jaimefrafer
Pajillero
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CapÃ*tulo I
Bucarest es una bella ciudad donde parece que vienen a mezclarse Oriente y
Occidente. Si solamente tenemos en cuenta la situación geográfica estamos aún en
Europa, pero estamos ya en Asia si nos referimos a ciertas costumbres del paÃ*s,
a los turcos, a los servios y a las otras razas macedonias, pintorescos
especÃ*menes de las cuales se distinguen en todas las calles. Sin embargo es un
paÃ*s latino: los soldados romanos que colonizaron el paÃ*s tenÃ*an, sin duda, el
pensamiento constantemente puesto en Roma, entonces capital del mundo y arbitro
de la elegancia. Esta nostalgia occidental se ha transmitido a sus
descendientes: los rumanos piensan insistentemente en una ciudad donde el lujo
es natural, donde la vida es alegre. Pero Roma ha perdido su esplendor, la reina
de las ciudades ha cedido su corona a ParÃ*s, ¡y qué hay de extraordinario
entonces en que, por un fenómeno atávico, el pensamiento de los rumanos esté
ouesto sin cesar en ParÃ*s, que ha reemplazado tan adecuadamente a
Roma a la cabeza del Universo!
Lo mismo que los otros rumanos, el hermoso prÃ*ncipe Vibescu soñaba en ParÃ*s, la
Ciudad-Luz, donde las mujeres, bellas todas ellas, son también de muslo fácil.
Cuando estaba aún en el colegio de Bucarest, le bastaba pensar en una parisina,
en la parisina, para conseguir una erección y verse obligado a masturbarse lenta
y beatÃ*ficamente. Más tarde, habÃ*a descargado en muchos coños y culos de
deliciosas rumanas. Pero, lo sabÃ*a perfectamente, le hacia falta una parisina.
Mony Vibescu era de una familia muy rica. Su bisabuelo habÃ*a sido hospodar, que
en Francia equivale al tÃ*tulo de subprefecto. Pero esta dignidad se habÃ*a
transmitido nominativamente a la familia, y tanto el abuelo como el padre de
Mony habÃ*an ostentado el tÃ*tulo de hospodar. Del mismo modo Mony Vibescu tuvo
que llevar ese tÃ*tulo en honor de su abuelo.
Pero él habÃ*a leÃ*do suficientes novelas francesas como para saber mofarse de los
subprefectos: "Veamos -decÃ*a- ¿no es ridÃ*culo irse llamar subprefecto porque tu
abuelo lo ha sido? ¡Es simplemente grotesco!". Y para ser menos grotesco habÃ*a
reemplazado el tÃ*tulo de hospodar-subprefecto por el de prÃ*ncipe. "Este
-exclamaba- es un tÃ*tulo que puede transmitirse por herencia. Hospodar, es una
función administrativa, pero es justo que los que se han distinguido en la
administración tengan el derecho de llevar un tÃ*tulo. En el fondo, soy un
antepasado. Mis hijos y mis nietos sabrán agradecérmelo".
EI prÃ*ncipe Vibescu estaba muy relacionado con el vicecónsul de Servia: Bandi
Fornoski que, según se decÃ*a en la ciudad, enculaba de muy buena gana al
encantador Mony. Un dÃ*a el prÃ*ncipe se vistió correctamente y se dirigió hacia
el viceconsulado de Servia. En la calle, todos le miraban, y las mujeres lo
hacÃ*an de hito en hito pensando: " ¡Qué aspecto parisino tiene!".
En efecto, el prÃ*ncipe Vibescu andaba como se cree en Bucarest que andan los
parisinos, es decir con pasos cortos y apresurados y removiendo el culo. ¡Es
encantador! Y en Budapest cuando un hombre anda asÃ* no hay mujer que se le
resista, aunque sea la esposa del primer ministro.
Al llegar ante la puerta del vice-consulado de Servia, Mony orinó copiosamente
contra la fachada, luego llamó. Un albanés vestido con unas enagüillas blancas
vino a abrirle. Rápidamente el prÃ*ncipe Vibescu subió al primer piso. El
vicecónsul Bandi Fornoski estaba completamente desnudo en su salón. Acostado en
un mullido sofá, lucÃ*a una firme erección; cerca de él estaba Mira, una morena
montenegrina que le hacÃ*a cosquillas en los testÃ*culos. Estaba igualmente
desnuda y, como permanecÃ*a inclinada, su posición hacÃ*a sobresalir un hermoso
culo, rollizo, moreno y velludo. Entre las dos nalgas se alargaba el surco bien
marcado con sus pelos obscuros y se vislumbraba el orificio prohibido redondo
como una pastilla. Debajo, los dos muslos, vigorosos y largos, se estiraban, y
como su posición forzaba a Mira a separarlos quedaba visible el coño, grueso,
espeso, bien cortado y sombreado por una espesa guedeja completamente negra.
Ella no se interrumpió cuando entró Mony. En otro rincón,
encima de un canapé, dos preciosas muchachas de gran culo se acariciaban
lanzando suaves " ¡ah!" de voluptuosidad. Mony se desembarazó rápidamente de sus
ropas, luego el pene completamente erecto al aire, se abalanzó sobre las dos
bacantes intentando separarlas. Pero sus manos resbalaban sobre los cuerpos
húmedos y tersos que se escurrÃ*an como serpientes. Entonces, viendo que babeaban
de voluptuosidad, y furioso al no poder compartirla, se puso a golpear con toda
la mano el gran culo blanco que se encontraba a su alcance. Como esto parecÃ*a
excitar considerablemente a la propietaria de ese gran culo, se puso a pegar con
todas sus fuerzas, tan fuerte que venciendo el dolor a la voluptuosidad, la
bella muchacha a la que habÃ*a vuelto rosa el precioso culo blanco, se incorporó
encolerizada diciendo:
-Puerco, prÃ*ncipe de los enculados, no nos molestes, no queremos tu abultado
miembro. Ve a dar tu azúcar de cebada a Mira. Déjanos amarnos. ¿No es eso,
Zulmé?
-¡SÃ*! Tone -respondió la otra muchacha. El prÃ*ncipe blandió su enorme miembro
gritando:
-¡Cómo, cochinas, todavÃ*a y siempre pasándoos la mano por entre las piernas!
Luego agarrando a una de ellas, quiso besarle la boca. Era Tone, una bella
morena cuyo cuerpo completamente blanco tenÃ*a, en los mejores lugares, unos
preciosos lunares, que realzaban su blancura; su rostro era blanco también y un
lunar en la mejilla izquierda hacÃ*a muy picante el semblante de esta graciosa
muchacha. Su busto estaba adornado con dos soberbios pechos duros como el
mármol, cercados de azul, coronados por unas fresas rosa suave, el de la derecha
coquetamente manchado por un lunar colocado allÃ* como una mosca, una mosca
asesina.
