Francisco y su Hermana Sonia - Capítulos 001 al 003

heranlu

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Francisco y su Hermana Sonia - Capítulos 001 al 003

Francisco y su Hermana Sonia - Capítulo 001



Francisco regresó a casa dando tumbos. Estaba algo bebido tras la fiesta que se había pegado con sus colegas y, por eso, volvía a su hogar andando. El aire fresco de la madrugada le serenaba y hacía que ese achispado estado en el que se hallaba fuera disipándose. Para cuando llegó a la puerta, estaba más despejado y pudo entrar sin problemas. Aún con todo, se sentía un pelín eufórico. Y no solo era eso lo que tenía.

Una vez subidas las escaleras, con sumo cuidado para no despertar a nadie, llegó a su cuarto, cerrando con suavidad la puerta para no hacer demasiado ruido. Tras esto, encendió la luz y se quitó la chaqueta para luego sentarse sobre la cama. La borrachera ya se le estaba pasando, pero todavía no se le había pasado lo otro. Por eso estaba tan molesto, seguía bien empalmado.

El alcohol y el ambiente fiestero pudieron hacer que se excitase, pero lo último que terminó de ponérsela bien dura para toda la noche fue Jimena.

Llevaba detrás de aquella preciosa chica rubia desde bastante tiempo. Era amiga de la novia de uno de sus colegas y, siempre que salían, ella les acompañaba. Habían hecho muy buenas migas durante las noches previas y esperaba que esta por fin consiguiese lo que tanto se proponía. Ella iba vestida muy sexi con un traje rojo muy corto que enmarcaba su voluptuosa figura a la perfección y que dejaba al descubierto sus preciosas piernas, además de un delicioso escote conformado por sus grandes y redondos pechos. Estuvieron bailando juntos todo el rato. Ella restregó todo su cuerpo contra el de él y se estuvieron tocando sin tapujos. Incluso, se besaron un par de veces. Entre eso y las bebidas, todo parecía estar propiciándose para que los dos se liasen esa noche, pero entonces, a su amiga, novia de su colega, le entraron terribles mareos y las dos tuvieron que irse, dejándolo en la estacada. Ahora, se hallaba en casa con una buena erección. Eso solo podía significar una cosa: que se la tendría que cascar de manera insatisfactoria en ese mismo instante.

Estaba muy enojado. Llevaba meses sin follar y esta había sido la oportunidad perfecta. A sus veintidós años, era un chaval con una energía sexual muy alta y necesitaba liberarla como fuese. Se pasó su mano por su pelo corto castaño oscuro y suspiró. Se sentía frustrado, pero sabía que no tenía otra alternativa. Acarició su entrepierna y sintió la dureza de su miembro por encima del pantalón vaquero. A su mente, regresó la increíble imagen de la hermosa Jimena bailando bajo las brillantes luces de la discoteca, con su largo pelo rubio suelto y su delicioso cuerpo meciéndose al ritmo de la música. Con esa imagen, comenzó a desabrocharse el pantalón para sacarse su enhiesta polla y comenzar a masturbarse. Pero entonces, llamaron a la puerta.

—Fran, ¿estás ahí? —preguntó una voz femenina tras tocar un par de veces.

El chico se alborotó con nerviosismo ante tan inesperada interrupción. Quien llamaba no era otra que su hermana Sonia. No esperaba que siguiese levantada y, menos aún, que fuera a llamar a su puerta. ¿Qué demonios querría?

—Sí, pasa —dijo Francisco tras abrochar su pantalón.

La puerta se abrió y entró una chica de estatura media, cuerpo delgado y larga melena pelirroja. Sonia caminó un par de pasos y miró a su hermano con su par de preciosos ojos verdes oscuros, los cuales adquirían un brillo especial bajo la luz. Sus rosados labios enmarcaban una preciosa sonrisa que iluminaba con radiante alegría su redonda cara de piel blanquita. Parecía una muñeca de porcelana, bonita y delicada.

—¿Ya has venido de la fiesta? —preguntó de manera inocente.

—No, sigo allí emborrachándome y bailando la Macarena —respondió mordaz su hermano.

Sonia puso un gesto de desagrado ante semejante contestación mientras se acercaba un poco más.

—Tampoco tienes que ser tan maleducado —replicó la chica.

—Pues no me hagas preguntas tan estúpidas —dijo él.

Por un instante, el silencio reinó en la habitación. Sonia se sentó al lado de Francisco y ambos se miraron. Ella llevaba puesto un pijama corto de color blanco que dejaba entrever su apetecible cuerpo. Ya tenía 18 años y la niña había dejado paso a una mujer muy hermosa. Francisco no lo podía negar, su hermana era muy bonita. La camiseta holgada dejaba entrever unos pechos menudos y redonditos. El pantalón corto revelaba unas estilizadas y pálidas piernas, además de que seguramente marcaría muy bien su culito. Era en suma, toda una belleza y no podía dejar de mirarla por ello.

—¿Estás bien? —preguntó la chica de forma repentina.

Francisco se sorprendió ante tan inesperada cuestión y se mostró un poco alterado. Había estado mirando a su hermana por demasiado tiempo y, quizás, se habría percatado. Eso le hizo sentir inseguro. No pretendía observarla y menos, de forma tan indecente. Era Sonia, su hermana. Jamás la miraría de manera tan perversa, pero tal como se encontraba en aquellos instantes, poco le importaba.

—Sí, estoy perfectamente —contestó, tratando de sonar lo más calmado posible, aunque le costaba aparentarlo.

Ella se le acercó un poco más, inquietándolo bastante. Casi sintió el roce de su cadera contra la suya. Sus ojos verdes tenían un brillo atrayente y siniestro. Tembló un poco, como si pareciera que ella le estuviese leyendo sus pensamientos.

—Pues no lo pareces —aseguró Sonia—. Te veo muy tenso e inquieto, como si algo te alterase.

No podía negarlo por más tiempo. Aunque quisiera seguir mostrándose calmado, era imposible seguir aparentando en ese estado. Francisco estaba muy nervioso por la situación y la escrutadora mirada de su hermanita tan solo estaba empeorando las cosas.

—No es nada, de verdad —dijo intentado respirar para relajarse, pero Sonia se estaba dando cuenta de que seguía igual—. Por cierto, ¿qué diantres haces aquí?

Aquella pregunta fue la maniobra que necesitaba para desviar la atención de su hermana sobre él. De hecho, al hacerla, la expresión en el rostro de la chica cambió de repente.

—Me desperté al oír como abrías la puerta —le informó ella—. Te escuché caminando un poco raro por las escaleras, así que vine a ver si estabas bien.

—¡Pues aquí me tienes! —exclamó con tranquilidad Francisco—, estoy perfectamente.

—¿En serio? —expresó la chica con ciertas dudas—, pues yo te sigo notando un poco raro.

La insistencia de Sonia era impresionante. Ella se echó a reír al ver la expresión de incredulidad en la cara de su hermano. Todavía no podía concebir que la muchacha fuera tan pesada con todo aquel asunto. Y a fin de cuentas, ¿a ella que narices le importaba lo que le pasase?

—Vale, estoy un poco inquieto, podría decir que incluso exaltado —reconoció al final frente a su hermanita—. Pero, ¿qué esperabas? Vengo de fiesta. Voy un poco borracho y eufórico por el ambiente. ¡Es normal que esté así!

Una sonrisilla malévola se dibujó en la boca de su hermana. Con cierta picardía, comenzó a pasar su mano por el contorno de sus rosados labios, dándole a la chica un aire tanto sensual como atrevido. Francisco sospechaba que su hermana intuía más de lo que él creía.

—No creo que estés solo algo animado —le expresó con evidentes dudas mientras se acercaba más—. A mí me da que también estás excitado.

Se tensó al escuchar esto. Francisco la miró incrédulo, sin poder creer que Sonia hubiera averiguado lo que le ocurría y la sonrisa en su rostro se acentuó aún más. Había dado en el clavo con sus observaciones. Tampoco es que su hermano se extrañase, ella siempre había sido así de perspicaz. Podía notar como seguía mirándolo con cierta alevosía, como si disfrutase de su sufrimiento. Estaba empezando a exasperarlo.

—Oye, ¿has venido aquí tan solo para disfrutar de mi humillación o te vas a pirar? —Se notaba que Francisco estaba empezando a cansarse de todo aquello—. Me gustaría irme a dormir.

—Antes de irte a la camita, te harás una buena paja, ¿no?

Escuchar aquello lo dejó sin habla. ¿Realmente acababa de decir, sin ningún tapujo, que iba a masturbarse? No, no podía ser cierto. Se repetía en su cabeza que ella era Sonia, su preciosa hermanita. Una chica inocente y risueña que, sí, ya tenía 18 años y, por tanto, era una adulta, pero de la que nunca esperaría oír algo así. No es que dudase de que no entendiera de qué iba el sexo y ya debía suponer que habría tenido sus escarceos, pero no se esperaba que ella le hablase de esa manera. Jamás lo había hecho antes. Claro que él también acababa de mirarla de forma indebida ahora mismo y no había sido la primera vez. Estaba claro que las cosas no andaban muy normal entre los dos. Reponiéndose del shock, el chico decidió responderle para salir del paso.

—Mira, lo que yo haga en mi habitación no es asunto tuyo, ¿vale? —le expresó con claridad—. Es tarde, quiero descansar y tú también deberías. Vuelve a tu dormitorio.

Pero Sonia permaneció allí, mirándolo con aquellos ojillos verdes brillando con un resplandor increíble y con aquella pícara mueca curva aun dibujada en su rostro. Se la veía tan esplendida y adorable. Su pelito rojo largo, sus pecas, su rostro infantil. Francisco no podía negar lo excitado que se encontraba al verla y notó bajo su pantalón su polla endureciéndose como el cemento. Poniéndose así gracias a su propia hermana.

—¿Y en quien vas a pensar mientras te la tocas? —preguntó con perversa intención—. ¿Alguna de tus amiguitas, una chica con la que te has cruzado mientras bailabas, una camarera?— la miró fijamente a sus ojos mientras ella le hacía esa pregunta—. ¿En mí?

Sacudió su cabeza confuso. No, no podía haber escuchado eso último. Tenía que ser producto de su confusa imaginación, destrozada por el alcohol, la música machacona a todo volumen de la discoteca y la fatiga por ser tan tarde. Era imposible que Sonia le hubiese preguntado eso, aunque contemplando su sonrisa de duende traviesa, le resultaba difícil dudarlo. Intentando poner las cosas en orden, decidió poner fin a todo esto.

—Mira, eso ni te va ni te viene. Es privado e igual que yo te respeto a ti, ¡tú debes hacer lo mismo conmigo! —exclamó algo alborotado mientras se levantaba—. Ahora, quiero que te marches y no vuelvas a mencionar ni una sola palabra de esta conversación, ¿entendido?

Puso rumbo hacia la puerta con clara intención de abrirla y obligarla a que se marchase, pero cuando se volvió, pudo ver a Sonia tan tranquila sentada sobre su cama. De hecho, parecía haberse puesto más cómoda. Ver su pasividad, lo puso enfurecido.

—¡Vamos, fuera! —masculló iracundo mientras se acercaba a ella.

—¡Ey, suéltame! —protestó la chica al ver como él pretendía cogerla de un brazo.

Notando la clara hostilidad de su hermano, Sonia se apartó con rapidez e hizo caer a Francisco sobre su cama, haciendo que tropezase con el filo. El chico alzó furioso su vista hacia su hermana, ansioso por lanzarse sobre ella para atraparla.

—Por favor, antes de que intentes ir a por mí, ¿podríamos hablar?

Quedó confuso ante semejante propuesta. No tenía ni idea de lo que pretendía, pero era evidente que pelear no iba a ser la solución factible. Al menos, de momento. Viendo que no tenía otra opción, se acomodó bien sentado en su cama y respiró un poco para calmarse, aunque le costaba.

—Bien, ¿qué demonios quieres? —preguntó.

Ella permaneció callada por un instante, pero, al notar la ansiedad en los ojos de Francisco, decidió hablar.

—Estas excitado, ¿no?

Aunque reticente, el joven asintió. Le costaba reconocérselo a su propia hermana, aunque tras la pequeña pelea, había quedado en evidencia.

—Ves como no era tan difícil —le dijo Sonia algo chistosa. A Francisco no le hacía ninguna gracia y se lo hizo saber con una penetrante mirada llena de ira. Al ver esto, la chica decidió tomarse las cosas con algo de seriedad—. Bueno, el caso es que la tienes dura.

—¿¡Se puede saber a dónde quieres ir a parar con todo esto?!

Estaba claro que la muchacha comenzaba a desesperarlo. Ya ni siquiera tenía en mente masturbarse, solo dormir, pues notaba el cansancio en su cuerpo, aunque no podía negar que tenía cierta curiosidad por saber a donde quería llegar Sonia con todo este asunto. Le generaba algo de vergüenza, pero a la vez, le interesaba. Ella, viendo que su hermano demandaba una respuesta de una vez por todas, prosiguió.

—Bien, el caso es que ahora te ibas a hacer una paja —comentó sin ningún tapujo, como si no se avergonzara de lo que acababa de decir—. Tú solito te vas a masturbar pensando en esa chica que tanto deseabas y seguramente ni te va a gustar. Debe ser muy insatisfactorio meneártela en tu propia soledad cuando habías esperado que fuese la chica de tus sueños quien debería estar haciéndolo.

