relatoscam
Virgen
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- Oct 27, 2024
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Poesía erótica
La luna, bruja de ojos ardientes,
espeja sus cuerpos entre sombras y ramas,
dos jóvenes en la noche silente,
buscan en susurros romper sus ganas.
Ella, vestida de negro misterio,
él, envuelto en deseo y secretos,
en esa noche donde el aire es etéreo
y la pasión crece entre ecos inquietos.
La máscara cae, la piel se revela,
y entre risas y labios entreabiertos,
él descubre el calor en su espera,
ella se entrega a sus besos inciertos.
Las hojas crujen bajo sus cuerpos,
testigos mudos de su danza oscura,
mientras sus manos, en juegos intensos,
desatan hechizos, queman ternura.
Ella suspira, su aliento es un canto,
él la envuelve en la magia de su tacto,
y en esa danza de brujas y encanto,
se consumen en el éxtasis intacto.
Los susurros se tornan en gemidos,
la noche los guarda en su velo eterno,
dos almas ardiendo, dos cuerpos perdidos,
en el hechizo fugaz de un amor nocturno.
Y al amanecer, entre hojas y tierra,
quedan sus huellas, tatuadas, secretas,
dos jóvenes que en la pasión se aferran,
y en la noche de Halloween se encuentran, completos.
Con el alba asomando entre nieblas grises,
ellos despiertan, envueltos en bruma,
marcados aún por las caricias ardientes
que en la noche tejieron bajo la luna.
Ella sonríe, su mirada es fuego,
él la observa, y el deseo renace,
como brasas ocultas bajo el velo,
esperando un toque, otro roce audaz.
Sin palabras, se buscan otra vez,
la piel encendida bajo el rocío,
el bosque los envuelve en su quietud
y el viento murmura su juego prohibido.
Se elevan juntos, en un latido eterno,
en un segundo asalto de placer silente;
él recorre su cuerpo como un sendero,
ella se rinde, su hechizo latente.
Los árboles susurran un conjuro,
las sombras danzan con su vaivén,
y en el rincón más oscuro del bosque,
se vuelven amantes otra vez.
Ella es luna, él, sombra en su paso,
se entrelazan como hiedra y piedra,
y en ese abrazo que borra el ocaso,
se prometen el amor que la noche encierra.
El alba los encuentra exhaustos,
con sus cuerpos aún unidos,
como un hechizo antiguo y sagrado
que sigue en ellos, nunca extinguido.
Y al marcharse del bosque embrujado,
se llevan el recuerdo y el secreto,
de una pasión que bajo la luna,
los marcó, entre sombras, sin ningún amuleto.
La luna, bruja de ojos ardientes,
espeja sus cuerpos entre sombras y ramas,
dos jóvenes en la noche silente,
buscan en susurros romper sus ganas.
Ella, vestida de negro misterio,
él, envuelto en deseo y secretos,
en esa noche donde el aire es etéreo
y la pasión crece entre ecos inquietos.
La máscara cae, la piel se revela,
y entre risas y labios entreabiertos,
él descubre el calor en su espera,
ella se entrega a sus besos inciertos.
Las hojas crujen bajo sus cuerpos,
testigos mudos de su danza oscura,
mientras sus manos, en juegos intensos,
desatan hechizos, queman ternura.
Ella suspira, su aliento es un canto,
él la envuelve en la magia de su tacto,
y en esa danza de brujas y encanto,
se consumen en el éxtasis intacto.
Los susurros se tornan en gemidos,
la noche los guarda en su velo eterno,
dos almas ardiendo, dos cuerpos perdidos,
en el hechizo fugaz de un amor nocturno.
Y al amanecer, entre hojas y tierra,
quedan sus huellas, tatuadas, secretas,
dos jóvenes que en la pasión se aferran,
y en la noche de Halloween se encuentran, completos.
Con el alba asomando entre nieblas grises,
ellos despiertan, envueltos en bruma,
marcados aún por las caricias ardientes
que en la noche tejieron bajo la luna.
Ella sonríe, su mirada es fuego,
él la observa, y el deseo renace,
como brasas ocultas bajo el velo,
esperando un toque, otro roce audaz.
Sin palabras, se buscan otra vez,
la piel encendida bajo el rocío,
el bosque los envuelve en su quietud
y el viento murmura su juego prohibido.
Se elevan juntos, en un latido eterno,
en un segundo asalto de placer silente;
él recorre su cuerpo como un sendero,
ella se rinde, su hechizo latente.
Los árboles susurran un conjuro,
las sombras danzan con su vaivén,
y en el rincón más oscuro del bosque,
se vuelven amantes otra vez.
Ella es luna, él, sombra en su paso,
se entrelazan como hiedra y piedra,
y en ese abrazo que borra el ocaso,
se prometen el amor que la noche encierra.
El alba los encuentra exhaustos,
con sus cuerpos aún unidos,
como un hechizo antiguo y sagrado
que sigue en ellos, nunca extinguido.
Y al marcharse del bosque embrujado,
se llevan el recuerdo y el secreto,
de una pasión que bajo la luna,
los marcó, entre sombras, sin ningún amuleto.