Historias el macho
Virgen
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El cansancio se había convertido en el uniforme invisible de Lulu. Auxiliar administrativa del Hospital Puerta de Fierro, su vida era un ciclo incesante de papeleo, llamadas telefónicas y la eterna lucha contra la pila de expedientes que parecía crecer exponencialmente. Los días, idénticos y grises, se fundían unos con otros, la única variación la incesante demanda de Emily, su hija de tres años, y la cálida, aunque monótona, presencia de José, su esposo. El amor que alguna vez floreció entre ellos ahora parecía un jardín descuidado, invadido por las malas hierbas de la rutina. José, un hombre noble y trabajador, era también un hombre predecible, un faro que alumbraba con una luz suave, pero insuficiente para iluminar el creciente vacío en el alma de Lulu.
La llegada de Ricardo Montero, el nuevo Director del hospital, fue como la irrupción de un ciclón en la calma estancada. Impecable en su terno, con la confianza inherente a su poder, Ricardo emanaba una energía vibrante que cautivó a Lulu desde el primer encuentro. Fue una mirada en el ascensor, seguida por una conversación casual en la cafetería y finalmente por una invitación discreta a su oficina "para revisar un informe." La oficina de Ricardo era un contraste total con la fría eficiencia del resto del hospital Puerta de Fierro. Luz tenue, música de jazz suave, un aroma a café recién hecho y un escritorio impecable que ocultaba un desorden subyacente que reflejaba la complejidad del hombre.
El primer acercamiento fue cauteloso, una mano rozando la suya, la excusa del trabajo sirviendo como velo para una tensión latente y palpable. Con cada encuentro, la barrera entre la respetabilidad profesional y la seducción se desdibujaba. Las conversaciones profesionales derivaban en confidencias, las miradas se tornaban intensas e inquisitivas. En Ricardo, Lulu descubrió un mundo desconocido, apasionante y peligroso: el de la exploración sin límites y la seducción como un arte.
Un día después del cierre del hospital, Lulu organizaba expedientes en la oficina del director. Sorpresivamente, él la abrazó por detrás, presionando su erección contra su trasero. Silenciándola con un dedo en sus labios, el director le bajó rápidamente los pantalones y la ropa interior, exponiendo su trasero. Anunció su intención de violarla analmente.
Sin esperar respuesta, la penetró con fuerza, provocando un grito de sorpresa y placer. El director la embistió con rapidez, ahogando sus gemidos con su mano. Los sonidos de la violación llenaron la oficina.
Lulu, aferrada a la mesa, sentía su cuerpo ser penetrado. Sus piernas temblaban, su vagina goteaba mientras era violada. El director comentó sobre lo estrecho de su trasero y la ironía de su aparente vida conyugal casta.
Con un último embiste, el director eyaculó dentro de Lulu. Después de retirar su miembro, observó el semen caer por sus nalgas, tomándole una fotografía.
Jadeante y con el corazón acelerado, Lulu se incorporó, sintiendo el semen resbalar por sus muslos. El director le dio una palmada en el trasero antes de guardar su teléfono. Luego, como si nada hubiera ocurrido, se vistió y regresó a su escritorio. Lulu, adolorida y con el semen aún en su cuerpo, se arregló y salió de la oficina.
El contraste entre la fría realidad de su vida diaria y el ardiente torbellino experimentado en la oficina del director fue impactante.
La relación clandestina floreció en secreto, convirtiendo los pasillos del Hospital Puerta de Fierro en escenario de encuentros furtivos y los silencios de la noche en confesiones apasionadas. Ricardo, conocedor del terreno, elaboraba cada encuentro cuidadosamente, creando una atmósfera cargada de sensualidad. Cada caricia era una promesa, cada roce, una chispa enciendendo nuevos deseos.
Pero la felicidad efímera tenía un precio: la culpa. La imagen de su marido, José, la ternura incondicional que compartía con Emily, eran demonios que la perseguían en la oscuridad, entretejidos con la dulce nostalgia del placer. Los tormentos de su alma eran evidentes, reflejados en su mirada perdida, en sus silencios prolongados y en la inquietud que oscurecía su rostro.
