Carmiña y su Abuelo Pablo

heranlu

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Ayer tarde, estaba tomando unos vinos en la bodega de Pablo, (un amigo de mi edad, 66 años, alto, moreno y flaco) cuando llegó su sobrina nieta a buscar un jamón para el jamonero de la cocina ya que el otro se había acabado. Al entrar y al salir de la bodega, la muchacha le sonrió a Pablo de un modo que me dio que desconfiar. Aquella muchacha de 18 años, de ojos marrones, largo pelo negro recogido en dos coletas, de aproximadamente 1,65 de estatura y 65 kilos de peso, guapa a rabiar, con unas grandes tetas, un fenomenal culo... La muchacha tenía un polvazo.

Al irse la muchacha, y mientras comenzaba a llover, le pregunté.

-¿Cuándo empezaste a tirarte a Carmuchiña?

Se hizo el ofendido.

-¡Qué dices! No estoy tan jodido de la cabeza.

-No hace falta estar jodido de la cabeza. Yo no estoy majara y me tiré a una sobrina de mi mujer.

-¡¿A cuál?!

-A ti te lo voy a decir... Bueno, si me cuentas lo tuyo con Carmuchiña, te lo cuento.

Pablo le echó un trago al vino tinto que mediaba la taza de barro, y después me respondió:

-No hay nada que contar.

Le cambié de tema.

-Pues nada. España ya se clasificó para el mundial de Rusia.

Le había picado la curiosidad.

-¿Qué sobrina fue?

-Cuenta tú primero.

-¿Fue la que estuvo en tu casa cuando tu mujer viajó a Irlanda?

-La misma.

-Cuenta, cuenta todo al detalle.

-Tú primero.

-Vale, pero después...

Ya lo tenía.

-Sí, hombre, sí.

Mi amigo se soltó:

-"Como ya sabes, a mi mujer le pusieron una prótesis de rodilla. Al tener que estar 5 días en el hospital, le mandé recado a su hermana mayor, se lo mandé porque en la aldea donde viven aún no llegó la linea telefónica. La única que podía venir a echar una mano era Carmuchiña... Llegó a la puerta de mi casa a las 8 de tarde. Sin preguntar por su tía abuela. Sin darme un beso y con la maleta en la mano, dijo:

-Aquí huele a caldo.

Sonriendo, le dije:

-Es lo único que sé hacer.

-¿Queda alguno?

-Queda cabeza de cerdo, tocino, chorizo, costilla, pezuña, ternera, lacón y grelos.

-Eso no es caldo, eso es cocido. ¡Y no veas el hambre que tengo!

Le calenté el cocido. Nunca viera comer con tanta voracidad. Al acabar le mandó una taza de vino tinto de una sentada, y me dijo:

-Ahora toca trabajar. ¿Qué hay que hacer en la casa?

-Mañana empiezas a hacer las tareas. Barrer, fregar, la comida...

-Comida hay en la olla. ¡Y cómo está!

Ya me veía otra vez comiendo cocido.

Al llegar la noche, cuando ya estábamos en cama, empezó a tronar. Carmuchiña llegó a mi habitación en camisón, asustada. Se metió en mi cama, y después me preguntó:

-¿Puedo dormir aquí?

-¿Le tienes miedo a los truenos?

Se acurrucó a mi lado.

-Mucho.

-Pues los truenos sólo hacen ruido, los que hacen daño son los rayos.

Carmuchiña, sin querer, pusiera una mano sobre mi verga, y esta comenzó a incharse y a alargarse. La descarada la sentía crecer bajo su mano, pero no la quitó. Le pregunté:

-¿Tienes novio?

-No.

Ya que ella era descarada, yo lo iba a ser más.

-¿Te masturbas?

-¿Y eso qué es?

-Rascarte el coño cuando te pica.

-Claro que lo rasco, y el culo, y la nariz. Cuando algo pica se rasca.

Carmuchiña empezó a pasar la mano por mi polla. La acariciaba como si estuviese acariciando un perrito. Me levanté de cama.

Extrañada, me preguntó:

-¡¿Adónde vas?!

-Al sevicio. Ahora vengo.

