-
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulos 001 a 004
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulo 001
El coche era una brasa, cuatro en un mismo vehículo en pleno verano, con un sol que quemaba el asfalto, aquello no lo aguantaba nadie. Cuando el auto se detuvo, Andoni fue el primero en salir, con su pantalón de deporte y unas manchas en las axilas, que la camiseta transpirable no podía disimular.
—¡Por fin!
Aspiró con fuerza llenando sus pulmones de aire caliente, aunque no tanto como en todo el viaje de camino al pueblo. El olor que entró por sus fosas nasales era inconfundible, un aroma a infancia, a recuerdos y como siempre… a la boñiga de las vacas que pastaban libremente por los alrededores. “Bueno, no todo puede ser perfecto” pensó mientras llegaba a la parte del maletero.
—Papá, dale a la palanca para abrir atrás.
Así hizo, añadiendo un quejido a la par que salía del coche con una incipiente calvorota que brillaba por el sudor. Se crujió la espalda mientras Andoni le miraba esa parte de la cabeza libre de pelo, le resultaba graciosa y preocupante al mismo tiempo. “¡Qué pocas ganas tengo de quedarme calvo!”.
Sacó la primera maleta justo cuando su madre se acercaba con una coleta mal hecha y dejando un rastro de olor a sudor que tapaba el de boñiga, si así olía su madre, no quería saber cómo olería él.
—Ya la llevo yo, mamá —dijo retirando una maleta de las manos de su madre—. Si quieres, puedes despertar a Gorka, ha roncado medio camino.
—¿Cómo puede dormir con este calor? Es algo increíble, de verdad. Después de 22 años me sigue sorprendiendo.
—Lo hará para evitar cargar con ninguna de las maletas —añadió su padre mientras golpeaba el cristal de la ventanilla con dos dedos— ¡Vamos, hijo, arriba! ¡Qué ya hemos llegado!
Andoni llevó la mochila dentro de la casa, que años atrás perteneció a sus abuelos, pero que, ahora, era de sus padres. Concretamente, si nos ponemos quisquillosos, era de su padre, así lo ponía en los papeles, pero sus progenitores lo compartían todo.
En el coche su hermano soltó un rebuzno, algo similar a un oso saliendo de su cueva después de una larga hibernación y totalmente descolocado sin saber ni quién era. No escuchó más y dentro de la casa, dejó las dos maletas que cargaba al lado de la cama y la mochila dentro del armario, eran unos pocos días. No obstante, su querida madre, siempre les metía cosas como si fueran a una guerra.
Se dejó caer en la cama, haciendo chirriar los viejos muelles y escuchando de fondo las conversaciones de sus tres familiares en ecos distantes. El clima fresco que habitaba aquella casa cerrada durante todo el año, le reconfortó, incluso dándole ganas de echarse una ligera siesta.
—Esto ya es otra cosa…
Sacó el móvil, tumbándose de una manera más cómoda y abriendo los mensajes para ver si su novia le había escrito. No era el caso, “siempre tan detallista…”, pero bueno, así era ella y no la podía cambiar.
—Ya llegué.
Escribió con dedos cansados dejando el móvil a su lado. Pese haber salido de mañana, el sol de verano les alcanzó muy pronto y con ese calor el recorrido se hizo el doble de pesado.
Se levantó con la agilidad que le proporcionaba la adolescencia, tenía algo en mente, ir de visita al mejor lugar del pueblo mientras sus padres descansaban. Sin embargo, lo que tocaba antes era una ducha y cambiar sus ropas que olían a estercolero (quemarlas hubiera sido lo mejor).
Salió renovado, como si fuera otra persona, con un pantalón corto para ventilar las piernas y una camiseta holgada que no se le pegase a la piel cuando volviera a sudar. Porque estaba claro que sudaría de nuevo, el coche era un horno, pero en verano, el clima del pueblo siempre rondaba los 30 y 40 grados. Una delicia para un chico que estaba acostumbrado a un clima húmedo y lluvioso…
—¿Dónde vas?
Su padre le hablaba tumbado en el sofá como si se hubiera desparramado, al igual que un líquido viscoso.
—Voy a la panadería a ver si está abierta.
—Tu tío no creo que este, estará Pili. —información que Andoni se imaginaba de sobra. Su padre solía tener la manía de repetir las cosas, pero el joven siempre le escuchaba— Dila que luego nos vemos.
—¡Que te dé una barra para la cena! —gritó su madre desde la cocina justo cuando abrió el pomo de la puerta.
