gantz265
Pajillero
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Asuntos Económicos
PARTE I
A veces los asuntos económicos pueden destrozar un matrimonio y perder todo por lo que has luchado, y eso es lo que le pasó a Dani. Estaba completamente arruinado después de haber vivido con un nivel de vida muy por encima de sus posibilidades. Sus excesos y su mala cabeza le pasaban factura. Se había dedicado a la construcción, había montado una empresa y había progresado en un corto espacio de tiempo, pero una profunda crisis en el sector y sus malas gestiones al frente de la compañía le hicieron caer en picado. Tenía cuarenta y cinco años, estaba casado con Julia y tenían una hija de diecinueve años llamada Irene. Iban a desahuciarles en menos de una semana por una orden judicial. Ya le habían embargado el coche y las cuentas bancarias. Varios bancos le habían denunciado por impago de préstamos. Numerosos acreedores no dejaban de acosarle, incluso llegaban a proferir amenazas. Ni siquiera iba a poder pagar la matrícula de la universidad para que su hija siguiera con la carrera de Psicología. No tenían nada y debían mucho dinero. Después de una vida ostentosa, se encontraban a las puertas de la miseria. Su hija se pasaba todo el día llorando, sumida en una profunda depresión. Se avergonzaba de salir a la calle. Había sido una niña mimada y pija que lo había perdido todo de buenas a primeras. En el barrio sólo se hablaban de sus problemas económicos. Salía con un chico de buena familia y era la única persona a la que le había contado la verdad, pero poco podía hacer el chico por ayudar a la familia de su novia. Julia también estaba muy preocupada por la deprimente situación económica. Acostumbrada a una vida de pija, gastando dinero a diestro y siniestro, y de pronto iba a verse en la calle sin nada. Sus amigas le daban de lado. El cerco se estrechaba sobre ellos.
Sólo se les ocurrió una solución, aunque ni a Julia ni a Dani les agradaba la idea, pero sólo Enrique podía ayudarles a solventar la mala racha que atravesaban. Enrique era cuñado de Julia, estuvo casado con su hermana Marta, aunque luego se divorciaron y su hermana rehizo su vida con otro hombre. Tenía cincuenta y cinco años, diez más que Julia y Dani, vivía sólo en una mansión a las afueras de la ciudad y era una persona rica e influyente, considerado uno de los mejores abogados del país. A veces aparecía en los distintos medios de comunicación. Era un tipo carismático, de carácter fuerte, y bastante mujeriego, por eso Marta terminó dejándole. En más de una ocasión le pilló poniéndole los cuernos o yéndose de putas. Ciertamente, Julia y Dani nunca se habían llevado muy bien con él, le consideraban un fantasma y un baboso, sin embargo en aquellos momentos tan amargos debían tragarse el orgullo y suplicarle ayuda, se trataba de la única persona que conocían con capacidad económica suficiente como para remediar sus problemas. Fue Dani quien tomó la iniciativa y un miércoles por la mañana, a dos días del desahucio, se presentó en casa de su cuñado. Le atendió con el fuerte despotismo que le caracterizaba, con los mismos aires endiosados, era un hombre soberbio y arrogante que imponía bastante respeto, pero prometió ayudarles, aunque a cambio le haría firmar unos pagarés por si la cosa se torcía.