Mony Vibescu al agarrarla habÃ*a pasado las manos bajo su voluminoso culo que
parecÃ*a un hermoso melón que hubiera crecido al sol de medianoche, tan blanco y
prieto era. Cada una de sus nalgas parecÃ*a haber sido tallada en un bloque de
Carrara sin defecto alguno y los muslos que descendÃ*an debajo de ellas eran
perfectamente redondos como las columnas de un templo griego. ¡Pero qué
diferencia! Los muslos estaban tibios y las nalgas, frÃ*as, lo que es un sÃ*ntoma
de buena salud. La azotaina las habÃ*a vuelto un poco rosadas, de tal modo que de
esas nalgas se podrÃ*a decir que estaban hechas de nata mezclada con frambuesas.
Esta visión excitaba hasta el lÃ*mite de la lujuria al pobre Vibescu. Su boca
chupaba alternativamente los firmes pechos de Tone, o bien posándose sobre el
cuello o sobre el hombro dejaba marca de sus chupadas. Sus manos sostenÃ*an
firmemente ese prieto y opulento culo como si fuera una sandÃ*a dura y pulposa.
Palpaba esas nalgas reales y habÃ*a insinuado el Ã*ndice en
el agujero del culo que era de una estrechez que embriagaba. Su grueso miembro
que crecÃ*a cada vez más iba a abrir brecha en un encantador coño coralino
coronado por un toisón de un negro reluciente. Ella le gritaba en rumano: " ¡No,
no me la meterás!" y al mismo tiempo pataleaba con sus preciosos muslos redondos
y rollizos. El grueso miembro de Mony habÃ*a tocado ya el húmedo reducto de Tone
con su cabeza roja e inflamada. Ella pudo soltarse aún, pero al hacer este
movimiento dejó escapar una ventosidad, no una ventosidad vulgar, sino una
ventosidad de un sonido cristalino que le provocó una risa violenta y nerviosa.
Su resistencia disminuyó, sus muslos se abrieron y el voluminoso aparato de Mony
ya habÃ*a escondido su cabeza en el reducto cuando Zulmé, la amiga de Tone y su
colaboradora de masturbación, se apoderó bruscamente de los testÃ*tulos de Mony
y, estrujándolos en su manecita, le causó tal dolor que el miembro humeante
volvió a salir de su domicilio con gran
contrariedad de Tone que ya empezaba a menear su gran culo debajo de su esbelta
cintura.
Zulmé era una rubia cuya espesa cabellera le caÃ*a hasta los talones. Era más
bajita que Tone, pero en cuanto a esbeltez y a gracia no le cedÃ*a en nada. Sus
ojos eran negros y ojerosos. Cuando soltó los testÃ*culos del prÃ*ncipe, éste se
arrojó sobre ella diciendo: "Bueno, tú vas a pagar por Tone". Luego, atrapando
de una dentellada un precioso pecho, comenzó a chuparle la punta. Zulmé se
retorcÃ*a. Para burlarse de Mony meneaba y ondulaba su vientre al final del cual
bailaba una deliciosa barba rubia muy rizada. Al mismo tiempo ponÃ*a en alto un
bonito coño que partÃ*a una bella y abultada mota. Entre los labios de ese coño
rosado bullÃ*a un clÃ*toris bastante largo que demostraba sus costumbres
tribádicas1. El miembro del prÃ*ncipe trataba de penetrar en vano en ese reducto.
Al fin, asió las nalgas con fuerza e iba a penetrar cuando Tone, enojada por
haber sido privada de la descarga del soberbio miembro, se puso a cosquillear
con una pluma de pavo real los talones del joven. El se
echó a reÃ*r, empezó a retorcerse. La pluma de pavo real le hacÃ*a cosquillas
continuamente; de los talones habÃ*a subido a los muslos, al ano, al miembro que
se desinfló rápidamente. Las dos picaras, Tone y Zulmé, encantadas de su farsa,
rieron un buen rato, luego, sofocadas y arreboladas, continuaron sus caricias
besándose y lamiéndose ante el corrido y estupefacto prÃ*ncipe. Sus culos se
alzaban cadenciosamente, sus pelos se mezclaban, sus dientes golpeaban los unos
contra los otros, los satenes de sus pechos firmes y palpitantes se restregaban
mutuamente. Al fin, retorcidas y gimiendo de voluptuosidad, se regaron
mutuamente, mientras el prÃ*ncipe sentÃ*a que volvÃ*a a empezarle una erección.
Pero viendo a la una y a la otra tan fatigadas por su mutua masturbación, se
volvió hacia Mira que continuaba manipulando el miembro del vice-Cónsul.
Vibescu se aproximó suavemente y haciendo pasar su bello miembro entre las
gruesas nalgas de Mira, se insinuó en el coño húmedo y
entreabierto de la preciosa muchacha que, sólo sentir que la penetraba la cabeza
del nudo dio una culada que hizo penetrar completamente el aparato. Luego
continuó sus desordenados movimientos, mientras que el prÃ*ncipe le hacÃ*a titilar
el clÃ*toris con una mano y con la otra le cosquilleaba los pechos. Su movimiento
de vaivén en el apretadÃ*simo coño parecÃ*a causar un vivo placer a Mira que lo
demostraba con gritos de voluptuosidad. El vientre de Vibescu iba a dar contra
el culo de Mira y el frescor del culo de Mira causaba al prÃ*ncipe una sensación
tan agradable como la causada a la muchacha por el calor de su vientre. Pronto
los movimientos se hicieron más vivos, más brucos; el prÃ*ncipe se apretaba
contra Mira qué jadeaba apretando las nalgas. El prÃ*ncipe la mordió en el hombro
y la estrechó contra sÃ*. Ella gritaba:
-¡Ah! es bueno... quédate aquÃ*... más fuerte... más fuerte... ten, ten, tómalo
todo. Dámelo, tu esperma... Dámelo todo... Ten... Ten...
Y en una descarga común se derrumbaron y quedaron anonadados por un momento.
Tone y Éulmé abrazadas en el canapé les miraban riendo. El vice-cónsul de Servia
habÃ*a encendido un delgado cigarrillo de tabaco oriental. Cuando Mony se hubo
levantado, le dijo:
-Ahora, querido prÃ*ncipe, es mi turno; esperaba tu llegada y precisamente por
eso me he hecho manipular el miembro por Mira, pero te he reservado el goce.
¡Ven, mi corazón, mi enculado querido, ven! que te la meta.
Vibescu le contempló un momento, luego, escupiendo sobre el miembro que le
presentaba el vice-cónsul, pronunció estas palabras:
-Ya estoy harto de tus enculadas, toda la ciudad habla de ello.
Pero el vice-cónsul se habÃ*a levantado, en plena erección, y habÃ*a cogido un
revólver.
Apuntó a Mony que, temblando, le tendió las posaderas balbuceando:
-Bandi, mi querido Bandi, sabes que te amo, encúlame, encúlame.