—¡Vale!
El aire caliente le golpeó con ganas, eran ya las cinco de la tarde, momento que el sol comienza la paulatina bajada, pero donde el suelo sigue ardiendo más que al mediodía. Con paso lento cruzó una calle desierta, no había ni un alma, todas estarían en sus casas tiradas en el sofá como su padre, lo lógico con aquel calor.
Pasó al lado de un coche, un único vehículo aparcado a ese lado de la acera, donde el más cercano, el de sus padres, lo tenía a unos cincuenta metros de distancia. Ya no estaba lejos, giró la última casa, agradeciendo la tibia sombra que le proporcionaban las casas y divisó el letrero de la panadería. “Panadería Hermanos García… ¡No podía ser más simple!” siempre se decía lo mismo cuando llegaba al pueblo y lo leía por primera vez.
La puerta no estaba cerrada, seguramente su tía habría abierto la tienda unos minutos atrás y según Andoni, podría hacerlo incluso más tarde, apenas entraba gente a las tardes. La abrió con cuidado, conociendo de sobra el estridente sonido de puerta metálica que durante tantos años sufrió. Sin embargo, no lo evitó y el ruido se mezcló con el de las campanillas que avisaban de que algún cliente entraba.
Pasó por la cortinilla de… “Macarrones”, o al menos así los llamaba cuando era pequeño, ese nombre no lo cambiaria nunca y tampoco se preocupó de saber el “oficial”. Decían que era para que las moscas no entrasen… pero viendo algunos lugares del pueblo, por suerte no la panadería, más bien parecían hechas para que no salieran.
—¡Ya va! —salió una voz por detrás de una portezuela que Andoni sabía que llevaba a la zona del horno.
No dijo nada, su familia no sabía que estaban de visita. Costumbre de su padre, que en multitud de ocasiones no les avisaba, en teoría, para que fuera una sorpresa, aunque el joven creía que la mayoría de las veces, simplemente, le daba pereza.
Pasó al lado de la máquina frigorífica donde los helados se conservaban en una temperatura gélida que envidiaba. ¿Cuántos se habría comido cuando era pequeño? No lo podía saber, tantas tardes había pasado allí, junto a Pili y su madre, que le extrañaba no haber tenido algún problema debido a tanto helado.
—Estaba ordenando unas cosas. —una mujer de pelo moreno apareció por la puerta. Con su habitual camiseta negra de trabajo y un pantalón blanco con algún que otro agujero— Me ha llegado hoy una furgoneta y… ¡Andoni! —casi bramó con su inconfundible acento.
El joven sonrió, esperando en el sitio, mientras su tía favorita se acercaba sonriente y con los brazos abiertos. Con una mueca en los labios que no escondía su sorpresa, la mujer le estrechó entre sus brazos fuertemente mientras el joven la copiaba.
—¿¡Qué haces aquí!? ¡Julio no me dijo nada de que ibais a venir! —se quitó el pelo del rostro con una mano fina… lo más fina que podía ser la mano de una panadera. Sus ojos de color oliva aparecieron rebosantes de luz.
—Me parece que mi padre no ha avisado a nadie.
—Menudo es Ramón… —sus ojos se tornaron blancos mientras negaba con la cabeza— ¿El viaje bien? ¿Tu madre? ¿Gorka qué tal?
—Tranquila, tía, que me quedo un rato. Podemos hablar mientras no tengas clientes que no me voy.
—¡Ay! —le apretó los brazos con ganas, estaba eufórica— Es que me pillas totalmente por sorpresa.
Se dio la vuelta, andando hasta detrás del mostrador y cogiendo el mando para poner la vieja televisión que siempre la hacía compañía. Andoni aprovechó antes de que la mitad del cuerpo de su tía se escondiera para echar un vistazo veloz a unas posaderas ensanchadas por la edad, pero que no habían perdido su gusto.
Con las manos en los bolsillos, un movimiento involuntario hizo que amasara el pene de forma leve, un gesto muy de él o de adolescentes, no lo tenía claro. Desde que tenía memoria su tía le había parecido guapa, algo lógico, porque en verdad, lo era. No era una belleza salida de revista ni mucho menos, aunque con el “poco nivel del pueblo”, como decía el joven sobrino, destacaba.
—Entonces, ¿hasta cuándo os quedáis? —le preguntó el joven en el momento que se apoyó en la madera antigua, pero bien conservada del mostrador.
