La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulos 001 a 002

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,204
Likes Recibidos
2,514
Puntos
113
 
 
 
-
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulos 001 a 004

La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulo 001



El coche era una brasa, cuatro en un mismo vehículo en pleno verano, con un sol que quemaba el asfalto, aquello no lo aguantaba nadie. Cuando el auto se detuvo, Andoni fue el primero en salir, con su pantalón de deporte y unas manchas en las axilas, que la camiseta transpirable no podía disimular.

—¡Por fin!

Aspiró con fuerza llenando sus pulmones de aire caliente, aunque no tanto como en todo el viaje de camino al pueblo. El olor que entró por sus fosas nasales era inconfundible, un aroma a infancia, a recuerdos y como siempre… a la boñiga de las vacas que pastaban libremente por los alrededores. “Bueno, no todo puede ser perfecto” pensó mientras llegaba a la parte del maletero.

—Papá, dale a la palanca para abrir atrás.

Así hizo, añadiendo un quejido a la par que salía del coche con una incipiente calvorota que brillaba por el sudor. Se crujió la espalda mientras Andoni le miraba esa parte de la cabeza libre de pelo, le resultaba graciosa y preocupante al mismo tiempo. “¡Qué pocas ganas tengo de quedarme calvo!”.

Sacó la primera maleta justo cuando su madre se acercaba con una coleta mal hecha y dejando un rastro de olor a sudor que tapaba el de boñiga, si así olía su madre, no quería saber cómo olería él.

—Ya la llevo yo, mamá —dijo retirando una maleta de las manos de su madre—. Si quieres, puedes despertar a Gorka, ha roncado medio camino.

—¿Cómo puede dormir con este calor? Es algo increíble, de verdad. Después de 22 años me sigue sorprendiendo.

—Lo hará para evitar cargar con ninguna de las maletas —añadió su padre mientras golpeaba el cristal de la ventanilla con dos dedos— ¡Vamos, hijo, arriba! ¡Qué ya hemos llegado!

Andoni llevó la mochila dentro de la casa, que años atrás perteneció a sus abuelos, pero que, ahora, era de sus padres. Concretamente, si nos ponemos quisquillosos, era de su padre, así lo ponía en los papeles, pero sus progenitores lo compartían todo.

En el coche su hermano soltó un rebuzno, algo similar a un oso saliendo de su cueva después de una larga hibernación y totalmente descolocado sin saber ni quién era. No escuchó más y dentro de la casa, dejó las dos maletas que cargaba al lado de la cama y la mochila dentro del armario, eran unos pocos días. No obstante, su querida madre, siempre les metía cosas como si fueran a una guerra.

Se dejó caer en la cama, haciendo chirriar los viejos muelles y escuchando de fondo las conversaciones de sus tres familiares en ecos distantes. El clima fresco que habitaba aquella casa cerrada durante todo el año, le reconfortó, incluso dándole ganas de echarse una ligera siesta.

—Esto ya es otra cosa…

Sacó el móvil, tumbándose de una manera más cómoda y abriendo los mensajes para ver si su novia le había escrito. No era el caso, “siempre tan detallista…”, pero bueno, así era ella y no la podía cambiar.

—Ya llegué.

Escribió con dedos cansados dejando el móvil a su lado. Pese haber salido de mañana, el sol de verano les alcanzó muy pronto y con ese calor el recorrido se hizo el doble de pesado.

Se levantó con la agilidad que le proporcionaba la adolescencia, tenía algo en mente, ir de visita al mejor lugar del pueblo mientras sus padres descansaban. Sin embargo, lo que tocaba antes era una ducha y cambiar sus ropas que olían a estercolero (quemarlas hubiera sido lo mejor).

Salió renovado, como si fuera otra persona, con un pantalón corto para ventilar las piernas y una camiseta holgada que no se le pegase a la piel cuando volviera a sudar. Porque estaba claro que sudaría de nuevo, el coche era un horno, pero en verano, el clima del pueblo siempre rondaba los 30 y 40 grados. Una delicia para un chico que estaba acostumbrado a un clima húmedo y lluvioso…

—¿Dónde vas?

