-Hola cariño, ¿qué pasa? –preguntó Daniela, una rubia de cuarenta y tres años, a su hijo Tomás. Había pasado a darle las buenas noches, pero notó que el adolescente parecía preocupado. Había estado así todo el día.
El muchacho, un jovencito de cabello castaño claro, delgado y alto, estaba sentado en su cama, vestido con un pantalón deportivo negro y una camiseta blanca. Su habitación estaba iluminada sólo por la lámpara de su mesita de noche y el resplandor del televisor que había en una esquina.
-Pues… Problemas de polleras, supongo –respondió Tomás.
-¿Quieres hablar de ello? –dijo Daniela, entrando en la habitación.
-Bueno, está bien –dijo Tomás y silenció la televisión con el control remoto.
Tomás estaba de novio en serio con una chica llamada Florencia hacía ya seis meses. Lo llamativo era que ella le llevaba dos años, lo cual hablaba a las claras de lo apuesto que era él. Durante la adolescencia, las chicas parecen tener ojos sólo para los muchachos mayores.
-Bien, cuéntale todo a mami –dijo Daniela con la dulzura de la que son capaces sólo las madres, sentándose al lado de su hijo. Vestía en ese momento con un ajustado pantalón negro y un suéter rosa.
-A ver…
Vivían solos en los suburbios de la ciudad de quizás no conviene revelar por obvios motivos. Doce años atrás, poco después del tercer cumpleaños de Tomás, su esposo había muerto en un accidente de tránsito. Durante unos años, gracias al cuantioso pago del seguro de vida de su difunto marido, Daniela se quedó en casa para hacerse cargo de su hijo a tiempo completo, lo cual estrechó la relación entre ambos hasta el máximo. Cuando Daniela sintió que su duelo y -más importante aún- el de Tomás habían concluido, volvió a su trabajo en el mercado inmobiliario. El muchacho ya estaba en condiciones de hacerse cargo de él y de la casa mientras ella no estaba. Era muy maduro para su tierna edad, pero eso no impedía que a veces necesitara pedirle consejos a su mamá.
-¿Florencia rompió contigo, corazón? –preguntó Daniela, poniendo una mano en la pierna y acariciándosela.
-No, no. Para nada –se apresuró a responder Tomás-. Todo lo contrario. Ella quiere… Ya sabes, “hacerlo”. ¡Mañana!
-Oh, ya entiendo –dijo Daniela, para nada sorprendida. A ella le había tocado perder su virginidad a los catorce con un primo lejano de la misma edad, así que no le parecía raro que su amado retoño también lo hiciera a esa edad. De hecho, le parecía un poco raro que su hijo y su novia no lo hubieran “hecho” ya, dada la cantidad de tiempo que pasaban juntos y la actitud positiva sobre el sexo que había tratado de inculcarle desde pequeño. Es decir, había hablado de sexo por primera vez con él a los diez años, y hasta le regaló una revista porno bien guarra para su décimo tercer cumpleaños sabiendo que ya se masturbaba (“no quiero que trates de comprar una y te avergüences o, peor aún, te frustres si algún vendedor demasiado estirado te dice que no te la puede vender”, le había explicado aquella vez). Tomás rió nervioso, rojo como un tomate, aunque no le alcanzaban las palabras para agradecerle a su mamá. Se pajeó incontables veces con su regalo en los años que siguieron. -¿Sientes que todavía no estás listo?
-No exactamente.
-Vamos, cuéntame todo –le urgió Daniela.
-Florencia quiere seguir siendo virgen. Hasta que se case. Hasta ahora entre nosotros sólo ha habido manoseos y… Algo de sexo oral. Pero ahora se le ha metido en la cabeza la idea de tener sexo al 100%. Pero no quiere dejar de ser virgen. Al menos, no en el sentido tradicional. Quiere que tengamos, ejem, sexo anal. Ya sabes. Por atrás.
-Oh, ya capto –asintió Daniela-. ¿Y cuál es el problema, mi vida? ¿Tú no quieres? Si no quieres, simplemente tienes que decírselo.
-¡Yo quiero hacerlo! Pero, no sé… Siento que es algo sucio. Quiero decir, metérsela por el culo… Por ahí caga, ¿no?
-Si cagara por otro lado, tendrías una novia muy rara, amor.
Tomás rió. La tensión se había aflojado un poco.
-Tienes razón, jaja. Pero lo cierto es que siento que es sucio en más de un sentido. Como si al tener sexo anal nos volviéramos unos pervertidos. Sé que a veces lo hacen hombres y mujeres, pero en su gran mayoría, es algo propio de, ejem, homosexuales.
-Un montón de varones heterosexuales lo hacen con mujeres. De hecho, la mayoría de los hombres fantasean con el sexo anal, pero no hay tantas mujeres dispuestas a practicarlo. Así que deberías considerarte afortunado.
-¿Alguna vez tuviste sexo por ahí? –preguntó Tomás, esperando que no fuera demasiado hacerle una pregunta tan íntima a su mamá.
-Claro que sí. A tu padre le encantaba, me lo hizo un montón de veces. ¡Nunca se cansaba de mi culo! Mi novio anterior también era aficionado, con él me inicié.
-Entonces no es algo tan pervertido, ¿no?
-Bueno, eso depende de cada persona a la que le preguntes. A algunos les gusta, a otros no. A un montón de hombres les gusta porque sienten que es “picante”, o hasta podríamos decir que “sucio”. Y a las mujeres que lo disfrutan lo hacen por los mismos motivos. Siendo sincera, mi vida, estoy segura de que te va a encantar. De nuevo, vas a darte cuenta de lo suertudo que eres al tener una novia que te lo está pidiendo.
-Ah, bueno… Qué bien.
-A menos que Florencia se arrepienta a último momento –agregó Daniela con seriedad-. No quiero arruinar tu entusiasmo, pero es posible que una mujer diga que quiere tener sexo anal, sólo para cambiar de parecer justo cuando estás a punto de metérsela.
Tomás sonrió.
-Ella ya lo ha hecho antes –explicó-. Con su exnovio. Me contó que le gustó mucho.
-Problema resuelto, entonces. Ella quiere y a ti te va a gustar, estoy segura.
-Hay un problemita –agregó Tomás, con timidez-. Le conté una mentira blanca a Florencia. Le dije que también había tenido sexo anal con última novia, pero no es cierto. Nunca tuve sexo anal con nadie.
-Ajá, ya veo. Y te preocupa quedar como un inexperto, ¿no?
-Claro. Le pregunté si a una chica le duele cuando se la meten por atrás y ella me respondió que no, siempre y cuando el hombre sepa lo que está haciendo. Me dijo eso después de haberle dicho que ya tengo experiencia. Me preocupa que no lo haga bien y se dé cuenta de que no le dije la verdad y se enoje y me deje. Mierda, no debería haberle mentido…
-Entiendo tu problema, mi vida –dijo Daniela-. Sin embargo, la verdad es que no hay mucho que aprender al respecto. Lo principal y más importante es usar mucho lubricante. Nunca es demasiado. Está apretado allá atrás, jeje.
Tomás asintió, tomando nota mental del dato vital que acababa de recibir.
-Hay que ir despacio –continuó Daniela-. Lo más complicado es introducir la cabeza del pito en el orificio del culo. Luego, es todo cuesta abajo. Métesela despacio. Si te dice que le duele, se la sacas con suavidad y le echas un poco más de lubricante.
-Entendido.
-¿Te tranquilizaste un poco?
-Sí, mamá. Gracias por la ayuda. Lo aprecio mucho.
-Todavía estás nervioso, ¿no?
-Es que no puedo evitarlo. Florencia es dos años mayor que yo. No quiero quedar como un niñito sin experiencia, jeje.
-Comprendo, mi vida. Te cuento un pequeño secreto, ¡nosotras también nos preocupamos por lo mismo! Pero tú vas a estar bien. Florencia parece una chica amable y madura.
-Sí, ella es lo máximo.
Daniela se lamió los labios, mirando el techo. Pareció pensar algo con mucho detenimiento por unos instantes.
-Vas a estar bien, mi amor –dijo la rubia. Poniéndose de pie con decisión, agregó: -Pero lo mejor sería que le agregáramos una lección práctica a la teoría que acabo de darte. -Le dedicó una sonrisa traviesa a su hijo, quien no entendía lo que su madre acababa de insinuar. -Le dijiste a Florencia que ya habías enculado a una chica, ¿verdad? Si hacemos que eso ocurra esta noche, dejará de ser una mentira.
Tomás guardó silencio, atónito.
-¿Eh? –fue lo único que pudo decir.
Daniela volvió a lamerse los labios, pero esta vez lo hizo sintiendo cosquillas en su entrepierna. Su expresión era guarra.
-Yo soy una chica. O, en todo caso, una mujer. Vendría a ser lo mismo, pero con más kilometraje –dijo, dejando escapar una risita. Se dio vuelta, y aferró sus duras nalgas. Su redondo culo quedaba realzado a la perfección con el pantalón negro que vestía. -¡Además, tengo un culo!
Le llevó casi un minuto a Tomás entender la propuesta de su mamá, que seguía sobándose el culo a pocos pasos de él
-Ejem… ¿Estás sugiriendo que, ejem, te la meta por, ejem, atrás?
-Mmmmmm, eso es correcto, mi amor –dijo Daniela, un poco sorprendida consigo misma por lo que acababa de hacer por impulso, pero consciente de que ya no había vuelta atrás. –Te vas a sentir más seguro si tienes una verdadera experiencia de sexo anal, y además voy a poder enseñarte qué debes hacer de una forma más, ejem, práctica. Si no quieres, no pasa nada. Pero quiero que sepas que estoy absolutamente dispuesta a tener sexo anal contigo si así lo deseas, por motivos educacionales, desde luego. –Sonrió y se sonrojó un poquito. Esto último era atípico en ella.
Tomás parpadeó. Todavía no caía. Aunque debía admitir que una lección a fondo previa a su próximo encuentro con su novia con otra hembra lo haría sentir muchísimo más seguro a la hora de encular a Florencia. Además, desde que su mamá le dio la espalda para que admirara su culo, su verga había empezado a despertar. No obstante, ¡era su madre quien lo estaba invitando a tener sexo! ¡Y por el culo! Fuera o no por “motivos educacionales”, la situación era picante, a falta de una mejor palabra.
Siendo completamente objetivo, Daniela era una atractiva rubia cuarentona, proclive a las sonrisas, de bellos ojos verdes ligeramente rasgados, más bien baja de estatura (su hijo medía 1,75 y casi le sacaba una cabeza), poseedora de un par de tetas de campeonato y un culito redondo que había logrado levantar y endurecer a fuerza de clases de gimnasia. Tomás estaba convencido de que era la hermana perdida de la actriz Tonisha Mills (protagonista de la primera película porno con la que se había pajeado), lo cual era muy cierto. La única diferencia apreciable era que Daniela tenía unos cuantos kilos más, algo completamente comprensible teniendo en cuenta su edad.
Por supuesto, le fue difícil a Tomás pensar en la propuesta de Daniela de una forma objetiva. ¡Era su madre! Y, no obstante, allí estaba, invitándolo a sodomizarla.
“¡Encular a mamá!”, pensó Tomás. “Creo que es un poco pervertido. Muy pervertido, de hecho. ¡Y suena divertido! Mucho mejor que una paja antes de dormir”, añadió la voz de su tremenda libido adolescente. “Bueno, es sólo para aprender a hacerlo bien y estar preparados para mañana”, puntualizó su raciocinio, rendido ante la lujuria.
-¡Bueno, está bien! –dijo Tomás, fuerte y claro, antes de que cualquier otro pensamiento de culpa pudiera hacerlo dudar.
Daniela sonrió, aliviada. No creía que su hijo fuera a acusarla de ser una pervertida, pero se preocupó un poquito durante los segundos que Tomás demoró en aceptar.
-Vamos a mi dormitorio –dijo Daniela-. Oh, pero antes déjame ir al baño.
***
-Desnúdate –dijo Daniela apenas entró en la elegante habitación iluminada tenuemente. La cama era amplia, cubierta con sábanas rojas de lino. Sugería pasión. Tomás pasaba escaso tiempo allí. Claro, la novedad de estar esa habitación palidecía al lado de la novedad de que su mamá le estuviera pidiendo que se sacara la ropa. Tomás le echó un vistazo al reloj. Era casi medianoche. No importaba, ya que al día siguiente no tenía clases. Justo estaban comenzando las vacaciones de invierno.
Tomás, que la había esperado de pie junto a una cajonera, comenzó a obedecer el pedido de Daniela con lentitud. Se sacó la camiseta y luego las medias. Daniela no se mostró dubitativa, para nada. Desabrochó sus pantalones negros y se los bajó, mientras canturreaba bajito. Esto le dio valor a Tomas, que se quitó sus pantalones y su ropa interior con más confianza. Tomás tenía un cuerpo más que apetecible, producto del deporte y la propia juventud. Todo parecía indicar que iba a ser tan o más alto que su padre, quien había medido un metro noventa. Exhibía una media erección. Su verga de diecisiete centímetros describía un arco desde su base hasta la gorda cabeza amoratada que se asomaba por el prepucio. Como tenía poco vello púbico, su instrumento se veía más grande todavía.
Después de quitarse los pantalones y las medias, Daniela se quitó su ropa interior rosa. Tomás esperó que se desnudara por completo, pero no lo hizo. Le sonrió y se acercó a él.
-Mmm, pero qué cuerpito más lindo tenemos aquí –dijo, pasando sus uñas rojas por el torso de su hijo-. Te ves sexy, mi amor.
-Tú también… Te ves sexy, mami –tartamudeó Tomás, sintiendo un escalofrío gracias a las caricias de Daniela. Por algún motivo, le pareció que se veía más erótica desnuda sólo de la cintura para abajo, que si hubiera estado completamente sin ropa. Aunque su suéter rosa era de cuello cerrado y no dejaba ningún escote a la vista, era imposible disimular las amplias tetas que se insinuaban debajo.
-Me parece que ya no eres mi pequeñito –dijo Daniela, sujetando con todo cariño la verga de Tomás.
-No, mamá… -dijo Tomás, sintiendo el galope de su corazón en el pecho. Florencia le había hecho pajas y hasta se la había mamado un par de veces, así que sentir a una hembra tocando y acariciando su pene y sus bolas no era algo nuevo. Sin embargo, seguía siendo una sensación inusual en su vida. ¡Ahora más que nunca porque su propia madre era quien lo hacía!
Daniela dio un paso atrás. Tomás aprovechó y contempló la gran densa jungla de vello púbico rubio oscuro que cubría la entrepierna de su mamá. Daniela fue hasta su mesita de noche y hurgó en uno de sus cajones. Tomás, entonces, aprovechó y le dio un buen vistazo a su culo.
-Qué culo más lindo tienes. Y tus piernas no se quedan atrás –dijo Tomás, sintiendo que lo correcto era que él también debía decir unos cuantos elogios.
-Gracias, cariño –respondió Daniela. Se dio vuelta y le mostró a su hijo qué había estado buscando: un pote de lubricante.
-¿Eso vamos a usar para, ejem, lubricar, mamá?
-¡Así es! –respondió Daniela y se sentó al borde de la cama-. Acércate.
