Martha y su hijo Iván - Capítulos 01 al 04

heranlu

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Martha y su hijo Iván - Capítulos 01 al 04

Martha y su hijo Iván - Capítulo 01



Mi nombre es Marta y desde hace un tiempo que mi vida ha cambiado drásticamente, sobre todo después de que mi marido falleciera. Esto ocurrió hace ya unos años, cuando mi hijo Iván era muy pequeño y tenía solo cinco años.

Al principio, todo era maravilloso, tenía la vida perfecta. Javier fue el amor de mi vida y lo supimos según nos encontramos por primera vez. Tuvimos que separarnos cuando comenzó a estudiar en la universidad, un año más tarde empecé con magisterio, pero las universidades eran diferentes. Sin embargo, siempre que teníamos un fin de semana libre, íbamos uno en busca del otro para poder estar juntos.

Al final, aprobé las oposiciones a maestra y conseguí trabajo al lado del pueblo donde vivíamos. Por su parte, Javier entró en una sucursal bancaria del mismo pueblo, en aquella época el trabajo era más sencillo de encontrar, no como ahora.

Lo teníamos todo y justo nos vino una alegría inmensa, teniendo todavía 22 años y habiendo entrado recientemente en mi trabajo, descubrimos que me había quedado embarazada. Pese a ser tan jóvenes decidimos tenerlo sin dudar, ambos trabajábamos, con contrato fijo y ganamos bien, además… nos amábamos, era la cúspide de nuestro amor.

La felicidad inundó nuestro hogar, aunque lastimosamente no duraría mucho y la desgracia no tardaría en llamar a la puerta. Todo comenzó justo al año de nacer nuestro hijo, a mi marido le diagnosticaron cáncer y aunque luchamos lo imposible, no lo pudimos superar.

Después de cuatro años agotadores de pelea contra la enfermedad, el hombre del que me había enamorado con tanta fuerza, abandonó este mundo. Me quedé sola, nuestros padres ya habían fallecido y la única familia que tenía, aparte de mi hijo, era un hermano de Javi que vivía al otro lado del país. Apenas nos veíamos y tampoco es que tuviéramos mucho trato, por lo que de buenas a primeras Iván y yo, nos quedamos solos en el mundo.

Para mí esos años fueron durísimos, cuidar de un hijo no es fácil y menos sin ningún tipo de ayuda. El puesto de profesora en el instituto, obviamente, estaba muy bien pagado, por lo que gracias a dios, el dinero no nos faltaba. El problema principal era el tiempo… el maldito tiempo.

Desde que me levantaba me dedicaba a mi hijo en cuerpo y alma, volqué en él todo mi amor e intenté que fuera mi medicina para no caer en la depresión. Le levantaba, le hacía el desayuno, le llevaba al colegio, iba a trabajar, le recogía, hacíamos los deberes, cenábamos, corregía las tareas de mis alumnos y a dormir. Esa era mi vida, día tras día, un bucle infinito del cual solamente escapábamos los fines de semana.

Para salir de la rutina tratábamos de hacer planes como excursiones, paseos por el pueblo, o simplemente íbamos al videoclub y alquilábamos algunas películas, ese era nuestro ocio. El único tiempo que me permitía “desconectarme” de Iván, era algunas veces cada dos meses en la cual invitaba a alguna amiga a casa a tomar algo, más que nada para poder tener algo de interacción social. Pero no os podéis imaginar lo complicado que era sacar tiempo, ser madre soltera es una tarea muy compleja.

Si con mis amigas era difícil coincidir, mis relaciones con los hombres pasaron a ser nulas. Entre el niño, la casa y el trabajo, para mí los hombres empezaron a ser personajes mitológicos que solo escuchaba en las historias.

Hasta que mi hijo llegó a la pubertad, sobre los doce o trece años, solamente pude quedar con un hombre en todo ese tiempo… ¡UNO! Y tampoco fue una buena experiencia. Por lo que el propio instinto de supervivencia hizo que en el plano sexual yo misma me bastara, punto.

Mientras esos agónicos años trascurrían, mi cuerpo fue cogiendo algunos kilos y por ende ensanchándome, llegando a engordar diez kilos desde que Javier nos dejara. Antes de que mi marido falleciera, tenía un buen cuerpo, estaba delgada y me enorgullecía de mi figura. Muchas veces sentía las miradas de los hombres que pasaban a nuestro lado, no me gustaban, sin embargo, era evidente que sucedían, no lo podía negar. Incluso en el instituto tenía que escuchar algunos comentarios sobre mi gran busto o mi trasero… no era el pan de cada día, pero casi.

Siempre había estado con Javier, desde que nos conocimos en el instituto, él fue el primer y único hombre. No obstante, yo no era tonta, sabía que era guapa, no una mujer despampánate, aunque guapa… sí. Todavía conservo bonitas facciones y sería demasiado humilde decir que no soy linda, es evidente que sí.

Aunque esa Marta tan joven, obviamente ha desaparecido, engullida por unos cuantos kilos a los que no tengo tiempo de decir adiós. Sin embargo, no todo está perdido, todavía sigo conservando mi pelo negro y sedoso, unido a mis ojos azules que siempre me dicen que se asemejan al mar. Según Javier, una mirada mía congelaría el mismo infierno, ¿exageraba? Claro que sí, aunque mi anatomía era para estar orgullosa.

Sin más apuros que el estrés y la tristeza, que no es poco… conseguí pasar la etapa más dura de nuestra vida y en gran parte gracias a mi hijo. Se portó de una manera muy adulta para su corta edad, algo que me dejaba sorprendida.

No es que se convirtiera en el hombre de la casa, ni mucho menos, simplemente me hacía caso a todo lo que le sugería y le pedía, que para un niño tan joven me resultaba increíble. Rápido cogió la costumbre de hacer su cama, recoger la ropa, lavar los platos y un largo etcétera de tareas domésticas. Haciendo esa parte del trabajo, agilizaba el mío de exponencialmente, y después, podíamos disfrutar juntos, ya fuera jugando o simplemente viendo la televisión. Si no hubiera ayudado… seguramente me hubiera dado un ataque por tanto estrés o me hubiera vuelto loca, se convirtió rápido en una persona tan responsable como lo fue su padre.

Me llamo Iván y vivo solo con mi madre desde que tengo cinco años. Por azares de la vida, mi padre no pudo superar el cáncer y desgraciadamente falleció.

Aun siendo así de joven, tengo unos recuerdos muy nítidos de él, lamentablemente la gran mayoría en el hospital, pero siempre jugando o sonriendo, aunque el dolor le destrozase por dentro. Siempre lo vi como un luchador, como una persona que no se rindió, para mí nunca dejará de ser un héroe.

Desde mi más tierna infancia siempre quise ser como él y gracias al azar de los genes, nuestro parecido físico era asombroso. Según mi madre, otra heroína sin lugar a dudas de la que estoy orgulloso, era una pequeña copia. Únicamente nos diferenciábamos por los ojos, los cuales heredé de ella.

Tanto los rasgos faciales como mi pelo castaño tirando a rubio, eran una copia exacta de lo que había sido mi padre, por lo que teniendo mi parte externa como él, traté de igualarle en todo lo demás. Mi madre me contaba que en lo que más sobresalía era su responsabilidad y empatía con los demás, siempre intentaba ayudar y si no podía, por lo menos apoyaba. Crecí y me crie con aquellos ideales bien marcados.

Todos los días veía como mi madre se partía el lomo para llevar dinero a casa y hacer las tareas del hogar. Siendo pequeño fui consciente de que esa situación no podía seguir así y comencé a ayudarla en todo lo que pude. Aprendí a hacer mi cama, pasaba la aspiradora, lavaba los platos, recogía la ropa… básicamente intentaba quitarle todo el trabajo que mi edad me permitiera desempeñar. A veces, hacía a escondidas los deberes para que no se sentase conmigo a ayudarme y gastase más tiempo del poco que tenía.

Sé que lo pasaba mal, ¿quién no lo pasaría mal en una situación como esa? Creo que nadie. Muchas noches me partía el corazón escucharla en el sepulcral silencio de la casa… llorar a solas en su habitación. Para mí era agónico y sabía que no podía ayudarla, porque mis abrazos no podían curar semejante vacío que tenía en su interior, aquello me mataba.

Los años pasaron y como dice el dicho, “el tiempo todo lo cura” o por lo menos… lo mejora. La herida que mi madre tenía jamás sanaría por completo, pero por lo menos, cada vez cicatrizaba mejor. En mi caso era diferente, al haberlo perdido con tan pocos años, mi padre se convirtió en un recuerdo, en un ideal… más que su falta me dolían cuando algún compañero se pasaba de imbécil en el colegio y me lo recordaba.

Cuando mi pubertad se fue acercando, comencé a notar un cambio de actitud en Marta. Estaba algo más risueña y mostraba una felicidad real, no como todos esos años con sonrisas forzabas ocultando sus verdaderos sentimientos para no preocuparme.

Cursando el instituto mi vida fue otra, salía con mis amigos al parque y mi madre podía tener momentos de descanso para hacer lo que quisiera, ambos gozamos de más independencia. Incluso me apunté al equipo de atletismo por iniciativa propia, simplemente para que tuviera tardes libres y pudiera quedar con sus amigas. Además, que la inscripción no era cara y a mí me gustaba correr, sabiendo que mi madre siempre repetía que no me preocupara por el dinero, no lo dudé. De ahí en adelante, nuestras vidas empezaron a mejorar sin parar.

Lo que para otras era una condena, para mí la pubertad de mi hijo fue una liberación. El tiempo que tenía para mí era inmenso, cada vez ayudaba más en casa y con el tema estudios no tenía ningún problema. Para colmo, con los entrenamientos de atletismo, tenía liberadas varias tardes.

Sabía que lo hacía más por mí que por él, siempre se negaba a que lo acompañara y me decía que disfrutase. Se convirtió en un cielo de hijo… más de lo que era. Me sorprendió como empatizó conmigo y también con nuestro problema. Podría haber llorado, pataleado, ser caprichoso, pero no, Iván nunca fue de ese modo, siempre asumía todo con una madurez impropia para su edad.