Bandi, sonriendo, hizo penetrar su miembro en el elástico orificio que se
encontraba entre las dos nalgas del prÃ*ncipe. Introducido allÃ*, y mientras las
tres mujeres le miraban, se agitó como un poseÃ*do blasfemando:
-¡Por el nombre de Dios! Estoy gozando, aprieta el culo, preciosidad, aprieta,
estoy gozando. Aprieta tus bellas nalgas.
Y la mirada salvaje, las manos crispadas sobre los hombros delicados, descargó.
Enseguida Mony se lavó, se volvió a vestir y marchó diciendo que volverÃ*a
después de comer. Pero al llegar a su casa, escribió esta carta:
"Mi querido Bandi:
"Ya estoy harto de tus enculados, ya estoy harto de las mujeres de Bucarest, ya
estoy harto de gastar aquÃ* mi fortuna con la que serÃ*a tan feliz en ParÃ*s. Antes
de dos horas me habré marchado. Espero divertirme enormemente allÃ* y te digo
adiós.
Mony, PrÃ*ncipe Vibescu, Hospadar hereditario."
El prÃ*ncipe cerró la carta, escribiendo otra a su notario en la que le pedÃ*a que
liquidara sus bienes y le enviara el total a ParÃ*s en el momento en que supiera
su dirección.
Mony tomó todo el dinero en metálico que poseÃ*a, 50.000 francos, y se dirigió a
la estación. Echó sus dos cartas al buzón y tomó el Orient Express hacia ParÃ*s.
CapÃ*tulo II
-Señorita, no he hecho más que veros por primera vez y, loco de amor, he sentido
mis órganos genitales dirigirse hacia vuestra belleza soberana y me he
enardecido como si hubiera bebido un vaso de raki.
-¿Dónde? ¿Dónde?
-Pongo mi fortuna y mi amor a vuestros pies. Si os tuviera en una cama, os
probarÃ*a mi pasión veinte veces seguidas. ¡Que las once mil vÃ*rgenes o incluso
que once mil vergas me castiguen si miento!
-¡Y cómo!
-Mis sentimientos no son falaces. No hablo asÃ* a todas las mujeres. No soy un
calavera.
-¡Tu hermana!
Esta conversación se producÃ*a en el boule-vard Malesherbes, una mañana soleada.
El mes de mayo hacÃ*a renacer la naturaleza y los gorriones parisinos piaban al
amor en los árboles reverdecidos. Galantemente, el prÃ*ncipe Mony sostenÃ*a esta
conversación con una bonita y esbelta muchacha que, vestida con elegancia,
bajaba hacia la Madeleine. Andaba tan deprisa que tenÃ*a dificultades para
seguirla. De golpe ella se giró bruscamente y se desternilló de risa:
-Acabaréis pronto; ahora no tengo tiempo. Voy a la calle Duphot a ver a una
amiga, pero si estáis dispuesto a mantener a dos mujeres desesperadas por el
lujo y por el amor, si en definitiva sois un hombre, por la fortuna y el poder
copulativo, venid conmigo.
El enderezó su bello talle exclamando:
-Soy un prÃ*ncipe rumano, hospodar hereditario.
-Y yo -dijo ella- soy Culculine d'Ancóne, tengo diecinueve años, ya he vaciado
los testÃ*culos de diez hombres excepcionales en las relaciones amorosas, y la
bolsa de quince millonarios.
Y charlando alegremente de diversas cosas fútiles o turbadoras, el prÃ*ncipe y
Culculine llegaron a la calle Duphot. Subieron en ascensor hasta el primer piso.
-El prÃ*ncipe Mony Vibescu... mi amiga Alexine Mangetout.
Culculine hizo muy formalmente la presentación en un lujoso gabinete decorado
con obscenas estampas japonesas.
Las dos amigas se besaron intercambiándose las lenguas. Las dos eran altas, pero
sin exageración.
Culculine era morena, con ojos grises relucientes de picardÃ*a, y un lunar peloso
adornaba la parte inferior de su mejilla izquierda. Su tez era mate, su sangre
afluÃ*a bajo la piel, sus mejillas y su frente se arrugaban fácilmente
testimoniando sus preocupaciones de dinero y de amor.
Alexine era rubia, de ese color tirando a ceniza como no se ve más que en ParÃ*s.
La clara coloración de su tez parecÃ*a transparente. Esta bella muchacha semejaba
en su encantador deshabillé rosa, tan delicada y traviesa como una picara
marquesa del siglo antepasado.
Trabaron pronto amistad y Alexine que tuvo un amante rumano fue a buscar su
fotografÃ*a a su dormitorio. El prÃ*ncipe y Culculine la siguieron. Los dos se
precipitaron sobre ella y, riendo, la desnudaron. Su peinador cayó, dejándola en
una camisa de batista que dejaba ver un cuerpo encantador, regordete, lleno de
hoyuelos en los mejores lugares.
Mony y Culculine la derribaron sobre la cama y sacaron a la luz sus bellos
pechos rosados, grandes y duros, a los que Mony chupó las puntas. Culculine se
inclinó y, levantando la camisa, descubrió dos muslos redondos y grandes que se
reunÃ*an bajo un gato rubio ceniciento como los cabellos. Alexine, lanzando
grititos de voluptuosidad, puso sobre la cama sus piececitos dejando escapar
unas chancletas que hicieron un ruido sordo al caer al suelo. Las piernas muy
separadas, levantaba el culo bajo el lameteo de su amiga crispando sus manos
alrededor del cuello de Mony.
El resultado no tardó en producirse, sus muslos se apretaron, su pataleo se hizo
más vivo, descargó diciendo:
-Puercos, me excitáis, tenéis que satisfacerme.
-¡Ha prometido hacerlo veinte veces! -dijo Culculine, y se desnudó.
El prÃ*ncipe hizo lo mismo. Quedaron desnudos al mismo tiempo, y mientras que
Alexine, como desmayada, estaba tendida en la cama, pudieron admirar
recÃ*procamente sus cuerpos. El voluminoso culo de Culculine se balanceaba
deliciosamente debajo de su talle exquisito y los grandes testÃ*culos de Mony se
hinchaban debajo de un enorme miembro del que Culculine se apoderó.
-Méteselo -dijo-, después me lo harás a mÃ*.
El prÃ*ncipe aproximó su miembro al coño entreabierto de Alexine que se
estremeció ante esta proximidad:
-¡Me matas! -gritó.
Pero el miembro penetró hasta los testÃ*culos y volvió a salir para volver a
entrar como un pistón. Culculine se metió en la cama y puso su gato negro encima
de la boca de Alexine, mientras que Mony le lamÃ*a la puerta falsa. Alexine movÃ*a
el culo como una endemoniada; puso un dedo en el agujero del culo de Mony, cuya
erección aumentó bajo esta caricia. El puso sus manos debajo de las nalgas de
Alexine que se crispaban con una fuerza increÃ*ble, apretando en el inflamado
coño al enorme miembro que apenas podÃ*a menearse allÃ* dentro.