El jueves por la tarde se presentó la familia al completo en la mansión de Enrique, incluido Carlos, el joven novio de Irene, que les ayudaba con los equipajes. Enrique les recibió cordialmente a pesar de la mala sintonía que siempre había existido. Se fascinó del aspecto físico de las dos mujeres que iban a vivir bajo su techo. Su cuñada Julia siempre había sido muy hermosa y a pesar de sus cuarenta y cinco años se conservaba espléndidamente. Alta, morena con el pelo largo, de melena bastante ondulada y ojos verdes oscuros. Impresionaban sus tetas gigantescas, con forma de pera, muy abiertas y abombadas en la base, y un culo ancho y redondeado. También se embelesó con su sobrina Irene, a la que hacía bastante tiempo que no veía. Había crecido. Igual de alta que su madre, delgada, con media melena rubia, ojos negros y piel bronceada, con unas tetitas del tamaño de una mano y un culo más estrecho y plano, aunque delicioso, casi perfecto, parecía una modelo recién salida de una revista. No le extrañó que saliera con aquel novio tan atractivo de cuerpo atlético. Ambas iban con ropa informal y no se inmutó al examinarlas con descaro, incluso se permitió el lujo de piropearlas en presencia de los dos memos. Enrique siempre había tenido cierta obsesión por su cuñada Julia. Hubiese pagado cualquier precio por acostarse con ella. Verla en bikini le ponía las carnes de gallina. Ellas también se fijaron en él. Los mismos aires de grandeza. Era más bien bajo, cabeza cuadrada y pelo canoso, tenía una panza abultada y dura y unas piernas robustas. Les mostró las habitaciones que ocuparían. En la planta segunda estarían Enrique en su dormitorio e Irene en otro más pequeño, mientras que Dani y Julia ocuparían el único cuarto que había en la planta baja. Les ofreció un almuerzo en la terraza y se mostró bastante simpático, sobre todo con las dos mujeres. A Irene le pareció un tipo gracioso y a pesar de su aspecto también seductor, además con su tío Enrique podría mantener su ritmo de vida, hasta la convidó con cien euros. Se ocupó de agradar a su cuñada, hasta el mismo Dani llegó a sentirse desplazado. Para él seguía siendo un baboso. Observaba cómo la miraba, cómo le pasaba el brazo por la cintura en plan broma. Y su mujer no se percataba. Esa misma tarde les reunió en su despacho para que firmaran los pagarés, serían una garantía para Enrique, para que en un futuro sus cuñados le devolviesen el dinero.
Enrique subió a la segunda planta dando tumbos. Iba bastante borracho. Irene ya estaba acostada y medio adormilada cuando oyó los porrazos. Sin encender la luz, bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio que su tío entraba en el cuarto de baño y dejaba la puerta abierta. Continuó espiándole. Se tambaleaba por la borrachera. Se quitó la camisa a tirones. Pudo ver su ancha espalda de piel blanca y salpicada de vello. Vio que se desabrochaba el cinturón y se los quitaba. Y enseguida se bajó el slip y se quedó completamente desnudo. Irene contempló el culo de su tío, un culo grande de nalgas corpulentas cubiertas por un vello denso y una raja profunda y oscura. Al inclinarse para quitarse los calcetines, distinguió sus huevos balanceándose levemente entre las dos piernas, unos huevos grandes y peludos. Irene tragó saliva ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Le vio de perfil cuando intentaba alcanzar un batín. Poseía un pene inmenso, considerablemente grueso y largo, con un glande voluminoso. Le colgaba flácido hacia abajo en medio de un vello denso que le llegaba hasta el ombligo. Era el doble de grande que el de Carlos. Se puso el batín, un batín rojo de seda muy corto, unos cuantos centímetros por encima de las rodillas. Y se giró para abandonar el cuarto de baño. Entonces le vio de frente, con el batín desabrochado. Al caminar, la enorme polla se balanceaba hacia los lados y los huevos botaban al son de las zancadas. Temerosa por ser descubierta, cerró la puerta despacio y regresó a la cama. No pudo dormir. La imagen de su tío desnudo la mantuvo despierta toda la noche. Nada que ver con el cuerpo musculoso y depilado de su novio, pero aquel pene, aquel cuerpo velludo y grasiento, aquel cuerpo maduro y varonil le provocó cierta confusión. Nunca lo había hecho, pero se masturbó para sofocar el ardor de su vagina.
A las ocho de la mañana, Irene oyó ruido en la habitación de su tío. Bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio luz encendida en la habitación. Aguardó casi un cuarto de hora hasta que le vio salir. Apareció con el batín corto de seda, aunque lo llevaba abrochado y sólo se notaba el relieve del slip. Vio parte de su pecho peludo y la parte alta de la abultada barriga, así como sus robustas piernas. Le espió hasta que le vio bajar por las escaleras.
En la cocina, Julia preparaba el café y Dani aguardaba sentado a la mesa. Cuando apareció Enrique ataviado con el batín, ambos se cortaron. En cada zancada el batín tendía a abrirse y se apreciaba el color negro del slip. Julia se sonrojó al verle de aquella manera, con sus robustas piernas a la vista y parte de sus pectorales.