Esa época me supo a gloria, salía a dar paseos, comencé a retomar la costumbre de leer, incluso me hice un curso de cocina por el que siempre tuve curiosidad. No estaba acostumbrada a manejar tanto tiempo, tenía más del que necesitaba.

Poco a poco volví a quedar con mis amigas, con quienes perdí ligeramente el contacto debido a mi ajetreada vida. Algunas de ellas ahora estaban teniendo hijos pequeños y entendían lo que era tener uno en casa.

Sobre todo volví a hablar mucho con Silvia, mi amiga de toda la vida, que la tenía muy olvidada y nos veíamos muy de vez en cuando. Desde jóvenes salíamos juntas y en el instituto éramos uña y carne, pero lógicamente con el paso del tiempo la relación se enfrió un poco.

En ese tiempo, mi vida social aumentó exponencialmente, quedaba con mis amigas cuando podía, y con Silvia en especial, con la cual tenía siempre un día reservado a la semana para estar juntas. Fue una pasada volver a coger la confianza de tantos años tan rápido, que el miércoles pasó a ser nuestro día.

Desde ahí en adelante todo comenzó a ir viento en popa, mi hijo cada vez era más independiente y el tiempo que pasábamos juntos era para disfrutarlo y no para hacer tareas. Por fin comenzaba a disfrutar con plenitud de mi hijo y de mi vida.

****​

Esos años empezaron a ser maravillosos. En el atletismo mejoré mucho, incluso ganando carreras, estudiando era un alumno modelo y como no, algunos besos por parte de las chicas ya habían empezado a caer.

Pero lo mejor estaba en casa, ver a mi madre feliz era lo que de verdad me llenaba. Después de todo lo mal que lo había pasado y siendo mucho más consciente de todo, intentaba que su preocupación por mí fuera la menor posible.

El tiempo pasó y mis quince años llegaron, fue una época en la que empecé a descubrir con más ahínco al sexo opuesto y para un chico de esa edad, las chicas se convirtieron en el centro del mundo.

Junto con mis amigos, conversábamos sobre lo que sería “hacerlo” por primera vez, que si una actriz “estaba buena”, que si no sé quién del instituto tenía buenos pechos, cosas de chicos. Sin embargo, entrabamos en unos años que había que pasar de las palabras a los hechos.

Mi cuerpo lo conocía de sobra. Las masturbaciones eran diarias, por lo que mi anatomía no tenía ningún misterio. Anteriormente, pude saborear algún que otro beso con una chica del colegio, incluso me dejó posar mi mano en su trasero… nada más. Lo máximo que había llegado era a tocar un pecho, sin lugar a duda, una victoria inigualable para esa edad. Pero en realidad, no sabía nada de ellas y… con las hormonas hirviendo, necesitaba averiguarlo todo.

Sonia fue la primera novia “seria” que tuve. Era una chica preciosa físicamente y sobre todo mentalmente, su personalidad y su manera de pensar me cautivaban. Con ella descubrí lo que era un beso de pura pasión y notar como mi aparato reproductor se tensaba como un cable de acero.

Había días que pasábamos hasta una hora besándonos, nuestros rostros adquirían un color rojizo casi enfermizo, era una locura como terminábamos. Cuando eso sucedía, que era la mayoría de los días… solía volver a casa con un dolor en mi bolsa escrotal que solo podía calmar masturbándome y en ocasiones… ni con esas.

No tenía ni idea a que se debía y en internet… pues tampoco encontraba muchas soluciones, casi siempre mis síntomas derivaban en cosas terribles. Ciertos días llegaba a preocuparme, ya que después de esos momentos de pasión, mi calzoncillo solía acabar con una gran mancha pegajosa de la cual me imaginaba la procedencia, pero desconocía el sentido.

Al ser el primero de mis amigos con novia, no pude obtener una respuesta de ellos y… me parece que era mejor. Pensé con temor que tal vez me corría muy rápido… en ocasiones esa mancha incluso llegaba al pantalón. No tuve más remedio que recurrir a la única persona con confianza que tenía, mi madre.

Al principio, no supe cómo afrontar el tema. Sí, era mi madre, aun así me daba vergüenza hablar de esos temas con ella. En ese tipo de momentos sí que echaba en falta una figura paterna que me aconsejara. Pero no había que lamentarse, Marta era adulta y experimentada, sabría lo qué pasaba y si era necesario iríamos al médico. Además, mi madre era una mujer cariñosa y comprensiva, jamás le podría sentar mal que tratase temas de esa índole con ella. Por lo que un día a la hora de la comida decidí sacar el tema.

—Mamá, ¿podría preguntarte una cosa?
 

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Martha y su hijo Iván - Capítulo 02


Me sorprendió que mi hijo me hiciera esa pregunta con tanta seriedad, sobre todo porque cuando comemos apenas decimos una palabra. Suele imperar el silencio, que únicamente lo rompe la radio o la pequeña televisión que tenemos en la cocina. Mi curiosidad y mi alerta saltaron a la vez.

—Claro, cariño. —dejé la cuchara en el plato— Dime.

—Es que hace poco… bueno, ya sabes que tengo novia. —estaba nervioso, se lo veía en los ojos.

—Sí, Sonia.

Parecía que el momento había llegado, siempre supe que algún día tendría que hablar con mi hijo sobre temas sexuales. Tenía explicaciones preparadas y memorizadas, pero algún que otro nervio siempre quedaba por no poder deshacer sus dudas.

La clave me la conocía bien, no mostrar vergüenza, de esa forma no podría pegársela. En el tema sexual siempre hay que ser lo más abierto posible, nunca puede ser algo tabú.

—Pues, a ver… —intentaba que sus palabras fluyeran, pero le resultaba difícil— Ella y yo… bueno… nos besamos, solemos hacerlo mucho tiempo. —le costaba mirarme a la cara y eso me resultaba monísimo— Lo que pasa, es que cuando acabamos… pues… me pasan dos cosas.

—Dime, cielo. ¿Qué pasa? —volví a tomar la cuchara para no parar de comer y de esa forma, tratar de no dar a la conversación más importancia de la que tenía.

Por momentos sus mejillas iban convirtiéndose en dos manzanas rojas. Parecía el chico más lindo del mundo, intentando hablar con su madre sobre un tema peliagudo y sin saber cómo explicarse. Miraba hacia los lados y ocultaba sus inquietas manos debajo de la mesa.

—Pues cuando llego a casa… Pasan dos cosas. Una es que me suele doler bastante la zona… de… ahí abajo. —sus ojos señalaron la entrepierna, ya me imaginaba por donde iban los tiros.

—¿El pene? —le contesté rauda sin dejarle acabar la frase.

Se quedó con los ojos abiertos, colorando todavía más su tez y dando la impresión de que su cabeza entera era ahora un tomate o… que iba a explotar.

No me había escuchado decir esa palabra nunca, quizá “pitilín” o la cosita… palabras que se les dicen a los niños cuando son pequeños. Pero me pareció que de esa manera, yendo al grano y no tratándole como un bebe, sería más adecuado.

—No. Los… huevos… —lo susurró hasta el punto de que apenas pude escucharle.

—¿El qué, cielo? No te he oído. —le mentí porque no quería que tuviera reparos en contármelo.

—Los huevos.

—¡Ah, vale! No te preocupes, es de lo más normal —le dije añadiendo un gesto con mis manos para quitarle importancia.

—Pero, ¿por qué me pasa eso?

—A ver, Iván. Tú estás haciéndote mayor y Sonia también. Por lo que poco a poco vuestros cuerpos van cambiando y os hacen desear a la otra persona. Cuando estáis besándoos, seguramente comenzaréis a excitaros —“¡Bendita Juventud!” la frase me cruzó la cabeza como un rayo— y en el caso de los hombres, esa zona suele doler, si no… se evacua.

Se quedó mirándome con unos ojos perdidos delatando que estaba meditando, era igual que de pequeño, cuando no entendía un problema de matemáticas y dejaba esa mueca bobalicona, me encantaba. Pero en un instante la cambió y confirmó que si sabía de lo que le hablaba.

—¿Masturbarme? —no hacía falta que me lo preguntase, se notaba a la legua que conocía la solución.

—Sí, eso es.

Sabía que mi hijo se “tocaba” por ahí abajo, no era estúpida, ninguna madre lo es. Alguna vez había notado ciertas manchas sospechosas en las sabanas que lavé sin quejas, pruebas más que suficiente.

Sin embargo, no sé por qué me sorprendí al oírlo, mi bebe se estaba haciendo mayor, conociendo a chicas y también su propio cuerpo. Me dio la impresión de que justo en ese momento, mi mente se abría, dándome cuenta de que mi pequeño estaba a punto de convertirse en un hombre.

—Me tranquiliza que sea normal. —sus hombros se relajaron— Lo que pasa… que hay veces que… eso, una vez no vale… sigo con dolor y tengo que repetir.

La vergüenza todavía estaba marcada en su rostro, aunque parecía más tranquilo. Verle con esa mezcla de madurez y juventud me resultó tan adorable.

—En principio, si haces eso… al final, se te pasa. Tranquilo, es normal, es una cosa que viene asociada a tu edad, eres un adolescente. —recordé que había otra cosa mientras daba un sorbo de agua— ¿Qué era lo otro?

—Es algo relacionado con el tema. —sacó las manos de debajo de la mesa y jugó con sus dedos— Pues que cuando estoy con Sonia, también así… mucho rato besándonos, pues… —demasiada timidez…

—Dilo, cariño. —le mostré mi mejor sonrisa— Que no te dé vergüenza, soy tu madre. —al decirle eso, no supe si sería contraproducente.

Pese a tener ya las manos a la vista, sus ojos seguían fijos en el mantel. Habiendo terminado el plato, aproveché para dejarlo a un lado e ir en busca de sus nerviosos dedos. Quería darle mi apoyo, que no se cohibiera, estaba conmigo y no con cualquiera. Le miré a los ojos dándole la confianza que necesitaba.

—Algunos días… pues… después de tanto beso… mancho el calzoncillo. Me han dicho mis amigos, que puede que sea… que termino rápido… que soy… precoz.