Su padre le hablaba tumbado en el sofá como si se hubiera desparramado, al igual que un líquido viscoso.

—Voy a la panadería a ver si está abierta.

—Tu tío no creo que este, estará Pili. —información que Andoni se imaginaba de sobra. Su padre solía tener la manía de repetir las cosas, pero el joven siempre le escuchaba— Dila que luego nos vemos.

—¡Que te dé una barra para la cena! —gritó su madre desde la cocina justo cuando abrió el pomo de la puerta.

—¡Vale!

El aire caliente le golpeó con ganas, eran ya las cinco de la tarde, momento que el sol comienza la paulatina bajada, pero donde el suelo sigue ardiendo más que al mediodía. Con paso lento cruzó una calle desierta, no había ni un alma, todas estarían en sus casas tiradas en el sofá como su padre, lo lógico con aquel calor.

Pasó al lado de un coche, un único vehículo aparcado a ese lado de la acera, donde el más cercano, el de sus padres, lo tenía a unos cincuenta metros de distancia. Ya no estaba lejos, giró la última casa, agradeciendo la tibia sombra que le proporcionaban las casas y divisó el letrero de la panadería. “Panadería Hermanos García… ¡No podía ser más simple!” siempre se decía lo mismo cuando llegaba al pueblo y lo leía por primera vez.

La puerta no estaba cerrada, seguramente su tía habría abierto la tienda unos minutos atrás y según Andoni, podría hacerlo incluso más tarde, apenas entraba gente a las tardes. La abrió con cuidado, conociendo de sobra el estridente sonido de puerta metálica que durante tantos años sufrió. Sin embargo, no lo evitó y el ruido se mezcló con el de las campanillas que avisaban de que algún cliente entraba.

Pasó por la cortinilla de… “Macarrones”, o al menos así los llamaba cuando era pequeño, ese nombre no lo cambiaria nunca y tampoco se preocupó de saber el “oficial”. Decían que era para que las moscas no entrasen… pero viendo algunos lugares del pueblo, por suerte no la panadería, más bien parecían hechas para que no salieran.

—¡Ya va! —salió una voz por detrás de una portezuela que Andoni sabía que llevaba a la zona del horno.

No dijo nada, su familia no sabía que estaban de visita. Costumbre de su padre, que en multitud de ocasiones no les avisaba, en teoría, para que fuera una sorpresa, aunque el joven creía que la mayoría de las veces, simplemente, le daba pereza.

Pasó al lado de la máquina frigorífica donde los helados se conservaban en una temperatura gélida que envidiaba. ¿Cuántos se habría comido cuando era pequeño? No lo podía saber, tantas tardes había pasado allí, junto a Pili y su madre, que le extrañaba no haber tenido algún problema debido a tanto helado.

—Estaba ordenando unas cosas. —una mujer de pelo moreno apareció por la puerta. Con su habitual camiseta negra de trabajo y un pantalón blanco con algún que otro agujero— Me ha llegado hoy una furgoneta y… ¡Andoni! —casi bramó con su inconfundible acento.

El joven sonrió, esperando en el sitio, mientras su tía favorita se acercaba sonriente y con los brazos abiertos. Con una mueca en los labios que no escondía su sorpresa, la mujer le estrechó entre sus brazos fuertemente mientras el joven la copiaba.

—¿¡Qué haces aquí!? ¡Julio no me dijo nada de que ibais a venir! —se quitó el pelo del rostro con una mano fina… lo más fina que podía ser la mano de una panadera. Sus ojos de color oliva aparecieron rebosantes de luz.

—Me parece que mi padre no ha avisado a nadie.

—Menudo es Ramón… —sus ojos se tornaron blancos mientras negaba con la cabeza— ¿El viaje bien? ¿Tu madre? ¿Gorka qué tal?

—Tranquila, tía, que me quedo un rato. Podemos hablar mientras no tengas clientes que no me voy.

