El Regalo - Capitulos 001
José era un joven de dieciocho años. El cartero le había dado una carta que venía de Venezuela y como era un curioso, la abrió. La carta la había escrito una joven que tenía por aquel entonces veintiséis años y que decía llamarse Dionesia. Esta joven era nieta del hermano de su abuelo, un hombre que se fuera a Venezuela y del que José había oído hablar. En la carta se interesaba por la familia, hablaba de la suya y mandaba, su correo electrónico, su número de WhatsApp y una foto suya de cuerpo entero, foto en la que se veía a una preciosidad morena.
Lo primero que le vino a José a la cabeza fue que quería venir para España, ya que Venezuela estaba como estaba, estaba, y está. Guardó la foto y luego rompió la carta.
-Mi cama no me la quita nadie.
Se fue al campo a jugar al fútbol y se olvidó de Dionesia.
Esa noche, en su cama, le echó un vistazo a la foto. En verdad era una preciosidad. Era una muchacha rellena, sus ojos oscuros eran grandes, sus labios sensuales, su cabello corto, y sus tetas se intuían preciosas. Le escribió un WhatsApp.
-Hemos recibido tu carta.
No tardó en responder.
-¿Quién eres?
Se hizo pasar por su abuelo.
-El hermano de tu abuelo.
-¿Cómo te llamas?
-José.
-¡A, sí, mi abuelo te mencionó alguna vez! Pensé que si alguien respondía iba a ser a otra hora, ahí deben ser las dos de la madrugada. ¿Dónde estás?
-En cama, con tu foto en mi mano izquierda.
-¡¿Pero tú por quién me has tomado?!
-Creo que me has malentendido.
-¿¡Sí?! ¿Y qué haces con la mano derecha?
-Agarro el teléfono móvil.
-Disculpa, pensé que estabas haciendo otra cosa.
-Tienes la mente sucia.
-¿¡Me estás llamando sucia?!
-Para nada, pero tienes la piel muy fina.
-Soy desconfiada por naturaleza.
-¿Dónde estás tú?
-Ahorita también estoy en cama.
-Buen sitio para tener una charla distendida.
-¡Vete al carajo!
Se había acabado la conversación.
La noche siguiente, a las doce y algo, hora española, José oyó el pin, pin, pin del WhatsApp, pilló el teléfono móvil encima de la mesilla de noche y vio el mensaje.
-¿Andas por ahí?
-Ando.
-Ayer no fui educada, pero es que tú tienes la edad de mi abuelo y yo tengo novio, es español y...
-¿Y?
-Y no creí que fuera correcto que tuviéramos sexo virtual.
-Te equivocaste, yo de esa clase de sexo, nada de nada, y del otro, tampoco.
-La edad, claro.
-No es la edad, es la falta de agujeros, bueno, están los agujeros de los ladrillos, pero como que no me van.
-je, je, je. Eres un cachondo.
-Y estoy cachondo.
-¿De verdad que estas cachondo?
-En todos los sentidos.
-¿Ya has probado el sexo virtual?
-No, pero sé de qué va el tema. ¿Quieres que hablemos de él?
-No, te escribí para preguntar cómo está tu familia.
-Y has mandado un globo sonda con lo del sexo virtual.
-¿Quién tiene ahora la mente sucia?
-Yo la tengo desde pequeño.
-Ya veo, ya. ¿Cómo está tu familia?
-Bien, está bien. ¿Y la tuya...?
Hablaron de mil y una cosas, esa noche y las siguientes.
Ya llevaban casi un mes escribiéndose por WhatsApp. Todas las noches se contaban intimidades y se enviaban fotos, ella le mandaba fotos suyas y él le mandaba fotos de su abuelo. Esa noche le escribió ella:
-¿Estás?
-Estoy.
-¿Estás solo en cama?
-Sí.
Le llegó una foto en la que Dionesia estaba desnuda sobre su cama, y un mensaje que decía:
-¿Te gusta la foto que le voy a mandar a mi novio?
A José se le pusieron los ojos como platos y la polla como una morcilla de Burgos.
-¡Qué buena estás!
-Gracias.
Estaba buena, estaba. Sus tetas eran grandes, y tenían areolas oscuras y pezones gordos y erectos. Sus brazos y sus piernas eran fornidas y el coño lo tenía depilado. Le escribió:
-Se va a matar a pajas.
-¿Y tú?
-¿Yo, qué?
-Si mi foto ha producido algún efecto en ti.
-Claro que lo ha producido, me la estoy pelando.
-¿Qué te gusta de mi cuerpo?
-Todo, lo tienes todo muy bien puesto.
-¿Qué me harías si tuvieras la oportunidad de tenerme desnuda en tu cama?
-Comértelo todo y luego follarte hasta dejarte seca.
-¿Quieres hacer una paja viendo como me masturbo yo?
