mi nonbre es Marta, aunque mis amigas me llaman Tita. Tengo 24 años, estoy casada, sin hijos. Soy gallega y me gustan los hombres maduros, las mujeres de todas las edades y las emociones fuertes.
-Esta noche me voy de caza otra vez.
Yo le dije:
-Andar de furtivo acabará por darte un disgusto.
Él estaba muy interesado en lo que iba a hacer ese día.
-¿Vas a ir a misa?
Poniendo dos tazas en el fregadero, le respondí:
-Sabes de sobras que sí.
Estaba raro.
-¿Te vas a confesar?
-No tengo nada malo que confesar. Ya no peco contigo. Estoy limpia de pecado.
-¡¿Le confesaste al cura las mamadas que me hacías?!
-Sí.
-¿Y las veces que te corriste comiéndotela?
-También.
-¿Y las veces que te dejaste dar por culo?
-Confesé todos mis pecados.
-¿Estás liada con el cura?
-No, y aunque estuviera sabes que no te lo diría. ¿Para qué preguntas?
-Yo creo que sí, que estás follando con él y te tiene satisfecha. La última vez que follamos al puto estilo misionero tenías el coño muy abierto, y tú no pariste.
-El año pasado era el tendero, el anterior el panadero, el otro el cabrero, y este el cura. ¿Quién será el año que viene, Germán?
-¡Soy celoso por qué te quiero, coño!
-Pues no me quieras tanto, joder, no me quieras tanto que me agobias.
Esa noche, Germán, salió de casa, y en vez de ir de caza se agachó en un altillo que había en el establo, desde el que, por una rendija, se veía la puerta de nuestra casa:
Salí de casa. Entré en el establo y cerré la puerta. Fui junto al caballo, un percherón muy manso, me agaché y le comencé a acariciar los huevos. La verga de Tornado empezó a estirarse. Al estar empalmada, con una mano le acaricié los huevos y con la otra le masturbé la cabeza. Después eché la verga hacia donde estaba yo, lamí y mamé la cabeza durante más de diez minutos. Me levanté. Me quité el vestido. Ya venia preparada, sin sujetador ni bragas y con el coño untado con margarina. Me volví a agachar, poniendo de nuevo la verga de lado. Jugué con mis pezones en el meato del gran capullo, después metí la cabeza entre mis grandes tetas y le masturbé a Tornado la verga con ellas. Al rato se la volví a mamar. Me levanté, cogí la verga y la froté en mis labios vaginles y en mi clítoris... El placer era inmenso y mi coño se empapó de jugo, de jugo mío y de Tornado. Bien lubricada, me di la vuelta, y de lado de nuevo, atraje la verga hacia mí. Con una mano metí la cabeza de la verga en el coño y con dos dedos de la otra mano me acaricié el clítoris. Metía con la mano la cabeza y la sacaba, la metía y la sacaba... Tornado bufaba y le daba al rabo. Así estuve un cuarto de hora, o más. Follé a Tornado hasta que me comenzaron a temblar las piernas. Corriéndome, metí casi la mitad de la verga dentro, y no metí más porque no me daba. Al acabar de correrme, saqué la verga de Tornado mojada con el jugo de mi corrida, me volví a dar la vuelta y le mamé la cabeza mientras le acariciaba los huevos. Lo quise recompensar por el placer que sintiera. Tornado no tardó en eyacular. La leche de su corrida me encantaba, era espesa como la leche condensada y sabía a manzana. El primer chorro llenó tanto mi boca que me cayó por sus lados y pringó mi mano. Como las veces anteriores, iba a ser un sin parar. Hasta siete chorros de leche, copiosos, que bien podían mediar un vaso de tubo, fueron a parar a mi boca, de los que me tragué más de la mitad.
Después de correrme, sin saber que mi marido me estuviera viendo, me vestí y volví a casa.
Germán, como me quiere mucho, no me dijo nada, al otro día vendió el caballo, con mi consiguiente cabreo. Tanto, tanto, tanto me cabreé, que no le hablé en un mes, y al final le hablé porque me dijo que me había visto en el establo mamándole la verga a Tornado. Esa tarde éché un polvo de película con el cura y por la noche otro con Germán.
