Susana salió de la peluquería con una sonrisa, esa que siempre se le quedaba cuando le dejaban el cabello bien peinado y resplandeciente. Era un capricho, pero en el día de hoy se lo merecía, por culpa del trabajo la semana había sido dura y después de dormir a pierna suelta la noche del viernes, este sábado saldría a quemar la noche.
—Cariño, ¿estás en casa? —preguntó la mujer al llegar a su hogar mientras sus zapatillas sonaban por las escaleras.
Todavía estando a mitad de su ascensión, escuchó algo, un leve ruido venido de la zona de las habitaciones en el primer piso. No dijo nada más, se imaginó que habría alguien en casa y que, seguramente, sería Jaime.
—Cielo, ¿estás en la habitación?
—Sí. —se escuchó tras la puerta la voz de su esposo.
Susana anduvo hacia ella con la misma sonrisa que portaba desde que salió por la peluquería, pero cuando puso la mano para abrir del todo la puerta, alguien se la adelantó.
—¡Mamá, pero qué guapa estás! —le sorprendió de pronto su hija, no se la esperaba y menos con tanta efusividad. Susana torció el rostro debido a la impresión, pero rápido lo recuperó.
—¡Vaya, Sofía! No sabía que seguirías aquí, ¿no has quedado con las amigas?
La idea de que su hija no estuviera en casa la gustó demasiado, porque eso implicaba, que si tampoco estaba Lucas, ella y su marido estarían un buen rato solos en el cuarto. Un calor muy humano la recorrió la espalda, llegándole hasta la zona más íntima donde le calentó un lívido que tenía por las nubes.
—No, a la mañana me quedo en casa. Saldré un rato a la tarde. —Sofía mostraba la mejor de sus sonrisas, junto a un rostro rojizo que Susana no sabía a qué se debería. Tampoco le dio vueltas.
—Cielo —llamó Jaime todavía dentro de la cama. Las sabanas le tapaban hasta el vientre y Susana se pudo deleitar con el velludo pecho de su hombre—, ven aquí. Quiero ver lo guapa que te han dejado.
Sofía no quiso interrumpir más a sus padres, por lo que dio un beso rápido a su querida madre y la dejó pasar para que se luciera delante de su marido. Aunque no se fue de vacío, porque aquella mañana, mientras que a Susana la retocaban el cabello, a la chiquilla, su padre la había dado tanto amor que no la cabía dentro.
Literalmente, porque mientras apoyaba una mano en la puerta y miraba a su progenitor con excesiva lujuria, una gota de semen le rebosaba por dentro del pequeño pantaloncito de pijama.
—¡Hasta luego, papi! —le guiñó un ojo malévolamente al tiempo que su madre le daba la espalda, consiguiendo que su padre recordara la forma en la que había acabado en su interior mientras la tenía a cuatro patas— ¡Os quiero!
Jaime se despidió con un movimiento de mano, sin moverse de la cama y, únicamente, con el calzoncillo que se puso a toda prisa y que todavía ahogaba su trasero a la mitad. Esperaba que Susana no viniera con ganas de guerra, porque si era de ese modo, olería el aroma inconfundible a sexo de su entrepierna… menos mal que tenía la ventana abierta para ventilar la habitación.
—¡Estás preciosa, mi amor! Los tirabuzones siempre te quedan de fábula —la comentó con la intención de olvidar el buen rato con su hija y centrarse en su mujer.
—¡Ya…! Aunque ahora me gusta llevar el pelo más cortito… no sé… —se sentó en la cama, cerca de su marido, que aún tenía la piel húmeda debido al sudor. La mujer no lo notó, aunque se acercó a darle un beso en los labios— Sabes raro. ¿Todavía no te limpiaste los dientes?
—Ni siquiera me levanté de la cama. —era cierto, Sofía le había despertado con una imprevista mamada y lo demás, fluyó solo— Bajaré ahora a desayunar.
—¿Lucas? —se levantó del colchón, pensando en si podría tener uno “rapidito” con su marido, pero… Buf… la daba pereza despeinarse. Sin embargo, estaba cachonda, había sido una semana dura y sin nada de alivio sexual. Su cuerpo la pedía desestresarse.
—Marchó pronto, o eso me dijo Sofía. Vendrá más tarde o para comer, no sé.
Jaime se levantó de la cama y aprovechando que su mujer se alejaba un poco y le daba la espalda, se colocó con rapidez de mejor manera la ropa interior. El hombre se dirigió al aseo, con la intención de limpiarse esos rastros que quedaban en su pene debido el sexo de su hija. Susana le esperó paciente mientras se miraba con coquetería en el espejo.
El marido apareció tras dos minutos y la envolvió con sus brazos, pasando primero unas dulces manos por la cintura y terminar por subirlas por las costillas. Antes de que llegara a una peliaguda frontera, Susana lo detuvo.
—No es que no quiera, Jaime… —un beso en el cuello la hizo callar. Después de un sollozo muy suave, retomó la palabra— Pero si follamos ahora, me vas a despeinar. —se separó de su cuerpo y también de un sable que se volvía a endurecer pese a haber derramado todo su líquido minutos atrás— Mañana a la mañana te voy a poner las pilas.
—Eso espero y… deseo, cariño.
Le dedicó una sensual sonrisa, que más parecía cómica, y ambos se besaron para después acabar por reírse en total complicidad. A Susana le apetecía tanto un poco de sexo como una buena tarta de chocolate, pero había pagado por esos bonitos tirabuzones y no deseaba que la “desmelenaran”.
El día pasó sin pena ni gloria, Susana logró conciliar el sueño con varios cojines alrededor para que el cabello no se le fastidiase y antes de la hora de la cena, se despidió de todos.
—¡Marcho, cielo! —comentó a Jaime que estaba en la sala leyendo un libro con la televisión de fondo.
—Pásalo bien, —Susana se acercó hasta el sillón, inclinándose sobre su marido para que este le propinara un tierno beso en la mejilla— ¿Lucas ya se fue?
—Sí —contestó ella comprobando que en su pequeño bolso iban todas las pertenencias que requería la noche—, hace unos diez minutos, no me quiso esperar… maldito niño. —ambos soltaron una risa nasal y Susana se acomodó la blusa antes de darse la vuelta para ir a la salida— Sofía está todavía arriba. No sabe si saldrá con las amigas o no, si le apetece hazle algo de cena.
—Cariño, ni que hoy fuera mi primera noche siendo padre…
Susana le contestó a la broma con un leve golpe en el hombro. Pero el hombre le devolvió rápido el movimiento con un cachete en una nalga. La mujer apenas lo sintió y con lo caliente que estaba desde el lunes, le hubiera gustado que picara un poco más.
—Disfruta con las amigas —siguió su marido—. Y mañana, ¿me vas a dar un poco de ese culito? —Jaime miró cómo se adecentaba la falda larga que la llegaba a las espinillas y atravesó la tela para ver ese trasero que adoraba.
Puso sus labios para asemejarse a un bebe que hace pucheros y le dedicó la mirada más tierna que sabía mostrar. Susana diría siempre que sí, nunca había negado un revolcón a su marido y menos, cuando lo pedía de esa forma, además que… estaba muy cachonda, necesitaba soltarlo todo.
—¡Estate preparado!
Se despidieron con un último beso, uno más apasionado que terminó cuando Susana soltó el labio inferior que había atrapado entre sus dientes. Con un bufido y el ardor de su cuerpo brotándola por las orejas, salió por la puerta en dirección al bar donde solía quedar con sus amigas.
Jaime se quedó caliente, muy caliente, las curvas de su mujer, sumado al erotismo que derrochaba desde que la conoció, le encendían los motores en un visto y no visto.
Dejó el libro en la mesilla, con un bonito marcapáginas que le hizo su pequeño cuando todavía iba a la escuela. Subió con calma las escaleras, con pasos amortiguados debido a las cómodas zapatillas de casa que llevaba.
Tenía ganas de desfogarse, de darse un pequeño capricho, pero tampoco quería usar el miembro que tenía entre las piernas y que, ahora, tan feliz y duro estaba. Ese lo reservaría para mañana, para darle a su mujer un feliz despertar. Pensó en otro modo de quitarse el apetito.
Llegó a su objetivo, dentro se escuchaba música de moda, alguno de esos cantantes con nombres extravagantes y letras aún más raras sonaban dentro de las cuatro paredes. Tocó la madera de la puerta, dándose cuenta en el acto, que su pequeña no le iba a escuchar, era imposible hacerlo con semejante ruido, por lo que abrió la puerta.
—¿Papá?
Sofía se había girado sorprendía al ver a su progenitor con la cabeza entre la puerta y la pared. Aunque tampoco era que no se lo esperase, simplemente con la música no le había escuchado. Bajó el volumen del móvil para atenderle.
—¿Vas a salir al final? —Jaime entró arrimando la puerta tras de sí, no le hacía falta permiso, su hija nunca se lo solicitaba.
—Un poco, tampoco tengo muchas ganas.
Viró su cabeza de nuevo al espejo que tenía en el tocador. Mientras su padre pisaba la alfombra de su cuarto, aprovechó a darse un toque en los labios con el pintalabios que le regaló su madre la última vez que fueron de compras. Después de darse un buen color, volvió a tomar la palabra.
—Vendré pronto, no hará falta que vengas a buscarme.
—Iré a buscarte si quiero, ¿no? ¿O es que ahora decides tú si voy o no?
Jaime llegó hasta ella con pasos lentos, mientras la jovencita dejaba el pintalabios en la mesa con unos labios perfectos. Sin prestar atención a su estuche de maquillaje, se dio la vuelta con media sonrisa para mirar a su padre.