No daba crédito a lo que escuchaba. Cada palabra que salía de la boca de Sonia le resultaba más aterradora y, peor aún, atrayente. Porque si, su hermana le estaba empezando a resultar muy atractiva y eso era algo que no podía obviar por más que desease.

—Sonia, de nuevo, lo que yo haga en mi intimidad no es asunto tuyo —repitió otra vez, tratando de terminar con todo esto de una vez por todas.

—Como quieras, pero está claro que esta noche no vas a disfrutar mucho.

Era incapaz de comprender que era lo que su hermana pretendía con todo aquello. Estaba claro que tramaba algo y no era que no supiera de qué podría tratarse, más bien al contrario, una idea muy perturbadora rondaba por su cabeza, pero prefería no pensar en ello.

—¿Y eso a ti que te importa?

Pareciera como si la chica estuviese esperando esa pregunta, pues una perversa sonrisa se formó. Sus ojos brillaron de manera resplandeciente y Francisco tragó saliva ante semejante panorama. Esto le empezaba a gustar cada vez menos.

—Bueno, si quieres, yo podría ayudarte.

Cuando escuchó aquello, pensó en un principio que lo acababa de imaginar. No, su hermana no podría ser capaz de decir algo así. Era imposible, absurdo.

—Erm, Sonia, debo haberte escuchado mal —comentó un poco asustado el chico—. ¿Acabas de insinuar que quieres hacerme una paja?

Esperaba que fuera una broma o un malentendido, pero cuando notó la mirada de seriedad de su hermana, dio un bote de la cama.

—¡Me has escuchado perfectamente! —exclamó con toda la frialdad del mundo Sonia—. Y sí, quiero hacerlo.

Por un instante, Francisco pareció sentir como el mundo sobre él se derrumbaba aplastándolo. Todo esto no podía estar pasándole, no, era una locura. Su hermana no podía estar proponiéndole algo así. Ella, la chica a la que cuidó y mimó desde pequeña, que había crecido hasta convertirse en una mujer. No lo podía negar, pero no esperaría jamás en su vida que ella le propusiese una idea tan morbosa como terrible a la vez.

—A ver, ¿esto es una puta broma? —dijo cada vez más nervioso—. ¿Dónde están las cámaras y la gente oculta que ahora dirán que es una jodienda de la tele? Di…dime que esto es una puta coña, por favor.

La chica quedó incrédula ante la reacción de su hermano. Lo observó durante un pequeño rato, viendo como bajaba la cabeza como si no quisiera mirarla y describiendo movimientos erráticos con sus manos, casi pareciéndose a un mimo borracho.

—No, voy en serio. Quiero hacerte una paja —reconoció ella de nuevo.

Oír esto, rompió toda la compostura que le quedaba a Francisco. Se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro, tratando de asimilar lo que estaba ocurriendo. Sonia lo miró con algo de temor, probablemente ante la posible reacción de su hermano. El chico se detuvo por un momento, emitió un leve gemido y, luego, volvió su vista hacia la muchacha. Ella lo contemplaba, deseosa de saber su respuesta.

—¿Tu estas mal de la cabeza? —cuestionó bastante molesto—. Una de dos, si esto es una broma, no tiene ni puta gracia. Si va en serio, no se ya que pensar.

—Vale, pero cálmate y no te cabrees.

Ante estas palabras, Francisco rio sarcástico.

—¿Quieres que me calme? ¡Porque lo único que vas a conseguir es que me dé algo! —Se le notaba cada vez más histérico—. De verdad, no puedo creerme que pretendas hacer algo así. Me estoy volviendo loco y, como siga gritando, voy a despertar a papa y a mama.

—Por esos no te preocupes —le comentó tranquila Sonia—. Cada noche se toman esas pastillas tranquilizantes que compraron hace unos días y deben estar dormidos como troncos.

Frustrado, Francisco se sentó de nuevo en la cama. Su cabeza estaba hecha un completo lío. No tenía ni idea de cómo lidiar con todo este asunto, de qué hacer. Miró de nuevo a su hermana, esa chica con la que creció, con la que tan buenos momentos compartió. Seguía sin poder creer que le hubiera propuesto algo así, simplemente era algo que no podía concebir. Pero allí estaba, dispuesta a complacerle.

—¿De veras quieres hacerme una paja? —preguntó de nuevo, aun desconcertado por todo aquello—. ¿Por qué? ¿Qué pretendes conseguir con todo esto?

Ella le sonrió con ternura como respuesta. Por más que lo intentase, no podía enfadarse con Sonia. Su aspecto tan juvenil resultaba hipnótico y seductor. Le enternecía y provocaba. Ella acarició su mano y, sentir ese roce, le encendió por dentro. Los ojos de ambos se encontraron en ese mismo instante.

—Algunas noches, mientras voy por el pasillo, te escucho en tu habitación haciendo esas cosas, ya sabes, tus pajas, y noto lo frustrado y dolido que estás —relató la chica con suma calma—. Me apena y, por eso, quiero ayudarte. Tú siempre has estado ahí para mí, Fran, protegiéndome y cuidando de que no me pasase algo malo. Ahora, yo quiero devolverte el favor.

Las palabras le conmovieron. Conocía de sobra a su hermana y sabía que lo recién contado salía de su corazón. Ella le quería un montón, de hecho, le adoraba. Siempre decía que su hermano era su héroe. Eso le enternecía mucho. Pero ahora, todo había cambiado. Ya no había una niña en aquella habitación, sino una mujer dispuesta a complacerle de forma sexual, algo que aún no llegaba a comprender.

—Sonia, somos hermanos, hijos del mismo padre y de la misma madre —dijo Francisco a continuación—. Esto que quieres hacer no es lo normal en una familia como la nuestra.

—No seas tonto, no es algo tan malo —le replicó ella totalmente despreocupada—. Solo quiero echarte una manita. No va a pasar nada.

Francisco ya no sabía qué hacer. Su conciencia le decía que parase todo aquello y mandara a su hermana de vuelta a su cuarto, pero el convencimiento de la chica era impresionante. Y él estaba muy excitado. ¿Y si accedía? Llevaba razón, solo era una paja. No había intención de tocarla ni besarla, ni mucho menos, de tener sexo. Ella tan solo le masturbaría hasta que se corriese. Y no podía aguantar por más tiempo. Cuando se miraron de nuevo, Sonia supo que había ganado la partida.

—Está bien. Vamos a hacerlo, pero no puedes contárselo a nadie —le dejó bien claro Francisco.

—Joder, ¿¡y a quien se lo iba yo a contar?! —dijo escandalizada Sonia—. ¿¡Te piensas que se lo voy a decir a mis amigas para fardar o algo así?!

La manera en la que su hermana le miraba parecía indicar la clara evidencia de su pregunta. Por supuesto que no se lo contaría a nadie, ¿o es que acaso pensaba que la gente se tomaría como algo normal el que una chica le hiciese una paja a su hermano?

—Entonces, vamos a ello —anunció el chico.

Sin embargo, no pareciera que ninguno de los dos estuviera tan dispuesto. No era para menos. Francisco miró a su hermana con algo de vergüenza mientras que en ella se notaba cierta incomodidad. Pese a esto, la chica estaba dispuesta a lo que fuera y, por ello, decidió ser quien llevase la voz cantante.

—Bien, recuéstate en la cama —le ordenó a su hermano.

Francisco quedó muy sorprendido con la presteza con la que actuaba Sonia, pero no dudó en hacerle caso. Se acostó sobre su cama, apoyando su espalda contra el cabecero. Estaba algo nervioso por toda la situación tan rara bajo la que se hallaba. Y más se puso cuando su hermana se colocó a su lado.

—Hazme sitio —le pidió.

Él se echó a un lado y dejo que se recostase a su vera. Sentir el tacto de su cálido cuerpecito le excitó más. Y la cosa fue incrementando la temperatura cuando ella colocó su mano sobre su muslo derecho.

—Vale, es momento de que te desabroches el pantalón —anunció la muchacha.

Un evidente bulto en el pantalón señalaba la gran erección que Francisco tenía. Notaba su polla muy dura y tiesa, más incluso que cuando acababa de llegar a casa y sabía por qué estaba así. Su hermana le estaba poniendo muy cachondo. Giró la vista hacia el rostro de Sonia. Ella le miraba con certera atención con sus verdosos ojos.

—Venga, ábretelo —volvió a pedirle con calma.

Tragó saliva. Jamás en su vida había imaginado que haría algo así. Iba a dejar que su hermana le hiciese una paja. Ni en sus sueños más calientes imaginó algo así, pero iba a pasar y no había marcha atrás para evitarlo. Con las manos algo temblorosas, quitó el botón y bajó la cremallera, dejando abierto el pantalón. De dentro, la polla surgió más estirada, aunque todavía estaba atrapada bajo los calzoncillos boxers que portaba.

—Quizás deberías de bajártelo, así estarías más cómodo —le sugirió la chica.

Con su ayuda, Francisco tiró de su pantalón para abajo. Tuvo que incorporarse un poco para pasárselo por el culo y que no quedase atrapado. Sonia tiró un poco más de este hasta dejarlo a la altura de las rodillas. Ahora, el pene se adivinaba mejor, bien empalmado, formando una evidente tienda de campaña en aquellos holgados calzoncillos azules.

El hombre no cabía en su espasmódica sorpresa de que estuviera atreviéndose a algo así, pero más tenso se puso cuando vio el rostro de su hermana. Sonia miraba con fascinación aquel duro miembro, aun oculto bajo la ropa interior masculina, pero cuya rígida forma se adivinaba perfectamente bajo la tela. Sin dudarlo, la chica llevó su mano a este para acariciarlo.

— Sonia, ¡espera!— exclamó alborotado, tratando de frenarla.

Pero nada pudo parar a la chica. Su mano se posó sobre aquella dura estaca y la tocó. Cuando percibió ese suave roce, Francisco se sintió morir. Su hermana abarcó el miembro con toda su mano y comenzó a frotar de arriba a abajo, añadiendo más placer al que ya estaba teniendo. Con los ojos entrecerrados, pudo contemplar como la chica maravillada con su miembro.

—Madre mía —expresó la chica cohibida—, esto está muy duro. Nunca imaginé algo así.

—Dios Sonia, sigue, por favor —le pidió desesperado su hermano.

—Creo que deberías bajarte el calzoncillo para que te la tocase mejor —indicó ella.

—Buena idea —contestó Francisco entre gemidos.

Arrastrado por la excitación, se retiró los boxers y la polla salió, por fin, libre de aquella prisión en la que llevaba tanto tiempo encerrada. Sonia no tardó en agarrarla con firmeza, recreándose en lo dura y caliente que estaba. Se pegó un poco más a su hermano, como si quisiera sentir su presencia mientras le satisfacía. Él la envolvió con uno de sus brazos por la cintura para atraerla.

—¿Te gusta lo que estamos haciendo, hermanito? —lo preguntó mientras le miraba con sus centelleantes ojos verdes.

—Si —gruñó él como respuesta—. Ahora no pares, por lo que más quieras.

—Claro que no —aseguró la chica con una bella sonrisa.

Sonia bajó su mirada hasta el endurecido miembro, el cual tenía bien aferrado por la mitad. Rosado, largo, un poco ancho y con la punta redondeada y amoratada, era un buen pene. No tan grande como los que podría haber visto en páginas porno de Internet, pero aun así, imponente. Sin previo aviso, comenzó a subir y bajar su mano, iniciando una suave paja.

Francisco cerró sus ojos en cuanto su hermana comenzó a pajearlo. Abrió su boca para dejar salir todo el aire acumulado y volver a aspirarlo mientras notaba el intenso movimiento. El placer era increíble y no sabía si aguantaría por mucho. Para colmo, Sonia comenzó a susurrarle cositas al oído, lo cual lo encendía mucho más.

—Disfruta Fran —le susurró con su dulce voz—. Quiero aliviarte ese deseo que no has podido satisfacer esta noche. Yo me ocuparé de toda esa tensión acumulada.

Quería tocarla y besarla. En esos momentos, era capaz de lo que fuera necesario, pero se retuvo. No dejaba de ser su hermana, después de todo, por mucha paja que le estuviera haciendo. De repente, notó que el movimiento se aceleraba y tuvo que poner su mano para detenerla, pues sintió algo de irritación en la punta.

—¿Estás bien? —preguntó Sonia algo preocupada—. ¿Te he hecho daño?

Fran abrió los ojos para ver a su hermana aferrando su polla con fuerza. El pellejo del glande estaba retirado, dejando la punta al descubierto. Líquido preseminal surgía de esta. Luego la miró a ella, en cuya cara se adivinaba la preocupación.

—Tranquila, no es nada —la calmó—, pero ve con más cuidado. No seas tan brusca.

Ella asintió ante las nuevas indicaciones y retomó la masturbación con suavidad. Su mano subía y bajaba por el duro miembro, subiendo la piel del glande al ascender para luego volver a descubrirlo al descender. Era algo hipnótico y no quitaba ojo por nada del mundo. Le encantaba y más satisfecha se sentía cuando escuchaba los gemidos de su hermano. Disfrutaba dándole placer a Francisco, pero, además de eso, también la estaba excitando a ella. Tener ese vigoroso miembro sostenido en su mano, estaba humedeciendo su entrepierna de un modo como no podría imaginar. Lo gozaba como nunca y cuanto más tiempo pasaba, más cachonda se ponía.