Tomás le hizo caso, su verga moviéndose de un lado a otro mientras caminaba. Daniela colocó una generosa cantidad de lubricante en su palma izquierda. Sin mayor ceremonia, llevó su mano al instrumento de Tomás y lo untó con el lubricante. Dejó el pote a un lado y, ahora con ambas manos, esparció el espeso líquido. Con la mano derecha se encargaba de la mitad inferior de la verga, mientras que con la izquierda lubricaba la otra mitad, hacienda especial énfasis en el glande. Una vez que el lubricante estuvo bien esparcido, Daniela comenzó una paja lenta. Tomás se mordió el labio inferior, tratando de no dejar escapar los suspiros que necesitaba soltar. Pensó que si el sexo anal era tan bueno como esto, no tardaría nada en eyacular.
-Qué… Bien… –dijo al final.
-Bien engrasado – dijo Daniela, divertida. Soltó el pito de Tomas y lo admiró: un caliente pedazo de carne adolescente, duro como el acero, goteando lubricante y dando saltitos.
-Gracias, mami.
-Eso es sólo la mitad del asunto –declaró Daniela, levantándose y limpiándose las manos con un pañuelo descartable que sacó de su mesita de noche-. Mi culito también necesita que lo lubriquen, mi amor. ¿Puedes ayudarme?
-Claro que sí –respondió Tomás, tratando de disimular el temblor en su voz. ¡Estaba por tocar un culo! ¡Y lo luego lo penetraría! La idea de estar a punto de montar a una preciosa hembra madurita lo excitó hasta alcanzar niveles insospechados. Que la hembra fuera su madre solo contribuía a la excitación. Se preguntó por qué, pero inmediatamente desechó la interrogante. No era hora de un análisis freudiano, sino de aprender y disfrutar.
Daniela se subió a la cama y se puso en cuatro patas, levantando su culo. Separó sus rodillas, de modo que sus nalgas se separaron. Al ver a su mamá colocándose en una posición que le daba acceso completo a su ano, Tomás sintió que le daría un infarto.
-Coloca un poco en la entrada, mi cielo, y luego usa un dedo para lubricar por dentro.
-Muy bien…
Tomás tomó el pote y se colocó detrás de Daniela. No sólo su coño estaba replete de vello, su ano también exhibía unos cuantos pelitos: un puntito Rosado ubicado entre dos glúteos pálidos y geométricamente perfectos. Una vez, chupándole el coño a Florencia estando ella en cuatro, aprovechó para observar largo y tendido el orificio de su culo. El de ella no tenía vellos, y estaba entre dos nalgas considerablemente más pequeñas. Tomás experimento otro subidón de excitación al darse cuenta de que el de su mama era el primero de los dos culos que iba a penetrar en dos días.
El adolescente colocó el lubricante sobre el ano de Daniela y dejó caer una generosa cantidad. La rubia sintió un escalofrío y dejó escapar una risita.
-Está frío –dijo.
-Pronto se va a calentar –dijo Tomás, cada vez con más confianza. Dejó el lubricante a un lado y comenzó a deslizar sus dedos sobre el ano de su mamá. Describió círculos con la punta del índice, lubricando muy bien el agujero que iba a sodomizar. Insertó la punta del dígito, despacio, sintiendo de alguna forma que su mamá intentaba relajar su esfínter. Tan resbaladiza estaba la zona, que Tomás introdujo su índice hasta la segunda falange. El año de Daniela se tensó por un momento, pero enseguida volvió a distenderse.
-¿Estás bien, mami? –quiso saber Tomás.
-Sí, cariño, mmmmm… -suspiró Daniela.
Tomás metió aún más su índice en el culo de su madre, lento pero firme, hasta el nudillo. Le llamó mucho la atención la textura del recto de Daniela, sus paredes calientes y muy resbalosas, ondulándose alrededor de su dedo. Pasó unos minutos explorando esta interesante y tan íntima parte del cuerpo de su propia madre. Daniela gimió contenta, disfrutando de la exploración rectal que su hijo le propiciaba, encantada de poder darle una lección tan importante y práctica sobre la anatomía femenina.
-¿Se siente bien, mi amor? –preguntó Daniela.
-Sí, mami –respondió Tomás, quien no dejaba de mover su índice-. Se siente apretado y tibio.
-¿Sientes ganas de meter… tu pito ahí? –preguntó Daniela, cerrando los ojos por una pequeña oleada de placer.
-¡Sí! –respondió Tomas, casi babeando-. ¡Definitivamente!
-¿Tienes tu pito bien, bien duro?
-Ya lo creo, mami.
-Entonces no pienses que el sexo anal es sucio o pervertido o antinatural. Me refiero a que tu pito se está poniendo como una piedra mientras me metes un dedo. No tendrías esa reacción si esto estuviera mal, mi vida.
-Claro, ya.
-Bueno, mi culito ya está bien flojo, hijo. Flojo, caliente y bonito. Saca tu dedo y méteme ese instrumento hermoso que llevas.
-A la orden, mamá.
Tomás quitó su dedo del culo de Daniela. Se arrodilló con su pulsante y engrasada herramienta apuntando hacia arriba. Aferró la base de su verga y les dio golpecitos a las apetitosas nalgas de su madre con su glande. Recordando el consejo que le había dado (“hay que ir despacio”), contuvo su excitación e hizo presión con delicadeza, empujando su miembro lento pero firme. Daniela relajó su ano y, considerando que su hijo iba un poco más lento de lo que ella esperaba, echo hacia atrás su cuerpo.
-¡Oh! –dijo Tomás, abriendo los ojos como platos al ver que su verga se metía en el interior de su propia madre.
-Ooooooh, sí… Muy bien, mi vida, muy buen comienzo.
-¿Sigo metiéndola?
-Sí, mi amor. Mete el resto. Métemela toda. ¡Hasta la base!
Tomás aferró a su mamá por las caderas y continuó introduciéndole su miembro. Su progreso fue rápido: el esfínter de Daniela aceptaba el considerable volumen de su invasor. Pronto, Tomás enterró por completo sus diecisiete centímetros de hombría en el interior de su madre, su propia madre.
-Aaaaaah… Mamá… - jadeó, quedándose quieto al sentir las nalgas de su madre en su bajo vientre-. Qué bien… Se siente… Muy bieeeeen…
-¡Te dije que te gustaría! –dijo Daniela, su voz temblorosa de placer. Volvió a decirse a sí misma que estaba haciendo esto con fines educativos para tratar de ignorar el hecho significativo de que simplemente llevaba un buen tiempo deseando sentir una verga en sus entrañas. A decir verdad, Daniela realmente pretendía indicarle a su hijo el ABC del sexo anal. Pero, al llevar ya más de dos años sin un buen revolcón, no podía evitar sentirse cachondísima. No estaba segura de que su hijo hubiera aceptado una invitación a encularla sólo para satisfacer su sed de sexo, pero consideró que, ya que Tomás parecía estar disfrutando la experiencia como loco, ella podía dejar de fingir -al menos en parte- que se trataba de una actividad 100% educacional.
-Te quiero, mamita. Gracias por esto.
-Se siente muy bien tener en mi interior esa verga tan deliciosa que cargas. Florencia es una chica muy suertuda.
-Gracias, mamá. Me alegra que te guste. Eh… ¿De verdad se siente bien? ¿En serio?
-Mi cielo, es una de las mejores sensaciones del mundo. Se siento taaaaaaan bien. Apuesto a que mañana vas a sentirte súper seguro de ti mismo, ¿no? Cuando Florencia se ponga en cuatro y te mire por encima del hombro y te pida que la encules, ya vas a saber qué hacer. Eso, y lo bien que se siente. ¡Tanto para ti como para ella!
-Sí, mamá. ¡Gracias! En serio, eres la mejor madre del mundo. ¡Y encima eres la madre con el culo más lindo del mundo!
-¿Cuántos culos maternales has probado, pillo? –bromeó Daniela.
Ambos rieron. Tomás rió no sólo por la chanza de Daniela, sino por lo surreal de la situación. Había pensado que tendría una conversación de madre a hijo, luego ella le daría un besito de buenas noches y él se haría una paja para serenarse antes de dormirse. ¡Y aquí estaba, conversando con su madre mientras le enterraba la verga en el culo!
-Bueno, ahora –dijo Daniela, de golpe sonando seria-. Quiere que me montes. ¡Móntame como un perro se montaría una perra en celo! No puedes simplemente meterle la verga en el culo a una mujer y dejarlo quieto allí. Empieza a bombear. Sácala hasta dejar sólo la cabeza adentro, y vuélvela a meter. Fuerte y rápido o suave y lento, lo que te digan tus instintos. ¡Vamos!
-A la orden, mami.
Tomás agarró las caderas de su madre con más fuerza y comenzó a retirar el miembro de su culo. Cuando sólo quedaban adentro un par de centímetros, se detuvo por un instante para luego volver a introducirlo. Daniela dejó escapar un largo suspiro de placer. Sintiéndose confiado, Tomás repitió lo que acababa de hacer.
-Qué bien se siente, qué buenooooooh… -dijo Daniela, esclava de la lujuria.
Tomás alcanzó pronto un buen ritmo.
-Ooooooooh, mamá… Aaaaaaaaah… Te quiero. Mamá, ¡te quiero!
-Móntame, móntame. Soy una perra en celo, móntame.
-¡Wow, nunca te escuché hablar así, mami! –comentó Tomás entre jadeos.
-Eso es porque nunca me habías visto disfrutando del mayor placer que una hembra puede saborear, ¡una buena enculada! ¡Con una verga joven y llena de vida! Se… Uuuuuuuuuh… Se siente bien, mi vida, se siente muy bien, carajo. Estás enculando a mami, hijito, por si no te diste…. Aaaaaaaaah… No te diste cuenta. Y las que se dejan encular son todas sucias zorras. Si me vas a tratar como a una zorra, pues usaré… ¡Aaaaaaaaaaah! Usaré el lenguaje de las zorras.
-Me siento más… Mucho más cachondo escuchándote hablar así –dijo Tomás, aumentando el ritmo de la penetración.
-Si hablas así tú también, yo también me voy a poner más cachonda, hijo –gruñó Daniela, su cuerpo una caldera de sensaciones que partían de su recto-. Dime qué estás haciendo. Cuéntale a mamá qué estás haciendo. Cuéntame… Aaaaaaaah… Dimeeeeeeeeh…
-Te estoy enculando, mamá –jadeó Tomás.
-Sí, mi corazón. Sí, mi cielo. Eso estás haciendo. Le estás metiendo la verga a tu madre por el culo. ¿Te gusta? ¿Te gusta el culito apretado de mamá?
-Ooooooooh… Sí, mami. Lo amo. Amo tu culo. Me está encantando encularte como si fueras una zorra. Una zorra más grande que mi novia. Mucho más grande y más guarra.
-¡Más fuerte, más fuerte, más fuerte…! ¡AAAAAAAAAH…!
-¡Te estoy enculando y me encanta! ¡Voy a hacerle lo mismo a mi novia!
-¡Ooooooooooh…! ¡Sí, sí, sí, sí…! ¡MIERDA, VOY A CORRERME!
-¡Yo también! –gritó Tomás-. Ooooh, mamá, voy a… ¡MAMÁ, VOY A SOLTAR MI LECHE EN TU CULOOOOOOH…!
El semental adolescente pegó su pelvis contra las nalgas de su madre con fuerza. Una fracción de segundo después, un torrente de densa leche salió disparado de su verga. Sintió que su pene iba a explotar. El denso y abundante esperma llenó las paredes del conducto anal de Daniela. Tomás no soltó las caderas de su progenitora. Todo lo contrario: aumentó la fuerza de su agarre hasta que sintió que su verga ya había escupido todo el semen que guardaban sus huevos.
-Uuuuuuuuh… Puedo sentirlo, Tomás, mi amor. ¡Mierda! ¡Puedo sentir tu lefa en mis entrañas, hijo de puta! –tartamudeó Daniela.
-¡YA, YA, YAAAAAAAAA...! –anunció Tomás. Su cuerpo se sacudió al experimentar el placer supremo del punto máximo del orgasmo. Se apoyó levemente sobre su madre para no caerse, mientras la eyaculación hacía desastres con su equilibrio. Se dejó caer sobre el cuerpo de Daniela, su miembro sufriendo espasmos y temblores y la presión de las paredes del culo en que estaba. Nunca en su vida había soltado tanta leche, ni siquiera en sus pajas de varias horas de los fines de semana.
-Lléname, lléname. Lléname el estómago con tu lecheeeeeh… -dijo la rubia, apretando los músculos de su recto.
-¡CARAJO…! –dijo Tomás, y dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo expulsaba el último chorro de esperma en los intestinos de Daniela.
Daniela se tomó unos minutos para recuperar el aliento. Permanecía en cuatro patas, a pesar del temblor que siempre le ocasionaban sus orgasmos fuertes. Su cabeza, con su cabello rubio muy alborotado, colgaba casi rozando la cama. Sentía su culo tan, pero tan lleno de semen, que pensó que, si estornudara, le saldría leche por la nariz.
-Eso estuvo increíble, mamá, increíble –murmuró Tomás, más para sí mismo que para que Daniela. Su verga, aún en las tripas de su mamá, daba saltitos.
-¿Te arrepientes de haber pensado que esto era pervertido? –preguntó Daniela, mirando a su hijo por encima del hombro.
-Claro que no –respondió Tomás, con una sonrisa socarrona-. Pienso que es lo más pervertido de todo el mundo. ¡Y por eso es tan genial!
Daniela soltó una risotada.
El pito de Tomás se deslizó del culo de Daniela. Un gran goterón de esperma salió y corrió por la cara interna de su pierna izquierda.
-¡Puaj, te está saliendo leche del culo, mamá! ¡Qué asco!
-Si el sexo no es al menos un poco asqueroso, ¿entonces no lo estás haciendo bien! –dijo Daniela. Rodó y se recostó, exhausta. Si se le prestaba atención a su aspecto, Daniela estaba radiante, su rostro se veía fresco, rejuvenecido y más bonito que de costumbre.
-Si tú lo dices…
-Eso sí. La higiene es algo completamente necesario. Tienes que tenerlo en mente mañana, cuando estés con tu chica. ¿Recuerdas que antes de venir fui al baño? Fue para higienizarme el culito propiamente y así reducir el riesgo de accidente, mi amor. Mañana puedo explicártelo en detalle.
Tomás se arrodilló junto a su mamá, un poco avergonzado porque su verga morcillona cubierta de lubricante y lefa estaba a pocos centímetros del rostro de su progenitora. Un residuo de pudor que no tardaría en desaparecer.
-Eso estuvo genial, mamá. Gracias.
-Fue un placer.
-Eh, dime, ¿acabaste? ¿Te corriste en serio?
-¡Sí, señor! Se me ocurrió fingir un orgasmo para darte confianza. Pero no hizo falta. Tuvo uno ciento por ciento real –dijo la rubia, sonriendo con la ternura de la que sólo una madre es capaz. De pronto, se puso seria.
-¿Qué pasa, mamá?
-Mi vida, no piensas mal de mí por esto, ¿no?
-¿A qué te refieres?