Me sorprendí por oír una palabra como esa, lo de machar el calzoncillo era más que normal y más si lo asociaba al dolor de genitales. La palabra salida de alguno de sus amigos me causo curiosidad, “¿Tal vez alguno de sus padres lo sufran?”.

—¡Para nada eres precoz, cielo! —la sorpresa se me notaba en el rostro— Lo que te pasa, es que cuando estáis… así los dos, con mucha… digamos… pasión. Vuestros sexos se lubrican, para… ya sabes… hacer otras cosas. —buena clase por hoy, aunque igual no fue de mis mejores explicaciones. Otro día habría que hablarle de esas “otras cosas”, pero de momento era suficiente.

—¿Para…? —se quedó mirándome muy fijamente, quizá buscando un permiso para hablar. No lo necesitaba— ¿Follar?

Levemente, abrí la boca para aspirar una buena bocana de aire, era la primera vez en mi vida que escuchaba esa palabra salida de los labios de Iván. Me pilló completamente de improviso, no me esperaba que usase ese término para hablar de tal tema, sobre todo con lo nervioso que estaba. Aunque… no sé de qué me sorprendía, mi niño estaba creciendo.

—Para eso mismo —logré decirle sin inmutarme.

—Perfecto, mami. ¡Qué a gusto me quedo! Pensaba que me pasaba algo, pero si está todo bien, de maravilla. Eres única, gracias por hablar conmigo de este tema, me daba mucha vergüenza preguntártelo.

—Podemos hablar de lo que quieras, al final… soy tu madre y… también tu padre. —le saqué mi mejor sonrisa y salió escopetado para la sala después de dejar su plato metido en el lavavajillas.

Me quedé sola, sentada en la mesa de la cocina, escuchando el ruido de la radio que no evitaba que me sumergiera en mis pensamientos. Tenía una sonrisa boba en el rostro, había ayudado a mi niño en un tema tan escabroso para un progenitor, de verdad me sentía de lujo. Era como una victoria, como si hubiéramos dado un paso más en nuestra relación de madre e hijo, y la confianza aumentara. No obstante, no estaba del todo bien, algo sucedía en mi interior.

Oírle decir esa palabra… “FOLLAR”, me había causado algo. Desde de que mi marido muriera, no había vuelto a oírla en boca de otro hombre… me refiero a la vida real, sin contar videos y películas hechas para el disfrute adulto. Sin embargo, aquello fue tan real… tan de improviso…

Busqué a Iván y le encontré tumbado en la sala viendo una película, le comenté que iba a ir al baño y que ahora volvía, que me hiciera un hueco. Fui veloz y allí me encerré echando el pestillo, el pecho se me movía arriba y abajo y el vientre me ardía.

Podía hacerme una idea de lo que me estaba pasando, pero no me lo creía. Llevaba más de diez años sin que otro hombre me tocara… ¡Más de diez años sin sexo! Solo autosatisfaciéndome. No había tenido tiempo para desfogarme en todos esos años y ahora todo eso estaba acumulándose para explotar.

Simplemente, fue oír la palabra follar, únicamente eso… y mi instinto se activó, no porque la dijera mi hijo, si no por sentirla escapar de los labios de un hombre. Me senté en el retrete, bajé mi pijama y comprobé que estaba igual que mi hijo cuando besaba a Sonia. Mis bragas se habían humedecido.

Después de tener la esclarecedora conversación con mi madre, ese mismo fin de semana Sonia me invitó a ver una película en su casa. Aunque lo mejor, cuando me añadió que si me dejaba mi madre, podría quedarme a dormir. No hubo casi ni que preguntar, Marta aceptó en seguida, advirtiéndome con cierta gracia que no me olvidara de ponerme el capuchón.

El sábado llegó y con ansias me preparé para la gran noche, imaginaba que sería apoteósico. Además, tenía un factor a favor, yo era virgen, pero Sonia no, esperaba que hiciera de maestra de ceremonia llevándome a mundos de placer solo creíbles en ciertos filmes.

Llegué a su casa, después de que Marta me trasladase en coche. Con un abrazo y un beso de buena suerte me dejó en el portal. Había adquirido una verdadera complicidad con mi progenitora, desde la conversación en la cocina, sentía que era como una amiga a la que contarla todo, era mi cómplice y la mejor madre del mundo.

Me daba algo de pena dejarla sola en sábado, pero el deber era el deber, y además, a ella no le importaba. Pero… ¿Qué iba a decir? Al fin y al cabo, una madre… se sacrificará cuando sea por su hijo.

Toqué el timbre nervioso, un poco más y no atino a dar al número correcto. No hubo respuesta, la puerta simplemente se abrió en un estridente sonido. Subí las escaleras con el corazón en un puño, era una segunda planta, pero en la primera ya estaba fatigado. La garganta se me había secado y la tripa la tenía comprimida, no podía sentirme peor.

El cerebro me daba vueltas casi como si no comprendiera la situación. Por fin llegué, la puerta estaba abierta y nadie me esperaba para recibirme, no sabía lo que estaba pasando. Me creí que aquello era una cámara oculta, pero… ¿A quién le iba a interesar un chaval de instituto?

—Iván, ven. Estoy aquí.

La voz de Sonia me sobresaltó desde el interior de la casa, pude identificar que provenía de una de las habitaciones. Nada más pude contestarla.

—Voy.

Pasé por su habitación, pero no había nadie. Seguí andando y vi salir una luz por la siguiente puerta que estaba entornada. Abrí con mucho cuidado, era el cuarto de sus padres que poseía una cama enorme y dentro… estaba Sonia… desnuda… esperándome.

—¿Te apetece meterte aquí conmigo?

Asentí sin poder articular ninguna palabra. Noté como mi sangre se bombeaba en litros hacia un único lugar, las demás partes de mi cuero no eran necesarias, solo una.

Me quité la camiseta y después la parte de abajo. La felicidad me invadía, iba a estrenarme, no me lo podía creer y además, iba a ser el primero de mis amigos, victoria doble. Pero, por otro lado, no paraba de temblar, mi nerviosismo se podía notar a leguas de distancia… esperaba no defraudar. Apagué la luz, cerré la puerta y me preparé para la que esperaba fuera la mejor noche de mi vida.

Volví a casa al momento de dejar a mi pequeño en su cita. Silvia me seguía insistiendo para que saliera con ellas, pero no tenía muchas ganas, la verdad que siempre me escaqueaba para no quedar por la noche.

No es que no me apeteciera, sino que me veía fuera de lugar, todavía era joven, ni siquiera había cumplido los cuarenta, y aunque con algún kilo de más, me sentía guapa, pero no estaba cómoda saliendo y emborrachándome. Alegué a mi amiga que necesitaba un tiempo para hacerme a la idea, quizá el llevar tantos años sin pisar la noche, habían pasado factura a mi modo de pensar, debía cambiar de mentalidad.

Llegué a casa y me puse una copa en honor a las chicas, que sí se lo iban a pasar bien, no como yo, que como acompañamiento al vino me puse un programa de cotilleo en el que solo berreaban.

Al de un rato, con la copa terminada, agotada y aburrida de tanta televisión, me levanté para desperezarme, topándome en ese instante con mi reflejo en el espejo del mueble. Lo que vi no me gustó, era una mujer bella que se había abandonado, los malditos “kilitos de más” hacían que mi culo pareciera gordo, incluso en el cuello parecía asomarse un leve atisbo de papada. Lógicamente, los pechos se veían más grandes, quizá lo único salvable, pero es que… ¡Hasta el pijama era feo! Y ni que decir de la coleta mal hecha que llevaba, algo tenía que cambiar.

Lo primero que me vino a la mente fue mi pequeño. Él sí que cuidaba su cuerpo, siempre en forma y a esa edad tan dulce, ya estaba en casa de una chica haciendo cosas… o como diría él, “follando”.

Al momento la palabra volvió a resonar en mi cabeza y mis piernas flaquearon. Recordé a Javier y nuestros momentos en la cama, como éramos los dos de apasionados y un calor ardiente comenzó a subir por mi cuerpo. Volví a pensar en Iván, en como estaba pasándoselo de maravilla y, en cambio, yo estaba en casa sola, fea y con un punto de borrachera.

Ese día todo iba a cambiar, empezando por esa misma noche, me despojé del horrible pijama y lo arrojé con rabia a una esquina del sofá. Ahora estaba casi desnuda frente al espejo, nada más me quedaba mi braga como última pieza. Abrí las piernas y las bajé de una sentada, para después, acercarlas a mi rostro y comprobar como estaban ligeramente humedecidas, volvía a ocurrirme lo mismo que el día de la conversación.

Aquella frase de mi hijo activó algo en mí, algo que hacía mucho que había olvidado. Fue como pulsar un interruptor que me subía el lívido hasta los niveles que poseía antes de que Javier muriese.

Ahora sí que estaba totalmente desnuda frente al espejo. Los contertulios chillaban en la televisión, parecía que se quejaban de mi aspecto, incluso mi sexo tenía una mata espesa de pelo, a saber cuánto hacía que no me pasaba la maquinilla. Estaba descuidada, parecía el jardín de una casa abandonada, no podía seguir así, debía ponerle una solución, pero lo primero era lo primero.

Hacía varios meses que no visitaba mi zona erógena y, la gran mayoría de veces, lo solía hacer por compromiso, ya que mi deseo había desaparecido por completo. Pero luego de escuchar aquella palabra… una única palabra… “Follar”, todo estaba volviendo a resurgir y al parecer… gracias a Iván.

De nuevo me senté en el sofá, abriendo mis piernas y posando mis pies en este para mayor confort. Enseñé todo a los contertulios y les ofrecí mi sexo en primicia, tenían la exclusiva delante de sus propias narices.

Con una mano, me separé los mechones rebeldes que surcaban mi rostro, no tenía el pelo muy largo y el coletero hacia medianamente su trabajo, pero todo me molestaba. Con la otra extremidad, bajé muy lentamente hasta aquella frondosa espesura y allí, a duras penas, encontré lo que tan olvidado tenía.