Por su parte, Francisco tampoco perdía detalle de la erótica escena. De cómo la mano subía y bajaba, de cómo su polla sufría pequeños espasmos, de todo el delicioso goce que se le estaba brindando. Notar el cuerpecito cálido de su hermana le estaba encantando. La atraía más, la aferraba con mayor fuerza. Sintió sus pechos restregándose contra su cuerpo y la respiración entrecortada de ella en la oreja. Todo era una marea de estimulantes sensaciones que lo llevaban al inexorable rumbo del orgasmo. Jadeante, no tuvo más remedio que anunciárselo a su hermana.

—¡Sonia!, ¡Sonia!, ¡me voy a correr! —avisó con rapidez.

Pero esta advertencia no le sirvió a la chica de cara a prepararse ante lo que venía, sino que la incitó a masturbarlo con mayor brío y celeridad. Su mano subía y bajaba con presteza, ansiosa de provocar el orgasmo que tanto anhelaba presenciar. El chico no pudo hacer otra cosa más que disfrutar de esas increíbles caricias que su maravillosa hermanita le estaba proporcionado. Y tantas caricias, dieron sus frutos.

—Sonia, ¡me corro! —exclamó Francisco antes de sentir la súbita venida.

El chico cerró sus ojos al tiempo que apretaba sus dientes con fuerza. Todo su cuerpo se tensó a la vez que notó como su polla sufría fuertes espasmos. Y el espectáculo se obró. Chorros y chorros de espeso y ardiente semen salieron disparados de la punta. La mayoría cayeron entre las piernas de Francisco, aunque algunos pocos llegaron a ensuciar la barriga del chico y otros se derramaron sobre la mano de Sonia. Ella, por supuesto, fue testigo indemne de todo aquello, alucinando con todo lo que la polla estaba expulsando. Tratando de seguir, acompañó cada corrida con movimientos de su mano para añadir más estímulo y placer.

Cuando todo había acabado, Francisco abrió sus ojos para encontrarse con el gran desastre. Su camisa y piernas estaban manchadas de semen y el pegajoso olor ya empezaba a notarse. Su hermana Sonia sostenía su miembro con la mano. Pese a no estar duro, aún se notaba erecto. Se fijó en su rostro, lleno de sorpresa. Dejó escapar una bocanada de aire y volvió a aspirar para intentar recuperarse. Se encontraba destrozado.

—Joder hermanita, ¡menudo pajote me acabas de hacer! —dijo muy entusiasmado Francisco.

La chica, quien estaba mirando la mano que tenía manchada con semen, no tardó en reaccionar con cierta sorpresa. Al ver a Fran tan satisfecho, se alegró bastante.

—Fue todo un placer —respondió sonriente.

—Jope, como me he puesto —dijo a continuación el hombre mientras miraba todo el estropicio provocado—. Sonia, ¿podrías alcanzarme el paquete de pañuelos que hay dentro del segundo cajón de la mesita?

Fue a donde le dijo su hermano y extrajo el paquete para dárselo a continuación. Este comenzó a limpiarse y vio cómo Sonia rodeaba la cama en dirección a la puerta.

—Bueno, pues me voy —anunció con solemnidad.

—Perfecto, que descanses bien —le dijo el chico mientras se pasaba un pañuelo para limpiarse.

—Lo mismo tú —repuso ella—. Aunque seguro que con la paja que te he hecho vas a dormir muy bien.

—Ya lo creo.

No pudieron evitar reírse tras decir esto. Se miraron con complicidad. Había un gran cariño entre ellos y Francisco sabía que esta paja había sido una muestra de ello. La quería mucho y estaba agradecido de tenerla por hermana. Pero este encuentro había significado algo más. No es que nunca hubiera mirado a Sonia de forma indecente, la chica era muy atractiva y hasta se había excitado con ella en alguna ocasión, pero jamás se plantearía algo como dejar que lo masturbase. Sin embargo, eso era lo que acababa de suceder hacía tan solo un momento y le había encantado. Cuando vio como la chica se daba la vuelta en dirección a la puerta, pudo fijarse en su redondo culito enfundado en el corto pantalón de pijama. Su polla comenzó a ponerse dura de nuevo mientras veía como este trasero se contoneaba de forma tan provocativa. Sonia cerró la puerta y dejó allí a su hermano.

El chico terminó de limpiarse, se desvistió y se puso el pijama. Notando lo fuerte que olía la ropa, salió con esta fuera y la llevó abajo, al patio interior, donde estaban la lavadora y la secadora. La metió toda dentro del electrodoméstico, así por la mañana solo tendría que ponerla para que se limpiase y listo. Volvió a subir y al cruzar el pasillo, se percató de que la luz del cuarto de su hermana seguía encendida. Al menos, eso veía por la que se colaba por debajo de la puerta. Sonrió mientras pensaba en ella y puso rumbo a su habitación. Pero si se hubiera quedado un poco más, hubiera podido escuchar los gemidos, la cama revolviéndose y a su hermana susurrar su nombre. Porque allí dentro, Sonia se encontraba tendida sobre su cama, con la mano enterrada dentro de su pantaloncito, masturbándose rabiosamente mientras recordaba la paja que acababa de hacerle a su hermano.

— ¡Fran, Fran, Fran!— decía de forma baja aunque le costaba evitar alzar la voz.

Y más le costó cuando al describir círculos alrededor de su clítoris, alcanzó el orgasmo. Todo su cuerpo se contrajo, el aire abandonó sus pulmones y su coño estalló en una húmeda explosión de fluidos. Todo su ser se agitó con el más glorioso placer que hubiera experimentado jamás. Todo ello, mientras recordaba el duro tacto y el calor de esa polla.


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Francisco y su Hermana Sonia - Capítulo 002


Fran despertó a la mañana siguiente algo adormecido y con la cabeza doliéndole un poco. Pese a todo, se sentía bien. La paja que Sonia le hizo antes de irse a dormir, lo había dejado completamente relajado. Gracias a eso, pudo dormir de forma fantástica.

Se levantó de la cama y miró en su móvil la hora que era. Las dos menos veinticinco de la tarde. Había dormido más de lo esperado. Tampoco tenía de que extrañarse, pues, entre lo tarde que volvió a casa y el lío con su hermana, se le debieron de hacer la tantas. Y cuando recordó el asunto con Sonia, su cuerpo se estremeció.

Tras asearse un poco y vestirse, Francisco bajó las escaleras. Su padre estaba en el comedor, sentado en el sofá y viendo la televisión. Se saludaron y este le preguntó qué tal le fue anoche. Él simplemente comentó que lo pasó bien. Luego fue a la cocina, donde su madre preparaba de comer. El olor a caliente del estofado llegó a su nariz y, aunque solía gustarle, en esta ocasión al chico se le revolvieron las tripas. La resaca no iba a ser muy agradable.

—Vaya, ¡por fin despiertas! —exclamó la madre mientras meneaba la comida metida en la olla con un cucharon.

—Vine tarde, así que es normal que me levante tan tarde —se explicó, acercándose al frigorífico para coger un cartón de zumo. Necesitaba beber algo frio que le reanimase.

—Pues no eres el único —comentó la mujer, quien andaba probando el estofado para comprobar si ya estaba bien—. Tu hermana aún no se ha despertado.

Escuchar esto le sorprendió, aunque tampoco es que se extrañase. Ella también estuvo despierta casi toda la noche, sobre todo, porque la tuvo en su cama mientras le hacía eso. Recordar todo aquello le hizo temblar. Aun no podía creerse que algo así hubiera sucedido entre ellos dos. Decidió, de momento, quitarlo de su cabeza y centrarse en beber un poco de zumo de manzana. Se la sirvió en un vaso de cristal y se la bebió. Al notar el frio líquido entrando en su cuerpo, su estómago se revolvió. No le estaba sentando muy bien.

—¿Por qué eres tan bestia? —le regañó su madre mientras le veía bebiéndose el zumo—. Toma algo que esté más caliente. ¡Eso tan frio te va a sentar fatal!

—¡No te preocupes tanto mamá! —replicó Francisco—. Estoy perfectamente.

Eso decía él, pero era evidente, por la forma en que lo miraba, que su madre no estaba para nada convencida. Mientras el muchacho seguía bebiendo tranquilamente, su hermana entró en la cocina con la misma cara adormilada que él.

—Buenos días —saludó antes de bostezar.

—¡Parece que ya estamos todos en pie! —dijo con cierta alegría la madre—. ¿Cómo es que tú también has estado durmiendo tanto?

La chica se sentó frente a la mesa y miró a su hermano. Por un instante, Francisco se estremeció al ver los cansados ojos de Sonia sobre él, lo cual, no le gustaba nada en absoluto. ¿No sería capaz de contárselo a su madre?

—Este, que al volver a casa de fiesta, me despertó —dijo refiriéndose a su hermano, quien la observaba en consumida tensión—. Hizo tanto ruido que fui a ver que le pasaba y cuando llegué a su cuarto— Francisco la observaba cada vez más asustado—, tan solo estaba mareado y cansado. Tuve que ayudarle para acostarse y yo tardé en dormirme tras esto.

Cuando Sonia miró a Francisco tras dar su explicación, pudo contemplar como el chico se encontraba más calmado. Ella le sonrió de forma cómplice, aunque también con cierta picardía. Eso seguía sin tranquilizar al muchacho.

—Ah, eso explica por qué esta mañana he encontrado la ropa de tu hermano en la lavadora —expresó de forma repentina la madre—. ¿Fuiste tú quien la metió ahí dentro anoche?

Al escuchar lo que su progenitora acababa de decirles, ambos hermanos se miraron de manera fugaz. Sonia supo que tenía que inventarse algo rápido o estarían en graves problemas.

—Es que venía con vómito la ropa, por tanto, le pedí que se la quitase, la limpié un poco y la metí en la lavadora. Así, por la mañana, solo habría que ponerla y listo.

La madre escuchó todo con detenimiento y tras algo de silencio, se mostró conforme. Acto seguido, se marchó de la cocina. Tanto Sonia como Francisco respiraron aliviados al ver que se había tragado la mentira. Ambos se miraron por un instante, todavía percibiendo en cada uno el súbito nerviosismo que les corroía.

— Buf, menos mal que se ha creído esta trola —comentó la chica llena de alivio—. Me ha pillado con lo de la ropa. ¿Se puede saber que hiciste anoche?

— La ropa estaba manchada y olía mucho a… ya sabes. Así que la metí en la lavadora para que se limpiase hoy con el resto de la colada. No esperaba que fuera a preguntar por ello.

— Pues demos gracias de que soy capaz de inventarme buenas mentiras en un periodo corto de tiempo.

Tras decir Sonia esto, los dos se quedaron en silencio pero la chica no tardó en volver a mirar a su hermano. Fran, quien trataba de relajarse tras la tensa situación, volvió a alterarse al notar esos orbes verdosos mirándolo con tanta alevosía. No le gustaba ni un pelo que su hermana le observase de ese modo. Resultaba siniestro, no porque ella le diese miedo, sino porque no le gustaba que tramase algo a sus espaldas.

—¿Qué quieres? —preguntó algo molesto.

—¿Dormiste bien anoche?

Francisco sacudió su cabeza con estrépito al escuchar la cuestión. Si ya de por si resultaba complicado ocultar todo aquel asunto a sus padres, que ella decidiese hablar sin más del tema, no arreglaba las cosas.

—Oye, no creo que sea muy buena idea hablar de esto aquí —le advirtió Francisco a Sonia—. Papá o mamá podrían escucharnos.

La chica pareció quedar sorprendida ante lo que su hermano decía, pero no estaba molesta. Al contrario, le sonrió con mucha simpatía y encanto.

—Tranquilo, no hablaremos del temilla —dijo ella—. Tan solo dime, ¿te gustó?

Era evidente que la muchacha no iba a cesar en su empeño de preguntar. Si no recordaba mal, la noche anterior ya se lo había dicho, pero estaba claro que esto era algo que deseaba sonsacarle un día sí y otro también. Notando el deseo de la chica por que le diese una respuesta, Francisco acabó hablando.

—Sí, disfruté mucho.

Con esa información, Sonia se dio más que por satisfecha. Sonriente, se levantó, se acercó a su hermano y le dio un suave beso en su mejilla. Fran se quedó estático ante esta escena.

—¡Eso era lo que quería escuchar! —exclamó la chica muy contenta y satisfecha.

Tras esto, ella se marchó de allí. El hombre quedo allí sentado, incapaz de poder creer que diablos estaba pasando. Aquel besito había sido tan inocente como otro cualquiera que le pudiera haber dado su hermana tiempo atrás, pero ahora, le había hecho sentir algo inesperado y sorprendente. Sintió un súbito escalofrío cuando notó esos labios finos posándose sobre su piel, tan suaves y cálidos. No entendía porque le estaban pasando estas cosas. Era cierto que antes se había fijado más de una ocasión en Sonia y la había deseado, pero solo se trataba eso, una mera fantasía inocente que no pretendía traspasar la realidad. Pero tras la paja, todo había cambiado. Lo que su hermana le acababa de hacer ahora lo había encendido como nunca, de un modo que ninguna otra chica podría haber realizado. Eso le preocupaba, no era normal. Decidió no pensar más en ello pero le costaba trabajo quitárselo de la cabeza. Iba a ser una auténtica pesadilla. Y no solo por él. Algo raro percibía también en Sonia.

