Hace la tira de años, en Galicia, cuando los hijos llegaban a cierta edad, los padres los llevaban o los mandaban a putas para que se hicieran hombres. A Miguel, un aprendiz de herrero, lo mandó ir su padre.
-... Toma estas cien pesetas. Cuando llegues a la casa de putas, pregunta por Pilar y dile como quieres que sea la mujer que te desvirgue.
Miguel, que era un muchacho moreno, de ojos castaños, de estatura mediana, de complexión fuerte y más serio que una piedra, salió de la fragua para ir a casa, cambiarse de ropa e ir a mojar por primera vez.
Basilia, la madrastra de Miguel, y madre de una joven que se llamaba Inés, había escuchado la conversación del padre y del hijo, y luego de salir el joven de la fragua, le hizo señales con un dedo para que fuera a su lado. Después, caminando hacia la casa, que tenía dos plantas, le dijo:
-Sé a dónde vas y te voy a decir algo que no te dijo tu padre. Jodiendo con una puta puedes coger unas purgaciones.
-¿Y qué me va a pasar si las cojo, Basilia?
-Que te va a caer la picha a cachos, y si no coges unas purgaciones puedes coger ladillas.
Miguel se asustó.
-En ese caso no iré a putas.
-Puedes ir, pero con una puta que no esté enferma.
-¿Y como sé yo eso, Basilia?
-Yo no estoy enferma.
-Pero tú no eres una puta.
-Todas las mujeres somos algo putas.
-No me digas que joderías conmigo por cien pesetas.
A Basilia no le iban ni venían las cien pesetas, lo que le tenía eran ganas a Miguel, pues lo veía todos los días trabajar a torso descubierto y la tableta de chocolate que se le dibujaba en el abdomen la ponía perruna, así que aprovechó la ocasión y le dijo:
-Si te digo.
Basilia no llegaba a los cuarenta años. Era una mujer de las de antes, dura, correosa. Tenía el cabello marrón y largo, recogido en un moño, unas tremendas tetas, un culo gordo, caderas anchas y vestía ropas viejas, pero aún con ropas viejas se veía interesante. Miguel no tuvo reparo en preguntarle:
-¿Dónde quieres que jodamos, Basilia?
-¿Tienes cerillas?
-Tengo.
-Vete para la cueva del republicano. Cuando llegues al fondo enciende la lámpara de aceite y espérame allí.
Miguel, sudado y vestido con las ropas de trabajo, tiró para el monte. Basilia fue a su casa a lavar las tetas y el coño y a cambiar las bragas. Inés, su hija y hermanastra de Miguel, llegó del río, vio a Basilia lavándose el coño en una palangana y le dijo:
-¿Qué haces, mamá? Hoy no es domingo.
Le dijo lo que le vino a la boca.
-El perro me metió pulgas.
-¡Ahógalas, ahógalas!
La cueva del republicano, que así la llamaban porque en ella mataron los falangistas a un republicano, era una cueva muy larga y en el fondo era muy oscura. Miguel, con una cerilla en la mano, encendió la lámpara de aceite, y como entre la tierra de las paredes y del suelo había mica y cuarzo, las paredes y el suelo se iluminaron. También tenía una cama que Basilia conocía bien, pues años atrás un primo suyo y ella follaran en esa cama como descosidos.
Miguel estaba sentado en la cama cuando llegó Basilia. Se sentó a su lado y echándole la mano a la polla, le dijo:
-De aquí sales hecho un hombre. Échate en la cama.
Se echó en la cama, le sacó la polla, la metió en la boca y se la mamó. No es que fuera muy ducha mamando, pero al ser la primera vez que se la mamaban, Miguel, se corrió en menos de que canta un gallo.
Basilia escupió la leche en el suelo, se puso en pie, se quitó el vestido por la cabeza y quedó solo con un sujetador negro, unas bragas blancas, unas medias negras y unas zapatillas marrones, zapatillas que se quitó para meterse en la cama. Se bajó las copas del sujetador y le enseñó las tetas, unas tetas grandes, con areolas marrones y gordos pezones. Miguel le preguntó:
-¿Por qué no quitas el sujetador?
-Mis tetas se ven mejor así. Magréalas y mámalas.
Miguel las agarró, se las amasó y luego se las mamó.
-Sin dejar de magrearlas, lame los pezones y después mama.
Al acabar de darle el repaso, Basilia ya tenía el coño cómo una charca. Quitándose las bragas, le dijo:
-Desnúdate.