Simplemente, el roce de mis dedos me hizo sentirme en la gloria hasta el punto que temblé. Abrí la boca y cogí una bocanada de aire inflando mis pulmones, me fijé en como mi par de senos, subían con esa respiración y con la mano que tenía liberada agarré uno de esos juguetones pezones. Mi mano recorría de punta a punta mi sexo, lo tenía empapado, estaba demasiado mojado, el alcohol me había calentado el doble y lo tenía lubricado en exceso.

Rápido encontré mi clítoris entre toda esa maleza, estaba duro y mojado, listo para estimularlo y no dudé ni un momento. Masajeé la zona, dándome un placer que hacía años había olvidado, estaba deseosa y me recreaba mirando en el espejo cómo me masturbaba.

Sin pensarlo introduje el dedo corazón en mi cavidad, un escalofrío muy intenso recorrió mi cuerpo e hizo que mi cuello se tensara hacia atrás hasta topar con el sofá.

—¡La puta…! —lo dije en un susurro, casi fue una confidencia, pero salió con verdaderas ganas… ¡Qué placer!

No demoré más, quería lo que había ido a buscar, lo que yo misma me había negado tanto tiempo. Aceleré el ritmo de mi mano mientras introducía mi dedo corazón y con mi palma oprimía mi clítoris.

Los jadeos iban llegando y mi respiración se aceleró todavía más. No pude resistirme, introduje un segundo dedo, el anular hizo compañía a su amigo en el interior de mi vagina. ¡Ya estaba! Ni dos minutos había estado jugando y ya sentía como el gozo se apoderaba de mí.

Aceleré aún más y me apreté uno de mis voluptuosos pechos, el orgasmo llegó, hizo que mi pelvis se levantase del sofá y que todo mi cuerpo se agarrotase para después liberarse. Mencioné en un grito largo el nombre del altísimo y noté como mis flujos caían por mi mano hasta llegar al asiento.

Quedé postrada sobre el sofá y ante la mirada aburrida de los personajes de la televisión, sollozaba y mi respiración seguía aceleradísima. Notaba que el calor me invadía, estaba desatada, como nunca. Miré hacia el mueble donde se encontraba el espejo y vi una foto mía de joven, de cuando tenía unos veinte años, no me pude reprimir.

—Lo siento, Marta —me pedí a mi misma sin apenas poder hablar—. Perdona por esto, ¿en qué te he convertido?

Me sentía mal conmigo misma, no debería haberme abandonado tanto, no por los hombres, sino por mí misma, ni a Javier le hubiera gustado verme así de derrotada.

Después de tranquilizarme un poco, me levanté recogiendo la sala y limpiando un poco el sofá, la zona en la que había estado mi trasero estaba completamente húmeda… no fue ninguna sorpresa.

Al final, me puse otro pijama y me fui a meter en cama, pero esta vez con una idea en la cabeza y una sonrisa eterna en el rostro. Aunque primero pasé por el cuarto de mi hijo y por un momento, me quede mirándolo. Allí dormía el culpable de todo, el que me había hecho un favor enorme sin quererlo, ni saberlo.

—Gracias, hijo.

Me metí en cama sabedora que al día siguiente, la nueva Marta volvería a la vida.

Llegué a casa al día siguiente, más o menos era la hora de comer, la noche con Sonia había sido brutal, coito tras coito, aquello era infinitamente mejor que la masturbación. No fue tan espectacular como en las películas, pero había sido una sensación mucho más que satisfactoria.

Al principio, ella había hecho casi todo el trabajo, por no decir que todo. Pero luego, una vez quitado los miedos, y después de mi rapidísima primera eyaculación, me puse arriba al mando de la nave y fue majestuoso. Probé por primera vez el sabor de unos buenos pechos y noté como otra persona me masturbaba, estaba pletórico, sin lugar a dudas la mejor noche de mi vida.

Después de abrir la puerta y entrar en casa, encontré a mi madre en la cocina haciendo la comida, lo supe, ya que el olor se expandía por toda la casa. Fui rápido a donde ella, no sabía por qué, pero tenía que contárselo a alguien y Marta era la indicada. Cualquiera de mis amigos se iría de la lengua y Sonia se enteraría, por lo que por unos días debería guardarlo para mí, no obstante, a mi progenitora se lo podía confesar.

Me sorprendió gratamente verla con una sonrisa de oreja a oreja en el rostro y mirando como el pavo se hacía a la plancha. La noté con un brillo especial, como si algo la hubiera hecho más feliz. Reflexioné sobre si sería por verme tan contento, aunque era raro, pero ¿qué le podría haber pasado a la noche para verse tan radiante?

Me miró según atravesé la puerta, y antes de que pudiera empezar a caminar hacia ella, ya había soltado la sartén, abriendo los brazos para recibirme con ganas. Me salió darla lo que me pedía, un abrazo en enorme que hizo que Marta tuviera que dar un paso hacia atrás para estabilizarse y no caer.

—¿Qué pasa, cariño? Por lo que parece te lo pasaste muy bien anoche —decía mientras me separaba dulcemente y volvía a cocinar.

—Mamá, ayer, Sonia y yo… ¡Lo hicimos! —sonó como un grito, pero es que se lo tenía que contar a alguien.

Mi madre abrió tanto los ojos como la boca en señal de asombro, volvió a abrazarme y me dijo que me sentase, que ahora tocaba comer para reponer fuerzas.

Durante esa comida le comenté como había ido la noche, por supuesto sin dar detalles específicos, simplemente lo que sentía y que Sonia era la mejor. Ella me contestaba que se sentía muy feliz por mí y que se alegraba, qué iba a decir…

Al final de la comida, recogí todos los platos y después, mientras mi madre descansaba en la sala, aproveché para darme una ducha que me supo a gloria. Recordaba la noche con Sonia y toda la pasión que derrochamos en la habitación de sus padres. Sin embargo, algo me asaltó.

Fue un pensamiento repentino, mi madre ya solía estar de buen humor, pero en la cocina tuvo un brillo diferente, me dio la sensación de que realmente era feliz, incluso con ella misma. Era extraño, no podía encontrar la causa de ese “bienestar” repentino, la idea que fuera por mí la empezaba a desechar, tenía que haberla pasado algo y… algo bueno.

Salí de la ducha sin una respuesta, poniéndome el pijama y plantándole un enorme beso a mi madre debido a la euforia. Pero lo importante era meterme en la cama, tenía que recuperar las horas perdidas de sueño, eso sí… hubo tiempo para darme una pequeña alegría recordando los detalles con mi novia.

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heranlu

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Martha y su hijo Iván - Capítulo 03


Unas semanas después de que mi hijo me contase su affaire romántico con Sonia, quedé con mi amiga Silvia para tomar algo. Tenía ganas de verla y de que me pusiera al día sobre las cosas que ocurrían en nuestro pequeño grupo de amigas, aunque también quería contarla la decisión que había tomado de hacer un cambio radical en mi vida.

Nos encontramos en un bar muy próximo a mi casa, que quedaba en un punto intermedio. Cuando pasé por la puerta, antes de que me diera cuenta ya me recibió con una sonrisa.

—¿Qué tal, Marta, cariño? Me tenías olvidada. —únicamente habían pasado dos semanas desde nuestro último encuentro. Aunque cierto es que era algo anómalo no vernos en “tanto” tiempo.

—Ya sabes… la casa, el niño… pero ya no me quejo como antes.

Pedimos unos cafés y comenzamos a hablar de todo un poco, sobre el trabajo, de nuestras amigas… conversaciones de sobremesa. El único dato curioso fue que Silvia volvía a estar soltera, tampoco era que el novio le hubiera durado mucho…

—A ver si te animas a salir, que ahora tengo que aprovechar cada día.

—Como que no aprovechabas antes de tener novio… y mientras lo tenías… —su sonrisa fue más que cómplice— Tengo que contarte algo. Hace poco me hice la promesa a mi misma que iba a cambiar, no sé… —tampoco iba a narrarla todos los detalles— me levanté, me vi en el espejo y no me gusté. Creo que tengo que empezar a cambiar.

—¿Y esa decisión así tan de sopetón? —se la notaba intrigada, buscando el motivo amoroso o sexual que era lo que más la gustaba.

—Es que, no sé… me vi y… pues tuve una revelación. —nos reímos a carcajada limpia— Sin más… supongo que abrí los ojos, nada más. Contemplé mi cuerpo y me dije “¿¡Qué te has hecho!? Si antes estabas bien”. Es el momento de hacer un cambio, ahora con más tiempo, no tengo excusas. Además, no sabes la última… —sabía que a mi amiga el cotilleo la encantaría— Iván ya se ha estrenado… y que quieres que te diga, pero casi que me dio envidia. —no pudimos contener unas risas de colegialas.

—Normal que se haya estrenado. Tu hijo se está volviendo todo un hombre, y… como deje a la chica con la que esta… Sabes que me lo pido yo, ¿vale? —su guiño la delataba y las dos volvimos a soltar una risa que se convirtió en carcajada.

Tenía claro que no se equivocaba, Iván estaba creciendo y quemando esa última etapa de la niñez que le llevaría a ser un hombre, si no es que estaba más cerca de lo que me imaginaba.

—Es el momento, tengo que dar un giro a mi vida —la dije dando un sorbo a mi café, ¡quemaba!— Bueno, ya he empezado… ayer le di un repaso a una parte de mi cuerpo que estaba salvaje. —a Silvia por poco no se le sale el café por la nariz.

—Está… —se limpió un poco la barbilla— Está bien saberlo, querida. —tosió a la par que se reía— La próxima vez me lo dices cuando no tenga nada en la garganta. —me reí sin contenerme con Silvia, siempre era así.

—¡Agh! Es que de verdad, —mi reflejo en el espejo me hería— me está saliendo papada, tía y mi tripa…

—Marta… —me cortó con rapidez— ¿De qué tripa hablas?

—Silvia… —siempre me decía que estaba perfecta como buena amiga que era, pero esta vez no la dejé y señalando mi vientre le añadí— ¡Esta tripa! Lo mejor será que vaya a correr y cambie mi alimentación. Tal vez… un gimnasio…

—¡Gimnasio! —dio un aplauso que logró que varias personas la mirasen— Eso es lo tuyo. Vienes al mío y tan felices, así vamos juntas y no te da pereza quedarte en el sofá.