Francisco decidió no comer estofado esa tarde. Pese a la insistencia de su madre en que se bebiera solo el caldo y dejara las patatas y la carne, el muchacho no estaba por la labor. La barriga le dolía y andaba cansado, así que decidió irse a dormir.

Mientras descansaba en su cuarto, no pudo evitar rememorar lo ocurrido la noche anterior. En esa misma habitación, horas antes, su hermanita le hizo una deliciosa paja. Pese a costarle reconocerlo, ahora, no podía dejar de pensar en lo mucho que le gustó. De hecho, era innegable que había sido la mejor paja que le habían hecho jamás. Pero lo que más le provocaba era Sonia.

Recordaba el prieto cuerpo de la chica a su lado mientras le masturbaba, sus pechitos aplastándose contra su costado, su suave y delicada voz susurrándole y esa mano apresando su endurecida polla. Sintió como esta se le estaba poniendo bien dura de nuevo, al recordar toda aquella gloriosa vivencia. Y pensar en su hermana, le estaba calentando muchísimo. No creía posible que algo así pudiera pasarle, pero estaba sucediendo. Dio varias vueltas por la cama con el pene en pie de guerra y le costó mucho dormir a raíz de esto.

Cuando despertó, vio que ya eran las cinco de la tarde. Pese a seguir un poco fatigado, ya no se sentía tan cansado y, además, la barriga no le dolía. Eso sí, tenía bastante hambre, así que bajó las escaleras y fue a la cocina, donde se preparó un buen bocadillo lleno del embutido que encontró en el frigorífico. Tras comérselo y quedar satisfecho, fue al salón, donde halló a Sonia viendo la televisión tranquila. Estaba recostada en el sofá, con la espalda posada en uno de los reposabrazos y las piernas bien estiradas. Viéndola tan cómoda, decidió acercarse para ver cómo se encontraba.

—Hombre, ¡si ya has despertado! —exclamó la chica con su eufórica voz.

—Si, por fin me he desperezado —respondió Fran, mirando a un lado y a otro—. Por cierto, ¿dónde están estos dos? No los veo por ningún lado.

Por estos dos se refería a sus padres. Era la forma habitual en las que el chico los llamaba cuando estaba junto a su hermana.

—Hace no mucho que se fueron a tomar un café con unos amigos —contestó Sonia.

—¿Y cómo es que no has ido con ellos?

—¿Para qué? —cuestionó con disgusto la chica—. ¿Para escuchar a un montón de gente mayor hablando de lo mal que va el país o de que sus hijos aún no se han ido de casa? No gracias, prefiero quedarme aquí viendo la tele.

No pudo evitar reírse ante lo que dijo. Aunque siempre aparentaba ser una chica educada y correcta, a veces Sonia podía ser un poco brusca a la hora de hablar. No es que se las pasase soltando tacos o frases malsonantes pero algunos de sus comentarios podían sonar mordaces e incluso hirientes. Siempre tenía una cierta especialidad para decir cosas ingeniosas e insultantes a la vez. De todos modos, últimamente su lenguaje había cambiado un poco. Al menos, por una noche.

—¿Me puedo sentar contigo? —le pidió a la muchacha.

—Claro —contestó ella.

Viendo cómo se retiraba para dejarle sitio, Francisco no tardó en sentarse a su lado.

Miró al televisor, pero sus ojos no tardaron en volverse hacia Sonia. La chica vestía un suéter blanco y una falda de tela rosa. La miró con detenimiento, fijándose en que la falda se había subido un poquito al estar allí sentada. Le cubría hasta un poco por debajo de las rodillas pero ahora, se le había recogido hasta mostrar un poco por encima de los muslos. Ver esas piernecitas tan tersas y carnosas le empezó a poner bastante malo. Tan solo podía imaginar que es lo que ocultaría entre ellas y se sentía muy excitado. Cuando notó como ella se volvía para mirarlo, Francisco tuvo que dirigir su vista de vuelta al televisor para que no le pillase.

—¿Qué pasa? —le preguntó.

Él, un poco nervioso, buscó rápidamente una respuesta lo bastante buena como para evitar más cuestiones.

—Nada, nada, solo miraba de un lado para otro. —Era evidente que no se trataba de la mejor contestación que podía haberle dado. Sonia lo miraba de manera sospechosa— ¿Qué estás viendo?

La inesperada pregunta pareció borrar ese tenso momento pues la chica no tardó en volverse a la televisión para luego volver a mirar a su hermano y contestarle.

—Nada, una de esas aburridas películas que echan en Antena 3 —comentó algo aburrida—. Que si dramas familiares de personas con enfermedades imposibles de curar, intrigas de amantes y asesinatos absurdos. Vamos, un auténtico coñazo pero no es que haya otra cosa para ver a estas horas.

—Pero, ¿y esta de que va?

—Yo que se —respondió ella apática—. No sé qué de un bebe que ha secuestrado la vecina y la policía y los padres lo están buscando. Lo cierto es que no le estoy prestando nada de atención.

Vio que Sonia se había pegado un poco más a él. Eso le llamó la atención, aunque tampoco le resultaba raro. No era la primera vez que se sentaban juntos y acababan pegados el uno al lado del otro. Siempre había roces y contactos entre sus cuerpos, pero para Francisco, todo estaba tomando un cariz diferente.

—Si, veo que es una film apasionante —aseveró el chico tras escuchar la pormenorizada sinopsis—. ¿Por qué no pones otra cosa?

—Pon lo que te dé la gana —dijo Sonia y le pasó el mando.

Una vez que se hizo con este, miró a su hermanita, quien tenía su mirada perdida. Sin mucho que hacer, comenzó a cambiar de canal, pero no hallaba nada interesante. Siguió cambiando hasta que terminó por dejarlo en una reposición de Médico de familia. Los dos hermanos permanecieron allí, contemplando la aburrida serie, sin apenas reír con las gracietas de los personajes. Sonia tenía un sentido del humor demasiado sofisticado mientras que a Francisco, todo lo que fuera ficción española le aburría. De ese modo, no pudo evitar volver la vista hacia su hermana.

—¿Por qué me miras tanto? —preguntó ella de forma inesperada.

Sintiendo el pavor extenderse por su cuerpo al sentirse pillado, otra vez se vio en la tesitura de volver a responder para salir de tan incómoda situación.

—Na...nada —dijo con voz algo temblorosa—. Es que no hay nada interesante en la tele. Es más divertido mirarte a ti.

Supo que aquella última frase no iba a traer nada bueno, aunque la chica tampoco es que se sintiera molesta por ello. De hecho, aquella sonrisa que tanto alteraba a Francisco volvió a dibujarse en su rostro. No sabía porque, pero era evidente que estaba otra vez llevando las cosas por un camino bastante arriesgado.

—Vaya, ¿y a que debo tanta admiración por tu parte?

Tragó saliva. Aquello se le estaba yendo de las manos de nuevo. Lo que ocurrió la otra noche fue algo fortuito y único, no se iba a repetir. Eso era lo que él se decía, pero por la forma en la que lo miraba Sonia, estaba claro que era bastante dudoso.

La chica se pegó un poco más, hasta que sus piernas chocaron con las de su hermano. Una hermosa y curva sonrisa se enmarcaba en aquellos finos labios y sus ojos verdes tenían ese característico brillo tan hermoso. Era una verdadera preciosidad y Francisco debía controlarse, pues de no hacerlo, no tenía ni idea de lo que podría pasar. Aunque, tampoco es que le importase demasiado que ocurriese. Notando la excesiva cercanía, decidió hablar, pese a no saber si eso iba a mejorar tan tensa escena o la iba a empeorar.

—Por nada, solo te miraba —fue lo que acabó contestando—. ¿Es que no puedo?

—Claro que puedes —dijo la chica mientras soltaba una pequeña carcajada—. Pero me parece un poco raro. O puede que no.

Francisco respiró intranquilo y sin saber cómo, colocó una mano en la pierna de su hermana. Cuando se percató, quiso apartarla, pero con Sonia observando muy atenta cada movimiento que hacía, prefirió no retirarla.

—¿Qué te pasa? ¿Ya estás otra vez nervioso?

El ciclo se repetía de nuevo. Fran temblaba como un niño que fuera a la escuela por primera vez o como si estuviera a punto de perder su virginidad. Tenía que parar todo esto, ponerr punto y final a este peligroso momento antes de que las cosas volvieran a descontrolarse. Y supo que debía hacerlo bien rápido cuando comenzó a acariciar la pierna de Sonia, sintiendo su cálida suavidad.

—Yo estoy perfectamente —respondió con rapidez—. ¿Y tú?

La expresión risueña de Sonia se enmarcó en su cara. Era tan bonita.

—Yo también lo estoy, pero, ¿quieres saber una cosa?

—¿El qué? —Fran quedó algo sorprendido ante esto.

—Verás, cuando te hice la paja esta noche pasada, me puse cachonda.

Se quedó sin habla. Literalmente, fue como si su ser hubiera viajado a otra dimensión. Ya no era por lo que acababa de decir, simplemente no podía creerse que su hermana siguiera jugando a esto como si le pareciera divertido. Solo fue una vez, no habría más, pero el destino, o más bien, el empeño de ella, parecían estar arrastrándolo otra vez al mismo abismo donde cayó antes y del que parecía estar consiguiendo salir.

—Hum, pues me dejas sorprendido —expresó el chico con tenue calma aunque en sus palabras se podían adivinar cierta tirantez—. Aunque bueno, es normal. No pasa nada.

Su hermana le siguió mirando de esa manera tan provocadora, atrayéndolo de una forma como nunca antes pudo imaginar. Recordaba el placer que le proporcionó con aquella paja y el deseo comenzó a aflorar de forma evidente.

—¿Quieres saber una cosita? —Su voz sonaba pícara y juguetona.

—Dime.

Sonia se acercó un poco hasta dejar su rostro a apenas centímetros del de Francisco. El hombre miraba alterado, sabedor de lo que ella estaba tramando. Y fue en ese entonces, cuando se lo dijo.

—Ahora mismo también lo estoy.

Era incapaz de articular palabra. Cada cosa que su hermanita le decía lo dejaba bloqueado. Quería escapar de todo aquello como fuese, pero recordó que una de sus manos estaba colocada justo sobre la pierna de ella y no la había apartado en mucho rato. Los dos se miraron sin reparo y entonces, fue cuando Francisco comprendió que no había marcha atrás.

—¿En serio? —preguntó con cierto interés—. ¿No me estarás tomando el pelo?

—No, si quieres compruébalo tú mismo —le dijo su hermana como si le estuviera retando.

Volvió a mirar su mano, posada sobre la pierna, justo entre la zona de la rodilla y el muslo. Sabía que solo tenía que subir un poquito para internarse y llegar a ese lugar prohibido, tocar allí donde nunca jamás creyó que tocaría. Respiró intranquilo, sabedor de la locura que estaba a punto de cometer y, por un momento, se negó a llevarlo a cabo. Era su hermana, no podía hacer algo así. Ni siquiera debió permitir el que le hiciese una paja. Pero cuando sus ojos se encontraron y se topó con aquella mirada desafiante, supo que no podría recular. Era imposible.

—¿En serio quieres que haga algo así? —preguntó incrédulo.

—No soy yo quien te lo está pidiendo —contestó ella en un leve susurro—. Eres tú el que se lo está pensando hacerlo.

Así era. Jamás en su vida Francisco se había planteado una cosa tan perturbadora como la que estaba tentando de hacer. El morbo de cruzar ese límite era muy atrayente y su hermana se veía tan deseable. ¿Por qué ella querría hacer algo así? No entendía nada, pero lo cierto era que ya no le importaba demasiado. Estaba cada vez más excitado y las ansias por querer ir más allá iban en aumento.

—Bueno, si tú no tienes ninguna objeción —concluyó el muchacho.

Su mano empezó a temblar al ir subiendo por la pierna. Bien depilada, podía sentir la suavidad y calidez que emanaba de ella. Fue ascendiendo hasta que se internó por debajo de la falda, perdiéndola de vista. Luego, miró a Sonia, quien se hallaba tan expectante como él de lo que ocurriese. La chica arqueó una ceja, en clara señal de que estaba a la espera. Todo quedaba en su mano.

Fue adentrándose poco a poco en esa falda, guiándose a través del tacto de la suave piel. Sonia le miraba en vilo, esperando a que algo maravilloso ocurriese. Podía sentir su respiración, acompasada y profunda. Estaba muy atenta y ansiosa por el deseo que subyacía en su interior. Un deseo muy intenso que afloraba cada vez con mayor fuerza. Y así fue, cuando los dedos de Francisco rozaron la tela de sus braguitas. La chica vibró ante el inesperado tacto sobre esa zona, tan sensible como nunca imaginó.

—Tienes razón, estás mojada —afirmó impresionado su hermano.

El chico no salía de su asombro al tocar por encima de la prenda y notar la humedad que emanaba. Su hermana estaba cachonda y, eso, le estaba poniendo. Siguió tocando, palpando por encima de aquella tela la húmeda raja. Podía adivinar las formas de su vagina, la cual estaba entre abierta. Se hallaba maravillado ante algo tan increíble y escuchar los suaves gemidos que su hermanita emitía le estaba encantado. Se giró para mirarla y la encontró con los ojos cerrados y una expresión de gusto dibujada en su cara.