—¡Ay! —le apretó los brazos con ganas, estaba eufórica— Es que me pillas totalmente por sorpresa.

Se dio la vuelta, andando hasta detrás del mostrador y cogiendo el mando para poner la vieja televisión que siempre la hacía compañía. Andoni aprovechó antes de que la mitad del cuerpo de su tía se escondiera para echar un vistazo veloz a unas posaderas ensanchadas por la edad, pero que no habían perdido su gusto.

Con las manos en los bolsillos, un movimiento involuntario hizo que amasara el pene de forma leve, un gesto muy de él o de adolescentes, no lo tenía claro. Desde que tenía memoria su tía le había parecido guapa, algo lógico, porque en verdad, lo era. No era una belleza salida de revista ni mucho menos, aunque con el “poco nivel del pueblo”, como decía el joven sobrino, destacaba.

—Entonces, ¿hasta cuándo os quedáis? —le preguntó el joven en el momento que se apoyó en la madera antigua, pero bien conservada del mostrador.

—Más o menos una semana, no creo que sea más tiempo. Mi padre tiene que estar el lunes que viene trabajando, o sea que lo más probable es que salgamos el domingo.

—Qué poco… —dibujó un gesto infantil en sus labios, exagerando la pena que realmente sentía, le gustaba cuando estaban allí— Aunque mejor eso que nada.

Con un trapo empezó a limpiar la tabla de madera donde Andoni se apoyaba. Este dio un paso atrás mientras el paño, levemente húmedo, se movía de derecha a izquierda haciendo óvalos que dejaban unos rastros que el calor secaba a los pocos segundos. Sin embargo, el joven desvió su mirada como tenía por costumbre hacer cuando nadie le veía. Era un tic que la adolescencia había acrecentado y con su tía, no iba a ser menos.

Su mirada cruzó desde las manos de Pili hasta su pecho, que sin pudor se detuvo a mirar en unas décimas de segundo. Siempre que tenía ocasión no perdía la posibilidad de reconocer “ese terreno” en alguna mujer. No era la primera vez que observaba de forma furtiva a su tía, ya lo había hecho en el pasado, quizá desde que su instinto reproductor se despertó en la tierna infancia. Fue un vistazo leve, de menos de un segundo, pero suficiente para desatar esa imaginación que solía mantener encerrada en un lado recóndito de su cerebro.

Las vio mecerse de un lado a otro, imaginándoselas chocando la una contra la otra cuando estuvieran sin sujetador, eso le encantaría. En aquel momento, un recuerdo fugaz le recorrió la mente, que para nada tenía olvidado.

Hacía bastantes años, sus tíos fueron de visita. En su memoria estaban en la playa cercana a su casa, su tía tomando el sol con un bikini, con el cual Andoni divisó más pecho de Pili del que nunca vio antes. Se veían grandes y esponjosos, como siempre había soñado tener unos en sus manos, aunque todavía no lo logró.

Ahora estaba allí, a un paso de distancia, con los ojos fijos en una mujer que despertó su voraz apetito sexual. Su imaginación volaba en décimas de segundo desnudando a la panadera para verla mejor, en su mente era un espectáculo. Lástima que no pudiera llegar más allá de lo que vio en la playa, no podía desnudarla por completo… “¿Cómo serán sus pezones?”.

—¿Y qué vas a hacer hoy?

Por un momento, Andoni se vio fuera de la conversación, sin saber lo que estaba diciendo su tía, solamente pensando en aquel día de verano hacía tantos años y en como sus pechos, casi al desnudo, se tostaban al sol.

—Eh… No sé. Si quieres te hago compañía hasta que venga alguien. —miró hacia fuera, casi podía ver los rayos de sol cayendo con fuerza sobre el asfalto, aumentando la temperatura— En la calle no va a haber nadie.

—Siempre te gustó estar en la panadería. —Pili alzó una caja y la dejó en uno de los estantes al lado de la pared— Creo que si vivierais aquí trabajarías en el negocio familiar. Estarías en la tienda conmigo codo a codo.