—Más o menos una semana, no creo que sea más tiempo. Mi padre tiene que estar el lunes que viene trabajando, o sea que lo más probable es que salgamos el domingo.
—Qué poco… —dibujó un gesto infantil en sus labios, exagerando la pena que realmente sentía, le gustaba cuando estaban allí— Aunque mejor eso que nada.
Con un trapo empezó a limpiar la tabla de madera donde Andoni se apoyaba. Este dio un paso atrás mientras el paño, levemente húmedo, se movía de derecha a izquierda haciendo óvalos que dejaban unos rastros que el calor secaba a los pocos segundos. Sin embargo, el joven desvió su mirada como tenía por costumbre hacer cuando nadie le veía. Era un tic que la adolescencia había acrecentado y con su tía, no iba a ser menos.
Su mirada cruzó desde las manos de Pili hasta su pecho, que sin pudor se detuvo a mirar en unas décimas de segundo. Siempre que tenía ocasión no perdía la posibilidad de reconocer “ese terreno” en alguna mujer. No era la primera vez que observaba de forma furtiva a su tía, ya lo había hecho en el pasado, quizá desde que su instinto reproductor se despertó en la tierna infancia. Fue un vistazo leve, de menos de un segundo, pero suficiente para desatar esa imaginación que solía mantener encerrada en un lado recóndito de su cerebro.
Las vio mecerse de un lado a otro, imaginándoselas chocando la una contra la otra cuando estuvieran sin sujetador, eso le encantaría. En aquel momento, un recuerdo fugaz le recorrió la mente, que para nada tenía olvidado.
Hacía bastantes años, sus tíos fueron de visita. En su memoria estaban en la playa cercana a su casa, su tía tomando el sol con un bikini, con el cual Andoni divisó más pecho de Pili del que nunca vio antes. Se veían grandes y esponjosos, como siempre había soñado tener unos en sus manos, aunque todavía no lo logró.
Ahora estaba allí, a un paso de distancia, con los ojos fijos en una mujer que despertó su voraz apetito sexual. Su imaginación volaba en décimas de segundo desnudando a la panadera para verla mejor, en su mente era un espectáculo. Lástima que no pudiera llegar más allá de lo que vio en la playa, no podía desnudarla por completo… “¿Cómo serán sus pezones?”.
—¿Y qué vas a hacer hoy?
Por un momento, Andoni se vio fuera de la conversación, sin saber lo que estaba diciendo su tía, solamente pensando en aquel día de verano hacía tantos años y en como sus pechos, casi al desnudo, se tostaban al sol.
—Eh… No sé. Si quieres te hago compañía hasta que venga alguien. —miró hacia fuera, casi podía ver los rayos de sol cayendo con fuerza sobre el asfalto, aumentando la temperatura— En la calle no va a haber nadie.
—Siempre te gustó estar en la panadería. —Pili alzó una caja y la dejó en uno de los estantes al lado de la pared— Creo que si vivierais aquí trabajarías en el negocio familiar. Estarías en la tienda conmigo codo a codo.
Se imaginó contestando algo directo, “Tía, yo estaría a tu lado siempre”. No era una obsesión sexual ni nada por el estilo, a Andoni le encantaba su tía, era su favorita sin lugar a dudas, no solo por su físico, también por su manera de ser. Desde pequeño le trató con cariño y amor, además de que siendo la más joven, pese a que se acercaba ya a la cincuentena, mentalmente era la más cercana.
—No sé si podría vivir aquí todo un año. Me gusta venir de vez en cuando en verano, pero no sé… todo el año… en invierno…
Lo pensó en más de una ocasión, una cosa era pasar allí unos días, sin ruidos, alejados de la ciudad y relajados, pero ¿vivir allí? ¡Ni loco!
—Este pueblo está muerto, cariño. Ya no hay nada, únicamente se junta gente el sábado para salir a tomar algo o en las fiestas. Ahora en verano todo el mundo se marcha.
—¿Vosotros no os vais a ningún lado?
—¿Y dejar la tienda cerrada? A tu tío le da un mal. —tornó los ojos blancos de nuevo y lanzó una mano al aire— ¡Qué va! Si nos vamos unos días estamos de suerte. Además, ahora, Julio no está muy bien, tiene unos dolores de espalda que no veas.
—No sabía. —sus padres no eran mucho de contar cosa y menos sobre la familia.
—Ya sabes, cargando cajas, levantándose pronto, pues al final eso conlleva un esfuerzo que… —buscaba una palabra adecuada— a su edad no se puede permitir.