—¿Te gusta? —preguntó en ese mismo instante.

—Si —respondió Sonia muy alborotada. Se apreciaba que estaba disfrutando con todo esto.

—¿Quieres que te devuelva el favor?

—¿Por lo de anoche?

—Claro. Tú me diste mucho placer. Ahora quiero dártelo yo a ti.

La chica quedó maravillada ante lo que su hermano le dijo. Llena de un deseo irredento, asintió con ganas, queriendo ver hasta donde llegarían.

—Entonces, déjamelo todo a mí —dijo Fran con claridad—. Tengo buena mano con estas cosas.

Sin dudarlo, el chico apretó sus dedos contra la vagina de su hermana y ella se estremeció ante el dulce roce. Emitió un leve suspiro que solo era el anuncio de lo que estaba por venir. Se relajó un poco cuando notó menguar la presión. Entonces, percibió otra cosa, como le quitaban la ropa interior.

—Fran, ¿qué haces? —preguntó a su hermano algo agitada.

—Tú tranquila —la calmó el muchacho—. Relájate y disfruta.

Le bajó las braguitas hasta los pies y luego las pasó por estos para terminar de quitárselas. Ahora, tenía la ropa interior de Sonia en su mano. Las miró. Eran de color blanco y cuando las volvió, pudo ver sobre la tela la inconfundible mancha de humedad que ella había dejado. Las observó por un rato y, de repente, como si un mecanismo interno se accionase, llevó estas hasta su nariz para olerlas. El aroma fresco y fuerte a coñito impregnó sus fosas nasales y lo dejó maravillado. Aspiró cuanto pudo y cuando las apartó, vio de reojo como su hermana le miraba incrédula.

—¿Huelo bien? —preguntó la chica aun en shock, pero divertida ante la situación.

—Mucho —contestó Francisco con satisfacción.

Dejó las braguitas sobre el sofá y volvió a colocarse al lado de ella. La chica lo miraba con sonrojo y risa trastornada. Se la notaba nerviosilla ante lo que iban a hacer. Él también lo estaba y, por ello, buscó aparentar calma, pese a que le estaba costando. Nunca se imaginó haciendo algo así. Bueno, sí que se había visto, pero nunca con ella. No con Sonia.

—Estas asustadillo, ¿verdad? —le dijo mientras le sonreía con encantadora ternura.

—Un poco, para que negarlo —reconoció al final.

La tenía tan cerca. Sentir el calor de su cuerpo y esa respiración tan profunda le volvían loco. Posó de nuevo su mano en la pierna y comenzó a subir por ella hasta que desapareció bajo la tela de la falda. Guiándose con sumo cuidado, llegó hasta la entrepierna y, muy pronto, sus dedos tocaron el cálido sexo de Sonia.

—¡Oh Fran! —suspiró la chica con fuerza.

—Um, ¡Sonia! —exclamó con sorpresa—. ¡Qué calentita estás!

Comenzó a tocar el húmedo coño con cuidado y pasión, palpando cada uno de los empapados pliegues, al mismo tiempo que notaba como su hermanita se excitaba cada vez más. Empezaba a gemir con fuerza y notaba como su cuerpo temblaba. De hecho, ella le abrazó con fuerza, como si no deseara separarse de su lado.

—¿Estás bien?

—Sí, sigue —le respondió con voz temblorosa— Sigue, por favor.

Las suplicas no hicieron más que incendiarlo por dentro y aumentar sus deseos de complacerla. Con sus dos dedos, recorrió la rajita de arriba a abajo e hizo que Sonia emitiese un fuerte grito. Aún así, no era suficiente. Con saña, rebuscó en aquella mojada gruta hasta hallar el prominente nódulo que se hallaba en la parte superior, el clítoris. Con esos dos mismos dedos, el índice y el corazón, comenzó a frotar aquel carnoso botón y no tardó en notar los efectos que empezó a causar en la chica. Se puso más tensa y su respiración se aceleró. Francisco lo sabía, su hermana estaba a punto de tener un orgasmo.

—¡Fran, Fraaan! —gimió la muchacha con fuerza—. ¡Me corro!

El orgasmo la atrapó de improviso. Todo su ser se agitó y su hermano pudo notar el súbito bamboleo. Cerró sus ojos y abrió su boca mientras emitía varios alaridos al tiempo que notaba fuertes contracciones en su vagina, expulsando copiosas cantidades de flujo que empaparon la mano de Francisco. Este pudo percibir el caliente líquido derramándose entre sus dedos. Quedó estupefacto ante lo que palpaba. Cuando todo terminó, el hombre sacó su mano de dentro y dejó que la chica se recuperase.

La observó con detenimiento. Se la notaba tan serena y calmada, como si estuviera en paz con todo. Le parecía algo tan tierno y dulce que no pudo evitar sentir más que amor por ella. La quería con locura, incluso a pesar de lo que acababan de hacer. Seguía creyendo que no era algo correcto, pero no le horrorizaba en absoluto. En realidad, le estaba encantando. Siguió admirándola hasta que decidió acariciar su rostro con su otra mano, la que no estaba aún llena de líquidos. Pasó sus dedos por su mejilla y ella apoyó su rostro en la palma, sintiendo así la delicada tersura de su piel. La vio tan placida y tranquila que cuando quiso darse cuenta, la estaba besando.

Fue algo involuntario, no quiso lanzarse y pegar sus labios contra los de ella, por eso, cuando se vio en esa situación, se apartó de forma brusca. Sonia abrió sus ojos y miró a su hermano con sorpresa.

—¿Por qué te has detenido? —preguntó.

Fran se sentía arrepentido. Aquello no debió pasar. Estaba yendo demasiado lejos.

—No debí de hacer eso, lo siento —se disculpó.

—¿Por qué? —dijo la chica con sorpresa—. A mí no me lo parecía.

De nuevo, se quedó sin habla. Aquella chica le pillaba por sorpresa cada vez que se lo proponía.

—A mí no me ha parecido algo malo —continuó ella—. De hecho, me ha gustado.

Volvió a besarla. No se detuvo a pensarlo siquiera. Pegó sus labios de nuevo a los de Sonia y ambos se entregaron a la placentera unión. Las bocas no tardaron en abrirse y dejaron paso a las húmedas lenguas que se deleitaron jugando entre ellas. La chica pasó sus brazos por detrás del cuello de su hermano, envolviéndolo y se apretó más a él, acentuando más aquella lujuriosa unión. Y al mismo tiempo, él internó su mano de nuevo en la entrepierna de ella.

—¡Fran, otra vez! —dijo con sorpresa.

—Te corriste antes demasiado rápido —contestó el chico—. Quiero que disfrutes un poquito más.

—Si, dame más placer.

Aquellas palabras solo hicieron más que alentarle. Volvió de nuevo a acariciar aquel manantial del que no cesaban de derramarse fluidos. Francisco seguía sin creerse que su hermana pudiera estar tan húmeda, pero no dudó en seguir masturbándola. Sonia comenzó a gemir de nuevo y no tardó en ser acallada cuando su preciado hermano la besó de nuevo en la boca. De ese modo, besándose con ansiada desesperación y masajeando la vagina, los dos amantes se entregaron a otra sesión de placer incansable.

Sonia no tardó en correrse de nuevo. Francisco se esmeró en describir círculos alrededor de su clítoris antes de frotarlo con suavidad para no lastimarla. Se notaba, como él mismo decía, que tenía buena mano para el placer femenino. Y cuando se corrió, lo hizo besándolo con todo el deseo que pudiera tener dentro, agitándose como una endemoniada mientras sentía su cabeza nublarse por el éxtasis proporcionado.

Tras terminar, Fran la posó sobre el sofá, dejando que se recuperase. Observó cómo estaba. Su pelo rojo revuelto, su rostro enrojecido, su pecho subiendo y bajando. Estaba esplendida y, por ello, no dudó en besarla otra vez.

—¿Qué tal estás? —preguntó.

—Genial —dijo ella llena de euforia—. ¡Nunca imaginé que se pudiera dar tanto placer! ¡Estoy agotada!

—Pues no ha sido nada, en comparación con lo que soy capaz.

—Seguro.

Volvieron a besarse. Era estupendo, no podía creerse que su hermanita fuera tan perversa y juguetona. Eso le estaba encantado. Pero quizás debía ir con cautela, pues no dejaban de ser familia. Fran se dio cuenta de ello y del peligro que conllevaba si sus padres llegaban a enterarse de todo esto. Pero sus pensamientos no tardaron en esfumarse cuando notó la mano de Sonia sobre su paquete.

—La tienes durita —comentó picarona la chica al tiempo que manoseaba su polla—. ¿Quieres que te haga otra paja?

Fran la miró lleno de dudas, incapaz de saber si debía aceptar la propuesta de su hermanita.

—No creo que sea buena idea. Papa y mamá estarán al venir —objetó como si quisiera evitar esto, aunque estaba muy indeciso.

—Vamos, no seas tonto —le replicó Sonia—. Tú me has hecho correr dos veces, así que estoy en deuda por ello. Te debo una más.

Notó como ella siguió manoseando su pene y la excitación le podía. Se la veía tan deseosa y dispuesta. Al final, Francisco decidió mandarlo todo a la mierda.

Sin dudarlo, atrajo a su hermana y comenzó a besarla con pasión. Ella le correspondió de la misma manera y no tardó en comenzar a desabrocharle el pantalón. No tardó en bajárselo junto con los calzoncillos y Sonia tardó poco en atrapar el empalmado miembro con su mano, comenzando a pajearlo.

—No pares, no pares —le decía entre sonoros ronquidos.

—¡Seguro que esta vez te vas a correr más rápido! —dijo ella divertida.

—No creo que tarde.

Francisco volvió a besarla mientras notaba el continuo sube y baja de su mano. Respiraba muy tenso, notando el gran placer que su hermanita le proporcionaba. Le encantaba y no quería que parase. La besó en el cuello, en las mejillas, en todo su rostro. Sus manos acariciaron sus finas piernas y llegaron hasta su suculento culo, el cual palpó un poco. Al mismo tiempo, la chica volvía a disfrutar de la genial experiencia de acariciársela a su hermanito. Podía notar la dura polla en su mano y como la pajeaba con decisión. Bajó su mirada para verla, tan larga e imponente como se mostraba, con liquido preseminal mojando la puntita, señalando la excitación que recorría a Fran. El hombre comenzó a sentir como su pulsación se aceleraba al tiempo que gemía con fuerza. Ya iba a llegar al orgasmo.

—¡Joder, si, si! —gritó Fran al tiempo que sentía la gran venida.

Cerró los ojos y notó como su polla sufría varios espasmos. Se sintió perder el conocimiento y como todo su cuerpo se agitaba con violencia. Su polla expulsó el semen en copiosos chorros, pero esta vez, no salieron disparados, sino que Sonia, muy habilidosa, logró tapar la punta con su mano, logrando así que no se derramase por la habitación, poniéndolo todo perdido.

Tras haberse corrido, Francisco se sintió más aliviado. Ahora se notaba más ligero y sereno. Cuando abrió sus ojos, vio a su hermana con las manos tapando la punta de su miembro y como la leche recién expulsada se derramaba.

—Parece que no has dejado salir nada —comentó.

—¡Claro hombre! —exclamó ella mientras le miraba con sus centelleantes ojos—. ¿Es que pretendes ponerlo todo sucio? Una cosa es tu cuarto, ¡pero esto es el comedor!

—Tranquila, no te aceleres —la calmó—. Has hecho bien. Ahora la cuestión es, ¿cómo la limpiamos?

—Tú déjamelo a mí.

Francisco se sorprendió de la seguridad con la hablaba su hermana. Vio como Sonia apartaba las manos de su polla, la cual ya comenzaba a decrecer, y, con sumo cuidado, fue recogiendo todo el semen que podía. Vio que en la palma de la derecha tenía mucho acumulado y se preguntó si no acabaría cayéndosele alguna gota.

—Joder, ¡sí que me he corrido! —dijo impresionado al ver tanta descargado.

—Si, echas mucho —comentó su hermana impresionada.

Con toda la lefa en sus manos, Sonia fue a la cocina mientras Fran trataba de evitar que algo de su corrida cayese al sofá. Si dejaba algún manchurrón sobre la tela, ya podían ir preparándose. La chica, mientras, llegó al fregadero y se limpió las manos con el agua del grifo. Antes de hacerlo, observó cómo tenía estas pringadas del semen, ya un poco seco y pegajoso. Aun notaba el calor envolviéndola y el fuerte olor llegaba a su nariz. Se estaba excitando de nuevo con esto tan solo. Pero todas esas sensaciones se derramaron por el desagüe. Tras limpiarse, cogió un rollo de papel y volvió al comedor. Allí, seguía sentado Francisco. Con sumo cuidado, se arrodilló frente a él para limpiarle. Pasó un trozo de papel por la punta y le quitó lo poco que quedaba de la corrida. Miró como había quedado, impregnado de semen ya seco, pero que aún olía fuerte. Luego, volvió la vista a Fran, quien la miraba con cierta tensión. Ella solo se limitó a sonreírle y siguió limpiándolo hasta dejarlo listo.