En el servicio, y en mi sitio secreto, cogí una pastilla de sildenafilo sandoz, me la tomé y volví a la habitación. Carmuchiña tenía la cabeza bajo las sábanas. La encontré en posición fetal. Al meteme en la cama volvió a la posición en que estaba y de nuevo puso su mano sobre mi verga. Esta vez la palpó, ya que se había bajado. Le pregunté:

-¿Quieres que te aprenda a masturbarte?

-Aprende. En esta vida hay que saber de todo

La destapé. Le quité el camisón y las bragas. Le pegué un morreo que hizo que se estremeciera. Le chupé, lamí, mordisqueé y pellizqué aquellas grandes y duras tetas, con sus grandes pezones y negras areolas. Con la yema del dedo medio empecé a hacer círculos sobre el capuchón de su clítoris. Carmuchiña comenzó a gemir... Al rato, vi como de su coño salía aguadilla. Mojé el dedo con ella y seguí acariciando su capuchón. El clitoris ya estaba fuera, erecto, desafiante. Su coño abierto mostraba sus labios rosados. Volví a mojar el dedo en su aguadilla y acaricié el clítoris... luego volví al capuchón... Tenía que hacerla sufrir. Así también ganaba tiempo para que la pastilla hiciera efecto. Al cuarto de hora, más o menos, de su coño empapado ya salía cantidad de aguadilla que iba mojando las sábanas. Sus gemidos me decían que se iba a correr. Le acaricié de nuevo el clítoris con mi dedo medio... Se corrió. Vi como su vagina se abría y se cerraba, soltando gran cantidad de flujo más espeso del que había soltado hasta ese momento. Carmuchiña había sentido su primer orgasmo.

Cuando acabó de estremecerse y de gemir, me dijo:

-¡Es lo mejor que he probado! ¡¡Dame más gusto!!

Se sintió un trueno espectacular seguido por la luz de un rayo que iluminó la habitación. Carmuchiña ya no tenía miedo a los truenos, ni a los rayos, ni a un diluvio que cayese en aquel día de diciembre. Así que tuve que darle más placer. Me metí entre sus piernas. Sú clitoris seguia erecto. No fui a por él. Se acababa de correr y lo podía tener demasiado sensible. Pasé mi lengua por los rosados labios de su coño, suavemente, una y dos y tres... 30 veces. Le metí la punta de la lengua en el coño. Sentí como se abría y cerraba apretando y soltando mi lengua. Le cogí las nalgas y hice el ademán de levantarlas, las levantó ella. Le metí la punta de la lengua en el ojete y sentí como se abría y se cerraba. Se lo lo follé con mi lengua... Después le eché las manos a las tetas y, magreándolas, ataqué su clitoris. No lo lamí, lo succioné y no lo solté hasta que explotó. ¡Joder que corrida echó la Carmuchiña! Soltando los gemidos más dulces que había oido, dijo, en perfecto gallego:

-¡¡¡Vou morrer!!!

Mi verga de 20 cm, se puso tiesa como un palo. Carmiña, cuando acabó de correrse, al echarme a su lado, aún con la voz entrecortada, la miró y me dijo:

-Quiero tu garrote dentro de mi coño.

Le di la vuelta. Le follé el culo con mi lengua. Mete, saca y lame, mete, saca y lame, así hasta que comenzó a gemir de nuevo. Luego le acerqué la punta de la verga al ojete. Carmiña levantó el culo. Le metí el glande en el ano. El resto se lo metió ella echado el culo hacia mí... Le metí un dedo en su coño apretado... al hacer hueco, le metí dos dedos, y después tres. La puse a punto, y cuando sus gemidos me dijeron que se iba a correr, le quité la verga del culo y los dedos del coño. Le di la vuelta y la monté. Al entrarle tan apretada casi me corro dentro de ella... Poco después, noté que se derretía mientras me besaba. De nuevo iba a llegar al orgasmo. Le di la vuellta y la puse encima de mi. ¡¡Joder!! Fue como estar en el Paraíso. Me besó con tal dulzura mientras me follaba, despacito, que tuve la sensación de caminar por las nubes... Y cuando se corrió... ¡Qué corrida, amigo, mío, que corrida! Tan tierna y tan dulce fue, que le duró tanto tiempo como las otras dos juntas. Yo, al acabar de correrse, la quite y me corrí fuera."

-¡Esos momentos, a nuestra edad son impagables, Pablo!
 
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