Miguel, mirando para el coño peludo de su madrastra, se desnudó. Estando ya en pelotas, le dijo Basilia:
-Hazle burla a mi coño echándole la lengua.
-¿Para qué?
-Para que se excite y empiece a babear.
-¡¿Los coños, babean?!
-Sí, como tú cuando te lo enseñé.
Le echó la lengua.
-Desde más cerca.
Acercó la cabeza al coño, se la cogió y se la llevó a él. Miguel le dijo:
-Huele a jabón de río.
Le apretó la boca contra el coño.
-Échale la lengua.
Le echó la lengua y ésta entró dentro de la vagina.
-Sigue haciéndole burla hasta que yo te diga que hagas otra cosa.
-¿Quieres que te joda con la lengua?
-Quiero que aprendas a comer un coño.
Le metió y le sacó la lengua de la vagina más de cincuenta veces. Paró cuando Basilia le preguntó:
-¿Sabes dónde está la pepita?
-Las pepitas están en el granero, pero no veo que tienen que ver con el polvo.
Apartó los pelos, cogió el clítoris con dos dedos, lo echó hacia atrás, y le dijo:
-Esta es la pepita de una mujer, y este que sale de ella es el pito de la pepita. Lame y chupa.
-¿La pepita o el pito?
-Todo.
Lamió y chupó un rato.
-Ahora abre mi coño y mira si está babeado.
Lo abrió y vio que estaba lleno de algo que le parecieron babas.
-Sí, está babeado.
-Lame las babas.
Le lamió las babas y la lengua le quedó pringada con los jugos.
-¿Te gusta el sabor de mi coño, Miguel?
-Sabe raro.
-Ahora lámelo, fóllalo y chupa y lame la pepita y el pito hasta que te mande parar.
Quien lo viera le parecería que llevaba toda la vida comiendo coños, pero era el primero, y para ser el primero le tocó uno de esos que se corren como las pollas, o sea, escupiendo jugos. El primer chorro le dio en la lengua, lo que hizo que apartara la cabeza, el segundo le cayó al lado de un ojo. Al tercero ya no le dio opción a salir, pues le taponó la vagina con la lengua.
Al acabar de correrse, Basilia, Miguel, le lamió el coño y se lo dejó limpio.
Basilia, más contenta que un tonto con una tiza, le dijo:
-Si le comes el coño a una chica de tu edad como me los has comido a mí, será tuya para siempre.
Miguel quería meter algo más que la lengua.
-Esa chica también querrá joder después de comerte el coño, ¿no?
-Querrá, querrá.
-¿Jodemos ya?
-Jodemos.
Basilia flexionó las rodillas, abrió las piernas de par en par, y le dijo:
-Mete.
Miguel se echó encima de su madrastra, le metió la cabeza de la polla dentro del coño y comenzó a correrse. Mientras se corría, Basilia, le cogió la cara con las dos manos y le miró a los ojos.
-Dámela toda, lléname.
Al acabar de correrse, Basilia, le echó las manos al culo, y lo apretó contra ella. La polla entró hasta el fondo del coño.
-Ahora jódeme haciendo palanca con el culo.
La folló como le había dicho.
-¿Así?
-Sí, así, dame así
Basilia, cuando sentía la polla en lo más profundo de su coño, apretaba el culo de su hijastro contra ella y le frotaba el clítoris contra la pelvis, buscando el orgasmo, lo que hizo que Miguel le volviese a llenar el coño de leche. De nuevo lo miró a los ojos.
-Así, así, lléname de leche, hijo, quiero sentir como mi coño echa por fuera.
Acabó de correrse y la siguió follando. Cuando Basilia no pudo más, le dijo:
-¿Quieres ver como se corre una mujer?
-Sí.
-Bésame.
Le dio un pico. Basilia le metió la lengua en la boca y se movió debajo de él... Cuando se iba a correr subió encima de su hijastro, lo folló con dulzura, y mirándolo a los ojos, se corrió en su polla. Miguel, oyendo los gemidos de su madrastra y viendo sus ojos mirando a la nada, le llenó el coño de leche por tercera vez.
Al acabar, le dijo Basilia:
-¿Te gustó follar conmigo?
-Mucho, me gustó mucho.
-¿Valgo las cien pesetas?
-Claro que sí.
Como ya he dicho, las cien pesetas no le iban ni le venían, pero para disimular su interés por él, le dijo:
-Pues págame.
La cueva tenía tres tramos, en la primera se veía con la luz de fuera, en el último, se iluminaba con la luz de la lámpara y en el del medio reinaba la oscuridad, en la oscuridad, justo donde terminaba la luz de la lámpara, alguien que los había estando espiando, vio como Miguel le pagaba a Basilia.