-Pues… -comenzó Daniela, encogiéndose de hombros-. Me siento un poquito… Rara por todo esto. Quiero decir, todo lo que hicimos estuvo bien, seguro, te enseñé a hacer las cosas como corresponde y de paso nos divertimos…
-Sí, mamá, así es.
-El problema… -continuó Daniela-. Verás, me siento un poco culpable porque creo que me dejé llevar. Usé palabrotas e incluso te pedí a los gritos que me montaras. No sé… No sé si es algo muy maternal que digamos.
Tomás dejó escapar una risotada.
-¡No te preocupes, mami! Eres mi madre, claro, pero también eres una mujer. Supongo que tienes tus, eh, necesidades sexuales y tus, eh, sentimientos. No me parece que sea ilegal que una mujer tenga un orgasmo o se sienta cachonda sólo porque ya ha tenido un hijo.
-Muchas gracias, cariño –dijo Daniela. Sintió su pecho hincharse orgullo al tener un hijo de mente tan abierta y evolucionada que supiera expresarse con tal elocuencia. Si bien se sentía un poco culpable por haberse comportado como una cualquiera, pesaba más que a su hijo no le hubiera molestado de ninguna manera tal comportamiento.
-Además –añadió Tomás-, si te hubieras quedado quieta y sin decir nada, me hubiera sentido fatal. Me siento orgulloso por tu corrida. Y daré lo mejor de mí mañana para que Florencia se corra también.
-Estoy segura de que así será, cariño –dijo Daniela, sonriendo-. De hecho, lo mejor será que le hables como lo hicimos hace un rato. Sé grosero. Mientras más palabrotas uses, mejor te irá. Me da la impresión de que Florencia es una chica, ejem, buscona. Probablemente le gustará que seas zafado y grosero. Solamente a las mujeres tristes y aburridas pueden gustarle esos tipos sensibles que sólo se interesan por conversar e ir a museos. A las hembras de verdad, seguras de sí mismas y con carácter, como yo y seguramente Florencia, nos gustan los hombres que nos llevan en brazos hasta la habitación, nos arrojan a la cama y no dejan de montarnos hasta que les rogamos que paren.
-Está bien, mami –respondió Tomás, ansioso por poner en práctica semejantes consejos.
La rubia hembra se incorporó y le dio un besito a su hijo en la mejilla.
-Ya es tarde, mi vida. Sería mejor que vayas a dormir. Yo iré a ducharme.
-Seguro, mamá. Eres la mejor.
Tomás se levantó, alzó sus prendas y, luego de decirle buenas noches a su madre, fue a su dormitorio. Se sentía magnífico. ¡Y también cachondo! A pesar de haber eyaculado como nunca antes hacía minutos, su verga empezaba a revivir. Así que, antes de dormir, se hizo dos pajas lentas, recordando la hermosa vista de su madre en cuatro patas.
Mientras tanto, en el baño, Daniela se desnudó y se metió a la ducha. Pasó un largo rato masturbándose, metiéndose dedos en su coño y también en su culo, rememorando los eventos de la noche.
–Mis padres ya se fueron –dijo Florencia por teléfono.
Eran casi las cuatro de la tarde, y los padres de Florencia, como estaba planeado, había ido a visitar a una tía. Se habían llevado al hermanito menor de Florencia, dejándola sola en la casa.
–¡Genial! –dijo la voz de Tomás por el teléfono–. Iré pronto.
–Date prisa, mi vida –pidió Florencia–. No aguanto más.
–Yo tampoco. ¡Nos vemos!
Florencia colgó. Estaba emocionada ante la perspectiva de tener sexo por fin con su nuevo novio. Hablaba en serio sobre preservar su virginidad (en el sentido tradicional, al menos) hasta que se casara, pero ciertamente no iba a negarse el placer de sentir buenas vergas durante su adolescencia. Ella misma le había sugerido el sexo anal a su último novio, quien se la había montado por el culo más de una veintena de ocasiones durante su breve romance, el año pasado. Florencia amó la sensación de un falo llenando su culo apretado. Había practicado sexo oral con Tomás, sí. Pero, por más que le encantara hacer mamadas y que le comieran el coñito, realmente sentía que sólo recibir la herramienta de Tomás en su recto, dentro de sus limitaciones autoimpuestas que prohibían el sexo vaginal, sería equivalente a “recorrer todo el camino” y tener una intimidad adecuada para una pareja moderna.
Florencia era una chica bastante alta, superando por dos o tres centímetros a Tomás. Si bien era delgada, tenía un lindo culo redondito y bien formado. Sus tetas no eran más grandes que el promedio, pero sin duda no eran pequeñas. En todo caso, tenían el tamaño justo. Su ondulado cabello castaño oscuro le llegaba un poco más allá de los hombros. Su piel era pálida y poseía un rostro dulce, con grandes ojos verdes que a menudo lanzaban miradas intensas y contemplativas. Tomás le había dicho un par de veces que se parecía a Mathilda Fessier, una actriz que le encantaba. No pudo evitar reírse cuando descubrió que la tal Mathilda se dedicaba a la pornografía.
Florencia era bastante extrovertida y muy habladora, lo que contrastaba con el comportamiento tranquilo y reflexivo de Tomás. El muchacho la había invitado a salir hacía seis meses después de intercambiar unas cuantas conversaciones casuales en los recreos de la escuela. Al principio, había asumido que ese chico apuesto y de espalda ancha tenía su edad. Descubrió después de su primera cita que en realidad era dos años más joven, pero no le molestó de ninguna manera. Tomás era divertido, pero también era maduro e inteligente, mucho más que la mayoría de los chicos de su edad. Y, claro, tenía una herramienta irresistible entre las piernas.
Estaba emocionada. Tenía la casa para ella y su novio pronto estaría presente. Tomás vivía a unas pocas calles de distancia, por lo que tardaría unos quince minutos en llegar, dándole a ella tiempo suficiente para algunos preparativos de última hora. Ya se había dado un buen baño a la mañana, así que se desnudó frente al espejo y revisó una última vez su delgado cuerpo adolescente. Sus tetas redonditas y juveniles se veían jugosas y atrevidas, con deliciosos pezones rosados que contrastaban con su carne pálida. Su estómago era perfectamente plano, sus extremidades delgadas y su sonrisa magnífica. Se había recortado un poco el triángulo de vello púbico de su entrepierna, aunque Tomás le había aclarado en más de una ocasión que prefería que no se depilara. Por supuesto, era el ano de la joven lo que iba a ser el centro de atención en breve, por lo que Florencia se agachó y sostuvo un espejo de mano debajo de su trasero. Se miró el culo. Recientemente habían brotado algunos pelitos a su alrededor de su agujerito, pero (y aunque a Tomás le gustaran las hembras velludas) no quería ningún pelo la primera vez que él usara su puerta trasera. Se había quitado los vellos con una pinza de depilar. Su ano rosado ahora estaba tan despejado como era posible.
Se puso de pie y colocó el espejito sobre su cómoda. Se roció con perfume y se vistió. No tenía intención de quedarse vestida por mucho tiempo, así que no se molestó en nada elegante; una camiseta sin mangas amarilla y pantalones negros muy cortos. Con sus largas piernas expuestas casi al 100%, bajó descalza las escaleras.
En ese momento, sonó el timbre. Parecía que Tomás había caminado bastante rápido. Eso demostró que estaba interesado. Florencia sonrió con picardía y abrió la puerta.
–Hola, mi amor –dijo.
–Hola, señorita –respondió Tomás, sonando confiado y seguro de sí mismo gracias a la sesión de práctica de la noche anterior con su madre–. Te ves muy bien.
–Gracias. Tú también. Adelante.
Tomás entró en la casa de su novia. Sólo llevaba puestos pantalones de jean negros y una camiseta blanca sin mangas, con su cabello rubio casualmente desaliñado.
–Estamos solos –le aseguró Florencia a Tomás mientras cerraba la puerta, notando la forma en que su novio miraba a su alrededor–. Solo tú y yo. –Tomó las manos de Tomás y miró la cara del apuesto chico. Le dio un prolongado beso de lengua. –¿Quieres hacer esto? –le preguntó. Había detectado una pizca de reserva en Tomás al discutir sus planes el día anterior y quería estar segura de que Tomás estuviera tan entusiasmado como ella.
–Definitivamente –dijo Tomás, sonando muy seguro de sí mismo. Alargó la mano y pellizcó la nalga izquierda de Florencia–. Casi corro todo el camino hasta aquí. Te amo en serio, Florencia. No puedo esperar para darle una buena enculada a tu culo tan lindo.
–¡Oooh, descarado! –dijo Florencia, fingiendo ser remilgada. Aunque Tomás generalmente era un poco confiado con ella, no era normalmente tan extrovertido y lascivo. Su nivel de cachondez dio un salto–. Vamos arriba –dijo con la voz innecesariamente baja. Apretó la entrepierna de Tomás, sintiendo la dureza de su pito a través de la tela gruesa de sus pantalones. –Quiero esta verga dentro de mí.
–¡Vamos! –exclamó Tomás, y levantó a Florencia, llevándola en sus brazos como un hombre que lleva a su novia al otro lado del umbral. Florencia se rió y pasó un brazo alrededor de Tomás mientras él la cargaba escaleras arriba. Florencia estaba tan encantada con el repentino estallido de confianza y entusiasmo de su novio que no le importó en absoluto que su cabeza golpeara la barandilla dos veces.
Tomás entró en el dormitorio de Florencia en la parte trasera de la casa y dejó caer a la chica riendo tontamente en su cama de sábanas rosadas.
–¿Me sacas la ropa? –le preguntó Florencia a su amante–. Me siento perezosa.
–No es que haya mucho que quitar. Apuesto a que no estás usando sostén, ¿verdad?
Florencia negó con la cabeza, sonriendo con picardía.
–Ni bragas –agregó Tomás.
–Nop. Nada.
Tomás se arrodilló en la cama y deslizó los pantalones de Florencia por sus piernas largas y delgadas y los arrojó a un lado.
–Si llevaras bragas, te las sacaría con los dientes –comentó, admirando el coño expuesto y más o menos peludo de su hembra. Le acarició la entrepierna. Florencia dejo escapar una carcajada. Por muy zorra que fuera, no dejaba de tener diecisiete veranos. Acto seguido, Tomás le ayudó a quitarse la camiseta para terminar de desnudarla. Sus tetas firmes de pezones rosaditos rígidos y duros se veían deliciosas.
–Ahora quítate la ropa –instó Florencia.
Tomás saltó de la cama y se desnudó rápidamente, sin preocuparse por ninguna ceremonia. Pronto estuvo desnudo y Florencia miró con admiración el cuerpo de Tomás. Lo que más la emocionó fue su verga, un poco más de diecisiete centímetros de carne rígida y venosa. El chico había sido un poco tímido cuando practicaron sexo oral por primera vez, pero ahora estaba orgulloso de su gruesa herramienta.
–Quiero eso en mi culo –declaró Florencia, sonando como una golfa.
–Necesitaremos un poco de lubricante, ¿no? –dijo Tomás, tomando con orgullo su erección–. Esta verga no va a entrar en tu lindo y pequeño ano sin un poco de ayuda.
–¡Ta–daaaaah! –canturreó Florencia, estirando la mano y tomando una botella de aceite para bebés de su mesa de noche–. Esto servirá. Ven, acuéstate.
Florencia se incorporó y se hizo a un lado. Tomás se acostó en el centro de la cama, su verga rígida dando saltitos espasmódicos sobre su bajo vientre. Florencia vertió una buena cantidad de aceite para bebés directamente en el miembro de Tomás y luego la frotó suavemente. Pasó sus dedos por todo el miembro de su chico, retiró la abundante piel que recubría el glande, y comenzó a masturbar al chico.
–Oh, sí, qué bueno –murmuró Tomás.
–Ni se te ocurra correrte ahora –ordenó Florencia, bombeando la verga dura como el acero de Tomás–. Quiero que vacíes los huevos en mi culo.
–No te preocupes, lo haré –prometió Tomás.
Al cabo de unos minutos, Florencia dejó de pajear a su novio y le pidió que se hiciera a un lado. Una vez que lo hubo hecho, Florencia se puso de rodillas con su trasero levantado y abierto.
–Engrásame y fóllame –suplicó, sonando desesperadamente cachonda.
–Qué culo –murmuró Tomás, arrodillándose detrás de Florencia y pasando sus manos por su trasero. Dio un beso en cada una de esas nalgas firmes y suaves antes de tomar la botella de aceite para bebés y verter un poco directamente sobre el ano rosado de la adolescente. Dejó la botella a un lado y luego hizo exactamente lo que había hecho con su madre la noche anterior: movió suavemente la punta de su índice izquierdo en el ano de Florencia, antes de introducirlo suavemente. Florencia dejó escapar un suspiro de placer, tal y como lo había hecho Daniela la noche anterior, cuando el dedo de Tomás acarició su trasero. Pronto, Tomás introdujo todo su índice en el culo de la chica. Comenzó un suave mete–saca. Su ano se sentía apretadísimo y caliente, igual que el culo de su madre.
–Mmmm, qué bueno –ronroneó Florencia, apoyándose sobre los codos, con la cabeza hacia abajo y el trasero levantado hacia arriba. Separó las rodillas un poco más. Le encantaba estar con Tomás y quería demostrarle su confianza adoptando la postura más sumisa posible, dándole acceso total a su intimidad.
Tomás toqueteó el ano de Florencia durante uno o dos minutos más antes de arrodillarse tras ella, preparándose para penetrarla con su herramienta.
–¿Lista? –preguntó, mientras golpeaba con su mano izquierda una de las nalgas de la chica y agarraba la base de su verga con la mano derecha.
–Estoy lista –respondió Florencia, sonando increíblemente ansiosa por una buena enculada–. Fóllame, Tomás. Lléname el culo.
Tomás sonrió, la insistencia lasciva de Florencia le recordó a su madre. Se concentró en la tarea que tenía entre manos, aplicando presión con su pito en el ano de su chica. El ano bien engrasado de su novia no resistió mucho y pronto se abrió, la cabeza de la verga de Tomás se deslizó dentro de ella. Ya habría tiempo para pensar en su mamá más tarde…
–¡Uuuuuh, sí! –gimió Florencia–. ¡Oh, sí!
Tomás aferró las caderas de Florencia para mantenerla firme mientras continuaba penetrándola. Empujó hacia delante, lento pero seguro, metiendo milímetro tras milímetro de su miembro en ese conducto resbaladizo y caliente. Florencia se aferraba a las sábanas y escupía obscenidades mientras su recto se llenaba con la carne rígida de su chico.
–¡Nnnnngh, ahí estamos! –gruñó Tomás triunfalmente al encajar su pito por completo en el ano de su novia.
–¡Oh, hijo de putaaaah, qué buenoooooh, qué bueno eres! ¡Eres tan jodidamente bueno! –jadeó Florencia, su cuerpo desnudo temblando de éxtasis. Su último novio no estaba tan bien dotado como Tomás, así que (si bien le había dado algo de placer) no era nada comparado con la alegría de sentir la larga y gruesa erección de Tomás enterrada en su culo–. ¡Fóllame Tomás, fóllame el culo!
–Como quieras, putita mía –dijo Tomás, y comenzó a taladrar el culo de Florencia–. ¡Oh, sí, qué culo hermoso tienes! ¡Oh, sí, qué culo, qué culo tan apretado!