—¡Oye, déjame que lo piense! —la idea me había rondado, pero sin darle forma— Me da un poco de vergüenza ir al gimnasio… no sé por qué… pero…

—¡A callar! —puso su palma cerca de mi rostro y miró hacia otro lado tratando de no escucharme, me volví a reír— La semana que viene vamos a apuntarte… si no ya lo haré yo por mi cuenta. —su sonrisa era malévola, como solo ella sabía ponerla— Y no digas eso que tienes tripa ni papada… Marta, mi vida, igual te sobran unos kilos, pero nada de gorda. Eres perfecta.

Alcé mis hombros sin decirla nada más, acabándonos nuestro café y saliendo a la calle para que el viento nos meciese el cabello. Mientras mi amiga me hablaba, mi cabeza pensaba en ese gimnasio, sobre todo en lo mal que lo pasaría al principio y como necesitaría tenerla a mi lado, menuda vergüenza.

Luego de despedirme y andar sola unos pasos por mi camino hacia casa, no pude evitarlo y me giré para decirla.

—Cuando esté en forma, salimos juntas de fiesta. Me lo pongo como meta. —Silvia alzó las manos en el aire y dio un alarido de victoria.

—La próxima quedamos en tu casa —gritó a unos diez metros de distancia—. Así también veo a Iván que hace un par de meses que no coincidimos. —asentí con la cabeza mientras me despedía con la mano, girándonos ambas para volver a nuestro hogar.

Tal vez lo necesitase, liberarme un poco, darme un respiro… y sobre todo, pasármelo bien con mis amigas. Silvia estaba encantada con la idea, no había duda, y más, sabiendo que tendría otra compañera soltera en el grupo. La verdad que no tenía ninguna intención con los hombres, vamos… es que eso había desaparecido de mi mente hacía tanto… solo el inusual calentón que tuve en el sofá me hacía dudar.

Cuando llegué a casa me encontré sola, era raro porque ese día mi hijo no tenía atletismo, pero rápido caí… Sonia. Últimamente, pasaban demasiado tiempo juntos, algo obvio para dos adolescentes repletos de hormonas. Pensé en lo bien que se lo estarían pasando y de pronto, por mi cuerpo brotó una extraña sensación.

En casa… sola… aburrida… sin nada que hacer y en mi cabeza la imagen de esos dos riendo sin parar, me sentí mal. Involuntariamente, una pequeña... muy, muy leve inquina empezó a brotar hacia esa jovencita. Me estaba quitando a lo único que hacía mis días diferentes, mi hijo. Además…, no nos vamos a engañar, aparte de reírse y disfrutar, seguro que hacían otras cosas que yo con mis casi cuarenta había olvidado por completo, era como un tortazo de realidad.

Me senté en la cocina enfadada conmigo misma y comencé a tramar mi plan de “nueva vida”, tenía que cambiarlo todo. Trataría que coincidieran mis días de gimnasio con el atletismo de Iván, de esa forma, nuestros días libres podríamos pasarlos juntos, si no estaba con… Sonia. En cuanto a mi cuerpo, esperaba conseguir recuperar mi figura en unos meses, quitarme esa dichosa tripa y la ligera papada que incluso me provocaba algo de vergüenza.

Metí una taza de manzanilla en el microondas, viéndome en el reflejo del cristal antes de accionar la máquina. Cada vez me veía peor, era como si el manto de mis ojos hubiera caído y me estuviera dando cuenta de que esta realidad en la que vivía era horripilante. Me puse de puntillas, observando como los pechos sí que se mantenían perfectos, pero ¿a qué precio? Lo demás no me gustaba nada. Bueno…, si siquiera me di la vuelta para verme el trasero, sabía que estaba gordo y con saberlo ya era suficiente, no me era necesario confirmarlo por enésima vez.

Sí, estaba decidido. Con la manzanilla en la mesa y mirando a la nada lo supe, iba a ponerme en forma, comprarme ropa a la moda y cuando me viera bien, saldría con mis amigas. Además, no ganaba nada quedándome los fines de semana en casa, mi hijo empezaba a salir también con sus amigos, ¿me iba a amargar yo sola con una copa de vino, sofá, pizza y cotilleos? ¡Ni de broma!

Las Navidades llegaron raudas, y después de casi todo un año estando con Sonia, nada más empezar diciembre y por sorpresa, me dejó. Según sus palabras, necesitaba algo de tiempo para pensar, lo que equivalía a que otro estaba en su vida, yo no lo quería admitir, pero no soy tonto y… así era.

Iba a pasar unas fiestas nefastas, los días transcurrían lentos y con el único pensamiento de mi novia… exnovia en la cabeza. Recordaba cada momento con ella, cada risa, cada paseo, cada visita a un lugar diferente, la había empezado a querer, no tenía dudas. Pero sobre todo, como buen preadolescente, lo que más recordaba eran nuestros momentos íntimos.

Desde esa primera vez en la que mi madre me llevó (no se me olvidará jamás), cada vez probábamos más y más posiciones, no parábamos de experimentar. Con ella todo era fabuloso, podía hacerme llegar al mejor de los éxtasis siempre que quisiera y ahora, volvía a estar solo… aunque bueno…, siempre me quedaría mi mano.

Pasaron tres semanas desde que rompimos… que difícil era decir la verdad, que me había dejado. No obstante, lo sorprendente era que esa tristeza inicial se estaba diluyendo y en parte gracias a mis amigos, pero también a mi madre.

Viéndome uno de tantos de esos días que caminaba como alma en pena por la casa, me llevó a la sala, sentándome en el sofá y me soltó una retahíla de tópicos… ¡Qué vaya sorpresa! Me animaron muchísimo. Frases hechas la mayoría, que si yo era muy guapo, que ya encontraría a otra, que si tal… ya sabéis, esas frases que parece que vienen con “el manual para animar a una persona cualquiera”, no obstante lo consiguió.

El sábado anterior a las Navidades fue el día de la inflexión, me levanté de la cama y no noté ni un atisbo de tristeza, todo lo contrario, estaba feliz, el vendaval había pasado. Hasta mi miembro estaba contento, nos habíamos despertado a la par y tenía una brutal erección, y lo mejor de todo es que no había soñado con Sonia.

Mi pensamiento inicial fue el de levantarme e ir al baño para que a la hora de vaciar el depósito, aquel mástil menguara, pero ¡qué demonios! Si ya estaba así, habría que aprovecharlo.

Me destapé hasta debajo de mi cintura, saqué un clínex dejándolo en la mesilla y comencé con el ritual para darme una alegría de buena mañana. Obviamente, Sonia iba a ayudarme a acabar el trabajo, una cosa era que dejase de ser mi novia, pero todavía seguía colaborando en ciertas tareas.

El sube-baja era lento y profundo, una masturbación pausada que me estaba llevando a la gloria. La sensación de haberme quitado un peso de encima convertía el movimiento en mucho más placentero que de costumbre.

Estaba muy caliente, casi a punto de terminar… ¡Ay, Sonia…! Qué cosas me ayudaba a hacer sin que lo supiera. Sin embargo, en el instante que más caliente estaba, en ese momento de cruzar la barrera de no retorno, escuché una cosa… la puerta.

La entrada a mi cuarto se estaba abriendo, y yo aún tenía mi mano agarrando con fuerza mi pene. La manilla de la puerta había girado y con tanto placer no me di cuenta de nada. En un movimiento tan rápido que rompía las reglas de la física, me subí el calzoncillo con fuerza y como pude la sabana.

Sin saber cómo conseguí taparme, malamente tengo que añadir, con un jadeo muy sospechoso que no podía evitar. Mi corazón palpitaba nervioso como si me hubieran pillado espiando en la Alemania nazi, parecía que me iba a dar un infarto. No pensé en nada, me quedé como una piedra, notando como mi pene quedó aplastado contra mi tripa y… el capullo había quedado fuera de la prenda de vestir. No había tiempo para moverme, la sabana lo tapaba y eso sería suficiente porque… justo entraba por la puerta mi madre.

Me desperté el sábado llena de energía, estábamos cerca de Navidades y es una época que… ¡Me encanta! Quizá para mí la más feliz del año. Desde que tengo memoria me gusta, aunque es obvio que me apasionase siendo jovencita, no obstante, nunca he perdido esa ilusión.

Aún quedaban unos días para Navidad, pero para mí, la “Navidad” empieza a primeros de diciembre, o sea que tampoco era muy relevante. Con un salto me levanté de la cama, abrí la persiana y de paso la ventana, el día era frío, casi gélido, perfecto para esa época.

Lo único que me tenía con la mosca detrás de la oreja esos días, era mi hijo y la ruptura de semanas atrás. Egoístamente, me alegré de que cortaran, la chica no me gustaba para él, aunque sé que para una madre ninguna es perfecta para su pequeño, aunque… esa Sonia… menos. El pobre había pasado un diciembre de pena, aunque desde par de días atrás le estaba viendo más animando y de mejor humor.

Fui directa al armario, en el cual me detuve al momento, contemplando la imagen que me reflejaban los espejos de cuerpo entero que tenían las puertas. Allí estaban mis curvas, esas que tanto echaba de menos, el gimnasio estaba dando sus frutos, ya no tenía la asquerosa papada. ¡Qué maravilla!

Pasándome ambas manos por los lados de la cara y la vi más afilada, no estaba tan redondeaba como antes y volvía a tener una sensación juventud, habiendo tirado a la basura los años de más que aparentaba. Me volvía a ver guapa, incluso mi trasero estaba retomando la dureza de antaño, aunque este con mayor dificultad, había mucho que trabajar en esa zona.

Abrí el armario y cogí un camisón que tenía para estar por casa. Era viejo, de cuando Iván era pequeño y todavía Javier estaba con nosotros, aún había ropa que me resistía a tirar por pura nostalgia. No estaba segura de que me valiera, pero valientemente me metí allí.

La reacción fue una sonrisa de oreja a oreja, me quedaba perfecto, quizá un poco apretado en los pechos, pero por lo demás, estaba divina. La joven Marta volvía a aparecer casi veinte años después.

