiera. Yacerás en mis brazos y me poseerás. Me atravesarás como te
plazca. Penetrarás mi cuerpo con el tuyo. ¡Esta cosa enorme que aprieto, mujik, tonto,
sentirá la calentura de mi sangre, penetrará lo más profundo de mi alma... no la
rechazaré por su largura ni por su anchura, será recibida en mi persona y estaremos
unidos... tus placeres serán los del paraÃ*so, Iván, tu sangre y la mÃ*a bullirán juntas de
deleite, tus sensaciones se convertirán en éxtasis, hasta que... Ah, duran ya veremos.
Y la princesa, que habÃ*a hablado en el dialecto común del campesinado para que el
mujik la comprendiera mejor, temblando por su propia excitación, adelantó sus bellos
labios húmedos hasta los de Iván y suavemente insertó la punta de la lengua entre
ellos.
Como el lector puede imaginar, el vulgar mujik abandonó su pasividad. Durante las
ardientes palabras de la princesa, sintió el excesivo ardor a que lo estaba sometiendo; y
mientras cada oración se hundÃ*a en su corazón y al mismo tiempo encendÃ*a su obscena
imaginación, la fue rodeando con sus brazos y sus manazas recorrieron el cuerpo de
ella tratando en vano de descubrir un camino hacia los tesoros que ansiaba explorar.
Entonces Vávara se dignó ayudarlo. Por algún medio misterioso su vestido cedió y la
descubrió en su maravillosa belleza desnuda a los ojos del sirviente. Ahora le habÃ*a
llegado el turno a él. Impaciente por la demora y delirante de concupiscencia, se
precipitó sobre ella. Cubrió el suave cuerpo con besos desde la cabeza a los pies, ella
consintió sus caricias mientras las manos de él erraban sobre sus encantos, e incluso
sus partes más Ã*ntimas estaban a su merced. La princesa nada le negó, sino que le
entregó su cuerpo voluptuoso sin reservas. Iván prosiguió atrevidamente con sus
toqueteos y sus besos, hasta que ella, ardiente por sus abrazos, mostró tanto abandono
como el campesino.
Entonces el mujik buscó la satisfacción de su fogosidad y la saciedad de su desenfreno
en la persona de su ama. Se incorporó y, tras separarle sus dóciles piernas, montó
sobre ella. AsÃ* quedaron unidas sus carnes, asÃ* se mezclaron el aliento ardoroso y los
suspiros de ambos, conjugados en un mismo deseo, encendidos de ardiente
impaciencia. Ya estaba el feroz pecaminoso a mitad de las puertas abiertas, probando
una entrada que los groseros intentos del mujik y la desproporción de las partes
volvÃ*an inútil. Una y otra vez intentó adaptarse al estrecho sendero de los deleites
prometidos, y empezó a temer que las delicadas formas de la princesa Vávara no
estuviesen destinadas al placer de un hombrón tan bien dotado como él.
Pero entonces, fiel a su promesa, la princesa acudió en auxilio del mujik. Jamás se
habÃ*a visto sometida con anterioridad a un ataque semejante, pero sus deseos
igualaban a los de él y no se desanimar por dificultades susceptibles de ser superadas.
Cogió de nuevo el miembro hinchado del rústico y con su propia mano lo puso en
contacto, prestándose a tan poco delicada operación, e intentó practicar una entrada
horadándose a sÃ* misma con el arma del amor cuyos placeres habÃ*a imaginado; su
experiencia. y su determinación con lo que la fuerza brutal del mujik no habÃ*a
conseguido, pues ya sintió sus partes penetradas y el movimiento del inmenso
asaltante en el camino acertado. Apartó la mano, y con los dientes apretados aguardó
el impacto de la cópula
-Empuja ahora, muchacho, y goza de mÃ* para contento de tu corazón -murmuró en voz
baja.
En cuanto el impaciente mujik detectó las delicadas presiones a que ahora se veÃ*a
sometido, descubrió su ventaja, y juzgando que lo único que debÃ*a hacer para alcanzar
su objetivo era empujar sin otra consideración que su propio placer, puso manos a la
obra contorsionando los miembros y la flexible cintura, introduciéndose hasta lo más
profundo de la encantadora princesa, pese al evidente sufrimiento que producÃ*an sus
torpes intentos. En cuanto a ella, tras percibir el asaetamiento de la terrible coyunda,
sintiendo que no tenÃ*a nada más que temer y que habÃ*a recibido tal como anhelaba el
miembro rÃ*gido del mujik en su cuerpo tan lejos como era posible penetrarla, rodeó
con brazos y piernas al hombre y lo apretó tan fuerte que imposibilitó todo
movimiento por parte de él, Y asÃ* yacieron sus cuerpos unidos, la princesa
deleitándose con la palpitación de la abundante verga de Iván en su interior.
Pero pronto el mujik se disparó por razones de fuerza mayor, encontrándose en una
especie de cielo paroxÃ*stico, las sensaciones experimentadas lo aguijonearon, el
movimiento se convirtió en una necesidad y comenzó a dar empellones con sus
caderas con tanta fuerza y energÃ*a que la princesa gritó de deleite. El mujik empujaba,
y no bien percibió el estado de su pareja y notó que ella compartÃ*a sus placeres,
redobló los movimientos y, mezclando los gemidos de éxtasis, sus cuerpos se elevaban
y hundÃ*an en la consecución del acto obsceno. La princesa lamentaba que no pudiese
durar eternamente, Iván se esforzaba por alcanzar el punto culminante de su goce, que
también significarÃ*a el punto foral de su incontinencia. La princesa sintió que las
partes del libidinoso se volvÃ*an más duras y calientes, el mujik creyó que sus sentidos
lo abandonaban mientras llegaban juntos a un coito frenético y, con rugidos de
satisfacción tan roncos como los de un semental con una yegua, inyectó en el cuerpo
de la princesa una asombrosa cantidad de semen. La embriaguez de su descarga
provocó que el mujik emitiera gritos de regodeo, mientras la damita, abrumada por el
éxtasis que él le ocasionaba, permaneció casi desmayada mientras recibÃ*a la
inundación. Apenas habÃ*a acabado Iván cuando recomenzó, y ella, que empezaba a
deleitarse con el miembro potente de ese hombre vulgar con mayor fruición de la que
jamás habÃ*a experimentado, se entregó por entero a la brutal voluptuosidad de verse
asÃ* ferozmente ultrajada. Después de tres coitos completos, el mujik se retiró del
cuerpo de la princesa, con su apetito carnal aplacado por el momento, y permaneció
resonante, con lo ojos entrecerrados, a su lado.
No pasó mucho tiempo antes de que los pensamientos del lujurioso placer que habÃ*a
disfrutado con su encantadora amante, y quizá también las hormigueantes sensaciones
que seguÃ*an acosándolo después de la última coyunda, hicieran que el mujik mostrara
otra vez sÃ*ntomas recurrentes de su virilidad. La vista del sucio individuo en este
estado inflamó de nuevo los deseos de la princesa Vávara, y sus besos y toques
lascivos ejercieron el efecto correspondiente en el mujik, hasta el punto en que éste
retomó deprisa su posición encima de ella, y con ansiosos empellones penetró sus
partes pudendas. Sin embargo, en cuanto su miembro hinchado quedó envainado
donde ambos deseaban, y sus cuerpos apretados volvÃ*an a contorsionarse, se abrió la
puerta de la cámara e hizo su aparición Proscovia.
Cuando el mujik notó que se abrÃ*a la puerta y entraba alguien, flotaron ante sus ojos
visiones del knut y de Siberia Retirando su erecto miembro humeante, incapaz de
hacer nada más a causa del miedo, permaneció con la vista fija, su indecencia
Plenamente expuesta a la vista de Proscovia. Entretanto la princesa Vávara,
mordiéndose los labios purpúreos, disgustada, dividÃ*a su atención entre el miembro
hinchado del mujik y la atrevida intrusa. En ese instante Proscovia supo plenamente de
las irregularidades de su ama, cuyo début habÃ*a sido ya celebrado en una corte como la
de Rusia, infestada de los vicios bestiales de Catalina que, como no podÃ*a dejar de
ocurrir, produjeron todos los efectos de que eran capaces en las costumbres y el
temperamento de la princesa Vávara; pero este último acto cogió a Proscovia por
sorpresa, para no hablar del asombro y el desmayo con que reconoció a su hermano en
semejante posición. La criada estaba pues a punto de retirarse, cuando la voz de su
ama le ordenó que no se moviera de donde estaba.
-¡Cierra la puerta y pon la tranca, Proscovia! ¡Ven aquÃ* de inmediato! ¡No, nada de
caprichos! Te ordeno, so pena de la inmediata inflicción del knut, que obedezcas.
-Luego, al ver que la chica todavÃ*a vacilaba ante tan extraño espectáculo, la princesa
se levantó, golpeó furiosa el suelo con su pequeño pie y sacudió un puño cerrado ante
la cara de Proscovia.
Pero Vávara conocÃ*a su papel a la perfección y no permitirÃ*a que una simple sirvienta
la desobedeciera. Desdeñó cubrirse el cuerpo desnudo y, por el contrario, permaneció
erguida en todo su encanto. Iván, igualmente desnudo, tenÃ*a la vista fija, los ojos
desorbitados. La princesa aferró el miembro erecto del mujik y lo agitó delante de la
doncella.
--¿Ves esto, Proscovia? Tu hermano es un timbre portentoso... Vamos, olvida falsos
recatos y dime lo que piensas de verdad.
Ante tan autoritaria apelación, la criada tartamudeó algo a =modo de respuesta y
permaneció temblorosa aguardando las órdenes de su ama imperiosa, no sin manifestar
en su actitud cierta dosis de avergonzada confusión.
Proscovia habÃ*a sido educada con más esmero que la mayorÃ*a de las de su clase social,
pues habÃ*a sido seleccionada, con otros miembros de la servidumbre de las vastas
propiedades del prÃ*ncipe, para el servicio personal de la princesa. En cumplimienté de
este oficio, habÃ*a sido separada de su familia y habÃ*a visto muy poco a su hermano
Iván hasta que regresó de la capital con su ama, cuando el prÃ*ncipe Demetri asumió las
funciones de gobernador. No es mi intención insinuar que el campesino ruso, en la
época cuyos datos recojo, fuese un grupo por completo abandonado en lo que respecta
a su moral, pero no podÃ*a esperarse que tanto vicio, abierto y descontrolado como el
que afectaba a las clases superiores, no arrojara una sombra descendente sobre las
capas más bajas de la comunidad, y debemos recordar que los siervos ni siquiera
tenÃ*an el incentivo de la libertad para ennoblecer sus ideas de la vida. Proscovia no era
mejor que ellos, y además habÃ*a penetrado en su mente la degradante influencia de la
vida cortesana en San Petersburgo. Era una muchacha que destacaba por su figura, y
naturalmente no habÃ*a recibido pocas atenciones por parte del otro sexo.
Iván no albergaba la menor preocupación ni escrúpulos con respecto a su
consanguinidad, y en cambio concebÃ*a un secreto deseo hacia su hermana, deseo que
ya habÃ*a intentado contagiarle, aunque en vano.