–¡¡Fó…!! ¡¡Fóllameeeeeh, fóllame!! ¡Mi amor! –tartamudeó Florencia, abrumada por el placer mientras su amante entraba y salía de su recto–. ¡Dámelo, sí, eso es, nene! ¡Fóllame el culo!
Tomás clavó sus dedos en las caderas de su hembra y aumentó el ritmo, metiéndosela bien, bien profundo. Florencia gruñó y chilló de alegría, impresionada por la fuerza de los empujones de su novio. Tomás no se estaba conteniendo para nada.
–¡¡Estoy follándote el culo, Florencia!! –jadeó–. ¡¡Estoy follándote el puto culo!! ¡¡Mierdaaaaaah!!
–¡Eso es, más fuerte, bebé! –rogó Florencia–. ¡Fóllame más fuerte! ¡Oh sí! ¡Oh sí! ¡Ngggggggh…!
Después de casi diez minutos, Tomás sintió que su esperma ascendía. Quería contenerse, al menos hasta que Florencia llegara al clímax, así que disminuyó la velocidad. Pasó un rato moviéndose a un ritmo más lento. Cuando recuperó el aliento y su miembro se enfrió un poco, Tomás comenzó a empujar con fuerza de nuevo, haciendo gritar de placer a su novia.
–¡¡ME ESTOY CORRIENDO, ME ESTOY CORRIENDO, ME ESTOY CORRIENDO!! –gritó Florencia–. ¡Oh, sí, sí! –Corcoveó y se retorció, empujando su culo contra la entrepierna de su novio. Había disfrutado cuando su anterior novio se la había follado, pero nunca se había corrido con su verga en su culo. De hecho, no lo creía posible. En este momento, sin embargo, sin duda su cuerpo temblaba por un poderoso orgasmo que se elevaba desde su ano y se extendía a su coño, a pesar de que este último orificio no estaba recibiendo ninguna atención.
–¡Uh, uh, uuuuuh! –gimió Tomás, follando a Florencia fuerte y más rápido durante su clímax–. ¡Me voy a correr! ¡Mi amor! ¡También me corro! ¡Voy a correrme en tu culo...! ¡Oh, sí! ¡MIERDA!
Continuó la enculada con movimientos duros y rápidos mientras su esperma se elevaba y salía disparado.
–¡Uuuuuugh, llénameeeeh…! –dijo Florencia, apretando su ano mientras sentía que su recto se llenaba de semen. Su propio orgasmo todavía ondeaba a través de su cuerpo–. ¡Dame tu lefa! ¡Oh, mierda, sí, qué bueno, hijo de puta!
–Joder, sí –jadeó Tomás mientras empujaba su herramienta por última vez hasta el final en las entrañas de su hembra y echó lo último de su semen. Se colgó del trasero de Florencia por un momento antes de deslizarse fuera de ella. La joven, exhausta y bien follada, se dejó caer sobre su vientre. Tomás se tumbó a su lado y le acarició la espalda sudorosa.
–Eso fue hermoso –dijo Florencia, mirando a su amante adolescente, un poco enamorada–. ¡Fue genial!
–Seguro que sí –Le aferró una nalga y se la apretó amistosamente–. Me encanta todo de ti. ¡Especialmente tu culo!
Florencia estaba a punto de decir algo cuando de repente se escuchó el sonido de un automóvil que se detenía afuera.
–Mierda, son mis padres –dijo Florencia, saltando de la cama.
–Pensé que estarían fuera todo el día –dijo Tomás, levantándose de la cama y recogiendo su ropa instintivamente.
–Eso es lo que yo también pensaba –dijo Florencia, agarrando su propia ropa–. Rápido, vístete.
La puerta principal se abrió abajo. Los padres de Florencia no eran muy estrictos y probablemente se hacían a la idea de que su hija ya había hecho algo más que sólo tomar de la mano a sus novios, pero eso no significaba que estarían felices de encontrarla desnuda con Tomás. Los amantes adolescentes pronto estuvieron vestidos y luciendo razonablemente respetables. Florencia escondió la botella de aceite para bebé y entonces ella y Tomás bajaron las escaleras con indiferencia.
–Hola mamá –dijo Florencia, sonriéndole a su madre.
–Hola, cariño –respondió su madre–. Hola, Tomás.
Tomás sonrió y saludó, manteniendo su reputación de ser un chico educado y de buenos modales que iba a la iglesia todos los domingos e incluso leía la Biblia en sus ratos libres. El regordete padre de Florencia estaba en la puerta, quitándose los zapatos, mientras que su hermano menor pasó saltando y se dirigió a la sala de estar.
–Tu tía Ofelia está enferma –explicó la madre de Florencia a su hija mayor–. Por eso volvimos tan pronto.
Florencia y Tomás trataron de actuar despreocupados, pero en realidad estaban decepcionados de que sus planes de follar toda la tarde se hubieran arruinado.
Tomás pasó un par de horas más en casa de su novia. Se besuquearon un poco, pero no se atrevieron a hacer mucho más con el resto de la familia abajo.
Cerca de las ocho de la noche, Tomás regresó a su casa. Entró en la sala de estar donde encontró su mamá sentada en el sofá, viendo la televisión. Se había duchado y su cabello rubio estaba ligeramente húmedo. Sólo vestía una bata de baño roja.
–Hola, mamá –dijo Tomás, sentándose junto a Daniela.
–Hola cariño, ¿todo bien? –le preguntó Daniela.
–Todo en orden.
–¿Cómo te fue con Florencia?
–Lo hicimos –dijo Tomás con orgullo–. Estuvo genial. Gracias a tu, ejem, lección de anoche, salió todo bien. Tomé el control y me ocupé de que lo disfrutara.
Daniela se rió.
–Bien hecho, cariño.
–Seguí tus consejos al pie de la letra –explicó Tomás–. Hasta cargué a Florencia arriba y la dejé en la cama. Luego la follé hasta que se corrió.
–¿Tuvo su orgasmo? Así me gusta, cariño
–Gracias –se sonrojó Tomás, de repente encontrando surrealista esta conversación en la que su propia madre lo felicitaba por su destreza al follar, pero de una manera agradable.
–¿Cuántas veces lo hicieron? ¿Cuatro veces? ¿Cinco?
–Sólo una vez –admitió Tomás.
–¿Sólo una vez? Pensé que le darías al menos un segundo round.
–Iba a hacerlo, definitivamente, pero sus padres regresaron. No estuvieron fuera tanto tiempo como pensábamos que estarían.
–Oh, qué pena. Sabes, con mucho gusto saldré por unas horas en algún momento si quieres traer a Florencia aquí. No me importa que esta casa se use para actividades pervertidas. En lo absoluto.
–¡Gracias, mamá!
Hubo una pausa. Tomás se había sentido muy cachondo toda la tarde, casi tan pronto como recuperó el aliento después de sodomizar a Florencia. De hecho, su instrumento estaba rígido bajo sus pantalones.
–Te ves linda mamá –comentó, admirando la bata roja de su madre y la forma en que su cabello húmedo se veía despeinado de una manera sexy. ¡Hoy más que nunca era la hermana perdida de Tonisha Mills!
–Gracias, mi amor.
–Así me dice Florencia…
“¿Sabes? Me siento un poco cachondo. Digo, sólo lo hice una vez con Florencia y, ejem…
–Bueno, mi niño, tienes quince primaveras. ¡Se supone que estés cachondo todo el tiempo!
–Sí. ¡Lo estoy! Me preguntaba si te gustaría hacerlo de nuevo. Ya sabes, ¿lo que hicimos anoche? No me importaría un curso de actualización. Además, fue divertido.
–Puedo decir que mi culo no tiene planes para esta noche –dijo Daniela, divertida–, así que, si me quieres meter ese pito incansable, adelante. De hecho, yo también me estoy empezando a sentir cachonda…
–¡Qué feliz coincidencia!
–Hagámoslo aquí mismo –dijo Daniela. Usó el control remoto para apagar la televisión y se puso de pie. Se quitó la bata, revelando que no llevaba nada debajo. Estaba completamente desnuda. Era la primera vez que Tomás la veía así.
–Te ves fantástica, mamá –comentó Tomás–. ¡En serio! ¡Tienes un cuerpazo!
–Gracias, cariño –gorjeó Daniela, acariciándose sus hermosas tetas rematados por duros pezones rosados, tan tiesos como se estaba poniendo la verga de su hijo.
Tomás se puso de pie y comenzó a desvestirse. Daniela subió las escaleras y cuando regresó con el pote de lubricante, su hijo estaba desnudo, frotándose su miembro erguido.
Daniela se sentó en el sofá y Tomás inmediatamente se acercó y le presentó el miembro.
–Engrásame mamá –le ordenó alegremente–, yo haré lo mismo contigo.
–Me encanta esta hermosura –comentó Daniela mientras echaba chorritos de lubricante en sus manos y, como había hecho la noche anterior, comenzaba a acariciar, frotar y bombear la palpitante erección de su hijo. Pronto, estuvo agradable y resbaladizo.
Daniela, entonces, se arrodilló en el sofá. Empujó su delicioso culo bien hacia afuera, de modo que su ano cubierto de vello se veía perfectamente entre sus glúteos abiertos. A Tomás le encantaba el comportamiento de su madre, tan desinhibido y hasta casual, a pesar de la naturaleza del acto.
–Te toca.
–Ahí vamos –dijo Tomás, mientras aplicaba lubricante en la raja del culo de su mamá. Tocó primero el ano con cariño, empujando el dedo hasta el primer nudillo, engrasando su recto y aflojándolo al mismo tiempo.
–Estoy lista, mi amor –dijo la rubia, después de unos minutos, impaciente por la verga de su niño–. Móntame. Ven y folla a tu mami por el culo. ¡Muéstrame lo que aprendiste, mi pequeño estudiante de sodomía!
Tomás dio un paso adelante y guió su glande hacia el culo engrasado de la hembra que lo había traído al mundo. Empujó con firmeza y pronto su pene comenzó a deslizarse hacia las entrañas de su madre. Daniela arqueó la espalda y ronroneó encantada, su cuerpo desnudo temblando de lujuria, cuando la verga de su hijo se empezó a abrir paso. Pronto, el adolescente ya se la había metido por completo.
–¡Uuuuuh, mamá, sí, me encanta! –balbuceó Tomás–. ¡Te estoy enculando, mamá! ¡Estoy dentro de tu culo hermoso!
–¡Fóllame Tomás, fóllame! ¡Vamos, fóllate a la perra en celo que es tu madre!
–¡¡Toma, mamita, tomaaaaaah, toma mi verga!!
Gruñendo de lujuria, Tomás nalgueó a Daniela mientras deslizaba su instrumento adentro y afuera del culo caliente y resbaladizo de la rubia. La enculaba con embestidas largas y profundas. Ambos estaban en el cielo absoluto.
–¡Móntame! ¡Móntame hasta el fondo, cariño! –gritó Daniela–. Fóllame duro y hasta el fondo de mi culo. Uuuuuf.... ¡Hijo de puta, le estás follando el culo a tu mamá y la estás haciendo sentir tan bien!
Tomás sonrió el cambio en el comportamiento de su madre: había pasado de una casual lascivia a una pasión acalorada. Empezó a follarle el culo más rápido.
–Tienes un culito tan hermoso, mami –le dijo–. ¡Y está tan apretado! ¡Oh, sí, estoy orgulloso de ser un hijo de puta con una madre tan buenorra como tú!
–Haz que mamá se sienta bien!! ¡¡Nnnnnngh!! ¡¡Eso es, más fuerte, más rápido!! ¡¡Uh, uh, uh!!
Tomás dio embestidas cada vez más rápidas. Ambos estaban sudando y jadeando con fuerza mientras se entregaban a su juego incestuoso. Abandonaron por completo la pretensión de que esto era una especie de lección y, en cambio, los dos simplemente la estaban pasando muy bien.
–¡¡Mierda, sí, me estoy corriendo!! –jadeó Tomás unos momentos después, embistiendo con furia–. ¡Oh, carajo, sí...! ¡¡SÍ!! –Empujó su verga hasta la base en el recto de su madre y dejó que sus huevos explotaran. Soltó un montón de chorros calientes de leche fresca en el colon de su madre.
–Uuuuuuuh –gimió Daniela, sintiendo que sus intestinos se llenaban con la divina semilla de su hijo–. Oh, sí, cariñoooooh... Sí, eso es, todo, suelta todo… Córrete en mi culo... ¡Siento tu leche llenando mi agujero, hijo de puta! ¡UUUUH!
Tomás suspiró felizmente después de haber depositado lo último de su semen en el recto de su madre.
–Eso estuvo genial, mamá –comentó.
–Vaya que lo estuvo, cariño –dijo Daniela, mirando por encima del hombro–. Me parece que ya eres un maestro en el arte de follar culos.
–Entonces, ¿aprobé mi examen de sexo anal, mamá? –preguntó Tomás.
–Claro que sí.
–¿Qué calificación me pones?
–¡Pues un 10, por supuesto!
Tomás soltó una risita y luego deslizó su falo semidura fuera del recto de su madre. Se dejó caer en el sofá, todavía recuperando el aliento. Daniela se puso de pie y se sentó junto a su hijo, acurrucándose contra él. Su carne desnuda brillaba por el sudor.
Durante varios minutos, permanecieron así, felices y en silencio. Al cabo de un rato, Daniela se levantó y dijo que iba al baño.
–Voy a poner a calentar agua –dijo Tomás, levantándose también del sofá y poniéndose su ropa.
Daniela fue al baño de arriba. Necesitaba limpiarse el esperma que se escapaba lentamente de su culo. Iba a agarrar un pañuelo, pero en lugar de eso tuvo una idea traviesa. Se puso en cuclillas y puso su mano debajo de su ano. Luego, relajó su esfínter. Segundos después, grandes goterones del semen de Tomás cayeron desde su ano hasta su mano. Una vez que expulsó casi todo, Daniela se puso de pie y admiró el gran charco de semen viscoso en su mano. Luego, lasciva y hambrienta, la rubia comenzó a lamerse su palma, engullendo la lefa de su hijo amado. Tenía un sabor delicioso, encantador, cálido, un poco salado ¡Ahora quería beber más leche de su hijo, quería beberlo como champán y bañarse en él!
Después de limpiarse las manos y orinar, Daniela bajó las escaleras y se puso la bata y luego ayudó a Tomás a preparar la cena.
Después de la cena, miraron un rato la televisión, como una madre y un hijo normales.
Una hora después, Daniela dijo que estaba un poco cansada y que se iba a la cama.
–Yo también debería ir a acostarme –dijo Tomás, apagando la televisión.
–¿Quieres pasar por mi habitación antes? –Daniela le preguntó a su hijo con una sonrisa traviesa–. Nada como un buen revolcón para dormir bien.
–¡Vamos!
Se apresuraron a subir a la habitación de Daniela. Pronto estuvieron desnudos y Daniela se puso e cuatro patas, con su hermoso trasero desnudo levantado y listo para recibir atención. Después de engrasar su verga y luego el ano de su madre, Tomás se arrodilló detrás de ella y, con creciente habilidad y rapidez, la penetró profundamente por su agujero de atrás. La montó por el culo durante una buena media hora e hizo que su madre llegara al clímax dos veces antes de que finalmente le llenara una vez más el recto con su semilla caliente.