Enrique tomaba otro café y hojeaba el periódico cuando levantó la cabeza y vio venir a su sobrina Irene. Llevaba un pijama blanco de raso muy parecido al de su madre, aunque la camisa la llevaba algo más desabrochada y se le apreciaba la ranura de los pechos. A medida que se acercaba, comprobó que se adivinaba el color negro de las bragas por la sombra oscura tras la tela del pantalón, así cómo los pezones erguidos, señalados en la camisa. Ella le vio sentado con las piernas cruzadas y parte de los pectorales a la vista.
Por la noche, cuando Dani y Julia llegaron a casa, su cuñado les tenía una sorpresa. Les recibió con el batín de seda roja, abrochado, aunque con parte de su barriga y las piernas al descubierto. Había preparado la mesa del comedor para una cena con todo lujo de detalles en honor a Julia, que al día siguiente celebraba su cumpleaños. Sorprendidos, le agradecieron el gesto. Había de todo. Mariscos de toda clase, frituras de pescado, raciones de carne, postres, vino y champán. Ella, que vestía con unos tejanos y una camiseta ajustada, recibió dos besos en las mejillas y una nueva palmada en el culo en presencia de su marido, pero ninguno de los dos reaccionó ante el abuso de confianza.
Cuando la respiración de Enrique pareció más calmada, Julia le soltó la polla, aunque no se atrevió a moverse. Su cuñado se irguió volviéndose hacia ella y le alisó el cabello. Se fijó en la teta que estaba por fuera del tirante. Ella ni siquiera se había percatado.
En el salón, Julia volvió a separar las piernas sin parar de resoplar y menear la cadera. Enrique retiró el brazo de sus hombros y bajó la mano para echar a un lado la delantera de las bragas. Comenzó a follarla con el dedo con más severidad, asestándole fuertes punzadas que le produjeron algún gemido. Con la izquierda le sujetaba la delantera de las bragas. Sus tetas se movían como flanes ante las convulsiones de su cuerpo. Disponía de una visión total de aquel coño peludo.
Final Parte I.
En la segunda parte, Enrique continuará acechando sexualmente a su cuñada ante los ojos de Dani. También la obsesión de Irene por su tío traerá graves consecuencias.
Joul Negro
[email protected]
Wayback machine 09/03/10 (RELATO BORRADO)
PARTE I
A veces los asuntos económicos pueden destrozar un matrimonio y perder todo por lo que has luchado, y eso es lo que le pasó a Dani. Estaba completamente arruinado después de haber vivido con un nivel de vida muy por encima de sus posibilidades. Sus excesos y su mala cabeza le pasaban factura. Se había dedicado a la construcción, había montado una empresa y había progresado en un corto espacio de tiempo, pero una profunda crisis en el sector y sus malas gestiones al frente de la compañía le hicieron caer en picado. Tenía cuarenta y cinco años, estaba casado con Julia y tenían una hija de diecinueve años llamada Irene. Iban a desahuciarles en menos de una semana por una orden judicial. Ya le habían embargado el coche y las cuentas bancarias. Varios bancos le habían denunciado por impago de préstamos. Numerosos acreedores no dejaban de acosarle, incluso llegaban a proferir amenazas. Ni siquiera iba a poder pagar la matrícula de la universidad para que su hija siguiera con la carrera de Psicología. No tenían nada y debían mucho dinero. Después de una vida ostentosa, se encontraban a las puertas de la miseria. Su hija se pasaba todo el día llorando, sumida en una profunda depresión. Se avergonzaba de salir a la calle. Había sido una niña mimada y pija que lo había perdido todo de buenas a primeras. En el barrio sólo se hablaban de sus problemas económicos. Salía con un chico de buena familia y era la única persona a la que le había contado la verdad, pero poco podía hacer el chico por ayudar a la familia de su novia. Julia también estaba muy preocupada por la deprimente situación económica. Acostumbrada a una vida de pija, gastando dinero a diestro y siniestro, y de pronto iba a verse en la calle sin nada. Sus amigas le daban de lado. El cerco se estrechaba sobre ellos.