El conflicto interno de Lulu se intensificó. El peso del engaño era una mochila que cargaba diariamente, cada gesto de José, cada risa de Emily, acrecentando la culpa. Ricardo, percibiendo la angustia de Lulu, trató de minimizar su culpa, pintando la infidelidad como una liberación, un escape de la monotonía de una vida vacía. Sus palabras, impregnadas de pasión y una poderosa fuerza seductora, encontraron eco en el deseo reprimido de Lulu, pero las palabras no podían apagar el fuego de su conciencia.
La relación, alimentada por la pasión furtiva y el riesgo inminente, creció peligrosamente. Un día, la tensión alcanzó su punto álgido. Una discusión entre José y Lulu, desencadenada por un pequeño retraso de ella en la llegada a casa, fue el detonante. La mentira se agrandó incontrolablemente, volviéndose un laberinto del que parecía escapar sin salida.
Arrodillada entre las piernas del director, Lulu le practicaba felación con avidez. El director gemía de placer cuando, de repente, el teléfono de Lulu vibró insistentemente en su chaqueta. Con los ojos desorbitados, sacó el teléfono: era su marido, José.
Con el pene del director aún en su boca, respondió la llamada con un ahogado "Hola, amor". José preguntaba por su llegada al trabajo. Lulu contestaba entre jadeos y gemidos contenidos, mientras continuaba la felación con más cautela. El director acariciaba su cabello, disfrutando la situación.
Tras la llamada, Lulu soltó un suspiro de alivio. El director, con una sonrisa satisfecha, la instó a continuar, pero con cuidado.
Avergonzada pero obediente, Lulu reanudó la felación con renovado vigor. El director, al borde del orgasmo, descargó su semen en la cara y boca de Lulu.
Cubierta de semen, Lulu permaneció inmóvil hasta que el director terminó. Él admiró su aspecto, y ella, tras un momento, comenzó a limpiarse meticulosamente la cara, incluso lamiendo sus dedos.
La historia de Lulu y Ricardo, un romance prohibido en las entrañas del Hospital Puerta de Fierro, refleja el eterno choque entre la pasión humana y la moralidad. La presión de su vida rutinaria, la tentación que representaba Ricardo, y el peso de la culpa son los elementos que hacen de esta una historia llena de complejidad humana. El desenlace, incierto e impredecible, queda suspendido como una pregunta sin responder, una puerta abierta a una reflexión sobre las decisiones que cambian la vida para siempre.
La llegada de Ricardo Montero, el nuevo Director del hospital, fue como la irrupción de un ciclón en la calma estancada. Impecable en su terno, con la confianza inherente a su poder, Ricardo emanaba una energía vibrante que cautivó a Lulu desde el primer encuentro. Fue una mirada en el ascensor, seguida por una conversación casual en la cafetería y finalmente por una invitación discreta a su oficina "para revisar un informe." La oficina de Ricardo era un contraste total con la fría eficiencia del resto del hospital Puerta de Fierro. Luz tenue, música de jazz suave, un aroma a café recién hecho y un escritorio impecable que ocultaba un desorden subyacente que reflejaba la complejidad del hombre.
El primer acercamiento fue cauteloso, una mano rozando la suya, la excusa del trabajo sirviendo como velo para una tensión latente y palpable. Con cada encuentro, la barrera entre la respetabilidad profesional y la seducción se desdibujaba. Las conversaciones profesionales derivaban en confidencias, las miradas se tornaban intensas e inquisitivas. En Ricardo, Lulu descubrió un mundo desconocido, apasionante y peligroso: el de la exploración sin límites y la seducción como un arte.
Un día después del cierre del hospital, Lulu organizaba expedientes en la oficina del director. Sorpresivamente, él la abrazó por detrás, presionando su erección contra su trasero. Silenciándola con un dedo en sus labios, el director le bajó rápidamente los pantalones y la ropa interior, exponiendo su trasero. Anunció su intención de violarla analmente.
Sin esperar respuesta, la penetró con fuerza, provocando un grito de sorpresa y placer. El director la embistió con rapidez, ahogando sus gemidos con su mano. Los sonidos de la violación llenaron la oficina.