-¡¡¡Síííí!!!
-Pon la cámara.
Puso la cámara enfocando el techo y la vio arrodillada en la cama vestida con un bodi negro de seda. Le sonreía. Tenía una sonrisa preciosa, preciosa y sensual.
-¿Qué quieres que haga?
-¡¿Harás lo que yo te diga?!
-Sí. No tienes voz de persona mayor.
-Me lo dicen mucho. Juega con tu tetas.
Vio como magreaba las tetas y su polla lloró aguadilla.
-¿Te gusta como lo hago?
-Sí, baja las asas del bodi.
Vio como bajaba las asas del body, lo hizo poniendo cara de tirona, o sea mordiendo el labio inferior y sin dejar de mirar a la cámara. Luego cogió las tetas por debajo, las levantó y enfocó los gordos pezones y las oscuras areolas.
-Vuelve a jugar con tus tetas.
Las magreó dejando salir los pezones entre los dedos, luego las llevó a la boca y lamió los pezones.
José meneaba la polla viendo algo que nunca había imaginado que llegaría a ver.
-Ahora juega con tu coño.
Dionesia bajó la mano derecha al coño, lo acarició y luego metió dos dedos debajo del bodi.
-Quita el bodi.
Bajó el bodi hasta la cintura y de nuevo se magreó las tetas. José, meneando la polla, no sabía si mirarle para las tetas o para la cara.
-Sigue jugando.
Dionesia mojó dos dedos en la lengua y con las yemas se acarició los pezones y las areolas.
-Me encanta tocarme. Se me pone el coño como una piscina.
-Quita el bodi del todo y mastúrbate
Se quitó el bodi, arrimó la espalda a la cabecera de la cama y luego se metió dos dedos dentro del coño.
José ya tenía la polla dura como una piedra y la meneaba despacito para no correrse, pero al ver los dedos entrar y salir del coño, se corrió como un pajarito. Dionesia, al oír sus gemidos, le dijo:
-Quiero ver como te sale la leche de la polla.
Le mostró la polla, una polla larga y gruesa, pero la leche ya había salido. La tenía sobre los dos dedos con los que se había masturbado y en la palma de la mano.
-¿A qué no tienes lo que hay que tener para limpiar con la lengua la leche de tu mano?
La lamió, y lamiéndola le dijo:
-¿Te gustaría que lamiera tu coño después de haberme corrido dentro?
-Sí. ¿Lo harías?
-Lo haría y te haría correr.
-¡Cómo me estás poniendo, cabrón!
Dionesia le dio la espalda y al dársela le enseño el coño y el culo, un culo grande y sensual como él solo. Después giró la cabeza, sonrió y se nalgueó. José le preguntó:
-¿Todo eso será mío si algún día nos vemos en un lugar íntimo?
-Sí, todo mi cuerpo será tuyo.
Acercó el coño a la cámara, con dos dedos frotó su clítoris y sus labios vaginales. Al rato, dijo:
-Cómemelo.
José se corrió de nuevo. Dionesia sintió sus gemidos.
-Así, así, lléname el coño de leche.
Dionesia se siguió frotando, poco después metió un dedo dentro del coño, y luego, con él mojado, se acarició el ojete.
La polla, luego de correrse dos veces, seguía tiesa.
-Ahora toca correrme yo. Enséñame la polla otra vez.
Le enseñó la polla. Frotó el coño y el ojete al mismo tiempo, y sus gemidos fueron subiendo de tono hasta que le dijo:
-¡Me corro!
Se corrió como una bendita. Al acabar se puso boca arriba, acercó aún más el coño a la cámara. José vio su coño empapado y el clítoris, clítoris que tenía la cabeza del glande del tamaño de un guisante, fuera del capuchón.
-Tienes el coño encharcado de jugos. ¡Qué rico debe estar!
-Necesito correrme otra vez. Sigue masturbándote, sigue.
Se echó la mano izquierda a las tetas. Metió dos dedos de la derecha dentro del coño, y magreándose las tetas, se dio cera. Su coño comenzó a hacer ruidos, eran ruidos de un continuo chapoteo, ruidos obscenos, que los pusieron a mil a los dos. Poco después, se corrieron como animales en celo.
Al acabar de gozar, le dijo Dionesia:
-Ahora quiero ver tu cara en directo, tío.
-No puedo mostrar mi cara en directo.
-¿Por qué?
-Por que no puedo.
-Si no me la enseñas, no vuelves a saber de mí.
-Y si te a enseño, tampoco la veré.
-Por última vez, enséñame tu cara.
No le quedó más remedio que enseñarle la cara. Dionesia vio con quien había estado jugando y no le gustó, bueno, gustar, le gustó la cara, pero no que la hubiera estado engañado. Apagó la cámara y ya no contestó a sus wassaps ni a sus correos.