-
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulos 001 a 004
La Historia de Andoni y su Tía Pili - Capítulo 001
El coche era una brasa, cuatro en un mismo vehículo en pleno verano, con un sol que quemaba el asfalto, aquello no lo aguantaba nadie. Cuando el auto se detuvo, Andoni fue el primero en salir, con su pantalón de deporte y unas manchas en las axilas, que la camiseta transpirable no podía disimular.
—¡Por fin!
Aspiró con fuerza llenando sus pulmones de aire caliente, aunque no tanto como en todo el viaje de camino al pueblo. El olor que entró por sus fosas nasales era inconfundible, un aroma a infancia, a recuerdos y como siempre… a la boñiga de las vacas que pastaban libremente por los alrededores. “Bueno, no todo puede ser perfecto” pensó mientras llegaba a la parte del maletero.
—Papá, dale a la palanca para abrir atrás.
Así hizo, añadiendo un quejido a la par que salía del coche con una incipiente calvorota que brillaba por el sudor. Se crujió la espalda mientras Andoni le miraba esa parte de la cabeza libre de pelo, le resultaba graciosa y preocupante al mismo tiempo. “¡Qué pocas ganas tengo de quedarme calvo!”.
Sacó la primera maleta justo cuando su madre se acercaba con una coleta mal hecha y dejando un rastro de olor a sudor que tapaba el de boñiga, si así olía su madre, no quería saber cómo olería él.
—Ya la llevo yo, mamá —dijo retirando una maleta de las manos de su madre—. Si quieres, puedes despertar a Gorka, ha roncado medio camino.
—¿Cómo puede dormir con este calor? Es algo increíble, de verdad. Después de 22 años me sigue sorprendiendo.
—Lo hará para evitar cargar con ninguna de las maletas —añadió su padre mientras golpeaba el cristal de la ventanilla con dos dedos— ¡Vamos, hijo, arriba! ¡Qué ya hemos llegado!
Andoni llevó la mochila dentro de la casa, que años atrás perteneció a sus abuelos, pero que, ahora, era de sus padres. Concretamente, si nos ponemos quisquillosos, era de su padre, así lo ponía en los papeles, pero sus progenitores lo compartían todo.
En el coche su hermano soltó un rebuzno, algo similar a un oso saliendo de su cueva después de una larga hibernación y totalmente descolocado sin saber ni quién era. No escuchó más y dentro de la casa, dejó las dos maletas que cargaba al lado de la cama y la mochila dentro del armario, eran unos pocos días. No obstante, su querida madre, siempre les metía cosas como si fueran a una guerra.
Se dejó caer en la cama, haciendo chirriar los viejos muelles y escuchando de fondo las conversaciones de sus tres familiares en ecos distantes. El clima fresco que habitaba aquella casa cerrada durante todo el año, le reconfortó, incluso dándole ganas de echarse una ligera siesta.
—Esto ya es otra cosa…
Sacó el móvil, tumbándose de una manera más cómoda y abriendo los mensajes para ver si su novia le había escrito. No era el caso, “siempre tan detallista…”, pero bueno, así era ella y no la podía cambiar.
—Ya llegué.
Escribió con dedos cansados dejando el móvil a su lado. Pese haber salido de mañana, el sol de verano les alcanzó muy pronto y con ese calor el recorrido se hizo el doble de pesado.
Se levantó con la agilidad que le proporcionaba la adolescencia, tenía algo en mente, ir de visita al mejor lugar del pueblo mientras sus padres descansaban. Sin embargo, lo que tocaba antes era una ducha y cambiar sus ropas que olían a estercolero (quemarlas hubiera sido lo mejor).
Salió renovado, como si fuera otra persona, con un pantalón corto para ventilar las piernas y una camiseta holgada que no se le pegase a la piel cuando volviera a sudar. Porque estaba claro que sudaría de nuevo, el coche era un horno, pero en verano, el clima del pueblo siempre rondaba los 30 y 40 grados. Una delicia para un chico que estaba acostumbrado a un clima húmedo y lluvioso…
—¿Dónde vas?
Su padre le hablaba tumbado en el sofá como si se hubiera desparramado, al igual que un líquido viscoso.
—Voy a la panadería a ver si está abierta.
—Tu tío no creo que este, estará Pili. —información que Andoni se imaginaba de sobra. Su padre solía tener la manía de repetir las cosas, pero el joven siempre le escuchaba— Dila que luego nos vemos.
—¡Que te dé una barra para la cena! —gritó su madre desde la cocina justo cuando abrió el pomo de la puerta.