Sólo se les ocurrió una solución, aunque ni a Julia ni a Dani les agradaba la idea, pero sólo Enrique podía ayudarles a solventar la mala racha que atravesaban. Enrique era cuñado de Julia, estuvo casado con su hermana Marta, aunque luego se divorciaron y su hermana rehizo su vida con otro hombre. Tenía cincuenta y cinco años, diez más que Julia y Dani, vivía sólo en una mansión a las afueras de la ciudad y era una persona rica e influyente, considerado uno de los mejores abogados del país. A veces aparecía en los distintos medios de comunicación. Era un tipo carismático, de carácter fuerte, y bastante mujeriego, por eso Marta terminó dejándole. En más de una ocasión le pilló poniéndole los cuernos o yéndose de putas. Ciertamente, Julia y Dani nunca se habían llevado muy bien con él, le consideraban un fantasma y un baboso, sin embargo en aquellos momentos tan amargos debían tragarse el orgullo y suplicarle ayuda, se trataba de la única persona que conocían con capacidad económica suficiente como para remediar sus problemas. Fue Dani quien tomó la iniciativa y un miércoles por la mañana, a dos días del desahucio, se presentó en casa de su cuñado. Le atendió con el fuerte despotismo que le caracterizaba, con los mismos aires endiosados, era un hombre soberbio y arrogante que imponía bastante respeto, pero prometió ayudarles, aunque a cambio le haría firmar unos pagarés por si la cosa se torcía.
- Podéis quedaos en mi casa hasta que las cosas funcionen mejor y podamos arreglar lo de la casa, ¿de acuerdo? -. Dani, abochornado, asintió -. No voy a permitir que os dejen en la calle. Yo me haré cargo de los atrasos de los bancos y de la matrícula de la niña. Y dile a los buitres que te acosan que hablen conmigo, conseguiré que aplacen la deuda hasta que tengas algo de pasta. ¿Entendido? -. Volvió a asentir. Vio que su cuñado sacaba de la cartera trescientos euros -. Toma este dinero, invita a comer a tu mujer, coño, y no te preocupes.
- No sé cómo pagártelo, Enrique.
- Ya me lo pagarás, coño – le dijo dándole unas palmaditas en la cara.
El jueves por la tarde se presentó la familia al completo en la mansión de Enrique, incluido Carlos, el joven novio de Irene, que les ayudaba con los equipajes. Enrique les recibió cordialmente a pesar de la mala sintonía que siempre había existido. Se fascinó del aspecto físico de las dos mujeres que iban a vivir bajo su techo. Su cuñada Julia siempre había sido muy hermosa y a pesar de sus cuarenta y cinco años se conservaba espléndidamente. Alta, morena con el pelo largo, de melena bastante ondulada y ojos verdes oscuros. Impresionaban sus tetas gigantescas, con forma de pera, muy abiertas y abombadas en la base, y un culo ancho y redondeado. También se embelesó con su sobrina Irene, a la que hacía bastante tiempo que no veía. Había crecido. Igual de alta que su madre, delgada, con media melena rubia, ojos negros y piel bronceada, con unas tetitas del tamaño de una mano y un culo más estrecho y plano, aunque delicioso, casi perfecto, parecía una modelo recién salida de una revista. No le extrañó que saliera con aquel novio tan atractivo de cuerpo atlético. Ambas iban con ropa informal y no se inmutó al examinarlas con descaro, incluso se permitió el lujo de piropearlas en presencia de los dos memos. Enrique siempre había tenido cierta obsesión por su cuñada Julia. Hubiese pagado cualquier precio por acostarse con ella. Verla en bikini le ponía las carnes de gallina. Ellas también se fijaron en él. Los mismos aires de grandeza. Era más bien bajo, cabeza cuadrada y pelo canoso, tenía una panza abultada y dura y unas piernas robustas. Les mostró las habitaciones que ocuparían. En la planta segunda estarían Enrique en su dormitorio e Irene en otro más pequeño, mientras que Dani y Julia ocuparían el único cuarto que había en la planta baja. Les ofreció un almuerzo en la terraza y se mostró bastante simpático, sobre todo con las dos mujeres. A Irene le pareció un tipo gracioso y a pesar de su aspecto también seductor, además con su tío Enrique podría mantener su ritmo de vida, hasta la convidó con cien euros. Se ocupó de agradar a su cuñada, hasta el mismo Dani llegó a sentirse desplazado. Para él seguía siendo un baboso. Observaba cómo la miraba, cómo le pasaba el brazo por la cintura en plan broma. Y su mujer no se percataba. Esa misma tarde les reunió en su despacho para que firmaran los pagarés, serían una garantía para Enrique, para que en un futuro sus cuñados le devolviesen el dinero.