-Esta noche me voy de caza otra vez.
Yo le dije:
-Andar de furtivo acabará por darte un disgusto.
Él estaba muy interesado en lo que iba a hacer ese día.
-¿Vas a ir a misa?
Poniendo dos tazas en el fregadero, le respondí:
-Sabes de sobras que sí.
Estaba raro.
-¿Te vas a confesar?
-No tengo nada malo que confesar. Ya no peco contigo. Estoy limpia de pecado.
-¡¿Le confesaste al cura las mamadas que me hacías?!
-Sí.
-¿Y las veces que te corriste comiéndotela?
-También.
-¿Y las veces que te dejaste dar por culo?
-Confesé todos mis pecados.
-¿Estás liada con el cura?
-No, y aunque estuviera sabes que no te lo diría. ¿Para qué preguntas?
-Yo creo que sí, que estás follando con él y te tiene satisfecha. La última vez que follamos al puto estilo misionero tenías el coño muy abierto, y tú no pariste.
-El año pasado era el tendero, el anterior el panadero, el otro el cabrero, y este el cura. ¿Quién será el año que viene, Germán?
-¡Soy celoso por qué te quiero, coño!
-Pues no me quieras tanto, joder, no me quieras tanto que me agobias.
Esa noche, Germán, salió de casa, y en vez de ir de caza se agachó en un altillo que había en el establo, desde el que, por una rendija, se veía la puerta de nuestra casa:
Salí de casa. Entré en el establo y cerré la puerta. Fui junto al caballo, un percherón muy manso, me agaché y le comencé a acariciar los huevos. La verga de Tornado empezó a estirarse. Al estar empalmada, con una mano le acaricié los huevos y con la otra le masturbé la cabeza. Después eché la verga hacia donde estaba yo, lamí y mamé la cabeza durante más de diez minutos. Me levanté. Me quité el vestido. Ya venia preparada, sin sujetador ni bragas y con el coño untado con margarina. Me volví a agachar, poniendo de nuevo la verga de lado. Jugué con mis pezones en el meato del gran capullo, después metí la cabeza entre mis grandes tetas y le masturbé a Tornado la verga con ellas. Al rato se la volví a mamar. Me levanté, cogí la verga y la froté en mis labios vaginles y en mi clítoris... El placer era inmenso y mi coño se empapó de jugo, de jugo mío y de Tornado. Bien lubricada, me di la vuelta, y de lado de nuevo, atraje la verga hacia mí. Con una mano metí la cabeza de la verga en el coño y con dos dedos de la otra mano me acaricié el clítoris. Metía con la mano la cabeza y la sacaba, la metía y la sacaba... Tornado bufaba y le daba al rabo. Así estuve un cuarto de hora, o más. Follé a Tornado hasta que me comenzaron a temblar las piernas. Corriéndome, metí casi la mitad de la verga dentro, y no metí más porque no me daba. Al acabar de correrme, saqué la verga de Tornado mojada con el jugo de mi corrida, me volví a dar la vuelta y le mamé la cabeza mientras le acariciaba los huevos. Lo quise recompensar por el placer que sintiera. Tornado no tardó en eyacular. La leche de su corrida me encantaba, era espesa como la leche condensada y sabía a manzana. El primer chorro llenó tanto mi boca que me cayó por sus lados y pringó mi mano. Como las veces anteriores, iba a ser un sin parar. Hasta siete chorros de leche, copiosos, que bien podían mediar un vaso de tubo, fueron a parar a mi boca, de los que me tragué más de la mitad.
Después de correrme, sin saber que mi marido me estuviera viendo, me vestí y volví a casa.
Germán, como me quiere mucho, no me dijo nada, al otro día vendió el caballo, con mi consiguiente cabreo. Tanto, tanto, tanto me cabreé, que no le hablé en un mes, y al final le hablé porque me dijo que me había visto en el establo mamándole la verga a Tornado. Esa tarde éché un polvo de película con el cura y por la noche otro con Germán.