José era un joven de dieciocho años. El cartero le había dado una carta que venía de Venezuela y como era un curioso, la abrió. La carta la había escrito una joven que tenía por aquel entonces veintiséis años y que decía llamarse Dionesia. Esta joven era nieta del hermano de su abuelo, un hombre que se fuera a Venezuela y del que José había oído hablar. En la carta se interesaba por la familia, hablaba de la suya y mandaba, su correo electrónico, su número de WhatsApp y una foto suya de cuerpo entero, foto en la que se veía a una preciosidad morena.
Lo primero que le vino a José a la cabeza fue que quería venir para España, ya que Venezuela estaba como estaba, estaba, y está. Guardó la foto y luego rompió la carta.
-Mi cama no me la quita nadie.
Se fue al campo a jugar al fútbol y se olvidó de Dionesia.
Esa noche, en su cama, le echó un vistazo a la foto. En verdad era una preciosidad. Era una muchacha rellena, sus ojos oscuros eran grandes, sus labios sensuales, su cabello corto, y sus tetas se intuían preciosas. Le escribió un WhatsApp.
-Hemos recibido tu carta.
No tardó en responder.
-¿Quién eres?
Se hizo pasar por su abuelo.
-El hermano de tu abuelo.
-¿Cómo te llamas?
-José.
-¡A, sí, mi abuelo te mencionó alguna vez! Pensé que si alguien respondía iba a ser a otra hora, ahí deben ser las dos de la madrugada. ¿Dónde estás?
-En cama, con tu foto en mi mano izquierda.
-¡¿Pero tú por quién me has tomado?!
-Creo que me has malentendido.
-¿¡Sí?! ¿Y qué haces con la mano derecha?
-Agarro el teléfono móvil.
-Disculpa, pensé que estabas haciendo otra cosa.
-Tienes la mente sucia.
-¿¡Me estás llamando sucia?!
-Para nada, pero tienes la piel muy fina.
-Soy desconfiada por naturaleza.
-¿Dónde estás tú?
-Ahorita también estoy en cama.
-Buen sitio para tener una charla distendida.
-¡Vete al carajo!
Se había acabado la conversación.
La noche siguiente, a las doce y algo, hora española, José oyó el pin, pin, pin del WhatsApp, pilló el teléfono móvil encima de la mesilla de noche y vio el mensaje.
-¿Andas por ahí?
-Ando.
-Ayer no fui educada, pero es que tú tienes la edad de mi abuelo y yo tengo novio, es español y...
-¿Y?
-Y no creí que fuera correcto que tuviéramos sexo virtual.
-Te equivocaste, yo de esa clase de sexo, nada de nada, y del otro, tampoco.
-La edad, claro.
-No es la edad, es la falta de agujeros, bueno, están los agujeros de los ladrillos, pero como que no me van.
-je, je, je. Eres un cachondo.
-Y estoy cachondo.
-¿De verdad que estas cachondo?
-En todos los sentidos.
-¿Ya has probado el sexo virtual?
-No, pero sé de qué va el tema. ¿Quieres que hablemos de él?
-No, te escribí para preguntar cómo está tu familia.
-Y has mandado un globo sonda con lo del sexo virtual.
-¿Quién tiene ahora la mente sucia?
-Yo la tengo desde pequeño.
-Ya veo, ya. ¿Cómo está tu familia?
-Bien, está bien. ¿Y la tuya...?
Hablaron de mil y una cosas, esa noche y las siguientes.
Ya llevaban casi un mes escribiéndose por WhatsApp. Todas las noches se contaban intimidades y se enviaban fotos, ella le mandaba fotos suyas y él le mandaba fotos de su abuelo. Esa noche le escribió ella:
-¿Estás?
-Estoy.
-¿Estás solo en cama?
-Sí.
Le llegó una foto en la que Dionesia estaba desnuda sobre su cama, y un mensaje que decía:
-¿Te gusta la foto que le voy a mandar a mi novio?
A José se le pusieron los ojos como platos y la polla como una morcilla de Burgos.
-¡Qué buena estás!
-Gracias.
Estaba buena, estaba. Sus tetas eran grandes, y tenían areolas oscuras y pezones gordos y erectos. Sus brazos y sus piernas eran fornidas y el coño lo tenía depilado. Le escribió:
-Se va a matar a pajas.
-¿Y tú?
-¿Yo, qué?
-Si mi foto ha producido algún efecto en ti.
-Claro que lo ha producido, me la estoy pelando.
-¿Qué te gusta de mi cuerpo?
-Todo, lo tienes todo muy bien puesto.
-¿Qué me harías si tuvieras la oportunidad de tenerme desnuda en tu cama?
-Comértelo todo y luego follarte hasta dejarte seca.
-¿Quieres hacer una paja viendo como me masturbo yo?