El muchacho, un jovencito de cabello castaño claro, delgado y alto, estaba sentado en su cama, vestido con un pantalón deportivo negro y una camiseta blanca. Su habitación estaba iluminada sólo por la lámpara de su mesita de noche y el resplandor del televisor que había en una esquina.
-Pues… Problemas de polleras, supongo –respondió Tomás.
-¿Quieres hablar de ello? –dijo Daniela, entrando en la habitación.
-Bueno, está bien –dijo Tomás y silenció la televisión con el control remoto.
Tomás estaba de novio en serio con una chica llamada Florencia hacía ya seis meses. Lo llamativo era que ella le llevaba dos años, lo cual hablaba a las claras de lo apuesto que era él. Durante la adolescencia, las chicas parecen tener ojos sólo para los muchachos mayores.
-Bien, cuéntale todo a mami –dijo Daniela con la dulzura de la que son capaces sólo las madres, sentándose al lado de su hijo. Vestía en ese momento con un ajustado pantalón negro y un suéter rosa.
-A ver…
Vivían solos en los suburbios de la ciudad de quizás no conviene revelar por obvios motivos. Doce años atrás, poco después del tercer cumpleaños de Tomás, su esposo había muerto en un accidente de tránsito. Durante unos años, gracias al cuantioso pago del seguro de vida de su difunto marido, Daniela se quedó en casa para hacerse cargo de su hijo a tiempo completo, lo cual estrechó la relación entre ambos hasta el máximo. Cuando Daniela sintió que su duelo y -más importante aún- el de Tomás habían concluido, volvió a su trabajo en el mercado inmobiliario. El muchacho ya estaba en condiciones de hacerse cargo de él y de la casa mientras ella no estaba. Era muy maduro para su tierna edad, pero eso no impedía que a veces necesitara pedirle consejos a su mamá.
-¿Florencia rompió contigo, corazón? –preguntó Daniela, poniendo una mano en la pierna y acariciándosela.
-No, no. Para nada –se apresuró a responder Tomás-. Todo lo contrario. Ella quiere… Ya sabes, “hacerlo”. ¡Mañana!
-Oh, ya entiendo –dijo Daniela, para nada sorprendida. A ella le había tocado perder su virginidad a los catorce con un primo lejano de la misma edad, así que no le parecía raro que su amado retoño también lo hiciera a esa edad. De hecho, le parecía un poco raro que su hijo y su novia no lo hubieran “hecho” ya, dada la cantidad de tiempo que pasaban juntos y la actitud positiva sobre el sexo que había tratado de inculcarle desde pequeño. Es decir, había hablado de sexo por primera vez con él a los diez años, y hasta le regaló una revista porno bien guarra para su décimo tercer cumpleaños sabiendo que ya se masturbaba (“no quiero que trates de comprar una y te avergüences o, peor aún, te frustres si algún vendedor demasiado estirado te dice que no te la puede vender”, le había explicado aquella vez). Tomás rió nervioso, rojo como un tomate, aunque no le alcanzaban las palabras para agradecerle a su mamá. Se pajeó incontables veces con su regalo en los años que siguieron. -¿Sientes que todavía no estás listo?
-No exactamente.
-Vamos, cuéntame todo –le urgió Daniela.
-Florencia quiere seguir siendo virgen. Hasta que se case. Hasta ahora entre nosotros sólo ha habido manoseos y… Algo de sexo oral. Pero ahora se le ha metido en la cabeza la idea de tener sexo al 100%. Pero no quiere dejar de ser virgen. Al menos, no en el sentido tradicional. Quiere que tengamos, ejem, sexo anal. Ya sabes. Por atrás.
-Oh, ya capto –asintió Daniela-. ¿Y cuál es el problema, mi vida? ¿Tú no quieres? Si no quieres, simplemente tienes que decírselo.
-¡Yo quiero hacerlo! Pero, no sé… Siento que es algo sucio. Quiero decir, metérsela por el culo… Por ahí caga, ¿no?
-Si cagara por otro lado, tendrías una novia muy rara, amor.
Tomás rió. La tensión se había aflojado un poco.
-Tienes razón, jaja. Pero lo cierto es que siento que es sucio en más de un sentido. Como si al tener sexo anal nos volviéramos unos pervertidos. Sé que a veces lo hacen hombres y mujeres, pero en su gran mayoría, es algo propio de, ejem, homosexuales.
-Un montón de varones heterosexuales lo hacen con mujeres. De hecho, la mayoría de los hombres fantasean con el sexo anal, pero no hay tantas mujeres dispuestas a practicarlo. Así que deberías considerarte afortunado.
-¿Alguna vez tuviste sexo por ahí? –preguntó Tomás, esperando que no fuera demasiado hacerle una pregunta tan íntima a su mamá.
-Claro que sí. A tu padre le encantaba, me lo hizo un montón de veces. ¡Nunca se cansaba de mi culo! Mi novio anterior también era aficionado, con él me inicié.
-Entonces no es algo tan pervertido, ¿no?
-Bueno, eso depende de cada persona a la que le preguntes. A algunos les gusta, a otros no. A un montón de hombres les gusta porque sienten que es “picante”, o hasta podríamos decir que “sucio”. Y a las mujeres que lo disfrutan lo hacen por los mismos motivos. Siendo sincera, mi vida, estoy segura de que te va a encantar. De nuevo, vas a darte cuenta de lo suertudo que eres al tener una novia que te lo está pidiendo.
-Ah, bueno… Qué bien.
-A menos que Florencia se arrepienta a último momento –agregó Daniela con seriedad-. No quiero arruinar tu entusiasmo, pero es posible que una mujer diga que quiere tener sexo anal, sólo para cambiar de parecer justo cuando estás a punto de metérsela.
Tomás sonrió.
-Ella ya lo ha hecho antes –explicó-. Con su exnovio. Me contó que le gustó mucho.
-Problema resuelto, entonces. Ella quiere y a ti te va a gustar, estoy segura.
-Hay un problemita –agregó Tomás, con timidez-. Le conté una mentira blanca a Florencia. Le dije que también había tenido sexo anal con última novia, pero no es cierto. Nunca tuve sexo anal con nadie.
-Ajá, ya veo. Y te preocupa quedar como un inexperto, ¿no?
-Claro. Le pregunté si a una chica le duele cuando se la meten por atrás y ella me respondió que no, siempre y cuando el hombre sepa lo que está haciendo. Me dijo eso después de haberle dicho que ya tengo experiencia. Me preocupa que no lo haga bien y se dé cuenta de que no le dije la verdad y se enoje y me deje. Mierda, no debería haberle mentido…
-Entiendo tu problema, mi vida –dijo Daniela-. Sin embargo, la verdad es que no hay mucho que aprender al respecto. Lo principal y más importante es usar mucho lubricante. Nunca es demasiado. Está apretado allá atrás, jeje.
Tomás asintió, tomando nota mental del dato vital que acababa de recibir.
-Hay que ir despacio –continuó Daniela-. Lo más complicado es introducir la cabeza del pito en el orificio del culo. Luego, es todo cuesta abajo. Métesela despacio. Si te dice que le duele, se la sacas con suavidad y le echas un poco más de lubricante.
-Entendido.
-¿Te tranquilizaste un poco?
-Sí, mamá. Gracias por la ayuda. Lo aprecio mucho.
-Todavía estás nervioso, ¿no?
-Es que no puedo evitarlo. Florencia es dos años mayor que yo. No quiero quedar como un niñito sin experiencia, jeje.
-Comprendo, mi vida. Te cuento un pequeño secreto, ¡nosotras también nos preocupamos por lo mismo! Pero tú vas a estar bien. Florencia parece una chica amable y madura.
-Sí, ella es lo máximo.
Daniela se lamió los labios, mirando el techo. Pareció pensar algo con mucho detenimiento por unos instantes.
-Vas a estar bien, mi amor –dijo la rubia. Poniéndose de pie con decisión, agregó: -Pero lo mejor sería que le agregáramos una lección práctica a la teoría que acabo de darte. -Le dedicó una sonrisa traviesa a su hijo, quien no entendía lo que su madre acababa de insinuar. -Le dijiste a Florencia que ya habías enculado a una chica, ¿verdad? Si hacemos que eso ocurra esta noche, dejará de ser una mentira.
Tomás guardó silencio, atónito.
-¿Eh? –fue lo único que pudo decir.
Daniela volvió a lamerse los labios, pero esta vez lo hizo sintiendo cosquillas en su entrepierna. Su expresión era guarra.
-Yo soy una chica. O, en todo caso, una mujer. Vendría a ser lo mismo, pero con más kilometraje –dijo, dejando escapar una risita. Se dio vuelta, y aferró sus duras nalgas. Su redondo culo quedaba realzado a la perfección con el pantalón negro que vestía. -¡Además, tengo un culo!
Le llevó casi un minuto a Tomás entender la propuesta de su mamá, que seguía sobándose el culo a pocos pasos de él
-Ejem… ¿Estás sugiriendo que, ejem, te la meta por, ejem, atrás?
-Mmmmmm, eso es correcto, mi amor –dijo Daniela, un poco sorprendida consigo misma por lo que acababa de hacer por impulso, pero consciente de que ya no había vuelta atrás. –Te vas a sentir más seguro si tienes una verdadera experiencia de sexo anal, y además voy a poder enseñarte qué debes hacer de una forma más, ejem, práctica. Si no quieres, no pasa nada. Pero quiero que sepas que estoy absolutamente dispuesta a tener sexo anal contigo si así lo deseas, por motivos educacionales, desde luego. –Sonrió y se sonrojó un poquito. Esto último era atípico en ella.
Tomás parpadeó. Todavía no caía. Aunque debía admitir que una lección a fondo previa a su próximo encuentro con su novia con otra hembra lo haría sentir muchísimo más seguro a la hora de encular a Florencia. Además, desde que su mamá le dio la espalda para que admirara su culo, su verga había empezado a despertar. No obstante, ¡era su madre quien lo estaba invitando a tener sexo! ¡Y por el culo! Fuera o no por “motivos educacionales”, la situación era picante, a falta de una mejor palabra.
Siendo completamente objetivo, Daniela era una atractiva rubia cuarentona, proclive a las sonrisas, de bellos ojos verdes ligeramente rasgados, más bien baja de estatura (su hijo medía 1,75 y casi le sacaba una cabeza), poseedora de un par de tetas de campeonato y un culito redondo que había logrado levantar y endurecer a fuerza de clases de gimnasia. Tomás estaba convencido de que era la hermana perdida de la actriz Tonisha Mills (protagonista de la primera película porno con la que se había pajeado), lo cual era muy cierto. La única diferencia apreciable era que Daniela tenía unos cuantos kilos más, algo completamente comprensible teniendo en cuenta su edad.
Por supuesto, le fue difícil a Tomás pensar en la propuesta de Daniela de una forma objetiva. ¡Era su madre! Y, no obstante, allí estaba, invitándolo a sodomizarla.
“¡Encular a mamá!”, pensó Tomás. “Creo que es un poco pervertido. Muy pervertido, de hecho. ¡Y suena divertido! Mucho mejor que una paja antes de dormir”, añadió la voz de su tremenda libido adolescente. “Bueno, es sólo para aprender a hacerlo bien y estar preparados para mañana”, puntualizó su raciocinio, rendido ante la lujuria.
-¡Bueno, está bien! –dijo Tomás, fuerte y claro, antes de que cualquier otro pensamiento de culpa pudiera hacerlo dudar.
Daniela sonrió, aliviada. No creía que su hijo fuera a acusarla de ser una pervertida, pero se preocupó un poquito durante los segundos que Tomás demoró en aceptar.
-Vamos a mi dormitorio –dijo Daniela-. Oh, pero antes déjame ir al baño.
***
-Desnúdate –dijo Daniela apenas entró en la elegante habitación iluminada tenuemente. La cama era amplia, cubierta con sábanas rojas de lino. Sugería pasión. Tomás pasaba escaso tiempo allí. Claro, la novedad de estar esa habitación palidecía al lado de la novedad de que su mamá le estuviera pidiendo que se sacara la ropa. Tomás le echó un vistazo al reloj. Era casi medianoche. No importaba, ya que al día siguiente no tenía clases. Justo estaban comenzando las vacaciones de invierno.
Tomás, que la había esperado de pie junto a una cajonera, comenzó a obedecer el pedido de Daniela con lentitud. Se sacó la camiseta y luego las medias. Daniela no se mostró dubitativa, para nada. Desabrochó sus pantalones negros y se los bajó, mientras canturreaba bajito. Esto le dio valor a Tomas, que se quitó sus pantalones y su ropa interior con más confianza. Tomás tenía un cuerpo más que apetecible, producto del deporte y la propia juventud. Todo parecía indicar que iba a ser tan o más alto que su padre, quien había medido un metro noventa. Exhibía una media erección. Su verga de diecisiete centímetros describía un arco desde su base hasta la gorda cabeza amoratada que se asomaba por el prepucio. Como tenía poco vello púbico, su instrumento se veía más grande todavía.
Después de quitarse los pantalones y las medias, Daniela se quitó su ropa interior rosa. Tomás esperó que se desnudara por completo, pero no lo hizo. Le sonrió y se acercó a él.
-Mmm, pero qué cuerpito más lindo tenemos aquí –dijo, pasando sus uñas rojas por el torso de su hijo-. Te ves sexy, mi amor.
-Tú también… Te ves sexy, mami –tartamudeó Tomás, sintiendo un escalofrío gracias a las caricias de Daniela. Por algún motivo, le pareció que se veía más erótica desnuda sólo de la cintura para abajo, que si hubiera estado completamente sin ropa. Aunque su suéter rosa era de cuello cerrado y no dejaba ningún escote a la vista, era imposible disimular las amplias tetas que se insinuaban debajo.
-Me parece que ya no eres mi pequeñito –dijo Daniela, sujetando con todo cariño la verga de Tomás.
-No, mamá… -dijo Tomás, sintiendo el galope de su corazón en el pecho. Florencia le había hecho pajas y hasta se la había mamado un par de veces, así que sentir a una hembra tocando y acariciando su pene y sus bolas no era algo nuevo. Sin embargo, seguía siendo una sensación inusual en su vida. ¡Ahora más que nunca porque su propia madre era quien lo hacía!
Daniela dio un paso atrás. Tomás aprovechó y contempló la gran densa jungla de vello púbico rubio oscuro que cubría la entrepierna de su mamá. Daniela fue hasta su mesita de noche y hurgó en uno de sus cajones. Tomás, entonces, aprovechó y le dio un buen vistazo a su culo.
-Qué culo más lindo tienes. Y tus piernas no se quedan atrás –dijo Tomás, sintiendo que lo correcto era que él también debía decir unos cuantos elogios.
-Gracias, cariño –respondió Daniela. Se dio vuelta y le mostró a su hijo qué había estado buscando: un pote de lubricante.
-¿Eso vamos a usar para, ejem, lubricar, mamá?
-¡Así es! –respondió Daniela y se sentó al borde de la cama-. Acércate.