—¡Vale!
El aire caliente le golpeó con ganas, eran ya las cinco de la tarde, momento que el sol comienza la paulatina bajada, pero donde el suelo sigue ardiendo más que al mediodía. Con paso lento cruzó una calle desierta, no había ni un alma, todas estarían en sus casas tiradas en el sofá como su padre, lo lógico con aquel calor.
Pasó al lado de un coche, un único vehículo aparcado a ese lado de la acera, donde el más cercano, el de sus padres, lo tenía a unos cincuenta metros de distancia. Ya no estaba lejos, giró la última casa, agradeciendo la tibia sombra que le proporcionaban las casas y divisó el letrero de la panadería. “Panadería Hermanos García… ¡No podía ser más simple!” siempre se decía lo mismo cuando llegaba al pueblo y lo leía por primera vez.
La puerta no estaba cerrada, seguramente su tía habría abierto la tienda unos minutos atrás y según Andoni, podría hacerlo incluso más tarde, apenas entraba gente a las tardes. La abrió con cuidado, conociendo de sobra el estridente sonido de puerta metálica que durante tantos años sufrió. Sin embargo, no lo evitó y el ruido se mezcló con el de las campanillas que avisaban de que algún cliente entraba.
Pasó por la cortinilla de… “Macarrones”, o al menos así los llamaba cuando era pequeño, ese nombre no lo cambiaria nunca y tampoco se preocupó de saber el “oficial”. Decían que era para que las moscas no entrasen… pero viendo algunos lugares del pueblo, por suerte no la panadería, más bien parecían hechas para que no salieran.
—¡Ya va! —salió una voz por detrás de una portezuela que Andoni sabía que llevaba a la zona del horno.
No dijo nada, su familia no sabía que estaban de visita. Costumbre de su padre, que en multitud de ocasiones no les avisaba, en teoría, para que fuera una sorpresa, aunque el joven creía que la mayoría de las veces, simplemente, le daba pereza.
Pasó al lado de la máquina frigorífica donde los helados se conservaban en una temperatura gélida que envidiaba. ¿Cuántos se habría comido cuando era pequeño? No lo podía saber, tantas tardes había pasado allí, junto a Pili y su madre, que le extrañaba no haber tenido algún problema debido a tanto helado.
—Estaba ordenando unas cosas. —una mujer de pelo moreno apareció por la puerta. Con su habitual camiseta negra de trabajo y un pantalón blanco con algún que otro agujero— Me ha llegado hoy una furgoneta y… ¡Andoni! —casi bramó con su inconfundible acento.
El joven sonrió, esperando en el sitio, mientras su tía favorita se acercaba sonriente y con los brazos abiertos. Con una mueca en los labios que no escondía su sorpresa, la mujer le estrechó entre sus brazos fuertemente mientras el joven la copiaba.
—¿¡Qué haces aquí!? ¡Julio no me dijo nada de que ibais a venir! —se quitó el pelo del rostro con una mano fina… lo más fina que podía ser la mano de una panadera. Sus ojos de color oliva aparecieron rebosantes de luz.
—Me parece que mi padre no ha avisado a nadie.
—Menudo es Ramón… —sus ojos se tornaron blancos mientras negaba con la cabeza— ¿El viaje bien? ¿Tu madre? ¿Gorka qué tal?
—Tranquila, tía, que me quedo un rato. Podemos hablar mientras no tengas clientes que no me voy.
—¡Ay! —le apretó los brazos con ganas, estaba eufórica— Es que me pillas totalmente por sorpresa.
Se dio la vuelta, andando hasta detrás del mostrador y cogiendo el mando para poner la vieja televisión que siempre la hacía compañía. Andoni aprovechó antes de que la mitad del cuerpo de su tía se escondiera para echar un vistazo veloz a unas posaderas ensanchadas por la edad, pero que no habían perdido su gusto.
Con las manos en los bolsillos, un movimiento involuntario hizo que amasara el pene de forma leve, un gesto muy de él o de adolescentes, no lo tenía claro. Desde que tenía memoria su tía le había parecido guapa, algo lógico, porque en verdad, lo era. No era una belleza salida de revista ni mucho menos, aunque con el “poco nivel del pueblo”, como decía el joven sobrino, destacaba.
—Entonces, ¿hasta cuándo os quedáis? —le preguntó el joven en el momento que se apoyó en la madera antigua, pero bien conservada del mostrador.