-... Toma estas cien pesetas. Cuando llegues a la casa de putas, pregunta por Pilar y dile como quieres que sea la mujer que te desvirgue.
Miguel, que era un muchacho moreno, de ojos castaños, de estatura mediana, de complexión fuerte y más serio que una piedra, salió de la fragua para ir a casa, cambiarse de ropa e ir a mojar por primera vez.
Basilia, la madrastra de Miguel, y madre de una joven que se llamaba Inés, había escuchado la conversación del padre y del hijo, y luego de salir el joven de la fragua, le hizo señales con un dedo para que fuera a su lado. Después, caminando hacia la casa, que tenía dos plantas, le dijo:
-Sé a dónde vas y te voy a decir algo que no te dijo tu padre. Jodiendo con una puta puedes coger unas purgaciones.
-¿Y qué me va a pasar si las cojo, Basilia?
-Que te va a caer la picha a cachos, y si no coges unas purgaciones puedes coger ladillas.
Miguel se asustó.
-En ese caso no iré a putas.
-Puedes ir, pero con una puta que no esté enferma.
-¿Y como sé yo eso, Basilia?
-Yo no estoy enferma.
-Pero tú no eres una puta.
-Todas las mujeres somos algo putas.
-No me digas que joderías conmigo por cien pesetas.
A Basilia no le iban ni venían las cien pesetas, lo que le tenía eran ganas a Miguel, pues lo veía todos los días trabajar a torso descubierto y la tableta de chocolate que se le dibujaba en el abdomen la ponía perruna, así que aprovechó la ocasión y le dijo:
-Si te digo.
Basilia no llegaba a los cuarenta años. Era una mujer de las de antes, dura, correosa. Tenía el cabello marrón y largo, recogido en un moño, unas tremendas tetas, un culo gordo, caderas anchas y vestía ropas viejas, pero aún con ropas viejas se veía interesante. Miguel no tuvo reparo en preguntarle:
-¿Dónde quieres que jodamos, Basilia?
-¿Tienes cerillas?
-Tengo.
-Vete para la cueva del republicano. Cuando llegues al fondo enciende la lámpara de aceite y espérame allí.
Miguel, sudado y vestido con las ropas de trabajo, tiró para el monte. Basilia fue a su casa a lavar las tetas y el coño y a cambiar las bragas. Inés, su hija y hermanastra de Miguel, llegó del río, vio a Basilia lavándose el coño en una palangana y le dijo:
-¿Qué haces, mamá? Hoy no es domingo.
Le dijo lo que le vino a la boca.
-El perro me metió pulgas.
-¡Ahógalas, ahógalas!
La cueva del republicano, que así la llamaban porque en ella mataron los falangistas a un republicano, era una cueva muy larga y en el fondo era muy oscura. Miguel, con una cerilla en la mano, encendió la lámpara de aceite, y como entre la tierra de las paredes y del suelo había mica y cuarzo, las paredes y el suelo se iluminaron. También tenía una cama que Basilia conocía bien, pues años atrás un primo suyo y ella follaran en esa cama como descosidos.
Miguel estaba sentado en la cama cuando llegó Basilia. Se sentó a su lado y echándole la mano a la polla, le dijo:
-De aquí sales hecho un hombre. Échate en la cama.
Se echó en la cama, le sacó la polla, la metió en la boca y se la mamó. No es que fuera muy ducha mamando, pero al ser la primera vez que se la mamaban, Miguel, se corrió en menos de que canta un gallo.
Basilia escupió la leche en el suelo, se puso en pie, se quitó el vestido por la cabeza y quedó solo con un sujetador negro, unas bragas blancas, unas medias negras y unas zapatillas marrones, zapatillas que se quitó para meterse en la cama. Se bajó las copas del sujetador y le enseñó las tetas, unas tetas grandes, con areolas marrones y gordos pezones. Miguel le preguntó:
-¿Por qué no quitas el sujetador?
-Mis tetas se ven mejor así. Magréalas y mámalas.
Miguel las agarró, se las amasó y luego se las mamó.
-Sin dejar de magrearlas, lame los pezones y después mama.
Al acabar de darle el repaso, Basilia ya tenía el coño cómo una charca. Quitándose las bragas, le dijo:
-Desnúdate.
Miguel, mirando para el coño peludo de su madrastra, se desnudó. Estando ya en pelotas, le dijo Basilia:
-Hazle burla a mi coño echándole la lengua.