Se imaginó contestando algo directo, “Tía, yo estaría a tu lado siempre”. No era una obsesión sexual ni nada por el estilo, a Andoni le encantaba su tía, era su favorita sin lugar a dudas, no solo por su físico, también por su manera de ser. Desde pequeño le trató con cariño y amor, además de que siendo la más joven, pese a que se acercaba ya a la cincuentena, mentalmente era la más cercana.

—No sé si podría vivir aquí todo un año. Me gusta venir de vez en cuando en verano, pero no sé… todo el año… en invierno…

Lo pensó en más de una ocasión, una cosa era pasar allí unos días, sin ruidos, alejados de la ciudad y relajados, pero ¿vivir allí? ¡Ni loco!

—Este pueblo está muerto, cariño. Ya no hay nada, únicamente se junta gente el sábado para salir a tomar algo o en las fiestas. Ahora en verano todo el mundo se marcha.

—¿Vosotros no os vais a ningún lado?

—¿Y dejar la tienda cerrada? A tu tío le da un mal. —tornó los ojos blancos de nuevo y lanzó una mano al aire— ¡Qué va! Si nos vamos unos días estamos de suerte. Además, ahora, Julio no está muy bien, tiene unos dolores de espalda que no veas.

—No sabía. —sus padres no eran mucho de contar cosa y menos sobre la familia.

—Ya sabes, cargando cajas, levantándose pronto, pues al final eso conlleva un esfuerzo que… —buscaba una palabra adecuada— a su edad no se puede permitir.




-
 

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
6,204
Likes Recibidos
2,514
Puntos
113
 
 
 
-
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulo 002

Su tío era mayor que Pili, Andoni no tenía certeza de cuantos años serían, pero alrededor de diez. Estaba cercano a los sesenta y con una vida entera trabajando, normal que Julio tuviera dolores, lo anormal sería no tenerlos.

—Entiendo… pues igual es lo que necesita, descansar, salir, pasarlo bien… descansar.

—¡Uf! —soltó Pili en un bufido que a Andoni le recordó a los gemidos que solía sacar su novia y… le gustó. La mujer se sentó en la silla cruzando las piernas— Sácale tú a dar una vuelta… Imposible. —hizo una breve pausa limpiándose unos trozos de pan del pantalón. El joven aprovechó para otear en un vistazo rápido los senos que se apretaban dentro de la camiseta negra— Aunque si está su hermano… saldremos un día a tomar algo. De esa no se escapa.

—Seguro que sí, ya sabes que a mis padres lo de ir de vinos les encanta.

—Vinos… Con las pastillas que toma tu tío… dos tintos le van a dejar seco. —rio de forma bastante cómica y el joven la siguió— Luego le tendré que meter en la cama.

Andoni siguió con esa sonrisa tonta que queda después de reír, pensando en la imagen de su tía, llevando a su marido a la cama. La verdad que Pili tenía los brazos fibrosos de amasar pan, pero a su tío, la tripa le incrementaba más y más cada año. Algo que con toda seguridad provocaban las cervezas que siempre le acompañaban y el no cortarse a la hora de comer.

Aunque algo corrió velozmente por su mente, meditando de manera sexual como hacía su cabeza el 80% del tiempo… si no es que era más. Maduró una idea acerca de la vida sexual de su tía. “¿Mis tíos follarán?”.

Con dieciocho años, todo lo que pase de los treinta años es viejo, y si hay algo que lo duplicaba como Julio… pues casi lo veía más como un abuelo que como un hombre mayor. Al segundo siguiente, encontró la respuesta a su pregunta. “Ni de broma, ¿desde cuándo no lo harán?”.

—Oye, siéntate. —señaló una silla debajo de la tele— Tráela aquí, que no me gusta hablar con alguien que está de pie. —el joven lo hizo, colocándose a par de metros de ella— ¿Los estudios y eso bien?

—Sí, estoy esperando para matricularme este año a la universidad.