Ya estaba a su lado, de pie, sacándola más de medio cuerpo y tan cerca que si Jaime no se hubiera duchado, podría oler ese perfume a sexo que le dejó a la mañana. Una mano pequeña tocó la pierna desnuda del hombre, justo por debajo de donde sus pantalones cortos se acababan.
Sofía le observó los ojos, sin dejar de lanzarle esa mirada traviesa digna de la mejor de las adolescentes. Su mano serpenteó por el pantalón, buscando debajo de la ropa, algo que, claramente, veía que estaba duro delante de su cara.
—Sé que te gusta ir a buscarme, sobre todo, cuando luego te monto un poquito. —llegó a donde pretendía, salvando el calzoncillo y agarrando con los cinco dedos ese pene que tanto placer le dio por la mañana. Toda su longitud ardía— ¿Quieres que te dé algo más?
Cogió a su hija por los hombros y con calma la levantó, esta se dejó hacer, porque los coitos con Jaime la volvían loca, su novio ni siquiera podía llegar ni a un porcentaje mínimo de lo que le daba su padre.
Sofía, con mucha pena, soltó la barra de hierro que le colgaba al hombre de la entrepierna y sintió la forma en que las manos de este, la cambiaban de lugar. Rodearon sus hombros hacia abajo, metiéndose en sus axilas y comenzando a hacer fuerza para alzarla en el aire.
Fue un segundo que sus pies no tocaron el suelo, para después sentir cómo su corto vaquero reposaba en la madera fría.
—Hoy no puedo, cielo… bueno, hoy no, sino ahora. —con una dulce sonrisa abrió las piernas de su hija y palpó su entrepierna caliente por encima del vaquero— Le he prometido a tu madre que mañana toda la carga será para ella.
—¡No…! —una pena no poder sacársela ella misma, pero conocía su sitio y no estaba por encima de Susana— ¿Y qué podemos hacer? —acabó gimiendo levemente al sentir el apretón de la mano en su vagina. Pese a la ropa, la notó igual que si no llevara nada.
—Déjame a mí… —la dio un beso en la mejilla y se acercó con calma a su oreja— Puedes gritar, no hay nadie en casa.
—¡Papá…! —la palabra en la boca se le derritió y sonó en un estallido de placer.
Se acomodó a la perfección mientras los dedos ágiles de su padre se deshacían del botón que ataba su pequeño pantalón. En un visto y no visto, y con algo de rudeza, tanto el vaquero como sus bragas fueron a parar al suelo, justo al lado de la silla.
Jaime cogió esta, sentándose en ella y viendo de primera mano la vagina de su hija, tan rosada y pelada que rezumaba unos jugos que la hacían brillar.
—Ya empiezas a sacarlo todo, me encanta cuando estás así.
Las dos manos del padre se posaron en los muslos y los abrió sin restricciones, al tiempo que, Sofía, reposaba su espalda en el espejo para un mayor deleite.
—Me lo rasuré ayer, ya tenía la intención de follarte esta mañana. Era para ti. —aquello último pareció que la avergonzaba, como si fuera una concesión.
—¡Cuanto me quieres, cariño mío…! —se acercó con calma a la abertura que tenía Sofía entre las piernas, tanto que apenas había distancia y acabó por soplarle una pequeña brisa que atravesó sus labios.
—¡Papá…! —la voz le tembló en un susurro agónico— ¡Cómemelo…! No me hagas sufrir —la pequeña de la casa, con las piernas abiertas del todo, pasó su mano hasta el cabello de su padre, pero este se la paró con dulzura.
—No, mi amor… vas a sufrir un poco, pero te va a gustar.
La jovencita sintió un beso muy cerca de su ingle, tanto que notó la mejilla rasura de su padre sobre la piel, aquello la hizo gemir muy bajito y desear con toda su alma que empezase. Otro beso en el otro lado, pasando Jaime sus labios por los inferiores de Sofía y evadiéndolos por menos de par de milímetros.
—¡Ah…! —soltó al sentir de nuevo un beso muy cerca de su sexo— No me hagas eso… Papá, no seas malo… —le miró a los ojos, esos que veía desde arriba. Estaba tan caliente…— Ojalá pudiéramos follar a diario…
—Ojalá, cariño. —otro soplo en su clítoris que la provocó una convulsión en su espalda. Antes de que Jaime volviera a hablar, Sofía jadeó con fuerza— ¿Quieres que mamá te deje su sitio en la cama?
—Sí… —esta vez el beso fue justo encima del clítoris y esto la hizo vibrar toda la cadera. Su rostro era un tomate y sus labios algo enrojecidos no necesitaban retocarse más— Me encantaría despertarme todos los días con esa polla dura que tienes a mi lado y montarla.
Sofía se mordió los labios porque no aguantaba, mientras su padre la sonreía con toda la complicidad y una felicidad rebosante. Conocía a su hija, sabía sus puntos fuertes y débiles a la hora del sexo y la paciencia no era su virtud, mientras más esperase, más cachonda se ponía.
Aun así, no quiso hacerla demorar más tiempo, sacó su lengua y mientras que su mujer, llegaba al bar dispuesta a disfrutar de una noche de fiesta, este lamía completamente el sexo de su hija.
—¡Joder!
Gritó esta vez Sofía a pleno pulmón sabiendo que ni su madre ni su hermano estaban en casa. Un golpe de puro gozo torció su cuello, provocando que la cabeza golpease el cristal, menos mal que fue con poca fuerza.
—Dime —siguió su padre cuando lamió todo lo que pudo—, ¿tienes celos de mamá?
—No, pero… —una improvista lamida la convulsionó todo el cuerpo, teniendo que sacar la verdad— ¡Claro que sí!
—Si me cuentas esos celos… —se acercó al sexo húmedo de su hija y lo volvió a soplar, Sofía apenas podía soportarlo, era un volcán a punto de estallar— Te lo como hasta que te corras.
—¡Sí, por favor…! ¡Sí…!
La lengua pasó por todo el recorrido de entre sus labios, haciendo que Jaime saborease el sabor de su hija y lo tragase con gusto. Pero visto que ella no decía nada, se detuvo.
—¿Y mi historia? —puso los mismos morros de niño pequeño que le hizo a su mujer un rato atrás y Sofía, rápidamente, se dio cuenta de lo que tenía que hacer.
—Papá… —empezó a decir con los ojos cerrados al tiempo que notaba de qué manera la lengua proseguía su labor— Os quiero a los dos, pero… ¡Dios, que bien lo chupas! ¡No pares!
Un pequeño chispazo de cordura la recorrió, la que no debía parar de hablar era ella. Tragó saliva para conversar con soltura y que esa lengua juguetona de Jaime no se detuviera ni un instante.
—Me da envidia… Mamá… puede… puede… apenas puedo hablar, papá. —Jaime había empezado a hacer hincapié en el clítoris, dejando unos coletazos de placer que Sofía no soportaba— Pienso en que me folles todos los días y eso me pone muchísimo. Susana tiene una suerte. Yo quiero lo mismo.
—¿Sí? ¿Quieres que duerma contigo? —metió un dedo mientras se lo preguntaba y al siguiente segundo, metido otro.
—¡Déjalos ahí dentro! ¡Yo ya no salgo! Me quedo y follamos toda la noche, por favor. —casi lo suplicó, porque sin contar esa mañana, llevaban un mes sin practicar el coito juntos. Lo que habían empezado a hacer un poco más tarde del amanecer, ya le sabía a poco.
—No, cariño. Sal y disfruta que estás en la edad. Sigue diciéndome cosas que vuelvo a lo mío.
Bajó la cabeza y, sin sacar ninguno de los dos dedos, sorbió el clítoris endurecido de su hija. Esta gritó con ganas, haciendo creer a los vecinos que, con toda probabilidad, Jaime y Susana estaban dando rienda suelta a su conocida pasión. Pero para nada era así, porque la mujer se encontraba con sus amigas tomando las primeras copas.
—Quiero… quiero… pagar a mamá y a Lucas unas vacaciones. —lo decía con los ojos cerrados, dejando que sus piernas se movieran solas y Jaime la mirase expectante— Quedarnos aquí tú y yo. O irnos nosotros, ¡me la suda! Pero que… ¡Ah…! Papá sabes que si sigues lo suelto todo igual que una manguera…
—Eso es lo que me gusta. —chupó con más ganas, moviendo unos dedos veloces que se adentraban en lo más profundo de la mullida cueva y sacaban el calor que se concentraba en su interior. Con ganas, Jaime le pidió— Dime qué harías conmigo esas vacaciones.
—¡Papá, no pares! —los gemidos se agolpaban en su garganta y apretó sus músculos para sostener el orgasmo un minuto más, de esa forma sería grandioso— Te follaría día y noche, te mamaría entera esa polla gigante… ¡Joder! ¡Me corro, papá! ¡Eres el mejor!
—¡Córrete, dame tu corrida! —pidió Jaime con algo de esfuerzo en su voz y sin parar de mover los dedos rebeldes.
—¡Prométemelo! Prométeme que tendremos unos días para follar sin parar. ¡AAHH! —el placer estaba allí, lo notaba en la puerta arremolinándose como un tornado para salir y derribarlo todo.
—¡Sí…! —el jadeo del hombre era pronunciado, sus dedos le empezaron a doler, pero era necesario, tenían una recompensa— ¡Seré solo para ti!
—¡Bien…! ¡Bien…! ¡Me muero, papá! ¡Ahí viene!
Lo último fue un aullido más que un grito, algo que Jaime había escuchado en varias ocasiones y sabía lo que se avecinaba. Sacó los dedos del interior de su pequeña, posando las manos en ambos muslos mientras los separaba aún más. Sofía se llevaba la mano a la parte superior del clítoris para no detener el inmenso placer.
