Basilia, la Madrastra de Miguel

heranlu

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Hace la tira de años, en Galicia, cuando los hijos llegaban a cierta edad, los padres los llevaban o los mandaban a putas para que se hicieran hombres. A Miguel, un aprendiz de herrero, lo mandó ir su padre.

-... Toma estas cien pesetas. Cuando llegues a la casa de putas, pregunta por Pilar y dile como quieres que sea la mujer que te desvirgue.

Miguel, que era un muchacho moreno, de ojos castaños, de estatura mediana, de complexión fuerte y más serio que una piedra, salió de la fragua para ir a casa, cambiarse de ropa e ir a mojar por primera vez.

Basilia, la madrastra de Miguel, y madre de una joven que se llamaba Inés, había escuchado la conversación del padre y del hijo, y luego de salir el joven de la fragua, le hizo señales con un dedo para que fuera a su lado. Después, caminando hacia la casa, que tenía dos plantas, le dijo:

-Sé a dónde vas y te voy a decir algo que no te dijo tu padre. Jodiendo con una puta puedes coger unas purgaciones.

-¿Y qué me va a pasar si las cojo, Basilia?

-Que te va a caer la picha a cachos, y si no coges unas purgaciones puedes coger ladillas.

Miguel se asustó.

-En ese caso no iré a putas.

-Puedes ir, pero con una puta que no esté enferma.

-¿Y como sé yo eso, Basilia?

-Yo no estoy enferma.

-Pero tú no eres una puta.

-Todas las mujeres somos algo putas.

-No me digas que joderías conmigo por cien pesetas.

A Basilia no le iban ni venían las cien pesetas, lo que le tenía eran ganas a Miguel, pues lo veía todos los días trabajar a torso descubierto y la tableta de chocolate que se le dibujaba en el abdomen la ponía perruna, así que aprovechó la ocasión y le dijo:

-Si te digo.

Basilia no llegaba a los cuarenta años. Era una mujer de las de antes, dura, correosa. Tenía el cabello marrón y largo, recogido en un moño, unas tremendas tetas, un culo gordo, caderas anchas y vestía ropas viejas, pero aún con ropas viejas se veía interesante. Miguel no tuvo reparo en preguntarle:

-¿Dónde quieres que jodamos, Basilia?

-¿Tienes cerillas?

-Tengo.

-Vete para la cueva del republicano. Cuando llegues al fondo enciende la lámpara de aceite y espérame allí.

Miguel, sudado y vestido con las ropas de trabajo, tiró para el monte. Basilia fue a su casa a lavar las tetas y el coño y a cambiar las bragas. Inés, su hija y hermanastra de Miguel, llegó del río, vio a Basilia lavándose el coño en una palangana y le dijo:

-¿Qué haces, mamá? Hoy no es domingo.

Le dijo lo que le vino a la boca.

-El perro me metió pulgas.

-¡Ahógalas, ahógalas!

La cueva del republicano, que así la llamaban porque en ella mataron los falangistas a un republicano, era una cueva muy larga y en el fondo era muy oscura. Miguel, con una cerilla en la mano, encendió la lámpara de aceite, y como entre la tierra de las paredes y del suelo había mica y cuarzo, las paredes y el suelo se iluminaron. También tenía una cama que Basilia conocía bien, pues años atrás un primo suyo y ella follaran en esa cama como descosidos.

Miguel estaba sentado en la cama cuando llegó Basilia. Se sentó a su lado y echándole la mano a la polla, le dijo:

-De aquí sales hecho un hombre. Échate en la cama.

Se echó en la cama, le sacó la polla, la metió en la boca y se la mamó. No es que fuera muy ducha mamando, pero al ser la primera vez que se la mamaban, Miguel, se corrió en menos de que canta un gallo.

Basilia escupió la leche en el suelo, se puso en pie, se quitó el vestido por la cabeza y quedó solo con un sujetador negro, unas bragas blancas, unas medias negras y unas zapatillas marrones, zapatillas que se quitó para meterse en la cama. Se bajó las copas del sujetador y le enseñó las tetas, unas tetas grandes, con areolas marrones y gordos pezones. Miguel le preguntó:

-¿Por qué no quitas el sujetador?

-Mis tetas se ven mejor así. Magréalas y mámalas.

Miguel las agarró, se las amasó y luego se las mamó.

-Sin dejar de magrearlas, lame los pezones y después mama.

