Historias el macho
Pajillero
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Lupita, ya mayor, consiguió un trabajo como ayudante de albañilería en una obra para ayudar a sus padres. Sin embargo, rápidamente se dio cuenta de que su condición física no era suficiente para seguir el ritmo de los otros albañiles. Temiendo ser despedida, Lupita decidió convertirse en el entretenimiento durante la hora del descanso.
Al principio, se dejaba follar por los obreros de uno en uno. Se acostaba en un rincón apartado de la obra, levantaba su overol y dejaba que los hombres la tomaran de una en una. Gritaba de dolor y placer mientras cada hombre la llenaba con su semen espeso.
Con el tiempo, las cosas se volvieron más intensas. Ahora, los obreros la tomaban en pequeños grupos. La sujetaban por los brazos y las piernas, abriendo sus agujeros para recibirlos. Lupita sentía una mezcla de excitación y humillación mientras múltiples pollas la penetraban.
En algunas ocasiones, todos los obreros la tomaban al mismo tiempo. La tumbaban en el suelo, y mientras unos la penetraban, otros le metían sus pollas en la boca, obligándola a chuparlas. Lupita nunca había experimentado algo así, su cuerpo temblando de una dolorosa dicha mientras era llenada hasta el borde.
A pesar de todo, Lupita seguía yendo a trabajar todos los días. Soportaba las miradas lascivas, los toqueteos y las violentas embestidas porque sabía que necesitaba este trabajo. Había sacrificado su dignidad para mantener a su familia unida, siguiendo los pasos de su madre en un camino de autodegradación y desesperación.
Lupita lloraba en las noches, odiándose a sí misma por lo que se había convertido. Pero cada mañana, se levantaba y volvía a la obra, lista para enfrentar otro día de abusos. Esto era lo que tenía que hacer para sobrevivir, y estaba determinada a hacer lo que fuera necesario.