La chiquilla gritó en varias ocasiones, moviendo su cadera en movimientos locos a la par que soltaba incontrolables chorros de flujo por su vagina. El orgasmo había llegado en forma de catarata y no cesaba, tampoco es que Sofía quisiera pararlo.
Sin embargo, al final todo acabó, permitiendo que la jovencita pudiera abrir los ojos y ver, cómo el rostro de su padre, estaba bañado en su jugo transparente, el cual todavía tenía la lengua fuera para atrapar todo lo posible.
—Estabas llena… —dijo tratando de limpiarse las gotas que le caían por la barbilla.
—¿Estaba…? ¿Estuvo bueno? ¿Te lo comiste todo, papá?
La costaba hablar. Su voz temblorosa era como una gelatina llevada por un niño a toda velocidad. Además, que no se le pasaría, el placer duraría en su voz durante un buen rato… Todo la ardía, todo la vibraba. ¡Hasta la cosquilleaba la planta del pie!
—Siempre me lo como, me pone demasiado.
—Papá… ¡Cómo me pones…! —trató de levantar su cuerpo, pero estaba demasiado cansada. Jaime la ayudó y la dio un beso en la mejilla.
—Límpiate, vístete y marcha. —añadió un cachete al trasero duro y desnudo de su hija y esta recogió su ropa en dirección al baño— Ya limpio yo todo tu desastre.
Los dos se rieron y, al de poco tiempo, se despidieron con un tórrido beso que por poco hace que Jaime la desnudase delante de la puerta. Pero no podía ser, tenía que esperar a su mujer, la mañana siguiente valdría la pena. Mientras padre e hija se despedían, al otro lado de la ciudad, los amigos de Lucas, pese a su reticencia, decidieron cambiar la zona de bares que solían frecuentar, por otra.
Las manecillas de los relojes estaban cerca de marcar la una de la mañana, buena hora para ir a un lugar donde pusieran buena música. Pero Lucas lo hacía con el ceño fruncido, prefería ir donde siempre, a su sitio habitual, donde seguro que veía a alguna de las chicas con las que se mensajeaba a menudo. Además, que las calles de bares que iban a pisar… eran de viejos.
Acabó resignándose a lo evidente y llegó junto con todos sus amigos a la zona de bares. Las chicas de su grupo entraron en un bar apodado, El Tremendo, que llenaron sin dificultad, no es que fueran muchos, pero el sitio no era grande. Más bien era pequeño y alargado, con la barra a un lado y el demás espacio destinado para hacerte un hueco y mover las caderas todo lo que pudieran.
Lucas pensó en marcharse, en decir que él iba por su cuenta, creyendo con toda seguridad que encontraría a alguien que le siguiera. Sin embargo, todo aquello se le olvidó de golpe, cuando oteó con su vista el interior del bar y a lo lejos, reconoció un peinado que esa misma tarde vio en su casa.
La mujer giró la cabeza, observando por encima del grupo de amigas y divisando a lo lejos, entre tanto rostro joven, uno le fue muy familiar. Por un segundo se quedaron mirándose el uno al otro, meditando si era posible lo que estaban contemplando. Sí que lo era, Susana y Lucas se habían encontrado de fiesta en el mismo bar.
La sonrisa afloró en la cara de la mujer, nunca había visto a ni a su hijo, ni a su hija en una noche de copas, era la primera vez y por extraño que apareciera, le hizo gracia. Dio un paso adelante, separándose del grupo de amigas, diciéndolas que no tardaba nada en regresar. Lucas vio el movimiento y sin decir a nadie lo que haría, se adelantó para interceptar a su madre.
Ni loco pensaba dejar que Susana apareciera en medio del grupo de amigos, seguro que acabarían riéndose de él, para muchas cosas, su progenitora tenía la lengua muy afilada.
—¡Mi niño! —exclamó sin ocultarse ni un poco cuando ambos toparon a mitad de camino— ¿¡Qué haces aquí!?
—¿¡Qué haces tú aquí, mamá!? —a Lucas se le veía incómodo, no le hacía gracia que su madre le viera de fiesta, ni beber, ni coquetear con otras mujeres… ni nada. Aquel era “su” entorno.
—¡Oye, oye, oye…! El que está fuera de su territorio eres tú, que este es un bar para más… adultos. —“viejos” reflexionó el chico, pero ni se le pasó por la cabeza soltarlo— Te has aburrido de ver niñas y vienes con chicas maduras, ¿no?
Le lanzó una sonrisa coqueta, seguramente queriéndole decir algo más que lo evidente, pero el joven no estaba para pillar indirectas, lo que sentía era un atisbo de vergüenza.
—Me voy a marchar dentro de poco, seguro. O sea que solo venía a saludarte. —Lucas quiso darse la vuelta, pero una mano agarró la suya y lo detuvo.
—¿A dónde te crees que vas?
Se acercó con la misma sonrisa de antes, aderezado por unos brillantes ojos que delataban las copas que llevaba. Se arrimó mucho a su hijo, tanto como para su petición, solo la pudieran escuchar los oídos del joven.
—¿No vas a dar un beso a mami?
—Mamá, no empecemos. —su voz era un dulce caramelo, sin embargo, sus amigos estaban allí— No pienso darte un beso en medio del bar.
Susana no le soltaba el brazo y le atrajo más hacia donde estaba ella. Sus labios contactaron con su oreja y Lucas, antes de que le hablase, sintió el aire caliente metiéndose por su cuerpo y rebotar en su alma.
—No te quejas tanto cuando… te beso la polla.
El escalofrío más extraño y placentero le recorrió de arriba abajo, haciendo que, por un momento, sintiera que las piernas le flaqueaban. Creía que caería a plomo, su madre tenía esa facultad para ponerle en un mero suspiro, de cero a cien más rápido que un coche de carreras.
Lucas tragó saliva, porque no podía hacer otra cosa y le dio un beso tan casto como lejano a su mejilla, por poco se lo da en la oreja. Susana le sonrió, sabedora de cómo podía poner a su hijo cuando se lo proponía, el pequeño… era suyo. Pero no era momento para Lucas, sino para sus amigas y la noche, debía dejarle a un lado.
—Un beso penoso. —negó con la cabeza sin dejar de mirarle a los ojos. Al menos, le soltó— Esta te la devuelvo. ¡Anda, corre con tus amigos…!
No le dio tiempo a la réplica, sino que se dio la vuelta y marchó a pasos rápidos haciéndose hueco entre la gente mientras la falda larga volaba a su alrededor. Lucas la miró por un instante alejarse, primero a ese gran trasero que se movía tras la tela de color verde y después, a los tirabuzones que parecían muelles saltando de lado a lado.
Aquella noche, su madre estaba bien guapa y una idea sobre volver juntos a casa para probar si podían hacer algo, le pasó por la cabeza. “Al final, no va a ser tan malo verla”, meditó mientras llegaba al círculo creado por sus amigos.
Susana volvió con ese triste beso donde sus compañeras de fiesta que, para sorpresa de la mujer, charlaban distendidamente con tres chicos que se habían acercado. Parecían de su edad, con toda seguridad, solteros o divorciados, buscando algo de carne fresca para aquella noche. Aquello la hizo gracia y se hizo paso en el grupo.
De largo era la más guapa de todas las mujeres, lo sabía, aunque no lo dijera nunca en voz alta y además, aquella noche en particular, resplandecía. Al de pocos minutos, los hombres charlaban como si fueran amigos de toda la vida y uno de ellos, se acercó a Susana que sorbía su cubata con una pajita.
—Me encanta tu pelo —le dijo casi gritando por el volumen que sacaban los altavoces del bar.
Aquello a la mujer le gustó, si le hubiera dicho cualquier otro halago, lo pasaría como cotidiano, pero que se fijase en su cabello después de pasar la mañana en la peluquería, la encantó.
—¡Vaya! ¡Muchas gracias! Eres el primero que me lo dice. —sonrió con coquetería, recordando esas épocas en las que todavía era soltera y los hombres se le acercaban igual que los osos a la miel.
—Seré el primero que te lo dice, pero no el primero en darse cuenta. Eres muy guapa para pasar desapercibida. —demasiado directo, pero para jugar un poco, a Susana le valía.
—Gracias de nuevo, tú también eres muy guapo.
Algo simple, pero le servía para la ocasión. Sorbió de su pajita y se acercó al cuello del hombre. Notó como un aroma se había hecho hueco por todos los demás para golpearla las fosas nasales. Olisqueó en par de ocasiones antes de añadir.
—¡Qué bien hueles! ¿Qué colonia es?
—Eso… —puso cara dramática, de actor de teatro que a Susana le pareció graciosa. Aunque…, tampoco lo era tanto— No te lo puedo decir.
—¿Por qué?
El juego la estaba gustando y preguntó como una colegiala, mientras apoyaba su espalda en la barra, por un momento pensó que aquel hombre seguro que tenía experiencia en dar buenos revolcones. Justo lo que ella necesita…
—Esos son el tipo de cosas que una tiene que descubrir por sí misma. Puedes decir unas cuantas marcas y tentar a la suerte o… aceptar que te invite a algo e ir adivinándolo poco a poco. Tengo que mantener el misterio. ¿Qué te parece?
—Pues… —miró su vaso, observando la forma en que dos hielos se empequeñecían nadando en un poco de líquido de color oscuro— vaya cosa. Me parece que… ¡Alguien se ha bebido mi cubata! —lo movió en el aire, haciendo que los hielos tintinearan cerca de la cara del hombre— Tal vez necesite otro.
Susana rio tontamente, con una coquetería agradable, nacida de ese sentimiento de ser cortejada que tan olvidado tenía. Una cosa eran esos típicos hombres que se la acercaban de vez en cuando, pero este… del cual no sabía el nombre… de cierta manera… la atraía.