Al acabar de darle el repaso, Basilia ya tenía el coño cómo una charca. Quitándose las bragas, le dijo:

-Desnúdate.

Miguel, mirando para el coño peludo de su madrastra, se desnudó. Estando ya en pelotas, le dijo Basilia:

-Hazle burla a mi coño echándole la lengua.

-¿Para qué?

-Para que se excite y empiece a babear.

-¡¿Los coños, babean?!

-Sí, como tú cuando te lo enseñé.

Le echó la lengua.

-Desde más cerca.

Acercó la cabeza al coño, se la cogió y se la llevó a él. Miguel le dijo:

-Huele a jabón de río.

Le apretó la boca contra el coño.

-Échale la lengua.

Le echó la lengua y ésta entró dentro de la vagina.

-Sigue haciéndole burla hasta que yo te diga que hagas otra cosa.

-¿Quieres que te joda con la lengua?

-Quiero que aprendas a comer un coño.

Le metió y le sacó la lengua de la vagina más de cincuenta veces. Paró cuando Basilia le preguntó:

-¿Sabes dónde está la pepita?

-Las pepitas están en el granero, pero no veo que tienen que ver con el polvo.

Apartó los pelos, cogió el clítoris con dos dedos, lo echó hacia atrás, y le dijo:

-Esta es la pepita de una mujer, y este que sale de ella es el pito de la pepita. Lame y chupa.

-¿La pepita o el pito?

-Todo.

Lamió y chupó un rato.

-Ahora abre mi coño y mira si está babeado.

Lo abrió y vio que estaba lleno de algo que le parecieron babas.

-Sí, está babeado.

-Lame las babas.

Le lamió las babas y la lengua le quedó pringada con los jugos.

-¿Te gusta el sabor de mi coño, Miguel?

-Sabe raro.

-Ahora lámelo, fóllalo y chupa y lame la pepita y el pito hasta que te mande parar.

Quien lo viera le parecería que llevaba toda la vida comiendo coños, pero era el primero, y para ser el primero le tocó uno de esos que se corren como las pollas, o sea, escupiendo jugos. El primer chorro le dio en la lengua, lo que hizo que apartara la cabeza, el segundo le cayó al lado de un ojo. Al tercero ya no le dio opción a salir, pues le taponó la vagina con la lengua.

Al acabar de correrse, Basilia, Miguel, le lamió el coño y se lo dejó limpio.

Basilia, más contenta que un tonto con una tiza, le dijo:

-Si le comes el coño a una chica de tu edad como me los has comido a mí, será tuya para siempre.

Miguel quería meter algo más que la lengua.

-Esa chica también querrá joder después de comerte el coño, ¿no?

-Querrá, querrá.

-¿Jodemos ya?

-Jodemos.

Basilia flexionó las rodillas, abrió las piernas de par en par, y le dijo:

-Mete.

Miguel se echó encima de su madrastra, le metió la cabeza de la polla dentro del coño y comenzó a correrse. Mientras se corría, Basilia, le cogió la cara con las dos manos y le miró a los ojos.

-Dámela toda, lléname.

Al acabar de correrse, Basilia, le echó las manos al culo, y lo apretó contra ella. La polla entró hasta el fondo del coño.

-Ahora jódeme haciendo palanca con el culo.

La folló como le había dicho.

-¿Así?

-Sí, así, dame así

Basilia, cuando sentía la polla en lo más profundo de su coño, apretaba el culo de su hijastro contra ella y le frotaba el clítoris contra la pelvis, buscando el orgasmo, lo que hizo que Miguel le volviese a llenar el coño de leche. De nuevo lo miró a los ojos.

-Así, así, lléname de leche, hijo, quiero sentir como mi coño echa por fuera.

Acabó de correrse y la siguió follando. Cuando Basilia no pudo más, le dijo:

-¿Quieres ver como se corre una mujer?

-Sí.

-Bésame.

Le dio un pico. Basilia le metió la lengua en la boca y se movió debajo de él... Cuando se iba a correr subió encima de su hijastro, lo folló con dulzura, y mirándolo a los ojos, se corrió en su polla. Miguel, oyendo los gemidos de su madrastra y viendo sus ojos mirando a la nada, le llenó el coño de leche por tercera vez.

Al acabar, le dijo Basilia:

-¿Te gustó follar conmigo?