—Más o menos una semana, no creo que sea más tiempo. Mi padre tiene que estar el lunes que viene trabajando, o sea que lo más probable es que salgamos el domingo.
—Qué poco… —dibujó un gesto infantil en sus labios, exagerando la pena que realmente sentía, le gustaba cuando estaban allí— Aunque mejor eso que nada.
Con un trapo empezó a limpiar la tabla de madera donde Andoni se apoyaba. Este dio un paso atrás mientras el paño, levemente húmedo, se movía de derecha a izquierda haciendo óvalos que dejaban unos rastros que el calor secaba a los pocos segundos. Sin embargo, el joven desvió su mirada como tenía por costumbre hacer cuando nadie le veía. Era un tic que la adolescencia había acrecentado y con su tía, no iba a ser menos.
Su mirada cruzó desde las manos de Pili hasta su pecho, que sin pudor se detuvo a mirar en unas décimas de segundo. Siempre que tenía ocasión no perdía la posibilidad de reconocer “ese terreno” en alguna mujer. No era la primera vez que observaba de forma furtiva a su tía, ya lo había hecho en el pasado, quizá desde que su instinto reproductor se despertó en la tierna infancia. Fue un vistazo leve, de menos de un segundo, pero suficiente para desatar esa imaginación que solía mantener encerrada en un lado recóndito de su cerebro.
Las vio mecerse de un lado a otro, imaginándoselas chocando la una contra la otra cuando estuvieran sin sujetador, eso le encantaría. En aquel momento, un recuerdo fugaz le recorrió la mente, que para nada tenía olvidado.
Hacía bastantes años, sus tíos fueron de visita. En su memoria estaban en la playa cercana a su casa, su tía tomando el sol con un bikini, con el cual Andoni divisó más pecho de Pili del que nunca vio antes. Se veían grandes y esponjosos, como siempre había soñado tener unos en sus manos, aunque todavía no lo logró.
Ahora estaba allí, a un paso de distancia, con los ojos fijos en una mujer que despertó su voraz apetito sexual. Su imaginación volaba en décimas de segundo desnudando a la panadera para verla mejor, en su mente era un espectáculo. Lástima que no pudiera llegar más allá de lo que vio en la playa, no podía desnudarla por completo… “¿Cómo serán sus pezones?”.
—¿Y qué vas a hacer hoy?
Por un momento, Andoni se vio fuera de la conversación, sin saber lo que estaba diciendo su tía, solamente pensando en aquel día de verano hacía tantos años y en como sus pechos, casi al desnudo, se tostaban al sol.
—Eh… No sé. Si quieres te hago compañía hasta que venga alguien. —miró hacia fuera, casi podía ver los rayos de sol cayendo con fuerza sobre el asfalto, aumentando la temperatura— En la calle no va a haber nadie.
—Siempre te gustó estar en la panadería. —Pili alzó una caja y la dejó en uno de los estantes al lado de la pared— Creo que si vivierais aquí trabajarías en el negocio familiar. Estarías en la tienda conmigo codo a codo.
Se imaginó contestando algo directo, “Tía, yo estaría a tu lado siempre”. No era una obsesión sexual ni nada por el estilo, a Andoni le encantaba su tía, era su favorita sin lugar a dudas, no solo por su físico, también por su manera de ser. Desde pequeño le trató con cariño y amor, además de que siendo la más joven, pese a que se acercaba ya a la cincuentena, mentalmente era la más cercana.
—No sé si podría vivir aquí todo un año. Me gusta venir de vez en cuando en verano, pero no sé… todo el año… en invierno…
Lo pensó en más de una ocasión, una cosa era pasar allí unos días, sin ruidos, alejados de la ciudad y relajados, pero ¿vivir allí? ¡Ni loco!
—Este pueblo está muerto, cariño. Ya no hay nada, únicamente se junta gente el sábado para salir a tomar algo o en las fiestas. Ahora en verano todo el mundo se marcha.
—¿Vosotros no os vais a ningún lado?
—¿Y dejar la tienda cerrada? A tu tío le da un mal. —tornó los ojos blancos de nuevo y lanzó una mano al aire— ¡Qué va! Si nos vamos unos días estamos de suerte. Además, ahora, Julio no está muy bien, tiene unos dolores de espalda que no veas.
—No sabía. —sus padres no eran mucho de contar cosa y menos sobre la familia.
—Ya sabes, cargando cajas, levantándose pronto, pues al final eso conlleva un esfuerzo que… —buscaba una palabra adecuada— a su edad no se puede permitir.
-