Comenzaron a hablar, centrados en ellos mismos y manteniéndose en la barra para separarse un poco, tanto de las amigas de Susana, como del grupo del “hombre sin nombre”. No se lo preguntó, ni él a ella, ese secretismo hacía más erótica la situación.
La noche iba de maravilla, entre risas y alguna que otra confidencia muy cerca de la oreja que, a Susana, le hizo encender aún más su ardiente lívido. No creía que se fuera a acostar esa noche con aquel desconocido, pero el mero hecho de pensarlo, la podía el bello de punta.
En uno de esos momentos, en el que el hombre la susurraba una cosa tan anodina como de que trabajaba, ella aprovechó para oler aquel perfume tan embriagador. Quería saber cuál era y quizá, regalárselo a Jaime, pero el “caballero misterioso” se empecinaba en que si quería descubrirlo…, tendría que hacerlo en su casa.
En ese instante, en el que ella le escuchaba con atención e introducía la fragancia por sus fosas nasales, a lo lejos… al otro lado del bar, volvió a ver un rostro muy conocido. Allí seguía Lucas, del cual se había olvidado, porque ni siquiera a su nuevo acompañante le había dicho de la existencia de sus dos hijos, no era una información que le interesase.
Sin embargo, allí estaba su primogénito, mirándola con el ceño fruncido y con esa cara, que la misma Susana denominaría, “de oler mierda”. No pudo hacer otra cosa que sonreírle, aunque este no le devolvió el gesto, solo la siguió mirando con esa cara de enfado que tan pocas veces ponía.
—Espera un poquito, guapo. No tardo en volver —le dijo mostrándole una sonrisa perfecta y cogiendo el móvil, se apartó un poco de su pretendiente.
Con sus ágiles dedos, todavía sin temblar por la ingesta de alcohol, no paró de sonreír mientras buscaba el número de su hijo en el móvil. Cuando llegó a la conversación con Lucas, la gente pasaba a su lado y el bar cada vez estaba más lleno, aun así, ni siquiera se daba cuenta, solo quería escribir a su pequeño.
—¿Qué haces poniéndome esa cara? —sabía que la respuesta no tardaría en producirse y así fue. Tal vez Lucas la había visto coger el móvil o simple casualidad, pero el joven estaba en línea.
—¿¡Qué estás haciendo tú!? —la pregunta no podía ser más seca y eso la hizo gracia.
—Pasármelo bien, cariño. —le mandó el icono de un beso, con toda la intención de provocar un enfado mayor al que llevaba.
—Crees que no te veo casi magrearte con ese tío en la barra, ¿o qué? —sí que parecía enfadado. Susana no pudo aguantarse la risa, menos mal que su hijo no la podía ver.
—¿Y qué pasa? ¿No puedo divertirme un poco?
—¡Claro que no! Diviértete si quieres, pero no a costa de liarte con un tío en medio del bar, que incluso están aquí mis amigos.
Eso era cierto, estaban los amigos y las amigas de Lucas y la conocían, pero ella no tenía la intención de hacer nada allí. Como mucho haría algo encima de la cama de aquel hombre, mientras le montaba y su perfume les envolvía al igual que una fragancia divina.
—¡Qué mandón eres…! Ni tu padre es así, chico. —paró un momento sus dedos, queriendo fastidiar un poco más a su hijito y que rabiase, lo vio claro— Lo que pasa, es que tú no me vas a decir lo que tengo que hacer. Si quiero liarme con él, lo haré y si quiero follármelo, me lo voy a follar. Si quieres, luego te lo cuento. —acabó por mandarle un guiño y levantó la cabeza para buscarle por el bar, aunque no le encontró, había muchas personas.
Respiró profundamente, pensando en lo bobo que a veces era su pequeño, porque estaba claro lo que le pasaba, le conocía demasiado bien. Miró de nuevo el móvil, seguía sin contestarle, pero la aplicación le seguía marcando “en línea”, por lo que le añadió algo más.
—¿Estás celoso?
Lo hizo a sabiendas de que eso le mosquearía y no se cortó. Guardó el móvil, recordando esos momentos de máxima posesión que su hijo solo tenía con ella. Desde que fue un bebe, tuvo predilección con su madre y ahora que tenían una relación más cercana, pese a aceptar que era el segundo de la casa, no le agradaba que nadie la coquetease.
Volvió con su hombre, con ese que tantas cosas bonitas le estaba diciendo y que tanto alabó su peinado. Aunque de fondo, seguía buscando a su hijo con la mirada, no le encontraba, tal vez debería moverse para hacerlo. Sin embargo, cuando llegó al lado del pretendiente que olía tan bien, le divisó al final de la barra.
—Has tardado. —el hombre sacó su perfecta dentadura a relucir y Susana le devolvió el gesto, observando que al otro lado, Lucas les observaba.
—¿Me has echado de menos, cariño?
Movió su cabeza, acercándola a la mejilla afeitada del hombre y, contactando con los ojos de joven, le dio un delicioso beso que no esperaba. De haberlo hecho, seguro hubiera intentado girar el cuello para que los labios pintados de Susana impactaran en los suyos, pero no le dio tiempo.
—¿Y eso, reina? —un color rojizo nació en sus pómulos y sus ojos brillaban como dos lámparas en medio de la oscuridad del local.
—Me apetecía… ¿Necesito alguna otra razón? ¿A qué no?
La mujer sorbió del vaso que quedó en la barra, riendo al caballero que se las veía felices aquella noche, había logrado a una mujer graciosa, agradable y con un cuerpo increíble, no podía tener más suerte.
La conversación se fue alargando y Susana, pese a escuchar cada una de las ocurrencias de aquel señor, estaba más atenta a las miradas de su pequeño al otro lado de la barra.
No paraba de provocarlo, de darle besitos a su pretendiente mientras dedicaba dulces miradas a Lucas. El joven apenas lo soportaba y mandó par de mensajes a su madre para que parase, pero esta, ni siquiera ojeó el móvil.
Susana estaba cachonda, no lo podía negar. El cúmulo que tenía por no haber hecho nada con su marido, sumado al calentón con el nuevo hombre y el juego con su hijo, la estaban haciendo perder el control. Con toda seguridad, se iría a casa con aquel desconocido a que le metiera todo lo que le restregaba en su pierna y, de paso, saber cuál era el dichoso perfume que impregnaba su cuerpo.
Sin embargo, dejar con ese enfado a su pequeño tampoco la apetecía, además que hacía más de una semana que no tenían nada juntos… tal vez dos… eso era mucho tiempo. Estaba en un camino difícil, o el nuevo hombre, o ir a casa con su hijo y hacerlo en su habitación. Aunque de esta opción no estaba muy segura, podría ser que con el enfado, no quisiera nada. No sabía para dónde tirar.
—Cariño, ya son las tres —comentó el caballero perfumado mirándola de arriba abajo—. Creo que es momento de dejar este lugar e ir a uno más… Ya sabes… más íntimo.
—¿Que me propones, cochino? —se lo preguntó con voz de adolescente inocente, como si no supiera lo que tenía en mente.
—Pasar un buen rato, nada más. ¿No te gusta la idea?
Sintió como una mano fuerte rozaba su cadera, la rodeaba y pasaba por una de sus nalgas, que seguían, por el momento, tapadas con la preciosa falda de color verde. Allí se posó sin restricciones, para después apretar con fuerza, logrando que el cuerpo de Susana se contrajera de placer, que poco le quedaba para tenerlo todo…
—¡Me encanta, cielo…! —Susana se tuvo que morder el labio, estaba fogosa— Dime una cosa…
Se acercó a su oído, mirando a los ojos de Lucas, al cual podía ver con mayor facilidad. La gente empezaba a marchar y cada vez había más huecos libres en el bar. Con sumo erotismo, sin perder el contacto con su pequeño, le preguntó.
—¿Me la vas a meter bien fuerte?
Este asintió con frenesí, besándola con delicadeza en la parte del cuello que tenía a mano y ella cerró los ojos. La electricidad la estaba recorriendo todo el cuerpo y solo los abrió para ver la reacción de Lucas, que seguía observándola sin parpadear.
Abrió la boca, sabiendo que su hijo le leería los labios. Los movió con calma, marcando cada sílaba, pero sin que ninguna de ellas brotara por su boca. Lucas lo entendió perfectamente, no estaba tan lejos para no ver que la boca de Susana se movía para decirle: ¡Hoy follo!
El pequeño se removió en su sitio, visiblemente incómodo y airado, algo que no hizo otra cosa que sacar una mueca casi burlona de su madre. Pese a todo, separó al hombre que la seguía besando en el cuello, por el momento, mejor guardar esos besos para un lugar con menos gente.
—¡Bueno, rey…! —suspiró para airear su cuerpo— Voy un momento al baño. —Susana estaba realmente mojada y acalorada, necesitaba una pausa para refrescarse y quizá limpiarse las bragas— No te me vayas. Me esperarás, ¿no? —le añadió con voz de niña buena mientras tocaba los botones de su camisa.
Por supuesto, el hombre con tan buen aroma, asintió con esa cara de saber que esa noche se lo iba a pasar bien. Susana se dio la vuelta, dando unos pequeños y seguros pasos porque las piernas le temblaban de placer. Le quedaba poco para pasarlo de fábula, casi lo podía notar entre sus piernas.
Llegó al comienzo del bar, justo donde se hallaba la entrada y también unas pequeñas escaleras que la llevarían al piso inferior donde se encontraba el almacén y los baños. Sus zapatillas repiquetearon en el metal de los escalones y cuando las terminó, se alegró porque el sonido de la música estuviera amortiguado.
Allí no había nadie, solo tres puertas de madera y una paz que contrastaba mucho con la del piso superior. Abrió la puerta del baño de mujeres, dando la luz y cerrándola tras de sí. Con el espejo algo ajado por el tiempo, se colocó de mejor forma el cabello y también el sujetador debajo de la blusa, no era necesario marcar más pecho, ya tenía mucho, pero… ¿Por qué no un poco más?