-Mucho, me gustó mucho.

-¿Valgo las cien pesetas?

-Claro que sí.

Como ya he dicho, las cien pesetas no le iban ni le venían, pero para disimular su interés por él, le dijo:

-Pues págame.

La cueva tenía tres tramos, en la primera se veía con la luz de fuera, en el último, se iluminaba con la luz de la lámpara y en el del medio reinaba la oscuridad, en la oscuridad, justo donde terminaba la luz de la lámpara, alguien que los había estando espiando, vio como Miguel le pagaba a Basilia.
 

heranlu

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Eran las tres de la tarde de un domingo del mes de agosto. Basilia y Miguel se habían ido a visitar a los padres de Basilia, que vivía en otra aldea y no iban regresar hasta bien entrada la tarde. Inés había puesto en la mesa los platos, el pan, el vino y la gaseosa. Sacó del horno el capón que había asado y lo puso sobre la mesa en la misma bandeja que lo había asado y sobre una tabla para que no quemase el mantel. Luego fue a la puerta de la casa y llamó por su padrastro, que estaba a unos veinte metros, sentado en un banco de piedra que había delante de la taberna con una taza de vino en la mano.

-¡A comer, Manuel!

Cuando Manuel llegó a casa, Inés, estaba lavando un plato en el fregadero, se puso detrás de ella y le tocó el culo, después le echó las manos a las tetas, y le dijo:

-Daría lo que fuera por comer estas cositas duras.

Inés ni se inmutó. No era la primera vez que Manuel le metía mano en las tetas, ni que le tocaba el culo, a espaldas de Basilia y de Miguel.

-¿Vienes borracho, Manuel?

-No, pero me emborrachaba con la saliva de tu boca y con las babas de tu coño.

-Vienes borracho. Quita las manos de mis tetas.

Le quitó las manos de las tetas y dejó de arrimar cebolleta. Luego se lavó las manos para comer.

-Tú mandas, pero si luego te animas...

Inés secó las manos con un trapo, se dio la vuelta y le dijo:

-No digas barbaridades. Vamos a comer.

Yendo Inés hacia la mesa, le dio un cachete en el culo.

-Cinco, cinco sin quitarla de dentro.

-¿Cinco, qué?

-Cinco veces te haría correr.

-Quien habla como un borracho, está borracho.

-Hablo como un lobo viendo a una corderita, si el lobo pudiera hablar, claro.

-Hablas como un borracho baboso.

Se sentaron a la mesa. Inés le dijo:

-No hice patatas porque el capón es muy grande. ¿Lo parto con el cuchillo o lo partimos con las manos?

Manuel cogió el capón, le arrancó un zanco y se lo dio a Inés, después le arrancó otro para él. Comenzaron a comer con las manos, al más puro estilo de Obélix el galo. Manuel, con la boca llena, le preguntó:

-¿Ya te magreó las tetas ese que te corteja?

-No hables con la boca llena.

-¿Te las magreó?

-Come y calla.

-No puedo, estás muy rica.

-Un día le voy a decir a mi madre lo que me haces a sus espaldas.

-No creo que se lo digas. No quieres que tu madre tenga jaleos conmigo.

-¿Por eso te aprovechas?

-Por eso y porque guardo la esperanza de que un día te encuentre caliente y te dejes comer todo.

-¡¿Te quieres callar?!

-Debes tener un coño jugosito...

Inés se hartó.

-¡O te callas, o agarro mi parte del pollo y me voy a comerlo a la calle!

-Me callo, me callo.

Inés, con las manos y la boca pringadas de aceite, se echó un vino, lo mezcló con gaseosa y después se lo bebió. Manuel le dijo:

-Cocinas mejor que tu madre.

-No me des cera, el capón se hizo solo.

-Pero tiene un regusto a algo muy sabroso que no alcanzo a saber que es.

-No le eché vino blanco, le eché jerez. Me dio la receta la mujer del arriero.

-No te acerques mucho a esa mujer.

-¿Por qué?

-Porque tiene gustos raros.

Manuel echó un vaso de vino y se lo mandó, luego partió el capón por la mitad y le dio una parte a su hijastra, que le preguntó:

-¿Qué gustos son esos?

-Mejor que no lo sepas.

Le volvió a preguntar:

-¿Que gustos raros son esos?

-Le gustan las cosas jugosas.

-¡Ay que coño! ¿Me lo vas a decir o no?