Tomás le hizo caso, su verga moviéndose de un lado a otro mientras caminaba. Daniela colocó una generosa cantidad de lubricante en su palma izquierda. Sin mayor ceremonia, llevó su mano al instrumento de Tomás y lo untó con el lubricante. Dejó el pote a un lado y, ahora con ambas manos, esparció el espeso líquido. Con la mano derecha se encargaba de la mitad inferior de la verga, mientras que con la izquierda lubricaba la otra mitad, hacienda especial énfasis en el glande. Una vez que el lubricante estuvo bien esparcido, Daniela comenzó una paja lenta. Tomás se mordió el labio inferior, tratando de no dejar escapar los suspiros que necesitaba soltar. Pensó que si el sexo anal era tan bueno como esto, no tardaría nada en eyacular.
-Qué… Bien… –dijo al final.
-Bien engrasado – dijo Daniela, divertida. Soltó el pito de Tomas y lo admiró: un caliente pedazo de carne adolescente, duro como el acero, goteando lubricante y dando saltitos.
-Gracias, mami.
-Eso es sólo la mitad del asunto –declaró Daniela, levantándose y limpiándose las manos con un pañuelo descartable que sacó de su mesita de noche-. Mi culito también necesita que lo lubriquen, mi amor. ¿Puedes ayudarme?
-Claro que sí –respondió Tomás, tratando de disimular el temblor en su voz. ¡Estaba por tocar un culo! ¡Y lo luego lo penetraría! La idea de estar a punto de montar a una preciosa hembra madurita lo excitó hasta alcanzar niveles insospechados. Que la hembra fuera su madre solo contribuía a la excitación. Se preguntó por qué, pero inmediatamente desechó la interrogante. No era hora de un análisis freudiano, sino de aprender y disfrutar.
Daniela se subió a la cama y se puso en cuatro patas, levantando su culo. Separó sus rodillas, de modo que sus nalgas se separaron. Al ver a su mamá colocándose en una posición que le daba acceso completo a su ano, Tomás sintió que le daría un infarto.
-Coloca un poco en la entrada, mi cielo, y luego usa un dedo para lubricar por dentro.
-Muy bien…
Tomás tomó el pote y se colocó detrás de Daniela. No sólo su coño estaba replete de vello, su ano también exhibía unos cuantos pelitos: un puntito Rosado ubicado entre dos glúteos pálidos y geométricamente perfectos. Una vez, chupándole el coño a Florencia estando ella en cuatro, aprovechó para observar largo y tendido el orificio de su culo. El de ella no tenía vellos, y estaba entre dos nalgas considerablemente más pequeñas. Tomás experimento otro subidón de excitación al darse cuenta de que el de su mama era el primero de los dos culos que iba a penetrar en dos días.
El adolescente colocó el lubricante sobre el ano de Daniela y dejó caer una generosa cantidad. La rubia sintió un escalofrío y dejó escapar una risita.
-Está frío –dijo.
-Pronto se va a calentar –dijo Tomás, cada vez con más confianza. Dejó el lubricante a un lado y comenzó a deslizar sus dedos sobre el ano de su mamá. Describió círculos con la punta del índice, lubricando muy bien el agujero que iba a sodomizar. Insertó la punta del dígito, despacio, sintiendo de alguna forma que su mamá intentaba relajar su esfínter. Tan resbaladiza estaba la zona, que Tomás introdujo su índice hasta la segunda falange. El año de Daniela se tensó por un momento, pero enseguida volvió a distenderse.
-¿Estás bien, mami? –quiso saber Tomás.
-Sí, cariño, mmmmm… -suspiró Daniela.
Tomás metió aún más su índice en el culo de su madre, lento pero firme, hasta el nudillo. Le llamó mucho la atención la textura del recto de Daniela, sus paredes calientes y muy resbalosas, ondulándose alrededor de su dedo. Pasó unos minutos explorando esta interesante y tan íntima parte del cuerpo de su propia madre. Daniela gimió contenta, disfrutando de la exploración rectal que su hijo le propiciaba, encantada de poder darle una lección tan importante y práctica sobre la anatomía femenina.
-¿Se siente bien, mi amor? –preguntó Daniela.
-Sí, mami –respondió Tomás, quien no dejaba de mover su índice-. Se siente apretado y tibio.
-¿Sientes ganas de meter… tu pito ahí? –preguntó Daniela, cerrando los ojos por una pequeña oleada de placer.
-¡Sí! –respondió Tomas, casi babeando-. ¡Definitivamente!
-¿Tienes tu pito bien, bien duro?
-Ya lo creo, mami.
-Entonces no pienses que el sexo anal es sucio o pervertido o antinatural. Me refiero a que tu pito se está poniendo como una piedra mientras me metes un dedo. No tendrías esa reacción si esto estuviera mal, mi vida.
-Claro, ya.
-Bueno, mi culito ya está bien flojo, hijo. Flojo, caliente y bonito. Saca tu dedo y méteme ese instrumento hermoso que llevas.
-A la orden, mamá.
Tomás quitó su dedo del culo de Daniela. Se arrodilló con su pulsante y engrasada herramienta apuntando hacia arriba. Aferró la base de su verga y les dio golpecitos a las apetitosas nalgas de su madre con su glande. Recordando el consejo que le había dado (“hay que ir despacio”), contuvo su excitación e hizo presión con delicadeza, empujando su miembro lento pero firme. Daniela relajó su ano y, considerando que su hijo iba un poco más lento de lo que ella esperaba, echo hacia atrás su cuerpo.
-¡Oh! –dijo Tomás, abriendo los ojos como platos al ver que su verga se metía en el interior de su propia madre.
-Ooooooh, sí… Muy bien, mi vida, muy buen comienzo.
-¿Sigo metiéndola?
-Sí, mi amor. Mete el resto. Métemela toda. ¡Hasta la base!
Tomás aferró a su mamá por las caderas y continuó introduciéndole su miembro. Su progreso fue rápido: el esfínter de Daniela aceptaba el considerable volumen de su invasor. Pronto, Tomás enterró por completo sus diecisiete centímetros de hombría en el interior de su madre, su propia madre.
-Aaaaaah… Mamá… - jadeó, quedándose quieto al sentir las nalgas de su madre en su bajo vientre-. Qué bien… Se siente… Muy bieeeeen…
-¡Te dije que te gustaría! –dijo Daniela, su voz temblorosa de placer. Volvió a decirse a sí misma que estaba haciendo esto con fines educativos para tratar de ignorar el hecho significativo de que simplemente llevaba un buen tiempo deseando sentir una verga en sus entrañas. A decir verdad, Daniela realmente pretendía indicarle a su hijo el ABC del sexo anal. Pero, al llevar ya más de dos años sin un buen revolcón, no podía evitar sentirse cachondísima. No estaba segura de que su hijo hubiera aceptado una invitación a encularla sólo para satisfacer su sed de sexo, pero consideró que, ya que Tomás parecía estar disfrutando la experiencia como loco, ella podía dejar de fingir -al menos en parte- que se trataba de una actividad 100% educacional.
-Te quiero, mamita. Gracias por esto.
-Se siente muy bien tener en mi interior esa verga tan deliciosa que cargas. Florencia es una chica muy suertuda.
-Gracias, mamá. Me alegra que te guste. Eh… ¿De verdad se siente bien? ¿En serio?
-Mi cielo, es una de las mejores sensaciones del mundo. Se siento taaaaaaan bien. Apuesto a que mañana vas a sentirte súper seguro de ti mismo, ¿no? Cuando Florencia se ponga en cuatro y te mire por encima del hombro y te pida que la encules, ya vas a saber qué hacer. Eso, y lo bien que se siente. ¡Tanto para ti como para ella!
-Sí, mamá. ¡Gracias! En serio, eres la mejor madre del mundo. ¡Y encima eres la madre con el culo más lindo del mundo!
-¿Cuántos culos maternales has probado, pillo? –bromeó Daniela.
Ambos rieron. Tomás rió no sólo por la chanza de Daniela, sino por lo surreal de la situación. Había pensado que tendría una conversación de madre a hijo, luego ella le daría un besito de buenas noches y él se haría una paja para serenarse antes de dormirse. ¡Y aquí estaba, conversando con su madre mientras le enterraba la verga en el culo!
-Bueno, ahora –dijo Daniela, de golpe sonando seria-. Quiere que me montes. ¡Móntame como un perro se montaría una perra en celo! No puedes simplemente meterle la verga en el culo a una mujer y dejarlo quieto allí. Empieza a bombear. Sácala hasta dejar sólo la cabeza adentro, y vuélvela a meter. Fuerte y rápido o suave y lento, lo que te digan tus instintos. ¡Vamos!
-A la orden, mami.
Tomás agarró las caderas de su madre con más fuerza y comenzó a retirar el miembro de su culo. Cuando sólo quedaban adentro un par de centímetros, se detuvo por un instante para luego volver a introducirlo. Daniela dejó escapar un largo suspiro de placer. Sintiéndose confiado, Tomás repitió lo que acababa de hacer.
-Qué bien se siente, qué buenooooooh… -dijo Daniela, esclava de la lujuria.
Tomás alcanzó pronto un buen ritmo.
-Ooooooooh, mamá… Aaaaaaaaah… Te quiero. Mamá, ¡te quiero!
-Móntame, móntame. Soy una perra en celo, móntame.
-¡Wow, nunca te escuché hablar así, mami! –comentó Tomás entre jadeos.
-Eso es porque nunca me habías visto disfrutando del mayor placer que una hembra puede saborear, ¡una buena enculada! ¡Con una verga joven y llena de vida! Se… Uuuuuuuuuh… Se siente bien, mi vida, se siente muy bien, carajo. Estás enculando a mami, hijito, por si no te diste…. Aaaaaaaaah… No te diste cuenta. Y las que se dejan encular son todas sucias zorras. Si me vas a tratar como a una zorra, pues usaré… ¡Aaaaaaaaaaah! Usaré el lenguaje de las zorras.
-Me siento más… Mucho más cachondo escuchándote hablar así –dijo Tomás, aumentando el ritmo de la penetración.
-Si hablas así tú también, yo también me voy a poner más cachonda, hijo –gruñó Daniela, su cuerpo una caldera de sensaciones que partían de su recto-. Dime qué estás haciendo. Cuéntale a mamá qué estás haciendo. Cuéntame… Aaaaaaaah… Dimeeeeeeeeh…
-Te estoy enculando, mamá –jadeó Tomás.
-Sí, mi corazón. Sí, mi cielo. Eso estás haciendo. Le estás metiendo la verga a tu madre por el culo. ¿Te gusta? ¿Te gusta el culito apretado de mamá?
-Ooooooooh… Sí, mami. Lo amo. Amo tu culo. Me está encantando encularte como si fueras una zorra. Una zorra más grande que mi novia. Mucho más grande y más guarra.
-¡Más fuerte, más fuerte, más fuerte…! ¡AAAAAAAAAH…!
-¡Te estoy enculando y me encanta! ¡Voy a hacerle lo mismo a mi novia!
-¡Ooooooooooh…! ¡Sí, sí, sí, sí…! ¡MIERDA, VOY A CORRERME!
-¡Yo también! –gritó Tomás-. Ooooh, mamá, voy a… ¡MAMÁ, VOY A SOLTAR MI LECHE EN TU CULOOOOOOH…!
El semental adolescente pegó su pelvis contra las nalgas de su madre con fuerza. Una fracción de segundo después, un torrente de densa leche salió disparado de su verga. Sintió que su pene iba a explotar. El denso y abundante esperma llenó las paredes del conducto anal de Daniela. Tomás no soltó las caderas de su progenitora. Todo lo contrario: aumentó la fuerza de su agarre hasta que sintió que su verga ya había escupido todo el semen que guardaban sus huevos.
-Uuuuuuuuh… Puedo sentirlo, Tomás, mi amor. ¡Mierda! ¡Puedo sentir tu lefa en mis entrañas, hijo de puta! –tartamudeó Daniela.
-¡YA, YA, YAAAAAAAAA...! –anunció Tomás. Su cuerpo se sacudió al experimentar el placer supremo del punto máximo del orgasmo. Se apoyó levemente sobre su madre para no caerse, mientras la eyaculación hacía desastres con su equilibrio. Se dejó caer sobre el cuerpo de Daniela, su miembro sufriendo espasmos y temblores y la presión de las paredes del culo en que estaba. Nunca en su vida había soltado tanta leche, ni siquiera en sus pajas de varias horas de los fines de semana.
-Lléname, lléname. Lléname el estómago con tu lecheeeeeh… -dijo la rubia, apretando los músculos de su recto.
-¡CARAJO…! –dijo Tomás, y dejó escapar un suspiro, sintiendo cómo expulsaba el último chorro de esperma en los intestinos de Daniela.
Daniela se tomó unos minutos para recuperar el aliento. Permanecía en cuatro patas, a pesar del temblor que siempre le ocasionaban sus orgasmos fuertes. Su cabeza, con su cabello rubio muy alborotado, colgaba casi rozando la cama. Sentía su culo tan, pero tan lleno de semen, que pensó que, si estornudara, le saldría leche por la nariz.
-Eso estuvo increíble, mamá, increíble –murmuró Tomás, más para sí mismo que para que Daniela. Su verga, aún en las tripas de su mamá, daba saltitos.
-¿Te arrepientes de haber pensado que esto era pervertido? –preguntó Daniela, mirando a su hijo por encima del hombro.
-Claro que no –respondió Tomás, con una sonrisa socarrona-. Pienso que es lo más pervertido de todo el mundo. ¡Y por eso es tan genial!
Daniela soltó una risotada.
El pito de Tomás se deslizó del culo de Daniela. Un gran goterón de esperma salió y corrió por la cara interna de su pierna izquierda.
-¡Puaj, te está saliendo leche del culo, mamá! ¡Qué asco!
-Si el sexo no es al menos un poco asqueroso, ¿entonces no lo estás haciendo bien! –dijo Daniela. Rodó y se recostó, exhausta. Si se le prestaba atención a su aspecto, Daniela estaba radiante, su rostro se veía fresco, rejuvenecido y más bonito que de costumbre.
-Si tú lo dices…
-Eso sí. La higiene es algo completamente necesario. Tienes que tenerlo en mente mañana, cuando estés con tu chica. ¿Recuerdas que antes de venir fui al baño? Fue para higienizarme el culito propiamente y así reducir el riesgo de accidente, mi amor. Mañana puedo explicártelo en detalle.
Tomás se arrodilló junto a su mamá, un poco avergonzado porque su verga morcillona cubierta de lubricante y lefa estaba a pocos centímetros del rostro de su progenitora. Un residuo de pudor que no tardaría en desaparecer.
-Eso estuvo genial, mamá. Gracias.
-Fue un placer.
-Eh, dime, ¿acabaste? ¿Te corriste en serio?
-¡Sí, señor! Se me ocurrió fingir un orgasmo para darte confianza. Pero no hizo falta. Tuvo uno ciento por ciento real –dijo la rubia, sonriendo con la ternura de la que sólo una madre es capaz. De pronto, se puso seria.
-¿Qué pasa, mamá?
-Mi vida, no piensas mal de mí por esto, ¿no?
-¿A qué te refieres?
-Pues… -comenzó Daniela, encogiéndose de hombros-. Me siento un poquito… Rara por todo esto. Quiero decir, todo lo que hicimos estuvo bien, seguro, te enseñé a hacer las cosas como corresponde y de paso nos divertimos…
-Sí, mamá, así es.