- Pero no quiero que os preocupéis, no hay prisas. Yo guardaré estos pagarés hasta que podáis devolverme el dinero.
- No sé cómo agradecértelo, Enrique – le dijo su cuñada.
- Dani, vamos tú y yo a celebrar que los problemas se han solucionado. ¿Te importa, cuñada, que vayamos a tomar una copa? – Le dio unas palmadas en el hombro -. El muchacho se lo merece, está agobiado.
- Vale, vale, yo desocuparé las maletas.
- ¿Te diviertes, muchacho?
- Sí, joder, hacía tiempo que no salía.
- Anda, súbete a esas dos y echa unos buenos polvos, que falta te hacen.
- Déjalo, Enrique, yo…
- Venga, coño, no pasa nada por divertirse un rato. El sexo es para eso, ¿o no te lo pasas bien follando con tu mujer?
- Sí, ya, pero yo nunca…
- Tu mujer está como un puto tren, te lo tienes que pasar en grande. Un día de estos me la tienes que dejar que le dé un tiento -. Le dio una palmada en la mejilla -. Venga, coño, folla con esas dos, desahógate un rato. ¡Chsss! Chicas, venid -. Las dos prostitutas se acercaron -. Ese dinero es vuestro. Quiero un completo para este hombre, ¿entendido?
- ¿Qué? Estaban buenas, ¿eh? -. Asintió intentando sonreír -. ¿No ves? Por divertirse un rato no pasa nada.
- Si se entera Julia me manda a la mierda…
- Que no, coño, relájate, si ellas también nos ponen los cuernos y ni nos enteramos.
Enrique subió a la segunda planta dando tumbos. Iba bastante borracho. Irene ya estaba acostada y medio adormilada cuando oyó los porrazos. Sin encender la luz, bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio que su tío entraba en el cuarto de baño y dejaba la puerta abierta. Continuó espiándole. Se tambaleaba por la borrachera. Se quitó la camisa a tirones. Pudo ver su ancha espalda de piel blanca y salpicada de vello. Vio que se desabrochaba el cinturón y se los quitaba. Y enseguida se bajó el slip y se quedó completamente desnudo. Irene contempló el culo de su tío, un culo grande de nalgas corpulentas cubiertas por un vello denso y una raja profunda y oscura. Al inclinarse para quitarse los calcetines, distinguió sus huevos balanceándose levemente entre las dos piernas, unos huevos grandes y peludos. Irene tragó saliva ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos. Le vio de perfil cuando intentaba alcanzar un batín. Poseía un pene inmenso, considerablemente grueso y largo, con un glande voluminoso. Le colgaba flácido hacia abajo en medio de un vello denso que le llegaba hasta el ombligo. Era el doble de grande que el de Carlos. Se puso el batín, un batín rojo de seda muy corto, unos cuantos centímetros por encima de las rodillas. Y se giró para abandonar el cuarto de baño. Entonces le vio de frente, con el batín desabrochado. Al caminar, la enorme polla se balanceaba hacia los lados y los huevos botaban al son de las zancadas. Temerosa por ser descubierta, cerró la puerta despacio y regresó a la cama. No pudo dormir. La imagen de su tío desnudo la mantuvo despierta toda la noche. Nada que ver con el cuerpo musculoso y depilado de su novio, pero aquel pene, aquel cuerpo velludo y grasiento, aquel cuerpo maduro y varonil le provocó cierta confusión. Nunca lo había hecho, pero se masturbó para sofocar el ardor de su vagina.
A las ocho de la mañana, Irene oyó ruido en la habitación de su tío. Bajó de la cama y abrió un poco la puerta. Vio luz encendida en la habitación. Aguardó casi un cuarto de hora hasta que le vio salir. Apareció con el batín corto de seda, aunque lo llevaba abrochado y sólo se notaba el relieve del slip. Vio parte de su pecho peludo y la parte alta de la abultada barriga, así como sus robustas piernas. Le espió hasta que le vio bajar por las escaleras.