-Lo acabas de decir tú.

-¡¿Le gustan los coños?!

-Más que los dulces.

No lo creyó.

-Mientes más que hablas.

-¿Qué gano con mentirte?

-¡¿De verdad que le gustan los coños?!

-Y dalé...

Inés se convenció de que era verdad lo que le había dicho Manuel y sintió curiosidad.

-¡¿Qué podrían hacer dos mujeres juntas?!

-Una mujer le puede hacer a otra lo mismo que le hace un hombre, menos meterle la polla, pero eso lo suple con los dedos.

Inés había dejado de comer.

-¿Y tú cómo sabes que le gustan las mujeres?

-La pillé con la mujer del cestero una vez que le llevé unas hoces que me había mandado hacerle.

-Sabiendo como eres, seguro que te aprovechaste de ella.

-De las dos, me aproveché de las dos, juntas y por separado, pero eso fue luego de quedar viudo, o sea, antes de casarme con tu madre.

-¿A cuántas mujeres le has metido el churro?

-Contando a tu madre.... Catorce, pero ninguna estaba tan buena como tú.

-¿Y cómo de buena estoy yo?

Inés era bomboncito, de ojos negros y grandes, de cabello negro y largo, que llevaba recogido en una coleta. Sus tetas eran grandes, su cintura fina y su culo era gordo, pero Manuel le dijo:

-Como Sofía Loren, pero en guapa.

-Sofía Loren es guapa.

-Pues imagínate lo guapa que te veo a ti.

A Inés se le escapó una sonrisa.

-Vamos a seguir comiendo que me estás liando.

Manuel no quería que se enfriase la cosa.

-Inés.

Imaginando que le iba a preguntar si echaban un polvo, le respondió:

-No, no voy a dejar que me metas el churro.

Había imaginado mal.

-No te quería preguntar eso.

-¿Qué me querías preguntar?

-Si se te moja mucho el coño cuando te tocas.

No le sentó bien la pregunta.

-¡Vete a la mierda!

Inés se levantó de la mesa y fue al fregadero a lavar las manos y la boca. Manuel le preguntó:

-¿No vas a hacer café?

-Hago café, pero con la condición de que no te metas más conmigo.

-Vale, no me meteré.

Al rato estaban tomando café y hablando de la cosecha.

Al acabar los cafés, Inés lavó los cacharros. Manuel, tomando una copa de orujo, le miraba para el culo a Inés, ella sabía que se lo estaba mirando, pero no se giraba para no darle oportunidad de que le dijese nada. Sintió los pasos de Manuel acercándose a ella. Pensó que lo siguiente sería tocarle el culo y después le magrearía las tetas, pero Manuel llegó a su lado y le dijo:

-Deja que lave las manos y la boca.

Inés se echó a un lado, Manuel se aseó, se secó con un trapo y le dijo:

-Vuelvo a la taberna a jugar un dominó.

-¿No vas a tomar la siesta?

-Tomaba, si la tomaras conmigo, pero...

Lo cortó.

-Vete a jugar al dominó.

Unos quince minutos más tarde, Inés, estaba desnuda sobre la cama, con las rodillas flexionadas y las piernas abiertas de par en par. Su mano izquierda magreaba la teta derecha y dos dedos de su mano derecha entraban y salían de su coño.

Manuel, que no había encontrado con quién jugar la partida de dominó, entró en casa, subió las escaleras y al pasar por delante de la habitación de Inés la sintió gemir. Abrió la puerta y la vio con los ojos cerrados y masturbándose. Fue hacia la cama caminando en la punta de los pies para no hacer ruido, luego, de un salto, se metió en la cama y quiso comerle el coño. Inés cerró las piernas y le atrapó la cabeza con los muslos.

-¡¿Qué haces aquí?!

Intentó abrirle las piernas con las dos manos cogiéndola por las rodillas, pero era misión imposible.

-Deja que saque la cabeza.

-¿Te irás?

-Sí, me iré.

Al abrir las piernas le volvió a echar las manos a las rodillas, y esta vez, sí, se las abrió de par en par.

-¡Tramposo!

Le aplastó la lengua en el coño peludo. Inés lo golpeó en la cabeza con las dos manos y se arqueó para librarse de él, pero cuanto más se arqueaba y movía, más frotaba el clítoris contra la lengua.

-¡Quita, quita, quita, quita que me corro!