Salí rauda de la habitación, quería insuflar a mi pequeño esa alegría con la que amanecí. Su tristeza o como él lo llamaba “bajón” tenían que desaparecer, sobre todo, en esas fechas. Cuando era pequeño le despertaba con cosquillas a modo de juego y él se meaba de risa, podría ser una buena opción, aunque ya fuera más mayor, seguro que le gustaba.

Delante de la puerta de su cuarto, puse la oreja para escuchar por si acaso estuviera despierto y mi plan no surtía efecto, pero no se oía nada, estaría dormido o al menos tumbado en la cama. Con calma coloqué mi mano en la manilla y la accioné con una leve presión, para después abrir la puerta de golpe y entrar de un salto.

Fingí estar dormido o al menos adormilado, no podía hacer otra cosa y pese a que mi pecho subía y bajaba con una loca rapidez, creo que actué decentemente bien.

—¡Vamos, dormilón! ¡Arriba! ¡Hace un día precioso! ¿No quieres levantarte, gandul? —decía mientras el ruido de las personas me golpeaba en los oídos.

—Me parece que voy a dormir un poco más.

Bostecé con falsedad y giré mis ojos a donde se encontraba mi madre. Simulaba que estaba falto de sueño, solo para que saliera de mi habitación y yo pudiera terminar mi trabajo, la interrupción me había dejado ardiendo.

Sin embargo, no reparé en una cosa, aquella última pregunta, sumado a ese rostro bromista, era claro. Un recuerdo de no hace muchos años me vino a la memoria, era igual a cuando era pequeño y no me levantaba… “¡NO, NO, NO…!” rugió una voz en mi interior. Era lo peor que me podía pasar, antes de que pudiera reaccionar, ya supe que era tarde.

Vi como sus dos piernas subían a la cama y colocaba cada una de ellas a los lados de mi abdomen. Abrí los ojos de nuevo, y allí estaba mi madre, con un camisón que no había visto nunca, su pelo moreno suelto por debajo de los hombros, y sus grandes ojos azules mirándome fijamente.

Lo peor no era que con un mal movimiento le pudiera ver sus bragas, no… lo malo era lo que tenía yo debajo de ella y todavía seguía muy erecto. Ni siquiera antes de decir nada, lo que hice fue agarrar las sabanas, no se le ocurriera quitármelas y viera mi capullo como salía a saludar.

—¡Es hora de levantarse! —gritó todavía de pie, alzándose como una tremenda estatua. Colocó sus manos en forma de garra y… maldije mi mala suerte.

—¡NO, MAMÁ! ¡NO…! —no pude añadir más.

Se dejó caer en sus rodillas y sus manos descendieron como las de un águila en plena cacería. Primero impactó en mi pecho, para después buscar mis axilas y comenzar con las cosquillas. Mismo juego que hacía tantos años y yo… con la misma sensibilidad extrema a esos movimientos.

Empecé a reírme a cada ligero roce que ella sabía hacer a la perfección. Felicidad y temor a partes iguales, algo que nunca me había pasado en la vida. Solo pude abrir levemente los ojos, contemplando la situación y tratando de controlarla. No obstante, únicamente me fijé en mi madre, en su sonrisa, en el azul resplandeciente de sus ojos, en como desprendía una vitalidad y una felicidad impresionantes, y además… extrañas.

Había cambiado su físico, eso lo sabía porque no había día que no me preguntase que tal se veía, estaba tan orgullosa… y claro, yo de ella. Pero su cabeza también había mutado, quedando la felicidad como única protagonista y desterrando todos los males pasados. Toda la positividad encerrada en su interior había brotado… no como… dentro de ese camisón donde unos senos se veían imponentes en su prisión de tela. “¿Le han crecido o que le ha pasado?” estaban tan apretados que la duda me saltó sola.

—¡Para… para… para! —la supliqué entre risas— Me levanto… ¡Me levanto, por favor! —pareció ser clemente.

—¿Seguro? —todavía amenazándome con sus manos. La asentí sin parar de reírme— Por hoy te libras de la muerte por cosquillas.

Volví a reírme, tapándome el pecho para que no hubiera más de esa tortura. Me sentí seguro, sin embargo, fue peor el remedio que la enfermedad. Según terminó de hablarme, ella se relajó, dejando caer su cuerpo sobre el mío. No hacía falta tener mucha mala suerte para que eso sucediera, era lo evidente y… pasó, su trasero descendió de golpe hasta mi cintura golpeándome justo en la zona más dura de mi cuerpo.

Mi pene que todavía miraba hacia mi rostro, recibió el peso del cuerpo de mi madre, justo en una zona de la que nunca debería haber notado nada. Fueron pocos segundos, en los que nuestros sexos eran separados únicamente por la sábana y la ropa interior, demasiadas pocas fronteras para separar algo tan sagrado.

No era calor sexual lo que se desprendía de allí, pero claramente la zona estaba caliente y yo… lo noté. Si le añadía, que llevaba un mes sin relaciones después de un noviazgo muy apasionado y las masturbaciones no paliaban mi fuego, la situación era la menos deseada. Independientemente de que fuera mi madre o cualquier otra mujer del universo, sentí lo que tenía que sentir, un calentón, ni más ni menos.

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heranlu

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Martha y su hijo Iván - Capítulo 04


Cuando me dejé caer sobre mi hijo después de conseguir despertarle, me llevé una sorpresa del todo inesperada, no había duda, tenía una erección. No me alarmé ni me sobresalté, aunque me costó horrores porque era una situación que nunca me imaginé. Creo que por una fracción de segundo, al darme cuenta de lo que había debajo, realmente me quedé muerta.

No hice nada porque tampoco podía, pero cuando se me pasó la incredulidad inicial, seguí de la misma forma. Soy mujer, pero conozco las cosas básicas de los hombres y las erecciones mañaneras son una de ellas, no iba a montar una montaña de eso. Se habría levantado así y la culpa de notar aquella zona era únicamente mía, ya que había iniciado el juego y… ¡Vaya si la noté…!

Fueron apenas dos o tres segundos, pero me dio tiempo de sobre a sentir todo aquello recorriéndome mi sexo. Aquella “cosa” atravesaba mi vagina sobradamente, no quería pensar como era porque eso era aberrante, pero para nada era pequeña.

Desde Javier no había tocado ninguna otra, en aquellos breves instantes sentí de nuevo aquel fuego que mi marido me proporcionaba, como si otro interruptor se hubiera pulsado en mi cuerpo. Una voz en mi interior preguntó, “¡Ostras!, ¿Recuerdas lo que era una polla?”.

—¡Pues levántate, gandul! —hice de tripas corazón para que mi voz no se cortase— Desayunamos y nos vamos a dar una vuelta, ¿te parece bien?

—Vale. —en su tono había cierta vergüenza y no era para menos, la situación era cuanto menos peliaguda.

Me levanté de allí, tal vez cinco segundos después del primer contacto, no puedo asegurarlo bien, porque fue como algo irreal, casi una extensión del sueño de aquella misma noche. Sin decir nada más, con la misma sonrisa que portaba, salí de la habitación sin aportar ni una palabra, únicamente cerrando la puerta tras de mí.

Lo primero que me salió fue maldecirme a mí misma, de los cinco segundos, me habían sobrado cuatro encima de mi hijo. Sentir aquello era totalmente inapropiado y horroroso, aunque… mi cabeza lo decía porque era el de Iván. Llegando al baño me di cuenta de la obvia realidad, aquel roce, sentir de nuevo esa dureza en mis bragas, hubiera sido algo glorioso de haber sido con otro hombre, y eso no lo podía negar. Me metí en la ducha antes de que el agua se calentara, porque tenía que deshacerme de ese extraño calor que empezaba a nacer en mi cuerpo.

Aquel incidente me dejó un poco marcado, no digo que me llegara a trastornar, pero me quedé realmente impactado. Si lo pensaba fríamente y de una forma en la que me mentía a mí mismo, podría decir que solo era un toque, un leve roce que no había durado nada.

Sin embargo, la culpa se me introducía en el vientre como una opulenta comida de Navidad. No era del todo cierto ese pensamiento, porque cuando noté ese calor… lo mullido de su cuerpo… y como ese peso me apretaba mi duro sexo, un retazo de placer me recorrió el cuerpo.

Era mi madre, sí… mi madre…, pero no podía negar que aquel instante, esos segundos, me habían gustado. ¿Con cualquier otra mujer me habría pasado lo mismo? Claro que sí, pero me había pasado con ella, con ninguna otra. Me decía a mí mismo “estabas antes de una paja, es normal, eras un volcán a punto de explotar”, no obstante, eso no sanaba la culpa que me comía.

La sensación no me abandonó en unos días, incluso teniendo que parar alguna que otra vez una masturbación porque ese recuerdo de placer me visitaba inesperadamente. Mi conclusión era obvia, la falta de sexo (un mes… ya veis…) me estaba comiendo, lo mejor era no pensarlo más y dedicarme a buscar nuevas chicas.

Aun así quería asegurarme, o por lo menos, que alguien me dijera que todo eso era normal o… yo qué sé… ¡Algo! Esa semana estando con mis amigos di varios rodeos hasta que conseguí dirigir la conversación a mi terreno. Cuando escuché que uno de mis amigos dijo que su padre había empezado a ir al gimnasio, no lo dudé.

—Mi madre también se ha apuntado este año, se está poniendo en forma, casi más que yo.

—Sí, claro —soltó Carlos, uno de los chicos que no era amigo de la báscula—. Estés en tan poco forma… —todos reímos.

—Vi a tu madre hace una semana o así, es verdad que ha dado un cambio. —Mikel vivía cerca y no era raro que coincidieran— No es que sea otra, pero se nota.

—Es que tu madre… —Iker tenía una malsana obsesión con vacilar con madres ajenas.

—¡Tío, cállate! —le repliqué con una sonrisa, pero quería escucharle. Vi como todos sonreían y se me ocurrió que sería buen momento— ¿Mi madre es guapa? Lo digo en serio, sin coñas.

Hubo un silencio, una cosa eran las bromas y si lo hubiera preguntado de otra manera habría recibido una lluvia de burlas aderezadas con palabras fuera de tono. Pero era una pregunta seria, de verdad, quería saber la respuesta. Mikel tomó la palabra.