Pronto la agitación de los tres personajes fue extrema, su respiración se hizo
jadeante. Alexine descargó tres veces, luego fue el turno de Culculine que
desmontó inmediatamente para ir a mordisquear los testÃ*culos de Mony. Alexine se
puso a gritar como una condenada y se retorció como una serpiente cuando Mony le
soltó dentro del vientre su semen rumano. Culculine le arrancó inmediatamente
del orificio y su boca fue a tomar el lugar del miembro para beber, a
lengüetadas, el esperma que se derramaba en grandes borbotones. Alexine,
entretanto, habÃ*a tomado en la boca el miembro de Mony, que limpió
cuidadosamente provocándole una nueva erección.
Un instante después, el prÃ*ncipe se precipitó sobre Culculine, pero su miembro
permaneció en el umbral, cosquilleando el clÃ*toris. TenÃ*a en su boca uno de los
pechos de la muchacha. Alexine acariciaba los dos.
-Métemelo -gritaba Culculine- no puedo más.
Pero el miembro permanecÃ*a fuera. Descargó dos veces y parecÃ*a desesperada,
cuando el miembro penetró brutalmente hasta la matriz. Entonces, loca de
excitación y voluptuosidad, mordió a Mony en la oreja, tan fuerte que le quedó
un pedazo en la boca. Lo tragó gritando con todas sus fuerzas y sacudiendo
magistralmente el culo. Esta herida, de la que la sangre manaba a chorros,
pareció excitar a Mony, pues empezó a menearse más rápidamente y no abandonó el
coño de Culculine hasta haber descargado tres veces, mientras que ella misma lo
hacÃ*a diez.
Cuando él desenfundó, los dos se dieron cuenta con asombro que Alexine habÃ*a
desaparecido. Volvió pronto con productos farmacéuticos destinados a cuidar a
Mony y un enorme látigo del conductor de un coche de alquiler.
-Lo he comprado por cincuenta francos -exclamó- al cochero 3.269 de la Urbana, y
va a servirnos para poner en forma de nuevo al rumano. Déjame curarle la oreja,
Culculine mÃ*a, y hagamos un 69 para excitarnos.
Mientras que detenÃ*a la salida de la sangre, Mony asistió a este regocijante
espectáculo: perfectamente acopladas, Culculine y Alexine, se acometÃ*an con
ardor. El macizo culo de Alexine, blanco y regordete, se contoneaba sobre el
rostro de Culculine; las lenguas, largas como miembros de niño, iban a buen
ritmo, la saliva y el semen se mezclaban, los mojados pelos se adherÃ*an entre sÃ*
y suspiros que partirÃ*an el alma, si no fueran suspiros de voluptuosidad, se
elevaban de la cama que crujÃ*a y chirriaba bajo el agradable peso de las
preciosas muchachas.
-¡Ven a encularme! -gritó Alexine.
Pero Mony perdÃ*a tanta sangre que ya no tenÃ*a ganas de hacerlo. Alexine se
levantó y, cogiendo el látigo del cochero del vehÃ*culo 3.269, por el soberbio
mango completamente nuevo, lo blandió y azotó la espalda, las nalgas de Mony
que, bajo este nuevo dolor olvidó su sangrante oreja y empezó a dar alaridos.
Pero Alexine, desnuda y semejante a una bacante en pleno delirio, golpeaba sin
parar.
-¡Ven a azotarme tú también! -le gritaba ella a Culculine, cuyos ojos
resplandecÃ*an y que acudió a azotar con todas sus fuerzas el gran culo agitado
de Alexine. Culculine también se excitó pronto.
-¡Azótame, Mony! -suplicó.
Y éste, que se acostumbraba al castigo, aunque su cuerpo estuviera sangrante, se
puso a azotar las bellas nalgas morenas que se abrÃ*an y cerraban
cadenciosamente. Cuando le comenzó la erección de nuevo, la sangre caÃ*a, no sólo
de la oreja, sino también de cada marca dejada por el cruel flagelo.
Entonces Alexine se volvió y presentó sus bellas nalgas enrojecidas al enorme
miembro que penetró en la roseta, mientras que la empalada chillaba agitando el
culo y los pechos. Pero Culculine los separó riendo. Las dos mujeres
reemprendieron su mutua masturbación, mientras que Mony, completamente
ensangrentado e instalado hasta la guardia en el culo de Alexine, se agitaba con
un vigor que hacÃ*a gozar enormemente a su pareja. Sus testÃ*culos ondeaban como
las campanas de Nótre-Dame y llegaban a embestir la nariz de Culculine. En un
momento dado el culo de Alexine se estrechó con gran fuerza en torno a la base
del glande de Mony que ya no pudo moverse. AsÃ* es como descargó con grandes
chorros mamados por el ano ávido de Alexine Mangetout.
Entretanto, en la calle la muchedumbre se apiñaba en torno del coche 3.269 cuyo
cochero no tenÃ*a látigo.
Un sargento municipal le preguntó qué habÃ*a hecho de él:
-Lo he vendido a una dama de la calle Du-phot.
-Id a recuperarlo u os pongo una multa.
-Ahora voy -dijo el auriga, un normando de fuerza poco común, y, después de
haberse informado con la portera, llamó al primer piso.
Alexine fue desnuda a abrirle; el cochero quedó deslumhrado y, como ella se
escapaba hacia el dormitorio, la persiguió, la agarró y le introdujo con
habilidad y a la manera de los perros, un miembro de respetable talla. Descargó
pronto gritando: " ¡Truenos de Brest, burdel de Dios, cochina puta! ".
Alexine, dándole culadas, descargó al mismo tiempo que él, mientras que Mony y
Culculine se partÃ*an de risa. El cochero, creyendo que se burlaban de él, montó
en terrible cólera.
-¡Ah!, ¡putas, chulo, carroña, basura, os burláis de mÃ*! Mi látigo, ¿dónde está
mi látigo?
Y viéndolo, se apoderó de él para golpear con todas sus fuerzas a Mony, Alexine
y Culculine, cuyos cuerpos desnudos brincaban bajo los cintarazos que les
dejaban marcas sangrantes. Luego tuvo una nueva erección y, saltando sobre Mony,
empezó a encularlo.
La puerta de entrada habÃ*a quedado abierta y el municipal, que, viendo que el
cochero no volvÃ*a, habÃ*a subido, entró en este instante en el dormitorio; no
tardó en sacar su miembro reglamentario. Lo introdujo con habilidad en el culo
de Culculine que cloqueaba como una gallina y se estremecÃ*a con el frÃ*o contacto
de los botones del uniforme.
Alexine, desocupada, cogió la porra blanca que se balanceaba en la vaina que
colgaba de la cintura del sargento municipal. Se la introdujo en el coño y
rápidamente las cinco personas empezaron a gozar tremendamente, mientras que la
sangre de las heridas chorreaba sobre las alfombras, las sábanas, los muebles y
mientras en la calle se llevaban al depósito el abandonado coche 3.269 cuyo
caballo se pedió durante todo el camino que quedó perfumado de manera
nauseabunda.