—Así me gusta. Yo quería que tu primo también fuera a la universidad, pero no hubo manera. —“¿Hace más de dos años que no veo a Pablo?” meditó de pronto, aunque tampoco le dio importancia, su primo era más de la edad de su hermano y no tenían tanta relación— Trabaja en la capital. De vez en cuando viene… pero muy poco, está atareado.

—Entonces no creo que le veamos estos días. —negó con la cabeza en silencio mientras miraba de nuevo la televisión por encima del joven.

Hubo un silencio que exclusivamente rompía el eco del televisor, en el exterior no había más que calor e insectos que canturreaban con sus sonidos variopintos. Para Andoni esa sensación era relajante… tres días… a lo sumo cuatro, después pasaba a ser tediosa, y al final, cuando habían pasado dos semanas, la aborrecía.

—¡Vaya, Andoni! —el joven movió el cuello para volver la vista a su tía, que parecía que hubiera recordado que le había tocado la lotería— Se me ha olvidado. Vamos a coger un helado, ¿no?

La mujer tenía una sonrisa infantil, casi juguetona, algo que se le pegó al joven, provocándole un apetito irracional por un helado. Esa costumbre ya se había instaurado desde veranos muy pasados e igual de calurosos, estaba dentro de él y Pili, simplemente, la sacó a la luz.

Ambos se levantaron, dejando primero paso a su tía, Andoni siguió a la mujer con el típico vistazo rápido a unas nalgas que ese pantalón apenas hacía justicia. “No me acuerdo de haberla mirado el culo aquel día en la playa” pensó para después encontrar la respuesta al momento. “Con las tetas tenía más que suficiente… ¡Qué guarro soy, joder!” dentro de su cerebro se rio a carcajada limpia.

Pili abrió el frigorífico, dejando salir un frío tan agradable que se podría haber metido a dormir. Dentro seguían los mismos helados que cuando era pequeño… “Si fueran los mismos, mis tíos habrían matado por intoxicación a alguna que otra persona”. Parecía que no pasara el tiempo en el pueblo, tampoco por la mujer, que seguía igual de atrayente, de buena, de guapa… de todo.

—¡Venga, elige, cachorrito!

—Tía, —metió la mano mientras la mujer se apoyaba en la compuerta que estaba abierta— he crecido y te saco una cabeza.

—Pero siempre vas a ser mi cachorrito.

El joven cogió un polo de cola, era el que más le gustaba de joven y le apetecía probar ese sabor que quizá… guardaba algo de nostalgia. Lo abrió con calma, mientras la mujer cerraba la puerta y abría la del otro lado, haciendo lo mismo que su sobrino y cogiendo un polo de limón.

—¡Mi favorito!

Volvieron cada uno a su sitio y con el run-run de la televisión de fondo, empezaron a degustar los helados. Fuera el calor seguía siendo duro y Andoni pensó que, seguramente, su padre se hubiera quedado dormido en el sofá…

—Cuéntame, Andoni. —dio un sorbo a la punta de la que empezaban a manar gotas amarillentas y preguntó sin mirarle— ¿Las chicas?

—Bueno… —todos los años la misma pregunta, a su tía le encantaban esos cotilleos amorosos, y esta vez, el joven podía darle un poco de carne para que disfrutase— Tengo novia.

—¡Qué bien, me alegro por ti! —le sonrió con dulzura mientras los labios le brillaban debido al líquido amarillento— Aunque yo tenía para ti una chica preciosa. —los emparejamientos del pueblo no le eran ajenos, ya lo hacía su abuela cuando no tenía ni 9 años.

—No empecemos…

—Lucia, la hija del que tiene el bar de abajo, la pequeña. ¿Sabes?

—Sí, y la saco dos años.

—¡Buuf! Ya ves tú. —hizo un gesto con una mano como si su sobrino dijera la mayor tontería del mundo— Mírame a mí con tu tío, la edad no importa.

Andoni siempre tuvo esa duda, esa pregunta que rondaba su cabeza. Quizá era muy directa para plantearla así de pronto, pero no sabía qué hacía su tía con Julio. A este le quería mucho, siempre le había tratado con cariño y amor, pero no era nada agraciado y Pili era una mujer guapa, seguramente en su momento la más guapa del pueblo.