—Pues no sé… es una señora mayor y eso, pero ahora que se cuida, se conserva muy bien. No es como mis padres que parece que tienen doscientos años, tu madre sí que parece joven.

—También es la madre más joven de todos los de clase —comentó Carlos—. No hay mucho donde rivalizar. —me reí y miré a Iker, sabía que su lengua se iba a soltar. Pareció dudar por un momento, devolviéndome la mirada como si pidiera permiso.

—Tu madre está buena.

—¡Iker, tío! —fingí una indignación graciosa, pero era lo que quería escuchar, su respuesta era sincera— No me digas eso, al final a ver si me va a parecer guapa a mí también.

—¡No, no, tío! ¡Eso nunca! —el joven se rio describiendo una barrera infranqueable— El límite es la prima, ¿no?

—¿La prima? —Carlos dubitativo alzó una ceja— Prima segunda dirás.

—A ver… —Iker trataba de argumentar su comentario mientras lo observaba intrigado. Pero Mikel se le adelantó.

—Madre, hermanas… no. Pero, Carlos, tío, de toda la vida… a la prima se le arrima.

Con una sonrisa maliciosa que añadió a ese rostro serio, todos estallamos en risas por el comentario. Seguimos bromeando un rato más, dejando de manera graciosa los límites que serían adecuados para la sociedad. Era algo que ni siquiera me había planteado antes, pero después de ese encontronazo con mi madre, había anidado en mi mente.

Tuve que despedirme al de un rato, no tenía que hacer nada especial, pero en estas fechas me gusta pasar el tiempo en familia. Al final, creo que era normal, estábamos solos en la vida, no teníamos otra familia, solamente mi tío que mandaba una postal desde su tierra y nada más, por lo que… como ella decía… en estas fechas solíamos hacer piña.

Cuando entré en casa, sabía que mamá estaría, no tenía otra cosa que hacer, como mucho tomar algo con las amigas. Pero menuda sorpresa la mía, ¡Marta no estaba sola en casa!

La acompañaba Silvia… ¡Madre mía, Silvia…! Era la mejor amiga de mi madre y ella, ¡SÍ que estaba bien! Era otro nivel. Se conocían desde pequeñas y ahora, aparte de compartir grupo de amigas, también lo hacían con el gimnasio. Más de una vez me quedaba embobado mirándola, tanto de pequeño, como de adolescente, me era inevitable, ¡estaba tremenda!

Era una tarde fría y mi hijo había aprovechado para salir con sus amigos, por lo que al estar sola, llamé a Silvia para saber si quería quedar un rato. Eso sí, en mi casa mucho mejor, no me apetecía congelarme en la calle, al día únicamente le faltaba que nevara.

No tardó en llegar y como era habitual la recibí con un café bien calentito. Los dientes le castañeaban mientras se quitaba el abrigo, imagen que me hizo pensar si mi hijo se habría llevado o no la chaqueta, cosas de madre.

—Se me ha congelado hasta el culo —me dijo como pudo y rápido la invité a pasar a la cocina para que se calentara lo antes posible. Aunque ella tenía otras formas de calentarse y antes de que se sentase, ya me estaba contando su última conquista— Martita, cariño… No sabes que bien el domingo pasado. —la miré mientras guardaba unos platos— Con un amiguito que conocí del gimnasio… pin-pan, pin-pan…

Con los ojos cerrados y haciendo gestos obscenos me dio la sensación de que el frío que traía ya se le había olvidado.

—¿En qué momento conoces a esos “amigos”? —mi tono la hizo gracia— Si siempre estamos juntas.

—¡Ah! Secretos de soltera, maja. Miraditas, frasecitas, redes sociales… tienes que ponerte al día.

Alcé los hombros sin querer decirla nada más, no me apetecía escucharla por enésima vez que me bajase tal o cual aplicación para ligar. Pero si tenía ganas de otra cosa, de contarle una cosita que me molestaba como una espina clavada en el cerebro y quería soltar.

Mientras seguía dándome innumerable detalles de lo bien que se lo pasó, la miraba con atención meditando sobre cómo podría decírselo. Su sonrisa no desaparecía, sus ojos brillaban e incluso parecían que todavía estuvieran viendo las imágenes con las que tanto había disfrutado, en verdad estaba feliz. Por primera vez en mucho tiempo, la idea de que yo podría tener “ese tipo de felicidad” me cruzó la cabeza.

No obstante, esta vez no quería escuchar toda la historia de mi amiga, la cual no me desagradaba en lo absoluto, sino que prefería contarla lo que me rondaba la mente desde el sábado anterior. La corté con una sonrisa.

—Silvia. —me miró con intriga al haberla pausado su gran historia— Mira el otro día… bueno, fue este mismo sábado. —no estaba nerviosa… pero casi, era un tema algo delicado y me costaba sacarlo— Te pongo antes un poco en situación. Me desperté con alegría, ya sabes lo que me gusta la Navidad y me dieron ganas de despertar a Iván, que andaba un poco triste por lo que te conté de su novia.

—No creo que mi niño tenga problemas con las chicas. —seguramente así seria.

—Supongo que no. —miré hacia la mesa para retomar mi historia— Fui a su habitación, y me vino a la cabeza un juego que hacía con Iván cuando era pequeño. Le abrí la persiana, todavía estaba en la cama y me puse encima de él. Empecé a hacerle cosquillas, es muy sensible con eso y se ríe sin parar, una vez con siete años tuve que parar porque estuvo a punto de mearse encima. —Silvia prestaba atención, seguramente sin saber dónde podría haber algo que no encajase— El caso es que esta así… pues encima. Puse una pierna a cada lado de su cuerpo y me senté. ¿Te lo vas imaginando, no?

—Sí, claro, hace nada estuve así con mi amiguito. —mal ejemplo, muy malo. No obstante, la comparación era perfecta.

—Sí… Así… —con esa comparación, las ganas de contarlo se me esfumaban. No obstante, logré seguir— Pues se rio un buen rato y justo al parar, me dejé caer sobre su cuerpo. Pensaba que me sentaría sobre su abdomen o así, pero… —tenía que matizar esto— de manera totalmente involuntaria, calculé mal. —hice una pequeña pausa porque me costaba decirlo, aunque tampoco era lógico, porque no había hecho nada.

—Me he perdido, cariño, no entiendo lo que pasó. ¿Os hicisteis daño o algo?

—Nada, una tontería. Me senté sorbe él, pues con mi culo… —“¿con qué iba a ser si no, tonta?” Esa voz tenía razón— Casualidad, pura casualidad. Justo noté lo que tenía debajo, ya sabes su… —podría haber elegido cualquier palabra para otro cualquier miembro, pero no para el de mi hijo— y… pues… ¡Estaba durísimo!

—¡Espera, espera, espera…! —sus manos en alto y su cabeza de lado a lado me resultaron graciosas, algo que quito presión al momento— ¿Me estás diciendo que caíste con todo tu culo sobre la polla dura de tu hijo?

—¡SILVIA! —mi grito lo debió escuchar el vecino de arriba— ¡Cállate, joder! No lo digas así.

Sorry, sorry… ¿¡Qué hiciste!?

—Nada. ¿Qué iba a hacer? En los segundos que estuve no hice nada, ni me inmuté, y según pude me largué. —me froté los dedos con nerviosismo, pero ¿por qué estaba así?— Fue tan raro… se lo tenía que contar a alguien, es algo que no me había pasado en la vida.

—Supongo… —con una sonrisa algo picarona— Esas cosas no son muy habituales. Entonces, ¿qué pasa? Si te fuiste como si nada, ¿cuál es el problema?

—¡Que luego me sentía rara! —me centré para aclarar y poner las cosas en su lugar— Es que a ver… al ser el de Iván, pues me dejó un poco asqueada, su miembro es lo último que me debería tocar ahí abajo. Sin embargo, —era mi amiga, podía confiar en ella, era a la única que se lo podía contar— al sentirlo… pues… no porque fuera de él… pero me vinieron muchas cosas a la mente, sobre todo de Javier. Ya sabes… no quiero decir que me pusiera cachonda, no fue así… aunque me encendió algún motor.

Mi amiga abrió la boca y después de coger una buena bocanada de aire, se comenzó a reír a carcajada limpia, sin poder ni siquiera hablar. No me lo podía creer, cualquier otra reacción hubiera sido lógica, pero reírse de un desvarió como ese…

—Marta… ¡Tranquila, mujer! —apenas podía detener las risas— Me imagino lo que te pasa. —dio un trago al café para contener las carcajadas— Crees que la polla de tu hijo tuvo algo que ver en que te pusieras cachonda…

—¡Silvia, joder! ¡No me puse cachonda! —ella sabía que sí y yo… también.

—Cachonda, con cada una de las letras. Amiga mía, no tiene nada que ver la polla de Iván, te hubiera puesto así cualquiera…

—¿Podemos poner otro nombre a… eso…?

—¡No! —se rio malévolamente. En ocasiones me gustaba esa sonrisa, pero cuando iba dirigida a mí, no tanto— Que sintieras la… —la maté con la mirada— Vale, vale… el pene de tu hijo entre las piernas, no es el motivo. —lo pensó un momento— Tiene y no tiene nada que ver. Me explico, no has conocido varón desde tu marido, es normal que te hayas puesto como una moto al volver a sentir un pene. —en sus ojos parecía pedirme “¡Déjame llamarla por su nombre…!”— Cariño, ¿cuánto llevas sin sexo? ¿Diez años? ¿Más? —asentí. No llevaba la cuenta porque era deprimente, aunque no se equivocaba— Escúchame, me pasa eso a mí y ¡vamos…! Dejo la cama empapada.

—Tía… —me sacó una sonrisa, ella siempre lo conseguía— Esto que te digo, como me lo comentes otro día, te mato. Lenta y dolorosamente. —me envalentoné, porque imaginaba que contarlo era una forma de darle normalidad— Ayer me tuve que masturbar. No pensando en eso, ¡eh! Si no con momentos de Javi y así.

—Cariño… ¡Como que no hemos hablado de dedos, corridas, folleteos…! —sabía a lo que me refería, pero solo pretendía ayudar— De verdad, no te comas la cabeza. ¿Sabes lo que necesitas? Un amigo nuevo que te engrase la zona, punto. A ver si te vienes con nosotras una noche y lo arreglamos. ¡Podrías salir en Nochevieja! ¿Qué te parece?