—Cariño, ¿estás en casa? —preguntó la mujer al llegar a su hogar mientras sus zapatillas sonaban por las escaleras.
Todavía estando a mitad de su ascensión, escuchó algo, un leve ruido venido de la zona de las habitaciones en el primer piso. No dijo nada más, se imaginó que habría alguien en casa y que, seguramente, sería Jaime.
—Cielo, ¿estás en la habitación?
—Sí. —se escuchó tras la puerta la voz de su esposo.
Susana anduvo hacia ella con la misma sonrisa que portaba desde que salió por la peluquería, pero cuando puso la mano para abrir del todo la puerta, alguien se la adelantó.
—¡Mamá, pero qué guapa estás! —le sorprendió de pronto su hija, no se la esperaba y menos con tanta efusividad. Susana torció el rostro debido a la impresión, pero rápido lo recuperó.
—¡Vaya, Sofía! No sabía que seguirías aquí, ¿no has quedado con las amigas?
La idea de que su hija no estuviera en casa la gustó demasiado, porque eso implicaba, que si tampoco estaba Lucas, ella y su marido estarían un buen rato solos en el cuarto. Un calor muy humano la recorrió la espalda, llegándole hasta la zona más íntima donde le calentó un lívido que tenía por las nubes.
—No, a la mañana me quedo en casa. Saldré un rato a la tarde. —Sofía mostraba la mejor de sus sonrisas, junto a un rostro rojizo que Susana no sabía a qué se debería. Tampoco le dio vueltas.
—Cielo —llamó Jaime todavía dentro de la cama. Las sabanas le tapaban hasta el vientre y Susana se pudo deleitar con el velludo pecho de su hombre—, ven aquí. Quiero ver lo guapa que te han dejado.
Sofía no quiso interrumpir más a sus padres, por lo que dio un beso rápido a su querida madre y la dejó pasar para que se luciera delante de su marido. Aunque no se fue de vacío, porque aquella mañana, mientras que a Susana la retocaban el cabello, a la chiquilla, su padre la había dado tanto amor que no la cabía dentro.
Literalmente, porque mientras apoyaba una mano en la puerta y miraba a su progenitor con excesiva lujuria, una gota de semen le rebosaba por dentro del pequeño pantaloncito de pijama.
—¡Hasta luego, papi! —le guiñó un ojo malévolamente al tiempo que su madre le daba la espalda, consiguiendo que su padre recordara la forma en la que había acabado en su interior mientras la tenía a cuatro patas— ¡Os quiero!
Jaime se despidió con un movimiento de mano, sin moverse de la cama y, únicamente, con el calzoncillo que se puso a toda prisa y que todavía ahogaba su trasero a la mitad. Esperaba que Susana no viniera con ganas de guerra, porque si era de ese modo, olería el aroma inconfundible a sexo de su entrepierna… menos mal que tenía la ventana abierta para ventilar la habitación.
—¡Estás preciosa, mi amor! Los tirabuzones siempre te quedan de fábula —la comentó con la intención de olvidar el buen rato con su hija y centrarse en su mujer.
—¡Ya…! Aunque ahora me gusta llevar el pelo más cortito… no sé… —se sentó en la cama, cerca de su marido, que aún tenía la piel húmeda debido al sudor. La mujer no lo notó, aunque se acercó a darle un beso en los labios— Sabes raro. ¿Todavía no te limpiaste los dientes?
—Ni siquiera me levanté de la cama. —era cierto, Sofía le había despertado con una imprevista mamada y lo demás, fluyó solo— Bajaré ahora a desayunar.
—¿Lucas? —se levantó del colchón, pensando en si podría tener uno “rapidito” con su marido, pero… Buf… la daba pereza despeinarse. Sin embargo, estaba cachonda, había sido una semana dura y sin nada de alivio sexual. Su cuerpo la pedía desestresarse.
—Marchó pronto, o eso me dijo Sofía. Vendrá más tarde o para comer, no sé.
Jaime se levantó de la cama y aprovechando que su mujer se alejaba un poco y le daba la espalda, se colocó con rapidez de mejor manera la ropa interior. El hombre se dirigió al aseo, con la intención de limpiarse esos rastros que quedaban en su pene debido el sexo de su hija. Susana le esperó paciente mientras se miraba con coquetería en el espejo.
El marido apareció tras dos minutos y la envolvió con sus brazos, pasando primero unas dulces manos por la cintura y terminar por subirlas por las costillas. Antes de que llegara a una peliaguda frontera, Susana lo detuvo.
—No es que no quiera, Jaime… —un beso en el cuello la hizo callar. Después de un sollozo muy suave, retomó la palabra— Pero si follamos ahora, me vas a despeinar. —se separó de su cuerpo y también de un sable que se volvía a endurecer pese a haber derramado todo su líquido minutos atrás— Mañana a la mañana te voy a poner las pilas.
—Eso espero y… deseo, cariño.
Le dedicó una sensual sonrisa, que más parecía cómica, y ambos se besaron para después acabar por reírse en total complicidad. A Susana le apetecía tanto un poco de sexo como una buena tarta de chocolate, pero había pagado por esos bonitos tirabuzones y no deseaba que la “desmelenaran”.
El día pasó sin pena ni gloria, Susana logró conciliar el sueño con varios cojines alrededor para que el cabello no se le fastidiase y antes de la hora de la cena, se despidió de todos.
—¡Marcho, cielo! —comentó a Jaime que estaba en la sala leyendo un libro con la televisión de fondo.
—Pásalo bien, —Susana se acercó hasta el sillón, inclinándose sobre su marido para que este le propinara un tierno beso en la mejilla— ¿Lucas ya se fue?
—Sí —contestó ella comprobando que en su pequeño bolso iban todas las pertenencias que requería la noche—, hace unos diez minutos, no me quiso esperar… maldito niño. —ambos soltaron una risa nasal y Susana se acomodó la blusa antes de darse la vuelta para ir a la salida— Sofía está todavía arriba. No sabe si saldrá con las amigas o no, si le apetece hazle algo de cena.
—Cariño, ni que hoy fuera mi primera noche siendo padre…
Susana le contestó a la broma con un leve golpe en el hombro. Pero el hombre le devolvió rápido el movimiento con un cachete en una nalga. La mujer apenas lo sintió y con lo caliente que estaba desde el lunes, le hubiera gustado que picara un poco más.
—Disfruta con las amigas —siguió su marido—. Y mañana, ¿me vas a dar un poco de ese culito? —Jaime miró cómo se adecentaba la falda larga que la llegaba a las espinillas y atravesó la tela para ver ese trasero que adoraba.
Puso sus labios para asemejarse a un bebe que hace pucheros y le dedicó la mirada más tierna que sabía mostrar. Susana diría siempre que sí, nunca había negado un revolcón a su marido y menos, cuando lo pedía de esa forma, además que… estaba muy cachonda, necesitaba soltarlo todo.
—¡Estate preparado!
Se despidieron con un último beso, uno más apasionado que terminó cuando Susana soltó el labio inferior que había atrapado entre sus dientes. Con un bufido y el ardor de su cuerpo brotándola por las orejas, salió por la puerta en dirección al bar donde solía quedar con sus amigas.
Jaime se quedó caliente, muy caliente, las curvas de su mujer, sumado al erotismo que derrochaba desde que la conoció, le encendían los motores en un visto y no visto.
Dejó el libro en la mesilla, con un bonito marcapáginas que le hizo su pequeño cuando todavía iba a la escuela. Subió con calma las escaleras, con pasos amortiguados debido a las cómodas zapatillas de casa que llevaba.
Tenía ganas de desfogarse, de darse un pequeño capricho, pero tampoco quería usar el miembro que tenía entre las piernas y que, ahora, tan feliz y duro estaba. Ese lo reservaría para mañana, para darle a su mujer un feliz despertar. Pensó en otro modo de quitarse el apetito.
Llegó a su objetivo, dentro se escuchaba música de moda, alguno de esos cantantes con nombres extravagantes y letras aún más raras sonaban dentro de las cuatro paredes. Tocó la madera de la puerta, dándose cuenta en el acto, que su pequeña no le iba a escuchar, era imposible hacerlo con semejante ruido, por lo que abrió la puerta.
—¿Papá?
Sofía se había girado sorprendía al ver a su progenitor con la cabeza entre la puerta y la pared. Aunque tampoco era que no se lo esperase, simplemente con la música no le había escuchado. Bajó el volumen del móvil para atenderle.
—¿Vas a salir al final? —Jaime entró arrimando la puerta tras de sí, no le hacía falta permiso, su hija nunca se lo solicitaba.
—Un poco, tampoco tengo muchas ganas.
Viró su cabeza de nuevo al espejo que tenía en el tocador. Mientras su padre pisaba la alfombra de su cuarto, aprovechó a darse un toque en los labios con el pintalabios que le regaló su madre la última vez que fueron de compras. Después de darse un buen color, volvió a tomar la palabra.
—Vendré pronto, no hará falta que vengas a buscarme.
—Iré a buscarte si quiero, ¿no? ¿O es que ahora decides tú si voy o no?
Jaime llegó hasta ella con pasos lentos, mientras la jovencita dejaba el pintalabios en la mesa con unos labios perfectos. Sin prestar atención a su estuche de maquillaje, se dio la vuelta con media sonrisa para mirar a su padre.
Ya estaba a su lado, de pie, sacándola más de medio cuerpo y tan cerca que si Jaime no se hubiera duchado, podría oler ese perfume a sexo que le dejó a la mañana. Una mano pequeña tocó la pierna desnuda del hombre, justo por debajo de donde sus pantalones cortos se acababan.