Tras esto, el hombre se subió los pantalones y la chica recogió todo para dejarlo listo y ordenado. Allí sentado, Fran se quedó recordando el momento en el que su hermana acababa de limpiarle la polla. Ella estaba allí de rodillas frente a su miembro. Eso, encendió su imaginación y le llevó a pensar en cosas realmente perversas. Se estremeció. No podía creer que estuviera fantaseando con su propia hermana, pero lo estaba haciendo. Y tampoco es que tuviera que recurrir a su fantasía. Sonia le había masturbado y él a ella también. Además, se habían besado y acariciado de forma muy apasionada. Se suponía que lo de la noche anterior no volvería a repetirse, pero había pasado e incluso habían hecho más cosas.

Vio que Sonia se iba hacia las escaleras y notando como se marchaba, se quedó sorprendido.

—¿No te quedas a ver la tele? —preguntó.

Ella le miró con cara de pocos amigos y pensó que quizás estaría molesta. Eso parecía una reacción extraña por su parte.

—No hay nada interesante —contestó con cierta desgana—. Me voy a mi cuarto. Avísame cuando prepares la cena.

Al ver que se marchaba, se volvió a sentar, aun incapaz de creer lo que había ocurrido. Fue en esas, cuando se fijó en que las bragas de Sonia estaban a su lado. Impactado, las cogió y llamó a su hermana de nuevo.

—¿Qué quieres Fran? —dijo ella desde su habitación tras escucharle.

— Te has dejado aquí tus bragas— le informó—. Ven a por ellas.

La chica regresó y, desde las escaleras, vio a su hermano con la ropa interior en su mano. Al fijarse, le sonrió de forma perversa.

—Quédatelas —dijo juguetona—. Un pequeño recuerdo de esta divertida tarde.

Acto seguido, se dio la vuelta y regresó a su cuarto. Francisco siguió allí y miró las bragas, sin poder creer que ella se las acabase de entregar.

Al cabo del rato, sus padres regresaron. Todos cenaron juntos en la cocina y cuando el padre le preguntó que hicieron toda la tarde en casa solos, Francisco no tardó en mirar a su hermana con miedo. Ella le devolvió la mirada y sonrió. No le gustaba lo que fuera a decir.

—Nada, papá —contestó en ese mismo instante, sin dejar de mirarlo—. Tan solo hemos estado viendo la tele aburridos. Eso es todo.

Al escuchar esa frase, sintió como se quitaba un gran peso de encima. Aliviado, siguió cenando como si nada.

Una vez terminó, volvió a su cuarto. Escuchó como Sonia cerraba la puerta de su habitación. Sentado en su cama, no pudo evitar recordar todo lo que pasó esta tarde. No podía creer que se hubieran atrevido a tocarse y besarse de ese modo tan indecente. Y sin embargo, le encantó y lo peor, es que no se sentía culpable. Era su hermana, pero más allá de eso, ¿tan malo resultaba? Solo se habían aliviado el deseo sexual que sentían en esos momentos, nada más. Aunque no podía evitar reconocer que no era algo que deseara que se supiera. De hacerlo, sería desastroso para los dos.

Y ahí sentado, mientras evocaba todas aquellas vivencias, volvió a excitarse. Sus finos labios, sus ojitos verdes, su intensa respiración, la suave piel, el calor que emanaba de aquel coño. Miró en el primer cajón de su mesita y sacó las bragas de Sonia. A la mañana siguiente, las dejaría en el cesto de la ropa sucia, pero ahora, les iba a dar un buen uso. Se las llevó a la nariz y aspiró el fuerte aroma que emanaba a coñito. El olor aún era fuerte y eso le encendió de nuevo.

Acostado sobre su cama, con las braguitas pegadas contra su rostro y los pantalones bajados, Francisco se pajeaba a gusto, rememorando lo que Sonia y él habían hecho esa tarde. Gozó como nunca hasta que terminó de correrse, pensando en su hermana. Y deseando más.
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heranlu

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Francisco y su Hermana Sonia - Capítulo 003

asaron un par de días desde el intenso encuentro que tuvieron aquel domingo por la tarde y, por más que lo intentase, Francisco no se lo podía quitar de la cabeza. No se sentía arrepentido, las culpas no lo atormentaban por tener una ilícita relación sexual con su hermana Sonia. Más bien, el problema era que deseaba más. Quería sentir el roce de aquella suave piel, escuchar los intensos gemidos que la chica emitía y, sobre todo, zambullirse en la cálida humedad de su coñito. Era lo que ansiaba y se dijo que jamás se había sentido así. No, ninguna chica le había provocado de la forma en la que lo hizo Sonia.

Después de aquello, no hubo más encuentros entre los dos. Por un lado, había poco tiempo. Sonia iba por la mañana al instituto y Francisco a la universidad. Las tardes estaban ocupadas con las prácticas de fin de carrera del segundo. Tan solo se encontraban en casa durante los mediodías para comer y a la noche. Eran esos pocos instantes los que tenían de contacto y, aunque no se decían nada pues sus padres estaban delante, sus miradas siempre se cruzaban. En ellas, se adivinaba el claro deseo latente que sentían ambos, deseo de volver a vivir la increíble experiencia que se había iniciado ese fin de semana.

De esa forma estuvieron hasta el miércoles. Ese día, sus padres tenían que trabajar por la tarde y ellos la tenían libre, por lo tanto, estaban en casa solos. Francisco se encontraba en su cuarto jugando con la consola, pero por más que lo intentaba, no podía quitárselo de la cabeza. Sabía que en esa casa tan solo estaban él y su hermana Sonia. Nadie había allí en esos momentos y, al pensar en ello, un deseo incontrolable comenzó a nacer en el hombre. Quería ir a ver a la chica y, si la cosa lo propiciaba, tener sexo. Era algo que estaba ansiando y los días posteriores tras el previo encuentro, no había dejado de pensar en ello.

Tirado en su cama y con su polla en evidente estado de dureza, no dejaba de darle vueltas al asunto. ¿Y si Sonia se molestaba? Era posible que ya no quisiera más, que ese atrevido escarceo solo fuera eso, un leve contacto que la chica deseaba experimentar y ya está. Tal vez no tuviera más motivo para querer estar con él. Eso le enojaba y frustraba a partes iguales. Se decía que tal vez era lo mejor, a fin de cuentas, eran hermanos y si sus padres se enteraban, la cosa podría liarse mucho. Pero, por otro lado, quería más. Se había convertido en una droga que necesitaba con desesperación.

De ese modo, era incapaz de centrarse en nada. Solo podía pensar en Sonia y, por ello, decidió ir en su busca. Sabía que no debería hacerlo pero era la única manera de saciar esa ansiedad que lo mataba por dentro.

Sonia estaba en su cuarto, al parecer, haciendo un trabajo para clase de Lengua y Literatura. Cuando llegó a la puerta, Francisco pensó en no interrumpirla, ya que estaría muy ocupada. Pero el ansia lo devoraba por dentro. Necesitaba verla como fuese, así que tocó.

—¿Quién es? —preguntó la chica.

—Tu hermano Fran —respondió él—. ¿Puedo pasar?

—Claro, pasa —le dijo la muchacha.

Francisco entró en la habitación, abriendo la puerta con cierto alboroto. Estaba bastante alterado. Ya una vez dentro, vio que su hermana estaba sentada frente al escritorio, pegado a la pared de enfrente. Debía estar con ese trabajo de Lengua que aún no habría acabado. Ella se volvió y pudo ver su ovalado rostro envuelto por el brillante pelo rojizo bien largo que le caía por los hombros. Sus ojitos verdes oscuros le miraron con curiosidad.

—¿Qué quieres? —preguntó sin mostrar demasiada molestia.

Al principio, se quedó allí parado, mirando a la hermosa chica. Se veía incapaz de hacerlo, de pedírselo. Era plenamente consciente de que lo que tanto deseaba estaba mal y solicitarle volver a hacerlo no le parecía correcto. Se encontraba bloqueado, evaluando sin mucho éxito que hacer.

—Fran, ¿te pasa algo?

La preocupada voz de Sonia no le hizo tardar en reaccionar. Tenía que decir algo. De lo contrario, pondría más asustada a su hermana.

—Veo que aun sigues con el trabajo —dijo el chico—. Será mejor que te deje. No quiero molestarte.

Fue a darse la vuelta para irse cuando su hermana no tardó en levantarse.

—Espera, no te vayas— exclamó la chica mientras avanzaba hacia él—. Me queda muy poquito para terminar. ¿Qué es lo que quieres?

Que se pusiera en pie fue lo peor que pudo hacer. Francisco sintió todo su cuerpo vibrar al ver el conjunto de ropa que llevaba. No era nada provocativo, pues Sonia no acostumbraba a vestir con intención de exhibir demasiado de su anatomía, pero aquella vestimenta le daba un toque muy sensual. Al menos, para él. Llevaba otra falda de tela, esta vez de color lila, que le llegaba hasta las rodillas, dejando al descubierto sus preciosas piernas y una camisa a cuadros donde se insinuaban de forma muy sutil sus pechitos. Verla con esa indumentaria, le estaba volviendo loco.

—Nada, de verdad —dijo de nuevo, tratando de marcharse pero viendo como ella le miraba, parecía difícil—. Termina lo que te queda.

Sonia se aproximó en un par de pasos hasta ponerse justo frente a él. Se miraron por un instante, notándose la fuerte tensión que había entre ellos. Siguieron así por un poco más, hasta que la chica se aferró a su hermano y le dio un beso.

A Francisco le pilló de sorpresa, pero no tardó en rodearla entre sus brazos y atraerla más. Pegados como estaban, dejaron que el beso intensificase su fuerza, abriendo sus bocas y dejando entrar a sus lenguas. No tardaron en enrollarse, dejando que la saliva pasase de una a otra. El beso fue haciéndose más profundo. Cuando se separaron, ambos se contemplaron otra vez, ahora con mayor deseo.

El muchacho creyó perder el equilibrio ante lo que estaba pasando. El calor invadía su cuerpo y su polla, ya de por si dura, pugnaba ahora por querer salir de su pantalón. Sonia estaba arrebatadora y volvió a besarla con todas las ansias que podía albergar. Se dieron varios besos más cortos, rozándose suavemente con sus lenguas, jugueteando con ellas y percibiendo la respiración de cada uno con deleite. Cuando dejaron de lamerse, volvieron a mirarse embargados de mucha emoción.

—Para esto has venido, ¿no? —adivinó con total facilidad la chica.

—No puedo dejar de pensar en lo que ocurrió el domingo— le confesó Francisco algo nervioso—. Todos estos días los he pasado tratando de resistir pero no puedo.

—¡Yo tampoco! —exclamó ella, también alterada por la situación—. Cada vez que te miraba sentía un gran cosquilleo en el estómago, como si tuviera mariposas revoloteando dentro.

Aquella curiosa metáfora le divirtió. La abrazó por la cintura e hizo que su cuerpo se pegase más al suyo. La chica notó el duro miembro contra su barriga.

—Sonia, esto que hacemos está mal —le dijo a continuación—. Somos hermanos y…

Ella le calló con otro beso. Se despegó de él, pero el hombre no tardó en volver a besarla con salvaje desesperación. Cada vez los dos se sentían más excitados. Mientras seguía dándose cortos y suaves besos, Francisco le acarició el rojizo cabello a su hermana, notando lo suave y fino que era.

—Fran, mientras papá y mamá no se enteren, nada malo tiene que pasarnos —le explicó ella con una ronca voz que le parecía muy erótica—. Llevo deseándote desde hace dos días y quiero más.

Rozaba sus finos labios contra los de su hermano en clara señal de provocación. Lo estaba consiguiendo, pues Francisco quería más de ella. El hombre gimió un poco, cada vez más caliente ante lo que tenía delante. Los dos lo deseaban con mucha fuerza y no había nada ni nadie que pudiera frenarlos.

— Sentémonos en la cama— indicó Sonia—. Estaremos más cómodos.

Haciéndole caso, Francisco se sentó sobre el blando colchón y su hermana se colocó a su lado. Cuando la tuvo delante, no llegó siquiera a pestañear. Se miraron por un instante que les pareció un millar a ellos y volvieron a besarse con toda la desenfrenada pasión que les embargaba.

Las manos de Francisco no se quedaron esta vez quietas y fueron a internarse por debajo de la falda de la chica, quien, al notar aquellas tibias palmas recorriendo la desnuda piel de sus piernas, no pudo evitar temblar. Muy pronto, estas llegaron a la entrepierna y acariciaron por encima de las bragas, tal como hicieron aquella tarde de domingo. Sonia vibró de forma discordante al notar los dedos deslizarse sobre la braguita, al tocar el contorno del coñito y al percibir lo húmeda que había.

—Vaya, parece que vuelves a estar excitada —expresó lleno de mucha sorpresa su hermano.

La chica emitió un fuerte gemido al tiempo que notaba los dedos haciendo presión sobre el mojado sexo. Temblaba repleta de euforia al ver como su hermano acariciaba con la punta de sus falanges el abultado clítoris.

—Llevo así desde que entraste en la habitación —profirió muy excitada.

De repente, su voz aumentó el tono cuando pudo notar como los dedos atrapaban su clítoris y lo masajeaban con suma delicadeza. Todo el cuerpo de Sonia se agitó y, mientras Francisco la observaba con deleite, ella cerró sus ojos al tiempo que de su boca salía expulsado todo el aire que la llenaba. El orgasmo fue devastador y la chica se dejó caer sobre su hermano, quien la sostuvo entre sus brazos, pegándola contra su cuerpo.