-El problema… -continuó Daniela-. Verás, me siento un poco culpable porque creo que me dejé llevar. Usé palabrotas e incluso te pedí a los gritos que me montaras. No sé… No sé si es algo muy maternal que digamos.
Tomás dejó escapar una risotada.
-¡No te preocupes, mami! Eres mi madre, claro, pero también eres una mujer. Supongo que tienes tus, eh, necesidades sexuales y tus, eh, sentimientos. No me parece que sea ilegal que una mujer tenga un orgasmo o se sienta cachonda sólo porque ya ha tenido un hijo.
-Muchas gracias, cariño –dijo Daniela. Sintió su pecho hincharse orgullo al tener un hijo de mente tan abierta y evolucionada que supiera expresarse con tal elocuencia. Si bien se sentía un poco culpable por haberse comportado como una cualquiera, pesaba más que a su hijo no le hubiera molestado de ninguna manera tal comportamiento.
-Además –añadió Tomás-, si te hubieras quedado quieta y sin decir nada, me hubiera sentido fatal. Me siento orgulloso por tu corrida. Y daré lo mejor de mí mañana para que Florencia se corra también.
-Estoy segura de que así será, cariño –dijo Daniela, sonriendo-. De hecho, lo mejor será que le hables como lo hicimos hace un rato. Sé grosero. Mientras más palabrotas uses, mejor te irá. Me da la impresión de que Florencia es una chica, ejem, buscona. Probablemente le gustará que seas zafado y grosero. Solamente a las mujeres tristes y aburridas pueden gustarle esos tipos sensibles que sólo se interesan por conversar e ir a museos. A las hembras de verdad, seguras de sí mismas y con carácter, como yo y seguramente Florencia, nos gustan los hombres que nos llevan en brazos hasta la habitación, nos arrojan a la cama y no dejan de montarnos hasta que les rogamos que paren.
-Está bien, mami –respondió Tomás, ansioso por poner en práctica semejantes consejos.
La rubia hembra se incorporó y le dio un besito a su hijo en la mejilla.
-Ya es tarde, mi vida. Sería mejor que vayas a dormir. Yo iré a ducharme.
-Seguro, mamá. Eres la mejor.
Tomás se levantó, alzó sus prendas y, luego de decirle buenas noches a su madre, fue a su dormitorio. Se sentía magnífico. ¡Y también cachondo! A pesar de haber eyaculado como nunca antes hacía minutos, su verga empezaba a revivir. Así que, antes de dormir, se hizo dos pajas lentas, recordando la hermosa vista de su madre en cuatro patas.
Mientras tanto, en el baño, Daniela se desnudó y se metió a la ducha. Pasó un largo rato masturbándose, metiéndose dedos en su coño y también en su culo, rememorando los eventos de la noche.
–Mis padres ya se fueron –dijo Florencia por teléfono.
Eran casi las cuatro de la tarde, y los padres de Florencia, como estaba planeado, había ido a visitar a una tía. Se habían llevado al hermanito menor de Florencia, dejándola sola en la casa.
–¡Genial! –dijo la voz de Tomás por el teléfono–. Iré pronto.
–Date prisa, mi vida –pidió Florencia–. No aguanto más.
–Yo tampoco. ¡Nos vemos!
Florencia colgó. Estaba emocionada ante la perspectiva de tener sexo por fin con su nuevo novio. Hablaba en serio sobre preservar su virginidad (en el sentido tradicional, al menos) hasta que se casara, pero ciertamente no iba a negarse el placer de sentir buenas vergas durante su adolescencia. Ella misma le había sugerido el sexo anal a su último novio, quien se la había montado por el culo más de una veintena de ocasiones durante su breve romance, el año pasado. Florencia amó la sensación de un falo llenando su culo apretado. Había practicado sexo oral con Tomás, sí. Pero, por más que le encantara hacer mamadas y que le comieran el coñito, realmente sentía que sólo recibir la herramienta de Tomás en su recto, dentro de sus limitaciones autoimpuestas que prohibían el sexo vaginal, sería equivalente a “recorrer todo el camino” y tener una intimidad adecuada para una pareja moderna.
Florencia era una chica bastante alta, superando por dos o tres centímetros a Tomás. Si bien era delgada, tenía un lindo culo redondito y bien formado. Sus tetas no eran más grandes que el promedio, pero sin duda no eran pequeñas. En todo caso, tenían el tamaño justo. Su ondulado cabello castaño oscuro le llegaba un poco más allá de los hombros. Su piel era pálida y poseía un rostro dulce, con grandes ojos verdes que a menudo lanzaban miradas intensas y contemplativas. Tomás le había dicho un par de veces que se parecía a Mathilda Fessier, una actriz que le encantaba. No pudo evitar reírse cuando descubrió que la tal Mathilda se dedicaba a la pornografía.
Florencia era bastante extrovertida y muy habladora, lo que contrastaba con el comportamiento tranquilo y reflexivo de Tomás. El muchacho la había invitado a salir hacía seis meses después de intercambiar unas cuantas conversaciones casuales en los recreos de la escuela. Al principio, había asumido que ese chico apuesto y de espalda ancha tenía su edad. Descubrió después de su primera cita que en realidad era dos años más joven, pero no le molestó de ninguna manera. Tomás era divertido, pero también era maduro e inteligente, mucho más que la mayoría de los chicos de su edad. Y, claro, tenía una herramienta irresistible entre las piernas.
Estaba emocionada. Tenía la casa para ella y su novio pronto estaría presente. Tomás vivía a unas pocas calles de distancia, por lo que tardaría unos quince minutos en llegar, dándole a ella tiempo suficiente para algunos preparativos de última hora. Ya se había dado un buen baño a la mañana, así que se desnudó frente al espejo y revisó una última vez su delgado cuerpo adolescente. Sus tetas redonditas y juveniles se veían jugosas y atrevidas, con deliciosos pezones rosados que contrastaban con su carne pálida. Su estómago era perfectamente plano, sus extremidades delgadas y su sonrisa magnífica. Se había recortado un poco el triángulo de vello púbico de su entrepierna, aunque Tomás le había aclarado en más de una ocasión que prefería que no se depilara. Por supuesto, era el ano de la joven lo que iba a ser el centro de atención en breve, por lo que Florencia se agachó y sostuvo un espejo de mano debajo de su trasero. Se miró el culo. Recientemente habían brotado algunos pelitos a su alrededor de su agujerito, pero (y aunque a Tomás le gustaran las hembras velludas) no quería ningún pelo la primera vez que él usara su puerta trasera. Se había quitado los vellos con una pinza de depilar. Su ano rosado ahora estaba tan despejado como era posible.
Se puso de pie y colocó el espejito sobre su cómoda. Se roció con perfume y se vistió. No tenía intención de quedarse vestida por mucho tiempo, así que no se molestó en nada elegante; una camiseta sin mangas amarilla y pantalones negros muy cortos. Con sus largas piernas expuestas casi al 100%, bajó descalza las escaleras.
En ese momento, sonó el timbre. Parecía que Tomás había caminado bastante rápido. Eso demostró que estaba interesado. Florencia sonrió con picardía y abrió la puerta.
–Hola, mi amor –dijo.
–Hola, señorita –respondió Tomás, sonando confiado y seguro de sí mismo gracias a la sesión de práctica de la noche anterior con su madre–. Te ves muy bien.
–Gracias. Tú también. Adelante.
Tomás entró en la casa de su novia. Sólo llevaba puestos pantalones de jean negros y una camiseta blanca sin mangas, con su cabello rubio casualmente desaliñado.
–Estamos solos –le aseguró Florencia a Tomás mientras cerraba la puerta, notando la forma en que su novio miraba a su alrededor–. Solo tú y yo. –Tomó las manos de Tomás y miró la cara del apuesto chico. Le dio un prolongado beso de lengua. –¿Quieres hacer esto? –le preguntó. Había detectado una pizca de reserva en Tomás al discutir sus planes el día anterior y quería estar segura de que Tomás estuviera tan entusiasmado como ella.
–Definitivamente –dijo Tomás, sonando muy seguro de sí mismo. Alargó la mano y pellizcó la nalga izquierda de Florencia–. Casi corro todo el camino hasta aquí. Te amo en serio, Florencia. No puedo esperar para darle una buena enculada a tu culo tan lindo.
–¡Oooh, descarado! –dijo Florencia, fingiendo ser remilgada. Aunque Tomás generalmente era un poco confiado con ella, no era normalmente tan extrovertido y lascivo. Su nivel de cachondez dio un salto–. Vamos arriba –dijo con la voz innecesariamente baja. Apretó la entrepierna de Tomás, sintiendo la dureza de su pito a través de la tela gruesa de sus pantalones. –Quiero esta verga dentro de mí.
–¡Vamos! –exclamó Tomás, y levantó a Florencia, llevándola en sus brazos como un hombre que lleva a su novia al otro lado del umbral. Florencia se rió y pasó un brazo alrededor de Tomás mientras él la cargaba escaleras arriba. Florencia estaba tan encantada con el repentino estallido de confianza y entusiasmo de su novio que no le importó en absoluto que su cabeza golpeara la barandilla dos veces.
Tomás entró en el dormitorio de Florencia en la parte trasera de la casa y dejó caer a la chica riendo tontamente en su cama de sábanas rosadas.
–¿Me sacas la ropa? –le preguntó Florencia a su amante–. Me siento perezosa.
–No es que haya mucho que quitar. Apuesto a que no estás usando sostén, ¿verdad?
Florencia negó con la cabeza, sonriendo con picardía.
–Ni bragas –agregó Tomás.
–Nop. Nada.
Tomás se arrodilló en la cama y deslizó los pantalones de Florencia por sus piernas largas y delgadas y los arrojó a un lado.
–Si llevaras bragas, te las sacaría con los dientes –comentó, admirando el coño expuesto y más o menos peludo de su hembra. Le acarició la entrepierna. Florencia dejo escapar una carcajada. Por muy zorra que fuera, no dejaba de tener diecisiete veranos. Acto seguido, Tomás le ayudó a quitarse la camiseta para terminar de desnudarla. Sus tetas firmes de pezones rosaditos rígidos y duros se veían deliciosas.
–Ahora quítate la ropa –instó Florencia.
Tomás saltó de la cama y se desnudó rápidamente, sin preocuparse por ninguna ceremonia. Pronto estuvo desnudo y Florencia miró con admiración el cuerpo de Tomás. Lo que más la emocionó fue su verga, un poco más de diecisiete centímetros de carne rígida y venosa. El chico había sido un poco tímido cuando practicaron sexo oral por primera vez, pero ahora estaba orgulloso de su gruesa herramienta.
–Quiero eso en mi culo –declaró Florencia, sonando como una golfa.
–Necesitaremos un poco de lubricante, ¿no? –dijo Tomás, tomando con orgullo su erección–. Esta verga no va a entrar en tu lindo y pequeño ano sin un poco de ayuda.
–¡Ta–daaaaah! –canturreó Florencia, estirando la mano y tomando una botella de aceite para bebés de su mesa de noche–. Esto servirá. Ven, acuéstate.
Florencia se incorporó y se hizo a un lado. Tomás se acostó en el centro de la cama, su verga rígida dando saltitos espasmódicos sobre su bajo vientre. Florencia vertió una buena cantidad de aceite para bebés directamente en el miembro de Tomás y luego la frotó suavemente. Pasó sus dedos por todo el miembro de su chico, retiró la abundante piel que recubría el glande, y comenzó a masturbar al chico.
–Oh, sí, qué bueno –murmuró Tomás.
–Ni se te ocurra correrte ahora –ordenó Florencia, bombeando la verga dura como el acero de Tomás–. Quiero que vacíes los huevos en mi culo.
–No te preocupes, lo haré –prometió Tomás.
Al cabo de unos minutos, Florencia dejó de pajear a su novio y le pidió que se hiciera a un lado. Una vez que lo hubo hecho, Florencia se puso de rodillas con su trasero levantado y abierto.
–Engrásame y fóllame –suplicó, sonando desesperadamente cachonda.
–Qué culo –murmuró Tomás, arrodillándose detrás de Florencia y pasando sus manos por su trasero. Dio un beso en cada una de esas nalgas firmes y suaves antes de tomar la botella de aceite para bebés y verter un poco directamente sobre el ano rosado de la adolescente. Dejó la botella a un lado y luego hizo exactamente lo que había hecho con su madre la noche anterior: movió suavemente la punta de su índice izquierdo en el ano de Florencia, antes de introducirlo suavemente. Florencia dejó escapar un suspiro de placer, tal y como lo había hecho Daniela la noche anterior, cuando el dedo de Tomás acarició su trasero. Pronto, Tomás introdujo todo su índice en el culo de la chica. Comenzó un suave mete–saca. Su ano se sentía apretadísimo y caliente, igual que el culo de su madre.
–Mmmm, qué bueno –ronroneó Florencia, apoyándose sobre los codos, con la cabeza hacia abajo y el trasero levantado hacia arriba. Separó las rodillas un poco más. Le encantaba estar con Tomás y quería demostrarle su confianza adoptando la postura más sumisa posible, dándole acceso total a su intimidad.
Tomás toqueteó el ano de Florencia durante uno o dos minutos más antes de arrodillarse tras ella, preparándose para penetrarla con su herramienta.
–¿Lista? –preguntó, mientras golpeaba con su mano izquierda una de las nalgas de la chica y agarraba la base de su verga con la mano derecha.
–Estoy lista –respondió Florencia, sonando increíblemente ansiosa por una buena enculada–. Fóllame, Tomás. Lléname el culo.
Tomás sonrió, la insistencia lasciva de Florencia le recordó a su madre. Se concentró en la tarea que tenía entre manos, aplicando presión con su pito en el ano de su chica. El ano bien engrasado de su novia no resistió mucho y pronto se abrió, la cabeza de la verga de Tomás se deslizó dentro de ella. Ya habría tiempo para pensar en su mamá más tarde…
–¡Uuuuuh, sí! –gimió Florencia–. ¡Oh, sí!
Tomás aferró las caderas de Florencia para mantenerla firme mientras continuaba penetrándola. Empujó hacia delante, lento pero seguro, metiendo milímetro tras milímetro de su miembro en ese conducto resbaladizo y caliente. Florencia se aferraba a las sábanas y escupía obscenidades mientras su recto se llenaba con la carne rígida de su chico.
–¡Nnnnngh, ahí estamos! –gruñó Tomás triunfalmente al encajar su pito por completo en el ano de su novia.
–¡Oh, hijo de putaaaah, qué buenoooooh, qué bueno eres! ¡Eres tan jodidamente bueno! –jadeó Florencia, su cuerpo desnudo temblando de éxtasis. Su último novio no estaba tan bien dotado como Tomás, así que (si bien le había dado algo de placer) no era nada comparado con la alegría de sentir la larga y gruesa erección de Tomás enterrada en su culo–. ¡Fóllame Tomás, fóllame el culo!
–Como quieras, putita mía –dijo Tomás, y comenzó a taladrar el culo de Florencia–. ¡Oh, sí, qué culo hermoso tienes! ¡Oh, sí, qué culo, qué culo tan apretado!