Vávara tenÃ*a su propio punto de vista; habÃ*a comprendido hasta qué punto los dos
hermanos estaban vinculados a ella por un incómodo secreto, y nunca permitÃ*a que
ningún escrúpulo la apartara de sus propósitos una vez que los concebÃ*a. Interpretando
la mirada ávida del mujik desnudo como buena señal, arrastró a la chica hacia delante
y cogiéndole la mano la apoyó en la parte más indelicada de su hermano. Este captó la
idea y ardió en deseos de satisfacer el goce interrumpido, y no sólo contribuyó a los
manejos de la princesa sino que atrajo a Proscovia hacia él y la besó repetidas veces en
la boca.
Ven, Proscovia -dijo el ama-, nada de timideces ni pudores. Iván todavÃ*a no está
satisfecho y una chica bonita como tú no le vendrÃ*a mal. ¡FÃ*jate en qué estado se
encuentra!
Entre los dos la empujaron hasta el diván. La sirvienta temÃ*a demasiado a la princesa
para ofrecer resistencia. Un segundo después el brutal mujik, a quien la situación le
parecÃ*a una estupenda broma, le habÃ*a levantado las faldas a la hermana hasta el
pecho, dejando al descubierto sus jóvenes y bien contorneadas formas. La princesa lo
ayudó, estimulándolo con la voz y el ejemplo. Entonces Iván, blandiendo el miembro
que en ningún momento habÃ*a perdido la evidencia de su vir~ avanzó hacia el ataque
incestuoso, medio borracho de lujuria y con la excitación que le pro~naba este nuevo
objeto impúdico. Forcejea- los tres, cayendo a veces a un lado y a veces el otro,
mientras el feroz Iván se esforzaba por Omplir su propósito. Por fin se presentó una
oportunidad favorable, empujó y con un grito de triunfo logró forzar a la persona de su
hermana.
La princesa se apartó y observó con deleite la operación, mientras los movimientos
desesperados del mujik delataban su placer. Proscovia, a medias aplastada por el peso
de su hermano y aterrada casi insta el punto de perder el conocimiento, no presentó la
menor oposición; el brutal individuo, por completar el acto, acabó con un grito
voluptuoso al sentir que el clÃ*max final se apode- sus sentidos. Tras descargar hasta su
completa satisfacción, retiró el miembro del cuerpo su hermana y se apresuró a cubrir
las partes chorreantes.
Entonces las dos mujeres se ocuparon rápidamente de liberarse del mujik, la princesa
prometiéndole una pronta renovación de sus placeres, la hermana reprochándole la
brutalidad, aunque al mismo tiempo relamiéndose en secreto por el estado en que se
encontraba
De este modo, la princesa se habÃ*a asegurado definitivamente la reserva y fidelidad de
la criada: ¿Caso no estaban remando las dos en el mismo bote?
Segunda parte
Antes de volver al diario Ã*ntimo de la princesa Vávara, deseo hacer un par de
observaciones. Hasta aquÃ* he intentado atenuar tanto como me ha sido posible los
apuntes de la princesa en mi paráfrasis, pero he de admitir que en algunos párrafos el
calor de su imaginación desbordada parece haberse soltado junto con su discreción, y
ha escrito expresiones tan repugnantes a la decencia que me veo obligado a dejarlas
sin traducir, y ruego a mis lectores que cuando dejo en blanco algunos sustantivos y
otras expresiones de la lengua, los sustituyan por sÃ* mismos y me libren de semejante
responsabilidad. Algunas partes del diario son tan extraordinarias que he preferido
ofrecerlas literalmente, con la única reserva mencionada; en otros casos las
descripciones, no sólo de sus sensaciones sino de los hechos y escenas, son tan
detallados que no pueden dejar de causar profunda impresión en el traductor, y me
serÃ*a materialmente imposible reproducirla en todo su brillante colorido y enérgica
descripción. Por ende he procurado dejar que el lector imagine por su cuenta la
absoluta depravación de una mente tan desequilibrada, incitada por la fuerza de las
circunstancias que la rodeaban y los hábitos de la sociedad en que vivÃ*a, libre de
cualquier consideración hacia el deber o la religión.
Tan interesado estaba en el estudio de este insólito fenómeno fisiológico que no
escatimé esfuerzos en buscar un retrato de la princesa, y descubrÃ* finalmente uno de
tamaño natural, colgado en un palacio de San Petersburgo. Pinta a una mujer joven y
de una belleza singular, de unos diecinueve o veinte años de edad. No pude olvidar
fácilmente sus ojos. De incomparable encanto, en sus brillantes profundidades daban
la impresión de penetrar al espectador hasta el alma. Su tez era clara,
extraordinariamente clara; los cabellos castaños caÃ*an en exuberantes ondas sobre sus
hombros. TenÃ*a la frente ancha y noble, el aire altivo e imperioso, aunque
evidentemente capaz de expresar gran ternura y sensibilidad. El retrato me persiguió
meses enteros y me inspiró para concluir la tarea que ya habÃ*a comenzado,
concretamente la de copiar y parafrasear tan singular diario.
A los lectores que no conozcan la lengua rusa, he de informarles que Várvara o Vávara
es sinónimo de Bárbara, y que el tono insolente y autoritario empleado por los nobles
para dirigirse a sus siervos era el habitual, y el que éstos daban por sentado y recibÃ*an
con espÃ*ritu de respetuosa sumisión.
Tras describir su primer encuentro con Iván en la ocasión que ya conocemos, la
princesa pasa a relatar el segundo, pero dado que gran parte de éste posee un carácter
muy peculiar, considero mejor presentarlo con sus propias palabras, aunque algunas
partes son del todo intraducibles.
«Dos dÃ*as después de su primera visita y del éxito de mis experimentos con él, mandé
a buscar a Iván. Necesitaba dar algún alivio a la privación que soportaba a solas, y él
era el adecuado para proporcionármelo. Durante el intervalo, sólo habÃ*a pensado en su
vigor y sus habilidades. El entendió muy bien mis objetivos y no necesitó de ninguna
inducción para secundar mis ideas más desenfrenadas. Le hice señas de que se
acercara y se despojara de sus groseras pieles de cordero. Obedeció con la torpeza
propia del patán que era. Hice que se descubriera y expusiera el bajo vientre y las
piernas musculosas. Miré hacia sus partes pudendas y vi cómo su gran *** aumentaba
y se erguÃ*a gradualmente. Lo mantuve a cierta distancia mientras me abrÃ*a el peinador
y exhibÃ*a mi cuerpo casi desnudo, apenas cubierto por mi camisa de seda, con las
medias y los zapatos puestos.
Mis encantos lo inflamaron; su estaca se empinó gruesa y purpúrea de deseo. Hice que
se situara delante de mÃ* y cogÃ* el instrumento entre mis manos. Sus testÃ*culos eran
inmensos, tenÃ*a la bolsa y el vientre cubiertos de vello. Todo ello despertó en mÃ* un
fuerte deseo; ese individuo avivaba en mi cuerpo sensaciones que hasta entonces yo
desconocÃ*a. La visión y el contacto de sus partes me embriagaron. HabÃ*a descubierto
algo para satisfacer, al menos de momento, mis fantasÃ*as más desbordadas: tan feliz y
delirante me hacÃ*an los genitales de ese hombre. El me acarició con sus manazas, me
besó todo el cuerpo, mientras yo frotaba y sobaba su inmensa *** y él jugaba con mi
abertura. Sus bastos toques eran deliciosos; cada movimiento de sus dedos, yo lo
devolvÃ*a con un apretón de su verga.
-¿No es delicioso? -le pregunté-. ¿Te gusta la sensación cuando te sobo el miembro?
Excelencia, vuestros toques son el cielo, vuestro siervo está embelesado por tanta
condescendencia.
-Supón que siguiera sacudiéndolo asÃ*. ¿Qué harÃ*as?
-Entonces me ***. -Empleó estas palabras porque no conocÃ*a otras: era una expresión
grosera corriente entre el campesinado-. Y vos, Excelencia, me privarÃ*ais del placer de
daros aquello que me permitisteis la primera vez.
Qué era eso? pregunté, sonriente y fingiendo ignorancia.
-Permitisteis a vuestro sirviente entrar allÃ*. -Uniendo la palabra a la acción, insertó la
punta del dedo en la delicada abertura-. Me permitisteis *** con vos. -También en este
caso empleó una expresión grosera-. Gocé de un gran placer, me sentÃ* casi muerto de
deleite y no he pensado en otra cosa desde entonces.
-¿Tanto te ha fascinado mi cuerpo, Iván? Pero tu columna es enorme y me temo que
no sea adecuada para unas formas tan tiernas y delicadas como las mÃ*as.
Dije eso para excitarlo más, y noté que sus ojos se nublaban de pasión y su fuerte
miembro palpitaba anhelante.
-Vuestro sirviente será tan suave que no os hará daño. No seré violento en absoluto,
me portaré como un cordero en las manos del lobo, podréis hacer conmigo lo que
queráis... sólo permitidme intentarlo. Mi *** gotea ya ante la idea de entrar, tiene la
cabeza cubierta con el rocÃ*o de sus ardores, ya prepara el medio para lubricar la
hermosa cueva... dejadla entrar.
No, Iván, me da miedo su tamaño... me harÃ*as mucho daño...
-No digáis eso, Excelencia, sólo os daré placer, agitaré suavemente vuestras
sensaciones hasta el goce supremo... os montaré deliciosamente y llenaré vuestra alma
con el desenfreno de mi energÃ*a, empujaré con fuerza cuando vuestros espasmos os
abrumen y nadaréis en el mar de mi semen. Vuestras entrañas vibrarán constantemente
en el paroxismo y no cesará de fluir vuestro dulce jugo.
Cerré los ojos; Iván me apretó entre sus fuertes brazos, atrayéndome hacia su robusto
cuerpo, que sujetó desnudo contra el mÃ*o; se echó sobre mÃ*, apoyando su vientre
velloso en mi tierna piel sonrosada. Empujó su *** entre mis muslos; la sentÃ* caliente
y firme como el cartÃ*lago... su contacto me electrizó.
-¡Dios mÃ*o! -murmuré-. ¡Me matarás!
Iván no prestó la menor atención a mis protestas... que en realidad sólo estaban
destinadas a calentarlo más. Saboreé su salvajismo; ser vÃ*ctima de su vulgar lujuria era
puro placer para mÃ*, pero todavÃ*a no lo dejarÃ*a salirse con la suya. Sus partes tocaban
las mÃ*as; la punta de su estaca, que destilaba gotas impacientes, presionaba los labios
de mi cavidad, buscando una entrada para su tiesa longitud. Era como el semental
entablando una lucha desigual de deseo amatorio con una palafrenera. Me sentÃ*
sucumbir y, levantándome, lo aparté de mÃ*: querÃ*a disfrutar de los preliminares,
provocarlo más. El se incorporó y volvió a mirarse las partes: su enorme ***,
inflamada por mi resistencia, apuntaba hacia arriba y se meneaba delante de él. Estaba
más roja, más feroz que nunca; quejándose de mi resistencia, con súplicas abyectas,
volvió a cogerme: una vez más se arrojó sobre mÃ* y con la rodilla separó mis blandos
muslos. Otra vez sentÃ* el contacto de su ***. Sus primeros intentos fueron tan torpes
como antes: me hizo daño, se lo dije, la cabeza de su miembro querÃ*a abrirse paso a
través de mis labios menores.