Arqueada como estaba y convulsionándose, se corrió en la boca de su padrastro.

Al recuperarse del inmenso placer que la había sacudido, y sintiendo cómo Manuel limpiaba con su lengua los últimos jugos, le dijo:

-Ya tienes lo que querías, desgraciado.

-Me faltan las tetas.

-Te resbalará si te digo que me das asco. ¿Verdad?

-Ya me lo has dicho, y sí, me resbala.

-Lo imaginaba. Acaba pronto.

Manuel le echó las manos a las tetas, unas tetas gordas, redondas, duras, con areolas marrones y pezones gruesos del mismo color. Después se bajó de cama y se desnudó. Inés vio su cuerpo de Sansón y su polla erecta y le gustó lo que había visto. Al subir a la cama se sentó sobre sus piernas y le pasó el glande mojado por los pezones y por las areolas, luego le juntó las tetas y se las folló, después le pasó el glande por los labios.

-Chupa.

Inés giró la cabeza.

-No te la voy a chupar.

Le cogió la cabeza y le frotó la polla en los labios.

-Chupa.

Le quitó la mano de la cabeza con una de las suyas, y luego le dijo:

-No me sale del coño chuparla.

-Si no me la chupas tendré que pasar a la siguiente fase.

Inés sacó las uñas.

-¡No quiero que me la metas.

-No te preocupes, no te la voy a meter, si no me lo pides.

Inés se enojó con la insinuación.

-¡¿Pedírtelo yo?! ¡¡Ni harta de vino!!

Le separó las piernas, se arrodilló entre ellas, le abrió el coño con dos dedos de la mano izquierda, cogió la polla con la derecha y le frotó el clítoris contra el glande, luego frotó de abajo a arriba y a continuación le metió la puntita de la polla en la vagina y la movió alrededor. Estuvo así, yendo del clítoris a la vagina, un rato largo. La vagina se fue abriendo y el glande, poco a poco, fue entrando. Casi sin darse cuenta, los movimientos circulares los hacia dentro del coño. Inés se puso tan cachonda, que le dijo:

-Métela toda.

No se lo tuvo que repetir. La cogió por la cintura, la elevó, y se la fue metiendo despacito.

-Así, así, así es como me gusta.

Con toda la polla dentro, chupó el dedo pulgar y luego le acarició el glande del clítoris con la yema, glande que había salido del capuchón. Inés, mirando a su padrastro a los ojos, le dijo:

-Me voy a correr.

A Manuel le empezó a venir. Quiso quitarla, pero Inés le echó las manos al culo, lo apretó contra ella y se frotó contra él. Las corridas fueron espectaculares, pero el resultado podría ser catastrófico.

Al acabar de correrse, Manuel, se quitó de encima de su hijastra. Estaba arrepentido.

-¡¿Qué he hecho?

-Despertar mi lado ocuro.

-Hemos jodido y...

Inés no lo dejó terminar.

-Y no como yo quería.

Le echó la mano derecha a la polla, que estaba flácida, y meneándola, lo besó con lengua un buen rato, luego le chupó las mamilas... Lo volvió a besar con lengua y después metió la polla en la boca y se la mamó. Tenía mucho que aprender, y fue aprendiendo.

-Ya que estás ahí abajo, lame y chupa los huevos.

Eso sí lo supo hacer, eso y ponerle el coño en la boca.

-Ahora lame y chupa tú.

Manuel le echó las manos a la cintura, le lamió el coño y de paso le lamió el ojete. Inés se puso perra, pero, perra, perra, perra. Al dejar de comerle y follarle con la lengua el coño y el ojete, le dió las tetas a mamar, tetas que Manuel le comió con dulzura. Luego, Inés, le cogió la polla y frotó el glande en el coño empapado. Bajó el culo, metió la polla hasta las trancas y lo follló a toda hostia. Su culo se movió de atrás hacia delante y de delante hacia atrás a tropecientos por hora. De repente paró en seco y apretó su culo. Sus ojos se cerraron, gimió dulcemente y descargó sobre la polla de su padrastro. Manuel, viendo su cara de placer, se corrió con ella.

A acabar de correrse, se quitó de encima de su padrastro y se echó boca arriba sobre la cama. Manuel le preguntó:

-¿Tienes que darle el coño a ese que te corteja?

Inés se enfadó.