–¡¡Fó…!! ¡¡Fóllameeeeeh, fóllame!! ¡Mi amor! –tartamudeó Florencia, abrumada por el placer mientras su amante entraba y salía de su recto–. ¡Dámelo, sí, eso es, nene! ¡Fóllame el culo!
Tomás clavó sus dedos en las caderas de su hembra y aumentó el ritmo, metiéndosela bien, bien profundo. Florencia gruñó y chilló de alegría, impresionada por la fuerza de los empujones de su novio. Tomás no se estaba conteniendo para nada.
–¡¡Estoy follándote el culo, Florencia!! –jadeó–. ¡¡Estoy follándote el puto culo!! ¡¡Mierdaaaaaah!!
–¡Eso es, más fuerte, bebé! –rogó Florencia–. ¡Fóllame más fuerte! ¡Oh sí! ¡Oh sí! ¡Ngggggggh…!
Después de casi diez minutos, Tomás sintió que su esperma ascendía. Quería contenerse, al menos hasta que Florencia llegara al clímax, así que disminuyó la velocidad. Pasó un rato moviéndose a un ritmo más lento. Cuando recuperó el aliento y su miembro se enfrió un poco, Tomás comenzó a empujar con fuerza de nuevo, haciendo gritar de placer a su novia.
–¡¡ME ESTOY CORRIENDO, ME ESTOY CORRIENDO, ME ESTOY CORRIENDO!! –gritó Florencia–. ¡Oh, sí, sí! –Corcoveó y se retorció, empujando su culo contra la entrepierna de su novio. Había disfrutado cuando su anterior novio se la había follado, pero nunca se había corrido con su verga en su culo. De hecho, no lo creía posible. En este momento, sin embargo, sin duda su cuerpo temblaba por un poderoso orgasmo que se elevaba desde su ano y se extendía a su coño, a pesar de que este último orificio no estaba recibiendo ninguna atención.
–¡Uh, uh, uuuuuh! –gimió Tomás, follando a Florencia fuerte y más rápido durante su clímax–. ¡Me voy a correr! ¡Mi amor! ¡También me corro! ¡Voy a correrme en tu culo...! ¡Oh, sí! ¡MIERDA!
Continuó la enculada con movimientos duros y rápidos mientras su esperma se elevaba y salía disparado.
–¡Uuuuuugh, llénameeeeh…! –dijo Florencia, apretando su ano mientras sentía que su recto se llenaba de semen. Su propio orgasmo todavía ondeaba a través de su cuerpo–. ¡Dame tu lefa! ¡Oh, mierda, sí, qué bueno, hijo de puta!
–Joder, sí –jadeó Tomás mientras empujaba su herramienta por última vez hasta el final en las entrañas de su hembra y echó lo último de su semen. Se colgó del trasero de Florencia por un momento antes de deslizarse fuera de ella. La joven, exhausta y bien follada, se dejó caer sobre su vientre. Tomás se tumbó a su lado y le acarició la espalda sudorosa.
–Eso fue hermoso –dijo Florencia, mirando a su amante adolescente, un poco enamorada–. ¡Fue genial!
–Seguro que sí –Le aferró una nalga y se la apretó amistosamente–. Me encanta todo de ti. ¡Especialmente tu culo!
Florencia estaba a punto de decir algo cuando de repente se escuchó el sonido de un automóvil que se detenía afuera.
–Mierda, son mis padres –dijo Florencia, saltando de la cama.
–Pensé que estarían fuera todo el día –dijo Tomás, levantándose de la cama y recogiendo su ropa instintivamente.
–Eso es lo que yo también pensaba –dijo Florencia, agarrando su propia ropa–. Rápido, vístete.
La puerta principal se abrió abajo. Los padres de Florencia no eran muy estrictos y probablemente se hacían a la idea de que su hija ya había hecho algo más que sólo tomar de la mano a sus novios, pero eso no significaba que estarían felices de encontrarla desnuda con Tomás. Los amantes adolescentes pronto estuvieron vestidos y luciendo razonablemente respetables. Florencia escondió la botella de aceite para bebé y entonces ella y Tomás bajaron las escaleras con indiferencia.
–Hola mamá –dijo Florencia, sonriéndole a su madre.
–Hola, cariño –respondió su madre–. Hola, Tomás.
Tomás sonrió y saludó, manteniendo su reputación de ser un chico educado y de buenos modales que iba a la iglesia todos los domingos e incluso leía la Biblia en sus ratos libres. El regordete padre de Florencia estaba en la puerta, quitándose los zapatos, mientras que su hermano menor pasó saltando y se dirigió a la sala de estar.
–Tu tía Ofelia está enferma –explicó la madre de Florencia a su hija mayor–. Por eso volvimos tan pronto.
Florencia y Tomás trataron de actuar despreocupados, pero en realidad estaban decepcionados de que sus planes de follar toda la tarde se hubieran arruinado.
Tomás pasó un par de horas más en casa de su novia. Se besuquearon un poco, pero no se atrevieron a hacer mucho más con el resto de la familia abajo.
***
Cerca de las ocho de la noche, Tomás regresó a su casa. Entró en la sala de estar donde encontró su mamá sentada en el sofá, viendo la televisión. Se había duchado y su cabello rubio estaba ligeramente húmedo. Sólo vestía una bata de baño roja.
–Hola, mamá –dijo Tomás, sentándose junto a Daniela.
–Hola cariño, ¿todo bien? –le preguntó Daniela.
–Todo en orden.
–¿Cómo te fue con Florencia?
–Lo hicimos –dijo Tomás con orgullo–. Estuvo genial. Gracias a tu, ejem, lección de anoche, salió todo bien. Tomé el control y me ocupé de que lo disfrutara.
Daniela se rió.
–Bien hecho, cariño.
–Seguí tus consejos al pie de la letra –explicó Tomás–. Hasta cargué a Florencia arriba y la dejé en la cama. Luego la follé hasta que se corrió.
–¿Tuvo su orgasmo? Así me gusta, cariño
–Gracias –se sonrojó Tomás, de repente encontrando surrealista esta conversación en la que su propia madre lo felicitaba por su destreza al follar, pero de una manera agradable.
–¿Cuántas veces lo hicieron? ¿Cuatro veces? ¿Cinco?
–Sólo una vez –admitió Tomás.
–¿Sólo una vez? Pensé que le darías al menos un segundo round.
–Iba a hacerlo, definitivamente, pero sus padres regresaron. No estuvieron fuera tanto tiempo como pensábamos que estarían.
–Oh, qué pena. Sabes, con mucho gusto saldré por unas horas en algún momento si quieres traer a Florencia aquí. No me importa que esta casa se use para actividades pervertidas. En lo absoluto.
–¡Gracias, mamá!
Hubo una pausa. Tomás se había sentido muy cachondo toda la tarde, casi tan pronto como recuperó el aliento después de sodomizar a Florencia. De hecho, su instrumento estaba rígido bajo sus pantalones.
–Te ves linda mamá –comentó, admirando la bata roja de su madre y la forma en que su cabello húmedo se veía despeinado de una manera sexy. ¡Hoy más que nunca era la hermana perdida de Tonisha Mills!
–Gracias, mi amor.
–Así me dice Florencia…
“¿Sabes? Me siento un poco cachondo. Digo, sólo lo hice una vez con Florencia y, ejem…
–Bueno, mi niño, tienes quince primaveras. ¡Se supone que estés cachondo todo el tiempo!
–Sí. ¡Lo estoy! Me preguntaba si te gustaría hacerlo de nuevo. Ya sabes, ¿lo que hicimos anoche? No me importaría un curso de actualización. Además, fue divertido.
–Puedo decir que mi culo no tiene planes para esta noche –dijo Daniela, divertida–, así que, si me quieres meter ese pito incansable, adelante. De hecho, yo también me estoy empezando a sentir cachonda…
–¡Qué feliz coincidencia!
–Hagámoslo aquí mismo –dijo Daniela. Usó el control remoto para apagar la televisión y se puso de pie. Se quitó la bata, revelando que no llevaba nada debajo. Estaba completamente desnuda. Era la primera vez que Tomás la veía así.
–Te ves fantástica, mamá –comentó Tomás–. ¡En serio! ¡Tienes un cuerpazo!
–Gracias, cariño –gorjeó Daniela, acariciándose sus hermosas tetas rematados por duros pezones rosados, tan tiesos como se estaba poniendo la verga de su hijo.
Tomás se puso de pie y comenzó a desvestirse. Daniela subió las escaleras y cuando regresó con el pote de lubricante, su hijo estaba desnudo, frotándose su miembro erguido.
Daniela se sentó en el sofá y Tomás inmediatamente se acercó y le presentó el miembro.
–Engrásame mamá –le ordenó alegremente–, yo haré lo mismo contigo.
–Me encanta esta hermosura –comentó Daniela mientras echaba chorritos de lubricante en sus manos y, como había hecho la noche anterior, comenzaba a acariciar, frotar y bombear la palpitante erección de su hijo. Pronto, estuvo agradable y resbaladizo.
Daniela, entonces, se arrodilló en el sofá. Empujó su delicioso culo bien hacia afuera, de modo que su ano cubierto de vello se veía perfectamente entre sus glúteos abiertos. A Tomás le encantaba el comportamiento de su madre, tan desinhibido y hasta casual, a pesar de la naturaleza del acto.
–Te toca.
–Ahí vamos –dijo Tomás, mientras aplicaba lubricante en la raja del culo de su mamá. Tocó primero el ano con cariño, empujando el dedo hasta el primer nudillo, engrasando su recto y aflojándolo al mismo tiempo.
–Estoy lista, mi amor –dijo la rubia, después de unos minutos, impaciente por la verga de su niño–. Móntame. Ven y folla a tu mami por el culo. ¡Muéstrame lo que aprendiste, mi pequeño estudiante de sodomía!
Tomás dio un paso adelante y guió su glande hacia el culo engrasado de la hembra que lo había traído al mundo. Empujó con firmeza y pronto su pene comenzó a deslizarse hacia las entrañas de su madre. Daniela arqueó la espalda y ronroneó encantada, su cuerpo desnudo temblando de lujuria, cuando la verga de su hijo se empezó a abrir paso. Pronto, el adolescente ya se la había metido por completo.
–¡Uuuuuh, mamá, sí, me encanta! –balbuceó Tomás–. ¡Te estoy enculando, mamá! ¡Estoy dentro de tu culo hermoso!
–¡Fóllame Tomás, fóllame! ¡Vamos, fóllate a la perra en celo que es tu madre!
–¡¡Toma, mamita, tomaaaaaah, toma mi verga!!
Gruñendo de lujuria, Tomás nalgueó a Daniela mientras deslizaba su instrumento adentro y afuera del culo caliente y resbaladizo de la rubia. La enculaba con embestidas largas y profundas. Ambos estaban en el cielo absoluto.
–¡Móntame! ¡Móntame hasta el fondo, cariño! –gritó Daniela–. Fóllame duro y hasta el fondo de mi culo. Uuuuuf.... ¡Hijo de puta, le estás follando el culo a tu mamá y la estás haciendo sentir tan bien!
Tomás sonrió el cambio en el comportamiento de su madre: había pasado de una casual lascivia a una pasión acalorada. Empezó a follarle el culo más rápido.
–Tienes un culito tan hermoso, mami –le dijo–. ¡Y está tan apretado! ¡Oh, sí, estoy orgulloso de ser un hijo de puta con una madre tan buenorra como tú!
–Haz que mamá se sienta bien!! ¡¡Nnnnnngh!! ¡¡Eso es, más fuerte, más rápido!! ¡¡Uh, uh, uh!!
Tomás dio embestidas cada vez más rápidas. Ambos estaban sudando y jadeando con fuerza mientras se entregaban a su juego incestuoso. Abandonaron por completo la pretensión de que esto era una especie de lección y, en cambio, los dos simplemente la estaban pasando muy bien.
–¡¡Mierda, sí, me estoy corriendo!! –jadeó Tomás unos momentos después, embistiendo con furia–. ¡Oh, carajo, sí...! ¡¡SÍ!! –Empujó su verga hasta la base en el recto de su madre y dejó que sus huevos explotaran. Soltó un montón de chorros calientes de leche fresca en el colon de su madre.
–Uuuuuuuh –gimió Daniela, sintiendo que sus intestinos se llenaban con la divina semilla de su hijo–. Oh, sí, cariñoooooh... Sí, eso es, todo, suelta todo… Córrete en mi culo... ¡Siento tu leche llenando mi agujero, hijo de puta! ¡UUUUH!
Tomás suspiró felizmente después de haber depositado lo último de su semen en el recto de su madre.
–Eso estuvo genial, mamá –comentó.
–Vaya que lo estuvo, cariño –dijo Daniela, mirando por encima del hombro–. Me parece que ya eres un maestro en el arte de follar culos.
–Entonces, ¿aprobé mi examen de sexo anal, mamá? –preguntó Tomás.
–Claro que sí.
–¿Qué calificación me pones?
–¡Pues un 10, por supuesto!
Tomás soltó una risita y luego deslizó su falo semidura fuera del recto de su madre. Se dejó caer en el sofá, todavía recuperando el aliento. Daniela se puso de pie y se sentó junto a su hijo, acurrucándose contra él. Su carne desnuda brillaba por el sudor.
Durante varios minutos, permanecieron así, felices y en silencio. Al cabo de un rato, Daniela se levantó y dijo que iba al baño.
–Voy a poner a calentar agua –dijo Tomás, levantándose también del sofá y poniéndose su ropa.
Daniela fue al baño de arriba. Necesitaba limpiarse el esperma que se escapaba lentamente de su culo. Iba a agarrar un pañuelo, pero en lugar de eso tuvo una idea traviesa. Se puso en cuclillas y puso su mano debajo de su ano. Luego, relajó su esfínter. Segundos después, grandes goterones del semen de Tomás cayeron desde su ano hasta su mano. Una vez que expulsó casi todo, Daniela se puso de pie y admiró el gran charco de semen viscoso en su mano. Luego, lasciva y hambrienta, la rubia comenzó a lamerse su palma, engullendo la lefa de su hijo amado. Tenía un sabor delicioso, encantador, cálido, un poco salado ¡Ahora quería beber más leche de su hijo, quería beberlo como champán y bañarse en él!
Después de limpiarse las manos y orinar, Daniela bajó las escaleras y se puso la bata y luego ayudó a Tomás a preparar la cena.
Después de la cena, miraron un rato la televisión, como una madre y un hijo normales.
Una hora después, Daniela dijo que estaba un poco cansada y que se iba a la cama.
–Yo también debería ir a acostarme –dijo Tomás, apagando la televisión.
–¿Quieres pasar por mi habitación antes? –Daniela le preguntó a su hijo con una sonrisa traviesa–. Nada como un buen revolcón para dormir bien.
–¡Vamos!
Se apresuraron a subir a la habitación de Daniela. Pronto estuvieron desnudos y Daniela se puso e cuatro patas, con su hermoso trasero desnudo levantado y listo para recibir atención. Después de engrasar su verga y luego el ano de su madre, Tomás se arrodilló detrás de ella y, con creciente habilidad y rapidez, la penetró profundamente por su agujero de atrás. La montó por el culo durante una buena media hora e hizo que su madre llegara al clímax dos veces antes de que finalmente le llenara una vez más el recto con su semilla caliente.