Recostada en su pecho a la vez que le acariciaba su largo pelo, Sonia fue recuperando el aliento. Cuando ya se notaba más serena, alzó su cabeza para notar como Francisco la miraba con deleite.

—Me encanta ver cómo te corres —dijo encantado—. Es tan hermoso.

—Pues a mí me encanta que me hagas correr con tus manos —contestó ella—. Se te da tan bien.

Volvieron a besarse y, esta vez, Fran sacó sus manos de debajo de la falda para pasarlas por atrás y volver a deslizarlas por debajo de la prenda, acariciando el delicioso trasero de la chica. Apretó aquellas tiernas nalgas, disfrutando de su tersura y suavidad. Eso le estaba llevando al paroxismo. Y no quería parar por ello.

—Rápido, levántate —le pidió a su hermana.

Sonia, aunque al principio estaba algo confusa, obedeció sin rechistar. Ya de pie, la puso frente a él. Vio como el muchacho llevaba sus manos hasta su falda y buscó los cordones que la mantenían apretada a su cintura. Tras deshacer el nudo, tiró de la falda hacia abajo y la pasó por sus piernas hasta dejarla en el suelo. Una vez hecho esto, Francisco miró hacia la entrepierna de su hermana. Sus bragas eran rosas y la tela tenía una más que evidente mancha de humedad allí formada. Se miraron de nuevo y Sonia no pudo evitar sonreírle, algo avergonzada.

—Date la vuelta —volvió a pedirle.

Ella le hizo caso y se giró de una forma sensual. De ese modo, el precioso y redondeado culo de Sonia quedó frente a sus ojos. Quedó paralizado ante semejante maravilla y, con sus temblorosas manos, decidió acariciarlo. Cuando se posaron, dejó escapar una fuerte bocanada de aire. Comenzó a palpar cada nalga, a acariciarla con mesura. Las braguitas dejaban al descubierto la mitad de cada una, así que podía percibir la suave piel. Apretó ambas con mucho deseo, haciendo estremecer a la chica.

—Vaya, ¡parece que te gusta mi culito! —exclamó divertida Sonia.

— Tienes un culo precioso— suspiró su hermano.

Tras decir esto, le dio un besito al cachete derecho y luego, otro al izquierdo. La chica tembló un poco al notar los labios posándose sobre su trasero y no tardó en percibir la caliente lengua recorriendo la curva caída. Luego, el hombre mordisqueó con gula la espléndida carrillada de carne, provocando que la chica pegase un pequeño bote.

—Oye, ¿¡pero qué haces!?— preguntó un poco molesta.

—Perdona— se disculpó él—. Ven, acuéstate en la camita.

Gustosa, Sonia se recostó bocarriba, apoyando su cabeza en la almohada. Francisco se situó a su lado derecho, mientras la chica lo miraba emocionada. Ahora estaban en la misma situación que aquella noche en la que comenzó todo aquello, solo que esta vez, ambos deseaban lo mismo. El chico se lanzó a besarla con pasión y empezó a acariciar su pierna.

— Eres preciosa —le dijo con ronca voz al tiempo que besaba su cuello.

La chica pelirroja gimió de placer al sentir aquellos lacerantes dientes recorrer su piel y la lengua dejando cálidas estelas de saliva. Mientras, la mano de su hermano apretaba uno de sus muslos y después, la llevó de vuelta a su entrepierna, donde volvió a tocar su sexo. Ella se estremeció al notar esos dedos recorriendo cada pliegue de su coño, adivinando cada húmedo pliegue que lo conformaba.

—¡Que húmeda estás! —exclamó el hombre mientras recorría con sus labios los de su hermana—. ¿Quieres que vuelva a tocarte?

—Si —le contestó ansiosa Sonia—. Tócame más. Haz que me corra otra vez.

Se notaba el ardiente frenesí que los envolvía. Francisco continuó besando y tocando a su bella hermana, disfrutando de los estímulos que conseguía provocar en la joven. Siguió así hasta que decidió parar.

—¿Qué sucede? —preguntó Sonia confusa—. ¿Por qué te detienes?

Francisco la miró fijamente por un instante, como si estuviera tomando carrerilla para lo que tenía que decirle. En cierto modo, así era, pues lo que ansiaba pedirle era algo muy comprometido y esperaba no asustarla demasiado con la proposición.

—Cariño, sé que esto te puede molestar —le comentó con cierta zozobra—, pero verás, me gustaría chuparte el coñito.

Cuando dijo esto, la chica se quedó muda.

—¿Cómo chupármelo? —preguntó confusa.

—Deseo lamértelo, chupártelo, devorártelo —Fran intentó explicarlo lo mejor que pudo, pero su hermana seguía mirándolo extrañada—. Ya sabes, un cunnilingus o sexo oral.

Sonia quedó callada por un instante, como si estuviera procesando todo lo que su hermano acababa de decirle. Por la expresión de su rostro, parecía haberlo entendido, pero aun así, le costaba asimilar lo que Fran deseaba hacer. Sin embargo, cuando vio una amplia sonrisa dibujándose en su rostro, supo que la chica no estaba precisamente molesta.

—Vale, házmelo si tanto lo deseas.

Oír aquello le animó mucho. No dudó en besarla con desesperada necesidad y, tras morrearse un poquito, llevó sus manos a las bragas de Sonia y comenzó a bajárselas. Con sumo cuidado, fue retirándolas, pasándolas por las rodillas y deslizándolas por sus piernas hasta que se las quitó. Sosteniéndolas sobre sus manos, Francisco las observó por un momento hasta que decidió dejarlas sobre la cama hechas una bola. Luego, volvió a acariciar las blancas y suaves piernas de la muchacha, quien tembló ante el súbito tacto.

—Tienes unas piernas tan hermosas —comentó el chico en un suspiro—. ¿Por qué no las abres y me enseñas lo que ocultas entre ellas?

La petición podía sonar inapropiada, pero lo cierto era que Sonia estaba encantada con que su hermano desease con todas sus fuerzas contemplar lo que ocultaba allí abajo. Le hacía sentir tan bien, tan deseada. Algo pudiente, la chica hizo caso y se abrió de piernas, mostrando el preciado tesoro que ocultaba. Francisco quedó boquiabierto.

La vagina de Sonia era rosada, con un prominente clítoris que asomaba entre unos labios semicerrados. La raja se notaba algo estrecha pero lo que se veía con bastante obviedad era lo húmeda que se encontraba por el brillo que evidenciaban los flujos que ya goteaban desde el interior. Fran miró hacia arriba y vio que el pubis estaba coronado con un triángulo oscuro de pelo bien recortado, lo cual era una clara señal de lo bien que su hermana se lo cuidaba.

—¿Qué te parece? —preguntó expectante Sonia.

—Muy bonito —respondió el chico con presteza—. Tienes un coño precioso.

Escuchar aquello de boca de quien más quería le resultó muy reconfortante. De repente, su hermano se colocó encima y la comenzó a besar con dulzura para al instante, separarse y descender hasta su vagina. Sonia se puso algo nerviosa al ver como Fran se dirigía hasta su entrepierna.

—Um, que bien huele —dijo mientras aspiraba el aroma que emanaba de su sexo.

Ansiosa, Sonia tan solo pudo esperar con ganas a que todo empezase. Y no tardó en suceder. Enseguida, sintió algo caliente y palpitante deslizándose por su vagina. Sabía lo que era, la lengua de Francisco.

Su hermano lamía con gula el coño de la chica. Esta comenzó a gritar en cuanto sentía cada lamida recorriendo cada pliegue. Francisco se dejó embriagar por el fuerte aroma que exudaba el sexo y por su refrescante sabor amargo. No era el primer coño de devoraba, pero desde luego, era el mejor. Su lengua delimitó las formas de los labios mayores antes de pasar a los menores, acercándose peligrosamente a la vulva, de donde no dejaba de salir flujo vaginal que se deslizó por la boca del hombre.

Toda aquella increíble atención estaba llevando a Sonia al borde del orgasmo. El placer invadía todo su cuerpo y la chica no resistiría mucho más. Y así fue, cuando su hermano comenzó a lamer su clítoris.

—¡Oh Fran, me corro! —gritó con fuerza.

Todo su cuerpo se agitó con violencia, haciendo temblar la cama sobre la que se hallaban. Sonia aferró con firmeza las sabanas mientras notaba todo el aire escapando por su boca. Sintió un fuerte estallido en su entrepierna, notando como la humedad se derramaba del interior. Sabía que acababa de correrse como nunca antes había hecho.

Francisco bebió con deleite todos los jugos que su hermanita había expulsado.

—Menuda corrida —comentó divertido mientras besaba la ingle derecha de la chica—. ¡Se nota que estabas excitadilla.

—Pues si —dijo la chica, aun catatónica tras el orgasmo.

—No te relajes —le advirtió Fran—. Esto no ha hecho más que comenzar.

Sin dudarlo, el muchacho hundió su rostro en el húmedo sexo y continuó devorándolo.

—¡Joder! —gimió la chica al tiempo que recibía encantada el nuevo cunnilingus.

De nuevo, Francisco lamió y chupó el coño de su hermana con todo el deseo que pudiera haber en su interior. Le encantaba. Tan caliente, tan suave, tan estrecho. El clítoris se convirtió en todo su centro de atención. Si el domingo pasado lo torturó con sus dedos, ahora lo manipulaba con su lengua golpeteándolo con la punta, describiendo círculos a su alrededor. Todo ello, para luego atraparlo entre sus labios y chuparlo sin piedad. Con tan increíble tratamiento, Sonia no tardó en sufrir otro placentero orgasmo.

La chica se retorció sobre su mullida cama ante la llegada de la “pequeña muerte”. Arqueó su espalda y volvió a vaciar sus pulmones de aire al tiempo que emitía un grito poderoso. Sintió como cada musculo de su cuerpo se tensaba para luego quedar relajado. Fue un momento liberador y, al posarse tras aquella increíble descarga, sintió un gran alivio. Jamás se había sentido así. Estaba en completa paz. Sin embargo, su hermano no estaba dispuesto a darle tregua.

Fran regresó al ataque, aunque decidió hacerlo de forma comedida. Fue dando pequeños besitos y lamidas a la aterciopelada vagina, haciendo que el placer regresase de manera lenta para darle algo de respiro a la maltrecha Sonia. Pese a todo, la chica no tardó en moverse de forma errática y en sentir un gran gozo atravesar todo su ser. Volvía a agitarse convulsa, disfrutando de toda la atención que su hermano le prestaba. Y más lo hizo, cuando notó la musculosa lengua del muchacho perforando su interior.

—Agh, ¿¡pero que me haces?! —preguntó y exclamó estupefacta a la vez.

La lengua de Francisco fue adentrándose poco a poco a través del conducto vaginal de su hermana, el cual notaba estrecho. Podía percibir como las paredes se contraían, una clara señal de que la chica no iba a tardar demasiado en correrse. Y de hecho, así fue. Enseguida notó la fuerte convulsión que acompañaba a cada espasmo provocado por la azarosa vagina al correrse la chica. Y su boca, se vio inundada de más fluido que degustó con deleite. También, pudo notar el cuerpo en tensión de Sonia. Pese a lo agitado del orgasmo, no había sido tan fuerte como otros.

Cuando todo terminó, el hombre se incorporó para mirar a su hermana. Tenía su largo y rojo pelo revuelto, casi ocultando su preciosa cara. Sus ojitos verdes permanecían entornados y podía notar una suave inspiración que indicaba lo débil que la había dejado. Sonriente ante aquella tierna escena, Francisco se colocó en el lado derecho de la muchacha y la abrazó, cogiéndola con suavidad de la cintura. Al mismo tiempo, comenzó a besar su cuello y mejilla.

—¿Te ha gustado? —preguntó al tiempo que ella abría los ojos.

La chica se encontraba muy bien y asintió como clara respuesta ante la cuestión que su hermano le había hecho.

—Ha sido increíble —expresó llena de mucha alegría y entusiasmo—. No sabía que se pudiera gozar tanto.

Fran sonrió al ver la contagiosa felicidad que su hermana transmitía. Acarició su rojizo cabello de manera cariñosa.

—Me alegro mucho de haberte dado tanto placer —respondió muy encantado.

Ambos se besaron sin mediar más palabras. Sus labios chocaron y no tardaron en abrirse, dejado que la saliva se deslizase. Sonia no tardó en degustar el sabor de su propio sexo. Era agridulce y le resultaba sorprendentemente extraño. Quedó muy impresionada de que a un chico como su propio hermano le gustase lamerle allí abajo. No es que el sabor resultase desagradable, pero le parecía raro. O quizás es que ella no estaba acostumbrada.

De forma repentina, Francisco sintió la mano de su hermana acariciando su entrepierna. Allí abajo, algo andaba muy duro desde hacía tiempo y ansiaba salir del pantalón para recibir mucha atención. Ambos se miraron como si adivinasen en cada uno lo que iba a pasar y se besaron con muchas ganas.

—¿Quieres hacerme una pajilla, eh? —preguntó Fran excitado a Sonia.

La chica le sonrió picarona y apretó con su mano sobre la polla para luego empezar a moverla y frotar el duro miembro. Esto excitó aún más al muchacho, quien la besó de manera ardiente, sin dejar escapar ni un ápice de aire. Tras ese tórrido beso, volvieron a mirarse y Sonia le habló.