-¡Aún no sabes si hay bulto y ya lo quieres escurrir!

-Sí, tienes razón, no se debe poner la venda antes de la herida.
 

heranlu

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Miguel, Manuel, Basilia, e Inés, estaban en el banquete de bodas de uno de los primos de Miguel. Una charanga tocaba una pieza y los invitados bailaban al lado de unas mesas y de unos bancos hechos con tablones. Las mesas estaban cubiertas con manteles, manteles por decir algo, ya que eran sábanas blancas. Era una boda modesta, pero la comida había sido copiosa, pues sobraran centollas, langostinos, nécoras, bueyes, vieiras y cordero. Ahora, entre baile y baile, los hombres le daban al café y al orujo blanco y de hierbas, y las mujeres al licor de café.

Poco a poco se fueron acoplando los chupones y chuponas de la aldea, pero no hubo problema, pues sobraba orujo, café y licor café, para los invitados, los chupones, las chuponas, la charanga y para quien se presentase.

Horas después había caído la noche. La única luz que había era la de un poste de la luz. Miguel bailaba una pieza con su hermana, Inés, que llevaba puesto un vestido blanco con lunares negros, que le daba por encima de las rodillas, unos calcetines blancos y que calzaba unos zapatos negros de charol con muy poco tacón, metió una pierna entre las de su hermano y restregó su coño contra su polla. La polla se puso dura al instante. Miguel, con su boca cerca del oído de Inés, le susurró:

-¿Qué haces?

Al oído, le sususurró ella:

-Bailar.

-¿No notas que estoy empalmado?

-Si no lo notara, no me arrimaba tanto.

-Somos hermanastros, coño.

-Me importa una mierda.

Se frotó con más intensidad.

-Para, desvergonzada.

-A mi madre no le llamabas desvergonzada, y eso que te la chupó y te montó.

-¡¿Nos viste?!

-Sí, la seguí hasta la cueva del republicano.

Miguel trató de zafarse de otra manera.

-Para de frotarte. Se van a dar de cuenta, Inés.

-Casi no se ve. Frótate conmigo.

Miguel ya echó el alma a la espalda.

-Si me froto, me corro, cabrona.

-Y yo, cabrón, y yo.

Se frotaron, pero no se corrieron porque la charanga se tomó un respiro para tomar café y para beber.

Sentados en el banco, junto a sus padres, que tenían un pedal del diez, y entre el ruido infernal que hacía la gente, le dijo Inés a Miguel:

-Casi me corro. ¿Y tú?

-Le faltó el canto de una perra chica.

-¿Quieres ir para un sitio oscuro?

-No, yo no me muevo de aquí.

-Voy a tener que hablar con papá cuando le pase la borrachera.

-Puñetera víbora.

-¿Vas a ir conmigo a un sitio oscuro?

No pudo negarse.

-Sí, pero espera a que empiece a tocar de nuevo la charanga.

No tuvieron que esperar mucho. Comenzó a tocar la charanga, la gente se animó y ellos se escabulleron. Junto a un gallinero comenzaron a bailar como antes, pero esta vez ya se besaron mientras se frotaban. Al rato, Inés, le dijo:

-Bájame las bragas y cómeme el coño como se lo comiste a mi madre. Quiero correrme en tu boca.

Miguel se puso en cuclillas, Inés levantó el vestido y él le bajó las bragas.

No le tuvo que comer nada. Le enterró la lengua en el coño e Inés ya se corrió en su boca, se corrió con un terrible temblor de piernas y jadeando como una perra.

Al acabar de correrse y de recuperarse del tremendo placer. Subiendo las bragas, le dijo:

-Saca el churro.

Miguel sacó la polla empalmada, Inés la empuñó, la metió en la boca y chupó. En cuestión de segundos, Miguel, le llenó la boca de leche, leche que se tragó.

Al ratito volvieron a la fiesta del banquete de bodas y ya no bailaron más.

Regresaron a su casa bien entrada la noche. Inés iba sujetando a su madre y Miguel a su padre. Trabajo les costó llegar a casa, y eso que no estaban a más de cien metros de la casa donde estaban las mesas y los bancos, pero el caso es que llegaron. Los llevaron a la habitación y los dejaron, vestidos, sobre la cama de matrimonio.

En la puerta de la habitación de Miguel, le preguntó Inés:

-¿Quieres que venga a tu habitación cuando se queden dormidos?