-¡Ahora entra! ¡Por fin, Santo Cielo! Ã* Qué placer! -gritó, dando empellones contra mis
partes.
De hecho, la mitad de su columna estaba en mi vientre; temÃ* perder lo que él tenÃ*a para
darme y lo ayudé en sus brutales esfuerzos de penetración... poco a poco se deslizó en
mi interior; sentÃ* el empalamiento con hambriento deleite y luego, bajando su cintura,
se dedicó de lleno a lo que estaba haciendo. Me penetró hasta que me sentÃ* atiborrada
con su miembro viril. Luego me sacudió terriblemente y empujó en mi interior el resto
de su ***; asÃ*, completa la penetración, comenzó su arrebato. Las estocadas eran
deliciosas y, pese a su tamaño y su vigor, empecé a secundarlo. Los empellones iban
acompañados de bajos gritos guturales. Me aferré a él y lo recibÃ* con inefable deleite.
Levanté las piernas y las apoyé en su espalda. El se apretó contra mÃ* y enterró su ***
en mi cuerpo, que respondÃ*a a sus empellones. Nuestras caras se tocaron, nuestras
lenguas se retorcÃ*an juntas, nuestros alientos iban y venÃ*an en un largo desborde de
placer, cerré los ojos en un éxtasis convulsivo. Nuestros cuerpos estaban firmemente
unidos, la comunión era tal que sentÃ* hasta el último espasmo, hasta la última
palpitación de la potencia viril. El rodó y cayó sobre mÃ*, en mÃ*, su ser se confundió
con el mÃ*o. Iván parecÃ*a identificarse en su carne ferviente con la mÃ*a. Su miembro,
empujado hacia delante con indescriptibles esfuerzos, no podÃ*a penetrarme más. Mis
manantiales se abrieron y ayudaron a sustentar sus movimientos rápidos y profundos;
las exhalaciones de él entraron en mi bajo vientre y embriagaron mis ansiosos
sentidos.
-¡Oh, mujik! Me has penetrado hasta el alma, continúa ahora moviéndote tan
deliciosamente, apriétame con el vigor de tu fuerte hombrÃ*a. ¿No eres feliz ahora
poseyendo a mi persona? Tu vara me llena de éxtasis, es una barra de hierro, me
atraviesa hasta el corazón.
El mujik no podÃ*a responder con palabras, pero subÃ*a y bajaba su *** en el interior de
mi cuerpo de una forma que me hizo temblar con espasmódica pasión. Su columna,
que ya no estaba confinada por falta de humedad, se acomodó en toda su extensión y
las sacudidas se volvieron más cortas y fuertes. SentÃ* que se endurecÃ*a y agrandaba
más aún. El hizo una breve pausa, como si quisiera reunir todas sus energÃ*as en un
único esfuerzo, y entonces me entregó aquello por lo que yo estaba ardiendo; me
estrechó el cuerpo contra el suyo y, con su enorme *** enterrada hasta el fondo en mi
interior, sentÃ* que me llenaba con torrentes de esperma. Yo nunca habÃ*a experimentado
nada semejante a esta inyección de su ***. Tres veces, antes de que lo apartara, el
libidinoso mujik me inundó, y las tres veces recibÃ* sus jugos con gritos de ardor.
Entonces me eché sobre su cuerpo y me quedé dormida... no sé durante cuánto tiempo.
Me sentÃ*a dichosa y encantada con la energÃ*a de mi rústico amante. Al despertar lo
encontré acariciándome todo el cuerpo. Bajé la mano y palpé su columna; estaba tan
fuerte y empinada como al principio. Fue un deleite sentir su largura y su anchura.
Iván no estaba ocioso, pero mis toqueteos lo perturbaron y quiso empezar de nuevo,
gozarme otra vez, aunque se lo impedÃ*. Forcejeó para caerme encima, pero no se lo
permitÃ*. Le ordené que se quedara quieto. Mis manipulaciones lo incendiaron, pero
insistÃ* en que se mantuviera sumiso. Su *** estaba inmensa, la punta era como una
ciruela madura. Por un instante olvidé lo que era y la traté como si de esa fruta se
tratara. En ningún momento el mujik se habÃ*a mostrado tan fogoso; no podÃ*a quedarse
quieto... todo su cuerpo vibraba. Con mis contoneos lascivos fui acercándolo con
fruición hacia mÃ* y experimenté tanto placer como él. Lo manipulé de modo que
aumentara gradualmente su placer; con una mano contuve sus globos, rodeé su ***
con mis labios húmedos, la dejé entrar entre ellos y saboreé el encanto de su fortaleza
viril. SentÃ* que no podÃ*a seguir adelante sin ***. Vacilé; mientras me decidÃ*a a
proceder, pensé que se me escaparÃ*a el ***, que él ya estaba a punto de eyacular. Yo
ardÃ*a en deseos de gozar y ser gozada, de ser arrasada otra vez por este taimado
campesino, cuyos instintos bajos y brutales me proporcionaban tanto placer. ¡Pero su
*** me resultaba tan atractiva! En mi delirante admiración de sus partes pudendas, me
sentÃ* casi fuera de mÃ*. A duras penas logré soltar la llameante columna. Luego,
exhalando un profundo suspiro, me incorporé; quedé frente a él, que cayó sobre mÃ* y
me desplomé hacia atrás a un costado de mi cama; al caer me volvÃ* retorciendo mi
cuerpo, él me rodeó la cintura con la intención de completar su goce -parecÃ*a que le
daba igual de qué manera-, sentÃ* que apretaba su cuerpo caliente contra mis nalgas, su
aliento me quemaba el cuello, su columna ya se arrojaba entre mis piernas, buscando
en vano una entrada. No es de extrañar que se desviara, su tamaño escapa a toda
descripción, su *** era un hierro al rojo vivo. Levanté una pierna y él aprovechó este
movimiento: en un instante me sentÃ* penetrada por su enorme columna, que subió por
mi interior hasta el vientre. Experimenté tan deliciosas sensaciones que lo ayudé en
todo lo que pude. Su *** se contorsionaba de placer, sin parar, y poco después
descargó su *** en un fabuloso borbotón. Entonces me tocó a mÃ* revolcarme gozosa y
recibÃ* hasta la última gota emitiendo grititos de éxtasis. Mi cuerpo y las sábanas
quedaron cubiertas con la evidencia de la virilidad del mujik. ¡Me daba igual! Yo sólo
querÃ*a gozar; cambiar las sábanas sucias era asunto de Proscovia, no mÃ*o; en cuanto a
mi cuerpo, yo sólo querÃ*a inocular todos sus poros con el esperma de Iván.»
Es casi imposible concebir algo más rápido que el desarrollo de los vicios que
llameaban en la Ã*ndole de la joven y fascinante princesa Vávara Softa. Como puede
suponerse, una asociación como la existente entre ella y su amante de baja cuna sólo
podÃ*a llevar a degradarla cada vez más. Naturalmente, él tenÃ*a sus propios vicios
bajos, su lenguaje vulgar para explicarlos, y la joven ama parecÃ*a encontrar un deleite
especial en oÃ*rle contar una y otra vez sus actos de vileza sensual, sus proezas
libertinas y disolutas.
El delito incestuoso del que la princesa habÃ*a sido testigo, si no partÃ*cipe, fue repetido.
Vávara (si hemos de dar crédito a su diario), especialmente en los momentos en que
estaba imposibilitada de entregarse a una gratificación más personal, se entretenÃ*a.
instigando y supervisando los actos más desenfrenados de lascivia entre hermano y
hermana. Proscovia, una muchacha bonita, traviesa y sin principios, enseñada a
confiar ante todo en su joven ama, si bien reacia al principio, poco después se prestaba
a los abrazos concupiscentes de su hermano con evidente satisfacción. AsÃ*, apenas
pasaba una semana sin que los hermanos se entregaran desnudos a la máxima lascivia
en presencia y con el estÃ*mulo de la princesa, que contemplaba con ojos glotones sus
sucios goces, e incluso incrementaba -mediante sus sugerencias y manipulaciones
libidinosas- su ya excitada lubricidad.
La princesa describe asÃ* su experiencia con estos dos compañeros secretos de orgÃ*as:
< Cuando empecé a desvestir a Iván, su hermana, a cierta distancia, se despojaba
lentamente de su ropa. A medida que cada prenda era quitada o dejada caer, noté con
deleite el efecto que ejercÃ*a en el hermano. Yo misma me ocupaba de que su
excitación no languideciera. AbrÃ* sus ropas, él se las quitaba, y lentamente fui
mostrando a la mirada de su hermana Proscovia su enorme *** en vio lenta erección, y
el entusiasta aprecio de los placeres por venir. La chica fijó sus ojos en ella, con la
boca abierta, el aliento caliente, la respiración dificultosa, las mejillas ruborizadas de
deseo. Entonces, desnuda incluso de las medias y los zapatos, se alzó como una diana
bien dispuesta para la inmensa jabalina de dura carne que la amenazaba. En actitud
voluptuosa, expuso ante el hermano toda su desnudez. El rizado vello negro que cubrÃ*a
abundantemente su almeja se abrió suavemente, y quedó a la vista la raja enrojecida
Con suaves movimientos ondulatorios de su bajo vientre, Proscovia lo invitó al ataque.
Iván se regalaba los ojos en todo lo que veÃ*a, mientras yo excitaba entre mis manos su
columna, la frotaba lentamente arriba y abajo, hasta que el pellejo flojo se negó a
seguir cubriendo la hinchada cabeza. Los ojos de Iván centelleaban lujuriosos, sus
caderas se movÃ*an sensibles, amistosas. Lo empujé hacia delante; Proscovia,
suspirando, cayó boca abajo sobre el diván; él la montó y yo, separando los vellones
con mi propia mano, guié la enorme y empinada *** del macho en la grieta húmeda.
Sus robustos empellones hicieron el resto; contemplé la rÃ*gida verga de carne brillante
cuando entró en el cuerpo de la hermana y desapareció hasta el fondo. Apretándola
entre sus brazos, él empujó y, con golpes regulares que hicieron retumbar la cámara,
apuró el placer hasta que finalmente se separó de los brazos de Proscovia, con la ***
chorreante de semen.