CapÃ*tulo I
Bucarest es una bella ciudad donde parece que vienen a mezclarse Oriente y
Occidente. Si solamente tenemos en cuenta la situación geográfica estamos aún en
Europa, pero estamos ya en Asia si nos referimos a ciertas costumbres del paÃ*s,
a los turcos, a los servios y a las otras razas macedonias, pintorescos
especÃ*menes de las cuales se distinguen en todas las calles. Sin embargo es un
paÃ*s latino: los soldados romanos que colonizaron el paÃ*s tenÃ*an, sin duda, el
pensamiento constantemente puesto en Roma, entonces capital del mundo y arbitro
de la elegancia. Esta nostalgia occidental se ha transmitido a sus
descendientes: los rumanos piensan insistentemente en una ciudad donde el lujo
es natural, donde la vida es alegre. Pero Roma ha perdido su esplendor, la reina
de las ciudades ha cedido su corona a ParÃ*s, ¡y qué hay de extraordinario
entonces en que, por un fenómeno atávico, el pensamiento de los rumanos esté
ouesto sin cesar en ParÃ*s, que ha reemplazado tan adecuadamente a
Roma a la cabeza del Universo!
Lo mismo que los otros rumanos, el hermoso prÃ*ncipe Vibescu soñaba en ParÃ*s, la
Ciudad-Luz, donde las mujeres, bellas todas ellas, son también de muslo fácil.
Cuando estaba aún en el colegio de Bucarest, le bastaba pensar en una parisina,
en la parisina, para conseguir una erección y verse obligado a masturbarse lenta
y beatÃ*ficamente. Más tarde, habÃ*a descargado en muchos coños y culos de
deliciosas rumanas. Pero, lo sabÃ*a perfectamente, le hacia falta una parisina.
Mony Vibescu era de una familia muy rica. Su bisabuelo habÃ*a sido hospodar, que
en Francia equivale al tÃ*tulo de subprefecto. Pero esta dignidad se habÃ*a
transmitido nominativamente a la familia, y tanto el abuelo como el padre de
Mony habÃ*an ostentado el tÃ*tulo de hospodar. Del mismo modo Mony Vibescu tuvo
que llevar ese tÃ*tulo en honor de su abuelo.
Pero él habÃ*a leÃ*do suficientes novelas francesas como para saber mofarse de los
subprefectos: "Veamos -decÃ*a- ¿no es ridÃ*culo irse llamar subprefecto porque tu
abuelo lo ha sido? ¡Es simplemente grotesco!". Y para ser menos grotesco habÃ*a
reemplazado el tÃ*tulo de hospodar-subprefecto por el de prÃ*ncipe. "Este
-exclamaba- es un tÃ*tulo que puede transmitirse por herencia. Hospodar, es una
función administrativa, pero es justo que los que se han distinguido en la
administración tengan el derecho de llevar un tÃ*tulo. En el fondo, soy un
antepasado. Mis hijos y mis nietos sabrán agradecérmelo".
EI prÃ*ncipe Vibescu estaba muy relacionado con el vicecónsul de Servia: Bandi
Fornoski que, según se decÃ*a en la ciudad, enculaba de muy buena gana al
encantador Mony. Un dÃ*a el prÃ*ncipe se vistió correctamente y se dirigió hacia
el viceconsulado de Servia. En la calle, todos le miraban, y las mujeres lo
hacÃ*an de hito en hito pensando: " ¡Qué aspecto parisino tiene!".
En efecto, el prÃ*ncipe Vibescu andaba como se cree en Bucarest que andan los
parisinos, es decir con pasos cortos y apresurados y removiendo el culo. ¡Es
encantador! Y en Budapest cuando un hombre anda asÃ* no hay mujer que se le
resista, aunque sea la esposa del primer ministro.
Al llegar ante la puerta del vice-consulado de Servia, Mony orinó copiosamente
contra la fachada, luego llamó. Un albanés vestido con unas enagüillas blancas
vino a abrirle. Rápidamente el prÃ*ncipe Vibescu subió al primer piso. El
vicecónsul Bandi Fornoski estaba completamente desnudo en su salón. Acostado en
un mullido sofá, lucÃ*a una firme erección; cerca de él estaba Mira, una morena
montenegrina que le hacÃ*a cosquillas en los testÃ*culos. Estaba igualmente
desnuda y, como permanecÃ*a inclinada, su posición hacÃ*a sobresalir un hermoso
culo, rollizo, moreno y velludo. Entre las dos nalgas se alargaba el surco bien
marcado con sus pelos obscuros y se vislumbraba el orificio prohibido redondo
como una pastilla. Debajo, los dos muslos, vigorosos y largos, se estiraban, y
como su posición forzaba a Mira a separarlos quedaba visible el coño, grueso,
espeso, bien cortado y sombreado por una espesa guedeja completamente negra.
Ella no se interrumpió cuando entró Mony. En otro rincón,
encima de un canapé, dos preciosas muchachas de gran culo se acariciaban
lanzando suaves " ¡ah!" de voluptuosidad. Mony se desembarazó rápidamente de sus
ropas, luego el pene completamente erecto al aire, se abalanzó sobre las dos
bacantes intentando separarlas. Pero sus manos resbalaban sobre los cuerpos
húmedos y tersos que se escurrÃ*an como serpientes. Entonces, viendo que babeaban
de voluptuosidad, y furioso al no poder compartirla, se puso a golpear con toda
la mano el gran culo blanco que se encontraba a su alcance. Como esto parecÃ*a
excitar considerablemente a la propietaria de ese gran culo, se puso a pegar con
todas sus fuerzas, tan fuerte que venciendo el dolor a la voluptuosidad, la
bella muchacha a la que habÃ*a vuelto rosa el precioso culo blanco, se incorporó
encolerizada diciendo:
-Puerco, prÃ*ncipe de los enculados, no nos molestes, no queremos tu abultado
miembro. Ve a dar tu azúcar de cebada a Mira. Déjanos amarnos. ¿No es eso,
Zulmé?
-¡SÃ*! Tone -respondió la otra muchacha. El prÃ*ncipe blandió su enorme miembro
gritando:
-¡Cómo, cochinas, todavÃ*a y siempre pasándoos la mano por entre las piernas!
Luego agarrando a una de ellas, quiso besarle la boca. Era Tone, una bella
morena cuyo cuerpo completamente blanco tenÃ*a, en los mejores lugares, unos
preciosos lunares, que realzaban su blancura; su rostro era blanco también y un
lunar en la mejilla izquierda hacÃ*a muy picante el semblante de esta graciosa
muchacha. Su busto estaba adornado con dos soberbios pechos duros como el
mármol, cercados de azul, coronados por unas fresas rosa suave, el de la derecha
coquetamente manchado por un lunar colocado allÃ* como una mosca, una mosca
asesina.