En la cocina, Julia preparaba el café y Dani aguardaba sentado a la mesa. Cuando apareció Enrique ataviado con el batín, ambos se cortaron. En cada zancada el batín tendía a abrirse y se apreciaba el color negro del slip. Julia se sonrojó al verle de aquella manera, con sus robustas piernas a la vista y parte de sus pectorales.
- Buenos días, Enrique.
- Buenas días, cuñada -. Ella se volvió y ambos se besaron en las mejillas. Vio que sus enormes tetas se movían tras la tela, aunque llevaba la camisa bien abrochada -. Qué guapísima estás.
- Gra... Gracias… - respondió cruzando una mirada con su marido -. Siéntate, te preparo un café.
- ¡Qué bien te lo pasaste ayer, cabrón!
- Os corristeis una buena juerga, ¿no? – preguntó ella sirviéndole el café.
- No lo pasamos mal. Hoy si quieres salimos tú y yo, cuñada.
- Es que, es que mañana es el cumpleaños de Julia, y, bueno, esta noche nos gustaría cenar aquí, y…
- Bueno, pues cenamos aquí, no hay más que hablar.
Enrique tomaba otro café y hojeaba el periódico cuando levantó la cabeza y vio venir a su sobrina Irene. Llevaba un pijama blanco de raso muy parecido al de su madre, aunque la camisa la llevaba algo más desabrochada y se le apreciaba la ranura de los pechos. A medida que se acercaba, comprobó que se adivinaba el color negro de las bragas por la sombra oscura tras la tela del pantalón, así cómo los pezones erguidos, señalados en la camisa. Ella le vio sentado con las piernas cruzadas y parte de los pectorales a la vista.
- Buenos días, tío Enrique.
- Buenos días, guapa.
- Es mi novio, perdona.
Por la noche, cuando Dani y Julia llegaron a casa, su cuñado les tenía una sorpresa. Les recibió con el batín de seda roja, abrochado, aunque con parte de su barriga y las piernas al descubierto. Había preparado la mesa del comedor para una cena con todo lujo de detalles en honor a Julia, que al día siguiente celebraba su cumpleaños. Sorprendidos, le agradecieron el gesto. Había de todo. Mariscos de toda clase, frituras de pescado, raciones de carne, postres, vino y champán. Ella, que vestía con unos tejanos y una camiseta ajustada, recibió dos besos en las mejillas y una nueva palmada en el culo en presencia de su marido, pero ninguno de los dos reaccionó ante el abuso de confianza.
- Sentaos, tu cumpleaños se merece un manjar como este.
- No hacía falta, Enrique – le dijo ella -. Bastante haces ya por nosotros.
- Una cuñada tan guapa como tú se merece esto y más.
- ¿No le regalas nada a tu mujer, Dani?
- No he podido…
- Son para ti
- ¿Para mí? Muchas gracias, pero…
- Te mereces todo por ser tan guapa -. Le pasó la palma bajo la barbilla ante la estúpida mirada de su marido -. Ábrelos.
- ¡Qué bonito!
- ¿Te gusta? Sigue, hay más. Sé que siempre te ha gustado la lencería y he pensado que te gustaría algo así…
- ¿Te gusta? – le preguntó Enrique.
- Sí, muy sexy, ¿no?
- ¿Por qué no te pruebas las tres cosas?
- Me da vergüenza, Enrique – se disculpó mirando de reojo a su marido.
- Venga coño, que veamos lo guapa que estás -. Miró a Dani -. Que se lo pruebe, ¿no, Dani? ¿Eh? Venga, anímala, coño.
- ¿Qué? – Estaba ofuscado, notaba la circulación sanguínea a cien por hora.
- Pruébatelo – impuso más seriamente.
- Bueno, vale, ahora vuelvo.
- Date la vuelta – le ordenó su cuñado.
- ¿Os gusta? – preguntó ella con la voz temblorosa, mirando a Enrique por encima del hombro.
- Me gustas – le soltó él -. Ven, siéntate a mi lado -. Caminó despacio y tomó asiento a pocos centímetros de él y frente a su marido, con las rodillas juntas y las manos en el regazo, como queriendo tapar su parte más íntima -. Estás demasiado guapa, cuñada – le dijo embelesado con sus tetas, sólo cubiertas por los tirantes en la parte central.