Fue en una de esas ocasiones, en que por la menstruación yo no podÃ*a gozar de él de la
manera corriente, cuando me encontré entretenida con su vara larga, moldeándola,
jugueteando y besando la ciruela. Abriendo mis labios acariciantes, la dejé entrar: él
hizo en mi boca los mismos movimientos con que estaba acostumbrado a deleitarse en
otro agujero de mi cuerpo. El deseo superó cualquier otra sensación en mÃ*; yo ansiaba
gozar y era consciente de mi imposibilidad de hacerlo como de costumbre. Lo
estimulé, sustentando la firme columna por su base. De vez en cuando le interrumpÃ*a...
y yo sabÃ*a muy bien por qué. Sus movimientos me excitaban y, aunque el tamaño de
su *** me incomodaba, me deleité en el sabor de sus partes. La intrusa estaba cada vez
más caliente, más dura... y me abandoné a mi fogosidad. Iván trató de salirse y yo lo
hice entrar más. Entonces ocurrió y no puede decirse que la culpa fuera suya; lo sentÃ*
ceñirse a mÃ* y súbitamente mi boca estuvo llena, lo oÃ* jadear, parecÃ*a caer de él un
diluvio, espeso y pegajoso, que me pareció un manjar, y lo dejé alcanzar el paroxismo
en que estaba. A partir de ese momento fui una devota de su pasión».
DE UNA
PRINCESA
RUSA
Primera parte
Lo que sigue es un resumen del diario que llevaba, de manera circunstancial y
detallada, la distinguida persona de cuya historia Ã*ntima trata. Aunque se verifica
cotidianamente, es curioso que -por necesario que parezca ocultar nuestros defectos y
debilidades a la vista de otros- a menudo se descubre que un relato completo de
nuestras acciones y nuestra conducta -escrito por la propia mano, inmutable e
innegable- permanece en forma de diario Ã*ntimo: en un registro de hechos, fantasÃ*as y
emociones que siempre tendrÃ*amos que haber estado ansiosos, y lo estábamos, por
enterrar en el olvido. Hay alguna camaraderÃ*a en la mera comunión de la pluma y el
papel? ¿Se alivian en cierta medida los pensamientos egoÃ*stas y acciones secretas
confiándolas al papel bajo la forma de un diario? Un diario que, naturalmente, será
destruido -¡siempre será destruido!-, cela va sans dire. ¿No ocurre que un algo secreto,
afÃ*n al orgullo y la satisfacción, brota en el individuo en el mismo devilment, e inspira
la sensación de que es una pena que no quede constancia de tanta astucia, de una
gratificación bien ganada, aunque sólo sea para nuestro uso futuro... y que luego será
entregado a las llamas? ¿Cuántos conocimientos debe el mundo a los diarios Ã*ntimos, y
cuántos de éstos estaban destinados a ver la luz? Esa serÃ*a una cuestión interesante
para analizar, aunque no es la que nos ocupa de momento. Baste decir que la
distinguida e influyente persona, de cuyas copiosas notas privadas he entresacado
audazmente lo que sigue, ya no existe, y que su diario Ã*ntimo, con otros documentos y
efectos familiares, quedó bajo la custodia del bibliotecario de uno de los Depósitos del
Patrimonio Ruso del gobierno de ***, cuyos raros manuscritos y papeles
meticulosamente reunidos he sido autorizado a estudiar.
El perÃ*odo en que ocurrieron los acontecimientos de que me ocupo fue el posterior al
final del reinado de Catalina B, mientras su hijo Pablo, tras suceder a la disoluta
soberana, permitÃ*a que su corte, ya contaminada por el descarado libertinaje de su
madre, se revolcara en los vicios sin restricciones que ella habÃ*a inculcado, y que
continuara --siguiendo su propio ejemplo y estÃ*mulo- la inmoralidad desenfrenada de
sus nobles; concretamente, los años 1796 y 1797.
Si el lector desea conocer sintetizadas en pocas palabras las costumbres de.la corte
rusa durante el reinado de Catalina II, puede leer el siguiente párrafo de un historiador
imparcial:
< No creemos que la historia de ningún otro pueblo presente, en los tiempos
modernos, una imagen de inmoralidad más completa y más odio sa que la del pueblo
ruso bajo el reinado de la notoria Catalina. Ni las abominaciones de un Tiberio, ni las
depravaciones de un Heliogábalo, ni las impuras tradiciones de la degenerada y
degradada Roma, sobrecogen con mayor asombro».
< San Petersburgo se habÃ*a convertido en una segunda Babilonia... sÃ*, diez mil veces
peor que Babilonia en los desenfrenados excesos en que sus habitantes de todas clases
-corte, nobleza y pueblo- se sumieron y se entregaron», escribe otro comentarista,
«instigados por el fatal ejemplo de la tan lisonjeada pero desvergonzada zarina.»
Estos eran los tiempos en que floreció la joven . dama rusa de quien trata este relato, y
cuyo diario he anotado, y cuyo début tuvo lugar en una sociedad del todo corrupta,
cuyas costumbres y ejemplos habrÃ*an sido peligrosos por sÃ* solos, aunque no hubiesen
estado ya en la joven esos fatales gérmenes de carácter y temperamento que por sÃ*
solos la habrÃ*an llevado a una vida impura, aun sin el estÃ*mulo del ejemplo
circundante.
La princesa Vávara Softa, hija única del prÃ*ncipe Demetri ***, uno de los boyardos
más grandes y ricos del imperio, tenÃ*a apenas poco más de catorce años cuando se
ganó como débutante la admiración de la sociedad por su belleza y el raro encanto de
su manera de ser. Su madre habÃ*a muerto al darla a luz. No debe olvidarse que en
Rusia una niña de catorce años está tan adelantada como una mujer inglesa cuatro años
mayor. La educación de esa jovencita habÃ*a sido más amplia de lo habitual: era una
consumada poliglota, desde la cuna le habÃ*an enseñado a expresarse fluidamente en
alemán, francés e inglés; y una parisina, brillante aunque cuestionable modelo de
distinción, habÃ*a agregado el toque de gracia en todas las elegantes trivialidades que
dan el acabado para destacar en el grand monde.
Es fácil llegar a la conclusión de que, en semejante sociedad, la distinción -sumada a
los logros y a la extraordinaria belleza de la joven princesa- no tardó en atraer sobre
ella las murmuraciones llenas de envidia y denigración. Desconozco hasta qué punto,
en esa. época de su vida, ella habÃ*a contribuido a merecer los rumores que empezaban
a circular sobre su temperamento apasionado, su inclinación por el placer e incluso
sobre sus irregularidades. No era probable que escapara a ello una beldad mimada,
halagada y querida como la princesa Vávara, pero lo cierto es que el prÃ*ncipe, su
padre, nada sabÃ*a de tales calumnias, y para él era suficiente pensar que su hija -la
heredera de una docena de propiedades y cien mil siervos- era inmaculada par
nécessité, si no por elección.
He obtenido los anteriores pormenores de fuentes en nada relacionadas con el notable
diario mencionado, pues sólo más adelante, tal como ella misma admite, la joven
princesa comenzó sus anotaciones en las páginas cuya copia me proporcionó tan
interesante ocupación. No obstante, he considerado necesarias estas aclaraciones para
explicar el carácter y la posición social de la autora del diario secreto que procedo a
parafrasear en mi narración.
El prÃ*ncipe Demetri estaba a cargo, por favor especial del emperador Pablo, de la
Gobernación Militar de una de las provincias más grandes e importantes del Imperio
ruso, y en condición de tal tenÃ*a prácticamente el poder de la vida y la muerte sobre el
pueblo que gobernaba El prÃ*ncipe era de disposición vivaz y festiva, y, dada su
inmensa riqueza, sus entretenimientos y diversiones eran magnÃ*ficos. AsÃ*, los nobles
de su provincia llevaban una vida despreocupada y alegre, las consignas de su entorno
eran «Vive le badinage! Vive le plaisir! Vive la joie!». A este peligroso torbellino se
vio arrojada la joven princesa, sobre todo porque su padre se encontraba con
frecuencia ausente en San Petersburgo. Al parecer fue durante este perÃ*odo cuando la
princesa Vávara Softa empezó a redactar su diario.
Entre los criados destinados al servicio de la hija de tan ilustre noble, estaba su
doncella personal Proscovia, una jovencita muy poco mayor que su ama y que parece
haber gozado, como suele ocurrir en estos casos, de la confianza plena de la princesa.
El palacio en que residÃ*a el gobernador era un edificio de vasta superficie, incluso
comparado con instituciones de la misma naturaleza en Rusia, y la princesa disponÃ*a
de toda un ala separada. Adjunto a la persona del prÃ*ncipe, actuaba como aire de
campo un joven y apuesto oficial cuyo nombre era Petróvich; por pretencioso que
pueda considerarse, este joven oficial aspiraba al amor de la bella hija del gobernador.
Dicha pretensión no resultó del todo despreciable para la damita, y el aire de campo
encontró los medios -con asistencia de la criada- de entrar por la noche en los
aposentos de la princesa. PoseÃ*da por un temperamento como el suyo, la jovencita no
pudo resistirse, aunque tampoco lo intentó, a su apuesto galán, y por ende no sólo fue
en sus habitaciones, sino en su propia cama y en sus brazos donde satisfizo sus
fervientes instintos y los del ardiente amante. Petróvich, un joven sano y vigoroso de
unos veintitrés años de edad, encontró la forma de complacer todos los deseos de ella
en los brincos amorosos a que se entregaron, mientras la doncella Proscovia, siempre
vigilante, se ocupó de que los vagos y a medias sofocados sonidos expresivos del
placer, o el menor ruido ocasionado por la entrada y salida de él, no despertaran
sospechas. El riesgo era enorme: el knut y Siberia eran el castigo menos severo que
aguardaba al desafortunado Petróvich en caso de que el poco suspicaz gobernador lo
descubriera en tan nefanda transgresión.
En esa época la princesa Vávara estaba en la etapa más deliciosa y con toda
probabilidad más fascinante de su belleza. En pleno desarrollo hacia su condición de
mujer, poseÃ*a atractivos que habÃ*an despertado ya la reiterada observación y
atenciones del mismÃ*simo emperador Pablo. He tenido el privilegio de ver un retrato
de ella que la pinta como una niña de encanto sin par, cuyos hermosos cabellos, tez
deslumbrante y piel marfileña reunÃ*an la perfección de una Hebe de la Antigüedad. Su
forma y su figura armonizaban con el resto de sus perfecciones, en tanto la gracia de
su porte y pose dejaban entrever por sÃ* mismos su noble cuna y linaje. Su carácter,
empero, no era del todo acorde con su estampa. Su temperamento, mimado y desatado,
era porfiado y autoritario, y no dudaba en golpear a los sirvientes con sus propios
puños, ni en dirigirse a ellos con un lenguaje que habrÃ*a dejado atónito a cualquiera
que no estuviese acostumbrado a la autocrática conducta de la poderosa nobleza rusa.
La princesa no toleraba negativas ni demoras, y en su caso desear acaba poseer: para
su naturaleza imperiosa, la satisfacción de un deseo o un capricho sólo era la exigencia
de un derecho, la adjudicación de algo que deseaba y estaba destinado a apropiarse.
La. aventura galante con Petróvich continuó durante un mes sin que ocurriese nada
que provocara alarma, hasta que se produjo una circunstancia que alteró la situación.