Mony Vibescu al agarrarla habÃ*a pasado las manos bajo su voluminoso culo que
parecÃ*a un hermoso melón que hubiera crecido al sol de medianoche, tan blanco y
prieto era. Cada una de sus nalgas parecÃ*a haber sido tallada en un bloque de
Carrara sin defecto alguno y los muslos que descendÃ*an debajo de ellas eran
perfectamente redondos como las columnas de un templo griego. ¡Pero qué
diferencia! Los muslos estaban tibios y las nalgas, frÃ*as, lo que es un sÃ*ntoma
de buena salud. La azotaina las habÃ*a vuelto un poco rosadas, de tal modo que de
esas nalgas se podrÃ*a decir que estaban hechas de nata mezclada con frambuesas.
Esta visión excitaba hasta el lÃ*mite de la lujuria al pobre Vibescu. Su boca
chupaba alternativamente los firmes pechos de Tone, o bien posándose sobre el
cuello o sobre el hombro dejaba marca de sus chupadas. Sus manos sostenÃ*an
firmemente ese prieto y opulento culo como si fuera una sandÃ*a dura y pulposa.
Palpaba esas nalgas reales y habÃ*a insinuado el Ã*ndice en
el agujero del culo que era de una estrechez que embriagaba. Su grueso miembro
que crecÃ*a cada vez más iba a abrir brecha en un encantador coño coralino
coronado por un toisón de un negro reluciente. Ella le gritaba en rumano: " ¡No,
no me la meterás!" y al mismo tiempo pataleaba con sus preciosos muslos redondos
y rollizos. El grueso miembro de Mony habÃ*a tocado ya el húmedo reducto de Tone
con su cabeza roja e inflamada. Ella pudo soltarse aún, pero al hacer este
movimiento dejó escapar una ventosidad, no una ventosidad vulgar, sino una
ventosidad de un sonido cristalino que le provocó una risa violenta y nerviosa.
Su resistencia disminuyó, sus muslos se abrieron y el voluminoso aparato de Mony
ya habÃ*a escondido su cabeza en el reducto cuando Zulmé, la amiga de Tone y su
colaboradora de masturbación, se apoderó bruscamente de los testÃ*tulos de Mony
y, estrujándolos en su manecita, le causó tal dolor que el miembro humeante
volvió a salir de su domicilio con gran
contrariedad de Tone que ya empezaba a menear su gran culo debajo de su esbelta
cintura.
Zulmé era una rubia cuya espesa cabellera le caÃ*a hasta los talones. Era más
bajita que Tone, pero en cuanto a esbeltez y a gracia no le cedÃ*a en nada. Sus
ojos eran negros y ojerosos. Cuando soltó los testÃ*culos del prÃ*ncipe, éste se
arrojó sobre ella diciendo: "Bueno, tú vas a pagar por Tone". Luego, atrapando
de una dentellada un precioso pecho, comenzó a chuparle la punta. Zulmé se
retorcÃ*a. Para burlarse de Mony meneaba y ondulaba su vientre al final del cual
bailaba una deliciosa barba rubia muy rizada. Al mismo tiempo ponÃ*a en alto un
bonito coño que partÃ*a una bella y abultada mota. Entre los labios de ese coño
rosado bullÃ*a un clÃ*toris bastante largo que demostraba sus costumbres
tribádicas1. El miembro del prÃ*ncipe trataba de penetrar en vano en ese reducto.
Al fin, asió las nalgas con fuerza e iba a penetrar cuando Tone, enojada por
haber sido privada de la descarga del soberbio miembro, se puso a cosquillear
con una pluma de pavo real los talones del joven. El se
echó a reÃ*r, empezó a retorcerse. La pluma de pavo real le hacÃ*a cosquillas
continuamente; de los talones habÃ*a subido a los muslos, al ano, al miembro que
se desinfló rápidamente. Las dos picaras, Tone y Zulmé, encantadas de su farsa,
rieron un buen rato, luego, sofocadas y arreboladas, continuaron sus caricias
besándose y lamiéndose ante el corrido y estupefacto prÃ*ncipe. Sus culos se
alzaban cadenciosamente, sus pelos se mezclaban, sus dientes golpeaban los unos
contra los otros, los satenes de sus pechos firmes y palpitantes se restregaban
mutuamente. Al fin, retorcidas y gimiendo de voluptuosidad, se regaron
mutuamente, mientras el prÃ*ncipe sentÃ*a que volvÃ*a a empezarle una erección.
Pero viendo a la una y a la otra tan fatigadas por su mutua masturbación, se
volvió hacia Mira que continuaba manipulando el miembro del vice-Cónsul.
Vibescu se aproximó suavemente y haciendo pasar su bello miembro entre las
gruesas nalgas de Mira, se insinuó en el coño húmedo y
entreabierto de la preciosa muchacha que, sólo sentir que la penetraba la cabeza
del nudo dio una culada que hizo penetrar completamente el aparato. Luego
continuó sus desordenados movimientos, mientras que el prÃ*ncipe le hacÃ*a titilar
el clÃ*toris con una mano y con la otra le cosquilleaba los pechos. Su movimiento
de vaivén en el apretadÃ*simo coño parecÃ*a causar un vivo placer a Mira que lo
demostraba con gritos de voluptuosidad. El vientre de Vibescu iba a dar contra
el culo de Mira y el frescor del culo de Mira causaba al prÃ*ncipe una sensación
tan agradable como la causada a la muchacha por el calor de su vientre. Pronto
los movimientos se hicieron más vivos, más brucos; el prÃ*ncipe se apretaba
contra Mira qué jadeaba apretando las nalgas. El prÃ*ncipe la mordió en el hombro
y la estrechó contra sÃ*. Ella gritaba:
-¡Ah! es bueno... quédate aquÃ*... más fuerte... más fuerte... ten, ten, tómalo
todo. Dámelo, tu esperma... Dámelo todo... Ten... Ten...
Y en una descarga común se derrumbaron y quedaron anonadados por un momento.
Tone y Éulmé abrazadas en el canapé les miraban riendo. El vice-cónsul de Servia
habÃ*a encendido un delgado cigarrillo de tabaco oriental. Cuando Mony se hubo
levantado, le dijo:
-Ahora, querido prÃ*ncipe, es mi turno; esperaba tu llegada y precisamente por
eso me he hecho manipular el miembro por Mira, pero te he reservado el goce.
¡Ven, mi corazón, mi enculado querido, ven! que te la meta.
Vibescu le contempló un momento, luego, escupiendo sobre el miembro que le
presentaba el vice-cónsul, pronunció estas palabras:
-Ya estoy harto de tus enculadas, toda la ciudad habla de ello.
Pero el vice-cónsul se habÃ*a levantado, en plena erección, y habÃ*a cogido un
revólver.
Apuntó a Mony que, temblando, le tendió las posaderas balbuceando:
-Bandi, mi querido Bandi, sabes que te amo, encúlame, encúlame.