- Me da vergüenza, Enrique, voy a vestirme.
- Me has puesto cachondo, cuñada.
- Anda, Enrique, no seas tonto – le dijo propinándole un manotazo para apartarle el brazo.
- ¿Por qué no me haces una paja? -. Ella emitió una carcajada y Dani irguió la cabeza, descompuesto de los nervios -. No te importa que tu mujer me haga una paja, ¿no, Dani? – Le preguntó sin apartar la vista de su mujer-. Vamos a divertirnos un rato, ¿verdad, cariño?
- Enrique, por favor – protestó tímidamente Dani -. No te pases, hombre.
- Ella también tiene derecho – susurró excitado mientras le alisaba el cabello. Dani notó un tono amenazante -. Vamos, guapa, hazme ese favor.
- Enrique, esto no está bien…
- ¿No me puedes hacer un favor? – dijo elevando el tono de voz -. Me has puesto cachondo… Sólo quiero relajarme un poco. ¿Tanto te cuesta? Creo que lo merezco, ¿no? A tu marido no le importa.
- Sí, pero, Enrique…
- Mastúrbame – sentenció.
- Tócame los huevos – le ordenó.
- No dejes de tocarme los huevos – le susurró. Ella sujetó ahora la verga con la izquierda para poder sobarle los testículos con la derecha. De nuevo aligeró la vibración del brazo. De nuevo las tetas comenzaron a moverse. La derecha ya la tenía casi entera por fuera del tirante. A veces cruzaba una mirada con los patéticos ojos de su marido, pero volvía a concentrarse -. Lo haces muy bien, sigue así -. Miró a Dani. Le temblaba la barbilla, como si fuera a echarse a llorar. Condujo la mano desde la espalda de su cuñada hacia su nuca -. ¿Quieres participar, Dani?
- Sigue, cuñada, lo estás haciendo muy bien.
Cuando la respiración de Enrique pareció más calmada, Julia le soltó la polla, aunque no se atrevió a moverse. Su cuñado se irguió volviéndose hacia ella y le alisó el cabello. Se fijó en la teta que estaba por fuera del tirante. Ella ni siquiera se había percatado.
- Estás caliente, ¿verdad? -. Julia sólo tragó saliva. Enrique la empujó con suavidad para que se reclinara sobre el sofá. Le separó las piernas y le deslizó la base del picardías hacia las ingles, dejando bien visible la delantera del tanga, la delantera de gasa transparente donde se apreciaba con claridad la zona velluda de la vagina -. Quiero masturbarte…
- Enrique…
- Chssss…
En el salón, Julia volvió a separar las piernas sin parar de resoplar y menear la cadera. Enrique retiró el brazo de sus hombros y bajó la mano para echar a un lado la delantera de las bragas. Comenzó a follarla con el dedo con más severidad, asestándole fuertes punzadas que le produjeron algún gemido. Con la izquierda le sujetaba la delantera de las bragas. Sus tetas se movían como flanes ante las convulsiones de su cuerpo. Disponía de una visión total de aquel coño peludo.
- Muévete, puta – le susurró su cuñado.
- Ha estado bien, cuñada. Haces unas pajas de escándalo.
- Hasta mañana, Enrique.
- Lo siento, Dani, he tenido que hacerlo -. Dani asintió, de nuevo con las lágrimas reluciendo en sus ojos -. Estamos en sus manos, puede arruinarnos la vida.
- Hijo de puta… Algún día lo va a pagar…
- Chsss, todo se arreglará, pero sabes que le necesitamos y tenemos que pensar en la niña. Mañana debe pagar la matrícula y sólo él puede dejarnos el dinero. Ha sido horrible, Dani, para mí y para ti.
- Va a destrozar nuestras vidas… - lamentó.
- Es el precio que tendremos que pagar, Dani.
- Encontraré trabajo y nos largaremos de este infierno, te juro que no lo permitiré.
- Voy a darme una ducha.
Final Parte I.
En la segunda parte, Enrique continuará acechando sexualmente a su cuñada ante los ojos de Dani. También la obsesión de Irene por su tío traerá graves consecuencias.
Joul Negro
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Wayback machine 09/03/10 (RELATO BORRADO)