—¿Cómo es que… pues…? —la pregunta era complicada para hacerla de un modo que no ofendiera— Que con tanta diferencia de edad, pues… ¿Cómo os conocisteis?

—¿Conocernos? —Pili sabía que esa no era la pregunta— Pues aquí en el pueblo, ya sabes que esto es pequeño y todo el mundo se conoce. Tenía quince años cuando hablamos por primera vez, le conocí en unas fiestas y tonteamos… esas cosas. Cosas de críos. —la mujer pausó un momento para dar un lametazo y rememorar aquella época— Luego todo fue poco a poco, tu tío ya trabajaba en la panadería y me solía ir a recoger al instituto en coche. Todo un galán.

La última frase Andoni no supo si era sarcasmo o realidad, tampoco le dio más vueltas. Creía saber cómo había sido aquello, para una chica joven, sería difícil rechazar a un chico mayor y pudiente. Al menos era la idea.

—¡Qué rico! ¿Y el tuyo? —el joven asintió mientras ambos tenían el palo de madera a la vista rodeado por poco helado— Con uno suficiente, que si no me va a salir un flotador en la barriga.

—Riquísimo.

Tiró el palo a la papelera, encestando ante la mirada de la mujer. No le hacía falta echar un vistazo al cuerpo de su tía para saber que se mantenía bien. No tenía un vientre plano y lleno de abdominales, era un vientre normal, de mujer que va entrando en una edad, nada más ni nada menos. Además, ese cuerpo lo conocía bien, la imagen de Pili en la playa no se le borró pese a los años, y muchas veces la rememoraba en los momentos más íntimos.

—Te conservas muy bien —comentó de la forma más educada que pudo para no parecer un adolescente salido y que se notaran sus intenciones más ocultas.

—¡Uy! ¡Gracias, cielo! —se puso de pie, caminando a la papelera y tirando el palo que ya no contenía helado. Se miró en el espejo con coquetería, confirmando que todavía todo seguía en su lugar, seguramente en cinco años… quizá alguno más, eso cambiaria— De momento, no estoy mal.

Con una sonrisa pícara y burlona aderezó ese comentario para que no sonara extraño, mientras la puerta se abría y la campanilla superior avisaba de la visita de una clienta. La mujer de avanzada edad pidió un par de cosas, entre ellas una barra de pan que a Andoni le hizo recordar la tarea que le había encomendado su madre.

Obviamente, no conocía a la mujer, y si la había visto alguna vez, no se acordaba. Aunque, como no… la señora sí que le reconoció, mentando ese tópico de todos los pueblos. “¿Este es hijo del Ramón? ¿El nieto de Rosa?” le producía siempre una gracia que no podía paliar y no sabía por qué.

—Pues primera clienta de la tarde. —miró al joven que seguía observando como la señora caminaba al ras de la pared evitando el sol— La Paqui, tiene más años que matusalén, no obstante, se conserva bien.

—Eso parece sí.

¡Para nada!, al joven le pareció una abuela como otra cualquiera y supuso que serían perspectivas de la edad. Se levantó de la silla, estirando los brazos al cielo y desperezándose, consiguiendo que la espalda, emitiera un tronar de huesos como si estuviera explotando plástico de burbujas.

Su tía lo miraba, el joven se dio cuenta. Había visto como su camiseta se levantó en la parte de la cintura y el ombligo salió a saludar. Pensó en si todo era una alucinación, o en verdad su tía había mirado como su ropa se movía y aparecía ese pequeño pedazo de piel.

“¿Qué más da? Ni que me hubiera mirado la polla” se dijo incrédulo ante su reflexión. Aunque conocía muy bien su cerebro y sabía que esa insignificante acción le haría dar vueltas hasta llegar a una situación rocambolesca que acababa siempre de manera sexual. “Tengo que parar, que ya tengo novia… No puedo estar todo el día con el sexo en la cabeza”.