-No vengas, que una cosa es hacer cosas con la lengua, y otra muy distinta, joder.

-¿Por qué?

-Porque jodiendo podrías queda preñada.

-Con mi madre no tuviste reparos.

-Tu madre ya no puede tener hijos, si pudiera no me diría que le llenara el coño de leche.

Lo agarró por la cintura, cerró la puerta de una patada y luego lo empotró contra la pared. Miguel no podía levantar la voz, porque sus padres estaban en la habitación de al lado, pero en bajito le dijo:

-La vamos a liar.

Lo que consiguieron sus palabras fue que lo agarrara por las muñecas y le comiera la boca. Miguel seguía en sus trece.

-Será mejor que te vayas.

-No me voy a ir.

-Si algo gordo pasa, la culpa será tuya.

Le echó la mano a la coleta, tiró y la puso cara a la la pared, le bajó las bragas, le separó las piernas y le lamió el coño.

-Lame también mi ojete.

Miguel no se lo podía creer.

-¡¿Te gusta que te laman ojete?!

-Sí, y que una lengua entre en él, aún me gusta más.

Le lamió y le folló el ojete con la punta de la lengua. Luego sacó la polla empalmada y se la clavó en el coño.

-¡Qué gustazo!

Le echó las manos a las tetas y le dio canela fina. Poco después, Inés, a punto de correrse, le dijo:

-Para y déjame a mí.

Miguel paró de darle. Inés movió el culo hacia delante y hacia atrás, muy lentamente.

-Así se siente más placer.

Sus piernas temblaban cada vez que la polla entraba en su coño y tenía que parar para no correrse. Cuando vio que ya no aguantaba más, se puso con la espalda en la pared y le dijo:

-Cómeme el coño.

Miguel se puso en cuclillas, le echó las manos a la cintura y le lamió el coño de abajo a arriba. En nada, le dijo:

-Ya me corro, ya me corro.

Fue decirlo y correrse. Sus piernas temblaron una cosa mala, le fallaron y acabó de correrse sentada en el piso.

Miguel le metió la polla en la boca, la meneo y se la llenó de leche.

Cuando Inés se puso en pie y fue hasta la cama, lo hizo haciendo eses, como los borrachos. Allí la estaba esperando Miguel.

-Aún estás a tiempo de irte.

-Me iré después de joderte.

-Que vas a joder tú si no sabes joder.

-Eso es lo que tú te crees.

-¡¿Jodiste con Ramón?!

Ramón era el pretendiente que tenía Inés.

-Esas no son cosas tuyas.

-¡Jodiste!

En pelotas, le preguntó:

-¿Te desnudas o te desnudo?

Sintieron los ronquidos de su padre y de su madre.

-Me desnudo yo.

Se desnudó. Se metieron en la cama. Miguel le echó las manos a las tetas. Inés se puso encima de él y le metió el pezón de la teta izquierda entre los labios.

-Quieres teta, toma teta.

Le cogió las dos tetas, lamió el pezón de la izquierda y luego el de la derecha, después fue mamando de una teta a la otra.

-Ahora toca tetas y coño.

Inés puso la vagina sobre la polla y luego, muy lentamente, la metió dentro del coño. Con toda dentro, y mientras Miguel le mamaba las tetas, movió su culo alrededor y hacia los lados. Lo hizo todo despacito, pero Miguel no tenía aguante. Sintiendo que le venía, le dijo:

-¡Quítala, Inés, quítala que me voy a correr!

-Córrete, quiero ver tu cara mientras te corres.

Miguel se alarmó.

-¡Quita, quita!

No la quitó y Miguel se corrió dentro del coño de su hermana. Inés, viendo su cara de placer y sintiendo la leche calentita, dentro de su coño, le dijo:

-Mira como se corre tu hermana, mira.

No pudo mirarla, ya qué Inés se derrumbó sobre él, lo que sí oyó fue sus dulces gemidos, pues la boca de su hermanastra le había quedado junto al oído izquierdo.

Lo que había dicho que haría, lo hizo, luego de follar a su hermanastro, se fue para su habitación.

Madre e hija habían quedado preñadas. A saber quién era el padre de los dos bebés que nacieron a los nueve mese
 

yesod2006

Pajillero
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Hace tanto que no leía este relato, si lo hubieran ampliado y descrito mas explícito, sería genial...conozco gente así...
 
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