Bandi, sonriendo, hizo penetrar su miembro en el elástico orificio que se
encontraba entre las dos nalgas del prÃ*ncipe. Introducido allÃ*, y mientras las
tres mujeres le miraban, se agitó como un poseÃ*do blasfemando:
-¡Por el nombre de Dios! Estoy gozando, aprieta el culo, preciosidad, aprieta,
estoy gozando. Aprieta tus bellas nalgas.
Y la mirada salvaje, las manos crispadas sobre los hombros delicados, descargó.
Enseguida Mony se lavó, se volvió a vestir y marchó diciendo que volverÃ*a
después de comer. Pero al llegar a su casa, escribió esta carta:
"Mi querido Bandi:
"Ya estoy harto de tus enculados, ya estoy harto de las mujeres de Bucarest, ya
estoy harto de gastar aquÃ* mi fortuna con la que serÃ*a tan feliz en ParÃ*s. Antes
de dos horas me habré marchado. Espero divertirme enormemente allÃ* y te digo
adiós.
Mony, PrÃ*ncipe Vibescu, Hospadar hereditario."
El prÃ*ncipe cerró la carta, escribiendo otra a su notario en la que le pedÃ*a que
liquidara sus bienes y le enviara el total a ParÃ*s en el momento en que supiera
su dirección.
Mony tomó todo el dinero en metálico que poseÃ*a, 50.000 francos, y se dirigió a
la estación. Echó sus dos cartas al buzón y tomó el Orient Express hacia ParÃ*s.
CapÃ*tulo II
-Señorita, no he hecho más que veros por primera vez y, loco de amor, he sentido
mis órganos genitales dirigirse hacia vuestra belleza soberana y me he
enardecido como si hubiera bebido un vaso de raki.
-¿Dónde? ¿Dónde?
-Pongo mi fortuna y mi amor a vuestros pies. Si os tuviera en una cama, os
probarÃ*a mi pasión veinte veces seguidas. ¡Que las once mil vÃ*rgenes o incluso
que once mil vergas me castiguen si miento!
-¡Y cómo!
-Mis sentimientos no son falaces. No hablo asÃ* a todas las mujeres. No soy un
calavera.
-¡Tu hermana!
Esta conversación se producÃ*a en el boule-vard Malesherbes, una mañana soleada.
El mes de mayo hacÃ*a renacer la naturaleza y los gorriones parisinos piaban al
amor en los árboles reverdecidos. Galantemente, el prÃ*ncipe Mony sostenÃ*a esta
conversación con una bonita y esbelta muchacha que, vestida con elegancia,
bajaba hacia la Madeleine. Andaba tan deprisa que tenÃ*a dificultades para
seguirla. De golpe ella se giró bruscamente y se desternilló de risa:
-Acabaréis pronto; ahora no tengo tiempo. Voy a la calle Duphot a ver a una
amiga, pero si estáis dispuesto a mantener a dos mujeres desesperadas por el
lujo y por el amor, si en definitiva sois un hombre, por la fortuna y el poder
copulativo, venid conmigo.
El enderezó su bello talle exclamando:
-Soy un prÃ*ncipe rumano, hospodar hereditario.
-Y yo -dijo ella- soy Culculine d'Ancóne, tengo diecinueve años, ya he vaciado
los testÃ*culos de diez hombres excepcionales en las relaciones amorosas, y la
bolsa de quince millonarios.
Y charlando alegremente de diversas cosas fútiles o turbadoras, el prÃ*ncipe y
Culculine llegaron a la calle Duphot. Subieron en ascensor hasta el primer piso.
-El prÃ*ncipe Mony Vibescu... mi amiga Alexine Mangetout.
Culculine hizo muy formalmente la presentación en un lujoso gabinete decorado
con obscenas estampas japonesas.
Las dos amigas se besaron intercambiándose las lenguas. Las dos eran altas, pero
sin exageración.
Culculine era morena, con ojos grises relucientes de picardÃ*a, y un lunar peloso
adornaba la parte inferior de su mejilla izquierda. Su tez era mate, su sangre
afluÃ*a bajo la piel, sus mejillas y su frente se arrugaban fácilmente
testimoniando sus preocupaciones de dinero y de amor.
Alexine era rubia, de ese color tirando a ceniza como no se ve más que en ParÃ*s.
La clara coloración de su tez parecÃ*a transparente. Esta bella muchacha semejaba
en su encantador deshabillé rosa, tan delicada y traviesa como una picara
marquesa del siglo antepasado.
Trabaron pronto amistad y Alexine que tuvo un amante rumano fue a buscar su
fotografÃ*a a su dormitorio. El prÃ*ncipe y Culculine la siguieron. Los dos se
precipitaron sobre ella y, riendo, la desnudaron. Su peinador cayó, dejándola en
una camisa de batista que dejaba ver un cuerpo encantador, regordete, lleno de
hoyuelos en los mejores lugares.
Mony y Culculine la derribaron sobre la cama y sacaron a la luz sus bellos
pechos rosados, grandes y duros, a los que Mony chupó las puntas. Culculine se
inclinó y, levantando la camisa, descubrió dos muslos redondos y grandes que se
reunÃ*an bajo un gato rubio ceniciento como los cabellos. Alexine, lanzando
grititos de voluptuosidad, puso sobre la cama sus piececitos dejando escapar
unas chancletas que hicieron un ruido sordo al caer al suelo. Las piernas muy
separadas, levantaba el culo bajo el lameteo de su amiga crispando sus manos
alrededor del cuello de Mony.
El resultado no tardó en producirse, sus muslos se apretaron, su pataleo se hizo
más vivo, descargó diciendo:
-Puercos, me excitáis, tenéis que satisfacerme.
-¡Ha prometido hacerlo veinte veces! -dijo Culculine, y se desnudó.
El prÃ*ncipe hizo lo mismo. Quedaron desnudos al mismo tiempo, y mientras que
Alexine, como desmayada, estaba tendida en la cama, pudieron admirar
recÃ*procamente sus cuerpos. El voluminoso culo de Culculine se balanceaba
deliciosamente debajo de su talle exquisito y los grandes testÃ*culos de Mony se
hinchaban debajo de un enorme miembro del que Culculine se apoderó.
-Méteselo -dijo-, después me lo harás a mÃ*.
El prÃ*ncipe aproximó su miembro al coño entreabierto de Alexine que se
estremeció ante esta proximidad:
-¡Me matas! -gritó.
Pero el miembro penetró hasta los testÃ*culos y volvió a salir para volver a
entrar como un pistón. Culculine se metió en la cama y puso su gato negro encima
de la boca de Alexine, mientras que Mony le lamÃ*a la puerta falsa. Alexine movÃ*a
el culo como una endemoniada; puso un dedo en el agujero del culo de Mony, cuya
erección aumentó bajo esta caricia. El puso sus manos debajo de las nalgas de
Alexine que se crispaban con una fuerza increÃ*ble, apretando en el inflamado
coño al enorme miembro que apenas podÃ*a menearse allÃ* dentro.