Sofía le observó los ojos, sin dejar de lanzarle esa mirada traviesa digna de la mejor de las adolescentes. Su mano serpenteó por el pantalón, buscando debajo de la ropa, algo que, claramente, veía que estaba duro delante de su cara.
—Sé que te gusta ir a buscarme, sobre todo, cuando luego te monto un poquito. —llegó a donde pretendía, salvando el calzoncillo y agarrando con los cinco dedos ese pene que tanto placer le dio por la mañana. Toda su longitud ardía— ¿Quieres que te dé algo más?
Cogió a su hija por los hombros y con calma la levantó, esta se dejó hacer, porque los coitos con Jaime la volvían loca, su novio ni siquiera podía llegar ni a un porcentaje mínimo de lo que le daba su padre.
Sofía, con mucha pena, soltó la barra de hierro que le colgaba al hombre de la entrepierna y sintió la forma en que las manos de este, la cambiaban de lugar. Rodearon sus hombros hacia abajo, metiéndose en sus axilas y comenzando a hacer fuerza para alzarla en el aire.
Fue un segundo que sus pies no tocaron el suelo, para después sentir cómo su corto vaquero reposaba en la madera fría.
—Hoy no puedo, cielo… bueno, hoy no, sino ahora. —con una dulce sonrisa abrió las piernas de su hija y palpó su entrepierna caliente por encima del vaquero— Le he prometido a tu madre que mañana toda la carga será para ella.
—¡No…! —una pena no poder sacársela ella misma, pero conocía su sitio y no estaba por encima de Susana— ¿Y qué podemos hacer? —acabó gimiendo levemente al sentir el apretón de la mano en su vagina. Pese a la ropa, la notó igual que si no llevara nada.
—Déjame a mí… —la dio un beso en la mejilla y se acercó con calma a su oreja— Puedes gritar, no hay nadie en casa.
—¡Papá…! —la palabra en la boca se le derritió y sonó en un estallido de placer.
Se acomodó a la perfección mientras los dedos ágiles de su padre se deshacían del botón que ataba su pequeño pantalón. En un visto y no visto, y con algo de rudeza, tanto el vaquero como sus bragas fueron a parar al suelo, justo al lado de la silla.
Jaime cogió esta, sentándose en ella y viendo de primera mano la vagina de su hija, tan rosada y pelada que rezumaba unos jugos que la hacían brillar.
—Ya empiezas a sacarlo todo, me encanta cuando estás así.
Las dos manos del padre se posaron en los muslos y los abrió sin restricciones, al tiempo que, Sofía, reposaba su espalda en el espejo para un mayor deleite.
—Me lo rasuré ayer, ya tenía la intención de follarte esta mañana. Era para ti. —aquello último pareció que la avergonzaba, como si fuera una concesión.
—¡Cuanto me quieres, cariño mío…! —se acercó con calma a la abertura que tenía Sofía entre las piernas, tanto que apenas había distancia y acabó por soplarle una pequeña brisa que atravesó sus labios.
—¡Papá…! —la voz le tembló en un susurro agónico— ¡Cómemelo…! No me hagas sufrir —la pequeña de la casa, con las piernas abiertas del todo, pasó su mano hasta el cabello de su padre, pero este se la paró con dulzura.
—No, mi amor… vas a sufrir un poco, pero te va a gustar.
La jovencita sintió un beso muy cerca de su ingle, tanto que notó la mejilla rasura de su padre sobre la piel, aquello la hizo gemir muy bajito y desear con toda su alma que empezase. Otro beso en el otro lado, pasando Jaime sus labios por los inferiores de Sofía y evadiéndolos por menos de par de milímetros.
—¡Ah…! —soltó al sentir de nuevo un beso muy cerca de su sexo— No me hagas eso… Papá, no seas malo… —le miró a los ojos, esos que veía desde arriba. Estaba tan caliente…— Ojalá pudiéramos follar a diario…
—Ojalá, cariño. —otro soplo en su clítoris que la provocó una convulsión en su espalda. Antes de que Jaime volviera a hablar, Sofía jadeó con fuerza— ¿Quieres que mamá te deje su sitio en la cama?
—Sí… —esta vez el beso fue justo encima del clítoris y esto la hizo vibrar toda la cadera. Su rostro era un tomate y sus labios algo enrojecidos no necesitaban retocarse más— Me encantaría despertarme todos los días con esa polla dura que tienes a mi lado y montarla.
Sofía se mordió los labios porque no aguantaba, mientras su padre la sonreía con toda la complicidad y una felicidad rebosante. Conocía a su hija, sabía sus puntos fuertes y débiles a la hora del sexo y la paciencia no era su virtud, mientras más esperase, más cachonda se ponía.
Aun así, no quiso hacerla demorar más tiempo, sacó su lengua y mientras que su mujer, llegaba al bar dispuesta a disfrutar de una noche de fiesta, este lamía completamente el sexo de su hija.
—¡Joder!
Gritó esta vez Sofía a pleno pulmón sabiendo que ni su madre ni su hermano estaban en casa. Un golpe de puro gozo torció su cuello, provocando que la cabeza golpease el cristal, menos mal que fue con poca fuerza.
—Dime —siguió su padre cuando lamió todo lo que pudo—, ¿tienes celos de mamá?
—No, pero… —una improvista lamida la convulsionó todo el cuerpo, teniendo que sacar la verdad— ¡Claro que sí!
—Si me cuentas esos celos… —se acercó al sexo húmedo de su hija y lo volvió a soplar, Sofía apenas podía soportarlo, era un volcán a punto de estallar— Te lo como hasta que te corras.
—¡Sí, por favor…! ¡Sí…!
La lengua pasó por todo el recorrido de entre sus labios, haciendo que Jaime saborease el sabor de su hija y lo tragase con gusto. Pero visto que ella no decía nada, se detuvo.
—¿Y mi historia? —puso los mismos morros de niño pequeño que le hizo a su mujer un rato atrás y Sofía, rápidamente, se dio cuenta de lo que tenía que hacer.
—Papá… —empezó a decir con los ojos cerrados al tiempo que notaba de qué manera la lengua proseguía su labor— Os quiero a los dos, pero… ¡Dios, que bien lo chupas! ¡No pares!
Un pequeño chispazo de cordura la recorrió, la que no debía parar de hablar era ella. Tragó saliva para conversar con soltura y que esa lengua juguetona de Jaime no se detuviera ni un instante.
—Me da envidia… Mamá… puede… puede… apenas puedo hablar, papá. —Jaime había empezado a hacer hincapié en el clítoris, dejando unos coletazos de placer que Sofía no soportaba— Pienso en que me folles todos los días y eso me pone muchísimo. Susana tiene una suerte. Yo quiero lo mismo.
—¿Sí? ¿Quieres que duerma contigo? —metió un dedo mientras se lo preguntaba y al siguiente segundo, metido otro.
—¡Déjalos ahí dentro! ¡Yo ya no salgo! Me quedo y follamos toda la noche, por favor. —casi lo suplicó, porque sin contar esa mañana, llevaban un mes sin practicar el coito juntos. Lo que habían empezado a hacer un poco más tarde del amanecer, ya le sabía a poco.
—No, cariño. Sal y disfruta que estás en la edad. Sigue diciéndome cosas que vuelvo a lo mío.
Bajó la cabeza y, sin sacar ninguno de los dos dedos, sorbió el clítoris endurecido de su hija. Esta gritó con ganas, haciendo creer a los vecinos que, con toda probabilidad, Jaime y Susana estaban dando rienda suelta a su conocida pasión. Pero para nada era así, porque la mujer se encontraba con sus amigas tomando las primeras copas.
—Quiero… quiero… pagar a mamá y a Lucas unas vacaciones. —lo decía con los ojos cerrados, dejando que sus piernas se movieran solas y Jaime la mirase expectante— Quedarnos aquí tú y yo. O irnos nosotros, ¡me la suda! Pero que… ¡Ah…! Papá sabes que si sigues lo suelto todo igual que una manguera…
—Eso es lo que me gusta. —chupó con más ganas, moviendo unos dedos veloces que se adentraban en lo más profundo de la mullida cueva y sacaban el calor que se concentraba en su interior. Con ganas, Jaime le pidió— Dime qué harías conmigo esas vacaciones.
—¡Papá, no pares! —los gemidos se agolpaban en su garganta y apretó sus músculos para sostener el orgasmo un minuto más, de esa forma sería grandioso— Te follaría día y noche, te mamaría entera esa polla gigante… ¡Joder! ¡Me corro, papá! ¡Eres el mejor!
—¡Córrete, dame tu corrida! —pidió Jaime con algo de esfuerzo en su voz y sin parar de mover los dedos rebeldes.
—¡Prométemelo! Prométeme que tendremos unos días para follar sin parar. ¡AAHH! —el placer estaba allí, lo notaba en la puerta arremolinándose como un tornado para salir y derribarlo todo.
—¡Sí…! —el jadeo del hombre era pronunciado, sus dedos le empezaron a doler, pero era necesario, tenían una recompensa— ¡Seré solo para ti!
—¡Bien…! ¡Bien…! ¡Me muero, papá! ¡Ahí viene!
Lo último fue un aullido más que un grito, algo que Jaime había escuchado en varias ocasiones y sabía lo que se avecinaba. Sacó los dedos del interior de su pequeña, posando las manos en ambos muslos mientras los separaba aún más. Sofía se llevaba la mano a la parte superior del clítoris para no detener el inmenso placer.
La chiquilla gritó en varias ocasiones, moviendo su cadera en movimientos locos a la par que soltaba incontrolables chorros de flujo por su vagina. El orgasmo había llegado en forma de catarata y no cesaba, tampoco es que Sofía quisiera pararlo.