—Te abandono, tía querida —comentó acercándose al mostrador por la parte de fuera—. Eso sí, antes me vas a dar lo más rico que hay en este pueblo.

—Exagerado…

Estuvo a punto de reírse, mientras se daba la vuelta, y cogía una barra de pan bien tostada y crujiente como sabía que a su sobrino le encantaba. Le dio por mirar el espejo que se ubicaba detrás de las barras, un cristal que daba sensación de que el pan se multiplicaba y el cual tenía manía de mirar para mantener la puerta controlada.

No entraba nadie, estaban ellos dos solos, libres de un calor que azotaba con furia el pueblo, pero algo le pasaba a Andoni. Vio sus ojos, más que eso… su mirada, no estaba enderezada, mirando a su espalda o a otro lado de la tienda, estaba puesta sobre ella, sobre una parte muy concreta. No tenía dudas, Pili vio con claridad que le estaba mirando el culo.

Cogió la barra de pan, dándosela la vuelta y comprobando que los ojos del joven, ahora, estaban en dirección al programa de televisión del cual se había olvidado. La depositó en el mostrador, sin entender todavía por qué la media sonrisa de su rostro no desaparecía.

—Ni se te ocurra pagar —soltó con rapidez al ver que sacaba la cartera—. ¡Tira para casa anda! Y dile a tu madre que cuando quiera venga y hablamos. —el joven asintió.

Se despidió con la mano, cortando la punta de uno de los lados de la barra y engulléndola mientras caminaba a la puerta. Pili lo miró con otros ojos, cierto era que había crecido, ya no era el pequeño que corría por la tienda y comía helados sin parar, ahora era un chico guapo y bien formado.

Andoni no era como el resto de sus sobrinos, el pequeño era especial, quizá su ojito derecho que siempre había querido más que a los demás… aunque eso no estaba bien decirlo. Tenía esa… “Malsana…” costumbre por mirarla ciertas zonas desde pequeño, sin embargo, esta vez había sido diferente, porque no era un niño sin pelos en ningún lado y tampoco un chico lleno de granos. Ahora era un adolescente y derecho que se estaba convirtiendo en un hombre y… la había mirado el culo.

—¡Cachorrito! —dijo desde el mostrador para que el joven se girase. Parado en la puerta, con la mano en el pomo, esperó— ¿Quieres saber cómo hacemos el mejor pan del pueblo?

Andoni no pudo aguantar una risotada viendo como su tía decía aquello con gesto orgulloso. Echó un vistazo al pan, pensando en lo verdaderamente rico que estaba, para él era el mejor pan del mundo. Asintió, esperando oír la contestación de Pili.

—Si quieres, mañana ven pronto y hacemos juntos un poco de pan.

—¿Cómo de pronto? —el entrecejo del joven se frunció con ganas, se imaginaba que horas le decía…

—Andoni… —rio con ganas— tranquilo, no te voy a hacer madrugar mucho. Julio se va a repartir por los pueblos vecinos sobre las ocho y media o así, si quieres, ven a las nueve que hasta las diez no voy a abrir.

—Bien, no es mala idea. Cuando aprenda igual podría hacerlo en mi casa.

—No lo creo… no llevan mi toque. —Pili añadió un guiño cómplice.

Ambos rieron, despidiéndose por última vez, mientras que una se sentaba en la silla para mirar la televisión, y el joven volvía a su casa aprovechando la sombra. Pili no le dio muchas vueltas, sabía que a su sobrino le encantaba aquello y simplemente le pareció buena idea.

En cambio, para el joven todas las opciones volaban… aunque sabía muy bien que solo iría a hacer pan, todo lo demás también le valía. ¡Y vaya si le valió! En una de esas locas ideas que su cerebro ideaba con gusto, justo al lado del horno donde elaboraban el pan, él y su tía fornicaban como locos. No iba a pasar en la realidad, pero… a Andoni le valió para aligerar el peso de los genitales aquella misma noche.

-
 
Arriba Pie