-¿Para qué?
-Para que se excite y empiece a babear.
-¡¿Los coños, babean?!
-Sí, como tú cuando te lo enseñé.
Le echó la lengua.
-Desde más cerca.
Acercó la cabeza al coño, se la cogió y se la llevó a él. Miguel le dijo:
-Huele a jabón de río.
Le apretó la boca contra el coño.
-Échale la lengua.
Le echó la lengua y ésta entró dentro de la vagina.
-Sigue haciéndole burla hasta que yo te diga que hagas otra cosa.
-¿Quieres que te joda con la lengua?
-Quiero que aprendas a comer un coño.
Le metió y le sacó la lengua de la vagina más de cincuenta veces. Paró cuando Basilia le preguntó:
-¿Sabes dónde está la pepita?
-Las pepitas están en el granero, pero no veo que tienen que ver con el polvo.
Apartó los pelos, cogió el clítoris con dos dedos, lo echó hacia atrás, y le dijo:
-Esta es la pepita de una mujer, y este que sale de ella es el pito de la pepita. Lame y chupa.
-¿La pepita o el pito?
-Todo.
Lamió y chupó un rato.
-Ahora abre mi coño y mira si está babeado.
Lo abrió y vio que estaba lleno de algo que le parecieron babas.
-Sí, está babeado.
-Lame las babas.
Le lamió las babas y la lengua le quedó pringada con los jugos.
-¿Te gusta el sabor de mi coño, Miguel?
-Sabe raro.
-Ahora lámelo, fóllalo y chupa y lame la pepita y el pito hasta que te mande parar.
Quien lo viera le parecería que llevaba toda la vida comiendo coños, pero era el primero, y para ser el primero le tocó uno de esos que se corren como las pollas, o sea, escupiendo jugos. El primer chorro le dio en la lengua, lo que hizo que apartara la cabeza, el segundo le cayó al lado de un ojo. Al tercero ya no le dio opción a salir, pues le taponó la vagina con la lengua.
Al acabar de correrse, Basilia, Miguel, le lamió el coño y se lo dejó limpio.
Basilia, más contenta que un tonto con una tiza, le dijo:
-Si le comes el coño a una chica de tu edad como me los has comido a mí, será tuya para siempre.
Miguel quería meter algo más que la lengua.
-Esa chica también querrá joder después de comerte el coño, ¿no?
-Querrá, querrá.
-¿Jodemos ya?
-Jodemos.
Basilia flexionó las rodillas, abrió las piernas de par en par, y le dijo:
-Mete.
Miguel se echó encima de su madrastra, le metió la cabeza de la polla dentro del coño y comenzó a correrse. Mientras se corría, Basilia, le cogió la cara con las dos manos y le miró a los ojos.
-Dámela toda, lléname.
Al acabar de correrse, Basilia, le echó las manos al culo, y lo apretó contra ella. La polla entró hasta el fondo del coño.
-Ahora jódeme haciendo palanca con el culo.
La folló como le había dicho.
-¿Así?
-Sí, así, dame así
Basilia, cuando sentía la polla en lo más profundo de su coño, apretaba el culo de su hijastro contra ella y le frotaba el clítoris contra la pelvis, buscando el orgasmo, lo que hizo que Miguel le volviese a llenar el coño de leche. De nuevo lo miró a los ojos.
-Así, así, lléname de leche, hijo, quiero sentir como mi coño echa por fuera.
Acabó de correrse y la siguió follando. Cuando Basilia no pudo más, le dijo:
-¿Quieres ver como se corre una mujer?
-Sí.
-Bésame.
Le dio un pico. Basilia le metió la lengua en la boca y se movió debajo de él... Cuando se iba a correr subió encima de su hijastro, lo folló con dulzura, y mirándolo a los ojos, se corrió en su polla. Miguel, oyendo los gemidos de su madrastra y viendo sus ojos mirando a la nada, le llenó el coño de leche por tercera vez.
Al acabar, le dijo Basilia:
-¿Te gustó follar conmigo?
-Mucho, me gustó mucho.
-¿Valgo las cien pesetas?
-Claro que sí.
Como ya he dicho, las cien pesetas no le iban ni le venían, pero para disimular su interés por él, le dijo:
-Pues págame.
La cueva tenía tres tramos, en la primera se veía con la luz de fuera, en el último, se iluminaba con la luz de la lámpara y en el del medio reinaba la oscuridad, en la oscuridad, justo donde terminaba la luz de la lámpara, alguien que los había estando espiando, vio como Miguel le pagaba a Basilia.