—Está imposible. Iván no sale y no le quiero dejar solito en casa esa noche.

—Entiendo, es una noche especial, aunque algo tenemos qué hacer. —se quedó pensativa por unos segundos— Escucha, tu regalo esta Navidad era una tontería, pero con toda esta conversación, se me ha ocurrido una cosa mejor. —aquello seguro que no era muy bueno para mí— Si lo tengo para mañana, quedamos un momento y te lo doy.

—Me lo das si quieres después del gimnasio, no tengas problemas. Así te doy también el que te he comprado.

Me levanté para coger unos dulces que tenía en el armarito de arriba y que tras apuntarme al gimnasio estaban olvidados. Dejé la caja en la mesa, ofreciéndole a mi amiga, la muy perra daba lo mismo cuantos comiera que nunca se le estropeaba la figura.

Aunque cuando empezó a aplastar el primero con sus dientes, la mueca de su rostro y esos ojos penetrando los míos… supe que quería comentarme algo más.

—Una duda, —como la conozco…— es que se me ha metido una cosita en la cabeza y buf… si no la saco, no voy a dormir en toda la noche. —se inclinó hacia mí para soltar una confidencia— ¿Cómo es?

—¿Cómo es qué? —no sabía a qué se refería.

—Iván. Tu hijo. La… eso…

—¡SILVIA! —mi vecino seguro que me volvió a escucharme. Esa tarde se iba a aprender el nombre de mi amiga.

Mi cara se coloró al instante, le había contado muchas cosas de mi pequeño, incluso su relación con Sonia, pero su miembro viril… eso ya era otro nivel.

Me devolvió un gesto de hombros, a la par que me sonreía. Tenía curiosidad, así era ella, y bueno, en parte era mi culpa que le hubiera surgido esa inquietud. Además, si bromeaba del tema, quizá la sensación extraña que tenía desde el sábado desaparecería para siempre.

—Sinceramente, no lo sé. Apenas fue un momento y tampoco tengo nada para comparar. Es que ni idea. —pequé comiéndome uno de los dulces, pero la situación lo requería.

Silvia miró hacia los lados, trataba de buscar algo que pronto encontró. En la encimera, cogió una de las frutas que estaban dentro del bol, a Iván le encantaban y cada mañana se comía una, en especial, los plátanos.

De allí cogió un manojo, quizá habría cuatro o cinco, no lo miré bien, pero poco me importaba, la cantidad no era importante. Con maña y unas uñas muy bien cuidadas, separó cada uno del eje que les unía y los depositó encima de la mesa.

—Ahora… ¿Puedes comparar? —añadió un guiño marca de la casa.

Durante todos los años que he pasado junto a Silvia, siempre me ha hecho hacer cosas extravagantes, pero ¿medir el pene de mi hijo con un plátano? Rompía la escala.

Me reí mientras estiraba la mano y entraba en su juego, total era eso… un juego. Agarré uno de los que había en el lado derecho y miré con dudas, era complicado saber si se le parecía o no. Con la fruta en la mano, mientras mi amiga esperaba pacientemente, recordé el momento, ese sábado, que no se borraría de mi memoria por su extrañeza. No obstante, hacer memoria con el miembro de Iván… eso era más complicado.

De pronto mi cabeza se iluminó y encontré una solución tan buena como sencilla. Los ojos de Silvia se sorprendieron al instante, mientras yo bajaba esa fruta madura a mi entrepierna y la colocaba en la misma posición que estuvo lo de Iván.

Lo saqué de inmediato, repitiendo el juego con los otros, hasta que de nuevo los dejé todos en la mesa. Únicamente aparté uno de ellos sin decir nada, mirando a mi amiga que abría la boca de la sorpresa. No estaba segura, pero era el que más se acercaba a la realidad.

—¿Me dejas un metro? —abrí el cajón de la mesa y se lo pasé. Rápido tomó medidas y añadió— ¿De verdad era así?

—Creo que sí, de gordura lo podría confirmar casi al cien por cien. Lo que no sé, es si era así de largo, eso ya se me escapa. Más o menos pienso que tenía esa forma. —no podía borrar una sonrisa tonta de mi rostro.

—Mi amor —dijo tras medir la longitud—, son diecisiete centímetros y el diámetro de la anchura es más de cuatro centímetros, casi cinco. —abrió los ojos como si estuviera sorprendida— ¡Menuda serpiente tienes en casa! Y otra cosa… ¿De dónde son estos plátanos?

Hice el mismo gesto que hizo ella anteriormente, subiendo mis hombros sin saber qué contestar. La verdad que esas eran medidas de una buena herramienta y logrando dejar a un lado al poseedor de semejante miembro, supuse, que después de tanto tiempo, no estaría mal tener una para mí.

En aquel instante, donde comenzamos a reír mientras el metro seguía en la mesa junto a los plátanos, escuchamos como la puerta de casa se cerró. No había duda de quién era, el portador de tal martillo llegaba a su hogar.

Los pasos por el pasillo nos alteraron como si queramos dos niñas hablando por primera vez de sexo y un adulto nos fuera a pillar, las risas se acrecentaron mucho más. Apenas nos dio tiempo a recoger, dejando dos plátanos en la mesa, uno de ellos el que Silvia había medido, y el metro lo escondí debajo de mi trasero en un acto tan torpe como sin sentido.

Nos sonreímos muy tontamente, mirando con vergüenza los dos plátanos que todavía quedaban en la mesa. Ni que el chico de la puerta de la cocina fuera un policía y tuviéramos droga, pero allí estábamos, con un leve sonrojo, mirándonos fijamente a los ojos y ocultando entre sonrisas que acabábamos de hablar de su polla.

—¡Iván, cielo! —me recibió con alegría Silvia según pasé por la puerta de la cocina— ¡Feliz Navidad, dale dos besos a tu tía favorita!

Apenas me dio tiempo a saludar a mi madre porque la mujer ya estaba atrapándome en sus brazos. Cosa de la que no me voy a quejar, cada roce de Silvia, era una maravilla, sobre todo cuando me apretaba de esa forma contra sus generosos senos. ¡Qué delicia!

Me encantaba esa mujer, ya no solo porque sus pechos me hubieran gustado desde bien joven, si no por lo agradable, cariñosa y buena que fue siempre conmigo. Vestía con unos vaqueros, zapatillas con plataforma y un pelo moreno recogido a la percepción con una coleta, estaba preciosa. De la parte superior mejor no mencionar, porque me abstuve de mirar la camisa con el pequeño escote que llevaba, no quería sufrir un alzamiento delante de las dos mujeres.

La recuerdo desde bien pequeño, toda la vida estuvo junto a nosotros, pero ese año más que nunca y últimamente cada semana estaba en casa, incluso en días consecutivos. Para mí siempre había sido guapísima, una mujer de bandera que me alegró muchísimas noches cuando era más joven y bueno… para que engañarnos, y también más de adulto.

—¡Feliz Navidad, Silvia! —me contuve y la miré a los ojos— Me alegro de verte, te veo muy guapa. —una realidad, aunque no quería sonar vulgar, solo era una frase educada que solía decir a las amigas cercanas a mi madre.

—¡Aayy…! ¡Qué majo es mi Iván! ¡Es que te comía, nene! —me hubiera encantado decirle que yo estaba listo para que me comiera entero.

—Gracias, —miré a mi madre sabiendo que tenía que dejarlas solas— me voy al cuarto para dejaros a vuestro aire, mamá.

—No, campeón, tranquilo. Yo me voy a ir ya —añadió Silvia mientras se acercaba a la para coger su bolso. Le dio dos besos a mi madre y pareció recordar algo— Un poco más y se me pasa, —cogió uno de los dos plátanos de la mesa— gracias, Marta. Necesitaba coger energías, este cuerpo no se cuida solo.

—Te va a dar más energías de las que necesitas —mi madre la respondió con una sonrisa que me resultaba una incógnita.

Algo estaban tramando, pero para nada me acercaba a suponer lo que sus mentes elucubraban. Aunque tampoco era algo que me preocupase, seguramente serian cosas de mujeres.

—Bueno, cariño. Dame dos besos. —lo hice con mucho gusto— Mi niño, hombres como tú, ya no quedan. —seguía sin comprender nada.

La acompañé a la puerta y dándole su abrigo, la despedí desde el interior viendo como aquel trasero bajaba por las escaleras, todo en ella era perfecto. Volviendo donde mi madre, nada más pude añadirla.

—Las mujeres sois un poco raras, ¿verdad? —por supuesto no pudo hacer otra cosa que reírse.

—Descansa, que en un rato hago la cena. Luego te llamo, cielo.

En mi cuarto me puse el pijama de manera rápida, porque pese a que mi madre había puesto la calefacción, la casa todavía estaba fría. Sin embargo, tenía otro motivo para calentarme y con el pensamiento de Silvia, de su abrazo… de los besos… de ese trasero moviéndose…

—¡Qué buena está! —me salió del alma, menos mal que en mi cuarto nadie me oía, ni ella, ni mi madre.

Mi imaginación volaba en un pensamiento con esa mujer como única protagonista. Tantas veces me había dado placer… que cuando me tumbe con tranquilidad en la cama, supe que iba a sumar otra más.

Visualizaba en mi mente sus pechos sin ropa, esa cintura que me llevaría a un trasero duro como la roca debido a tanto ejercicio. Con mi pene bien aferrado en mi mano y unos movimientos lentos, aquello no iba a durar mucho.

—Muchas gracias, Silvia. Siempre haces que sea rápido.

Al de un minuto, unos chorros blancos salieron despedidos de mi punta roja, mientras ahogaba un silencioso grito para que mi madre no se diera cuenta de mi orgasmo. Las piernas me temblaron con ganas mientras atrapaba el semen rebelde que había escapado de mi pañuelo. Con una voz sumida en un placer delicioso la visualicé de nuevo en mi cabeza para decirla.

—Hasta mañana, Silvia. —lo pensé mejor— Me parece que a la noche nos volveremos a ver.
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