Pronto la agitación de los tres personajes fue extrema, su respiración se hizo
jadeante. Alexine descargó tres veces, luego fue el turno de Culculine que
desmontó inmediatamente para ir a mordisquear los testÃ*culos de Mony. Alexine se
puso a gritar como una condenada y se retorció como una serpiente cuando Mony le
soltó dentro del vientre su semen rumano. Culculine le arrancó inmediatamente
del orificio y su boca fue a tomar el lugar del miembro para beber, a
lengüetadas, el esperma que se derramaba en grandes borbotones. Alexine,
entretanto, habÃ*a tomado en la boca el miembro de Mony, que limpió
cuidadosamente provocándole una nueva erección.
Un instante después, el prÃ*ncipe se precipitó sobre Culculine, pero su miembro
permaneció en el umbral, cosquilleando el clÃ*toris. TenÃ*a en su boca uno de los
pechos de la muchacha. Alexine acariciaba los dos.
-Métemelo -gritaba Culculine- no puedo más.
Pero el miembro permanecÃ*a fuera. Descargó dos veces y parecÃ*a desesperada,
cuando el miembro penetró brutalmente hasta la matriz. Entonces, loca de
excitación y voluptuosidad, mordió a Mony en la oreja, tan fuerte que le quedó
un pedazo en la boca. Lo tragó gritando con todas sus fuerzas y sacudiendo
magistralmente el culo. Esta herida, de la que la sangre manaba a chorros,
pareció excitar a Mony, pues empezó a menearse más rápidamente y no abandonó el
coño de Culculine hasta haber descargado tres veces, mientras que ella misma lo
hacÃ*a diez.
Cuando él desenfundó, los dos se dieron cuenta con asombro que Alexine habÃ*a
desaparecido. Volvió pronto con productos farmacéuticos destinados a cuidar a
Mony y un enorme látigo del conductor de un coche de alquiler.
-Lo he comprado por cincuenta francos -exclamó- al cochero 3.269 de la Urbana, y
va a servirnos para poner en forma de nuevo al rumano. Déjame curarle la oreja,
Culculine mÃ*a, y hagamos un 69 para excitarnos.
Mientras que detenÃ*a la salida de la sangre, Mony asistió a este regocijante
espectáculo: perfectamente acopladas, Culculine y Alexine, se acometÃ*an con
ardor. El macizo culo de Alexine, blanco y regordete, se contoneaba sobre el
rostro de Culculine; las lenguas, largas como miembros de niño, iban a buen
ritmo, la saliva y el semen se mezclaban, los mojados pelos se adherÃ*an entre sÃ*
y suspiros que partirÃ*an el alma, si no fueran suspiros de voluptuosidad, se
elevaban de la cama que crujÃ*a y chirriaba bajo el agradable peso de las
preciosas muchachas.
-¡Ven a encularme! -gritó Alexine.
Pero Mony perdÃ*a tanta sangre que ya no tenÃ*a ganas de hacerlo. Alexine se
levantó y, cogiendo el látigo del cochero del vehÃ*culo 3.269, por el soberbio
mango completamente nuevo, lo blandió y azotó la espalda, las nalgas de Mony
que, bajo este nuevo dolor olvidó su sangrante oreja y empezó a dar alaridos.
Pero Alexine, desnuda y semejante a una bacante en pleno delirio, golpeaba sin
parar.
-¡Ven a azotarme tú también! -le gritaba ella a Culculine, cuyos ojos
resplandecÃ*an y que acudió a azotar con todas sus fuerzas el gran culo agitado
de Alexine. Culculine también se excitó pronto.
-¡Azótame, Mony! -suplicó.
Y éste, que se acostumbraba al castigo, aunque su cuerpo estuviera sangrante, se
puso a azotar las bellas nalgas morenas que se abrÃ*an y cerraban
cadenciosamente. Cuando le comenzó la erección de nuevo, la sangre caÃ*a, no sólo
de la oreja, sino también de cada marca dejada por el cruel flagelo.
Entonces Alexine se volvió y presentó sus bellas nalgas enrojecidas al enorme
miembro que penetró en la roseta, mientras que la empalada chillaba agitando el
culo y los pechos. Pero Culculine los separó riendo. Las dos mujeres
reemprendieron su mutua masturbación, mientras que Mony, completamente
ensangrentado e instalado hasta la guardia en el culo de Alexine, se agitaba con
un vigor que hacÃ*a gozar enormemente a su pareja. Sus testÃ*culos ondeaban como
las campanas de Nótre-Dame y llegaban a embestir la nariz de Culculine. En un
momento dado el culo de Alexine se estrechó con gran fuerza en torno a la base
del glande de Mony que ya no pudo moverse. AsÃ* es como descargó con grandes
chorros mamados por el ano ávido de Alexine Mangetout.
Entretanto, en la calle la muchedumbre se apiñaba en torno del coche 3.269 cuyo
cochero no tenÃ*a látigo.
Un sargento municipal le preguntó qué habÃ*a hecho de él:
-Lo he vendido a una dama de la calle Du-phot.
-Id a recuperarlo u os pongo una multa.
-Ahora voy -dijo el auriga, un normando de fuerza poco común, y, después de
haberse informado con la portera, llamó al primer piso.
Alexine fue desnuda a abrirle; el cochero quedó deslumhrado y, como ella se
escapaba hacia el dormitorio, la persiguió, la agarró y le introdujo con
habilidad y a la manera de los perros, un miembro de respetable talla. Descargó
pronto gritando: " ¡Truenos de Brest, burdel de Dios, cochina puta! ".
Alexine, dándole culadas, descargó al mismo tiempo que él, mientras que Mony y
Culculine se partÃ*an de risa. El cochero, creyendo que se burlaban de él, montó
en terrible cólera.
-¡Ah!, ¡putas, chulo, carroña, basura, os burláis de mÃ*! Mi látigo, ¿dónde está
mi látigo?
Y viéndolo, se apoderó de él para golpear con todas sus fuerzas a Mony, Alexine
y Culculine, cuyos cuerpos desnudos brincaban bajo los cintarazos que les
dejaban marcas sangrantes. Luego tuvo una nueva erección y, saltando sobre Mony,
empezó a encularlo.
La puerta de entrada habÃ*a quedado abierta y el municipal, que, viendo que el
cochero no volvÃ*a, habÃ*a subido, entró en este instante en el dormitorio; no
tardó en sacar su miembro reglamentario. Lo introdujo con habilidad en el culo
de Culculine que cloqueaba como una gallina y se estremecÃ*a con el frÃ*o contacto
de los botones del uniforme.
Alexine, desocupada, cogió la porra blanca que se balanceaba en la vaina que
colgaba de la cintura del sargento municipal. Se la introdujo en el coño y
rápidamente las cinco personas empezaron a gozar tremendamente, mientras que la
sangre de las heridas chorreaba sobre las alfombras, las sábanas, los muebles y
mientras en la calle se llevaban al depósito el abandonado coche 3.269 cuyo
caballo se pedió durante todo el camino que quedó perfumado de manera
nauseabunda.