Proscovia tenÃ*a un hermano, un conductor de trineo que a menudo habÃ*a visto y
observado a la princesa; a este canalla -un voluminoso y malintencionado individuo,
que ocultaba su auténtica catadura bajo un exterior aparentemente honrado- no se le
habÃ*a pasado por alto cierta intimidad entre el aire de campo y su joven ama cada vez
que creÃ*an que nadie los veÃ*a. Impresionado por esta idea, y resentido desde tiempo
atrás con el galán, Iván trató de sonsacarle más a su hermana Proscovia, y las
respuestas con que ésta intentó desviarlo del tema sólo sirvieron para aumentar sus
sospechas. Vigiló como un gato, y por fin vio introducirse al feliz Petróvich en los
aposentos de la joven princesa bien entrada la noche. Con todas las medidas cautelares
necesarias, Iván logró hacer llegar al prÃ*ncipe una carta anónima cuyo contenido, fuere
cual fuese, bastó para que el potentado hirviera de furia y disgusto. A medias
incrédulo, a medias inclinado a dar crédito a la deshonrosa insinuación transmitida por
medios tan sucios, el prÃ*ncipe Demetri se precipitó a los aposentos de su hija.
Enfrentado a la vigilancia de la criada, se vio obligado a hacer una breve pausa antes
de invadir a toda prisa las habitaciones de la damita. Cuando por fin lo hizo, encontró
a su hija sentada ante una mesa, leyendo tranquilamente, y sólo ansiosa por conocer la
causa de tan inusual visita de su padre. TodavÃ*a incrédulo, el desconcertado prÃ*ncipe
registró las habitaciones, y con el pretexto de la posible existencia de ladrones,
asaltantes y otros intrusos de malas intenciones, registró el ala por los cuatro costados.
Por último, tras una infructuosa búsqueda, se retiró. La princesa, ocupándose antes de
atrancar todas las puertas, procedió a abrir con Procovia el macizo baúl en el que
habÃ*an encerrado al tembloroso aire de campo. Pero Petróvich se habÃ*a sentido al
parecer tan sobrecogido de terror que no podÃ*a moverse; lo tocaron, lo incorporaron,
pero sólo para descubrir que el desgraciado se habÃ*a asfixiado y que se le habÃ*a
extinguido la vida. Cualquier persona corriente habrÃ*a sucumbido de pánico en
semejante situación. ¡Que encontraran muerto al aire de campo del gobernador en los
aposentos de su hija! Impensable. No habÃ*a que perder un solo minuto. La princesa y
su criada reflexionaron. Enseguida Proscovia pensó en su hermano y salió corriendo a
buscarlo. No estaba lejos, por cierto. Entretanto, en lugar de llorar por la pérdida de su
amante, la princesa empezó a Pensar que al fin y al cabo el galán no estaba del todo a
su altura: de hecho, ya empezaba a cansarse de él cuando ocurrió el funesto accidente.
Pronto Proscovia dio con Iván y éste prometió de buena gana por razones personaleshacer
todo lo que estuviera en sus manos para librarlas de tan comprometedora carga.
Buscó sus caballos y su trineo, y condujo el vehÃ*culo sobre la nieve que caÃ*a
rápidamente, alzó el cadáver del desafortunado aire de campo y lo arrojó sobre el
trineo con pocos miramientos. Luego partió en plena noche al rÃ*o helado, cogió un
pico que llevaba consigo y practicó un agujero en el hielo, por el cual hizo descender
el cuerpo del joven Petróvich con una piedra atada a los pies. Luego amontonó la
nieve encima del boquete y dejó el cadáver allÃ* para que fuese devorado por los
grandes esturiones del Volga y con la certidumbre de que la cavidad volverla a
cerrarse con la helada.
La satisfacción de la princesa, al verse tan fácilmente liberada de las consecuencias de
su imprudencia, anuló de inmediato todo sentimiento de pena por la pérdida del
amante; la desaparición de Petróvich se explicó por su supuesta huida a consecuencia
de ciertas deudas de juego que no podÃ*a pagar, y por temor de que ello llegara a oÃ*dos
del gobernador, como por cierto parecÃ*a ser, según quedó confirmado por la
investigación que se llevó a cabo.
Iván pensó entonces en la importancia del secreto que poseÃ*a y en la forma de hacerlo
valer. AsÃ*, una noche se presentó audazmente ante la puerta de los aposentos de la
princesa Vávara y exigió a su hermana que lo llevara a presencia de la hermosa y
joven ama. He de consignar que este Iván, como muchos campesinos rusos criados en
servidumbre, era lúbrico y cruel en alto grado. Además era rapaz, y tan robusto y
ancho de hombros como cualquiera de los mujiks que estaban al servicio del prÃ*ncipe.
El sabÃ*a, naturalmente, qué habÃ*a llevado al desafortunado aire de campo a los
aposentos de la princesa; asÃ* fue como este ser jactancioso se consideró tan bueno
como aquél para dar satisfacción a la princesa, además de contar con ponerle las
manos encima a una buena suma de dinero por su silencio y discreción. En
consecuencia, cuando tuvo frente a sÃ* a la princesa, estas ideas empezaban a rondar por
su mente y exhibió una conducta tan imperturbable que su ama comprendió a primera
vista cuáles eran sus propósitos.
En consecuencia, Iván no rechazó el puñado de billetes de veinte rublos que la bella
jovencita puso en la palma de su mano musculosa, y aceptó la invitación a beber de su
propia petaca de plata llena de coñac. Gradualmente, mientras ella le sonreÃ*a, fue
incrementándose la confianza del individuo, y en concordancia la insolencia de sus
deseos. La princesa era lo bastante inteligente como para juzgarlo acertadamente de un
vistazo.
-Supongo, digna y noble señora, que ahora no tenéis galán -dijo Iván, con un amago de
sonrisa de complicidad.
-No, Iván... ninguno. Y en algunos momentos -agregó la princesa, sonriente- pienso
que debo encontrar otro.
Iván vio su oportunidad y con todo descaro sugirió:
-¿Qué os parece, Excelencia, si os lo busco?
Eso no servirÃ*a de nada, mi buen Iván, porque preferirÃ*a escogerlo personalmente. No
confÃ*o en que lo busque otra persona, por inteligente que sea.
- Será un hombre afortunado! -murmuró Iván.
-Quizás... eso dependerá de él; tiene que ser alto y ancho, fornido y de buena planta, lo
bastante fuerte para arrastrar a un hombre pesado por el hielo, Iván.
_¡Por todos los santos! Yo soy todo eso -sonrió Iván.
-Si asÃ* es, Iván, acércate, durak --«tonto»- y déjame ver con mis propios ojos qué clase
de hombre eres.
Después de estas palabras, la joven princesa hizo señas a Iván para que se despojara de
algunas prendas de su vestimenta, orden que el meritorio no vaciló en obedecer, pues
entendió los ademanes de Vávara.
Tras unos segundos empleados en aflojar cuerdas y hebillas, pues la naturaleza grosera
del siervo ruso carecÃ*a de reservas, Iván dejó caer esas prendas y quedó a medias
expuesta su desnudez a la mirada de la jovencita.
La princesa, cuya naturaleza lasciva se despertó deprisa, en cuanto percibió las
musculosas proporciones de los miembros del mujik se inflamó de deseo, a pesar del
aspecto sucio de aquél y sus vestiduras de campesino confeccionadas con pieles
grasientas. El astuto Iván habÃ*a dejado a la vista lo suficiente para que la procaz
princesa ansiara ver más, y mientras ella lo contemplaba con la respiración acelerada y
las mejillas ardientes, él sintió que los encantos de tan selecto y delicioso bocado,
inspeccionándolo con tal desfachatez, avivaban su apetito carnal hasta un punto casi
irresistible. AsÃ*, las facultades mentales transmitieron rápidamente sus impresiones a
la carne, provocando que desplegara su virilidad de una manera muy simple e
inconfundible.
-Eres un hombre portentoso, Iván, tu enamorada deberÃ*a estar orgullosa de ti, pero al
mismo tiempo eres terrible... Déjame ver de inmediato, durar el instrumento con el que
haces el amor.
Entonces Iván se quitó de buena gana los restantes obstáculos que impedÃ*an que la
princesa lo viera por completo, desnudando las partes secretas de su cuerpo y dando
asÃ* testimonio instantáneo de su disposición y su vigor.
El astuto mujik estaba erecto y sonreÃ*a con desfachatez. En cuanto a la princesa, ésta
se mostró encantada con la exposición, y dada su ignorancia de las proporciones
ocultas bajo el grosero exterior de un rústico, fijó su mirada con asombro y deleite en
lo que él puso de relieve. Iván, que a toda velocidad se estaba volviendo loco de ardor,
apenas podÃ*a contener el ansia de satisfacer sus deseos.
Por fin ella, dejando de lado cualquier consideración pudorosa, le hizo señas de que se
aproximara más, y con gran excitación -mientras sus bellos pechos se movÃ*an con la
irregularidad de su respiración y sus ojos delataban la pasión que la consumÃ*a- rodeó
con su pequeña y fina mano el miembro, haciendo hormiguear la carne de él e
hinchando sus partes, que se enardecieron más que nunca ante el excitante contacto de
esos dedos.
Con su acostumbrada astucia, Iván comprendió el estado en que se hallaba la princesa,
y gozó con los toques indelicados y el examen a que ahora ella lo sometÃ*a Por ende le
facilitó la investigación y descaradamente quitó hasta el último vestigio de su
vestimenta sin que ella se lo ordenara.
El mujik era, de ello no cabe duda, un hombre portentoso... en este sentido la princesa
habÃ*a dicho la pura verdad. Con más de metro ochenta de estatura, un cuerpo bien
formado, ancho, muchos músculos en sus fuertes miembros, Iván era un modelo para
un artista, y su rostro, dotado de mucho pelo como el resto de su cuerpo, aunque de
carácter taimado y de expresión brutal, no carecÃ*a de encanto.
Una vez que la princesa cogió literalmente el toro por los cuernos, avivada plenamente
su naturaleza lasciva, no pensaba conformarse con fruslerÃ*as. Percibió el efecto de su
acto voluptuoso en el mujik, lo que sirvió para encender su sangre y transportar sus
sentidos más allá del freno de la razón. Con los labios jadeantes musitó, al tiempo que
sus caricias se volvÃ*an más y más pronunciadas:
-Mujik, ¡,puedo confiar en ti, eres capaz de guardar un secreto?
-¡Seguro! ¡.Acaso no poseo ya uno?
La princesa sonrió mientras atraÃ*a el cuerpo de él hacia el suyo.
-i Sé discreto, Iván, muchacho! ¿Me oyes? Te tomaré como amante, harás conmigo lo
que tu alma quiera. Yacerás en mis brazos y me poseerás. Me atravesarás como te
plazca. Penetrarás mi cuerpo con el tuyo. ¡Esta cosa enorme que aprieto, mujik, tonto,
sentirá la calentura de mi sangre, penetrará lo más profundo de mi alma... no la
rechazaré por su largura ni por su anchura, será recibida en mi persona y estaremos
unidos... tus placeres serán los del paraÃ*so, Iván, tu sangre y la mÃ*a bullirán juntas de
deleite, tus sensaciones se convertirán en éxtasis, hasta que... Ah, duran ya veremos.
Y la princesa, que habÃ*a hablado en el dialecto común del campesinado para que el
mujik la comprendiera mejor, temblando por su propia excitación, adelantó sus bellos
labios húmedos hasta los de Iván y suavemente insertó la punta de la lengua entre
ellos.