-¡¡¡Síííí!!!
-Pon la cámara.
Puso la cámara enfocando el techo y la vio arrodillada en la cama vestida con un bodi negro de seda. Le sonreía. Tenía una sonrisa preciosa, preciosa y sensual.
-¿Qué quieres que haga?
-¡¿Harás lo que yo te diga?!
-Sí. No tienes voz de persona mayor.
-Me lo dicen mucho. Juega con tu tetas.
Vio como magreaba las tetas y su polla lloró aguadilla.
-¿Te gusta como lo hago?
-Sí, baja las asas del bodi.
Vio como bajaba las asas del body, lo hizo poniendo cara de tirona, o sea mordiendo el labio inferior y sin dejar de mirar a la cámara. Luego cogió las tetas por debajo, las levantó y enfocó los gordos pezones y las oscuras areolas.
-Vuelve a jugar con tus tetas.
Las magreó dejando salir los pezones entre los dedos, luego las llevó a la boca y lamió los pezones.
José meneaba la polla viendo algo que nunca había imaginado que llegaría a ver.
-Ahora juega con tu coño.
Dionesia bajó la mano derecha al coño, lo acarició y luego metió dos dedos debajo del bodi.
-Quita el bodi.
Bajó el bodi hasta la cintura y de nuevo se magreó las tetas. José, meneando la polla, no sabía si mirarle para las tetas o para la cara.
-Sigue jugando.
Dionesia mojó dos dedos en la lengua y con las yemas se acarició los pezones y las areolas.
-Me encanta tocarme. Se me pone el coño como una piscina.
-Quita el bodi del todo y mastúrbate
Se quitó el bodi, arrimó la espalda a la cabecera de la cama y luego se metió dos dedos dentro del coño.
José ya tenía la polla dura como una piedra y la meneaba despacito para no correrse, pero al ver los dedos entrar y salir del coño, se corrió como un pajarito. Dionesia, al oír sus gemidos, le dijo:
-Quiero ver como te sale la leche de la polla.
Le mostró la polla, una polla larga y gruesa, pero la leche ya había salido. La tenía sobre los dos dedos con los que se había masturbado y en la palma de la mano.
-¿A qué no tienes lo que hay que tener para limpiar con la lengua la leche de tu mano?
La lamió, y lamiéndola le dijo:
-¿Te gustaría que lamiera tu coño después de haberme corrido dentro?
-Sí. ¿Lo harías?
-Lo haría y te haría correr.
-¡Cómo me estás poniendo, cabrón!
Dionesia le dio la espalda y al dársela le enseño el coño y el culo, un culo grande y sensual como él solo. Después giró la cabeza, sonrió y se nalgueó. José le preguntó:
-¿Todo eso será mío si algún día nos vemos en un lugar íntimo?
-Sí, todo mi cuerpo será tuyo.
Acercó el coño a la cámara, con dos dedos frotó su clítoris y sus labios vaginales. Al rato, dijo:
-Cómemelo.
José se corrió de nuevo. Dionesia sintió sus gemidos.
-Así, así, lléname el coño de leche.
Dionesia se siguió frotando, poco después metió un dedo dentro del coño, y luego, con él mojado, se acarició el ojete.
La polla, luego de correrse dos veces, seguía tiesa.
-Ahora toca correrme yo. Enséñame la polla otra vez.
Le enseñó la polla. Frotó el coño y el ojete al mismo tiempo, y sus gemidos fueron subiendo de tono hasta que le dijo:
-¡Me corro!
Se corrió como una bendita. Al acabar se puso boca arriba, acercó aún más el coño a la cámara. José vio su coño empapado y el clítoris, clítoris que tenía la cabeza del glande del tamaño de un guisante, fuera del capuchón.
-Tienes el coño encharcado de jugos. ¡Qué rico debe estar!
-Necesito correrme otra vez. Sigue masturbándote, sigue.
Se echó la mano izquierda a las tetas. Metió dos dedos de la derecha dentro del coño, y magreándose las tetas, se dio cera. Su coño comenzó a hacer ruidos, eran ruidos de un continuo chapoteo, ruidos obscenos, que los pusieron a mil a los dos. Poco después, se corrieron como animales en celo.
Al acabar de gozar, le dijo Dionesia:
-Ahora quiero ver tu cara en directo, tío.
-No puedo mostrar mi cara en directo.
-¿Por qué?
-Por que no puedo.
-Si no me la enseñas, no vuelves a saber de mí.
-Y si te a enseño, tampoco la veré.
-Por última vez, enséñame tu cara.
No le quedó más remedio que enseñarle la cara. Dionesia vio con quien había estado jugando y no le gustó, bueno, gustar, le gustó la cara, pero no que la hubiera estado engañado. Apagó la cámara y ya no contestó a sus wassaps ni a sus correos.