Sin embargo, al final todo acabó, permitiendo que la jovencita pudiera abrir los ojos y ver, cómo el rostro de su padre, estaba bañado en su jugo transparente, el cual todavía tenía la lengua fuera para atrapar todo lo posible.
—Estabas llena… —dijo tratando de limpiarse las gotas que le caían por la barbilla.
—¿Estaba…? ¿Estuvo bueno? ¿Te lo comiste todo, papá?
La costaba hablar. Su voz temblorosa era como una gelatina llevada por un niño a toda velocidad. Además, que no se le pasaría, el placer duraría en su voz durante un buen rato… Todo la ardía, todo la vibraba. ¡Hasta la cosquilleaba la planta del pie!
—Siempre me lo como, me pone demasiado.
—Papá… ¡Cómo me pones…! —trató de levantar su cuerpo, pero estaba demasiado cansada. Jaime la ayudó y la dio un beso en la mejilla.
—Límpiate, vístete y marcha. —añadió un cachete al trasero duro y desnudo de su hija y esta recogió su ropa en dirección al baño— Ya limpio yo todo tu desastre.
Los dos se rieron y, al de poco tiempo, se despidieron con un tórrido beso que por poco hace que Jaime la desnudase delante de la puerta. Pero no podía ser, tenía que esperar a su mujer, la mañana siguiente valdría la pena. Mientras padre e hija se despedían, al otro lado de la ciudad, los amigos de Lucas, pese a su reticencia, decidieron cambiar la zona de bares que solían frecuentar, por otra.
Las manecillas de los relojes estaban cerca de marcar la una de la mañana, buena hora para ir a un lugar donde pusieran buena música. Pero Lucas lo hacía con el ceño fruncido, prefería ir donde siempre, a su sitio habitual, donde seguro que veía a alguna de las chicas con las que se mensajeaba a menudo. Además, que las calles de bares que iban a pisar… eran de viejos.
Acabó resignándose a lo evidente y llegó junto con todos sus amigos a la zona de bares. Las chicas de su grupo entraron en un bar apodado, El Tremendo, que llenaron sin dificultad, no es que fueran muchos, pero el sitio no era grande. Más bien era pequeño y alargado, con la barra a un lado y el demás espacio destinado para hacerte un hueco y mover las caderas todo lo que pudieran.
Lucas pensó en marcharse, en decir que él iba por su cuenta, creyendo con toda seguridad que encontraría a alguien que le siguiera. Sin embargo, todo aquello se le olvidó de golpe, cuando oteó con su vista el interior del bar y a lo lejos, reconoció un peinado que esa misma tarde vio en su casa.
La mujer giró la cabeza, observando por encima del grupo de amigas y divisando a lo lejos, entre tanto rostro joven, uno le fue muy familiar. Por un segundo se quedaron mirándose el uno al otro, meditando si era posible lo que estaban contemplando. Sí que lo era, Susana y Lucas se habían encontrado de fiesta en el mismo bar.
La sonrisa afloró en la cara de la mujer, nunca había visto a ni a su hijo, ni a su hija en una noche de copas, era la primera vez y por extraño que apareciera, le hizo gracia. Dio un paso adelante, separándose del grupo de amigas, diciéndolas que no tardaba nada en regresar. Lucas vio el movimiento y sin decir a nadie lo que haría, se adelantó para interceptar a su madre.
Ni loco pensaba dejar que Susana apareciera en medio del grupo de amigos, seguro que acabarían riéndose de él, para muchas cosas, su progenitora tenía la lengua muy afilada.
—¡Mi niño! —exclamó sin ocultarse ni un poco cuando ambos toparon a mitad de camino— ¿¡Qué haces aquí!?
—¿¡Qué haces tú aquí, mamá!? —a Lucas se le veía incómodo, no le hacía gracia que su madre le viera de fiesta, ni beber, ni coquetear con otras mujeres… ni nada. Aquel era “su” entorno.
—¡Oye, oye, oye…! El que está fuera de su territorio eres tú, que este es un bar para más… adultos. —“viejos” reflexionó el chico, pero ni se le pasó por la cabeza soltarlo— Te has aburrido de ver niñas y vienes con chicas maduras, ¿no?
Le lanzó una sonrisa coqueta, seguramente queriéndole decir algo más que lo evidente, pero el joven no estaba para pillar indirectas, lo que sentía era un atisbo de vergüenza.
—Me voy a marchar dentro de poco, seguro. O sea que solo venía a saludarte. —Lucas quiso darse la vuelta, pero una mano agarró la suya y lo detuvo.
—¿A dónde te crees que vas?
Se acercó con la misma sonrisa de antes, aderezado por unos brillantes ojos que delataban las copas que llevaba. Se arrimó mucho a su hijo, tanto como para su petición, solo la pudieran escuchar los oídos del joven.
—¿No vas a dar un beso a mami?
—Mamá, no empecemos. —su voz era un dulce caramelo, sin embargo, sus amigos estaban allí— No pienso darte un beso en medio del bar.
Susana no le soltaba el brazo y le atrajo más hacia donde estaba ella. Sus labios contactaron con su oreja y Lucas, antes de que le hablase, sintió el aire caliente metiéndose por su cuerpo y rebotar en su alma.
—No te quejas tanto cuando… te beso la polla.
El escalofrío más extraño y placentero le recorrió de arriba abajo, haciendo que, por un momento, sintiera que las piernas le flaqueaban. Creía que caería a plomo, su madre tenía esa facultad para ponerle en un mero suspiro, de cero a cien más rápido que un coche de carreras.
Lucas tragó saliva, porque no podía hacer otra cosa y le dio un beso tan casto como lejano a su mejilla, por poco se lo da en la oreja. Susana le sonrió, sabedora de cómo podía poner a su hijo cuando se lo proponía, el pequeño… era suyo. Pero no era momento para Lucas, sino para sus amigas y la noche, debía dejarle a un lado.
—Un beso penoso. —negó con la cabeza sin dejar de mirarle a los ojos. Al menos, le soltó— Esta te la devuelvo. ¡Anda, corre con tus amigos…!
No le dio tiempo a la réplica, sino que se dio la vuelta y marchó a pasos rápidos haciéndose hueco entre la gente mientras la falda larga volaba a su alrededor. Lucas la miró por un instante alejarse, primero a ese gran trasero que se movía tras la tela de color verde y después, a los tirabuzones que parecían muelles saltando de lado a lado.
Aquella noche, su madre estaba bien guapa y una idea sobre volver juntos a casa para probar si podían hacer algo, le pasó por la cabeza. “Al final, no va a ser tan malo verla”, meditó mientras llegaba al círculo creado por sus amigos.
Susana volvió con ese triste beso donde sus compañeras de fiesta que, para sorpresa de la mujer, charlaban distendidamente con tres chicos que se habían acercado. Parecían de su edad, con toda seguridad, solteros o divorciados, buscando algo de carne fresca para aquella noche. Aquello la hizo gracia y se hizo paso en el grupo.
De largo era la más guapa de todas las mujeres, lo sabía, aunque no lo dijera nunca en voz alta y además, aquella noche en particular, resplandecía. Al de pocos minutos, los hombres charlaban como si fueran amigos de toda la vida y uno de ellos, se acercó a Susana que sorbía su cubata con una pajita.
—Me encanta tu pelo —le dijo casi gritando por el volumen que sacaban los altavoces del bar.
Aquello a la mujer le gustó, si le hubiera dicho cualquier otro halago, lo pasaría como cotidiano, pero que se fijase en su cabello después de pasar la mañana en la peluquería, la encantó.
—¡Vaya! ¡Muchas gracias! Eres el primero que me lo dice. —sonrió con coquetería, recordando esas épocas en las que todavía era soltera y los hombres se le acercaban igual que los osos a la miel.
—Seré el primero que te lo dice, pero no el primero en darse cuenta. Eres muy guapa para pasar desapercibida. —demasiado directo, pero para jugar un poco, a Susana le valía.
—Gracias de nuevo, tú también eres muy guapo.
Algo simple, pero le servía para la ocasión. Sorbió de su pajita y se acercó al cuello del hombre. Notó como un aroma se había hecho hueco por todos los demás para golpearla las fosas nasales. Olisqueó en par de ocasiones antes de añadir.
—¡Qué bien hueles! ¿Qué colonia es?
—Eso… —puso cara dramática, de actor de teatro que a Susana le pareció graciosa. Aunque…, tampoco lo era tanto— No te lo puedo decir.
—¿Por qué?
El juego la estaba gustando y preguntó como una colegiala, mientras apoyaba su espalda en la barra, por un momento pensó que aquel hombre seguro que tenía experiencia en dar buenos revolcones. Justo lo que ella necesita…
—Esos son el tipo de cosas que una tiene que descubrir por sí misma. Puedes decir unas cuantas marcas y tentar a la suerte o… aceptar que te invite a algo e ir adivinándolo poco a poco. Tengo que mantener el misterio. ¿Qué te parece?
—Pues… —miró su vaso, observando la forma en que dos hielos se empequeñecían nadando en un poco de líquido de color oscuro— vaya cosa. Me parece que… ¡Alguien se ha bebido mi cubata! —lo movió en el aire, haciendo que los hielos tintinearan cerca de la cara del hombre— Tal vez necesite otro.
Susana rio tontamente, con una coquetería agradable, nacida de ese sentimiento de ser cortejada que tan olvidado tenía. Una cosa eran esos típicos hombres que se la acercaban de vez en cuando, pero este… del cual no sabía el nombre… de cierta manera… la atraía.
Comenzaron a hablar, centrados en ellos mismos y manteniéndose en la barra para separarse un poco, tanto de las amigas de Susana, como del grupo del “hombre sin nombre”. No se lo preguntó, ni él a ella, ese secretismo hacía más erótica la situación.