Como el lector puede imaginar, el vulgar mujik abandonó su pasividad. Durante las
ardientes palabras de la princesa, sintió el excesivo ardor a que lo estaba sometiendo; y
mientras cada oración se hundÃ*a en su corazón y al mismo tiempo encendÃ*a su obscena
imaginación, la fue rodeando con sus brazos y sus manazas recorrieron el cuerpo de
ella tratando en vano de descubrir un camino hacia los tesoros que ansiaba explorar.
Entonces Vávara se dignó ayudarlo. Por algún medio misterioso su vestido cedió y la
descubrió en su maravillosa belleza desnuda a los ojos del sirviente. Ahora le habÃ*a
llegado el turno a él. Impaciente por la demora y delirante de concupiscencia, se
precipitó sobre ella. Cubrió el suave cuerpo con besos desde la cabeza a los pies, ella
consintió sus caricias mientras las manos de él erraban sobre sus encantos, e incluso
sus partes más Ã*ntimas estaban a su merced. La princesa nada le negó, sino que le
entregó su cuerpo voluptuoso sin reservas. Iván prosiguió atrevidamente con sus
toqueteos y sus besos, hasta que ella, ardiente por sus abrazos, mostró tanto abandono
como el campesino.
Entonces el mujik buscó la satisfacción de su fogosidad y la saciedad de su desenfreno
en la persona de su ama. Se incorporó y, tras separarle sus dóciles piernas, montó
sobre ella. AsÃ* quedaron unidas sus carnes, asÃ* se mezclaron el aliento ardoroso y los
suspiros de ambos, conjugados en un mismo deseo, encendidos de ardiente
impaciencia. Ya estaba el feroz pecaminoso a mitad de las puertas abiertas, probando
una entrada que los groseros intentos del mujik y la desproporción de las partes
volvÃ*an inútil. Una y otra vez intentó adaptarse al estrecho sendero de los deleites
prometidos, y empezó a temer que las delicadas formas de la princesa Vávara no
estuviesen destinadas al placer de un hombrón tan bien dotado como él.
Pero entonces, fiel a su promesa, la princesa acudió en auxilio del mujik. Jamás se
habÃ*a visto sometida con anterioridad a un ataque semejante, pero sus deseos
igualaban a los de él y no se desanimar por dificultades susceptibles de ser superadas.
Cogió de nuevo el miembro hinchado del rústico y con su propia mano lo puso en
contacto, prestándose a tan poco delicada operación, e intentó practicar una entrada
horadándose a sÃ* misma con el arma del amor cuyos placeres habÃ*a imaginado; su
experiencia. y su determinación con lo que la fuerza brutal del mujik no habÃ*a
conseguido, pues ya sintió sus partes penetradas y el movimiento del inmenso
asaltante en el camino acertado. Apartó la mano, y con los dientes apretados aguardó
el impacto de la cópula
-Empuja ahora, muchacho, y goza de mÃ* para contento de tu corazón -murmuró en voz
baja.
En cuanto el impaciente mujik detectó las delicadas presiones a que ahora se veÃ*a
sometido, descubrió su ventaja, y juzgando que lo único que debÃ*a hacer para alcanzar
su objetivo era empujar sin otra consideración que su propio placer, puso manos a la
obra contorsionando los miembros y la flexible cintura, introduciéndose hasta lo más
profundo de la encantadora princesa, pese al evidente sufrimiento que producÃ*an sus
torpes intentos. En cuanto a ella, tras percibir el asaetamiento de la terrible coyunda,
sintiendo que no tenÃ*a nada más que temer y que habÃ*a recibido tal como anhelaba el
miembro rÃ*gido del mujik en su cuerpo tan lejos como era posible penetrarla, rodeó
con brazos y piernas al hombre y lo apretó tan fuerte que imposibilitó todo
movimiento por parte de él, Y asÃ* yacieron sus cuerpos unidos, la princesa
deleitándose con la palpitación de la abundante verga de Iván en su interior.
Pero pronto el mujik se disparó por razones de fuerza mayor, encontrándose en una
especie de cielo paroxÃ*stico, las sensaciones experimentadas lo aguijonearon, el
movimiento se convirtió en una necesidad y comenzó a dar empellones con sus
caderas con tanta fuerza y energÃ*a que la princesa gritó de deleite. El mujik empujaba,
y no bien percibió el estado de su pareja y notó que ella compartÃ*a sus placeres,
redobló los movimientos y, mezclando los gemidos de éxtasis, sus cuerpos se elevaban
y hundÃ*an en la consecución del acto obsceno. La princesa lamentaba que no pudiese
durar eternamente, Iván se esforzaba por alcanzar el punto culminante de su goce, que
también significarÃ*a el punto foral de su incontinencia. La princesa sintió que las
partes del libidinoso se volvÃ*an más duras y calientes, el mujik creyó que sus sentidos
lo abandonaban mientras llegaban juntos a un coito frenético y, con rugidos de
satisfacción tan roncos como los de un semental con una yegua, inyectó en el cuerpo
de la princesa una asombrosa cantidad de semen. La embriaguez de su descarga
provocó que el mujik emitiera gritos de regodeo, mientras la damita, abrumada por el
éxtasis que él le ocasionaba, permaneció casi desmayada mientras recibÃ*a la
inundación. Apenas habÃ*a acabado Iván cuando recomenzó, y ella, que empezaba a
deleitarse con el miembro potente de ese hombre vulgar con mayor fruición de la que
jamás habÃ*a experimentado, se entregó por entero a la brutal voluptuosidad de verse
asÃ* ferozmente ultrajada. Después de tres coitos completos, el mujik se retiró del
cuerpo de la princesa, con su apetito carnal aplacado por el momento, y permaneció
resonante, con lo ojos entrecerrados, a su lado.
No pasó mucho tiempo antes de que los pensamientos del lujurioso placer que habÃ*a
disfrutado con su encantadora amante, y quizá también las hormigueantes sensaciones
que seguÃ*an acosándolo después de la última coyunda, hicieran que el mujik mostrara
otra vez sÃ*ntomas recurrentes de su virilidad. La vista del sucio individuo en este
estado inflamó de nuevo los deseos de la princesa Vávara, y sus besos y toques
lascivos ejercieron el efecto correspondiente en el mujik, hasta el punto en que éste
retomó deprisa su posición encima de ella, y con ansiosos empellones penetró sus
partes pudendas. Sin embargo, en cuanto su miembro hinchado quedó envainado
donde ambos deseaban, y sus cuerpos apretados volvÃ*an a contorsionarse, se abrió la
puerta de la cámara e hizo su aparición Proscovia.
Cuando el mujik notó que se abrÃ*a la puerta y entraba alguien, flotaron ante sus ojos
visiones del knut y de Siberia Retirando su erecto miembro humeante, incapaz de
hacer nada más a causa del miedo, permaneció con la vista fija, su indecencia
Plenamente expuesta a la vista de Proscovia. Entretanto la princesa Vávara,
mordiéndose los labios purpúreos, disgustada, dividÃ*a su atención entre el miembro
hinchado del mujik y la atrevida intrusa. En ese instante Proscovia supo plenamente de
las irregularidades de su ama, cuyo début habÃ*a sido ya celebrado en una corte como la
de Rusia, infestada de los vicios bestiales de Catalina que, como no podÃ*a dejar de
ocurrir, produjeron todos los efectos de que eran capaces en las costumbres y el
temperamento de la princesa Vávara; pero este último acto cogió a Proscovia por
sorpresa, para no hablar del asombro y el desmayo con que reconoció a su hermano en
semejante posición. La criada estaba pues a punto de retirarse, cuando la voz de su
ama le ordenó que no se moviera de donde estaba.
-¡Cierra la puerta y pon la tranca, Proscovia! ¡Ven aquÃ* de inmediato! ¡No, nada de
caprichos! Te ordeno, so pena de la inmediata inflicción del knut, que obedezcas.
-Luego, al ver que la chica todavÃ*a vacilaba ante tan extraño espectáculo, la princesa
se levantó, golpeó furiosa el suelo con su pequeño pie y sacudió un puño cerrado ante
la cara de Proscovia.
Pero Vávara conocÃ*a su papel a la perfección y no permitirÃ*a que una simple sirvienta
la desobedeciera. Desdeñó cubrirse el cuerpo desnudo y, por el contrario, permaneció
erguida en todo su encanto. Iván, igualmente desnudo, tenÃ*a la vista fija, los ojos
desorbitados. La princesa aferró el miembro erecto del mujik y lo agitó delante de la
doncella.
--¿Ves esto, Proscovia? Tu hermano es un timbre portentoso... Vamos, olvida falsos
recatos y dime lo que piensas de verdad.
Ante tan autoritaria apelación, la criada tartamudeó algo a =modo de respuesta y
permaneció temblorosa aguardando las órdenes de su ama imperiosa, no sin manifestar
en su actitud cierta dosis de avergonzada confusión.
Proscovia habÃ*a sido educada con más esmero que la mayorÃ*a de las de su clase social,
pues habÃ*a sido seleccionada, con otros miembros de la servidumbre de las vastas
propiedades del prÃ*ncipe, para el servicio personal de la princesa. En cumplimienté de
este oficio, habÃ*a sido separada de su familia y habÃ*a visto muy poco a su hermano
Iván hasta que regresó de la capital con su ama, cuando el prÃ*ncipe Demetri asumió las
funciones de gobernador. No es mi intención insinuar que el campesino ruso, en la
época cuyos datos recojo, fuese un grupo por completo abandonado en lo que respecta
a su moral, pero no podÃ*a esperarse que tanto vicio, abierto y descontrolado como el
que afectaba a las clases superiores, no arrojara una sombra descendente sobre las
capas más bajas de la comunidad, y debemos recordar que los siervos ni siquiera
tenÃ*an el incentivo de la libertad para ennoblecer sus ideas de la vida. Proscovia no era
mejor que ellos, y además habÃ*a penetrado en su mente la degradante influencia de la
vida cortesana en San Petersburgo. Era una muchacha que destacaba por su figura, y
naturalmente no habÃ*a recibido pocas atenciones por parte del otro sexo.
Iván no albergaba la menor preocupación ni escrúpulos con respecto a su
consanguinidad, y en cambio concebÃ*a un secreto deseo hacia su hermana, deseo que
ya habÃ*a intentado contagiarle, aunque en vano.
Vávara tenÃ*a su propio punto de vista; habÃ*a comprendido hasta qué punto los dos
hermanos estaban vinculados a ella por un incómodo secreto, y nunca permitÃ*a que
ningún escrúpulo la apartara de sus propósitos una vez que los concebÃ*a. Interpretando
la mirada ávida del mujik desnudo como buena señal, arrastró a la chica hacia delante
y cogiéndole la mano la apoyó en la parte más indelicada de su hermano. Este captó la
idea y ardió en deseos de satisfacer el goce interrumpido, y no sólo contribuyó a los
manejos de la princesa sino que atrajo a Proscovia hacia él y la besó repetidas veces en
la boca.