Lulu, aferrada a la mesa, sentía su cuerpo ser penetrado. Sus piernas temblaban, su vagina goteaba mientras era violada. El director comentó sobre lo estrecho de su trasero y la ironía de su aparente vida conyugal casta.
Con un último embiste, el director eyaculó dentro de Lulu. Después de retirar su miembro, observó el semen caer por sus nalgas, tomándole una fotografía.
Jadeante y con el corazón acelerado, Lulu se incorporó, sintiendo el semen resbalar por sus muslos. El director le dio una palmada en el trasero antes de guardar su teléfono. Luego, como si nada hubiera ocurrido, se vistió y regresó a su escritorio. Lulu, adolorida y con el semen aún en su cuerpo, se arregló y salió de la oficina.
El contraste entre la fría realidad de su vida diaria y el ardiente torbellino experimentado en la oficina del director fue impactante.
La relación clandestina floreció en secreto, convirtiendo los pasillos del Hospital Puerta de Fierro en escenario de encuentros furtivos y los silencios de la noche en confesiones apasionadas. Ricardo, conocedor del terreno, elaboraba cada encuentro cuidadosamente, creando una atmósfera cargada de sensualidad. Cada caricia era una promesa, cada roce, una chispa enciendendo nuevos deseos.
Pero la felicidad efímera tenía un precio: la culpa. La imagen de su marido, José, la ternura incondicional que compartía con Emily, eran demonios que la perseguían en la oscuridad, entretejidos con la dulce nostalgia del placer. Los tormentos de su alma eran evidentes, reflejados en su mirada perdida, en sus silencios prolongados y en la inquietud que oscurecía su rostro.
El conflicto interno de Lulu se intensificó. El peso del engaño era una mochila que cargaba diariamente, cada gesto de José, cada risa de Emily, acrecentando la culpa. Ricardo, percibiendo la angustia de Lulu, trató de minimizar su culpa, pintando la infidelidad como una liberación, un escape de la monotonía de una vida vacía. Sus palabras, impregnadas de pasión y una poderosa fuerza seductora, encontraron eco en el deseo reprimido de Lulu, pero las palabras no podían apagar el fuego de su conciencia.
La relación, alimentada por la pasión furtiva y el riesgo inminente, creció peligrosamente. Un día, la tensión alcanzó su punto álgido. Una discusión entre José y Lulu, desencadenada por un pequeño retraso de ella en la llegada a casa, fue el detonante. La mentira se agrandó incontrolablemente, volviéndose un laberinto del que parecía escapar sin salida.
Arrodillada entre las piernas del director, Lulu le practicaba felación con avidez. El director gemía de placer cuando, de repente, el teléfono de Lulu vibró insistentemente en su chaqueta. Con los ojos desorbitados, sacó el teléfono: era su marido, José.
Con el pene del director aún en su boca, respondió la llamada con un ahogado "Hola, amor". José preguntaba por su llegada al trabajo. Lulu contestaba entre jadeos y gemidos contenidos, mientras continuaba la felación con más cautela. El director acariciaba su cabello, disfrutando la situación.
Tras la llamada, Lulu soltó un suspiro de alivio. El director, con una sonrisa satisfecha, la instó a continuar, pero con cuidado.
Avergonzada pero obediente, Lulu reanudó la felación con renovado vigor. El director, al borde del orgasmo, descargó su semen en la cara y boca de Lulu.
Cubierta de semen, Lulu permaneció inmóvil hasta que el director terminó. Él admiró su aspecto, y ella, tras un momento, comenzó a limpiarse meticulosamente la cara, incluso lamiendo sus dedos.
La historia de Lulu y Ricardo, un romance prohibido en las entrañas del Hospital Puerta de Fierro, refleja el eterno choque entre la pasión humana y la moralidad. La presión de su vida rutinaria, la tentación que representaba Ricardo, y el peso de la culpa son los elementos que hacen de esta una historia llena de complejidad humana. El desenlace, incierto e impredecible, queda suspendido como una pregunta sin responder, una puerta abierta a una reflexión sobre las decisiones que cambian la vida para siempre.