La noche iba de maravilla, entre risas y alguna que otra confidencia muy cerca de la oreja que, a Susana, le hizo encender aún más su ardiente lívido. No creía que se fuera a acostar esa noche con aquel desconocido, pero el mero hecho de pensarlo, la podía el bello de punta.
En uno de esos momentos, en el que el hombre la susurraba una cosa tan anodina como de que trabajaba, ella aprovechó para oler aquel perfume tan embriagador. Quería saber cuál era y quizá, regalárselo a Jaime, pero el “caballero misterioso” se empecinaba en que si quería descubrirlo…, tendría que hacerlo en su casa.
En ese instante, en el que ella le escuchaba con atención e introducía la fragancia por sus fosas nasales, a lo lejos… al otro lado del bar, volvió a ver un rostro muy conocido. Allí seguía Lucas, del cual se había olvidado, porque ni siquiera a su nuevo acompañante le había dicho de la existencia de sus dos hijos, no era una información que le interesase.
Sin embargo, allí estaba su primogénito, mirándola con el ceño fruncido y con esa cara, que la misma Susana denominaría, “de oler mierda”. No pudo hacer otra cosa que sonreírle, aunque este no le devolvió el gesto, solo la siguió mirando con esa cara de enfado que tan pocas veces ponía.
—Espera un poquito, guapo. No tardo en volver —le dijo mostrándole una sonrisa perfecta y cogiendo el móvil, se apartó un poco de su pretendiente.
Con sus ágiles dedos, todavía sin temblar por la ingesta de alcohol, no paró de sonreír mientras buscaba el número de su hijo en el móvil. Cuando llegó a la conversación con Lucas, la gente pasaba a su lado y el bar cada vez estaba más lleno, aun así, ni siquiera se daba cuenta, solo quería escribir a su pequeño.
—¿Qué haces poniéndome esa cara? —sabía que la respuesta no tardaría en producirse y así fue. Tal vez Lucas la había visto coger el móvil o simple casualidad, pero el joven estaba en línea.
—¿¡Qué estás haciendo tú!? —la pregunta no podía ser más seca y eso la hizo gracia.
—Pasármelo bien, cariño. —le mandó el icono de un beso, con toda la intención de provocar un enfado mayor al que llevaba.
—Crees que no te veo casi magrearte con ese tío en la barra, ¿o qué? —sí que parecía enfadado. Susana no pudo aguantarse la risa, menos mal que su hijo no la podía ver.
—¿Y qué pasa? ¿No puedo divertirme un poco?
—¡Claro que no! Diviértete si quieres, pero no a costa de liarte con un tío en medio del bar, que incluso están aquí mis amigos.
Eso era cierto, estaban los amigos y las amigas de Lucas y la conocían, pero ella no tenía la intención de hacer nada allí. Como mucho haría algo encima de la cama de aquel hombre, mientras le montaba y su perfume les envolvía al igual que una fragancia divina.
—¡Qué mandón eres…! Ni tu padre es así, chico. —paró un momento sus dedos, queriendo fastidiar un poco más a su hijito y que rabiase, lo vio claro— Lo que pasa, es que tú no me vas a decir lo que tengo que hacer. Si quiero liarme con él, lo haré y si quiero follármelo, me lo voy a follar. Si quieres, luego te lo cuento. —acabó por mandarle un guiño y levantó la cabeza para buscarle por el bar, aunque no le encontró, había muchas personas.
Respiró profundamente, pensando en lo bobo que a veces era su pequeño, porque estaba claro lo que le pasaba, le conocía demasiado bien. Miró de nuevo el móvil, seguía sin contestarle, pero la aplicación le seguía marcando “en línea”, por lo que le añadió algo más.
—¿Estás celoso?
Lo hizo a sabiendas de que eso le mosquearía y no se cortó. Guardó el móvil, recordando esos momentos de máxima posesión que su hijo solo tenía con ella. Desde que fue un bebe, tuvo predilección con su madre y ahora que tenían una relación más cercana, pese a aceptar que era el segundo de la casa, no le agradaba que nadie la coquetease.
Volvió con su hombre, con ese que tantas cosas bonitas le estaba diciendo y que tanto alabó su peinado. Aunque de fondo, seguía buscando a su hijo con la mirada, no le encontraba, tal vez debería moverse para hacerlo. Sin embargo, cuando llegó al lado del pretendiente que olía tan bien, le divisó al final de la barra.
—Has tardado. —el hombre sacó su perfecta dentadura a relucir y Susana le devolvió el gesto, observando que al otro lado, Lucas les observaba.
—¿Me has echado de menos, cariño?
Movió su cabeza, acercándola a la mejilla afeitada del hombre y, contactando con los ojos de joven, le dio un delicioso beso que no esperaba. De haberlo hecho, seguro hubiera intentado girar el cuello para que los labios pintados de Susana impactaran en los suyos, pero no le dio tiempo.
—¿Y eso, reina? —un color rojizo nació en sus pómulos y sus ojos brillaban como dos lámparas en medio de la oscuridad del local.
—Me apetecía… ¿Necesito alguna otra razón? ¿A qué no?
La mujer sorbió del vaso que quedó en la barra, riendo al caballero que se las veía felices aquella noche, había logrado a una mujer graciosa, agradable y con un cuerpo increíble, no podía tener más suerte.
La conversación se fue alargando y Susana, pese a escuchar cada una de las ocurrencias de aquel señor, estaba más atenta a las miradas de su pequeño al otro lado de la barra.
No paraba de provocarlo, de darle besitos a su pretendiente mientras dedicaba dulces miradas a Lucas. El joven apenas lo soportaba y mandó par de mensajes a su madre para que parase, pero esta, ni siquiera ojeó el móvil.
Susana estaba cachonda, no lo podía negar. El cúmulo que tenía por no haber hecho nada con su marido, sumado al calentón con el nuevo hombre y el juego con su hijo, la estaban haciendo perder el control. Con toda seguridad, se iría a casa con aquel desconocido a que le metiera todo lo que le restregaba en su pierna y, de paso, saber cuál era el dichoso perfume que impregnaba su cuerpo.
Sin embargo, dejar con ese enfado a su pequeño tampoco la apetecía, además que hacía más de una semana que no tenían nada juntos… tal vez dos… eso era mucho tiempo. Estaba en un camino difícil, o el nuevo hombre, o ir a casa con su hijo y hacerlo en su habitación. Aunque de esta opción no estaba muy segura, podría ser que con el enfado, no quisiera nada. No sabía para dónde tirar.
—Cariño, ya son las tres —comentó el caballero perfumado mirándola de arriba abajo—. Creo que es momento de dejar este lugar e ir a uno más… Ya sabes… más íntimo.
—¿Que me propones, cochino? —se lo preguntó con voz de adolescente inocente, como si no supiera lo que tenía en mente.
—Pasar un buen rato, nada más. ¿No te gusta la idea?
Sintió como una mano fuerte rozaba su cadera, la rodeaba y pasaba por una de sus nalgas, que seguían, por el momento, tapadas con la preciosa falda de color verde. Allí se posó sin restricciones, para después apretar con fuerza, logrando que el cuerpo de Susana se contrajera de placer, que poco le quedaba para tenerlo todo…
—¡Me encanta, cielo…! —Susana se tuvo que morder el labio, estaba fogosa— Dime una cosa…
Se acercó a su oído, mirando a los ojos de Lucas, al cual podía ver con mayor facilidad. La gente empezaba a marchar y cada vez había más huecos libres en el bar. Con sumo erotismo, sin perder el contacto con su pequeño, le preguntó.
—¿Me la vas a meter bien fuerte?
Este asintió con frenesí, besándola con delicadeza en la parte del cuello que tenía a mano y ella cerró los ojos. La electricidad la estaba recorriendo todo el cuerpo y solo los abrió para ver la reacción de Lucas, que seguía observándola sin parpadear.
Abrió la boca, sabiendo que su hijo le leería los labios. Los movió con calma, marcando cada sílaba, pero sin que ninguna de ellas brotara por su boca. Lucas lo entendió perfectamente, no estaba tan lejos para no ver que la boca de Susana se movía para decirle: ¡Hoy follo!
El pequeño se removió en su sitio, visiblemente incómodo y airado, algo que no hizo otra cosa que sacar una mueca casi burlona de su madre. Pese a todo, separó al hombre que la seguía besando en el cuello, por el momento, mejor guardar esos besos para un lugar con menos gente.
—¡Bueno, rey…! —suspiró para airear su cuerpo— Voy un momento al baño. —Susana estaba realmente mojada y acalorada, necesitaba una pausa para refrescarse y quizá limpiarse las bragas— No te me vayas. Me esperarás, ¿no? —le añadió con voz de niña buena mientras tocaba los botones de su camisa.
Por supuesto, el hombre con tan buen aroma, asintió con esa cara de saber que esa noche se lo iba a pasar bien. Susana se dio la vuelta, dando unos pequeños y seguros pasos porque las piernas le temblaban de placer. Le quedaba poco para pasarlo de fábula, casi lo podía notar entre sus piernas.
Llegó al comienzo del bar, justo donde se hallaba la entrada y también unas pequeñas escaleras que la llevarían al piso inferior donde se encontraba el almacén y los baños. Sus zapatillas repiquetearon en el metal de los escalones y cuando las terminó, se alegró porque el sonido de la música estuviera amortiguado.
Allí no había nadie, solo tres puertas de madera y una paz que contrastaba mucho con la del piso superior. Abrió la puerta del baño de mujeres, dando la luz y cerrándola tras de sí. Con el espejo algo ajado por el tiempo, se colocó de mejor forma el cabello y también el sujetador debajo de la blusa, no era necesario marcar más pecho, ya tenía mucho, pero… ¿Por qué no un poco más?