Ven, Proscovia -dijo el ama-, nada de timideces ni pudores. Iván todavÃ*a no está
satisfecho y una chica bonita como tú no le vendrÃ*a mal. ¡FÃ*jate en qué estado se
encuentra!
Entre los dos la empujaron hasta el diván. La sirvienta temÃ*a demasiado a la princesa
para ofrecer resistencia. Un segundo después el brutal mujik, a quien la situación le
parecÃ*a una estupenda broma, le habÃ*a levantado las faldas a la hermana hasta el
pecho, dejando al descubierto sus jóvenes y bien contorneadas formas. La princesa lo
ayudó, estimulándolo con la voz y el ejemplo. Entonces Iván, blandiendo el miembro
que en ningún momento habÃ*a perdido la evidencia de su vir~ avanzó hacia el ataque
incestuoso, medio borracho de lujuria y con la excitación que le pro~naba este nuevo
objeto impúdico. Forcejea- los tres, cayendo a veces a un lado y a veces el otro,
mientras el feroz Iván se esforzaba por Omplir su propósito. Por fin se presentó una
oportunidad favorable, empujó y con un grito de triunfo logró forzar a la persona de su
hermana.
La princesa se apartó y observó con deleite la operación, mientras los movimientos
desesperados del mujik delataban su placer. Proscovia, a medias aplastada por el peso
de su hermano y aterrada casi insta el punto de perder el conocimiento, no presentó la
menor oposición; el brutal individuo, por completar el acto, acabó con un grito
voluptuoso al sentir que el clÃ*max final se apode- sus sentidos. Tras descargar hasta su
completa satisfacción, retiró el miembro del cuerpo su hermana y se apresuró a cubrir
las partes chorreantes.
Entonces las dos mujeres se ocuparon rápidamente de liberarse del mujik, la princesa
prometiéndole una pronta renovación de sus placeres, la hermana reprochándole la
brutalidad, aunque al mismo tiempo relamiéndose en secreto por el estado en que se
encontraba
De este modo, la princesa se habÃ*a asegurado definitivamente la reserva y fidelidad de
la criada: ¿Caso no estaban remando las dos en el mismo bote?
Segunda parte
Antes de volver al diario Ã*ntimo de la princesa Vávara, deseo hacer un par de
observaciones. Hasta aquÃ* he intentado atenuar tanto como me ha sido posible los
apuntes de la princesa en mi paráfrasis, pero he de admitir que en algunos párrafos el
calor de su imaginación desbordada parece haberse soltado junto con su discreción, y
ha escrito expresiones tan repugnantes a la decencia que me veo obligado a dejarlas
sin traducir, y ruego a mis lectores que cuando dejo en blanco algunos sustantivos y
otras expresiones de la lengua, los sustituyan por sÃ* mismos y me libren de semejante
responsabilidad. Algunas partes del diario son tan extraordinarias que he preferido
ofrecerlas literalmente, con la única reserva mencionada; en otros casos las
descripciones, no sólo de sus sensaciones sino de los hechos y escenas, son tan
detallados que no pueden dejar de causar profunda impresión en el traductor, y me
serÃ*a materialmente imposible reproducirla en todo su brillante colorido y enérgica
descripción. Por ende he procurado dejar que el lector imagine por su cuenta la
absoluta depravación de una mente tan desequilibrada, incitada por la fuerza de las
circunstancias que la rodeaban y los hábitos de la sociedad en que vivÃ*a, libre de
cualquier consideración hacia el deber o la religión.
Tan interesado estaba en el estudio de este insólito fenómeno fisiológico que no
escatimé esfuerzos en buscar un retrato de la princesa, y descubrÃ* finalmente uno de
tamaño natural, colgado en un palacio de San Petersburgo. Pinta a una mujer joven y
de una belleza singular, de unos diecinueve o veinte años de edad. No pude olvidar
fácilmente sus ojos. De incomparable encanto, en sus brillantes profundidades daban
la impresión de penetrar al espectador hasta el alma. Su tez era clara,
extraordinariamente clara; los cabellos castaños caÃ*an en exuberantes ondas sobre sus
hombros. TenÃ*a la frente ancha y noble, el aire altivo e imperioso, aunque
evidentemente capaz de expresar gran ternura y sensibilidad. El retrato me persiguió
meses enteros y me inspiró para concluir la tarea que ya habÃ*a comenzado,
concretamente la de copiar y parafrasear tan singular diario.
A los lectores que no conozcan la lengua rusa, he de informarles que Várvara o Vávara
es sinónimo de Bárbara, y que el tono insolente y autoritario empleado por los nobles
para dirigirse a sus siervos era el habitual, y el que éstos daban por sentado y recibÃ*an
con espÃ*ritu de respetuosa sumisión.
Tras describir su primer encuentro con Iván en la ocasión que ya conocemos, la
princesa pasa a relatar el segundo, pero dado que gran parte de éste posee un carácter
muy peculiar, considero mejor presentarlo con sus propias palabras, aunque algunas
partes son del todo intraducibles.
«Dos dÃ*as después de su primera visita y del éxito de mis experimentos con él, mandé
a buscar a Iván. Necesitaba dar algún alivio a la privación que soportaba a solas, y él
era el adecuado para proporcionármelo. Durante el intervalo, sólo habÃ*a pensado en su
vigor y sus habilidades. El entendió muy bien mis objetivos y no necesitó de ninguna
inducción para secundar mis ideas más desenfrenadas. Le hice señas de que se
acercara y se despojara de sus groseras pieles de cordero. Obedeció con la torpeza
propia del patán que era. Hice que se descubriera y expusiera el bajo vientre y las
piernas musculosas. Miré hacia sus partes pudendas y vi cómo su gran *** aumentaba
y se erguÃ*a gradualmente. Lo mantuve a cierta distancia mientras me abrÃ*a el peinador
y exhibÃ*a mi cuerpo casi desnudo, apenas cubierto por mi camisa de seda, con las
medias y los zapatos puestos.
Mis encantos lo inflamaron; su estaca se empinó gruesa y purpúrea de deseo. Hice que
se situara delante de mÃ* y cogÃ* el instrumento entre mis manos. Sus testÃ*culos eran
inmensos, tenÃ*a la bolsa y el vientre cubiertos de vello. Todo ello despertó en mÃ* un
fuerte deseo; ese individuo avivaba en mi cuerpo sensaciones que hasta entonces yo
desconocÃ*a. La visión y el contacto de sus partes me embriagaron. HabÃ*a descubierto
algo para satisfacer, al menos de momento, mis fantasÃ*as más desbordadas: tan feliz y
delirante me hacÃ*an los genitales de ese hombre. El me acarició con sus manazas, me
besó todo el cuerpo, mientras yo frotaba y sobaba su inmensa *** y él jugaba con mi
abertura. Sus bastos toques eran deliciosos; cada movimiento de sus dedos, yo lo
devolvÃ*a con un apretón de su verga.
-¿No es delicioso? -le pregunté-. ¿Te gusta la sensación cuando te sobo el miembro?
Excelencia, vuestros toques son el cielo, vuestro siervo está embelesado por tanta
condescendencia.
-Supón que siguiera sacudiéndolo asÃ*. ¿Qué harÃ*as?
-Entonces me ***. -Empleó estas palabras porque no conocÃ*a otras: era una expresión
grosera corriente entre el campesinado-. Y vos, Excelencia, me privarÃ*ais del placer de
daros aquello que me permitisteis la primera vez.
Qué era eso? pregunté, sonriente y fingiendo ignorancia.
-Permitisteis a vuestro sirviente entrar allÃ*. -Uniendo la palabra a la acción, insertó la
punta del dedo en la delicada abertura-. Me permitisteis *** con vos. -También en este
caso empleó una expresión grosera-. Gocé de un gran placer, me sentÃ* casi muerto de
deleite y no he pensado en otra cosa desde entonces.
-¿Tanto te ha fascinado mi cuerpo, Iván? Pero tu columna es enorme y me temo que
no sea adecuada para unas formas tan tiernas y delicadas como las mÃ*as.
Dije eso para excitarlo más, y noté que sus ojos se nublaban de pasión y su fuerte
miembro palpitaba anhelante.
-Vuestro sirviente será tan suave que no os hará daño. No seré violento en absoluto,
me portaré como un cordero en las manos del lobo, podréis hacer conmigo lo que
queráis... sólo permitidme intentarlo. Mi *** gotea ya ante la idea de entrar, tiene la
cabeza cubierta con el rocÃ*o de sus ardores, ya prepara el medio para lubricar la
hermosa cueva... dejadla entrar.
No, Iván, me da miedo su tamaño... me harÃ*as mucho daño...
-No digáis eso, Excelencia, sólo os daré placer, agitaré suavemente vuestras
sensaciones hasta el goce supremo... os montaré deliciosamente y llenaré vuestra alma
con el desenfreno de mi energÃ*a, empujaré con fuerza cuando vuestros espasmos os
abrumen y nadaréis en el mar de mi semen. Vuestras entrañas vibrarán constantemente
en el paroxismo y no cesará de fluir vuestro dulce jugo.
Cerré los ojos; Iván me apretó entre sus fuertes brazos, atrayéndome hacia su robusto
cuerpo, que sujetó desnudo contra el mÃ*o; se echó sobre mÃ*, apoyando su vientre
velloso en mi tierna piel sonrosada. Empujó su *** entre mis muslos; la sentÃ* caliente
y firme como el cartÃ*lago... su contacto me electrizó.
-¡Dios mÃ*o! -murmuré-. ¡Me matarás!
Iván no prestó la menor atención a mis protestas... que en realidad sólo estaban
destinadas a calentarlo más. Saboreé su salvajismo; ser vÃ*ctima de su vulgar lujuria era
puro placer para mÃ*, pero todavÃ*a no lo dejarÃ*a salirse con la suya. Sus partes tocaban
las mÃ*as; la punta de su estaca, que destilaba gotas impacientes, presionaba los labios
de mi cavidad, buscando una entrada para su tiesa longitud. Era como el semental
entablando una lucha desigual de deseo amatorio con una palafrenera. Me sentÃ*
sucumbir y, levantándome, lo aparté de mÃ*: querÃ*a disfrutar de los preliminares,
provocarlo más. El se incorporó y volvió a mirarse las partes: su enorme ***,
inflamada por mi resistencia, apuntaba hacia arriba y se meneaba delante de él. Estaba
más roja, más feroz que nunca; quejándose de mi resistencia, con súplicas abyectas,
volvió a cogerme: una vez más se arrojó sobre mÃ* y con la rodilla separó mis blandos
muslos. Otra vez sentÃ* el contacto de su ***. Sus primeros intentos fueron tan torpes
como antes: me hizo daño, se lo dije, la cabeza de su miembro querÃ*a abrirse paso a
través de mis labios menores.
-¡Ahora entra! ¡Por fin, Santo Cielo! Ã* Qué placer! -gritó, dando empellones contra mis
partes.