—Fran, ¿yo…quiero otra cosa?

Notó un poco de indecisión en su voz, lo cual le pareció extraño. Era evidente que quería pedirle algo y por lo que adivinaba en sus ojos, le daba vergüenza hacerlo.

—¿Qué quieres? —dijo mientras acariciaba su hermosa cara—. Tú pídeme lo que sea que desees. No tengas miedo en hacerlo.

Todavía la percibía dudosa pero escuchar sus palabras la hizo entrar en mayor confianza. Se acercó a él y posó sus labios sobre los suyos, dándole otro apasionado beso. Luego, la chica se despegó con suavidad y mirándole con creciente ternura, se lo pidió:

—Quiero… chuparte la polla.

Cuando escuchó esto, se quedó sin palabras. No tanto porque fuera su hermana, eso hacía largo rato que ya le daba lo mismo, sino por lo que suponía. Nunca le habían hecho una mamada, al menos, no una que fuese satisfactoria. Una chica con la que se lio una vez se la chupó, pero solo un poco. El resto, aludía a que le daba asco o no le apetecía. Siempre lo deseó, pero ninguna estaba dispuesta a dárselo y ahora, su querida hermanita estaba dispuesta a hacérselo sin ningún pudor y encima, deseándolo.

—Vale, si es lo quieres —respondió complacido aunque en el fondo, él también lo deseaba.

La chica llevó ambas manos al pantalón y comenzó a desabrocharlo. Este, no tardó en ser retirado, dejando a Francisco desnudo de cintura para abajo. Su polla se mostró al fin libre, bien erecta y firme. Sonia llevó su mano hasta ella y la acarició, sintiendo su calidez y dureza. Su hermano comenzó a gemir placentero al notar esos suaves roces.

—¡Te encanta! —exclamó la chica emocionada.

—Muchísimo —dijo él con la voz entrecortada—. Y ahora, me vas a hacer algo más increíble.

Ella le sonrió de forma muy tierna y con esa hermosa sonrisa enmarcada en su cara, fue descendiendo hasta quedar frente a su miembro. Sonia miraba con completa admiración el grandioso cimbrel de su hermano, el cual, ansiaba probar. Alzó la vista un instante para cruzarse con los ojos de él, quien la observaba con detenimiento. Sus miradas mostraban claramente la expectación que habían levantado el uno en el otro. Sin deseo de demorarse más, Sonia lamió la punta, dando así al inicio al torrente de sensaciones que gozaría el joven.

—¡Sonia, joder! —exclamó Fran muy nervioso.

Ella comenzó a lamer el glande y no tardó en saborear el salado gusto que emanaba de este. Con ayuda de su mano, retiró el pellejo que recubría la punta, dejándola al descubierto. Amoratada y recubierta de líquido preseminal, Sonia se lo tragó de un bocado, haciendo vibrar el cuerpo del chico.

—Oh Dios, ¡esto es la hostia! —gemía con fuerza mientras la muchacha lo chupaba con provocación calculada.

Con la punta metida en su boca, fue paladeando esta con su lengua, haciendo que la respiración de su hermano se acrecentase a cada segundo. Estaba haciéndole gozar con su boca, algo que nunca creyó posible, pero ahora estaba ocurriendo y no podría estar más encantada.

Enfebrecida por el adictivo chupeteo, Sonia se sacó la polla de su boca y comenzó a lamerla con la lengua, como si de una piruleta se tratase. Recorrió cada centímetro del cilíndrico tronco, dejándolo brillante. También le daba besos y mordisquitos que hacían temblar nervioso a Fran. Y más se puso cuando la chica decidió pasarse su miembro por la cara. Recorrió con la punta sus mejillas, labios, nariz y frente, dejando brillantes estelas de líquido preseminal sobre su piel. Olía la fuerte fragancia que emanaba del pene de su hermano y se sentía embriagada por ella. Continuó lamiendo y masturbando la ardiente lanza hasta que se detuvo un instante para mirar fijamente al hombre al que tanto placer estaba proporcionando.

—Fran, voy a intentar tragarme toda la polla.

Al escuchar a su hermana, el hombre quedó algo sorprendido por la decisión de la muchacha. Tocó con delicadeza su mejilla derecha y la miró a sus preciosos ojos verdes, sonriéndole en el acto.

—Vale, pero llega hasta donde puedas —le aconsejó—. No quiero que te atragantes.

—Descuida, ¡tendré cuidado! —afirmó ella con entusiasmo.

En el punto álgido de su excitación, Francisco fue testigo de cómo su hermana engullía su tiesa estaca de carne. Y todo su cuerpo se estremeció indemne, cuando notó su miembro envuelto entre aquella calidad humedad. Los dientes rozaban levemente su piel, la lengua se retorcía como una serpiente estrangulando a su presa. Tembló un poco al tiempo que gemía lleno de gusto.

Para Sonia, tener aquella deliciosa verga en su boca era algo único. Notaba su voluminosa forma, su consistencia y calidez, como la inundaba. Buscó tragar más, pero se dio cuenta de que realmente, no tenía tanta idea de succionar penes como creía. Se llevó media polla adentro y, al hacerlo, tuvo que reprimir arcadas. Aguantó cuanto podía la respiración y deslizó el miembro por su boca, intentando engullirlo, pero no podía. Notaba su propia saliva en aumento mientras buscaba infructuosamente encajar el cilíndrico órgano sexual, pero le era imposible. Notando que podría vomitar o asfixiarse de seguir así, buscó sacarla de su boca. Entonces, su hermano la detuvo.

—Tranquila cariño —la calmó con su relajada voz—. Sácala poco a poco.

Haciéndole caso, se sacó la polla con lentitud. Al tenerla toda fuera, algo de saliva cayó de la comisura de sus labios y más chorreaba del ahora brillante miembro. Francisco observaba a su hermana con un gran gesto de amor y eso enterneció el corazón de la chica. El hombre atusó su rojizo pelo con dulzura, pasando sus dedos por cada fina hebra de cabello. Sonia se sintió bien, de hecho, le encantaba que su hermano la masajease en la cabeza. De pequeños, lo hacían. Ya más tranquila, vio como Fran la cogía de la cara y la movía hacia él con suavidad.

—No tienes que tragártela entera para hacerme gozar —dijo a modo de regañina, aunque no sonaba así para nada—. Tal como lo hacías antes, ya me estaba gustando.

—Pero es que quiero darte el máximo placer —contestó ella algo acomplejada—. Quiero que veas que soy una buena amante.

—Lo eres cariño. No tienes que demostrarme nada.

Una sonrisa iluminó el rostro de Sonia. En el fondo, era consciente de que no necesitaba ser como otras mujeres para complacer a Fran. Pero algo en su interior la impulsaba a ello, algo que sentía dentro como una necesidad intersticial, una directriz fuertemente marcada que debía acatar sin mediar palabra alguna. Y se dijo que lo iba a hacer.

—Bien, entonces te la voy a chupar hasta que te corras.

Tras decir esto, se puso manos a la obra.

Fran no sabía a qué le tenía más miedo. Si a que su hermana se atragantase con su propia polla o notar la gran entrega que la chica demostraba, no vacilando ni un segundo a la hora de mamársela. Porque tal vez no tendría demasiada experiencia, pero lo suplía por completo con las ganas que le echaba. Y es que el muchacho contempló como su querida hermana retomaba la felación con una energía inconmensurable.

Se pasó la polla de nuevo por su rostro, la lamió de arriba a abajo, engulló el cipote con gula y lo mordisqueó con saña, pero sin hacer daño a su hermano, todo ello para luego pajear el miembro con diestra mano al tiempo que engullía sus huevos. Los lamió, devoró y mordió con gracia y deseo, demostrando lo mucho que le encantaba. Fran tan solo se limitó a mirarla a ese par de cautivadores orbes verdosos engarzados en su rostro, quienes lo llevaron a través de ese turbulento mar de percepciones excitantes en el que se ahogaba encantado. Y e ese modo, fue acercándose al inevitable fin de la función.

—Hermanito, ¿estás a punto de correrte? —preguntó la muchacha mimosa.

—No me falta mucho —le informó él con la voz entrecortada.

—¿Pues sabes que quiero que me hagas cuando te corras?

—¿El qué?

—Quiero que te corras en toda mi cara.

Oír aquella morbosa respuesta por parte de su hermana terminó de hacer cortocircuitar la poca voluntad que le quedaba en pie.

—¿En serio? —No parecía capaz de creerla.

—Sí, quiero sentir todo ese caliente semen por mi carita —respondió ella con ese punto tan juguetón y descarado que tenía.

No había más que decir. Ella se lanzó a por esa rica polla de nuevo y él se entregó al placer que le estaba proporcionado. La chica se introdujo hasta la mitad del miembro y comenzó a mover su cabeza de delante a atrás al tiempo que lo sostenía por su base para acompañar la mamada con algo de estimulante masturbación. La punta chocaba contra el paladar, la lengua lamía todo el tronco y la saliva añadía mayor excitación a la escena. Fran se encontraba intentando sobrevivir entre estertores ante tan increíble proceso. Llevó las manos a la cabeza de su hermana para seguir acariciando su suave cabello rojizo y se perdió totalmente. En un momento dado, comenzó a agitarse sin control al tiempo que respiraba con dificultad. Ese era el momento que Sonia esperaba.

La chica se sacó la polla de su boca y comenzó a pajearla con mesura, subiendo su mano de arriba abajo. Cuando notó el primer espasmo, acercó su rostro hasta quedar a escasos diez centímetros del miembro y el primer chorro impactó en su mejilla derecha. Sintió el pringoso latigazo y aunque sorprendida, lo único que hizo fue cerrar sus ojos y recibir el resto de disparos por toda su cara. Notó los fuertes impactos y como el calor impregnaba toda su piel al tiempo que un olor dulzón inundaba su nariz. Cuando Francisco abrió sus ojos tras el maravilloso orgasmo, se quedó sin palabras.

—¿Qué tal estoy? —preguntó Sonia, quien aún no había abierto sus ojos.

La miró con detenimiento. Era la imagen más morbosa que jamás había presenciado. Todo su rostro estaba lleno de su propio semen, el cual se derramaba en espesos chorretones. Un poco ya le estaba llenando la camisa y más amenazaban con dejarla pringando.

—Preciosa —respondió al final—, pero será mejor que te limpie.

—Vale —dijo ella llena de alegría—. Oye, ¿me sacas un paquete de toallitas húmedas del cajón para limpiarme? Están en la mesita de noche.

Francisco así lo hizo y tras sacarlo, decidió ser él quien se ocupase de limpiarle el rostro a su hermana. Pese a sus protestas iniciales, se lo permitió. Hizo falta medio paquete para quitarle los chorros más espesos y pese a dejarle la carita limpia, ya se le había secado una parte y el olor se notaba bastante.

—Deberías ir al baño a lavarte —le dijo—. Si no, se va a notar con facilidad de lo que has estado llena.

—No sé, igual no debería hacerlo —contestó ella de forma maliciosa.

Mirándola como estaba, Francisco no se lo pensó dos veces y la besó. El fuerte olor a semen se le pegó y, de su boca, degustó el salado sabor de su corrida. Estuvieron así por un pequeño rato, sin despegarse, jugueteando con sus lenguas y respirando en la boca del otro. Cuando se separaron, los dos se sentían como si hubieran vuelto a nacer. Después de esto, se separaron y no dejaron de sonreírse.

—Será mejor que me vaya —comentó Francisco—. Tengo que dejar que termines ese trabajo.

—No, quédate —le dijo quejicosa Sonia mientras veía a su hermano ponerse sus pantalones—. Quiero que estés más rato conmigo.

—Claro y en el trabajo en vez de hablar de esos autores del Realismo español, ¡pondrás que le chupaste la polla a tu hermano!

—No creo que llegase a tanto, créeme.

Se volvieron a besar como despedida y tras esto, Fran se dispuso a salir por la puerta. Antes de irse, su hermana le dijo que le quería. Él le dijo lo mismo.

Una vez abandonó el dormitorio, el chico no podía creer que aquello hubiese sucedido. Recordaba todo a la perfección pero aun así, era incapaz de creérselo. Seguía sin tener ni idea de hacia dónde iban y en condiciones normales, se negaría a seguir con esto, pero dado todo el placer que se estaban dando, consideraba que no podía ser tan malo. Y pensar en ello, hizo que se le pusiese dura de nuevo. Dudó en volver atrás para buscar a su hermana per ose retuvo. Había sido suficiente por esa tarde.

Sin embargo, tal vez debió regresar. Sola en su cuarto, aun acostada sobre la cama donde hacía tan solo unos minutos tuvo lugar el apasionado encuentro, Sonia rememoraba la tórrida escena. Los besos, las acaricias, las manos de su hermano tocando su precioso trasero, ella acostada con las piernas abiertas mientras él la lamía en su coñito, todo el placer desencadenado por esto y lego, ella haciendo esa increíble mamada. Recordaba la polla, lo grande y dura que era, su salado sabor, su penetrante aroma, lo llena que estaba su boca y sobre todo, esos potentes chorros estrellándose contra su cara. Todos esos recuerdos hicieron que Sonia se humedeciese y que enseguida, volviera a masturbarse con avidez. Deseando que su hermano volviera a estar a su lado. Deseando que le proporcionase placer.

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