De hecho, la mitad de su columna estaba en mi vientre; temÃ* perder lo que él tenÃ*a para
darme y lo ayudé en sus brutales esfuerzos de penetración... poco a poco se deslizó en
mi interior; sentÃ* el empalamiento con hambriento deleite y luego, bajando su cintura,
se dedicó de lleno a lo que estaba haciendo. Me penetró hasta que me sentÃ* atiborrada
con su miembro viril. Luego me sacudió terriblemente y empujó en mi interior el resto
de su ***; asÃ*, completa la penetración, comenzó su arrebato. Las estocadas eran
deliciosas y, pese a su tamaño y su vigor, empecé a secundarlo. Los empellones iban
acompañados de bajos gritos guturales. Me aferré a él y lo recibÃ* con inefable deleite.
Levanté las piernas y las apoyé en su espalda. El se apretó contra mÃ* y enterró su ***
en mi cuerpo, que respondÃ*a a sus empellones. Nuestras caras se tocaron, nuestras
lenguas se retorcÃ*an juntas, nuestros alientos iban y venÃ*an en un largo desborde de
placer, cerré los ojos en un éxtasis convulsivo. Nuestros cuerpos estaban firmemente
unidos, la comunión era tal que sentÃ* hasta el último espasmo, hasta la última
palpitación de la potencia viril. El rodó y cayó sobre mÃ*, en mÃ*, su ser se confundió
con el mÃ*o. Iván parecÃ*a identificarse en su carne ferviente con la mÃ*a. Su miembro,
empujado hacia delante con indescriptibles esfuerzos, no podÃ*a penetrarme más. Mis
manantiales se abrieron y ayudaron a sustentar sus movimientos rápidos y profundos;
las exhalaciones de él entraron en mi bajo vientre y embriagaron mis ansiosos
sentidos.
-¡Oh, mujik! Me has penetrado hasta el alma, continúa ahora moviéndote tan
deliciosamente, apriétame con el vigor de tu fuerte hombrÃ*a. ¿No eres feliz ahora
poseyendo a mi persona? Tu vara me llena de éxtasis, es una barra de hierro, me
atraviesa hasta el corazón.
El mujik no podÃ*a responder con palabras, pero subÃ*a y bajaba su *** en el interior de
mi cuerpo de una forma que me hizo temblar con espasmódica pasión. Su columna,
que ya no estaba confinada por falta de humedad, se acomodó en toda su extensión y
las sacudidas se volvieron más cortas y fuertes. SentÃ* que se endurecÃ*a y agrandaba
más aún. El hizo una breve pausa, como si quisiera reunir todas sus energÃ*as en un
único esfuerzo, y entonces me entregó aquello por lo que yo estaba ardiendo; me
estrechó el cuerpo contra el suyo y, con su enorme *** enterrada hasta el fondo en mi
interior, sentÃ* que me llenaba con torrentes de esperma. Yo nunca habÃ*a experimentado
nada semejante a esta inyección de su ***. Tres veces, antes de que lo apartara, el
libidinoso mujik me inundó, y las tres veces recibÃ* sus jugos con gritos de ardor.
Entonces me eché sobre su cuerpo y me quedé dormida... no sé durante cuánto tiempo.
Me sentÃ*a dichosa y encantada con la energÃ*a de mi rústico amante. Al despertar lo
encontré acariciándome todo el cuerpo. Bajé la mano y palpé su columna; estaba tan
fuerte y empinada como al principio. Fue un deleite sentir su largura y su anchura.
Iván no estaba ocioso, pero mis toqueteos lo perturbaron y quiso empezar de nuevo,
gozarme otra vez, aunque se lo impedÃ*. Forcejeó para caerme encima, pero no se lo
permitÃ*. Le ordené que se quedara quieto. Mis manipulaciones lo incendiaron, pero
insistÃ* en que se mantuviera sumiso. Su *** estaba inmensa, la punta era como una
ciruela madura. Por un instante olvidé lo que era y la traté como si de esa fruta se
tratara. En ningún momento el mujik se habÃ*a mostrado tan fogoso; no podÃ*a quedarse
quieto... todo su cuerpo vibraba. Con mis contoneos lascivos fui acercándolo con
fruición hacia mÃ* y experimenté tanto placer como él. Lo manipulé de modo que
aumentara gradualmente su placer; con una mano contuve sus globos, rodeé su ***
con mis labios húmedos, la dejé entrar entre ellos y saboreé el encanto de su fortaleza
viril. SentÃ* que no podÃ*a seguir adelante sin ***. Vacilé; mientras me decidÃ*a a
proceder, pensé que se me escaparÃ*a el ***, que él ya estaba a punto de eyacular. Yo
ardÃ*a en deseos de gozar y ser gozada, de ser arrasada otra vez por este taimado
campesino, cuyos instintos bajos y brutales me proporcionaban tanto placer. ¡Pero su
*** me resultaba tan atractiva! En mi delirante admiración de sus partes pudendas, me
sentÃ* casi fuera de mÃ*. A duras penas logré soltar la llameante columna. Luego,
exhalando un profundo suspiro, me incorporé; quedé frente a él, que cayó sobre mÃ* y
me desplomé hacia atrás a un costado de mi cama; al caer me volvÃ* retorciendo mi
cuerpo, él me rodeó la cintura con la intención de completar su goce -parecÃ*a que le
daba igual de qué manera-, sentÃ* que apretaba su cuerpo caliente contra mis nalgas, su
aliento me quemaba el cuello, su columna ya se arrojaba entre mis piernas, buscando
en vano una entrada. No es de extrañar que se desviara, su tamaño escapa a toda
descripción, su *** era un hierro al rojo vivo. Levanté una pierna y él aprovechó este
movimiento: en un instante me sentÃ* penetrada por su enorme columna, que subió por
mi interior hasta el vientre. Experimenté tan deliciosas sensaciones que lo ayudé en
todo lo que pude. Su *** se contorsionaba de placer, sin parar, y poco después
descargó su *** en un fabuloso borbotón. Entonces me tocó a mÃ* revolcarme gozosa y
recibÃ* hasta la última gota emitiendo grititos de éxtasis. Mi cuerpo y las sábanas
quedaron cubiertas con la evidencia de la virilidad del mujik. ¡Me daba igual! Yo sólo
querÃ*a gozar; cambiar las sábanas sucias era asunto de Proscovia, no mÃ*o; en cuanto a
mi cuerpo, yo sólo querÃ*a inocular todos sus poros con el esperma de Iván.»
Es casi imposible concebir algo más rápido que el desarrollo de los vicios que
llameaban en la Ã*ndole de la joven y fascinante princesa Vávara Softa. Como puede
suponerse, una asociación como la existente entre ella y su amante de baja cuna sólo
podÃ*a llevar a degradarla cada vez más. Naturalmente, él tenÃ*a sus propios vicios
bajos, su lenguaje vulgar para explicarlos, y la joven ama parecÃ*a encontrar un deleite
especial en oÃ*rle contar una y otra vez sus actos de vileza sensual, sus proezas
libertinas y disolutas.
El delito incestuoso del que la princesa habÃ*a sido testigo, si no partÃ*cipe, fue repetido.
Vávara (si hemos de dar crédito a su diario), especialmente en los momentos en que
estaba imposibilitada de entregarse a una gratificación más personal, se entretenÃ*a.
instigando y supervisando los actos más desenfrenados de lascivia entre hermano y
hermana. Proscovia, una muchacha bonita, traviesa y sin principios, enseñada a
confiar ante todo en su joven ama, si bien reacia al principio, poco después se prestaba
a los abrazos concupiscentes de su hermano con evidente satisfacción. AsÃ*, apenas
pasaba una semana sin que los hermanos se entregaran desnudos a la máxima lascivia
en presencia y con el estÃ*mulo de la princesa, que contemplaba con ojos glotones sus
sucios goces, e incluso incrementaba -mediante sus sugerencias y manipulaciones
libidinosas- su ya excitada lubricidad.
La princesa describe asÃ* su experiencia con estos dos compañeros secretos de orgÃ*as:
< Cuando empecé a desvestir a Iván, su hermana, a cierta distancia, se despojaba
lentamente de su ropa. A medida que cada prenda era quitada o dejada caer, noté con
deleite el efecto que ejercÃ*a en el hermano. Yo misma me ocupaba de que su
excitación no languideciera. AbrÃ* sus ropas, él se las quitaba, y lentamente fui
mostrando a la mirada de su hermana Proscovia su enorme *** en vio lenta erección, y
el entusiasta aprecio de los placeres por venir. La chica fijó sus ojos en ella, con la
boca abierta, el aliento caliente, la respiración dificultosa, las mejillas ruborizadas de
deseo. Entonces, desnuda incluso de las medias y los zapatos, se alzó como una diana
bien dispuesta para la inmensa jabalina de dura carne que la amenazaba. En actitud
voluptuosa, expuso ante el hermano toda su desnudez. El rizado vello negro que cubrÃ*a
abundantemente su almeja se abrió suavemente, y quedó a la vista la raja enrojecida
Con suaves movimientos ondulatorios de su bajo vientre, Proscovia lo invitó al ataque.
Iván se regalaba los ojos en todo lo que veÃ*a, mientras yo excitaba entre mis manos su
columna, la frotaba lentamente arriba y abajo, hasta que el pellejo flojo se negó a
seguir cubriendo la hinchada cabeza. Los ojos de Iván centelleaban lujuriosos, sus
caderas se movÃ*an sensibles, amistosas. Lo empujé hacia delante; Proscovia,
suspirando, cayó boca abajo sobre el diván; él la montó y yo, separando los vellones
con mi propia mano, guié la enorme y empinada *** del macho en la grieta húmeda.
Sus robustos empellones hicieron el resto; contemplé la rÃ*gida verga de carne brillante
cuando entró en el cuerpo de la hermana y desapareció hasta el fondo. Apretándola
entre sus brazos, él empujó y, con golpes regulares que hicieron retumbar la cámara,
apuró el placer hasta que finalmente se separó de los brazos de Proscovia, con la ***
chorreante de semen.
Fue en una de esas ocasiones, en que por la menstruación yo no podÃ*a gozar de él de la
manera corriente, cuando me encontré entretenida con su vara larga, moldeándola,
jugueteando y besando la ciruela. Abriendo mis labios acariciantes, la dejé entrar: él
hizo en mi boca los mismos movimientos con que estaba acostumbrado a deleitarse en
otro agujero de mi cuerpo. El deseo superó cualquier otra sensación en mÃ*; yo ansiaba
gozar y era consciente de mi imposibilidad de hacerlo como de costumbre. Lo
estimulé, sustentando la firme columna por su base. De vez en cuando le interrumpÃ*a...
y yo sabÃ*a muy bien por qué. Sus movimientos me excitaban y, aunque el tamaño de
su *** me incomodaba, me deleité en el sabor de sus partes. La intrusa estaba cada vez
más caliente, más dura... y me abandoné a mi fogosidad. Iván trató de salirse y yo lo
hice entrar más. Entonces ocurrió y no puede decirse que la culpa fuera suya; lo sentÃ*
ceñirse a mÃ* y súbitamente mi boca estuvo llena, lo oÃ* jadear, parecÃ*a caer de él un
diluvio, espeso y pegajoso, que me pareció un manjar, y lo dejé alcanzar el paroxismo
en que estaba. A partir de ese momento fui una devota de su pasión».